Francesas de intercambio (2)

Más aventuras de Josema con las francesas de intercambio en Chile. Pero él no podía imaginar a qué situación iba a llegar con todo ésto.

  • ¡Yo nunca he hecho sexo en un ascensor!

En el círculo de jóvenes que jugábamos a "Yo nunca…", sentados en el suelo, sillas o la cama de la habitación, tres copas se levantaron para beber, diciendo así que esas personas SÍ habían mantenido relaciones en un ascensor.

  • ¡No! – exclamó cómicamente un chico francés- ¿Carol, tú?
  • Bueno –dijo ella riendo y sonrojada por el alcohol- el ascensor se quedó parado durante cinco minutos….

Y en mi habitación, todos estallaron en risas. Esa noche, yo había sido el anfitrión –y teniendo en cuenta que en mi habitación guardaba grandes cantidades de alcohol, fue una gran idea-.

Cada vez que pasaba el turno, las preguntas solían hacerse más atrevidas. O simplemente, más fáciles para que todo el mundo bebiera.

  • Marie, te toca – dijo alguien

Ella me miró desde el otro lado del círculo, con una maquiavélica sonrisa.

  • Yo nunca he atado a mi pareja a la cama.

Yo, sonriendo un poco acongojado, bebí. Todo el círculo de mis amigos primero me miró, luego miraron a Marie… y empezaron a reír imaginando qué perversiones habríamos hecho juntos. Cortando un poco el cachondeo, dije:

  • Alicia, te toca.

Alicia –que en realidad se llamaba Alice, pero bueno- era otra chica francesa, la cual ya os comenté que existía en el anterior relato. Era una chica de pelo rizado rubio, con los ojos azules, cara angelical, y un cuerpo verdaderamente de infarto. Siempre solía vestir con vestidos o conjuntos caros, que realzaban de forma espectacular su figura.

En pocas palabras, el objetivo de todos los piropos de los obreros en una obra.

Esa noche, llevaba una minifalda vaquera con una chaquetita también vaquera, que apenas cubría el top blanco de tirantes que cubría su torso

Volvamos al juego. Alicia, sonrojada por el alcohol, dijo:

  • Yo nunca dejaría que me aten para tener sexo.

Entonces, las dos únicas personas que bebieron, fueron Alicia y Marie. Todo el mundo me volvió a mirar, y a estallar en carcajadas, confirmando ya que Marie y yo éramos unos pervertidos.

Poco a poco, tras más o menos una hora, la gente empezó a retirarse. Al final, solamente quedamos Marie, Alicia y un chico chileno. Pero Marie tardó poco en despedirse, con una sonrisa pícara, e irse acompañada por el chico chileno. ¡Qué tío más afortunado!

Había ocurrido algo que yo no esperaba. ¡Me quedé a solas con Alicia!

  • Bueno, ¿qué te apetece hacer?
  • No se no se –respondió ella -, déjame ver qué tienes aquí

Se levantó hasta el hueco del armario donde yo escondía mis bebidas alcohólicas, y cuando volvió a mirarme llevaba una botella de Pisco en la mano. Cerró casi completamente la puerta detrás de sí, mientras me ofrecía otro trago.

Nos fuimos entonando – si era posible entonarnos más – y charlando de temas cada vez más calientes. De pronto me preguntó:

  • ¿En serio ataste a Marie a la cama?
  • Bueno, yo nunca he dicho eso…. Pero sí.
  • ¡No te creo! – me dijo riendo – Estoy segura de que es una broma que nos hacéis entre los dos.
  • ¡Ja ja! ¿Hacer creer a todos que somos unos pervertidos sin serlo? ¡Eso es tonto!
  • Pero yo no me creo que tú sepas atar tan bien a alguien como para que no pueda soltarse.

Ahí ya vi por donde iban los tiros. Me lo estaba poniendo a huevo. Mientras trataba de evitar que mi caballero "alzara la lanza", le dije:

  • ¿Y cómo puedo demostrártelo?
  • Hmmm no se no se –me dijo mientras bebía un trago de Piscola (para los no chilenos, Pisco con Cocacola.)
  • Yo te digo que si yo ahora te atase, digamos, a esa silla –dije señalando el mueble, una silla de madera, cuyo respaldo era de barras verticales- no lograrías soltarte en digamos…. 10 minutos.

Ella se quedó mirando la silla como pensativa.

  • Yo te digo que seguro que en menos de 15 minutos logro soltarme.
  • Está bien –le respondí- 15 minutos. ¿Qué te apuestas?
  • Si me logro soltar, ¿qué gano?
  • Pues, digamos –aquí yo tenía que jugármela- que seré tu esclavo durante tres días y tres noches – a fin de cuentas, ser el sirviente de semejante homenaje viviente al sexo femenino no me desagradaba en absoluto.
  • Bueno… ¿y si no lo logro, qué ganas tú?

La miré sonriente, y le respondí:

  • ¿Y tú qué crees que haré si te tengo atada y a mi merced dentro de mi habitación?

Ella se hizo la sorprendida por el comentario (aunque estoy convencido de que no lo estaba en absoluto), para después levantarse y sentarse en la silla.

  • Acepto el reto, Josema – Debido a su acento francés, me llamó Josemá, pero a mí ese acento me ponía a cien.

¡No me podía creer mi suerte! ¡Chile estaba lleno de francesas pervertidas! ¿A qué clase de dios oscuro le había vendido mi alma? ¡La condenación eterna valía la pena si la cosa seguía así!

Pensé que era el hombre más afortunado del mundo. Aunque no tenía ni idea de a dónde me iba a llevar esta situación.

Sonriendo, busqué por la habitación una cuerda para atarla. Lo mejor que encontré fueron los cordones de mis botas militares Magnum, que medían cerca de un metro cada uno. Suficiente para lo que quería.

Le puse las manos por detrás del respaldo de la silla. Lo primero que hice fue un nudo en la barra del centro de la silla, para después atar las muñecas de la chica (antes se las cubrí con un calcetín –limpio, que no soy tan guarro- para no dañarla). Tras hacerlo, hice un nuevo nudo en los palos más exteriores de la silla.

Tardé bastante rato en averiguar cómo hacerlo (no nos engañemos, la única experiencia que había tenido con el Bondage fue apenas una semana antes, y utilicé unas esposas). Lo que intenté fue dejar las manos de Alicia fuera del alcance de los nudos, para que no pudiese soltarse.

Cosa que creo que logré.

  • Bueno preciosa, esto ya está. Espera que programe el cronómetro. – mientras lo hacía, añadí – Vamos a hacer una cosa .Cada tres minutos, te daré un anticipo de lo que voy a hacer esta noche si pierdes la apuesta.
  • ¿Un anticipo? ¿Qué quieres decir? –me preguntó un poco extrañada-
  • Bueno – le respondí poniendo las manos en sus hombros – cada tres minutos –bajé las manos por sus brazos hasta ponerlas en su vientre – yo iré adelantándote lo bien que lo vamos a pasar esta noche.

Y diciendo esto, le subí las manos por el vientre, hasta llegar al inicio de sus senos, que rodeé sin llegar a agarrarlos, con el pulgar y el dedo índice de mis manos.

Ella parecía querer decir algo, pero me adelanté.

  • Bueno cariño, empieza la apuesta. 3, 2, 1, ¡ya!

Alicia comenzó a luchar contra las ataduras, sin demasiado éxito. Retorcía las muñecas tratando de encontrar un nudo de que deshacer o aflojar para poder liberarse, sin éxito. Aún estirando los dedos, no lograba alcanzarlo. Yo mientras, a su espalda, me dediqué a acariciarle la nuca y el cuello suavemente, con la punta de los dedos, tratando de desconcentrarla. Era excitante verla inmovilizada, y gimiendo mientras trataba de soltarse.

Cuando me dí cuenta, ya habían pasado dos minutos y medio.

  • Vamos, ¿es que no puedes soltarte? – le dije burlonamente.

Cuando el cronómetro marcó los 3 minutos, subí la mano por debajo de su chaquetilla y empecé a manosearle las tetas por encima del top. Alicia dio un respingo, sobresaltada, y dejó de moverse un instante.

  • ¿Qué haces Josema?
  • ¿Qué pasa? ¿No puedes liberarte, o es que te gusta ésta situación?

La francesa volvió a luchar contra las ataduras. Le miré las manos, y evidentemente, no lograba alcanzar ningún nudo con los dedos. De vez en cuando se quejaba o gemía cuando yo le apretaba más de la cuenta sus pechos.

  • Vamos, que ya llevas cinco minutos.

A mí, cada minuto se me estaba haciendo eterno. Tenía unas ganas increíbles de bajarle el top y magrearla a gusto. Pero le había dicho que haría "algo" cada tres minutos, así que me tocaba esperar.

Cuando llegaron los seis minutos, le abrí la chaquetilla vaquera y la bajé por sus brazos. La oí murmurar algo parecido a "no", pero no le hice mucho caso. Después deslicé los tirantes de su top por debajo de los hombros, y tiré de él hacia abajo, descubriendo sus blancos pechos. Eran perfectos. No podía haber implante o cirujano en el mundo capaz de mejorarlos.

Amasé sus pechos con las manos, mientras cogía sus pezones, ya erectos, con los dedos índice y pulgar. Era una delicia notar cómo ella se contraía cada vez que los estiraba, o apretaba. Mis pantalones ya estaban a punto de estallar.

A los nueve minutos, lentamente, bajé las manos sobre su torso desnudo hasta el botón de su minifalda vaquera. Lo desabroché y bajé la prenda con parsimonia por sus piernas. Al principio creí que no llevaba ropa interior, pero luego me dí cuenta de que llevaba unas bragas de color crema. Al magreo que le daba antes, añadí caricias sobre la tela que cubría su sexo.

Me pareció que ella ya no luchaba por liberarse. Aunque al principio cerraba las piernas, al poco las abrió tanto como le permitía la silla, respirando entrecortadamente y suspirando.

A los doce minutos, deslicé la mano por debajo de sus bragas, y la penetré con dos dedos. La rubia gimió de puro placer y arqueó el cuerpo. Aproveché ese momento para chuparle la teta derecha. Noté el sabor salado del sudor, a la vez que la humedad recorrer mi mano.

Los tres minutos restantes seguí acariciándola de esta forma. Entre jadeos y gemidos, me pedía que siguiera así que no parara. Poco antes de cumplirse los 15 minutos, cogí mi rollo de cinta americana (¿No lo comenté en el otro relato? SIEMPRE tengo un rollo de cinta americana encima en mi cuarto), y le até las piernas a las patas de la silla, para obligarla a mantenerlas abiertas.

Y la alarma del reloj sonó, marcando que habían pasado los 15 minutos.

  • Ya eres mía, pequeña – le dije mientras le vendaba los ojos usando una corbata de fiesta. Su respiración se aceleró al verse indefensa e incapaz de ver.

Esa noche yo estaba un poco cabrón, y decidí que antes que hacer que ella lo pasara bien, iba a disfrutar yo. De un cajón de la mesa, saqué un par de pinzas metálicas. Del mismo tipo que usé con Marie.

Masajeé y estiré un poco de un pezón antes de colocarla, y rápidamente repetí con el otro. Alicia gimió mordiéndose un labio. Yo seguí amasándole las tetas con fuerza. No paré de hacerlo hasta que ella dijo:

  • Josema, duele… quítalas.

Era lo que yo esperaba. Me bajé el pantalón, saqué mi miembro – que ya me dolía de estar tanto rato "en ristre" y encajonado– y se lo puse junto a la cara. La rubia se giró hacia el otro lado.

Me agaché a su espalda, cogí las pinzas y empecé a moverlas. Arriba, abajo, a los lados, estirando… A cada movimiento ella gemía y me pedía que parase.

  • Pararé de hacerlo cuando me supliques que te dé mi polla para que me le chupes.
  • ¡Eso no! – me pidió

Seguí torturándola con eso, hasta que no tuvo más remedio que rendirse.

  • Por favor Josema, por favor, déjame chupártela.
  • Así me gusta.

Le puse mi miembro rozando su mejilla. Justo antes de empezar a chupármela, me dijo:

  • Avísame antes de correrte.
  • Vale –le respondí- yo te aviso. Pero el trato es éste: Si no te tragas la leche, no te quito las pinzas.

Entonces le puse el pene junto a sus labios. Me hizo una mamada muy buena, entre lamidas, besos, y meterse todo el miembro en la boca. No creo que fuese la primera que hacía. Aunque, si nos ponemos a comparar, Marie lo hacía mucho mejor. Cuando iba a correrme, le avisé.

No le clavé la verga hasta la garganta. Me corrí en su boca, y creo recordar que yo hasta gruñía de gusto. Pero en cuando le destapé la boca, escupió a un lado toda la corrida. Era muy obsceno ver cómo le resbalaba la corrida desde su hombro izquierdo, pasando sobre su pecho, hasta llegar a las piernas.

Sin decirle nada, cogí la cinta americana y la amordacé. Se me ocurrió copiar algo que leí en un relato. Busqué mi MP3, le puse los auriculares, y aumenté el volumen. Al poco, Marea estaba cantando a toda pastilla en sus oídos, evitando que pudiese escuchar nada de lo que pasara en la habitación.

Tomé una foto de la escena. Por si lo estáis pensando, no quería utilizarla para chantajear a la francesa en el futuro. Soy un pervertido, sí, pero no un violador. Era una escena genial. La única ropa que le quedaba a la indefensa francesa era la chaquetilla, que colgaba de las ataduras de sus muñecas, y el top blanco que estaba a la altura de su ombligo. Alicia se revolvía contra las ataduras, haciendo que sus pechos, adornados con las pinzas, se bambolearan arriba y abajo cada vez que se movía. Se la oía gemir débilmente tras la mordaza. Pero, cuando yo estaba pensando qué más iba a hacerle, alguien llamó a la puerta.

Me sobresalté por el momento tan delicado en que llamaban y abrí un poco. Allí estaba Marie.

  • Marie, ¿No estabas con el chileno?
  • Ah bueno, el hombre no tenía mucho aguante. – me dijo guiñando el ojo
  • ¿Pero qué haces aquí? – le dije sorprendido-
  • Darle una sorpresa a una zorra. Con permiso.

Empujó un poco la puerta y abrió. Yo estaba tan sorprendido que no pude ni reaccionar a tiempo. Miró a Alicia, que seguía revolviéndose contra las ataduras.

  • Sabía que no me decepcionarías, Josema – dijo mientras se giraba para mirarme, sonriendo.
  • Marie, esto no puede estar bien

Pero no me hizo caso. Rodeó a Alicia, fue hasta el armario entreabierto, y de uno de los estantes sacó una pequeña cámara digital.

  • ¿Qué te dije, Josema? Una auténtica zorra.

No podía entender nada. Miramos la grabación, y ahí estaba todo. Cómo había atado, desnudado y abusado de la rubia, hasta el momento en que Marie llegaba y cogía la cámara. Era un video que, cortando la parte en que Alicia se sentaba voluntariamente sobre la silla, invitaba a pensar que yo la había violado y torturado.

  • Marie, ¿Qué está pasando?

Ella se acercó a Alicia, cogió la pinza que colgaba del pezón izquierdo de Alicia, y la movió, haciendo que la rubia se revolviera gimiendo de dolor.

  • ¿Quieres saber por qué tarde casi una hora y media en soltarme de tu juego, Josema?

Yo tenía los ojos como platos, y no respondí en seguida. El silencio quedó roto por los primeros acordes de la canción "Mutter" de Ramnstein.