Francesas de intercambio (1)

Cosas increíbles que le pasan a un estudiante de intercambio. Especialmente con unas chicas francesas

La historia que os voy a contar comienza hace unos pocos años, en el momento en que tuve oportunidad de ir como estudiante de intercambio a Santiago de Chile

Me llamo Jose Manuel, soy un chico español, que en aquel entonces tenía 22 años. Pelo largo, rizado y marrón, recogido normalmente en una coleta, y mis ojos también son marrones. Si bien nunca he sido un gran deportista, nunca he sido un hombre con un mal físico (lo cual espero que no cambie)

Mi llegada a Chile fue cuanto menos, complicada. Un viaje horrible, casi perdemos el equipaje, en nuestra primera residencia nos timaron de mala manera... vamos, un espectáculo. Pero no tardé en encontrarle el gusto a la Santiago: la gente que conocí, las fiestas (o Karretes como las llaman allí), el ambiente universitario, los andes... Al poco ya estaba muy bien adaptado.

En mi estancia, me relacioné especialmente con otros alumnos de intercambio que había en mi universidad. Tras una actividad de bienvenida organizada por nuestra universidad de acogida, salimos todos a tomar unas copas. Lo primero que cabe destacar es que, aunque había gente de todo el mundo, parecía que habíamos sufrido una pequeña invasión de estudiantes francesas.

Y todo el mundo sabe que el acento de una mujer francesa es muy sexy.

En aquella primera marcha, conocí a una chica que me encantó en seguida. Se llamaba Marie, y como no, era de las tierras galas. Pelo liso, negro azabache, ojos oscuros, y un cuerpo muy bonito. 19 años. Curiosamente, no era la chica más guapa del grupo, pero tenía algo. Un je ne se quá , que hacía que fuese extremadamente atractiva. Llamadlo carisma, feromonas, atractivo, o como os apetezca.

El caso es que nos traía a todos locos.

Había otra chica también, Alice, una mujer rubia con los ojos azules y un cuerpo de infarto. Pero su historia se entrelazará con la mía más adelante.

Sigamos con la historia de Marie. Tras varias veces de salir juntos, nos fuimos conociendo mejor, a la vez que conocíamos aspectos de Sudamérica que en Europa no conocemos bien.

Por ejemplo, que bailar reggetón es mucho más divertido de lo que habíamos imaginado.

Una noche, quedamos el grupo de siempre para ir a una discoteca. Marie se presentó con un vestido blanco, de una sola pieza. Era un traje perfectamente ajustado a su cuerpo, dejando los hombros al descubierto. El escote era perfecto, ni muy provocativo ni muy recatado, y la falda le llegaba a medio muslo, resaltando su precioso trasero, realzado por zapatos de tacón fino. Le sentaba genial.

El buen ambiente y el alcohol dentro de la disco ayudaron a que el ambiente fuese relajándose y caldeándose. No tardó el grupo en empezar a bailar. Las parejas fueron formándose, ya fuesen amigos, o algo más. Tampoco pasó demasiado tiempo antes de que Marie y yo estuviésemos bailando juntos. Aunque no podíamos hablar demasiado por culpa de la música, no hacían falta muchas palabras. Los gestos y las miradas de ella me indicaron que quería acabar en el mismo lugar que yo.

El house dio lugar a pachangueo, y éste dejó pasar al rey de latino américa: el Reggettón. Por supuesto que por aquel entonces ambos habíamos aprendido a bailarlo.

Ella movía la cadera y los hombros sensualmente al ritmo de los timbales, a la vez que se restregaba contra mí. Yo solamente la guiaba ligeramente, recorriendo sus costados y caderas con las manos. Me miró con cara de ir a lanzarse sobre mí en cualquier momento. Doblando las rodillas fuimos bajando al ritmo de la música, hasta casi quedarnos de cuclillas. Al volver a subir, una de mis manos se coló "inocentemente" debajo de su falda para posarse en su cadera.

Después de eso, Marie se giró y me besó. Todavía estuvimos bailando mucho tiempo, haciendo cada caricia un poco más atrevida que la anterior.

No estoy seguro de cuánto duraría, pero nunca me lo había pasado tan bien bailando.

Cuando nos cansamos, nos las apañamos para escabullirnos fuera de las atentas miradas de nuestros amigos, hasta un rincón apartado de la discoteca. Nos besamos con pasión. Yo trataba de meterle mano cada vez más, mientras ella me lo impedía delicadamente.

 Vamos a casa. - Me susurró al oído. - Que aquí hay demasiada gente.

Salimos juntos de allí, tomamos un taxi y bajamos frente a su casa. En cuanto subimos al ascensor, se lanzó a besarme con ansia, mientras yo deslizaba mi mano entre los pliegues de su falda. Cuando notó mis dedos jugando por colarse en su tanga, Marie me empujó ligeramente, sonriendo, como diciendo "todavía no". Entonces tuve una idea. Una pequeña locura que en otro momento no habría intentado... pero estaba demasiado caliente.

Con la mano que me quedaba libre, me las apañé para inmovilizarla, cogiendo sus muñecas por su espalda.

 Josema, ¿"pego" qué haces? - Me preguntó, entre sorprendida, asustada, y excitada.

 Dime que me harás caso, pequeña. - le respondí mientras deslizaba su tanga unos centímetros abajo.

 ¿qué dices?

Por supuesto que me había entendido, se notaba en su sonrisa pícara. Se estaba haciendo la tonta. Trató de librarse de mi presa sin éxito. Poco a poco acaricié su concha por encima, sin violencia, arrancándole ligeros gemidos de ansia. Metí poco a poco un dedo dentro de su cavidad, para acariciarla en las zonas más sensibles. Marie suspiró de gusto.

 Dime que me obedecerás en todo lo que te ordene esta noche, mi pequeña.

 Sssss.. ssssí... - El ascensor llegó a su piso y la puerta se abrió automáticamente.

 ¿Me harás caso en todo lo que te pida?¿Sea lo que sea?

 Sí Josema... sí. Esta noche soy tuya. - me dijo muy excitada, uniéndose al juego que acababa de improvisar.

La liberé de mi presa, aunque no dejé de meterle mano en todas partes, durante los cortos metros que nos separaban de su puerta. Una vez dentro, pensé en desnudarla y abusar de ella en el mismo recibidor. ¡Qué queréis! Pero ella me sorprendió preguntando:

 ¿Qué desea de su esclava, "señog"?

¡Sí que le gustaba el papel de sumisa!¡Eso había que aprovecharlo! La dejé frente al recibidor, y fui a sentarme cómodamente en un sofá que había allí. Aguardé unos segundos de tensa espera.

 Dime Marie, ¿estás caliente?

Ella asintió. Me miraba con cara de desafío, como retándome a ponerla a prueba.

 Bien. Pero antes de satisfacerte, tendrás que ganarte el derecho.

 Josema, "hagué" lo que sea – me dijo, con una voz tan sexy que hizo que me estremeciera. Tratando de mantener la compostura (y el papel) le respondí:

 Desnúdate. Quiero verte sólo con el tanga.

Sin mediar palabra, se acercó a mí, sonriente, provocativa. Giró 180 grados, dándome la espalda. Se bajó ambos tirantes del vestido, uno a uno, y empezó a deslizarlo poco a poco por su anatomía. A medida que bajaba, se agachó, dándome una panorámica perfecta de su culo, escasamente cubierto por el diminuto tanga azul verdoso.

Giró sobre sus tacones para encararme, tapando recatadamente sus pechos con una mano.

 Bien. Dime esclava, ¿tienes algo con lo que pueda atarte?

Asintiendo, recogió su bolso y de él sacó unas esposas con su llave. Se acercó a mí y me las entregó en la mano. Hizo todo esto sin descubrirse las tetas.

 Vaya, así que a la francesa le va el bondage, ¿eh?

 Sí, soy una "pegga pegvegtida" -dijo marcando su acento francés.

Me levanté para situarme detrás de ella. Retiré sus manos de los pechos, y le esposé las muñecas a su espalda, quedando así indefensa ante mí. Marie respiraba nerviosamente, una mezcla de temor y excitación.

Recorrí su cuerpo con las manos, comenzando por sus caderas, siguiendo por su cara, y finalizando en sus pechos. Los amasé y aplasté a mi antojo, ella no hacía más que gemir y quejarse débilmente cuando le hacía un poco de daño. Seguí bajando con una mano por el centro de su pecho, acariciando muy suavemente la piel de su vientre, antes de encontrarme con su tanga. Lo aparté a un lado y acaricié su raja directamente. Iba completamente depilada.

Marie tuvo el reflejo de doblarse hacia adelante cuando empecé a acariciar su entrepierna, y al hacerlo se encontró atrapada entre mis manos, y mi paquete que apretaba contra su trasero. Abrí sus labios, y la penetré con los dedos, mientras más y más gemidos escapaban por su boca. Estaba indefensa, atrapada ante mí.

Cuando me pareció que se acercaba al orgasmo, dejé de acariciarla.

 No.. no no no, "pog" "favog" Josema.... Sigue un poco más..

 No Marie. No tendrás un orgasmo hasta que yo lo diga.

 "Pog favog".... - me dijo medio implorando.

Hice que se pusiera de rodillas. Cuando se vio con la cara a la altura de mi entrepierna, comprendió qué es lo que quería. Restregó la cara contra la tela mi pantalón, para después desabrocharlo con la boca. Marie lamió mi aparato todavía cubierto por encima de la tela de mi ropa interior. Bajó los calzoncillos, y mi polla saltó como un resorte.

Rápidamente empezó a mamármela.

¡Madre mía, que francés! Alternaba rápidamente entre metérsela entera en la boca, lamer el tronco o el glande, y acariciarla suavemente con los dientes. Le puse la mano sobre la cabeza para acompañar sus movimientos a mi gusto. No tardé en acercarme al orgasmo. Ella lo notó, e intentó evitar que me corriera en su boca. No le permití hacerlo. La cogí por la cabeza con ambas manos y comencé bombear. Marie gimió como si le estuviesen dando arcadas, pero eso no me importaba.

Con un grito de gusto, me corrí en su boca y cara. La lefa le salió por las comisuras de sus labios, que torcía en un gesto de desagrado.

 Límpiala – le ordené señalando mi polla todavía manchada de semen y saliva.

Sinceramente, yo esperaba que no quisiera hacerlo, y así tener una excusa para castigarla. Pero sin dudarlo, empezó a lamer mi miembro ahora fláccido, hasta dejarlo completamente limpio y brillante.

Después me miró desde el suelo, como preguntando si lo había hecho bien.

 Lo has hecho muy bien Marie. Espérame aquí, voy a buscar algo.

 "Señog"....

Pero antes de que me dijera nada, me subí los pantalones y la dejé sola, mientras buscaba algo por la casa. No tardé en encontrarlo: entre sus apuntes de la universidad, encontré unas pinzas, de esas metálicas que se utilizan para sujetar papeles, y que aprietan como mil demonios. También encontré un poco de cinta americana.

Y casualmente, aquella noche llevaba, entre otras cosas, un pequeño rollo de cuerda muy fina. Ni siquiera recuerdo por qué la llevaba. Guardé ambas cosas en el bolsillo para que Marie no las viera.

Regresé y me agaché tras ella para empezar a sobar sus tetas. La tumbé en el suelo para poder larmer sus pezones, a la vez que los pellizcaba, retorcía, y hacía sufrir en algunos momentos. Mi esclava gemía y se quejaba, esa pequeña humillación de no poder defenderse le estaba encantando.

Tras unos quince minutos así, saqué, sin que ella lo notara, la primera pinza, y la coloqué en su pezón izquierdo. El repentino dolor la hizo gritar e intentar liberarse de mí. Le tapé la boca, y la observé sufrir unos instantes. Cuando comenzó a calmarse, le coloqué la pinza del pezón derecho, y la misma escena se repitió. Se retorcía contra las esposas y contra mí, pero no le destapé la boca hasta que se calmó.

 Amo "pog favog", duelen mucho...

 Cállate zorra. A tu amo le gusta verte sufriendo, así que silencio.

Le dije esto mientras ataba el fino cordel que llevaba a ambas pinzas, dejando un buen trozo colgando entre ambas. Me levanté, cogí el cordel ya atado por el centro.

 Vamos esclava, arriba.

Y, con ésta orden, estiré suavemente del cordel hacia arriba. Marie reaccionó muy rápido e intentó levantarse. Pero claro, hacer eso, estando tumbada, con las manos atadas a la espalda y alguien estirándote de los pezones, es bastante complicado.

Volví a estirar de la cuerda, esta vez más fuerte. Ella se quejó por el dolor, pero logró sentarse. Aumenté la intensidad con la que tiraba de la cuerda, hasta que la chica francesa consiguió ponerse en pie. Visto desde fuera, habría parecido como si yo la levantara a pulso usando la cuerda.

Ya en pie, ella jadeaba. Dando ligeros y desagradables tirones a la cuerda, la guié hasta su cuarto. Las cosas no podían ir mejor, ya que tenía una cama con cabecera de metal. La hice tumbarse en la cama, para así esposarla por las manos a una barra de la cabecera. Rebusqué un poco en varios cajones, hasta que encontré unas medias, que usé para atarla por los tobillos a las esquinas de los pies de la cama. Marie quedó formando una perfecta Y con las piernas.

Me senté a su lado y le apreté con fuerza una teta. Ella se quejó.

 Dime zorrita, con lo pervertida que eres, seguro que tienes por aquí algún juguete más. ¿Verdad?

 Sí.... sí.... -dijo entre quejidos

 ¿Y donde lo tienes?

 En el "agmagio", debajo de la caja...

Fui a donde me indicaba y busqué, hasta que encontré su juguete. Era un consolador metalico, vibratorio, no demasiado grueso, aunque sí bastante largo. Lo dejé apoyado entre las martirizadas tetas de Marie. Ella miró el aparato con una mezcla de excitación y preocupación. Saqué la cinta americana y la amordacé. Sobre el pecho de ella empecé a probar las distintas marchas del aparato. Encontré una que me gustó: se activaba con fuerza durante dos segundos, y luego se desconectaba otros dos, cíclicamente.

Llevé el pene metálico a su rajita, y lo activé mientras acariciaba su clítoris con él. Marie se encogió de placer, tratando de gemir tras su mordaza. Tras unos segundos, su tanga ya estaba empapado. Lo eché a un lado para dirigir el aparato directamente a su cueva. Lo introduje muy despacio. Ella respiraba profundamente, gimiendo en cada expiración, hasta que toda la longitud del consolador estuvo en su interior.

La escena era digna de la mejor película S&M del mercado. Una chica preciosa, atada de pies y manos formando una Y, amordazada, con pinzas en las tetas, revolviéndose a cada oleada de placer que le mandaba el largo consolador que le sobresalía del coño, escasamente cubierto por un diminuto tanga. Cogí mi cámara de fotos y tomé unas cuantas. No se si no se dio cuenta, o se hizo la desentendida, pero no reaccionó ante el flash de la cámara.

La dejé así para ir al baño. Cogí una toalla pequeña y la mojé completamente. No tenía ninguna fusta a mano, y había que improvisar. La enrollé y probé de lanzar un latigazo al aire, que resonó en el silencio del baño. Supongo que en ese momento se me dibujaría una sonrisa macabra.

En la habitación, Marie me vio llegar con la toalla en la mano. Cuando observó cómo la enrollaba para usarla como improvisada fusta, abrió mucho los ojos y trató de librarse de sus ataduras.

 Vamos pequeña, este es mi placer esta noche. Después de ésto, tú obtendrás tu premio.

Ella gimió débilmente, negando con la cabeza, aunque dejó de luchar, ya resignada. Para asustarla, pegué un par de latigazos al aire, y otro par sobre la cama a escasos centímetros de su piel. Mi esclava gemía, no se si por los nervios o por acción del consolador en su coño. O puede que de ambos.

El primer fustazo cayó sobre el lado izquierdo de su cintura. ¡PLAS! Ella gritó y se revolvió. Cerrando los ojos con fuerza. La azoté unas cuantas veces en la cintura, y luego comencé a subir muy despacio. Marie se quejaba al principio, pero al poco estaba gimiendo, parecía que le gustaba eso.

Cuando la azoté justo debajo de sus tetas, me detuve unos instantes. Ella me miró, con una lágrima saliéndole de un ojo. Recogí la cuerda que todavía colgaba de las pinzas, y la estiré hacia el cabezal de la cama. Con un trozo de cinta americana, la enganché a éste, dejando sus pezones tirando de las pinzas, y sus tetas levantadas y apuntando al techo. Marie al comprender cómo estaba soltó un gemidito, como tratando de decirme algo.

Enrollé la toalla, y sin aviso, descargué el primer golpe contra su teta. La francesa chilló tras la mordaza. Descargué otro contra el otro pecho, la chica gimió con mucha fuerza y arqueó la espalda hacia adelante. Un tercer golpe contra el mismo objetivo, y de pronto ella comenzó a convulsionar y a gemir, víctima de un orgasmo que duró mucho tiempo. No dejé de golpearla por todo su cuerpo: desde los pechos hasta los muslos. A cada golpe, ella reaccionaba levantando la zona azotada, como pidiéndome más.

Unas decenas de "toallazos" más tarde, estaba agotado. Marie soltaba ruiditos tras su mordaza, jadeando profundamente. Apagué el consolador que aún se movía dentro de su rajita. Me acerqué a su cara y la besé, antes de quitarle de un tirón la cinta americana de la boca.

 Bueno pequeña esclava, todavía tengo pensadas varias cosas para tí, pero ahora te has ganado el derecho a pedirme algo.

 "Pog favog" Josema, estoy cansada... - me repondió lentamente.

 Eso no te lo voy a dar, todavía pienso disfrutar de ti, y hacértelo pasar bien. Pide otra cosa.

Guardó unos segundos de silencio, pensativa. Le hice cosquillas en un costado, y al moverse involuntariamente la cuerda que mantenía las pinzas tirantes se estiró.

 Mis tetas.... Quítame las pinzas "pog favog".

 Bien.

Tras amasar un poco sus pechos, le quité ambas pinzas, para después lamer sus pezones. Marie se mordía el labio para no hacer demasiado ruido, mientras la circulación le volvía a la punta de sus senos.

Saqué el vibrador de su rajita. Lo que iba a hacer a ella no le iba a gustar pero... No podía resistirme. Dirigí el consolador, ya lubricado por los jugos de la francesa, hacia sus nalgas, para metérselo por detrás. Al notarlo, ella dio un respingo.

 ¡No, no..!

 Calla Marie, o te vuelvo a amordazar.

Volvió a morderse los labios para no hacer mucho ruido. Poco a poco colé el aparato entre sus nalgas, hasta apoyarlo en su diminuto agujero. Con mucha calma fui deslizándolo dentro de ella. Marie levantó su culo de la cama, como queriendo ayudarme en la tarea, mientras soltaba pequeños grititos. Cuando hubo entrado toda la punta, esperé unos minutos a que ella se acostumbrara. Entonces metí el resto del consolador de un sólo golpe.

Marie soltó un agudo grito. Sin darle tregua comencé a meter y sacar el aparato de su culo rápidamente, follándola con aquel pene artificial. Ella no paraba de moverse y gemir en su indefensión.

Yo ya estaba listo hacía rato para las andadas, y no pude más. Activé el aparato a la vibración que me pareció más intensa, desaté las medias que ataban las piernas de la francesa, y, después de desnudarme, me enfundé con preservativo. Arranqué de un tirón el tanga que llevaba y subí sobre ella, dispuesto a empalarla. Me miró a los ojos con pasión, y me abrazó la cadera con sus piernas ya liberadas.

De un único empujón se la clavé hasta el fondo de su raja. Un agudo gemido femenino acompañó mi propio gruñido de placer, a la vez que Marie ponía los ojos en blanco. Su interior era suave como el cielo, y caliente como el infierno. La bombeé con ganas, rápidamente, besándola con saña en los labios. Con un gesto de su cabeza me indicó que quería ponerse encima. Abrí las esposas que la ataban a la cama, y volví a encadenarla, esta vez sólo con las manos delante suyo. Nos dimos la vuelta y yo me puse debajo. Apoyó sus manos esposadas en mi pecho y empezó ella misma a clavarse mi polla hasta el fondo, gimiendo de excitación. Apretujé sus pechos. Ella me arañó el pecho.

Aguanté todo lo que pude en esa posición, hasta que ambos explotamos en un frenesí sexual. Me corrí como nunca antes lo había hecho, y ella alcanzó el orgasmo en el mismo momento. Ambos gemimos y gruñimos, víctimas de espasmos de placer.

Marie se dejó caer pesadamente sobre la cama, y yo la liberé de las esposas. Nos abrazamos sonrientes, y nos besamos con cariño.

 Bueno amo, has "loggado domag" a esta "zogga".

 Sí pequeña. Y tú por hoy te has ganado un descanso.

Nos besamos unos minutos más, antes de caer ambos dormidos.

Al día siguiente despertamos abrazados. Ella no tardó en notar mi miembro erecto (cosa que a la mayoría de hombres les pasa por la mañana, independientemente de la compañía que tengan), así que aprovechamos la ocasión para volver a follar.

Ya vestidos, y a punto de marcharme a mi casa, ella me preguntó:

 ¿No "quiege" el amo "dejag" a su "pegga" a prueba?

Me dijo ésto sensualmente, agachándose ligeramente para darme una amplia panorámica de su escote. Sonrientemente pervertido, se me ocurrió en seguida la prueba. La llevé hasta su cuarto, le esposé las manos a la espalda, y la desnudé de cintura para arriba. Después de sobarle las tetas, le coloqué una única pinza en su pezón derecho. Até un extremo del cordel a la pinza, y el otro a una argolla de la pared, de las que se usan para colgar cuadros. Estaba demasiado alta como para que ella pudiese desatarla con los dientes, o sentarse en el suelo.

Cogí el consolador de la mesilla, lo puse a la máxima velocidad, lo metí de un solo empujón en su raja, y lo aguanté con su propio tanga para que no cayera.

Saqué la llave de las esposas y se la enseñé. Me alejé unos pasos y la coloqué en el suelo, a una distancia que el cordel no la dejaría llegar. Volví hacia Marie, y mientras le metía mano por todo le dije:

 Tu prueba es sencilla. Para liberarte deberás ser valiente y tirar de la pinza hasta que ésta se suelte.

 "Pego" amo... -empezó ella. No creo que esperara este tipo de prueba desde luego.

 Es una pequeña prueba de valor chiquilla. Mañana cuando nos veamos, quiero que me digas cuándo tiempo has tardado en liberarte.

La perversión, la excitación fueron demasiados, y unidos al vibrador hicieron que la francesa alcanzara un orgasmo en ese momento. Me alejé de ella, y la miré una última vez, jadeante, de pie frente a la pared de la que estaba atada por su pezón.

Antes de irme, dejé su móvil en una mesilla, dentro de su alcance, con mi número ya marcado. Por si tenía problemas pudiese llamarme con sólo darle al botón "descolgar".

Cerré la puerta y volví a casa, todavía sin creerme muy bien lo afortunado que había llegado a ser aquella noche.

Varias horas más tarde recibí un mensaje. Era de Marie.

El mensaje decía:

"1 hora y 23 minutos".

Espero sinceramente que os halla agradado mi relato. Espero vuestros comentarios y críticas. Un saludo

Alstier