Fran y su hermano mayor.

Continuación de la saga "Zapas amarillas", en la que Fran rememora cuando su hermano le afeitó los cojones y el ano antes de follarlo.

FRAN Y SU HERMANO EDUARDO

“Una historia de amor”

Tercera entrega de “Zapas amarillas”.

Aquel hombre me tenía loco de deseo. En aquel momento salía del mar: la piel bronceada brillaba a causa del agua y el sol. El vello mojado de su cuerpo parecía que se había cubierto con una malla y el slip de estampado  multicolor apretaba sus caderas haciendo patente sus maravillosos atributos.

Mi sexo brincó ante tal derroche de virilidad y belleza. Se acercó a mi y se tumbó en la toalla. Yo no le quitaba el ojo de encima. Me gustaba a rabiar. Me miró de reojo y me sonrió –dientes blancos sobre piel morena, labios oscuros perfilados por su poblada barba. Se incorporó y me besó los labios.

¿Vamos a las rocas?- Me dijo

No le respondí, solo me levanté, me cubrí con la toalla a modo de pareo para ocultar mi empalme. Cogí la mochila con nuestra ropa, le tendí la mano para ayudarle, se levantó , se cubrió como yo y fuimos hacia nuestro lugar conocido y desierto para poder follar a gusto.

Según avanzaba delante de mí, recordé escenas como flashes haciendo el amor, follando, con el hombre que ahora miraba con admiración: Eduardo, mi hermano mayor. Me detuve en un pensamiento, un recuerdo.

“Te voy a afeitar los huevazos que tienes, porque no paro de quitarme pelos de la boca… y también te los voy a afeitar del culo…tu culito… así podré comértelo y lamerlo a gusto”.

Aquello me excitó como siempre que nombraba mi culo, parecía que tenía un resorte que el sólo pensar en la penetración que iba a recibir se contraía y se relajaba pidiendo saciarse.

Sujetaba mi pollón y lo manejaba como si fuera las marchas de un auto, mientras las tijeras recortaban el vello pubital hasta dejarlo del largo como a él le gustaba.  Me cubrió los cojones de crema, me afeitó los huevos con delicadeza y la base del falo en el que crecían algunos pelos rebeldes y rampantes que trepaban por el tronco. Seguía manejando mi palanca y me empalmé como un toro. Luego me pidió que me pusiera a cuatro patas, me embadurnó el perineo y el ano y me los afeitó también. Cuando terminó, me lavó con agua templada y me masajeó con after shave. Al principio me escoció pero luego sentí como me ardían los testículos y el culo y aquello me excitó más aún. Sentí como su espesa barba acariciaba mis huevos y jugaba con mi escroto, lamiéndolo y mordiéndolo, cómo su barba se acomodaba en mi culo y cómo abría mis nalgas para lamer mi ojete con más comodidad. La lengua me humedecía el ano y este se abría para dejarla paso.  Mis años de puto pasivo habían hecho que mi entrada estuviera lista en cualquier momento. Jugueteó con mi agujerito.  me abría los cachetes y me escupía en el centro para luego meter los dedos… dos… tres… cuatro jugaban en mi interior, los abría y cerraba para dilatar mi ya sensible culo y luego… luego su maravilloso, gordo, húmedo y carnoso capullo hacía su aparición y me torturaba jugando con los labios de mi ano sin penetrarme, mientras yo suspiraba y gemía como una perra en celo hasta que le gritaba que me follara que me preñara con su leche y lo hacía… vaya si lo hacía. Me atravesaba con su pollón, que entraba sin dificultad y yo bufaba y gritaba de placer… “dale, joder…dale marcha… se un macho…semental de mierda…” y me follaba a su ritmo y yo notaba sus entradas y salidas y me revolcaba de placer hasta que se derramaba y me llenaba con su leche y sus huevos quedaban vacíos. Sólo entonces esperaba mi ansiado orgasmo. Su polla se iba encogiendo y saliendo de su guarida poco a poco hasta que su tapón, que era su glande, sacaba la cabeza de la madriguera. Ese era el momento exacto que esperaba. Esa última dilatación de mi ano y luego notar su salida acompañada de su semen hacía que yo estallara y me corriera con gemidos y gruñidos hasta que se me secaban los cojones.

Extendimos las toallas sobre la roca y nos quitamos los bañadores. Nos miramos complacidos y nos acercamos. Nuestros primeros picos y lamidas acabaron en un morreo en el que gustamos de nuestros sabores y de la humedad de la saliva, nuestras barbas se abrazaban mientras nos mordíamos los labios y nos los lamíamos. El vello de nuestros cuerpos se enredaban y los pezones erectos se entrechocaban, nos agarramos del culo y nos apretamos para que nuestros rudos sexos se unieran y se abrazaran, para que nuestros cojones se juntaran como si quisiéramos unir nuestros cuerpos en uno solo.

Me tumbó en el suelo, me agarró las piernas y me las abrió para dejar mi flor ya abierta y sensible al aire.

“No puedo aguantar más hermanito… te voy a follar… me tienes loco perdido y te voy a perforar…”.

Cogió el frasco del bronceador soltó un buen chorro en el centro de mi placer y se lubricó el cipote. Abrí más las piernas para dejar paso al instrumento con el que iba a gozar. Mi culo respondió a la llamada del cuerno de mi hermano y se abrió  para dejarle paso. Se colocó, me masajeó el ano con su capullo y me introdujo toda su pija lentamente pero de una sola vez. Entró y entró hasta que los pelos de su sexo tocaron mis huevos. El placer que sentí no tenía límites y Eduardo lo vio reflejado en mi cara, en mis ojos. Era todo suyo y lo sabía, sabía que mi pasividad con él era incondicional, lo sabía y me hizo suyo otra vez, me levantó los brazos para lamer el vello de mis sobacos, me mordió los pezones y tiró de ellos hasta que gemí de dolor y goce, me mordió los labios hasta casi hacerlos sangrar y la lengua para que me estremeciera y mientras me follaba como el macho que era, la virilidad encarnada en un hombre que era mío. Fue una follada en toda regla y nos corrimos como los animales que en aquellos momentos éramos.

Caímos exhaustos el uno junto al otro. Al cabo de un rato me propuso bañarnos y lo hicimos en las cristalinas aguas de la costa ibicenca.

Nos estábamos bañando cuando vimos que se acercaban dos hombres. Nos saludaron y se presentaron. Eran el Johnny e Iker.

“No hemos podido quitar la vista de vosotros mientras follabais, creíamos que erais gemelos, pero ahora vemos que no”. Se fueron desnudando, se quitaron las camisetas y las bermudas llenas de bolsillos. Johnny se bajó los pantalones a  la vez que el bañador y mostró su figura delgada y fibrosa. Una polla de piel clara surgía de su mata de vello castaño. Estaba bien dotado dentro de la normalidad. El vello de sus piernas trepaba por sus nalgas hasta parecer que llevaba pantis. Llevaba el pelo rapado que hacía que sus ojos claros cobraran protagonismo. No estaba nada mal.

Iker, sin embargo, era más bajo y fuerte, velludo y de piel oscura, ojos negros y profundos y unos labios carnosos también oscuros. Se había dejado puesto el slip negro donde destacaban unos generosos atributos masculinos y  un culo perfecto culo redondo y duro. Más tarde se quitó el speedo y pudimos ver sus huevazos peludos y un pollón corto pero ciertamente grueso. Se lo miré y me excite pensando en cómo me entraría y me calmaría semejante artefacto.

Se sentaron con nosotros, charlamos y nos bañamos durante toda la tarde. Eran encantadores. Johnny era motero y le gustaba ir de ello con la parafernalia de cueros, piercing etc. Tenía una estación de servicio en Aragón con taller, bar y un pequeño hotel de cuatro habitaciones (después lo conocí a fondo, pero esa es otra historia). Iker tenía una granja escuela ecológica cerca de la estación de servicio. Había adquirido ese color moreno de campo y esa rudeza campesina, pero sus ojos habían conservado esa mirada profunda y generosa.

Después de cenar fuimos a tomar unas copas y allí nos dijeron claramente que querían follar con nosotros. Eduardo se negó ha hacerlo entre cuatro y le dijo a Johnny que se lo montaría con él con mucho gusto. Yo estaba encantado porque al fin sentiría cómo aquel pedazo de carne que llevaba Iker entre sus piernas entraría en mí, y así fue.

Nada más entrar en su habitación me arrinconó y me morreó con ansia. Su lengua me  lamía y entraba en mi boca que la recibía con lujuria. Los sexos se despertaron y se palparon. Iker sirvió dos generosos whiskies y les dimos un trago. Se quitó la camiseta negra de tirantes y se acercó a mi. Apretó su cuerpo al mío y yo bajé la mano para acariciar lo que escondía la bragueta y lo que encontré me agradó. Su pollón había entrado en erección. Le desabroché el pantalón y le acaricie los huevos a través del bañador, fui palpando su herramienta hasta llegar al capullo  y lo acaricié, luego tiré de la cinta para deshacer la lazada y metí la mano por el slip para acariciar el vello espeso que lo cubría y bajaba hasta llegar a sus peludos y grandes cojones. Me entretuve acariciándolos y apretándolos. Llevé mi mano lentamente por su verga gorda y dura y recalé en su glande, que lo encontré muy húmedo, bajé hacia él le bajé el bañador, mi lengua recorrió el falo suave, oscuro y venoso y saboreé su líquido que manaba de su  capullo gordo y perfecto con el que me iba a perforar y con la punta de la lengua comencé a lamerle el comienzo de la fuente, la carne y el frenillo, me metí como pude su fruto en la boca y le mamé un rato mientras notaba cómo chorros de preseminal entraban en mi boca. Le ordeñé el caño hasta que otro chorro de líquido se derramó, mojé la yema de mi pulgar, me incorporé y con la intención de un miura, me lo extendí por los labios. Iker sabía lo que quería y me lamió los labios y la lengua para probar su sabor.

Bebió otro trago de alcohol y me lo derramó dentro de la boca. Una parte entró por la garganta pero otra parte se derramó entre mi barba hasta el pecho. Iker me lamió el cuello y el pecho sorbiendo el líquido derramado. Me mordió un pezón y me estremecí.

Me desabrochó el pantalón y me lo bajó a la vez que el bañador, dejando que mi polla se arqueara hacia el cielo y mis huevos balancearan, me los acarició, y su lengua llegó hasta la punta de mi tranca que se la metió en la boca. Sus dedos comenzaron a buscar mi entrada hasta que la encontró y la acarició. No sabía lo que hacía. Había despertado a mi incontinencia anal y di un gemido de placer. Al notar cómo me gustaba, siguió jugando y metiendo más dedos mientras lograba más dilatación.

Me dio la vuelta y abrió mi culo para poder lamerlo a gusto. Sentía como su lengua recorría mi ano a lo largo, como la punta húmeda me acariciaba la entrada, mientras esta se abría y cerraba. Abría el culo, lamía, acariciaba, invadía con sus dedos… y yo gemía, suspiraba y me inquietaba de ganas de ser perforado por el taladro que había mamado hacía un momento.

Me lubricó, se enfundó y se lubricó con cantidad de gel. Yo esperaba con ansia que me rompiera el culo… yo y mi ano impaciente. Me dio cachetadas con su porra, puso su trabuco en el centro y empujó. Su glande entró como un plug y yo gemí de placer al notar cómo me dilataba la entrada para luego cerrarse a su alrededor y notar que iba entrando poco a poco. Me inclinaba y abría las piernas. Iker me abría el culo y su polla entró entera. Me abrazó, me sobó los pezones y comenzó la follada. Por el grosor, hacía tiempo que no sentía tan bien el masaje que me daba al entrar y salir. Su respiración ronca en mi oído, mis gemidos al cielo, sus manos como tenazas en mis genitales  y mi ano como boca hambrienta comiendo su gordo falo.

La corrida fue histórica, sus gruñidos, su tensión muscular, el temblequeo de sus piernas, sus dientes clavados en mi cuello, y su polla en erupción una y otra vez hinchándose cada vez que estallaba y provocándome una corrida total que desde hacía tiempo no tenía. Una corrida salvaje.

Ya en la cama, bebiendo y fumando me dijo que teníamos que repetir, yo le dije que teníamos toda la noche para lo que quisiéramos.

Me contó su historia con Johnny.