Fran y Ana

¿Qué es mejor hablar o callar?

CAPÍTULO 1- ANA

La tarde pasaba lenta.

Era la segunda vez en lo que iba de semana que Fran me llamaba para decirme que se retrasaría.

Esta vez me cogió desprevenida. Cierto era que estaban muy atareados en el trabajo por la proximidad de las fiestas Navideñas, pero también era verdad que, en los tres años que llevábamos casados, nunca había hecho más de una hora extra algún día esporádico. Era extraño que, después de quedarse el Miércoles, también tuviera que hacer horas el Viernes. ¡Con lo que a él le gusta salir pronto ese día en concreto!.

Me duché y esperé, sentada en el sofá, a que Fran regresara del trabajo. La rutina diaria se hace más amena cuando tu pareja está contigo. Pasaba los canales de la televisión sin acoplarme ninguno.

Este ritual es infinitamente más divertido si tu marido está  sentado al lado esperando a que dejes algún canal: “Ese está bien” y yo cambio. “Espera, a ver este canal”, y yo lo paso. Hasta que se cabrea conmigo y me dice: “¿tienes pensado dejar algo o vemos 50 canales al mismo tiempo?”. Y yo río al ver su cara de cabreo al pasarle el mando a distancia y decirle con desgana: “pon lo que quieras que a mi me da igual”.

Chorradas de pareja, ya lo se. Pero esos detalles tontos son los que te unen.

Y es que Fran y yo estábamos muy unidos. Tanto que en los tres años de matrimonio, nunca habíamos dormido separados. Ni un solo día habíamos dormido lejos el uno del otro. Me gustaba despertar a media noche y alargar la mano hasta donde él estaba, sentir su calor corporal y continuar durmiendo. Me transmitía serenidad saber que estaba junto a mí.

No penséis que todo eran risas y diversión, no. También discutíamos, mucho. Pero las riñas duraban lo que tardábamos en irnos a la cama. A dormir, eso si, que no estaba el horno para bollos.

Fran era un hombre tierno y sensible. No le preocupaba llorar si la ocasión lo requería (ojo, que no es que estuviera todo el día llorando, sólo si algo le afectaba). Pero también era un hombre decidido, sabía lo que quería y lo que costaba conseguirlo, y eso, es lo que más me gustaba de él.

Recuerdo el día que nos conocimos.

Aquella noche quedé con mis amigas para cenar y luego acudir juntas a una zona de pubs.

Una de mis mejores amigas tenía un medio novio, o un rollete, que era amigo de Fran. Teníamos veinte años y las hormonas revolucionadas.

Al llegar al primer pub empezamos a bailar como descosidas. A mí no me gustaba salir mucho de fiesta, pero mis amigas me arrastraban todos los Sábados para divertirnos en horario nocturno.

Yo, con un carácter tímido e introvertido, solía ser discreta e intentaba no llamar mucho la atención. Bailaba con mis amigas mientras miraba a todos lados sintiéndome observada en cada momento. Creía que todo el mundo se fijaba en mi forma torpe de bailar y en como hacíamos el ridículo mis amigas y yo.

Nada más lejos de la realidad. Imaginaos un grupo de diez u once chicas de veinte años , arregladas, desinhibidas y con ganas de divertirse. Debíamos ser el centro de atención de todos los chicos que buscaran marcha.

Y entre esos chicos se encontraba Marc. Un chico que conocía de la pista de patinaje sobre hielo al que solía ir años atrás.

Marc era la persona encargada de controlar a la gente en la pista. Vigilaba que todo el mundo patinara en el mismo sentido y que nadie hiciera locuras ni fuera demasiado deprisa. Era mayor que yo, calculo que dos o tres años, y me gustaba muchísimo. Aunque Marc era un tipo flacucho y desgarbado, su seguridad al hablar con nosotras (imagino que sería por la diferencia de edad), hacía que se me cayeran las bragas cada vez que estaba junto a él. Era mi amor platónico.

Marc se acercó hacia nuestro grupo y comenzó a hablar con nosotras. Hacía algo más de un año que ya no íbamos a patinar y, por tanto, que no lo veía.

Había cambiado un poco. Parecía algo más fuerte y grande y se había cortado la melena lisa que tenía, dando paso a un pelo engominado de esos que van peinados y despeinados al mismo tiempo.

Mi corazón parecía desbocado. Ahí estaba, el chico que me gustaba hablando con nosotras. Aunque en realidad a mí sólo me dio dos besos y poco más. Mi timidez me impedía hablar con él y, ante la imposibilidad de decirle nada, mi amiga Carmen fue la que lo acaparó todo el rato que estuvo allí.

Unos minutos permaneció con nosotras donde nuestras miradas se cruzaron varias veces, pero ninguna palabra salió de mi boca. Cuando se marchó le pregunté a Carmen que habían hablado.

-          Me ha preguntado por ti, Ana. Dice que te ve cambiada. Que estás muy guapa.

Las palabras de mi amiga me llevaron al cielo. Estaba flotando al saber que mi amor platónico me veía guapa. Estaba muy contenta y triste a la vez. Mi timidez me impedía hablar con él y seguramente poder llegar a algo más.

Pasé un rato pensando en lo tonta que era y en que podría haber sido más decidida.

Estaba en mi mundo hasta que Trini me sacó de mi estado de felicidad.

Trini era la amiga que tenía un novio que era amigo de Fran. ¡Uff, que lio!

-          Ana ven, que te quiero presentar a un amigo de Abel.

A mi, en ese momento, me daba igual a quién me presentara. No me hubiera cambiado el estado de ánimo ni el ver a Kirk Cameron en persona.

-          Este es…. ¿cómo te llamas?.

-          Soy Fran.

-          ¡A si! Este es Fran. Y ella es Ana.

Ante mí estaba Fran, un chico gordito y sin nada a destacar en él físicamente. Le di dos besos de compromiso pero lo que yo quería era alejarme de allí e intentar encontrar a Marc para ver si me decía algo.

Trini seguía insistiéndome en que hablara con Fran mientras ella se separó con su pareja dos metros y empezaron a meterse mano. Fran no paraba de preguntarme si nos conocíamos. Decía que le sonaba mi cara y yo, por mucho que me esforzaba (que en verdad era bien poco), no lograba averiguar de que me conocía. Era una situación surrealista; él queriendo hablar conmigo, yo queriendo ver a Marc y mi amiga, a mi lado prácticamente, comiéndole la boca a su chico. Quería escapar y entré en el pub donde estaban el resto de mis amigas para salir de esa encerrona.

Ya llevaba un buen rato en el pub con mis amigas bailando, cuando entró Trini con Fran y sus amigos. Yo no quise ni mirar, pero Fran si me vio. Se puso a mi lado y empezó a bailar. Mal, por cierto.

Sus brazos iban descoordinados con sus piernas, y su tronco apenas se movía. Era gracioso verle bailar, le ponía todo su empeño pero, el pobre tenía poca gracia.

-          ¿No te importa hacer el ridículo?- le dije a Fran.

-          ¡Claro que me importa!, pero mira a tu alrededor. ¿Alguien se fija en mí?. Todos están a lo suyo y yo también.

Su reflexión me pareció acertadísima. Nuca me había parado a pensar que todos bailábamos mal. Mi vergüenza no me dejaba ver más allá de mi ridículo.

Por una vez, me dejé llevar y bailé con Fran sin preocuparme del resto de personas. Me estaba divirtiendo y me reía mucho con las tonterías que se le ocurrían a Fran.

Pero ya era hora de irnos y, como la cenicienta, debía volver a mi casa.

Mi amiga Trini se acercó a Fran y le dijo algo al oído. Él torció el gesto y  vino directo a mí. Creía que se lanzaría y me daría un beso.

¡Que vergüenza, Dios!

Se acercó decidido y, cuando estuvo a tres centímetros de mi cara, dirigió su boca a mi oído y me dijo gritando debido a los altos decibelios de la música del local.

-          ¿Me das tu número?

Y ahora viene algo totalmente ilógico.

Aún diciéndole que sí, no se lo di.  Ni él lo volvió a pedir.

Una vez en casa, tumbada en la cama, pensé en esa noche. Pensé en Marc y en lo que había dicho de mí. Pensé en lo tonta que fui al no ir a hablar con él. La puñetera timidez me estaba llevando al convento.

En quién no pensé fue en Fran. Ni esa noche ni durante las dos semanas siguientes, hasta que una noche de fiesta estaba con Trini y Abel.

-          Este es el número de Fran, llámale.- me insistió Abel.- Es un buen tío.

Registré su número en la agenda de mi teléfono pero no le llamaría. Sólo lo hice para que ese chico me dejara tranquila y no me dijera nada más.

Pero esa noche si pensé en Fran. Bueno no en él exactamente, sino en que tendría que quitarme esta timidez que me mantenía alejado de todo hombre que se acercaba a mí. Con mis veinte primaveras aún no había tenido novio ni nada parecido.

Patético, ya lo sé. Pero yo era así.

A la mañana siguiente decidí echar el resto y llamé a Fran.

Un tono, dos tonos… y colgué.

¿Qué le iba a decir? ¡Que vergüenza, por Dios!

Pasaron unos minutos mientras decidía que hacer, hasta que se me ocurrió mandarle un mensaje.

Era lo mejor. Decía lo que yo quería sin tener que hablar y podía meditar la respuesta cuando me contestara.

“ Hola. Soy Ana, la amiga de Trini, la novia de Abel.”

Sin más. Corto, conciso y sin arriesgar. Algo que no me comprometiera.

Esperé, atenta a mi teléfono, la respuesta de Fran, pero tras una hora, esta no llegó. Mi orgullo estaba herido. Por una vez había arriesgado (no mucho, la verdad) y me había dado una bofetada la realidad, ¿quién querría estar conmigo?. Volvía a mi vida tranquila y sin sobresaltos amorosos, eso era lo mejor.

Tiruriiii, tiruriiii.

Un mensaje de Fran. Ya no lo esperaba.

“¿Qué tal Ana? No esperaba el mensaje.”

Desde ese momento comenzamos una conversación que terminó en una cita donde pude comprobar que Fran era un buen chico y muy amable. Me trató con respeto y llevando siempre la iniciativa, que era lo que yo necesitaba.

Y esa cita se convirtió en otra y después de cuatro meses me animé a perder la virginidad, con casi veintiún años.

Esa tarde fuimos a su casa. Tenía un piso de soltero, pequeño pero muy acogedor. Ya había estado varias veces cenando, pero nunca hicimos nada más que darnos buenos restregones y unos besos que se nos cortaban los labios. Fran nunca me pidió ir a más. Y yo lo agradecí porque no estaba preparada.

Nuestro plan era ver una película, pero yo tenía pensado llegar hasta el final.

Empezamos a besarnos y yo fui bajando las manos hasta su bragueta. Le desabroché el pantalón y saqué su pene, ya erecto y muy duro. Lo pajeé de forma tosca y él me desabrochó el pantalón y me lo quitó también.

Fran se arrodilló entre mis piernas y empezó a lamerme la vagina de arriba abajo, como un perrillo. La sensación era indescriptible. Cada lametón de Fran era una descarga eléctrica en mi interior. Un calor me recorría todo el cuerpo y se alojaba en mi útero.

No quise esperar más. Llame a Fran y le dije:

-          Hoy si Fran. Vamos a hacerlo.

Fran me miró sorprendido y me dijo:

-          ¿Estás segura? No me importa esperar.

-          No quiero esperar más. Tiene que ser hoy.

Fran sonrió y me llevo a su dormitorio, me tumbó en la cama y terminó de desnudarnos. Sacó un preservativo de la mesita de noche y se lo colocó con maestría. Se posicionó encima mío y, con sumo cuidado, fue introduciéndose dentro de mí.

Era una sensación incómoda. No me dolió mucho, tan sólo fue un pequeño pellizco que duró poco rato. En breve ya estaba disfrutando del placer que me brindaba Fran. Fue muy delicado y suave conmigo y, si no fuera por un poco de sangre que salió, Fran hubiera pensado que no era virgen.

Pasado ese primer momento de angustia, el placer apareció en mi vulva. Los delicados vaivenes de Fran me hacían sentir cosquillas en la parte baja de mi estómago. Mi mano, inconscientemente, bajó hasta mi mojado coño y se situó en el clítoris. Os juro que nunca antes me había masturbado, pero esa vez empecé un suave repaso a mi abultado botón.

Tras cinco o seis roces, un orgasmo me ganó la partida. Era mi primer orgasmo y noté como los ojos se me cerraban y las piernas me pesaban. Fran no paró de penetrarme, alargando así mi placer.

Al terminar de convulsionar, un sueño profundo se apoderó de mí. Quería corresponder al trato de mi novio, pero los párpados no aguantaban. Fran se dio cuenta de mis esfuerzos por mantenerme serena, se salió de mí y me dijo:

-          Por hoy ya está bien.

-          Pero, si no te has corrido.- le dije yo.

-          No te preocupes, el próximo día será mejor.

Sin duda Fran sabía lo que hacía. No quiso agobiarme y me dio tiempo para aceptar lo que acababa de pasar.

Si esa primera vez fue muy buena, la segunda, una semana después, fue sublime.

En esta segunda vez hice un amago de felación (algo torpe), quería devolverle el cunnilingus de la vez anterior. Estuve un rato tratando de complacerle, pero fue él el que no quiso continuar (imagino que para que no me frustrara por hacerlo mal). Se volvió a colocar un preservativo y empezamos a hacer el amor. Dulce, tranquilo, sin prisas.

Cada empujón de Fran llegaba a lo más profundo de mi corazón. Era amor, creo. Fran me mimaba después de cada orgasmo que tuve (que fueron tres), y luego comenzó a aumentar el ritmo hasta que sus embestidas se hicieron más torpes y desacompasadas. Se estaba corriendo.

Nada más correrse empezó a llorar y fue la imagen más tierna de mi vida. Sentir como el chico con el que estás se derrumba por ti, hace que el amor aflore. En ese momento supe que me había enamorado.

Nuestra relación se afianzó hasta un punto inimaginable para mí. Nunca pensé que Fran, el chico con el que quise perder mi vergüenza, resultaría ser un chico sensacional que me hacía reír y al que amaba cada día más.

Años más tarde nos casamos y no hemos dejado de ser felices en ningún momento.

Mi teléfono volvió a sonar. Tardé un tiempo en volver a enfocar mi mente en el presente. Mi cuerpo se encontraba en un estado de seminconsciencia debido al duro día de trabajo que había llevado. Era farmacéutica y trabajaba media jornada en una farmacia cercana.

Llegué a coger el teléfono pero ya era demasiado tarde, habían colgado.

Miré quién era la persona que me llamaba y descubrí que era Fran. Estaba a punto llamarle cuando me entró un mensaje.

Ya he terminado. Varios compañeros han decidido ir a tomar algo a un bar de tapas y así cenamos. ¿Te importa si voy?

Ni siquiera sabía que hora era. Comprobé que el móvil marcaba las 21.30 horas. Fran había hecho más de tres horas extras y estaría cansadísimo.

“¿Te apetece ir?”

Me resultó raro que Fran, con lo casero que era, se animara a ir con los compañeros del trabajo.

Un minuto más tarde contestó.

La verdad es que así me despejo un poco.”

¿Qué queréis que os diga? Me molestó que se fuera con sus compañeros mientras yo me quedaba en casa, pero no se lo podía decir. Le dije lo que una buena pareja tiene que decir.

Pues diviértete”

“Gracias amor”

Y así fue como aquél Viernes me quedé dormida en el sofá esperando a que mi marido regresara.

Desperté con ese sueño tan extraño en el que parece que caes al vacío. Dicen que es tu alma regresando a su cuerpo y que si terminaras por caer, morirías. Pues bien, desperté sobresaltada y aturdida.

Miré el reloj. Era la 1.15 horas y Fran no había aparecido. Preocupada, le mandé otro mensaje.

“¿Dónde estás?”

En ese  momento la puerta de casa se abrió y apareció Fran.

Venía muy acelerado, como si tuviera prisa. Ni siquiera se percató que le estaba esperando en el salón. Entró al baño del pasillo y encendió el grifo de la pila.

Estuvo un buen rato con el agua corriendo y luego cerró el grifo. Salió del baño y se dirigió a nuestro dormitorio. En ese momento se percató de mi no presencia en esa habitación.

-          ¿Ana?-gritó en un susurro.

-          Estoy en el salón.

Fran entró al salón y se sentó a mi lado.

-          ¿Aún estás despierta?

-          Me había quedado dormida esperándote.

Me dio un suave beso en los labios y fue bajando hasta mi cuello.

Poco a poco, su mano fue descendiendo por mi cuerpo hasta llegar a la goma del pijama. Metió la mano e intentó acceder a mi vagina. Pero yo le paré la mano.

-          No tengo ganas Fran, estaba durmiendo.

Fran retiró la mano y me miró sorprendido por mi negativa.

-          Por favor, a mi me apetece – dijo él.

-          No. Mañana si quieres, pero es que ahora tengo sueño.

Fran se levantó del sofá y me alargó la mano.

-          Pues venga, vamos a dormir.

No supe descifrar su cara. Parecía decepcionado, pero su voz no era de enfado.

Me acosté yo primero y Fran al momento, después de ponerse el pijama. Se acostó en su lado y, tras un momento de silencio, habló.

-          Sabes Ana. No te enfades, pero me gustaría que fueras más lanzada en el sexo.

No contesté. Me cogió desprevenida.

-          Buenas noches Ana.

Creo que se pensó que ya estaba dormida.

No quise contestarle. Sería fruto del enfado por dejarle con las ganas y mejor si lo dejaba correr.

Mañana sería otro día.

CONTINUARA...