Forzados por los moteros
Mi mujer y yo acudimos a una concentración de moteros para ver sus maquinas y hacernos unas fotografías con ellas, y cuando regresábamos a casa, fuimos forzados por tres de ellos.
Forzados por los moteros
Mi mujer y yo acudimos a una concentración de moteros para ver sus
maquinas y hacernos unas fotografías con ellas, y cuando regresábamos a casa,
fuimos forzados por tres de ellos.
Era un sábado de septiembre. Yo, Víctor, y mi mujer, Lola, comíamos tranquilamente en casa viendo las noticias del medio día. Casi al final del informativo, ofrecieron la noticia de que en nuestra ciudad se concentraba una gran cantidad de moteros, amantes de la legendaria Harley Davinson, que estaban acampados cerca de nuestra vivienda, en espera de una gran marcha conjunta al día siguiente por las principales calles de la ciudad.
En el corto reportaje que vimos por la tele, aparecían imágenes de impresionantes motos de gran cilindrada, provistas de todo tipo de llamativos adornos, así como sus dueños y acompañantes, vestidos con la característica indumentaria que siempre les acompaña, donde abundan el cuero, las cadenas y las chinchetas.
Así mismo, la locutora comentaba la gran cantidad de afluencia de gente que desde el día anterior se acercaba a ver semejante espectáculo, provistos todos de la consabida cámara de fotos o de video, con la que inmortalizaban el momento en que ellos mismos o sus hijos se sentaban, previo consentimiento del propietario, en una maquina reluciente y prácticamente única en el mundo.
Esta atípica acampada, estaba situada no muy lejos de donde Lola y yo vivíamos, en los aledaños de una zona deportiva, y rodeada casi en su totalidad por una amplia zona verde, con innumerables caminos y senderos que discurren entre los árboles antes de desembocar en las primeras calles de la ciudad.
Cuando termino el reportaje, le comente a mi mujer que podíamos dar un paseo hasta esa zona, a media tarde, después de ver la película de la sobremesa, ya que tanto ella como yo nos habíamos quedado admirados por las imágenes mostradas en la televisión.
Dicho y hecho. A eso de las 19:00 h. salimos de casa portando nuestra cámara de fotos digital, dispuestos a pasar un par de horas contemplando el ambiente que rodea a la mítica marca de motocicletas y a sacar unas instantáneas de lo que nos pareciera mas atractivo.
En aproximadamente media hora, llegamos a donde se encontraban los primeros fans, y en honor a la verdad, he de decir que la primera impresión fue aun mucho mejor que lo que esperábamos después de ver las imágenes del medio día en la tele.
Yo llevaba puesto un cómodo chándal y unas zapatillas deportivas, y mi mujer se había puesto unos vaqueros ajustados y una blusa blanca, acompañados de unas chancletas de correas con bastante suela, que levantaban sus talones unos cuatro centímetros del suelo.
Lola mide casi 170, es delgada, con unas bonitas caderas, muy bien formadas, así como un bien proporcionado culo, remarcado aun más por la estrechez de los vaqueros. Tiene un pecho mediano, no muy grandes pero si muy bien hechas, perfectas para la blusa que llevaba con dos botones desabrochados, que empezaba a tapar justo cuando aparecía el canalillo que separaba sus senos. Es morena, como yo, y acostumbra a lucir un pelo lacio que le cae hasta los hombros. En general tiene un buen cuerpo, bueno, aunque sea mi mujer, tengo que reconocer que esta muy buena, por eso me case con ella.
Estuvimos recorriendo la concentración de punta a punta. Vimos todo tipo de motos y todo tipo de gente. Nos fotografiamos ante impresionantes maquinas de tres ruedas, relucientes y brillantes, ataviadas con grandes banderas, generalmente de los EE.UU. o Australianas. En otros casos, dirigíamos la cámara a flamantes motocicletas con altísimos manillares, pintadas con los más llamativos colores o con verdaderas obras de arte dibujadas en sus depósitos.
El ambiente era genial. Como era de esperar, abundaban las chaquetas de cuero, los pañuelos en la cabeza, las cadenas colgadas por todas partes, pendientes diversos en las orejas, la nariz o los labios. Por todas partes sonaba música a todo volumen, siempre Heavy Metal, y todo tipo de alcohol corría de mano en mano.
A parte de las motos, también nos hicimos varias fotos con algunos integrantes de la tribu Harley Davinson. Lola, por ejemplo, poso junto a dos fornidos americanos vestidos con chalecos de cuero, llenos de chapas y de cadenas, en una impresionante moto de tres ruedas de color amarillo, coronada por dos gigantescas banderas de su país.
Y como yo no quería ser menos, conseguí que dos despampanantes francesas, rubias y con una delantera de infarto, se situaran a ambos lados de mi cuerpo, rodeando sus cinturas con mis brazos, y que mi mujer nos hiciera una foto mientras ellas sacaban lascivamente sus lenguas a ambos lados de mi cara.
El tiempo paso volando, y cuando se hizo de noche nos dispusimos a regresar a nuestra casa. Debían de ser como las 11 cuando emprendimos el camino de vuelta, atravesando los senderos que discurren por entre las arboledas poco iluminadas que separan la zona deportiva de las primeras barriadas de la ciudad.
Llevábamos mas o menos la mitad del recorrido hecho cuando, tras bajar por unas estrechas escaleras de piedra, en un pequeño llano por donde atravesaba otro camino, nos encontramos dos grandes motos aparcadas, y no muy lejos escuchamos las voces de varias personas en un idioma que no logramos entender.
Lola se paro de golpe, temerosa de lo que nos pudiéramos encontrar en un lugar tan poco concurrido, pero yo la tranquilice recordándole el buen rollo que llevaban todos los moteros que habíamos visto en la explanada, que estaban allí únicamente para celebrar su fiesta y divertirse con gente de sus mismos gustos.
Con mi mujer aun un poco recelosa, seguimos bajando las escaleras de piedra hasta llegar al rellano donde se cruzaba el sendero y estaban aparcadas las dos maquinas. Allí comprobamos que las voces que habíamos oído provenían de tres moteros que estaban sentados en el suelo entre los árboles.
Se trataba de dos hombres y una mujer, cada uno de ellos portaba una botella de licor, de las cuales ya habían dado buena cuenta y estaban en una situación que parecía el inicio de lo que más tarde se convertiría en una pequeña orgía, ya que en la primera imagen que nosotros contemplamos de ellos, vimos que uno de los hombres daba de beber a la chica directamente desde una de las botellas mientras el otro le magreaba una teta entre sonoras risas.
Los dos hombres eran muy altos. Uno de ellos era rubio, con el pelo bastante corto, yo diría que estaba cercano a los cuarenta años, vestía un pantalón de cuero negro, unas botas militares llenas de hebillas y en el torso únicamente un chaleco sin mangas desabrochado que mostraba su ancho pecho adornado de innumerables collares de todos los tipos y unos musculosos brazos llenos de tatuajes diversos.
El otro hombre aun era mas mayor, además de ser un tiarron, por lo menos debía de pesar 120 kilos y medir al menos 190, con apariencia de camionero, con un pelo muy canoso, casi blanco, y bastante largo, recogido en una coleta a mitad de la espalda. También llevaba botas tipo militar, unos téjanos muy gastados y rotos en varios sitios y una camiseta ajustada de color negro, con un gran escudo de dos águilas y una abultada barriga que asomaba por la abertura de otro chaleco de cuero negro ornado con infinidad de pegatinas, cadenas y chapas.
La chica no era tan alta como los dos hombres, y también era mas joven. Aparentaba unos 30 años y tenia un buen cuerpo, también era rubia, con una melena semi rizada y despeinada que le caía algo mas abajo de los hombros, calzaba botas altas y vestía vaqueros muy usados y una camiseta blanca de tirantes muy ajustada, con una bandera en el pecho que creo que pertenece a Jamaica, la cual le aprisionaba unas tetas de tamaño mediano de tal forma que fácilmente se apreciaban los pezones erectos bajo la tela de la camiseta, bajo una cazadora también de cuero negra llena de adornos y cadenas como los chalecos de los hombres.
Cuando nos vieron, dijeron algo en su idioma, pienso que era alemán, y los tres rompieron a reír estrepitosamente. Entonces la chica se nos acerco unos pasos y con un muy deficiente español nos ofreció sonriente e insinuante la botella que llevaba en la mano:
¿Quegueis gginebgra, juapposs?
Yo le sonreí ligeramente y haciendo un gesto con la mano le indique que no, pero ella siguió acercándose hasta llegar a nuestra altura, sonriendo picaramente y pasando la lengua por su labio superior volvió a insistir:
Vffenga, vfamos a montagr un fggiestecita, vosotgos tienes que bebegr.
Los dos hombres se habían ido acercando a la chica, y ya estaban detrás de ella, indicándonos con gestos que bebiéramos de sus botellas. Yo volví a sonreír y dándoles las gracias les repetí que no deseábamos beber, ya que ni mi mujer ni yo solimos tomar alcohol. Además, no me inspiraban mucha confianza los tres alemanes.
En un instante, el hombre mas joven nos rodeo hasta ponerse detrás de nosotros, siempre con una amplia sonrisa en los labios e instándonos a coger su botella. La situación ya no me gustaba nada, y notaba que Lola tenia deseos de salir corriendo de allí cuando la chica nos dijo en un tono ya no tan sonriente:
Si gyo diggo que es vfiegsta, vgosotggos qugedais en vfiegsta.
En una décima de segundo, se agacho y del interior de una de sus botas saco un enorme machete. Eso nos hizo dar un paso atrás, pero enseguida nos encontramos franqueados por el alemán más joven, que ya portaba otro machete en la mano de dimensiones aun más grandes que el de la chica.
Viendo que ellos tenían la situación dominada, volvieron a reírse y a hablar entre ellos, de lo que nosotros no entendimos nada, y al momento, poniendo cara de traviesa, la chica volvió a dirigirse a nosotros:
Soglo quegemos que begbaigs un pgoco.
Entonces la rubia, llevó la misma mano con la que sujetaba el enorme machete hasta la barbilla de mi mujer, le hizo levantar ligeramente la cabeza, y le coloco el morro de la botella de ginebra en la boca, obligándola ha tomar un largo trago, que al menos duro diez segundos. Acto seguido, hizo lo mismo conmigo, y sentí como la ginebra a palo seco rasgaba mi garganta en un trago tan largo como el que había ingerido mi mujer.
Tanto Lola como yo, no estamos acostumbrados a beber alcohol, solo en las comidas tomamos un poco de vino, por lo que la ingestión de la ginebra no nos había hecho mucha gracia, pero esperábamos que los tres alemanes se contentaran con eso.
Nada mas lejos de la realidad. Franqueados como estábamos entre la chica y el alemán joven con sus machetes, el mas mayor le dijo algo a la rubia mirando a mi mujer, y un segundo después sentí al rubio que estaba detrás de mí diciéndome al oído:
No sgeas mgalo y pogrtate bgien.
La chica acerco nuevamente el machete a la cara de Lola, y en un momento note como el alemán joven me obligaba a juntar mis manos en la espada, y rápidamente las sujetaba con una de las cadenas que llevaba colgadas del chaleco.
Cuando me tubo inmovilizado, fue él el que me hizo tomar otro largo trago de ginebra, esta vez de su botella, y acto seguido se coloco detrás de mi mujer, muy cerca, rozándole el culo con su paquete y agarrandola por la cintura, paso la mano por encima de su hombro, y volvió a meterle la botella en la boca, propinándole otro largo trago, que mi mujer tomo aun con mas dificultad que el anterior.
Mientras tanto, el alemán mas mayor, se había acercado a donde estaban las motos y las traía hacia donde estábamos nosotros. Las coloco en paralelo una de la otra, a unos dos metro de distancia entre ellas, y después saco de uno de los portaobjetos laterales unos guantes de motorista, completamente de cuero, muy gruesos y acolchados, de los que te protegen de las temperaturas mas frías, y llenos de brillantes tachuelas por todas partes.
Lola y yo lo estábamos mirando si entender lo que hacia, pensando en que quizás estaban pensando en marcharse, cuando el alemán que me había sujetado las manos, me condujo sin violencia pero firmemente hasta el árbol más cercano frente a las dos motos. Entonces, con el trozo que había sobrado de cadena, dio un par de vueltas al tronco del árbol y volvió a fijar la cadena entre mis muñecas asegurándola con un gran candado.
Me encontraba con las manos atadas a la espalda y encadenado a un árbol, di unos tirones a la cadena y comprobé que no había manera de desatarme, a lo que el alemán joven, me sonrió y me dio una palmadita en la cara. Yo estaba aterrorizado, y al igual que mi mujer, intuíamos lo que ocurriría a continuación.
Entonces ocurrió algo que ninguno de los dos esperábamos. La rubia se dirigió a una de las motos y saco otros dos pares de guantes similares a los que se había puesto el alemán más viejo. Le dio unos al rubio y con los otros en la mano se dirigió derecha a donde yo estaba atado al árbol, escasamente cinco metros.
Qgue cgomiengce lga fvgiesta. Dijo la rubia.
Directamente y sin dudarlo un segundo, se agacho ante mí y agarrando el pantalón de mi chándal por los dos lados exteriores de mis piernas, de un fuerte tirón me los bajo hasta los tobillos, y acto seguido, hizo lo mismo con mis calzoncillos, dejándome la polla y los huevos completamente al aire.
Yo me quede perplejo. Mire al frente y vi a mi mujer, franqueada por los otros dos alemanes y completamente anonadada, sin sujetarla pero pendientes de su reacción, riéndose a carcajada limpia. La rubia también les miro riéndose mientras se enfundaba los guantes de motorista, y cuando los tubo puestos, se dio la vuelta y se pego a mí, hasta que su pelvis tocaba con mi polla desnuda, puso sus manos en mis nalgas y las apretó con fuerza contra ella, entonces saco la lengua todo lo que pudo y la paso lascivamente por una de mis mejillas, y cuando casi había llegado a una de mis sienes me dijo:
¿A lgos egspagñolitos lges gusta eg cuegro?
Acto seguido, llevo una de sus manos enguantadas hasta mi entrepierna y comenzó a magrearme descaradamente el pené y los genitales, amarrándome la nuca con la otra mano y mirándome sonriente con su cara muy cerca de la mía, tanto que hasta mí llegaba el fuerte olor a ginebra que emanaba de su boca. Notaba el guante de cuero recorrer mis huevos y mi polla, así como las frías tachuelas que se deslizaban a lo largo de mi sensible piel. Me recorría el cuerpo una extraña sensación, provocada, supongo, por el contacto con ambos materiales.
Así estuvo por espacio de aproximadamente un minuto, después se detuvo y recogió del suelo la botella, bebió un largo trago he hizo que yo tomara otra buena porción de licor. Entonces descendió verticalmente hasta que su cara quedo a la altura de mi pelvis, y de prono, coloco la botella hacia abajo vertiendo su contenido por toda la extensión de mi polla y mis huevos.
Volvió a dejar la botella en el suelo y rápidamente se amorro entre mis piernas, haciéndome separar las mismas con sus manos, y comenzó a lamer ávidamente toda la zona impregnada de ginebra, metiendose los huevos en la boca y succionándolos con ansia unas veces, o hundiéndose completamente mi polla en su boca hasta no dejar rastro del licor que hasta hace unos segundos la recorría.
Empecé a notar un ligero escozor en los huevos, debido sin duda al alcohol derramado en ellos, pero lo cierto es que aun sabiendo que aquella tía me estaba de algún modo violando, y de que previsiblemente iban a hacer lo mismo con mi mujer, me estaba empezando a poner cachondo, y mi polla empezaba a adquirir un aspecto morcillon estimulada por la lengua de la alemana y los sobes que me estaba dando en los huevos con los guantes de cuero.
De pronto levante la cabeza y vi que el cuadro que tenia enfrente también había cambiado. Entre los dos alemanes habían colocado a mi mujer dos cadenas en sendas muñecas, pero en vez de atarle las manos a la espalda como habían hecho conmigo, se disponían a sujetárselas con los brazos estirados a ambos lados del cuerpo a los manillares de las dos motocicletas.
Mi mujer quedo entonces entre las dos maquinas, con los brazos abiertos y estirados a una altura ago superior a la cintura, y firmemente sujetos con varias vueltas de cadena a los dos manillares, con el alemán rubio situado detrás de ella y él mas mayor justo de frente.
En ese instante, la rubia dejo de jugar con mis huevos y les dijo algo a sus compañeros en alemán, se levanto y me quito la cámara de fotos que llevaba colgada al cuello. La estudio unos segundos y no tardo en adivinar su funcionamiento. Entonces la puso en marcha y tras retroceder un par de pasos, me hizo dos fotografías encadenado al árbol y con los pantalones en los tobillos.
Me dejo allí, con la polla medio tiesa, y se acerco a donde estaban sus amigos con la cámara en la mano. Cuando estaba a unos metros de mi mujer hablo con el alemán más viejo, en lo que parecía le instaba a que comenzara con su juego, indicándole que mientras ella les haría algunas fotos.
El tío de la barba y el pelo blanco le hizo entonces un lascivo movimiento de lengua y directamente dirigió sus manos enguantadas a las tetas de mi mujer, comenzando a sóbraselas describiendo círculos y palpándoselas con los dedos de las dos manos mientras la rubia empezaba a hacer fotografías.
Lola no decía nada, quizás porque en esos momentos no era capaz de articular una sola palabra. Simplemente miraba con cara desconcertada al tiarron que tenia delante metiendole mano y deseando que aquello acabara lo antes posible.
De pronto, el viejo comenzó a desabrochar los botones de la blusa de mi mujer, tiro de ella cuando hubo llegado al ultimo, he hizo salir toda la prenda de debajo de los téjanos. Entonces comento algo con el rubio que se mantenía detrás de mi mujer bebiendo ginebra a cada instante, este le contesto en su idioma, volvió a sacar el gigantesco machete, y pasándolo por encima del brazo de mi mujer, coloco el filo entre la parte mas estrecha de su sujetador y la piel, y con un ligero movimiento de la muñeca, corto fácilmente la tela que separaba las dos copas de la prenda.
Las tetas de Lola quedaron al aire, apuntando directamente a la cara del alemán de la coleta, que rápidamente volvió a apropiarse de ellas con las dos manos. Ahora se las magreaba con mas bravura, apretándoselas con los guantes de cuero y sobandolas en toda su extensión, presionando de vez en cuando los pezones con sus pulgares.
El rubio que estaba detrás de mi mujer, miraba sin perder detalle por encima del hombro de Lola, lo cual no le resultaba nada difícil debido a su gran envergadura. Entonces la rubia comento algo ininteligible para nosotros y el rubio vertió un gran chorro de ginebra por encima de las tetas de mi mujer. Entonces el viejo se amorro a ellas y comenzó a chapárselas vorazmente, recogiendo con su lengua todo el liquido que descendía por ellas.
Yo veía como habría todo lo que podía la boca, para poder engullir al máximo posible cada seno de Lola, notaba incluso como intentaba echarse hacia atrás cuando el alemán le rascaba con su canosa y abundante barba, pro estaba tan firmemente sujeta que apenas podía moverse unos milímetros para evitarlo.
Mientras tanto, la rubia seguía animándole a unos metros de distancia, disparando la cámara de fotos de vez en cuando, y en ocasiones volvía la cabeza y me miraba diciéndome algo que yo nunca entendía, pero que estoy seguro que se refería a la escena que se desarrollaba ante mi.
El rubio, que al principio parecía más pasivo, se había ido animando paulatinamente, y con su pecho pegado a la espalda de mi mujer, se iba haciendo cargo con sus manos también enguantadas, del pecho que alternativamente iba dejando libre la boca de su compañero.
Lola permanecía callada, con la cabeza baja, mirando como aquel grandioso tío con aspecto de camionero, el pelo canoso y larguísimo, y una barba de varios meses, le comía afanosamente las tetas aderezadas cada cierto tiempo con ginebra.
Estuvo al menos diez minutos disfrutando de las tetas de mi mujer, y cuando considero que ya se las había comido y recomido suficientemente, sin un segundo de descanso, se arrodillo delante de Lola y le desabrocho el botón de los téjanos, le bajo la cremallera, he hizo descender los pantalones de mi mujer hasta el suelo.
Cuando Lola quedo tapada únicamente con las bragas blancas que llevaba, el viejo se aparto un poco y le dijo algo a la rubia, que instantáneamente le hizo otra foto a mi mujer. Acto seguido, hizo la misma operación con sus bragas, y mi mujer quedo prácticamente desnuda ante él, instante en que la chica tiro otro par de fotografías.
Casi me da vergüenza confesarlo, pero mi polla apuntaba ya hacia las estrellas. Es cierto que a la que estaban violando era mi mujer, pero la escena era de máxima excitación. Allí estaba ella, con las manos atadas y la blusa completamente abierta, un tío a su espalda con mas músculos que el Rambo magrandole las tetas a su antojo, los pantalones y las bragas en sus tobillos, y el viejo delante con la cara a unos centímetros del coño de mi mujer.
Mientras el viejo comentaba algo en alemán a sus compañeros, hizo que mi mujer abriera las piernas en la medida en que los pantalones en los tobillos se lo permitían, y empezó a acariciarle el coño a Lola con sus manos enguantadas. Excepto el dedo pulgar, los otros cuatro y hasta la palma del guante se deslizaban frenéticamente por entre las piernas de mi mujer. Ella seguía con la cabeza baja, no sé si contemplando las manos recubiertas de cuero negro del rubio que le sobaban las tetas sin parar, o las igualmente enguantadas del viejo que le manipulaba frenéticamente el coño.
Lo cierto es que note que su respiración era ahora mucho mas pronunciada, no me atrevo a asegurar que estuviera disfrutando de la doble masturbación que le propinaban los alemanes, pero me daba la impresión de que esa forma de respirar, de un momento a otro podía convertirse en jadeos.
El del pelo largo seguía con su juego, y pronto decidió que era hora de llegar un poco mas lejos con sus dedos. Tentó durante un instante la entrada de la vagina de mi mujer, y sin previo aviso le introdujo el dedo corazón hasta que los nudillos chocaron con el vello pubico de ella.
Ahí si que mi mujer dejo escapar un entrecortado gemido, debido sin duda al tacto que el cuero producía dentro de su coño, así como el considerable grosor del guante, similar al que podía tener una polla de tamaño medio.
Pero el viejo no tubo ninguna consideración ante tal quejido. Empezó un violento mete saca con su mano enguantada, introduciéndole el dedo con tal ímpetu, que cuando este llegaba al fondo del coño de mi mujer, ella pegaba un pequeño salto hacia arriba, poniéndose incluso de puntillas para amortiguar la fuerte envestida.
A cada golpe, Lola dejaba escapar de su boca un pequeño grito, y la rubia seguía haciéndole fotos desde distintos ángulos. Pasados unos minutos, el rubio que estaba detrás de ella, también dirigió su mano a entre las piernas de mi mujer, y con una sarcástica risa, empezaba a juguetear con otro de sus dedos en el culo de Lola.
El caso es que al poco tiempo, los dos alemanes estaban follandose a mi mujer con sus manos enguantadas en cuero. El viejo se divertía metiendole los dedos índice y corazón al mismo tiempo en el coño, mientras que con su mano libre le agarraba los pelos del pubis para evitar que mi mujer se echara hacia atrás, Lo cual tampoco seria posible, ya que el rubio seguía a su espalda, rodeándola con un brazo que acababa magreando una de sus tetas, y la otra mano empleada en meterle el índice por el culo, con guante incluido.
Ahora mi mujer ya no miraba hacia abajo, no se si se quejaba o jadeaba, levantaba la cabeza y miraba al cielo, se mordía el labio inferior, en resumen, todo indicaba que estaba disfrutando de la violación.
Pero los alemanes aun tenían mas ideas para poner en practica. Además, la rubia se había calentado tanto haciendo las fotos que se había desabrochado los pantalones y se había puesto a masturbarse delante de sus compañeros.
Al parecer, el viejo se canso de meterle los dedos en el coño a mi mujer, así que se detuvo y se puso en pie. Entonces también se desabrocho los pantalones y se los bajo junto con los calzoncillos hasta las rodillas, le dijo algo al rubio que estaba detrás de mi mujer, y entre los dos la forzaron a ponerse de rodillas entre ellos.
Manteniéndola aun encadenada a las dos motos, sus brazos quedaban ahora un poco por encima de sus hombros, prácticamente a la altura de su cabeza. Sin ningún tipo de miramientos, el viejo la agarro del pelo y empezó a restregarle la polla por toda la cara, mientras el otro rubio se arrodillaba también detrás de ella y se disponía a liberarse de su ropa de cintura para abajo.
El alemán rubio comenzó a restregar una enorme polla por el culo de mi mujer, pasando una de las manos por delante del cuerpo de Lola y colocándola entre las piernas de ella, comenzando así una nueva masturbación en su coño con el guante que momentos antes se había metido en su culo.
El otro se dedicaba a aporrearle la cara con su verga, con una mano la mantenía sujeta por el cabello, y con la otra se agarraba el miembro para hacerlo golpear contra las mejillas, los ojos o la nariz de mi mujer.
La mano del rubio ya hurgaba el coño de mi mujer con frenesí, y al menos manipulaba su interior con dos dedos recubiertos de cuero. Parecía que tuvieran la jugada ensayada, porque con un golpe de cadera, el rubio taladro con fuerza el culo de mi mujer con su polla.
Esto debió de producirle un intenso dolor, porque abrió enormemente los ojos y la boca para proferir un intenso grito. Pero el viejo aprovecho ese preciso instante para hundirle toda su polla hasta el fondo de su garganta, una polla descomunal e inusual teniendo en cuenta la edad del alemán.
Así estuvieron un buen rato, ocupando los tres agujeros de mi mujer de la manera más salvaje, con una impresionante polla follandole la boca, ayudándose con dos manos a los lados de la cabeza que la obligaban a hundirla hasta que la nariz chocaba con la barriga del viejo. El rubio dándole por culo sin contemplaciones y metiendole dos dedos en el coño con fuerza e impidiendo de paso que se pudiera ir hacia delante por las tremendas embestidas que recibía a su espalda.
Además, la rubia mirándolos desde el suelo, en cuclillas y con los pantalones bajados, y haciéndose una tremenda paja totalmente espatarrada. Y por si fuera poco, yo, encadenado al árbol, con la polla tiesa y más caliente que el rabo de una sartén, contemplando la escena sin perder detalle y nadie que me hiciera caso.
Cansada de actuar como mera espectadora, la rubia izo saber a sus acompañantes que quería participar mas activamente, y no se le ocurrió otra cosa que indicar al alemán más joven que dejara de culear a mi mujer para ponerse ella en su lugar.
El rubio accedió de buen grado, y la chica se situó a espaldas de mi mujer reemprendiendo inmediatamente la masturbación del coño de Lola con la mano que antes había estado sobando mis huevos. El rubio no se lo pensó dos veces y comenzó a follarse a la rubia brutalmente por el coño, poniéndola en un estado de calentura que se transmitía a la mano que manipulaba el coño de mi mujer.
Cada vez actuaban con mas ímpetu, el viejo apretaba los dientes mientras le metía toda la polla en la boca a mi mujer, que daba la impresión de que se ahogaba debido a las dimensiones de lo que tenia que chupar, y el rubio exhalaba un grito cada vez que ensartaba su rabo en el coño de la chica, que empezaba a dar muestras de estar a punto de correrse.
Debía de resultarle incomodo o trabajoso llegar al fondo del coño de mi mujer con sus dedos, porque en un momento dado, y con una expresión en la cara de estar fuera de sí, cogió la botella de ginebra que tenia al lado, y tras echar un ultimo trago, le metió todo el cuello de la misma en el coño a Lola.
Mientras el rubio le daba los últimos envites antes de correrse los dos, follaba el coño de mi mujer salvajemente con la botella, y cuanto más cerca estaba su orgasmo, con mas fuerza se la introducía hasta que la curvatura del cristal chocaba con los labios exteriores de la vagina de Lola.
Por suerte, esta situación duro apenas minuto y medio, que fue el tiempo que tardaron los dos alemanes más jóvenes en llegar a un intenso orgasmo, casi al mismo tiempo, que los dejo exhaustos.
Aun así, la botella permanecía en el interior del coño de mi mujer, cuando poco después vi claramente como un reguero de semen se deslizaba desde el borde de los labios de Lola hacia su barbilla, lo que indicaba que el viejo de pelo blanco había descargado toda su carga de leche en la boca de mi mujer, aunque aun la mantenía sujeta por los cabellos sin darle opción a sacarse de la boca su enorme verga.
Cuando los tres estaban corridos y satisfechos, se separaron de Lola y se dispusieron a arreglarse sus ropas. Volvieron a hablar entre ellos en alemán y mirándonos alternativamente a mi mujer y a mi rompieron de nuevo en carcajadas. Entonces, la rubia se me acerco y volvió a colocar el cordón de la cámara de fotos alrededor de mi cuello.
Después soltaron las cadenas que mantenían a mi mujer de rodillas entre las dos motos, ahora otra vez con la cabeza agachada y mirando al suelo. Lola, al verse libre, cayo extendida en el suelo tal como estaba, con su culo blanqueado por la luz de la luna, tumbada boca abajo con las manos cubriendo su cara.
Los alemanes subieron a sus motos y el viejo maniobro hasta colocarse detrás del árbol al que me habían encadenado. Abrió el candado y arranco velozmente seguido por sus compañeros. En pocos segundos desaparecieron de nuestra vista.
Tras unos leves movimientos conseguí que mis manos se deslizaran por la cadena suelta y quede libre. Me dirigí rápidamente a done estaba Lola y le pregunte como estaba. Y como iba a estar. La acababan de violar salvajemente y delante de mí.
Nos arreglamos como pudimos y nos dirigimos apresuradamente a nuestra casa. Una vez allí, y sin haber comentado una sola palabra de lo sucedido, nos duchamos y nos metimos en la cama. Al día siguiente, domingo, nos levantamos y actuamos como si nada hubiera ocurrido.
Jamás hemos comentado los hechos ocurridos aquella noche con los tres moteros, y nuestra vida a transcurrido con total normalidad desde entonces.
Lo que mi mujer no sabe, es que yo aun conservo en el ordenador las fotos que la rubia alemana nos hizo la noche de la violación, y que de vez en cuando las contemplo y recuerdo exactamente todo lo vivido aquella noche, y que me excita enormemente.
FIN
Si os ha gustado este relato, o si no os ha gustado, agradecería comentarios en mi dirección de correo:
Saludos, Víctor Galán.