Fran y Ana (2)

Fran

CAPÍTULO 2- FRAN

Como imagino que les pasará a todos los hombres, siempre queremos que nuestra pareja sea más “suelta” en la cama. Ese también era mi caso.

Conocí a Ana una noche de fiesta que estaba con unos amigos.

Si os digo la verdad, si me hubieran preguntado al día siguiente como era ella, no la hubiera podido describir.

No es que fuera borracho (aunque un puntito si tenía), es que cuando comencé a darle la brasa no tenía ninguna expectativa de que esa chica tan guapa se fijara en mi y, por tanto, no me preocupé mucho.

Yo, un tío normalito. Guapo, eso si, pero soy como dicen, un fofisano. Pero sin el sano, sólo fofi.

Lo que si tengo es una simpatía desbordante. Tenía un don para entablar conversación con las mujeres. Mis amigos me llamaban “Cristóbal Colón” (pero de buen rollo), porque yo descubría a las mujeres y después eran ellos los que las conquistaban.

Eso de que las mujeres buscan a un hombre que las haga reír, ya os digo yo que es mentira. Si fuera así, me hubiera puesto las botas. Pero no, yo no ligaba nunca.

Así que, con unas ganas tremendas de perder la virginidad y con mi alegre carácter como gran baluarte, me acerqué a Ana, tras presentármela un ligue de un amigo, para ver si tenía suerte.

Me asombró su carácter tímido y su poca conversación, pero no me amilané aún pareciendo que no quería nada conmigo.

Y no pasó nada.

Después de entrar tras de ella en un pub e intentar ligármela bailando con mi mejor repertorio, su amiga me dijo que se iban ya y que no me hiciera ilusiones. Yo, calentito por el alcohol, me situé frente a Ana y le dije que me diera su número.

No se que narices pasó…pero se fue sin darme su número.

Y así pasaron dos semanas. Yo sabía que esa chica no querría hablar con un borracho que le agobió en un pub, así que, ni siquiera me preocupé en conseguir su número.

Pero una mañana de Domingo vi un mensaje suyo.

Me alegré mucho y pensé, ¿qué habría visto esa chica en mí?.

Quedamos para salir y, tras varios meses de esperar el momento oportuno, por fin íbamos a follar.

Lo tenía todo perfectamente organizado en mi cabeza. Intentaría provocarla un poco para ver si hoy era el día. Nuestros labios jugaban, como de costumbre, y yo decidí arriesgarme. Hice que bajara sus manos hasta mi paquete y ella sola saco mi miembro y empezó a pajearlo. Yo, al ver que la cosa funcionaba, bajé mis manos hacia su entrepierna y accedí a su coñito con alguna dificultad. Le retiré los pantalones y me dispuse a hacerle una comida de coño.

En esa época, Ana, tenia el pubis con bastante pelo (con los años se lo depiló completamente, para darme el gusto a mí), pero no me importaba, pues mi plan estaba funcionando. Daba ligeros lametones y observaba que Ana comenzaba a segregar líquido. Yo lo recogía con mi lengua y lo restregaba por toda su vulva. No me interesaba que se corriera, porque mi intención era mantenerla encendida (según las recomendaciones de mis “expertos” amigos).

Pero no duró mucho. Me tocó la cabeza y me dijo.

-            Hoy si Fran. Vamos a hacerlo.

-          ¿Estás segura? No me importa esperar.- en ese momento tenía yo más dudas que ella.

-          No quiero esperar más. Tiene que ser hoy.

No insistí más para que no se arrepintiera, ni yo tampoco. La llevé a mi dormitorio y la tumbé. Me coloqué torpemente el primer preservativo de mi vida, y me dispuse a penetrarla.

Empecé a meterla lentamente y pronto noté una pequeña resistencia. Empujé un poco más y, entonces, supe lo que pasaba.

¡Ana también era virgen!

No lo imaginaba. Nunca lo habíamos hablado pero yo creía que ella ya habría follado alguna vez, no muchas, pero si alguna.

En ese momento mi mente se bloqueó. Entre la responsabilidad de que su primera vez fuera especial (ya sabéis la importancia que le dan las mujeres a esto) y el poquito de sangre que manchaba mi polla, no podía concentrarme. Sólo pensaba en no hacerle daño y en tratar de complacerla y todas esas cosas en las que no tienes que pensar si quieres correrte.

Tras unos minutos, un orgasmo le sacudió todo el cuerpo. Tembló como si fuera un flan y, tras el orgasmo, se quedó inmóvil.

No podía seguir y empezaba a notar como mi pene perdía fuerza, así que, me salí de ella y di por concluida mi desastrosa primera vez.

La siguiente vez iba con la tensión y el listón muy alto. ¿Qué pasaría si no podía correrme? ¿Acaso no podría follar y estaba condenado a pajearme eternamente?.

Ana empezó con una mamada. Era la primera que me hacían y me supo a gloria. Ahora se que fue una mamada de mierda, pero con mi nula experiencia me pareció divina.

Ana estaba decidida a seguir, pero yo lo que quería era follar y quitarme esa incertidumbre. Empecé con miedo y despacito. No quería cansarme y luego no cumplir, otra vez. Ana se corrió varias veces y yo paraba en cada una de ellas para saber si se encontraba bien. Después de ver que Ana estaba cansada, decidí que era hora de correrme yo.

Ya sabéis que los hombres no funcionamos bien bajo presión y me costó bastante, pero al final, noté como me subía una corriente desde mis huevos, hasta la punta de mi polla, y me corrí.

Toda la presión acumulada y el miedo salió disparado y quedó apresado en ese condón. Mis temores se disiparon en ese esperma que contenía el preservativo.

Y lloré, de alegría. Lloré de felicidad. Lloré de tranquilidad al ver que podía ser un hombre, un macho capaz de copular.

Sentí como la naturaleza me dotaba de fertilidad para procrear. Algo animal surgió en mí, y me hizo sentirme pleno.

Esa fue mi primera vez, de verdad.

Desde ese momento hemos tenido muchas más ocasiones para demostrarnos nuestro amor. Ocasiones en las que perfeccionamos nuestras artes sexuales y donde encontramos secretos del cuerpo de nuestra pareja que no conocíamos ni nosotros mismos.

Descubrí que Ana puede correrse con mucha facilidad y que, durante una sesión de sexo, puede alcanzar el éxtasis en 7, 8 o incluso 10 veces, dependiendo de las ganas de sexo.

Descubrí que sólo le gusta que le den duro cuando está muy cachonda y que, el resto de veces, prefiere un sexo más largo en los movimientos pélvicos, y más suave. Como si fueran caricias.

Descubrí que el sexo anal estaba prohibido y que, por mucho que lo intentara y que lo preparara, nunca dejaría de hacerle daño.

Descubrí que las mamadas que me hacía sólo servían para mojarme la polla.

Descubrí que mi orgasmo dependía de mí mismo.

Descubrí que, cuando estaba cansada de correrse, me pedía que acabara. Se ponía a cuatro patas, sacaba el culo y decía “ ahora tú”. Y yo aceleraba el ritmo para correrme.

Descubrí que para que ella me pidiera tener sexo tenía que pasar casi una semana sin hacerlo.

Descubrí que me faltaba algo, sexualmente hablando.

Descubrí que yo avanzaba en el plano sexual y ella seguía estancada en los comienzos.

Y ahí era donde entraba en escena Caty.

Caty era una compañera de trabajo que llevaba menos de un año en la empresa.

Era una chica algo más joven que yo. Menudita de tamaño y de cuerpo. Su complexión delgada hacía que no fuera una mujer explosiva, sus tetas se adivinaban poca cosa, pero su culo era respingón (aunque pequeñito). Era una mujer manejable, que digo yo. No era fea, pero tampoco una belleza. Pasaría por una persona del montón si no fuera por su extraña predisposición para hablar de sexo.

Ese detalle, a mi modo de ver, le hacía ser una persona deseable. Cualquier detalle que comentabas le encendía. Se veía en sus ojos como le gustaba follar. Es más, ella te lo aseguraba.

-          Para ya Fran. Estoy cachonda sólo de lo que estamos hablando. Cuando llegue a casa me voy a sacar a mi amiguito de silicona, y me voy a frotar hasta hacerme sangre.

Esta era una de las lindezas que soltaba por su boca cada vez que hablábamos de sexo.

Era, lo que yo denominaba, una mujer como tenía que ser. Estaba harto del sistema, sexualmente neutro, al que sometíamos a las mujeres. Nosotros (los hombres) queremos “una mujer en la calle y una puta en la cama” pero, ¿qué pasa cuando es una puta en la cama y una mujer desinhibida en la calle?. En ese caso, es una puta, sin más. Y me jode eso porque, si nosotros tenemos libertad para hablar de nuestras aventuras sexuales, ¿porqué ellas no?.

Muchas mujeres se masturban diariamente, y eso es cojonudo. La masturbación es algo bonito, descubres tus puntos sensibles para luego utilizarlos con tu pareja. Pero algunas mujeres (la mayoría, en verdad) niegan haberse masturbado en privado. En cambio los hombres, presumimos de machacárnosla con frecuencia.

Por favor, normalicemos el sexo. Todo vale si es consentido.

Y Caty desmontaba mi teoría diariamente.

No empezamos a hablar de sexo directamente. Las conversaciones, al principio, eran normales: el clima, el trabajo, los fines de semana… Pero desde hacía unos meses, las conversaciones subieron de tono.

Caty me buscaba con la mirada y me pedía que me acercara a su mesa para hablar constantemente.

-          Dime reina.

-          ¡Hola cariño! ¿Qué tal el finde?

-          Muy bien. El sábado fuimos a cenar a un restaurante muy bueno con unos amigos y la noche se alargó. ¿Y tú?

-          Pues yo, otra bronca con Villa. No se que voy a hacer. No me presta atención y este cuerpo necesita correrse diariamente. Si no, no soy feliz.

-          Dale margen, quizás ya no tiene edad para tanto trajín.- dije yo en tono burlón.

-          Para tanto trajín conmigo, desde luego que no. Creo que me pone los cuernos. Pero me da igual, yo le haré lo mismo.

Villa, le llamábamos así por su apellido (Villaplana), era un compañero de trabajo que, casi desde que entró a trabajar Caty la sedujo, se liaron y vivían juntos, creo, desde hace varios meses.

Villa era el típico machito de gimnasio. Era algo mayor que yo, pero se conservaba estupendamente gracias a sus horas de gimnasio (y a algún pinchacito de esteroides, seguro).

En el trabajo, él y yo, no nos llevábamos especialmente bien. No se el motivo porque nunca discutimos pero era de esas personas que nunca te terminan de agradar y prefieres no juntarte mucho con ellas.

Villa traía locas a todas las mujeres del trabajo y presumía, entre hombres, de haberse follado a más de una compañera casada. Quizás nuestra enemistad venía dada por este motivo. En alguna ocasión le había censurado el “pervertir” a una casada para engañar a su pareja. Él siempre decía, y yo le daba la razón, que no forzaba a ninguna, ellas se abrían de piernas para él y lo aprovechaba. No obstante, no me parecía bien que se metiera en medio de una pareja.

A lo que iba….. Las conversaciones con Caty empezaron a tomar connotaciones sexuales cada vez más fuertes.

Yo sabía bien lo que había, ella hablaba constantemente de sexo para provocarme, pero nunca dimos un paso más allá de hablar de sexo. Yo no le proponía nada sabedor de su complicidad conmigo al hablar de esos temas. Suele ser común que un hombre piense que una mujer que habla abiertamente de sexo, es por que quiere follar. Pero yo no soy como la mayoría, y era consciente que las conversaciones no trascurrían por el camino de un affaire, eso estaba claro.

O, al menos lo tenía claro hasta que Caty empezó a hablarme por mensajes.

La primera vez que lo hizo empezó con un “espero no molestarte” para, a continuación, seguir relatándome que estaba aburrida, que Villa no estaba en casa, que necesitaba follar y que qué mala suerte no tener un hombre para saciarse.

Ahí ya empecé a sospechar que quizás si me tiraba indirectas (o directas).

Yo me hacía el tonto y procuraba no entrar en su juego, pero era difícil no dejarse embaucar por una mujer tan….caliente. Poco a poco, las conversaciones tomaron un camino raro.

-          Ojalá estuvieras aquí Fran.

-          ¿Otra vez solita?

-          Si. Este cabrón me tiene abandonada. Sólo piensa en su cuerpo, y a mí que me den. Ufff, que me den…. Como me gustaría. ¿Y a ti?.

-          ¿Qué me den? ¡Ni loco!

-          Jajaja. ¡No hombre! Que si te gustaría darme. Yo me dejaría, por donde quisieras.

-          Mujer, claro que me gustaría, pero no puedo.

-          Querer es poder. Y yo estoy muy mojada. Me gustaría proponerte algo hoy.

-          Tú dirás.

-          Quiero tener sexo por video llamada contigo. ¿Te animas?.

Esa proposición me puso la polla como el acero. Pero, un martes, a las diez de la noche, y con Ana durmiendo en el sofá, a mi lado, no era el mejor momento para hacer nada de eso.

-          No Caty, no está bien que hagamos eso tú y yo.

-          De acuerdo, ¿ y, qué te parece si lo hacemos por mensajes?

Mi polla no aguantaba más las proposiciones de Caty, así que accedí preso de la lujuria y de lo cachondo que estaba.

-          Vale. ¿Cómo lo hacemos?

-          Pues… a ver. ¿Qué llevas puesto?- preguntó ella.

-          Un pijama de rayas azules.- contesté inocentemente.

-          No tontito, ponle imaginación. Yo llevo una minifalda de cuadros, tipo colegiala. ¿Te gusta?.

Claro que me gustaba. Solamente imaginarla con esa faldita, tumbada en la cama….

-          Me encanta. ¿Qué más llevas?

-          Pues llevo un top muy cortito sin sujetador y, con lo cachonda que estoy, casi voy a perforarlo con mis pezones. ¿Quieres que me los pellizque para ti?

Esto debía ser una broma. Caty y yo estábamos a punto de hacerlo, virtualmente. Miraba a Ana a cada momento para que no se despertara y me pillara, pero dormía profundamente.

-          Si, por favor. Pellízcatelos.

-          Mmmmm, que gusto… ¿Sabes que tampoco llevo braguitas?. Ahora mismo estoy frotando mi clítoris con dos dedos. Resbala perfectamente, porque estoy empapada. ¿Quieres que te la chupe mientras me toco?.

-          Si… chúpamela.

-          A ver… uf, que gorda está. No se si me cabrá en la boca. Primero empezaré por tus huevos, me gusta chuparlos y succionarlos. Luego me meto tu polla en mi boca y, al sacarla, escupo en tu capullo para lubricarlo bien. Mientras mi mano te hace una paja, mi lengua te masajea el frenillo. ¿Te gusta?.

-          Dios si…

Mentí un poco sobre esto. No es que no me pusiera a mil pensando en lo que sería estar con Caty, pero tanta imaginación no tenía.

-          Métemela ya. Quiero que me folles.

-          ¡Ahí va!

-          ¡Oh!, ¡que bieeeen!. Dame fuerte cabrón, fóllame fuerte. Muy fuerte.

-          Toma, fuerte. Como tú quieres.

-          ¡Dios si! Fran, me voy a correr ya. No aguanto. ¿Y tú?

-          Yo también me corro.

-          Si, si, si. Me corrooooo….

Después de eso estuvimos varios minutos sin mandar mensajes.

-          ¿Te ha gustado cariño?- rompió el silencio Caty.

-          Mucho.

-          A mí también. Ahora me puedo dormir más relajada. Gracias por todo. Muuuua.

-          Que descanses.

Después de esa noche de cibersexo vinieron más. A mí, personalmente no me motivaba mucho esa idea pero llegué a pensar que, si a ella le solucionaba su problema y yo me pegaba buenos calentones… pues arreglado.

El problema de esto era que, cuando terminábamos, despertaba a Ana para follar con ella, pero siempre me decía que estaba cansada, que al día siguiente sí. Así que me tenía que aguantar y esperar al día siguiente para saciar mi calentura.

La campaña navideña estaba llegando y teníamos muchísimo trabajo por lo que, un miércoles, tuve que quedarme un poco más tiempo trabajando. No era lo habitual, ni a mi me gustaba hacerlo, pero el trabajo había que sacarlo antes de que se enquistara más.

Ese día, al salir del trabajo, algunos compañeros decidieron ir a tomar algo. Caty me preguntó si me apuntaba, pero decliné la oferta porque me apetecía mucho estar con Ana. Esos días de frio me gusta acurrucarme junto a ella en el sofá, con la mantita, y ver una película hasta que quedamos dormidos.

La cosa quedó ahí, y Caty me dejó marchar con la promesa de que otro día iría con ellos. Yo accedí sin mucha alegría ya que, mis compañeros, salvo dos o tres personas, no me caían bien. Me parecían trepas que se venden por una palmadita en la espalda. Pero bueno, esa es otra historia que no voy a narrar aquí.

Lo que yo no imaginaba era que la siguiente ocasión se daría el viernes, dos días después.

-          Fran, cariño. ¿Te vienes a tomar unas cervezas con los chicos y conmigo?

Caty me hizo la oferta poniéndome cara de niña buena.

-          Estoy muy cansado Caty, me voy a casa.

-          Me prometiste que a la siguiente te apuntabas. ¡Venga, lo pasaremos bien!.

-          Vale, pero sólo una y me voy a casa.

-          ¡Genial! Quedamos en el bar “Central”. No tardes.

Sin mucho ánimo me presenté en el bar donde habíamos quedado. Entré en el local y sonaba una canción rockera de los años 90’. No la conocía pero me gustó ya que no era muy cañera y estaba a un volumen que permitía hablar.

Busqué con la mirada a mis compañeros, pero solamente encontré a Caty sentada en una mesa. Me saludaba con la mano levantada y yo le respondí del mismo modo.

-          ¿Dónde está la gente?- pregunté yo.

-          Vienen enseguida cielo. De momento estamos tú y yo.

Llegó la camarera y ambos pedimos una cerveza. Llevábamos más de una hora y allí no aparecía nadie.

-          Caty, no va a venir nadie, ¿verdad?.

-          No. Esta tarde sólo estamos tú y yo. Me lo estoy pasando muy bien.

-          Yo también, pero me tengo que marchar.

-          No, por favor. Villa no llega hasta las diez de la noche y yo me aburro en casa sola. Quédate un rato.

-          Vale, una más y me voy.

-          ¡Gracias! Eres un sol. Mí sol.

Y Caty se acercó a mi cara y me besó en la mejilla. Haciendo eso restregó sus tetitas en mi brazo y se quedó en esa posición un rato, hasta que pedimos otra ronda y nos la trajeron.

La conversación fluía muy fácilmente y no era necesario buscar temas de conversación, el sexo reinaba en la reunión.

Miré el reloj, tras acabarnos la tercera ronda y eran las 21.30.

-          Caty, me voy ya. Gracias por este rato tan agradable.

-          No tienes porqué irte. De hecho…

Caty se acercó a mí y me cogió de la mano, acercándola a su entrepierna.

-          Podemos ir a mi casa a cenar algo, y lo que surja.

Entre las cervezas y lo caliente que estaba me planteé seriamente irme a casa de Caty. El problema, o la salvación, era Ana. Ella estaría esperándome en casa.

Le llamé pero no me contestó la llamada, entonces decidí mandarle un mensaje. Mi idea era que si ponía alguna pega, me iría a casa.

Para mi sorpresa, Ana no objetó nada. No tenía escusa o, mejor dicho, no tenía ganas de oponerme. Aún sabiendo las altas posibilidades de serle infiel a Ana. La idea me mataba y me ponía cachondo al mismo tiempo. No por engañar a mi esposa, sino por poder follar con una mujer que, a simple vista, parecía que sería una bomba en la cama.

-          Venga vamos. ¿Villa va a venir?- le pregunté.

-          No. Me ha mandado un mensaje antes diciendo que hoy dormía en su casa. Suele hacer esto, a veces. Creo que se va con otras, por eso quiero que te vengas conmigo. Lo pasarás bien, ya verás.

Caty se levantó y me cogió de la mano hasta la puerta del local.

-          No hace falta que cojas el coche, mi casa está al girar la esquina.

Nos dirigimos a su casa y yo tenía una mezcla de miedo y excitación difícil de explicar.

CONTINUARÁ...