Fotos de mi puta (8)

Una nueva puta

Cap1: Una orla de instituto: http://www.todorelatos.com/relato/121670/

Cap2: Adolescente dormida y desnuda: http://www.todorelatos.com/relato/121788/

Cap3: Joven junto a mujer de pueblo: http://www.todorelatos.com/relato/121925/

Cap4: Joven desnuda y con miedo: http://www.todorelatos.com/relato/122067/

Cap5: Muchacha en el autobús: http://www.todorelatos.com/relato/122243/

Cap6: Mujer con collar de perro: http://www.todorelatos.com/relato/122455/

Cap7: Mujer atada: http://www.todorelatos.com/relato/122768/

2015

Una cara nueva aparece en la siguiente foto. Junto a Marisa yace otra mujer, tan desnuda y tan dormida como ella. Se llama Jazmín. Están fundidas en un dulce abrazo sobre la cama. Repaso con los dedos la silueta de la segunda mujer y me detengo en las diferencias que tiene con mi alumna. Sus pechos son más grandes, pero también menos firmes. Su nariz es más aguileña y su cara está llena de pecas que destacan en su piel pálida, acentuado su tono por su melena pelirroja. Jazmín es un año más joven que mi alumna, pero viéndolas en la instantánea, Marisa parece incluso menor que su compañera de catre. Es extraño. Tal vez fuera por la actitud de cada una, tal vez porque no dejo de recordar a Marisa como “mi pequeña” pero me cuesta un poco admitir que la pelirroja es más joven.

No logro recordar cómo fue que Jazmín llegó a nuestra vida, pero al fijarme más aún en la envejecida foto, logro distinguir la débil marca de un arañazo en el cuello de Marisa, justo arriba de la mano de la pelirroja.

Claro... ya sé cómo.

Miro de reojo el teléfono, como esperando que suene y al otro lado me responda la voz seria y grave del director del instituto donde Marisa cursaba C.O.U.

Pero no, no suena nada. El teléfono se mantiene mudo. Aquel instituto ya no existe. Tampoco existe ya C.O.U ni B.U.P y seguramente Don Antonio se haya jubilado hace años y espere a la Muerte en alguna pútrida residencia de ancianos si es que pudo ahorrar lo suficiente para no pasar sus últimos días en casa.

Me levanto y preparo un café para despejarme un poco antes de salir. No quisiera que el “Chivas” me jugara una mala pasada al coger el coche.

También estaba preparando café cuando me llamó Don Antonio.


1987

¿Cómo? ¿Pero qué ha pasado? ¿Por qué ha...? Claro, claro... ¿Qué?... No, claro, por supuesto que no. Yo también soy profesor, obvio que no... Claro, claro... no, hombre, no, muchísimas gracias por avisarme... Ya, ya sé, ya me lo imagino, pero no se preocupe. Hablaré con ella.

Colgué el teléfono y me froté los ojos intentando aclarar mis ideas. El café que me había preparado se enfriaba en la encimera, me había dejado de importar tras la llamada. El reloj se acercaba lentamente a la hora en que mi alumna solía llegar a casa. Miré hacia la puerta y el sonido de la cerradura girando contestó a mi pregunta no formulada.

Ya estoy aquí. ¿Qué tal el día, Marcos?

No quise responder hasta que Marisa entró en el salón. Se sobresaltó al verme sentado a la mesa, mirándole con toda la seriedad que la llamada de teléfono había invocado en mí.

Siéntate, Marisa.

Se había desnudado y entraba sonriente en la sala, pero la sonrisa se le borró del rostro nada más verme. Pareció confundida durante unos instantes, pero enseguida supo lo que había ocurrido.

Siéntate. -le ordené de nuevo.

¡No fue culpa mía! ¡Yo no empecé! -En un segundo, la imagen de Marisa bajó varios años de edad. Ya no era la mujer sensual y lasciva que dormía a mi lado cada noche. Era una niña pillada haciendo una travesura que se defendía con una rabieta. A pesar de su cuerpo plenamente adulto, su gesto era absurdamente infantil. Sumado a su pubis lampiño, me arrancó un estremecimiento que logré ocultar lo mejor que pude.

Siéntate -repetí, esperando dejar de ver su coño infantilizado y así calmar mi vena más oscura.

Marisa obedeció con un bufido y me miró fijamente, esperando que yo comenzase a hablar.

¿Qué ha pasado hoy en el instituto?

Yo ya lo sabía. Don Antonio me lo había contado con pelos y señales en nuestra conversación telefónica. Había habido una pelea y Marisa había dejado inconsciente a su rival de un puñetazo. Una respuesta demasiado violenta y masculina para una muchacha de menos de veinte años. Tanto, que incluso el director me había preguntado si yo la había enseñado a defenderse, algo que muchos padres de niñas y adolescentes estaban empezando a hacer para que su hija no acabara sumando una cifra más a los datos de secuestros y violaciones, intentando de paso que se parecieran un poco más a una de las deportistas españolas de moda, la taekwondista Coral Bistuer.

Ya te he dicho que no ha sido culpa mía. Además, Don Antonio no tenía que haberte llamado. Ya soy mayor de edad.

¿Qué ha pasado? -repetí, manteniendo la calma, esperando que me contara sus motivos. Según Don Antonio, había sido una pelea por un chico. La otra chica acusaba a Marisa de haberle quitado el novio y la discusión degeneró hasta llegar a los golpes. Una vez ahí, mi alumna acabó la pelea en pocos segundos. Lo del novio me causaba sensaciones encontradas. Por un lado, agradecía que al fin Marisa se acercase a chicos de su edad. Por otra parte, temía terminar por perderla.

No tengo que darte explicaciones. Soy-ma-yor-de-e-dad. -replicó, levantando el tono.

El potente y sonoro golpe de mi puño sobre la mesa me sorprendió incluso a mí. No podía permitir que me hablara de ese modo. La muchacha dio un respingo y se cubrió la cara instintivamente como si el próximo golpe fuera a tenerla a ella como objetivo.

Marisa... no te asustes. Perdona si te he asustado -dije, intentando calmarme-. Dime, me interesa saber qué es lo que ha pasado. No voy a echarte la bronca.

La joven pareció tranquilizarse. Ambos estábamos en época de exámenes, y si para una alumna como ella esas semanas significaban estrés, para un profesor como yo lo eran mil veces más porque en esa época, además de tener que escoger cuidadosamente las preguntas del examen, misteriosamente a todos los alumnos les surgían las dudas que no habían surgido durante todo el año y las horas de trabajo semanales se duplicaban. Me había visto obligado a dejar aparcado el libro que estaba escribiendo, una de mis pocas aventuras en prosa narrativa, al menos hasta las vacaciones de verano.

Fue ella, empezó a insultarme, y yo no le hacía caso, pero me agarró del pelo y me hizo daño, mucho daño... yo solamente me defendí.

Con un puñetazo en la sien que la envió al hospital -apuntillé.

No sé... yo solo quería que dejase de hacerme daño... yo... me revolví y le pegué como pude.

¿Y ese arañazo? -pregunté señalando las líneas rojas que cruzaban la parte izquierda de su cuello.

Una de sus amigas, que me agarró para alejarme de ella.

¿Por qué quería alejarte si ya la dejaste nocaut con un golpe?

Marisa desvió la mirada, avergonzada.

No sé qué me pasó... no estaba pensando... solo quería devolverle el daño que me había hecho, solo pensaba en ello...

¿Marisa? -Que mi alumna divagara era un mal augurio. Si algo le sobraba, era facilidad de palabra y claridad de ideas.

Tal vez le pegué unas patadas cuando estaba en el suelo -explicó sin mirarme a la cara.

¡¿Cómo que tal vez?!

Marisa, por sorpresa, rompió a llorar.

Perdona... yo... yo no sabía qué hacía... me... me cegué... yo...

Me levanté para abrazarla. Marisa hipaba y sollozaba, y me di cuenta que no era la culpa lo que la llevaba a ese estado. Era miedo. Mi alumna se tenía miedo a sí misma.

Ya vale, ya, cariño... tranquila, lo arreglaremos...

Se calmó lentamente entre mis brazos. Se quejó ligeramente cuando le tomé de la mano para observar su estado. Estaba hinchada, pero no mucho más que la mía tras el golpe en la mesa. Nada grave. Los arañazos del cuello también eran muy superficiales, nada que necesitase atención médica más allá de unos primeros auxilios. Solamente precisaría de una tirita y hielo. Al menos sus heridas físicas solo necesitarían eso.

¿Por qué os habéis peleado?

Está loca... dice que le he querido robar a su novio. Gilipollas -musitó.

¿Y no es verdad? -Yo trataba de distender la conversación. Si no lo lograba, Marisa se cerraría por completo y no lograría adivinar nada.

¡Claro que no! -contestó, divertida– Si me acerqué a hablar con Carlos es porque el que me gusta es su amigo Gerardo.

Anda... ¡por fin! -reí, mientras ella me respondía con otra sonrisa relajada-. Espero que Gerardo no tenga otra novia loca.

Marisa rio y negó con la cabeza.

Vale. Ahora quiero que hagas una cosa -dije, y la joven me miró extrañada-. Mañana vas a hablar con la chica con la que te peleaste, vas a pedirle perdón, vas a aclararlo con ella, y vas a invitarla a comer un día para que yo también pueda pedirle perdón.

No -respondió tajante.

¿Por qué?

Porque te la follarías -bromeó ella. Aunque como en cada broma que Marisa hacía, siempre se dejaba traslucir un poso de verdad.

Reí escandalosamente.

¿Ahora vas a venirme con celos, pequeñaja?

Nuestro trato era así. Fuera de casa, lo que quieras. Dentro de casa solo soy tuya. Aquí solo entraré yo.

Lo sé, por eso solamente me follaría a otra si tú participases.

¿Y podrías con dos mujeres? -dijo con una sonrisa de superioridad.

¿Lo dudas?

Había conseguido, al menos, que Marisa olvidara sus miedos por el momento, lo que me tranquilizaba, pero pensar en tener dos mujeres para mí logró lo contrario.

La desventaja de andar desnudos por casa era que yo no podía esconder mi excitación. Mi polla, libre, respondía a cualquier sugerencia sin que lo pudiera evitar. Marisa lo sabía y usaba esa debilidad mía para averiguar mis fantasías sin necesidad de preguntarlo abiertamente. Mi miembro, alimentado por mi lasciva imaginación, respondía por mí.

Vaya, vaya... así que a tu amiguito le gustaría tener dos coñitos para elegir -cascabeleó Marisa mirando cómo mi polla ganaba tamaño y dureza.

Su mano se aferró a mi verga y comenzó a masajearla con dulzura.

Estate quieta, Marisa -pedí.

¿Por qué? ¿No te gusta? -inquirió con un tono de voz marcada y forzadamente lascivo.

Sí. Mucho -respondí, apartándole la mano-. Pero a ti también. Y estás castigada.

¿Qué? ¿Por qué? -replicó.

Por pelearte. A ver si negándote algunas cosas controlas tus instintos.

Me incorporé y salí del comedor con la polla erecta. Me había costado horrores no ceder a las caricias de mi alumna, pero debía mantenerme firme. Lo que no era óbice para que me encerrara en el cuarto de baño y me hiciera una de las pajas más furiosas que recuerdo, imaginándome entre Marisa y otra mujer que tan pronto tenía el rostro de mi esposa Amparo, como iba saltando entre varias actrices y alumnas de mi universidad. De Kim Bassinger a Sylvia Kristel, pasando por Samanta, una joven tímida y apocada que se escondía tras sus gafitas y que escuchaba embelesada en todas mis clases, hasta tal punto de haberme descubierto fantaseando con ella durante alguna hora lectiva. Lo único que se mantenía inalterable durante toda la fantasía, era la cara de Marisa a mi lado.


Esa misma tarde, al regresar de sus clases vespertinas, la joven me sorprendió al aparecer vestida en el salón donde miraba la tele. La miré extrañado hasta que me lanzó las llaves del coche que yo me había comprado escasos meses antes, agobiado por la hora y media de trayecto diario que tenía que ocupar en ir a la facultad en autobús entre trayectos y el tiempo perdido en el transbordo.

¿Y esto? -pregunté, mirando las llaves.

Vístete, que vamos a salir. Creo que te mereces una disculpa de mi parte por como me he portado -La seriedad en su rostro me hizo entender que no se trataba de una broma.

Salimos a cenar como una pareja casi normal, aunque sin excedernos en nuestras caricias para poder mantener la fachada de ser padre e hija que manteníamos. Marisa me invitó con un dinero que había ido ahorrando cada vez que le daba para salir, lo que me sorprendió gratamente. Estaba claro que había madurado mucho aunque yo la siguiera viendo como una muchacha indefensa.

Volvíamos a casa en el coche cuando me hizo desviarme del camino.

Por aquí. Y en la rotonda a la derecha.

La noche ya era cerrada y Marisa me conducía por las calles menos seguras de la ciudad.

Luego creo que es ya al pasar ese semáforo. Creo que me han dicho por aquí...

Marisa, ¿Dónde vamos?

A casa, pero antes quiero que nos llevemos un regalito.

No entendía nada, pero seguí las indicaciones de mi alumna hasta que vi exactamente cuál era su objetivo. Estábamos en la calle donde las putas salían de noche a ofrecer sus servicios. Bajo la luz centelleante de las farolas, sus cuerpos semidesnudos brillaban esperando atraer algún cliente.

Pero Marisa... esto...

Quiero que elijas una. Voy a hacer ese esfuerzo por ti.

No supe qué contestar. A los quince años, mi tío Eustaquio me llevó a un burdel a que me desvirgasen. Fue una experiencia agradable pero rápida, aunque la prostituta se había comportado muy cariñosamente conmigo, sabedora de que era mi primera vez. Esa había sido mi única experiencia con una meretriz.

Ahora, Marisa me estaba ofreciendo no solamente una puta, sino dos, asegurándome también que esa noche ella misma se convertiría en una para mí.

Reduje la velocidad para poder observar a las mujeres que vendían su cuerpo. La carne extranjera escaseaba por aquel entonces, pero tampoco me había llamado nunca el tema interracial. Casi al final de la calle, cuando ya estaba pensando que necesitaría una vuelta más para poder decantarme por alguna de aquellas hembras que, aun a media luz, dejaban traslucir todos los encantos de sus atractivos cuerpos, frené lentamente.

Me había fijado en una de las que me parecieron más jóvenes, no porque fuera excesivamente atractiva en comparación con las demás, ya que todas parecían jóvenes y guapas. Sin embargo, algo en ella me llamó tenazmente la atención.

La puta vio el coche detenido y se acercó sonriente por el lado izquierdo.

¿Qué tal, guapetón? ¿Buscas compañí...? ¡Ah! -dijo con una voz melodiosa, la prostituta pelirroja, antes de reconocer a los ocupantes de nuestro coche.

La joven tenía una carita de niña mala llena de pecas, la misma que unos años antes llevaba de calle a todos los chicos del pueblo. Era la misma chica con la que había fantaseado años atrás mientras Marisa me la chupaba, poniéndole mentalmente al cuerpo de una alumna la cara de la otra.

D-don Marcos... Ma-Marisa... -tartamudeó Violeta sin saber qué hacer tras reconocernos.

¿Violeta? ¿Qué haces tú aquí? -se extrañó Marisa, aunque calló al momento, viendo que la respuesta era evidente.

Sube al coche, Violeta -ordené secamente.

Ahora me llamo Jazmín -respondió, visiblemente nerviosa.

Sube al coche, Violeta -repetí, y la puta, como tal, obedeció. Abrió la puerta de atrás de mi Fiat Punto y se sentó sola en el asiento trasero.

Durante unos instantes, mientras yo arrancaba llevándome conmigo a mis dos alumnas, el silencio se hizo fuerte dentro del coche.

Don Marcos... yo... perdone... pero no se lo diga a mis padres, por favor, ellos no lo saben.

Estás haciendo tu trabajo, Violeta, para eso hemos venido, aunque no esperábamos verte aquí. Tranquila, no hablo con nadie de aquel pueblo desde que me marché.

Violeta, o Jazmín como decía llamarse ahora, pareció calmarse. No éramos una amenaza para su modo de vida. Tal vez solo tendría que esmerarse esa noche en complacer a su antiguo profesor y tras ello, no nos volvería a ver. De pronto, Jazmín miró extrañada a Marisa. Una hija no acompaña a su padre de putas.

¿Marisa? ¿Tú y...?

¿Qué tal te va la vida? -la interrumpió la otra muchacha– ¿Llevas mucho tiempo aquí en la ciudad?

Medio año. Me fui del pueblo nada más cumplir los dieciocho. Me prometieron un trabajo de camarera pero... bueno... ya sabes... no te creas las promesas de un hombre mayor -contestó, sacudiendo la cabeza.

¿Y en qué zona vives? Nosotros en el centro, en un át...

Le di un toquecito disimulado a Marisa en la rodilla. Su vivacidad, muchas veces y sobre todo cuando estaba nerviosa, anulaba su habitual moderación. Ella lo entendió y se calló.

Vivo en esa calle, en una habitación que tengo alquilada. Por si viene alguien que no puede ir a su casa o no quiere hacerlo en el coche. Pero entonces lleva suplemento -respondió ella con desenfado pero con cierto deje triste en la voz.

¿Cuánto cobras, Jazmín? -pregunté, tratando de ser un cliente lo más normal posible.

¿Eh? Según... mil quinientas pesetas normalmente. Si veo que el tipo tiene pasta le pido dos mil. Más suplementos.

¿Suplementos? -inquirió Marisa, inocentemente.

Sí, si quiere anal es más caro, si quiere atarme también, pero no suelo permitirlo, si quiere que le coma el culo cobro doscientas cincuenta más.

¡Violeta! ¡Qué asco!

¡Ja! –reí– ¿A estas alturas te vas a sorprender, Marisa?

Marisa me miró y sonrió con picardía.

Así que es cierto... ¡Te follas a Don Marcos! -exclamó Violeta, divertida– Pensé que eran invenciones de mi madre, pero las malas lenguas en el pueblo no veas los cuchicheos que se llevaban.

Y de las malas lenguas, la de tu madre era la peor ¿Eh? -repliqué yo, recordando a Doña Catalina y los animados corrillos de tres o cuatro mujeres que se formaban siempre donde estaba presente.

Pues sí, sigue siendo igual de bruja. No la aguantaba. Por eso me vine a la ciudad. Y por ella no me vuelvo al pueblo. Si algún día le digo que soy puta, le daría un jamacuco -confesó la joven pelirroja.

Sin casi haberme dado cuenta, habíamos llegado a casa. El edificio se levantaba ante nosotros, nuevo y espléndido, rivalizando con las viejas fincas de principios de siglo que lo colindaban. Ciertamente, lo único que tenía de bello el edificio en que yo vivía era la novedad. En cuanto pasaran veinte años, palidecería en comparación con las trabajadas fachadas rococó de las fincas vecinas.

Las muchachas entraron al portal y me tuve que desdecir. Aparte de la novedad, el edificio tenía dos bellezas más, una morena y otra pelirroja.

Vamos, Don Marcos, que se queda atrás -rió Jazmín desde la puerta del ascensor.

Si me vuelves a llamar Don Marcos te daré de azotes en el culo hasta que me quede la mano roja. -bromeé mientras me introducía con ella en el elevador.

Ummm... entonces le llamaré Don Marcos.

La mirada de reojo de Jazmín me excitó sobremanera. Marisa era sensual y lasciva sin proponérselo, pero Jazmín... La pelirroja había convertido a base de práctica cada gesto, cada palabra y cada mirada en una llamada ardiente y peligrosa al sexo.

¿Tú le llamas Don Marcos, Marisa? ¿También te da azotes a ti?

Que ni se le ocurra... o se los daré yo a él – respondió la morena tratando de imitar el sugerente tono de voz de su compañera. Se le acercó mucho. Al primer intento.

Cuando entramos en casa ya tenía la polla como una roca en mis pantalones.

Joder qué casa más chula -se maravilló Jazmín avanzando por el pasillo, mirando a todos lados-. ¿Es un dúplex? -chilló al ver las escaleras que subían a las habitaciones.

Violeta -dijo Marisa-. En esta casa hay una norma. Nada de ropa.

Joder... Don Marcos, es usted un pervertido -me reprendió de broma la joven.

La idea no fue mía. -mentí. Lo cierto es que sí que había sido mía, pero había sido Marisa quien la había terminado por implantar y, por lo tanto, a quien se le debía reconocer el mérito de la misma.

Bueno -dijo finalmente la prostituta mirando cómo su amiga se empezaba a desnudar-... Allá donde fueres...

Pronto las dos muchachas acabaron desnudas mientras yo observaba impertérrito.

Don Marcos... no sea maleducado -Jazmín usaba un tono de voz infantil y juguetón, que seguro excitaba a muchos hombres pero que a mí, que la había visto crecer, me ponía un poco nervioso.

La pelirroja agitó su torso divertida, haciendo que sus grandes pechos bamboleasen de un lado a otro. Marisa miraba la escena con cierta tristeza. Sé que estuvo tentada de repetir el gesto, pero sus pequeños pechos no hubieran podido imitar el gentil meneo de los melones de la pelirroja.

¿Subimos? -inquirí, una vez desnudo, a lo que Marisa respondió con un asentimiento y unas palmaditas de entusiasmo–¿Jazmín?

¿Eh? ¡Oh, claro, sí! Pero antes... Perdona si te parezco desconfiada pero...

Oh, claro, perdona -Por un momento había olvidado que Jazmín estaba haciendo su trabajo. Me agaché de nuevo a mi ropa para buscar la cartera en los pantalones.

Bonito culo, Don Marcos -susurró la joven.

¡Ey! ¡Ya vale! Me vas a poner celosa -contestó Marisa en broma-. Y no se te ocurra pagarle, que yo te invito -concluyó, agarrando su monedero del bolso y extendiéndomelo para que sacara el dinero que creyera conveniente.

Sonreí mientras le tendía cuatro billetes de los grandes, de mil pesetas.

¿Dos mil? -se extrañó la pelirroja.

Bueno, no me va mal, así que supuse que me pedirías dos mil si no hubiera sido tu profesor, y como también va a participar Marisa... me parece un trato justo. Si surgen “suplementos” -añadí con una sonrisa-, te los pagamos luego.

Vaya... me parece bien.

¿Alguna vez te has acostado con una pareja, Jazmín? -le pregunté mientras subíamos las escaleras, las dos chicas delante de mí y yo observando ese par de culos hechos para el pecado.

Sí, claro. En este trabajo lo ve una todo -respondió rápidamente. Demasiado rápidamente.

¿Seguro, Violeta? -La frase me salió sola y casi estallo en carcajadas al escucharla. Cinco años atrás, le decía lo mismo cada vez que le preguntaba si había estudiado en casa y ella me seguía mintiendo asegurándome que sí.

Claro, Don Marcos -aseveró. Pero su seguridad se resquebrajó casi al instante-. Bueno, una vez, en mi primera semana. Y me follé al hombre mientras la mujer miraba. Solo eso.

Pues si te esperas que me quede quieta viendo cómo te follas a Marcos lo llevas clarinete, nena -terció Marisa.

Los tres nos reímos, entramos a la habitación y, de pronto, nadie parecía saber qué hacíamos allí. Nos quedamos mirándonos, sin que ninguno de los tres se atreviese a dar el primer paso o supiese cómo hacerlo. La verdad, no había tenido tiempo de pensar cómo se empezaba un

ménage-à-trois

. Afortunadamente, Jazmín tomó la iniciativa y se acercó a mí, contoneando sus caderas. La verdad es que era toda una profesional. Solamente seis meses trabajando de puta y ya se notaba su experiencia. Me acarició la mejilla con dulzura, se giró para mirar a la morenita, y me empezó a besar con una sensualidad provocadora. Marisa nos miraba a turnos alternos, entre los celos y la lujuria.

Poco a poco, me fui perdiendo en el beso de Jazmín. Cerré los ojos y me abandoné a esa boca que tantos habrían besado pero que en ese momento me besaba solamente a mí. Mis manos se posaron en sus nalgas y amasaron ese culo primoroso. Noté una mano entre el vientre de la pelirroja y el mío. Una mano que buscaba mi polla. Tardé en percatarme de que la puta tenía ambas manos tras mi nuca.

Muy bien, Marisa -Violeta separó sus labios de los míos para felicitar la iniciativa de mi alumna, aunque estaba seguro de que había sido ella misma la que la había instado a acercarse.

Jazmín me besó en la parte izquierda del cuello mientras una de sus manos imitaba a las mías y bajaba a mi culo. Marisa la imitó y comenzó a lamerme el cuello por la derecha sin dejar de pajearme. Me estremecí en un pequeño orgasmo más mental que físico. Me sentía parte del sándwich más placentero del mundo. Entre dos hembras de bandera, mi cuerpo era acariciado por cuatro manos dulces, femeninas, cariñosas y sabias que me daban todas las atenciones que necesitaba.

Besé a Marisa mientras la boca de su compañera descendía lentamente por mi torso. Jazmín sustituyó a las manos de mi morena sobre mi polla y comenzó a regalarme una mamada lúbrica, honda y visceral. Yo solamente podía responder con gemidos. Mis dos manos no daban abasto para abarcar a las dos mujeres y viajaban inquietas del cuerpo de una a la cabeza de la otra y viceversa.

Jazmín me lamió las pelotas con vicio y lujuria, Marisa no paraba de besarme en todo aquello que se le pusiera al alcance de la boca y mi mano derecha por fin encontró un hueco entre las piernas de mi alumna, que gimió sobre mi hombro mientras mis dedos le acariciaban de nuevo el coño.

Marisa -dijo de pronto Jazmín, entre lamida y lamida, sin dejar de prestarle atenciones a mi polla con las manos-. No me había dado cuenta de que te has pelado el chocho. Pareces de la profesión.

Lo que en otro instante podría haber pasado como un escalofrío de repulsa en el cuerpo de la morenita, para mí, que tenía los dedos sobre su coño y podía notar la humedad de este, fue otra cosa muy distinta. A Marisa le hubiera excitado ser puta. Mis dedos se deslizaron con suavidad dentro de ella y reaccionó con un gemido.

Mi polla estaba a punto de explotar. Jazmín gemía mientras me la chupaba y Marisa gemía mientras mis dedos se hundían en sus entrañas.

Separé la cabeza de la puta de mi polla y la obligué a incorporarse.

¿Alguna vez has besado a una mujer, Jazmín? -pregunté en un susurro.

No esperaba aquella respuesta. No fue un sí. No fue un no. No fue siquiera un “por supuesto, con este trabajo una tiene que hacer muchas cosas”. Fueron risas. No solamente de parte de Jazmín, Marisa también rio mientras se sonrojaba más de lo que ya estaba.

¿Qué es tan divertido? -Por un momento, estuve a punto de decir “¿Por qué no se lo dicen a toda la clase para que nos riamos todos?” igual que hacía cada vez que pillaba a dos estudiantes riéndose en el aula. Igual que más de una vez había dicho a Violeta y Marisa.

Aprendimos juntas. Bueno, nosotras dos y Paula. Nos enseñábamos a besar para saber luego besar a los chicos -confesó Marisa.

¿Y nunca nada más que besos? -inquirí lascivamente.

¡Ay, no, qué asco! ¡Es un pervertido, Don Marcos! -chilló la pelirroja.

A pesar de que lo dijo en broma, no me gustaron nada las palabras de Violeta. Ella era una fresca, una puta con todas sus letras, y no iba a aceptar que una puta me insultara.

Y tú eres una prostituta, Jazmín. ¿Qué suplemento le pondrías a hacerlo con una mujer?

Violeta sonrió y su cara volvió a ser la de aquella niña mala tras la que todos los chicos del pueblo iban.

¿Con Marisa? A mi Mari no le puedo cobrar suplemento -dijo, mirando a su antigua compañera de clase con una ternura extraña por las condiciones en que nos encontrábamos-. Uy... ¿Y esa herida? -añadió señalando la marca del cuello, ya sin la tirita que le puse el día anterior- Menudo arañazo... Don Marcos, tiene que recortarse las uñas.

Yo no he sido. -me defendí.

Jazmín miró con los ojos como platos a Marisa y no pude evitar una carcajada.

Que no, que no... que ha sido una pelea... -me defendió mi alumna.

¿Aún te sigues metiendo en peleas? ¿Qué te han hecho?

Me impactó saber que la Marisa adolescente también se había visto metida en violencia, pero estaba claro que cada vez se sentía más incómoda con aquello.

¿Y tú Marisa? ¿Tú quieres un suplemento? -interrumpí para cambiar de tema.

Mi hija adoptiva me miró con los ojos como platos y la vi estremecerse de excitación. Tardó algunos segundos en recobrar la compostura.

Yo sí. Mil pesetas -dijo la joven poniéndose en su papel.

No. Doscientas cincuenta -Tiré deliberadamente por los suelos el precio-. Nadie va a pagar mil pesetas por una puta sin experiencia.

Mi voz había adquirido un tono inflexible y rudo. Dominante. Surtió el efecto que esperaba y Marisa, cuyo nombre ya no era Marisa sino un nombre de puta de los 80 como Coral o Cristal o Juliette, sonrió con la altivez lasciva de una puta entrenada y se volvió hacia Violeta.

Las dos se enzarzaron en el beso más dulce y amoroso que jamás he presenciado. No eran importantes las lenguas, ni los labios, ni las manos, ni los pechos aplastados unos contra los otros... Nada era importante porque, ironías de la vida, todo lo era. Poco a poco, sin romper el beso, Jazmín fue llevando a Marisa sobre la cama.

Marisa se tumbó y Violeta se colocó a horcajadas sobre ella, siempre besándose. Las manos de mis alumnas viajaban de un sitio a otro ansiosas por tocarlo todo y temerosas de tocar demasiado. Jazmín, con solamente una mano libre puesto que la otra soportaba su peso, fue la que más decidida parecía.

Tú solo toca y haz lo que te gustaría que te tocaran y te hicieran -suspiró la pelirroja al oído de su compañera cuando sus labios se separaron por primera vez.

Yo, de pie ante la cama, tenía un primer plano fenomenal del culo de Jazmín, con su carnosa raja de abultados labios asomando entre las piernas y debajo de esto, el chochito sin pelo de Marisa. Me fijé más detenidamente en el coño de mi alumna. Cuando le afeité el coño, por culpa de la postura, no pude depilárselo completamente y algunos pelillos, sobre todo los que bordeaban los labios de su sexo y su ano quedaron indemnes. Pelillos que habían desaparecido por completo. La misma Marisa había acabado con ellos.

Aaahahhh... -La mano de Jazmín me tapó las vistas del coñito de la morena metiendo dos dedos en su interior, haciendo que Marisa gimiese.

La morena trató de alcanzar el coño de su compañera por encima del culo, pero la distancia era mayor, así que cambió de ruta y comenzó amasando los dos enormes pechos de Jazmín con ambas manos para luego ir descendiendo por el vientre.

¿Le gusta el espectáculo, Don Marcos? -Preguntó Jazmín, mirando hacia atrás con su lasciva cara de niña mala.

No lo pensé, solamente actué. Mi mano golpeó de lleno en el culo en pompa de la pelirroja, que respondió con un quejidito ahogado pero cuya mirada redobló su lujuria.

Te lo advertí, si me volvías a llamar Don Marcos te iba a dar de azotes.

Pues siga, Don Marcos.

La desfachatez de Jazmín me encabritó la sangre de las venas. Mientras ella volvía a besarse con la otra joven, que se debatía entre gemidos, propiné otra palmada en el culamen de la puta.

Los dedos de Marisa habían encontrado el clítoris de su amiga y sus quejidos comenzaron a tornarse gemidos de placer rápidamente, a pesar de que yo no cejaba en los azotes.

Violeta se centraba por completo en el otro sexo femenino mientras su dueña intentaba mirarme de vez en cuando, como queriendo calibrar el nivel del regalo que me había hecho. Por el tamaño y dureza de mi polla, imagino que lo podía adivinar.

¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! -aullaba Jazmín, masturbada por Marisa y azotada por su antiguo profesor.

No podía aguantar más, la verga me hervía y la palma de la mano me empezaba a doler.

Aparté la mano de Marisa del coño de Jazmín y me arrodillé tras ella. Enfilé mi polla al ahora desprotegido agujerito y embestí con todas mis fuerzas. Poco me importó no llevar preservativo, en aquella época no había tanta concienciación como ahora y el SIDA no haría estragos hasta una década después. La puta arqueó la espalda y levantó la cabeza agradeciendo la intrusión, y acto seguido volvió a besar a Marisa. Era extraño. No parecía querer separar su vista de su amiga en ningún momento. Quizás, solamente quizás, Violeta hubiera tenido alguna vez esa fantasía, la de acostarse con otra mujer. Si era lesbiana o bisexual, no me enteraría hasta años después. Lo único cierto era que le estaba prestando mucha más atención a Marisa que a mí y yo no estaba conforme con ello. No en vano ella era un regalo para mí.

¡Fóllame, Ma...más! ¡Fóllame más, joder! -gritaba Jazmín, enloquecida, moviendo la cintura para que mi verga le entrara hasta lo más hondo.

Mis embestidas habían ido arrastrándola poco a poco hacia delante, o tal vez Marisa se había ido escurriendo hacia abajo. En cualquiera de los casos, el resultado era la boca de mi alumna aferrada al pezón de una de las grandes tetas de la puta.

Jazmín apretaba su coño alrededor de mi polla. Estaba claro que quería que yo me corriera. Visto con perspectiva, que pusiera tanto ímpetu demostraba que era ella la que estaba a punto de alcanzar su clímax, y ninguna puta podía permitir que su cliente no se corriese antes que ella. Podía fingirlo mientras su cliente se corría, podía escaparse en el último segundo y obsequiar al pagador con una maravillosa felación y permitirle eyacular en su cara. Pero dejarse que le causaran un orgasmo no entraba en su código deontológico si es que tal cosa existía.

Quizá pudo pensar durante un instante en la segunda opción, en interrumpir la follada y mamarme la polla hasta que le llenase la garganta de semen, pero eso significaría que la lengua de Marisa abandonase sus pezones y eso tampoco lo iba a permitir.

El culo de Jazmín, cada vez de una tonalidad más roja, adquirió una velocidad desesperada, chocando con mi pubis sonoramente. Tan sonoramente que me trajo a la mente el ruido que hacía mi mano al chocar con sus nalgas.

Fue todo uno. Azotarle en una de sus nalgas enrojecidas mientras la empalaba, gritar ella un “¡Dios!” en una blasfemia absoluta, que Marisa le mordisquease la areola y correrse. Fue entonces cuando yo también estallé. Mientras Jazmín disfrutaba de los estertores de su orgasmo, me derramé en su interior con un gruñido.

Nuestro clímax conjunto pareció satisfacerla. Al menos lo suficiente como para poder derrumbarse sobre la cama, esquivando a Marisa para no caer sobre ella.

La morena nos miró. Parecíamos derrotados y, aunque nos miraba con una sonrisa displicente, yo sabía cuándo quería más. Sacando fuerzas de flaqueza, me tumbé a su lado, entre ella y Jazmín, y comencé a besarla mientras mi mano subía por su pierna.

Si estás cansado, no hace falta -musitó.

No seas tonta -Dije, un segundo antes de notar una mano deteniendo la mía cuando estaba a punto de llegar a su coñito-. Marisa... -la reprendí.

Sin embargo, ambas manos de mi alumna predilecta estaban sobre mi cara. Miré hacia abajo y vi a Jazmín clavando sus ojos en los míos con decisión mientras tomaba sitio entre las piernas de la joven.

Tú sigue besándola.

No, Violeta -rogó Marisa, aunque cuando la lengua de la pelirroja tomó contacto con su anegado sexo, sus reticencias fueron enterradas en un gemido.

Obedecí sin rechistar y dejé que Jazmín le comiera el coño. Agarré de las manos a Marisa mientras la besaba para impedir que alejara la cabeza de su compañera de ahí abajo. No tardaron en escapárseme, pero mi alumna no rechazó el cunnilingus. Sus dedos se enredaron en la melena pelirroja y la apretaron más contra su coño, aceptando por completo sus caricias.

Los gemidos de Marisa aumentaron al igual que lo hizo mi polla. Yo solamente podía besarla, acariciarle los pechos, lamerle los pezones... sin poder descender más por su cuerpo. Su coño tenía en ese momento otra dueña.

La morena se corrió de una forma mucho más silenciosa que Jazmín, aunque su clímax fue tan o más poderoso que el de esta. Cuando su cuerpo se relajó, la prostituta pidió ir al baño para asearse, mientras yo charlaba con mi alumna.

Entonces... ¿Te ha gustado mi regalo?

Mucho... ¿Y a ti? ¿Te ha gustado?

Marisa no respondió. Al menos, no directamente. Sin embargo, su sonrisa satisfecha contestó por ella.

Nos estábamos besando cariñosamente cuando Violeta regresó.

Hacéis una gran pareja -nos dijo, mirándonos con ternura.

Hicimos hueco para que se tumbara junto a Marisa, y charlamos de cosas intrascendentes mientras descansábamos. Jazmín lo observaba todo con los ojos inundados en una cierta melancolía hasta que, por sorpresa, comenzó a llorar.

P-perdonadme -se excusó, volviendo de nuevo al baño a la carrera.

Marisa hizo amago de seguirla pero se lo impedí.

¿Qué le pasa?

Era cierto que yo no lo sabía, pero lo podía intuir. No tenía nada que ver con que estuviera enamorada de Marisa. No lo estaba, aunque estoy seguro que en sus fantasías lésbicas las mujeres acababan teniendo la cara de mi alumna. Había cumplido un sueño al acostarse con ella y eso la hacía feliz. Su tristeza venía por otro lado.

Pocos años antes, Marisa y Violeta tenían una vida muy parecida. Compartían pueblo, calle, colegio, amigos, intereses y, hasta cierto punto, una situación familiar similar. En unos pocos años, sin embargo, la vida de las dos había dado un vuelco. Marisa vivía en una gran casa, estudiaba, estaba a punto de entrar en la Universidad y tenía, sobre todo, alguien que le amaba. Jazmín, sin embargo, vivía en un cuchitril, tenía que venderse para subsistir y, por algunas huellas que se marcaban en su cuerpo, no comía todos los días.

Marisa pareció caer lentamente en la cuenta de todo eso y su rostro se ensombreció.

Marcos...

Sacudí la cabeza y me levanté. Comprendía, sin necesidad de que me lo dijera, lo que quería pedirme Marisa, pero no estaba seguro de que fuera la mejor solución.

Entré en el baño y vi a Jazmín, desnuda frente al espejo, con los ojos hinchados de haber llorado. Me miró sin saber qué decir.

Jazmín.

Don Marcos, no... perdóneme por el espectáculo -se disculpó secándose los ojos con el dorso de la mano en un gesto casi infantiloide.

De pronto, ya no era Jazmín, la puta. Ya no era esa hembra lujuriosa a la que me acababa de follar mientras Marisa le chupaba un pezón. Ya no era la mujer que le había comido el coño a Marisa hasta hacerla correrse. Jazmín había vuelto a ser Violeta, la niña pícara pero aún niña que no estudiaba, a la que le costaban horrores las matemáticas, a la que le suspendí el último curso de latín y cuya mayor meta en la vida era la senda que le había marcado su madre. Seguir el negocio familiar y ser la peluquera del pueblo para toda la vida.

La abracé con toda la ternura que me causaba. Violeta era aún una niña, muy joven para estar donde estaba, en el ojo del huracán de una ciudad demasiado grande para alguien que acababa de cumplir dieciocho.

A Jazmín le sorprendió mi abrazo, y tardó unos instantes en reaccionar. Cuando lo hizo, me abrazó a mí también y comenzó a sollozar de nuevo.

¿Por qué me ha ido todo tan mal? -preguntó entre hipidos, más para sí misma que para mí.

De pronto supe que la solución de Marisa era la única que me iba a permitir vivir sin remordimientos.

Violeta... ¿Quieres quedarte en esta casa, con nosotros?