Fran y Ana (7)
Fran el infiel.
CAPÍTULO 7- ANA
Otra vez Marc con sus fotos, cada vez más obscenas.
La verdad era que tenía un pene muy bonito. Grande, grandísimo. Y gordo.
A veces pensaba como sería meterse ese pedazo de carne en la boca.
Me reía al pensar que no me entraría ni la mitad. Estaba acostumbrada a la de Fran y este monstruo casi duplicaba el tamaño de la de mi marido.
Parecía, además, que la tenía muy dura cuando….ya sabéis, cuando estaba erecta. La verdad era que nunca la había visto en reposo. En todas las fotos que me mandaba estaba su mástil en posición de firmes. Y bonita era un rato. No dejaba de ser un pene pero tenía una cabeza tan brillante que parecía que la pulía antes de mandar la foto.
Era extraña la sensación que me creaban esas fotos, por un lado sentía rechazo y por otro lado me excitaban. Ningún hombre, que no fuera Fran, había llegado tan lejos conmigo. Nunca lo permitía. Si notaba que alguien intentaba acercar posturas, lo rechazaba. Sin más. No me interesaba lo que otro hombre pudiera ofrecerme, ya lo tenía en casa.
Esta vez era igual. Fran me tenía satisfecha. Le amaba con locura y no pensaba traicionarle con nadie, pero me gustaba el juego prohibido y descarado de Marc. Cada vez que recibía una foto suya mis mejillas tomaban color. Era vergüenza , asco y curiosidad.
Pasaron semanas de insistentes pedidas de citas por su parte, hasta que acepté quedar a comer con él, con toda la vergüenza del mundo, en un restaurante alejado de donde vivíamos.
Me arreglé para dar buena impresión pero sin parecer algo que no quería ser. Pantalones vaqueros ajustados, camisa y tacones negros.
Llegué al restaurante y, nada más entrar, lo vi.
Marc me miró y sonrió mientras se levantaba de su silla esperándome. Notaba su mirada repasando mi cuerpo mientras no dejaba de poner cara de seductor.
No me gustó lo que vi. No digo su cuerpo que era digno de cualquier modelo, sino su forma de actuar. Parecía un chulo machista intentando someterme desde el principio. Y, el inicio de la conversación me lo corroboró.
- Hola Marc.
- Hola Ana. Permíteme que te diga que estás estupenda. Nunca podré perdonarme el no intentar nada contigo, siempre has sido una mujer excepcional.
Tras el saludo fuera de lugar, me plantó dos besos cerca de mis labios. Sensuales, lentos y desproporcionados. Me agarró de la cintura y me acompañó a mi silla, retirándola para que me sentara.
Que queréis que os diga, a mí el rollo machito no me gusta nada y el fingir caballerosidad, menos. Yo solita aprendí a separar la silla de la mesa y a sentarme, hace muchos años ya que domino esa técnica y no necesito a nadie que me ayude. Así que, le retiré la mano y me senté.
Marc se quedó sorprendido por mi gesto pero no se amilanó.
- Tenía ganas de volver a verte. He pensado mucho en ti estos años y ha sido una suerte encontrarte.
No dejaba de sonreír, con su dentadura perfecta, con sus brazos marcando bíceps y con su camiseta extremadamente apretada. Evaluaba cada gesto mío como si fuera su presa y esperara un descuido para atacar.
No me gustó la primera impresión que tuve de él tras estos años sin vernos.
- A ver como te explico esto antes de que la pifies más. - le dije yo cortando su galantería.- No quiero que te equivoques conmigo, estoy casada y amo a mi marido. La verdad es que no se ni porque he aceptado comer contigo. No debería estar aquí y, con tu actitud, estás reafirmando mis dudas. Así que... -me levanté de la mesa- me voy a marchar antes de que esto se ponga peor.
Ni siquiera había girado mi cuerpo cuando Marc me cogió del brazo.
- Te pido disculpas, Ana. No suelo comportarme así pero me has impresionado. Por favor, comamos juntos, recordemos viejos tiempos. Te prometo que voy a cambiar mi actitud.
Me quedé por lo que un día fue ese hombre para mí. No quería que el último recuerdo que tuviera de mi primer amor fuera el de un machito musculitos engreído.
A partir de ese momento la conversación fue muchísimo más entretenida. Marc se olvidó de rondarme y se dedicó a conocerme y a interesarse por mi vida.
Pasamos una comida divertidísima, donde descubrí a un hombre gracioso y culto. Un hombre con conversación amena donde nunca habían silencios. Pero, después de eso, no había nada más.
Terminamos de comer y Marc se empeñó en que tomáramos una copa, pero yo me negué. En mi interior sabía que la comida ya era un desafío a mi desvergüenza y no quería tentar más la suerte de poder ser vistos.
Llegué a casa justo cuando un mensaje de Marc entró en mi teléfono.
“Me lo he pasado fenomenal. Me gustaría repetir y quizás llegar a algo más. ¿Una cena y lo que surja?”
¡Otra vez intentando meter fichas en una máquina que ya estaba fuera de servicio!. Le contesté rápidamente, para evitar malos entendidos.
“Te vuelvo a repetir que yo estoy felizmente casada. Si sigues por ese camino, se acabó. Es más, te pediría que no me mandes fotos. No me interesa tu pilila”
Envié y no obtuve respuesta. Pudiera ser que me hubiera pasado un poco con él con lo que, cinco minutos más tarde, le envié otro mensaje.
“Discúlpame, me he pasado. Si quieres que seamos amigos deberás respetarme”
Y él contestó.
“A sus pies, amiga mía”
Desde ese momento la relación vía mensajes mejoró notablemente y ya hablábamos diariamente como si hubiéramos sido amigos toda la vida. Me gustaba hablar con él, contarle lo cotidiano y escuchar sus tonterías, a veces subidas de tono y otras más comedidas. Marc era así y agradecía tenerle como amigo.
Nunca le comenté nada a Fran y me sentía culpable por tener secretos con él. Sobretodo porque era un secreto inofensivo pero que podía hacer mucho daño de ser revelado tiempo después. No se porqué lo oculté, bueno si, por vergüenza y por el que diría Fran. Ojos que no ven, corazón que no siente.
El día de la cena de empresa de Fran llegó y él no tenía muchas ganas de acudir. Ni yo de que acudiera, nunca sabes como pueden acabar esas cenas donde todos se desmadran.
Aún así lo animé a asistir, le preparé la ropa y casi lo empujé a salir de casa. Parecía yo más interesada que él.
Esta noche la pasaría viendo mi serie favorita y comiendo porquerías. Lo tenía todo preparado: la cerveza, las palomitas, el helado, las papas… Comida light, vamos.
Estaba cómodamente tumbada en el sofá, terminando mi helado de vainilla y nueces de macadámia, cuando recibí un mensaje de Marc.
“Buenas noches reina. ¿Cómo va todo?”
Era usual recibir mensajes de mi nuevo amigo así que, aprovechando que no tenía nada mejor que hacer, chatear con Marc era un buen plan.
“Pues en casa, viendo una serie. Fran se ha ido de cena de empresa”
Tras mi respuesta comenzamos una conversación.
“¿Solita en casa? Mmmmm… ¿Quieres compañía?”
“Jajaja… Ni se te ocurra pensarlo. Estoy disfrutando como nunca de la soledad”
“Yo nunca te dejaría sola. Nunca se sabe quien puede encontrarte y …vete a saber que harías con él”
La conversación tomó derroteros más simples, que serie veía, de que sabor era el helado, como ha ido la semana…
No me di cuenta de la hora hasta que oí entrar a Fran. Me sorprendió pues eran apenas las 00.30 horas con lo que imaginé que su desgana en acudir a la cena era nivel Dios.
- ¿Fran? ¿Ya estás aquí? Que pronto amor.
Fran apareció en el salón con los ojos rojos. Había llorado.
- ¿Estás bien? ¿Te ha pasado algo?
Su cara, mezcla de tristeza y de horror me auguraba una mala noticia.
Inmediatamente pensé en Marc. Me habría descubierto hablando por mensajes, o peor, alguien le habría comentado el encuentro que tuvimos.
Me impacienté viendo como, derrotado, se sentaba en el sofá y me tomaba las manos.
- Lo siento. Lo siento mucho…
Comenzó a llorar amargamente y me partió el alma. Lo notaba deshecho y no entendía el motivo.
- Pero, ¿qué pasa? ¿Qué es lo que sientes?
- Te he engañado. Me he acostado con otra mujer.
Así, a bocajarro y sin anestesia. De esa manera rompió mi corazón en mil pedazos. Con esas dos frases mi vida se oscureció hasta tornarse todo negro.
Solté sus manos como si quemaran. No quería creer que Fran hubiera sido capaz de algo tan ruin.
- No puedo ni mirarte ahora. Me voy a la cama. No te pido que te marches porque es tarde y no es plan de molestar a nadie, pero ves pensando donde ir, porque aquí no vas a quedarte.
- Perdóname, por favor. Yo te quiero. Te quiero, te quiero muchísimo…
Me levanté con los ojos enrojecidos, a punto de desbordarse. No quería darle la satisfacción de que me viera llorar.
Fran se tiró a mis tobillos rogando perdón y llorando por los dos. Aparté su cuerpo y me fui a mi habitación donde, una vez cerrada la puerta , me derrumbé tirada sobre la cama y lloré hasta dormirme.
FRAN
Mientras el agua de la ducha de casa de Caty caía sobre mi cuerpo me di cuenta de la idiotez que acababa de cometer.
¡Estúpido!
Al salir del baño, Caty estaba dormida. Desnuda y sonriente, dos personas y dos estados de ánimo tan diferentes en una misma habitación.
Me senté a un lado de la cama. Mis brazos apoyados en mis piernas y mis manos sujetando mi cabeza, tratando de analizar la mejor salida para este error.
Tenía que volver a casa, contarle a Ana lo sucedido y esperar su reacción.
Me vestí y, cuando me calzaba, Caty despertó.
No estoy orgulloso de como la traté, ni de como me fui de su casa, como si no me importara, como si fuera una puta a la que, después de un buen servicio, abandonas. Me importaba Caty, mucho, pero Ana me importaba más.
En el trayecto en el coche hacia casa, rememoré lo ocurrido. No lo negaré, había sido el mejor sexo de mi vida. Un sexo como nunca lo tuve con Ana. Un sexo en el que me contuve muchas veces para no correrme y más aún cuando Caty me pidió que la sodomizara. Ese fue mi mejor momento sexual. Notar como tu pene se introduce en un lugar prohibido y, además, dando placer a tu compañera…
¡Idiota!
¡Un polvo!¡Por un polvo!
Todo a la mierda por follar con una mujer que seguramente mañana pasará de mí. Yo seré uno más en su cama y mi cama se quedará vacía por gilipollas.
¡Gilipollas!
Golpeaba el volante con furia mientras pensaba en como se sentiría Ana al saber la noticia.
¡La vas a destrozar, vas a hacerle mucho daño!
La voz que oía no era otra que la de mi conciencia. El dolor que le iba a producir a mi mujer sería inmenso.
Ana me amaba como nadie lo había hecho y yo traicionaba su amor follando con otra mujer.
¿Qué le iba a decir?: “No significó nada, sólo fue sexo”.
¡Por favor!
Sólo fue sexo, si. Y, ¡menudo sexo!.
Fue un momento de enajenación donde mi mente y mi cuerpo se separaron. No pensé en Ana mientras Caty tiraba su culo hacia atrás para que mi polla se enterrara dentro de su agujero trasero. Ni pensé en mi mujer cuando mi compañera de trabajo engullía mi miembro hasta los huevos.
Eso es lo que más me dolía, ¡no pensé en Ana! Si lo hubiera hecho, aunque fuera mínimamente, hubiera detenido esa locura. Me hubiera separado del pecado y hubiera huido de la tentación lo más lejos que fuera posible.
Pero no, entré en la habitación sabiendo que encontraría a Caty desnuda. Sabía que, si me acercaba, ella no pararía mi avance. Y sabía que disfrutaría el momento. Por eso desconecté. Quería saber hasta donde era capaz de llegar. Y me quemé.
¡Maldito estúpido!
Aparqué el coche en el garaje y apagué el motor. No tenía fuerzas para afrontar el momento. ¿Le despertaría y se lo contaría? ¿Esperaría a mañana para poder pensármelo bien? ¿Y si no le decía nada?, vuelta a la rutina y aquí no ha pasado nada.
Sería lo mejor, borrar esa noche de mi vida y no hacer dramas de algo que no significó nada.
Si, no le contaría a Ana nada, por su bien, por mi bien.
Pero me fue imposible. Nada más abrir la puerta vi luz en el salón y a Ana preguntándome el motivo de mi pronta llegada. Ni siquiera me fijé en el reloj. No sabía si eran las 5 de la madrugada o las 10 de la noche.
Entré al salón y me derrumbé. ¿Cómo podía ocultarle algo así a la persona que amo? ¿Cómo podría mirarle a la cara sabiendo de mi traición?
Se lo dije y todo se oscureció. No valieron mis súplicas ni mis llantos. Todo se había podrido. Yo lo había echado a perder.
Dormí en la habitación de invitados donde teníamos una cama que nunca se usó. Nunca pensé que yo sería el que estrenaría ese lecho comprado para recibir visitas.
No pegué ojo, lo podéis imaginar. Ni yo, ni Ana a la que oía sollozar en nuestro dormitorio.
Dos veces me levanté para consolarla, para decirle que aún estaba allí, que la quería hoy más que nunca. La primera no entré y en la segunda su frio “vete de aquí”, me dejó claro que no era bien recibido.
Lo merecía. Merecía su desprecio.
En ese momento, tumbado en la cama, decidí aceptar sus decisiones como mías y respetar sus peticiones aunque me dañaran.
Desperté por enésima vez. Eran las 7 de la mañana y decidí levantarme, preparar café y esperar las indicaciones de Ana.
Dejé el desayuno preparado para los dos en la mesa. Mi intención era hablarlo para respetar su decisión. Quizás, tras meditarlo durante la noche, Ana hubiera cambiado de opinión respecto a que dejara el piso.
Ana se levantó peor que yo. Sus ojeras y sus ojos irritados denotaban lo dolida que estaba. Entró en la cocina, se puso un café y me dijo.
- Recoge tus cosas y márchate.
- Ana, déjame explicarte.
- ¡No Fran! No quiero explicaciones. Dile a tu amante que te acoja en su casa, en esta no eres bienvenido.
- Ana, por favor, deja que te diga…
- ¿Qué me dirás, que ibas borracho? ¿Qué te drogaron? ¡¡¡¿¿¿Qué???!!! Y no me digas eso de “fue sólo sexo”. Ahórrate humillarme más.
- De acuerdo. Recojo y me voy. Te quiero Ana, te lo juro.
- Tus juramentos no valen nada.
Recogí parte de mi ropa y mis enseres de aseo personal y salí de casa. Como no sabía donde ir, llamé a mi hermana que, tras contarle lo sucedido, me dijo que me quedara en su casa. Ella y mi cuñado me recibieron con cara de pocos amigos. Me acogieron por ser familia pero no les hizo gracia.
Tres meses pasé en casa de mi hermana. Tres meses llamando a Ana para no perder el contacto. Tres meses negándome a perderla.
Al principio, Ana me pidió tiempo. Que no le atosigara y que le dejara reflexionar y que no le llamara . Le di su espacio, lo que necesitara para que supiera que la comprendía.
¿Dos semanas es tiempo suficiente para pensar en nosotros?
Pues eso es lo que tardé en volver a contactar con ella.
Al principio escuetos mensajes con frases como, “¿qué tal estás?” o “te echo de menos”, que no eran respondidos. Pero, como todo se va calmando, Ana empezó a contestar mis mensajes. Me decía que estaba bien, que era una situación difícil o que me prometía pensar en lo que quería para nuestra relación.
En Navidad intenté quedar con ella, aprovechando las fiestas familiares de amor y fraternidad. Pero no tuve suerte y Ana declinó mi oferta por estar todo “muy reciente”.
Me moría de ganas de verla, de abrazarla y de hacer el amor con ella. Tenía ganas de sentarme en el sofá a ver una película y no preocuparme por nada más que por darle calor a mi chica. Lloraba cada noche de soledad, esa soledad que yo busque aún sin quererla.
Y cuando el frío empezaba a remitir, me llamó Ana y me pidió quedar en su…nuestra casa.
Estaba muy feliz. Por fin veía la luz al final del túnel. Volvería a casa y volveríamos a ser la pareja de enamorados que siempre fuimos. Volverían las compras de supermercado y las tardes de comida basura.
Juntos, siempre juntos.
Estaba dispuesto a acceder a todas sus condiciones para volver con Ana. Me rebajaría hasta el nivel más bajo para demostrarle que no había más mujer, para mí, que ella.
Juntos, siempre juntos.
Tenía ganas de hacer las tareas de casa que odiaba. Planchar, tender, limpiar, todo lo que hacia obligado lo haría con gusto, sólo por verla, sólo por oírla tararear las canciones que le gustan mientras friega el suelo o limpia el polvo.
Juntos, siempre juntos.
Esperad. ¿Y si lo que quería decirme era que nos divorciáramos? ¿Y si no pudo superarlo? ¿Y si encontró a otro hombre que fuera fiel y no le engañara?
¡Mierda!
Seguro que era eso. Seguro que ya no quería continuar a mi lado. Total, ¿qué era lo que yo le había dado? Sólo dolor y sufrimiento.
Imaginaba como otra persona recibía los besos que fueron para mí. Como lubricaba para otra polla, como engullía otro falo, como otro cuerpo le hacía temblar de placer.
Por eso quería hablar conmigo. Ana tenía claro que ya no aportaba nada en su vida, sólo era un obstáculo para su felicidad.
Pues bien, si era eso, habría que asumirlo. No tenía más remedio que prepararme para recibir la noticia más dolorosa de mi vida. Entonar el mea culpa y asumir que mi error propició su adiós.
Frente a la puerta de mi casa, pensaba en los buenos momentos que pasamos. En lo que pudo haber sido mi vida con el ser más bueno y puro que jamás existiría.
Ya no me quedaban lagrimas por sacar. Ya no tenía fuerzas para pelear. La partida estaba perdida.
Llamé al timbre de casa y abrió Ana. Guapa, como siempre, y rota. Lo veía en sus ojos.
- Hola Fran. Pasa.
Era el fin de nuestra relación. Lo presentía.
¿Podría vivir sin ella? Sería difícil, pero tendría que intentarlo.
CONTINUARÁ...