Fran y Ana (8)

La decisión de Ana.

CAPÍTULO 8- FRAN

Pasé al salón donde tantos buenos momentos habíamos vivido.

Recuerdo aquella vez en la que, tras venir de la boda de  unos amigos, no llegamos ni al dormitorio.

Ana me había estado provocando, inconscientemente, desde que la vi aparecer con el vestido, pidiéndome que le abrochara la cremallera. Un vestido palabra de honor, que hacía que sus dos pechos lucharan para no salirse por encima del escote. Un vestido ajustado como un guante, con doble tela, una de encaje en la parte exterior, y otra de seda para tapar lo que el encaje dejaba a la vista. El tacto del vestido era delicado y muy suave y te daban ganas de acariciar su terso cuerpo.

Os podéis imaginar que mi polla no se relajó en todo el día. El simple hecho de saber que haríamos el amor tan pronto como volviéramos a casa era la excusa perfecta para mantenerme tenso durante toda la celebración.

Ana lo sabia y jugaba conmigo. Me dejaba acercarme y respirar su perfume, susurrarle al oído las ganas de follarla allí mismo aunque nos vieran todos. Y notaba como reaccionaba a mis acercamientos. Como se pavoneaba frente a mí, como bailaba sensualmente mientras me miraba a los ojos. Mi empalme era total.

Pero siempre sin tocar. A cada intento de tocarle las caderas se apartaba riendo. A cada intento por besar sus labios sonreía y se alejaba dos pasos de mí.

El juego me cabreaba y me excitaba.

Hasta que cerramos la puerta de casa y nos desnudamos en el salón.

Con el hambre de sexo que tenía, nada más desnudarnos, le tumbé en el sofá y le abrí bien las piernas observando que estaba tan cachonda, o más, que yo. Sabedor de esto, y viendo los líquidos que brillaban en su vagina, me dediqué a hacerla sufrir.

Besaba la cara interna de sus muslos buscando la zona más cercana a sus labios mayores. Soplaba suavemente en su coño mientras un dedo acariciaba su ano (sin meterlo, claro está).

A cada caricia mía, un suspiro suyo. A cada lamida en su clítoris, un gemido hondo. Así hasta que empecé a notar como tensaba su cuerpo, síntoma de un inminente orgasmo. En ese momento volví a los besos en sus muslos, emitiendo Ana un gruñido de desaprobación.

Cuando el clímax descendió me amorré a su clítoris nuevamente, succionando furiosamente y notando como volvía a encorvar su cuerpo.

Y yo, otra vez a los besos en sus ingles. Y ella ya no aguantó y me dijo un “ no lo vuelvas a hacer” amenazador. Una advertencia clara de su necesidad por irse en mi boca.

¿Quién era yo para contradecirle? Un dedo en su interior, a modo de gancho y unas nuevas succiones en su botoncito bastaron para que, agarrando mi cabeza para que no escapara, un majestuoso orgasmo le sacudiera de arriba abajo. Convulsión tras convulsión notaba como mi boca se empapaba de flujos hasta dejármela chorreando.

Paré mi acometida y le penetré sin dejarla descansar.

Un orgasmo, dos orgasmos, tres orgasmos… Tantos orgasmos como posiciones se me ocurrían en nuestro sofá. Estaba desatada y utilicé su desesperación para acometer la única parte de su cuerpo que no había conquistado, su culo.

Lo intenté con calma, dilatándolo y aplicando lubricante. Un dedo primero, luego dos. Ella aguantaba haciendo caras amargas pero sin emitir quejidos.

Enfilé mi falo a su agujero y metí el principio del glande hasta que la resistencia de sus músculos me negaron el paso. La tranquilicé, la mimé, la besé, pero no sirvió de nada.

Desistí de mi intento y, colocada a cuatro patas sobre los cojines, la penetré vaginalmente hasta que eyaculé en su interior. Contento pero triste. Satisfecho pero con ganas de algo diferente.

Me senté en una silla apoyando mis brazos en la mesa, nervioso por el desenlace de nuestra historia de amor.

Ana se sentó al otro lado de la mesa y me miró con ojos de decepción y tristeza. No quería que le viera llorar, aunque sus ojos estaban humedecidos.

-          Bueno Fran. He tenido tiempo para reflexionar y para saber que es lo que quiero y como lo quiero.- hizo una pausa para no llorar- Lo único que me gustaría saber es porqué. ¿Porqué me engañaste? Y dime la verdad, no es momento de andar escondiendo cosas.

-          La verdad es que….- ¿Cómo le explico sin herirle?- necesitaba cosas nuevas, excitantes.

-          ¿Cómo? ¿Nuestra relación no te parecía excitante?

-          Nuestra relación es perfecta, salvo mi desliz. Te amo más que a nadie y me duele mucho lo que te he hecho. A lo que me refiero es al sexo. Necesitaba sentir algo más, algo diferente.

-          ¡Eres increíble! Para ti nuestro matrimonio se reduce sólo al sexo. ¿Qué pasa con el afecto, con la amistad, con la complicidad… con el amor?

-          Todo eso es perfecto. Contigo lo tengo todo cubierto y, si me das otra oportunidad, prometo no fallarte más. El sexo es muy importante para mí, pero me he dado cuenta que nosotros hacemos el amor. Y eso es lo único que quiero ahora. Déjame amarte.

-          ¿Oportunidad? ¿Crees que te mereces otra oportunidad? ¿Crees que puedo volver a confiar en ti como si nada hubiera pasado?

-          No lo se Ana. Yo te prometo que viviré por y para complacerte. La decisión es tuya y aceptaré lo que decidas. De hecho, vengo sabiéndome derrotado. Sería una sorpresa tu perdón. Yo en tu lugar no creo que me lo concediera.

-          Muy bien. La decisión es sólo mía y ya la tenía tomada. Voy a permitir que vuelvas a casa.

-          ¡Gracias amor, te juro que…!

-          Espera un momento. He dicho que puedes volver a casa, pero no que te perdone. Imagino que tu hermana estará harta de verte en su casa y lo hago más por ella que por ti.

-          Me da igual el motivo mientras pueda estar a tu lado.

-          De momento seremos como amigos. Empezaremos de cero y veremos como avanza esto. He de decirte que mi vida ha cambiado. Me apunté a clases de baile y ahora suelo salir a bailar con amigos. No pienso cortar mis salidas y esas serán sin ti.

-          De acuerdo, lo entiendo.

-          No voy a mover un dedo por intentar solucionar lo nuestro. Lo has roto tú y tú lo repararás.

-          Conforme.

-          Y lo último que quiero pedirte es que hagamos el amor. Necesito saber si te tolero o no.

Esa petición me cogió desprevenido. No imaginaba acabar la charla en la cama. No me negaría a ello, claro está. Me moría de ganas de demostrarle a Ana que era lo primero para mí, y los tres meses en el dique seco también propiciaron mi consentimiento.

Ana se dirigió al dormitorio sin decirme nada y yo, como un corderito, fui detrás de ella.

Nunca imaginé que mis ojos volverían a ver a Ana desnuda. Nada más entrar se quitó la ropa y me despojó de la mía. Con un ansia pocas veces vista en mi mujer, se arrodilló metiéndose mi polla lo más profundo que pudo.

-          ¡Joder Ana! Aggggrrr…

Su felación estaba muy lejos de la de Caty, pero era oro comparada con las que me practicaba antes de mi….. antes de mi error. Su boca intentaba introducirse hasta chocar con mi pubis y, aunque no lo lograba, sus inicios de arcadas me encendían por momentos. La saliva caía en el suelo mientras Ana sacaba la lengua tratando de alcanzar mis huevos en cada penetración.

Cuando las lágrimas empezaron a cubrir su cara fruto de las arcadas, sacó mi miembro de su boca y me pajeó con furia. Cubría mi glande con su mano en un vaivén de sensaciones, desde cosquillas, hasta un placer indescriptible.

En ese momento imaginé que me correría si Ana seguía masturbándome de esa manera, así que la retiré y la tumbé en la cama para empezar mi cunnilingus.

Ana entendió perfectamente mi idea y colaboró abriendo las piernas al tumbarse.

No habían flujos, ni clítoris hinchado, ni signos de excitación. Imagino que ese era el motivo de su petición a querer hacer el amor, probar hasta que punto le seguía excitando. Tenía que hacerlo muy bien para que ella supiera que yo tenía que estar a su lado, que era yo el hombre de su vida pese a mi desliz.

Mi lengua trazó círculos cerca de sus labios mayores y su clítoris. Segregaba saliva con el fin  de lubricar la zona y poder acariciarle suavemente. Y eso hice con mis dedos, acariciar toda su vagina hasta sacarle gemidos apagados que eran música para mis oídos.

Empecé a percibir algo de humedad que salía de su interior y como Ana se tensaba hasta terminar gimiendo más alto que antes.

-          Aaaaaa….

El orgasmo fue fuerte, la conozco y se que lo reprimió para no darme alas, pero su incapacidad para abrir los ojos me indicó que estaba deshecha.

Pero no quiso que me sintiera vencedor. Se levantó como pudo y, tumbándome boca arriba, se empaló sin dificultad. Una vez acoplada movió todo su cuerpo en unas placenteras sentadillas. Su gesto indicaba concentración y dedicación, y me sorprendió la gran resistencia de Ana que, tras un buen rato follándome, ni se cansaba ni se corría.

Eso es lo que más me llamó la atención, que no se corriera las veces a las que me tenía acostumbrado. Si se corría tantas veces no era por mi gran arte amatoria, si no por su facilidad para alcanzar el orgasmo.

Sin embargo hoy no lo hacía. Después de correrse en mi boca nada. Ni tan siquiera se corrió cuando la penetré desde atrás a cuatro patas. Ana se follaba a sí misma con unas brutales culeadas. Estaba desatada, nunca la había visto follar de esa manera tan salvaje. Sus violentas acometidas fueron demasiado para mí que, queriendo sacarle otro orgasmo, no pude reprimirme y me corrí en su interior, liberando los meses de abstinencia.

Había oscurecido y era tarde. Caímos los dos sobre la cama, exhaustos. Me alegré de estar junto a ella nuevamente. Pero…

-          Vete a la habitación de invitados, no vamos a dormir juntos.

Los primeros días estaba eufórico, por fin tenía la oportunidad que demandaba. Tenía que ser el esposo perfecto, atento y servicial, siempre pendiente de sus necesidades. Tenía que hacerle ver a Ana que lo que pasó con Caty fue un desliz que no se repetiría jamás. Pero apenas estábamos juntos en casa. Ana hacía su vida sin darme explicaciones. Lo entendía, aún estaba asimilando el tenerme en casa y, conforme volviera la confianza, volvería a querer pasar más tiempo conmigo.

Yo la esperaba cada noche con la cena preparada. Si venía a cenar….cenábamos juntos, si no venía a cenar….recogía la mesa y le dejaba su plato en la nevera por si quería comer algo antes de irse a dormir.

Sin agobios, si estrés. Así es como quería reconquistar a mi mujer, dándole el espacio que necesitara y estando con ella para cuando estuviera decidida a aceptarme.

Pero las semanas pasaban y su actitud hacia mí apenas había cambiado. Alguna noche cenábamos juntos y hablábamos del trabajo y del día a día, pero nada que hiciera pensar que éramos algo más que unos simples compañeros de piso.

Lo que más me molestaba eran sus ausencias. Muchas noches no llegaba hasta las 12 o la 1 de la madrugada y los fines de semana…. Raro era el Viernes o Sábado que pasábamos juntos.

-          Me voy Fran.

-          ¿No quieres que aprovechemos la tarde del Sábado para ir a tomar algo, cenar y, de paso, hablar de nosotros?

-          No puedo, he quedado para bailar. Tenemos una exhibición esta noche y hemos quedado antes para prepararnos.

-          Ana, si no lo intentamos, esto no se arreglará. Yo lo intento pero necesito tu ayuda.

-          ¡Ufff, que pesado con lo de hablar! El finde que viene hablamos y miramos que hacer.

-          Pásalo bien.- resignado, dejé que estuviera en condiciones de hablar conmigo.

Esa noche, Ana llegó sobre las 3 de la madrugada. Lo recuerdo porque, al cerrar la puerta, golpeó con demasiada fuerza y retumbó en toda la casa. Sus tacones sonaban acelerados y descompasados fruto de una posible embriaguez. La oí entrar al baño, ducharse, salir de él y…. golpear en la puerta de mi dormitorio.

-          Fran, ¿estás despierto?

No sabía si hacerme el dormido o contestarle. No eran horas para decir nada bueno y su forma de hablar, arrastrando las consonantes, me constataba que iba un poco borracha.

-          Dime Ana, ¿te pasa algo?

Intenté hacerme el sorprendido, como si me hubiera despertado pese a que la llevaba escuchando casi media hora trastear por casa.

Ana entró en el dormitorio y se sentó a mi lado. Yo me incorporé apoyando mis codos en el colchón y levantando la cabeza para escuchar lo que tuviera que contarme.

No dijo nada, sólo se acercó a mi boca y me besó. Yo, lógicamente sorprendido, correspondí al beso. No esperaba que Ana me besara. Llevaba un mes en casa y, después del polvo de bienvenida, no habíamos vuelto a acercarnos íntimamente.

Tras el beso, Ana separó la cara y me miró. Tenía los ojos vidriosos, a punto de llorar y me miraba con ternura. Yo la miraba sin saber hacia donde tirar, si volver a besarla, abrazarla, desnudarla…

Fue Ana la que volvió a besarme con más entrega que la vez anterior y yo, arriesgándolo todo, la atraje hasta quedar tumbados en mi cama mientras nos besábamos. Mi mano se adentró por debajo de su pijama hasta encontrar su pecho, libre del sujetador. Volver a tocar sus pezones me dio tanta energía positiva que tenía ganas de gritar de alegría.

Ana estaba excitada con mis caricias en su teta. Emitía gemidos ahogados por mi boca, que no se apartaba de la suya ni para respirar. Era hora de tratar de forzar la máquina, metí mi otra mano en su pantalón hasta encontrar su vagina. Estaba muy húmeda. Una humedad espesa que, en un instante, llenó mis dedos de lubricante natural. Acaricié su clítoris mientras nos besábamos y Ana jadeaba sin esconder su excitación mientras su mano se agarraba a mi pene y comenzaba una paja lenta pero muy excitante.  Bajaba su mano por todo el tronco con parsimonia para después subirla hasta llegar al glande, donde jugaba haciendo círculos con la palma de su mano. Mi cuerpo se tensaba por el placer que me creaba ese masaje en mi capullo y deshice el morreo para intentar desnudar a Ana.

Ella entendió mis intenciones y liberó mi endurecido pene para facilitarme la tarea. Cuando estuvo desnuda se afanó en desnudarme a mí y, acto seguido, empelarse como lo hizo la vez anterior, en nuestra “reconciliación”.

Apoyadas sus manos a ambos lados de mi cabeza, Ana se balanceaba adelante y atrás buscando su placer. Su clítoris rozaba en mi pubis y el sonido del chapoteo de nuestros sexos era apreciable. Cuando su cuerpo empezaba a dar síntomas de un posible orgasmo, Ana se colocó en vertical y, apoyándose en mis muslos, comenzó a correrse mientras su culo se movía adelante y atrás.

Por primera vez y viendo el espectáculo del cuerpo de mi mujer como si fuera  una diosa griega, sentí como se generaba un calor que nacía en mi escroto y subía hasta mi polla. La imagen de los pechos de Ana era muy morbosa y, sumado al tiempo que llevaba de sequía sexual, exploté en un orgasmo largo, notando las contracciones de mi pene disparando mi simiente.

Al recuperarnos de los orgasmos, Ana se desacopló y se levantó para marcharse.

-          No te vallas Ana. Quédate esta noche. Hablemos, por favor.

-          Buenas noches Fran.

Ana se fue llorando de mi habitación y me quedé pensativo y sin pegar ojo en toda la noche.

Esos encuentros se repitieron dos ocasiones más. Dos noches en las que Ana venía a mi cama, me follaba y se marchaba a dormir.

Esas noches yo pensaba en una posible reconciliación, en que el tiempo me acercaba a mi mujer, que cada día estaba un paso más cerca de tenerla conmigo… hasta esa tarde.

Esa maldita tarde en la que todo se vino abajo.

Esa tarde decidí salir a dar un paseo. Era Viernes y me apetecía respirar aire puro en vez de encerrarme en casa durante todo el fin de semana esperando una reacción por parte de Ana que me devolviera la ilusión.

El paseo se me había escapado de mi control y se excedió más de lo que pretendía. Estaba tan distraído mirando los edificios y  a la gente que no me di cuenta de lo lejos que estaba de casa. Llegué al parque Lima, una gran zona arbolada donde la gente acudía a hacer deporte al aire libre y donde, los domingos, se reunían las familias para pasar la mañana, si el tiempo lo permitía. Dentro del parque habían dos bares con grandes terrazas al descubierto, siempre abarrotadas de gente sociabilizando mientras tomaban algo fresquito.

Los niños corrían detrás de las pelotas mientras sus padres disfrutaban de unas cañitas con sus típicas tapas.

Yo contemplaba a los niños jugando al fútbol acordándome de mis años de juventud, cuando uno de los balones salió disparado hacia una de las terrazas atestadas de gente. Seguí con la mirada el esférico intentando desviarlo con la mente para que no golpeara a nadie. Por fortuna no pasó nada, la pelota tomó tierra antes de llegar a las mesas y la atajaron sin consecuencias.

Sonreí por la cara que ponían los niños al evitar el desastre y, justo cuando procedía a reanudar la marcha la vi.

Era ella, Ana. Sentada en una de las mesas ojeando su teléfono. No estaba sola, habían dos cervezas en la mesa y un platito de algún aperitivo.

¿Con quién estaría?

Como venía siendo habitual desde que volví a casa, Ana no me daba explicaciones de lo que hacía y yo, por educación, por miedo y por respeto, tampoco se las pedía.

Me debatía entre esperar para ver a su acompañante o marcharme y darle privacidad. Pensé que había cosas que mejor si no sabía, por el bien de mi corazón y, tras unos segundos, decidí continuar.

No había dado ni tres pasos cuando lo vi aparecer desde el servicio del bar. Era él, era su acompañante. Lo supe nada más verlo. Y él me vio a mi también, y supo quien era yo. Me sonrió de forma hipócrita y se sentó junto a Ana, puso su brazo en el hombro de ella y Ana se acopló entre su pecho.

ANA

TRES DÍAS DESPUÉS DE LA INFIDELIDAD DE FRAN

-          Hazte la dura.

-          No puedo.

-          Lo que no puedes es llamarle al primer mensaje que te mande. Te ha sido infiel, no puedes rebajarte en una semana y volver como si nada. Se sentiría vencedor y volvería a hacerlo.

-          No se si quiero hacerle sufrir más. Creo que lo mejor es hablarlo como adultos e intentar solucionarlo. Él quiere estar conmigo, no quiere dejarme.

-          ¿Y lo que te ha hecho sufrir él a ti, qué? ¿Eso no cuenta?. Mira Ana, yo soy un hombre y se como piensan los hombres. Si le perdonas tan pronto creerá que te domina y entonces ya no hay vuelta atrás, estarás condenada a los cuernos. Hazte valer, que sepa que no eres tonta, que tu vales mucho y que se lo tendrá que currar para volver.

-          Te agradezco tu apoyo Marc, pero es que no se si me apetece estar sola en casa, comiéndome la cabeza de porqué me fue infiel mi marido.

-          ¿Y quién te ha dicho a ti que te vas a quedar en casa? Yo me encargo de ti desde ahora mismo. Nos vamos a apuntar a clases de bailes latinos y vamos a salir de marcha hasta que no podamos más. Y así, ¿quién sabe?, quizás surja algo que estaba enterrado…

-          Jajaja, no seas tonto que no estoy para esas cosas ahora.

-          Ahora no, pero más adelante…

Los consejos de Marc no siempre me parecieron acertados pero en ese momento, con esa conversación supe que tendría a alguien de mi lado para apoyarme.

Empezamos a quedar y nos hicimos inseparables. Me gustaba estar con Marc porque me hacía olvidarme de mi matrimonio y, por que no decirlo, porque estaba como un tren.

Cuando íbamos juntos, notaba como las mujeres lo miraban con deseo. Aunque no era el tipo de cuerpo que me gustaba, reconocía que, ese cuerpo musculado, merecía un aplauso. Y, pues eso, que siempre es mejor tocar músculo que grasa.

Marc siempre estaba pendiente de mí, me llamaba para salir, al despertarse, al acostarse, y a todas horas.

Me gustaba su preocupación por mí, aunque intuía que quería algo a cambio. Algo que, en ese momento, no podía ofrecerle.

Las clases de baile eran divertidísimas y los findes salíamos a bailar para practicar lo aprendido.

El único momento en el que medio discutimos fue cuando le dije que quería darle otra oportunidad a Fran. Que lo echaba de menos y me apetecía tenerle cerca.

-          Te volverá a engañar. Aún es pronto.

-          Necesito tenerle en casa. Se me cae el techo encima cuando entro y veo que no está.

-          Si es por eso, ¿porqué no te vienes a vivir a casa conmigo?

-          ¿Qué dices?¿Estás loco? Quiero apagar un fuego, no propagarlo más.

-          Sería lo mejor, así le darías celos. Le llamas y le dices que puede volver porque tú te vas del piso. Cuando se entere volverá a ti suplicándote.

La loca idea de Marc comenzaba a no ser tan loca. Bajo el punto de vista de la desesperación, darle celos era una idea buenísima para tenerlo entero para mi nuevamente.

Desgraciadamente, o no, no fui capaz de mentirle. Le cité en casa para hablar y contarle mi plan pero, nada más verlo en casa, morí por tenerlo conmigo. Le permití volver a casa con unas normas que me inventé al momento y, tras acceder a todas ellas como un corderito, decidí probarme.

Tenía que intentar hacer el amor con él para saber si todavía le amaba.

Y le amé, mucho. Durante el reencuentro no me acordé de su infidelidad ni de como dañó nuestro matrimonio. Sólo podía pensar en las ganas de tenerlo dentro, de que me hiciera correr y de sentir lo que nadie más me ha hecho sentir.

Disfruté, mucho. Pero no le di la satisfacción de verme completa.

Al contrario de lo que suelen hacer algunas mujeres (fingir los orgasmos), yo fingí no tener orgasmos. Y lo pasé mal porque yo era muy expresiva cuando alcanzaba el éxtasis y, al reprimirme, casi exploto. El único que no pude reprimir fue el primero, que me lo sacó con su lengua y que, tras meses sin hacerlo, no lo pude evitar.

El problema vino cuando Fran terminó y  se explotó la burbuja de excitación. Ese no era el camino para hacerle entender que lo tenía difícil y que no volvería con él así, a la primera intentona. Así que, tras separarnos, le mandé al cuarto de invitados. Desde donde debería ganarse mi perdón.

CONTINUARÁ...