Fran y Ana (4)
Todo se complica
CAPÍTULO 4 – FRAN
Salí de casa de Caty tan pronto como pude reaccionar.
Mi resistencia fue prácticamente nula. Una diosa sexual me había elegido para follar y yo poco podía hacer para resistirme en no morder la manzana prohibida.
Sabía lo que pretendía, aunque quizás no todo el tiempo.
No vi nada malo cuando me encontré en el bar con Caty, a solas. Imaginé que tenia ganas de hablar conmigo sin los inconvenientes de la empresa.
Cuando empezó a soltar indirectas o más bien directas, algo empecé a imaginarme pero, ¿qué quería esa mujer de mi?. ¿Qué podría ofrecerle yo que no hubiera tenido en otros cuerpos más fuertes y en otras pollas más grandes que la mía?. Nada.
Y ella lo sabía bien, su trayectoria de conquistas le daba, seguro, esa sabiduría a la hora de elegir un magnífico amante.
Cuando me invitó a su casa me mosqueé. Empecé a pensar que se estaba riendo de mí, que su ofrecimiento no sería otra cosa que una burla suya y de Villa hacia mí.
Estaba alerta, y furioso. Yo me había portado bien con ella, nunca le había ofendido y siempre mostraba respeto hacia sus comentarios sexuales. Nunca había aireado nuestras conversaciones a otros compañeros y le seguí el juego cuando pensó en que folláramos por mensajes.
Así que ahí estaba yo, en el sofá de su salón. Tirado sobre él, empalmado como pocas veces y con Caty morreándome lascivamente.
Su mano bajó a mi entrepierna y amenazó con desabrocharme el pantalón.
Ya me daba igual todo.
A la mierda su supuesta humillación.
A la mierda el miedo al fracaso.
A la mierda el peligro de una pronta eyaculación.
A la mierda mi gordo cuerpo.
A la mierda mi matrimonio….
¡No!, a la mierda matrimonio, no.
- ¡Para, joder, para! ¡Joder Caty, estoy casado!
Mi matrimonio me salvó. Mejor dicho, Ana me salvó.
No podía hacerle esta jugada a mi mujer. Ella me quería y yo la adoraba y amaba como nadie puede amar a una mujer.
Caty cambió el semblante y se puso seria, me propuso su juego, me besó y se marchó a la habitación.
La verdad es que no se muy bien que es lo que me dijo. En mi mente sólo veía a Ana, destrozada por mi traición.
Seguía de pie, sin moverme, tratando de analizar lo ocurrido en esa casa. En una habitación tenía a la mujer más sensual que jamás había conocido y yo estaba loco por saber como sería el follar con esa hembra.
No, no estaba bien. No quería serle infiel a Ana. No me lo perdonaría jamás.
Recogí mi chaqueta del perchero y salí de la casa del pecado.
No miré atrás, ni me detuve hasta que llegué a mi coche. Entonces respiré aliviado. Estuve a punto de joderlo todo por un polvo.
Arranqué y me fui a casa, cachondo y confundido. Aunque más cachondo que confundido.
Aparqué el coche y subí a casa tratando de no despertar a Ana. Al entrar en casa tenía muy claro lo que haría. Necesitaba refrescar mi calentura como fuera.
Entré en el baño del pasillo y me mojé toda la cara y la nuca. Me miraba en el espejo del baño y veía como mi lívido no disminuía. Otro lavado de cara y nuca para intentar calmarme, pero no podía. Salí del baño y me fui a nuestro dormitorio, quizás al acostarme se me calmaran los ánimos.
Nuestra cama estaba sin deshacer. Ana no se había acostado pero, ¿dónde estaba?.
- ¿Ana? – susurré más por miedo a que no estuviera en casa que otra cosa.
- Estoy en el salón.
¿Qué hacía despierta? ¿Pasaría algo? ¿ Me habría descubierto con Caty en el bar?
Imposible.
¿Y si algún conocido me vio y se lo dijo?
Entré y se resolvieron mis dudas. Ana estaba en pijama y con cara de dormida. Seguramente se habría quedado frita en el sofá esperándome.
Ella esperándome y yo zorreando con otra.
La vi sentada, tan guapa, tan inocente… Me senté a su lado y la besé. Quería agradecerle su espera y, de paso, quitarme la calentura que llevaba encima.
Pero Ana no estaba por la labor. Se disculpó y alegó sueño.
Lo entendí, yo estaba on fire pero ella estaba en stand by .
Nos fuimos a dormir, pero yo no paraba de darle vueltas a lo ocurrido esa noche. Me dejé llevar y casi cometo un error. Pero es que Ana no avanzaba sexualmente y yo necesitaba descubrir cosas diferentes. No digo que con otra mujer, quería descubrir cosas junto a Ana. Junto a mi querida esposa.
Tenía que hablarlo con ella. Si no le comunicaba mis deseos, se me enquistarían y, lo que no había sucedido esa noche, puede que sucediera otra donde no pudiera ser tan fuerte.
Me entretuve un poco cerrando la puerta y poniéndome el pijama y, porqué no decirlo, por inseguridad al no encontrar la manera de abordar el tema con Ana.
Pero me animé.
- Sabes Ana. No te enfades, pero me gustaría que fueras más lanzada en el sexo.
Esperé su respuesta con los ojos cerrados por si me soltaba un bofetón. Pero no, no respondió.
La miré y tenía los ojos cerrados. Se había quedado dormida.
- Buenas noches Ana.
La noche prometía ser larga para mí, pero era el peaje por no saber controlarme.
Desperté pronto para la hora en la que me había dormido. Apenas tres horas de descanso y mi mente volvía a atormentarme.
Ana ya se había levantado. La puerta de nuestra habitación estaba cerrada para que el ruido de los quehaceres mañaneros no me molestaran. Pero el olor a tostadas y café recién hecho despiertan hasta un muerto.
Después de pasar por el baño, entré en la cocina donde Ana miraba el móvil y sonreía. No se percató de mi presencia hasta que la sorprendí.
- Buenos días cariño.- por poco se le cae el teléfono dentro del café.
- ¡Que susto, hijo! Casi me da un infarto.
- Si te asustas es porque estarías haciendo algo malo.
Mi inocente insinuación pareció molestarle pues dejó el teléfono en la mesa y se levantó apurando el último bocado de su tostada.
- Lo único malo es que te he preparado una tostada y ahora no te la mereces.
- Perdona cariño.- la agarré de la cintura para no dejarla escapar- No te enfades.
- Quita- Ana me seguía la broma- déjame que me vaya.
Aflojé el agarre poro Ana no se movía de su sitio. Nos besamos y se separó definitivamente de mí.
- Arréglate que hay que ir a comprar.- dijo Ana.
Sabía que tenía que hablar con Ana, pero decidí postergarlo hasta la comida. Si teníamos tareas por hacer, era mejor hacerlas en condiciones mentales optimas. De todas maneras, tampoco era tan importante el contarle mi visión de nuestros encuentros sexuales.
La mañana pasó entre compras y limpieza. Estaba toda la casa impecable y, por ese motivo, decidimos comprar la comida de un restaurante y llevárnosla a casa.
Comimos muy relajadamente, charlando de nuestras cosas. Hablamos de mi noche con mis compañeros, donde le mentí (para no estropear las cosas) diciéndole que la cena fue de tapas en un bar que conocía un compañero mío.
No creí necesario contarle a Ana lo sucedido esa noche con Caty. No pasó nada que trascendiera para dañar nuestra relación y, de haberlo contado, Ana no se hubiera sentido bien. ¿Para que preocuparla sin necesidad? No pasó nada.
Después de comer, Ana preparó dos infusiones y ahí fue donde me armé de valor para hablar de nosotros.
- Ana, me gustaría hablar contigo.
Ana me miró sonriente y, al ver mi cara, se puso seria.
- ¿Pasa algo?
- Si, bueno no. A ver… es que me gustaría… que…
Pensar que decir fue muy fácil, pero decirlo no lo era tanto. En ese momento mi brillante idea de hablar con Ana me parecía estúpida. En mi mente era sencillo y muy bueno para la pareja, pero ahora me parecía que haría el ridículo. No obstante, ya no había vuelta atrás.
- Es una tontería, pero me gustaría decírtelo.
- Pues dímelo, no te lo guardes.
- Pues que me gustaría que fueras más… fogosa en la cama.
¡Ya está! Ya lo había dicho y , ciertamente, respiré aliviado.
La cara de Ana no era de alivio, precisamente. Se tomó unos segundos para analizar mi frase.
- ¿Te refieres a que hagamos más guarradas?
- Si, y no. Me refiero a que tomes la iniciativa. A que te vea cachonda cuando estamos vestidos y que me arranques la ropa, en sentido figurado, para follarme. A veces no se si te gusta hacerlo conmigo o, simplemente lo haces por compromiso.
- ¡Claro que me gusta! Si no, no lo haría. Y me excito mucho y me gusta follar contigo. Pero yo no soy así, explosiva. Yo hago el amor con mi chico. No soy una puta que se folla a cualquiera. Yo follo con el hombre de mi vida y no contemplo el desmadrarme, porque tengo muy claro lo que quiero.
- Pero imagínate que te dejas llevar. ¿No te gustaría?.
- Ya me dejo llevar. No creo que tengas queja de mí. Me dejo hacer lo que me pides. Hemos intentado hasta el sexo anal muchas veces, pero sabes que me duele mucho y no puedo soportarlo.
- No entiendes lo que te digo, quiero que me desees.
- Y te deseo, mucho.- Ana se acercó a mí- Eres mi hombre.
Nos besamos tiernamente mientras Ana me desabrochaba el pantalón. Sacó mi polla que empezaba a ponerse dura y se la metió en la boca.
Sus labios subían y bajaban por mi tronco, mientras ella apretaba mi escroto con la mano.
El sexo oral no era mi preferido, pero ver como te la chupan me la pone durísima. Ana estuvo unos minutos frotando su lengua en mi capullo y engullendo mi polla, hasta que decidió parar.
- Desnúdate - me dijo.
Se desnudó y se colocó sobre mis piernas cuando yo estuve desnudo. Se empaló y comenzó a mover su pelvis, con los ojos cerrados y la cabeza hacia arriba. Cachonda, buscando cada roce de mi pubis con su clítoris y metiéndose mi falo hasta el fondo.
No aguantó mucho. Se corrió jadeando y diciendo sus típicos “dios mío” y “ si, si”.
Nada nuevo. Más de lo de siempre. Mucho amor, pero poco sexo.
Volvió a correrse mientras me cabalgaba. Era tremendamente morboso verla en esa posición. Me gustaba estrujarle las tetas mientras ella apoyaba sus manos en mis piernas.
- ¡Ay, Fran! Me haces daño en las tetas.
Bajé las manos a sus caderas y se corrió por tercera vez desplomándose sobre mi cuerpo.
Tardó sobre un minuto en recuperar el aliento. Mientras respiraba agitadamente, me besaba en el cuello y en la boca.
Yo, por mi parte, le amasaba el culo y correspondía a sus besos intentando que no se apagaran sus ganas después de los tres orgasmos.
Se desacopló y se colocó a cuatro patas.
- Ven cariño, ahora tú.
Su famosa frase. La frase que yo resumía como un “acaba ya”.
¡Pues no! Me niego a que esto acabe como otro polvo más.
La cogí de las caderas y se la metí despacio, procurando no parecer desesperado. Un gemido por parte de Ana me animó a seguir el camino trazado. Llegué hasta lo más profundo que permitió mi polla y la saqué lentamente.
- ¡Aaaaagggghhh…!
Ana no podía disimular lo estimulante de mi follada. A sus gemidos le acompañó la humedad de su coño. Lo notaba muy mojado y mi polla resbalaba como si estuviera impregnada en aceite.
Este era el momento. Incliné mi espalda hacia atrás y, separando los glúteos de mi mujer, embestí con fuerza y con buen ritmo.
La manera de follar hacían que mi polla golpeara contra el cérvix de Ana impidiendo una penetración más profunda.
Ana suspiró como si le faltara el aire y se agarró al reposabrazos del sofá, apretándolo hasta que sus manos se tornaron blancas debido a la fuerza.
- ¡Joder Fran! ¡Jodeeeer!
Yo seguía con mi ritmo y mi profundidad mientras Ana empujaba su culo hacia atrás para meterla más hondo. El chapoteo de su coño era muy sonoro y sus gritos inundaban la habitación.
La escena era única en nuestra vida sexual. Era, con diferencia, el sexo más brusco que habíamos tenido.
Notaba como mi polla aumentaba de tamaño. Cada vez entraba más dura y salía más mojada. Estaba a punto de correrme, quería llegar a la vez que Ana. Me hacía ilusión acompasar el orgasmo y ella estaba cerca, lo notaba. A mí me faltaba un poco para estallar y, si Ana aguantaba, lograríamos llegar juntos.
- Aguanta un poco Ana, yo también estoy a punto y quiero que terminemos a la vez.
- Muy bien cariño. Lo intentaré, pero ya estoy casi.
Al escuchar su contestación, aminoré el ritmo. Tal y como íbamos, yo llegaría a correrme y, en ese momento aumentaría el ritmo para llegar juntos.
Tenía claro como hacerlo pero Ana no lo supo (o no lo quiso) interpretar.
Mientras yo le penetraba con menos velocidad ella empezó a acelerar las culeadas sobre mi polla. El ritmo, pese a mi aminoramiento, volvía a ser el mismo.
- ¡Dioooos! Me corroooo Fran.
- ¡No! Espera un poco, por favor.
- No puedo, lo tengo aquí ya.
- Espérame…
- ¡Oooooooohhhh…!
Y se corrió.
Su cuerpo convulsionó, mientras gritaba sin ningún pudor ni recato. Era el orgasmo más potente que le había notado a mi mujer. Las piernas se le doblaron tras un minuto empujándome con su culo y cayó rendida en el sofá.
- Perdón, perdón…
Me enfadé mucho. Estaba a punto, quería terminar a la vez…
¡Jodeeeer!
Tal y como estaba Ana, se la volví a meter y empecé el bombeo rápido y duro, otra vez. Quería correrme ya. Necesitaba correrme ya.
- Espera Fran. Dame un momento de descanso y me vuelvo a poner como antes.
- No quiero que descanses. Me quiero correr ya.
Y embestí con todas mis fuerzas hasta que mi semen escapó de mi pene hacia su vagina.
No grité. No emití ningún sonido. Sólo me corrí. Descargué la tensión acumulada y me fui al baño a limpiarme.
No se que cara puso Ana. No se si se si se levantó o se quedó donde estaba. Yo me limpié y salí al salón.
- Me voy a dormir, Ana.
- ¿Te has enfadado?
- ¿Tú que crees? Te he dicho que esperaras y no me has hecho caso.
- No lo he podido evitar. Ya me venía. Lo siento.
- Eso es a lo que me refiero. Yo estoy atento a tus reacciones, pero tú sólo te preocupas de ti, de tus orgasmos.
Ana comenzó a llorar silenciosamente. Sólo las lágrimas anunciaban su dolor.
Me supo mal verla así por un polvo. El próximo día habría otra oportunidad de llegar juntos. Por lo menos había descubierto una forma de follar que le volvía loca.
Me acerqué y la bese.
- Perdóname tú a mí. No pasa nada Ana. Venga, vamos a la cama.
ANA
Desperté algo agitada después de lo que me dijo Fran la noche anterior. Aquello de “me gustaría que fueras más lanzada en la cama” no me gustó nada.
Yo no era de esas mujeres que se desmelenan follando.
Me gusta hacerlo, muchísimo. Disfruto y me corro muchas veces, pero no soy de innovar. Me gusta lo que me gusta y a eso voy.
Me duché y preparé el desayuno para mí y para Fran. Teníamos muchas cosas que hacer esa mañana. Le dejaría dormir una hora más y le despertaría. No quería que se nos pasara la mañana comprando.
Me preparé el café y me dispuse a tomármelo mientras miraba el teléfono.
Tenía varios mensajes del grupo de amigas y uno de Marc.
“Buenos días princesa”
¡Pufff. Que pesado!
Llevaba un tiempo mensajeándome con él.
Un día recibí una solicitud de amistad en una red social y días más tarde un mensaje en esa red social. Desde ese momento, conversábamos por el chat de la red social, hasta que Marc me pidió mi número de teléfono.
Me alegró saber de él. Por las fotos que vi, se notaba que se cuidaba físicamente. Tenía un cuerpo muy definido que exhibía en casi todas sus fotos. Le gustaba vestir bien y comer mejor. En esas fotos parecía que llevaba un tren de vida muy alto.
Ya se sabe lo que se miente en redes sociales, pero sus fotos con amigos, en playas paradisíacas, comiendo en sitios caros y conduciendo cochazos eran sus únicos retratos.
Nunca pensé que un gesto tan inocente como darle el número de teléfono a un “amigo” me iba a dar tanto trabajo.
Los primeros mensajes eran meras formalidades. Un “hola, ¿qué tal?”, un “¿cómo estás?” y poco más. Pero en las últimas semanas sus comentarios se habían subido de tono. Empezó queriendo saber como era y me pedía alguna foto. Yo le mandaba fotos de mi cara en el coche, o alguna foto recortada. Después me pedía fotos de cuerpo entero y, al negarme, pasó directamente a pedirme fotos picantes.
Nunca accedí, por supuesto. No soy tonta y desconfiaba de él y de sus intentos por conseguir no se que. Pero he de reconocer que me gustaba lo que yo que provocaba en él. Marc, mi primer amor de juventud no correspondido, deseaba verme en poses picantes.
Ni que decir tiene que también quería quedar conmigo. Algo a lo que yo me negué. No quería que nadie me viera con Marc y pensara lo que no era. Y mucho peor, que se lo dijeran a Fran. Me moriría si Fran supiera que estaba con otro hombre, aunque solamente fuéramos a tomar un café.
Lo que sí tenía que reconocer era el arte que tenía Marc para ligar. Era un especialista para decir lo que querías leer y mandar fotos de algo que, aunque no lo quería ver, me parecía estupendo.
Y si, como estáis pensando, me mandaba fotos de él desnudo. Posando, sacando músculo y todas esas cosas que hacen los hombres fuertes para intentar llevarse a una mujer al huerto.
La foto de esa mañana era tan vulgar que hasta era graciosa. Salía Marc con el torso desnudo y con un slip apretado. En la parte de la goma de arriba del slip asomaba su glande. Hinchado y rojo, como si fuera a reventar. A pie de foto una inscripción que rezaba: “Hoy te presento a pitufo curioso”.
Al leerlo una sonrisa se dibujó en mi cara. Pese a su pesada insistencia, no dejaba de parecerme gracioso ver el modo infructuoso que tenía de ligar conmigo.
En ese momento entró Fran y me sorprendió.
Casi se me cae el teléfono del susto que me dio. Por suerte supe reaccionar y salir de la situación. Le di prisas a Fran para poder ir a comprar y a limpiar y así salí airosa.
Pasó la mañana y Fran parecía pensativo. Sabía lo que quería y, nada más exponerlo, me cambió la cara.
¿Qué decirle?, ¿qué hacer ante esa declaración?.
Me dio rabia que pensara que no le ponía ganas al follar. Era mi forma de hacerlo y tenía que aceptarlo. Aunque intentaría ponerle más ganas para ver si así le contentaba y empezaría en ese momento.
Así que follamos.
Me gustaba cabalgarle. Así notaba su polla dentro de mí y me estimulaba a mi ritmo.
Cerraba los ojos y me transportaba a un estado zen. Mi cuerpo flotaba entre orgasmos hasta que desfallecí.
Una vez saciada de orgasmos, sólo quería que mi hombre gozara como yo lo había hecho.
A Fran le gustaba que me pusiera a lo perrito para poder follarme mientras me coge de las caderas. Pero lo de ese día fue... brutal.
Fran se colocó en una posición desconocida hasta ese día. Notaba su pene entrar hasta el fondo, chocando con la pared superior de mi interior y provocándome un cosquilleo en esa zona.
Quería más de eso. Más profundidad, más cosquillas, más de Fran. Y comencé a acompañar sus empujones con los movimientos de mi culo.
Era una delicia lo que sentía. A mi estómago llegaban pequeñas descargas eléctricas.
Iba a explotar de un momento a otro.
Fran me pidió que esperara un poco, ya que quería acabar a la vez que yo.
Lo oí, pero no lo escuché. Un gran orgasmo me asoló. Me desfondé como nunca lo había hecho. Me sentí completa y feliz y deseaba agradecerle a Fran ese polvo increíble.
Entonces Fran me volvió a penetrar y entendí cual fue su petición. Aquella que, fruto de mi excitación, no entendí.
La volví a cagar. Volví a meter la pata.
Fran descargó dentro de mí y se fue al baño a limpiarse. Estaba enfadado y con razón.
Tras hablarlo, sólo podía llorar. No quería parecer débil ante mi chico. Era él, el que estaba sufriendo pero me sentía mal por no haber podido complacerle.
Al final, fue él el que me consoló y, aunque se que no se le pasó el enfado, se tragó su orgullo y me abrazó al dormirnos.
Pasaron varias semanas y el acoso de Marc llevaba una velocidad endiablada.
No os voy a mentir, me gustaba gustar. Me gustaba sentir que otro hombre deseaba tenerme y poseerme. Me ponía cachonda viendo las fotos que me mandaba. ¿A quién no le gusta ver fotos de un tío buenorro, depilado totalmente y con una buena polla mirando al cielo?
A mí si me gustaba y, aunque muchas veces le pedí que dejara de mandarme fotos, él me decía que lo hacía sabiendo que nunca pasaría nada entre nosotros.
La noche de la cena de empresa de Fran llegó. Quedó unas horas antes con varios compañeros para tomar algo e ir todos en los menos coches posibles.
Era una tradición esa de quedar antes para tomar algo, aunque a Fran nunca le gustó. Sólo acudía para poder dejar el coche y acoplarse en el de algún compañero, por si él bebía algo en la cena que no le multaran.
- No me apetece nada ir a la cena, cariño.
- ¿Porqué no?
- No se. No tengo ganas. Si me dices que me quede, será la escusa perfecta para no ir.
- Que tonterías dices. ¿No te acuerdas hace dos años? No pudiste ir y luego te lamentaste porque decías que no podías seguir las conversaciones de tus compañeros cuando hablaban de la cena.
- Ya, pero eso fue diferente. Ahí estaba enfermo. Hoy, simplemente, no me apetece ir.
- Eso es porque no estás animado. En cuanto te tomes dos cervezas, ya verás. Venga, arréglate y vete a pasártelo bien.
Si bien yo le animé a ir a la cena, nunca me perdonaría no haber sido más posesiva y celosa con él.
CONTINUARÁ...