Forzada en su noche de bodas
Los derechos del Señor son amplios, incluyendo el disfrute del cuerpo de sus siervas cuando y como las desee.
Marie está radiante de felicidad, esa misma tarde, con 17 años recién cumplidos, se va a casar con Louis, el hijo del herrero, de solo 23 años, más guapo y valiente de lo que nunca podría haber soñado para su futuro marido. Todo iba según lo previsto hasta que la llegada del Señor de las tierras reclamando sus derechos lo cambia todo…
No podía oír nada más que el latido de su corazón y los asquerosos gemidos de placer que él emitía. Su apestoso aliento hacía que tuviera arcadas, sus pechos estaban llenos de marcas de mordiscos y el dolor que sentía entre las piernas era como si un hierro al rojo, de esos que ella había visto en la herrería de su suegro, la estuviese atravesando, rasgando todo a su paso.
Marie había intentado con todas sus fuerzas quedar como muerta, intentando que su mente vagara mientras durara la violación y lo estaba consiguiendo bastante bien mientras notaba como su cuerpo era apretado y profanado lo más violentamente posible, pero una embestida especialmente entusiasta la había hecho emitir un gemido de dolor.
- Sí, puta, gime para mí, ya sabía yo que con esa carita de campesina lujuriosa esto te iba encantar – decía mientras clavaba las uñas en sus nalgas y aumentaba la velocidad de la penetración.
- Por favor, me duele mucho – gemía la pobre chica sin poder parar de llorar.
- No te preocupes, no se lo diré a tu marido. Ninguno queremos que se entere como disfrutaste en la cama conmigo ¿verdad?
Sus palabras, más que frenarle, pareció que le excitaran, lo que hizo que le diera la vuelta, la colocara a cuatro patas y la penetrara con todavía más ferocidad que antes.
- AAAAAAAAAAHHHHH, así no por favor.
Soltó otro grito de dolor cuando la agarró tan fuerte de los pezones, que la pobre creyó que se los iba a arrancar, sin dejar de empujar dentro de ella cada vez más rápido. Ella no podía creerse que estuviera pasando por aquello cuando solo un rato antes todo era felicidad.
Una hora antes…
La música que procedía del laúd era posiblemente la más hermosa que se había oído en esos parajes en muchos años, el vino corría a raudales y los invitados al casamiento no paraban de reír y bailar. Marie, la feliz novia, no cabía en sí de felicidad, solo hacía unas horas que había dado el sí quiero en la parroquia del pueblo y ya se veía como toda una mujer, cuidando de su marido y de los que esperaba que fueran muchos hijos preciosos.
Aunque para llegar a tenerlos necesitaba que ocurriera lo que tenía que pasar en la alcoba esa misma noche. Solo de pensarlo se le puso un nudo en el estómago por los nervios y también, por qué no decirlo, una punzada de ganas ante lo que podría pasar. Su madre le había dejado bien claro que satisfacer a Louis, su nuevo marido, era su principal cometido como esposa, pero su amiga Adeline, que se había casado el año pasado y ya contaba con una gran barriga, le había dejado entrever que ella también podía disfrutar mucho de la experiencia.
Absorta como estaba en sus pensamientos, no oyó el ruido de los cascos de los caballos hasta que éstos no entraron en el jardín donde se estaba celebrando la fiesta, arroyando todo lo que se encontraba a su paso. Su marido había dado buena cuenta de la abundancia de bebidas que había en la fiesta, por eso tardó un rato en reacción ante la súbita intrusión.
- ¿Quiénes sois?, ¿cómo osáis presentaros así en la celebración de mi casamiento? Vuestras bestias podrían haber matado a alguien – gritó airado Louis, visiblemente irritado por la interrupción de la fiesta.
- Mira Antoine, el campesino se ha puesto gallito jajajaja – se jactó el que parecía ser el líder del grupo mientras se quitaba el yelmo.
Solo entonces los invitados pudieron verle bien y una exclamación de sorpresa recorrió todo el jardín. Porque, en contra de lo que pudieron pensar todos, no eran una banda de soldados con ganas de armarla, sino el mismísimo conde de Poitiers, un hombre extremadamente cruel y arbitrario que raramente se encargaba de gestionar sus tierras, pero era conocido por su afición por el vino, las mujeres y las ejecuciones, y no siempre en ese orden.
- Pido disculpas mi señor, mi hijo ha bebido demasiado vino y no es dueño de sus palabras ahora mismo – se apresuró a disculparse el padre del novio.
- No hace falta que os disculpéis, seguro que estaba demasiado distraído pensando en su noche de bodas.
- Jajajajajaja, ¡muy buena, Señor! – le rieron el resto de su cometida, cinco hombres a caballo en total.
- Ahora claro, me muero de curiosidad, ¿alguno de estos dignos invitados tendría el honor de presentarme a la novia? – preguntó el conde en tono jocoso - ¿Quizás su recién estrenado marido?
Desde que el conde y sus caballeros habían irrumpido en el claro Marie se había ido escondiendo cada vez más entre los invitados, intentado pasar lo más desapercibida posible. No había sido ni una ni dos las veces que había oído historias de como el conde y sus hermanos habían salido “de caza”, buscando campesinas o viajeras descuidadas y que no se amedrentaban ante nada ni nadie con tal de conseguir a su presa. La pobre chica esperaba de todo corazón que Louis también las hubiera oído.
- ¿Yo? - preguntó con cara de sorpresa el aludido – Claaa…claaa…claro mi señor, ahora mismo se la presento.
- ¡Marie!, ven aquí ahora mismo.
Para su desgracia, su nuevo marido era demasiado estúpido o no le importaba más que su propio bienestar como para intentar encubrirle. Es verdad que solo habían estado a solas un par de veces antes de que se celebrara la boda, pero cuando lo hicieron, él la había dejado entrever que estaba enamorado de ella, aunque todo debía de haber sido una mentira para llevarla a la cama. Por miedo de lo que pudieran hacerle esos salvajes al resto de sus invitados y con la decepción pintada en su rostro la chica dio un paso al frente.
- Señor, yo soy Marie, ¿en qué puedo servirle Excelencia? – Preguntó con valentía y sin titubear.
- Has elegido una buena, eh amigo – comentó el conde dirigiéndose a Louis – muy servicial sin duda, esas son las mejores – y dirigiéndose a mi añadió.
- Así que tu eres la flamante novia, mis más sinceras enhorabuenas por el casamiento.
- Gracias señor, es usted muy amable – contestó Marie abrigando por un momento la esperanza de que al final todo saliera bien.
- Y por supuesto este es un día de felicidad para todos y, como buen señor que soy, me gusta que mis siervos disfruten de una fiesta de vez en cuando – comentaba en conde lentamente mientras daba vueltas por el jardín – pero creo que por desgracia mi padre descuidó la disciplina y mantener las buenas costumbres en nuestras tierras. ¿Por qué sabéis a lo que el señor tiene derecho verdad?, y nadie ha sido tan leal como para hablarme de este casamiento….
Muchos invitados se habían quedado extrañados con las enigmáticas palabras, pero no así el padre de Marie, que con un grito y enarbolando un cuchillo para cortar carne se lanzó hacia el conde.
- ¡Bastardo, no la tocarás!
Y dicho esto, intentó apuñalarle en el pecho, aunque los esbirros del conde fueron más rápidos. Le tiraron al suelo y delante de todos los invitados lo degollaron en menos de un segundo.
- Siempre lo mismo, nunca aprenden… - murmuraba el conde por lo bajo, y alzando la voz añadió – Voy a utilizar mi derecho ancestral sobre estas tierras para pasar la primera noche con la novia, aquel que intente impedírmelo terminara como éste despojo – terminó mientras le propinaba una patada al cadáver.
Antes de que nadie pudiera reaccionar, el conde agarró con fuerza el brazo de Marie y, pasando por delante de Louis que se había quedado congelado observando la escena, la empujó hacia los establos de la casa. Sin ningún tipo de miramiento la empujó sobre una pila de heno que había en un rincón y se quitó las piezas de armadura que llevaba.
Marie no podía creer lo que estaba pasando, estaba totalmente en shock mientras recordaba el cuerpo de su padre cayendo sin vida en el jardín, como si fuera basura. De repente, unas lágrimas de rabia empezaron a caer por su rostro y, con un grito que salió de lo más hondo de su pecho, la chica se abalanzó sobre el conde con la única idea de sacarle los ojos. Aunque su ataque solo consiguió hacer un gran arañazo en la cara del conde, que rápidamente la agarró y la tiró al suelo de una bofetada que hizo que le diera vueltas la cabeza.
- Así que a la gatita le han salido garras…, te juro que haré que te arrepientas hasta el final de tus días por haberte atrevido a esto – dijo el conde con la voz cargada de oscuras promesas de venganza.
- No por favor, mi Señor, disculparme, no era yo misma – comenzó a sollozar Marie mientras se ponía de rodillas en el suelo.
- Sucia ramera, no tendría que haber sido tan descuidado contigo, la gente de tu calaña solo aprende por las malas – y dicho esto cogió de una pared cercana una fusta para entrenar a los caballos.
La pobre muchacha no pudo controlar los temblores que se apoderaron de su cuerpo al ver aquello y empezó a retroceder a gatas hacia la pared más cercana, pero el conde no estaba de humor para juegos. Fue hacia donde estaba, la agarró del pelo y tiró de ella hasta que la llevó cerca de una viga vertical. Sin darle tiempo a reaccionar, la levantó de un tirón y, con unas sogas que encontró en un rincón, la ató con fuerza las muñecas a la viga.
- Te has atrevido a atacar a tu Señor sin motivo alguno y ahora tu cuerpo va a recibir su justo castigo – dijo mientras se arremangaba la camisa.
Sin esperar a que Marie pudiera suplicar otra vez, cortó los lazos de su vestido, lo tiró al suelo dejándola solo en ropa interior y, echando hacia atrás su brazo y con todas sus fuerzas, soltó un fustazo en el culo de la chica.
- Auuuuu, pare, por favor – dijo con la voz estrangulada y sin parar de llorar.
- ¡Cállate!, te voy a dar 25 golpes con esta fusta y cuando acabe te voy a poner en el suelo y te voy a follar tan fuerte que vas a poder sentirlo un mes. Como se te ocurra volver a decir que pare te golpearé hasta desollarte viva.
- ¡Dos!
- ¡Tres!
A partir de ese momento los golpes se sucedieron uno tras otro sin esperar más de 5 segundos entre uno y otro. Cuando iba por el número 20 el culo y la espalda de Marie estaban llenos de marcas hinchadas, alguna incluso se había abierto, por lo que, para variar un poco, decidió azotarle las tetas en los últimos golpes.
En este punto, el conde tenía ya la polla a punto de explotar, la visión de una joven bella gritando mientras la azotaba provocaba que sus calzas cada vez parecieran más pequeñas y apretadas. Siempre le excitarlas verlas a su merced sin saber que sería lo siguiente que las haría.
Sin querer alargar más tiempo su propia agonía se bajó las calzas, haciendo que su polla saliera como un resorte y se acercó a desatar las manos de Marie de la viga.
- Por si te creías que habíamos terminado ya, vine a por algo y no me iré hasta quedar satisfecho. Y más te vale que te esmeres en ello puta, mi brazo solo estaba calentando.
Dio el paso que le faltaba hasta Marie, que había caído de rodillas en el suelo sin poder sostener su cuerpo, le cogió de las trenzas y tirando de su cabeza hacia atrás aprovechó su grito de dolor para meterle la polla hasta el fondo de la garganta.
Esto era algo totalmente nuevo para la chica y no podía imaginar que le diera tanto asco, por lo que intentó revolverse para sacársela de la boca. Pero el conde no iba a aguantar más negativas, le dio una bofetada especialmente intensa y empezó a follarle la boca con intensidad.
Dios… el conde se sentía en el cielo viendo esa boquita cálida tragándose su polla, pero no quería correrse todavía, no había ido hasta esa hacienda perdida para solo disfrutar un rato. Así que sacó su miembro de la boca y, mientras Marie tosía e intentaba coger aire, preguntó.
- Ahora vamos a ver si eres virgen, porque una muchacha buena como tú lo es, ¿verdad? – Marie asistió con un débil movimiento de cabeza – Muy bien, no me gustan las putillas usadas, para eso me hubiera quedado con tu hermana.
Marie se quedó estupefacta, este era el hombre que había violado a su hermana en el camino hacía ya tres años y ahora le estaba violando a ella. Se juró a sí misma que un día le mataría.
El conde debió de ver la mirada de desafío que tenía en sus ojos y aprovechó para recordarle quien estaba al mando. Se acercó a ella, le quitó las últimas prendas de ropa que le quedaban y le metió los dedos en el coño. Ella gritó, estaba totalmente seco y eso él no lo podía permitir, asique escupió en su mano y empezó a expandir la saliva y a dar vueltas con sus dedos dentro.
Cuando calculó que la zona ya estaría preparada, apoyó las piernas de la chica en sus hombros y colocó su polla en la entrada del coño. Sin poder esperar más tiempo empujó sus caderas y empezó a entrar lentamente. Sin duda no había mentido sobre su virginidad, ese coño estaba muy apretado, era una delicia. Cuando chocó con el himen no dudó en empujar hasta romperlo y así conseguir tener toda la polla dentro.
Sin hacer caso a los gritos de dolor de Marie y sintiéndose más excitado que en mucho tiempo, el conde empezó un mete-saca cada vez más rápido y brutal, que hacía que a ella se le saltaran las lágrimas y que a él se le hincharan las pelotas del placer.
- No mentías con que nunca te la habían metido – jadeaba el conde mientras no paraba de embestirla con entusiasmo – parece como si te estuvieras reservando para mí.
La sensación era maravillosa, hacía ya unos días de su última visita al burdel y sus huevos necesitaban ser vaciados con urgencia. Pero él no quería soltar a su presa todavía. La soltó y le dio la vuelta para poder admirar bien las marcas que había dejado la fusta sobre su blanca piel y se la volvió a meter de un golpe, nada le excitaba más que ver el resultado de su trabajo en unas nalgas redonditas como aquellas.
Obviamente, ella se quejaba con el dolor que le provocaban las embestidas cuando las caderas del conde chocaban con su culo magullado, pero eso no hizo más que aumentar las ganas y la velocidad con que la penetraba. Así estuvo unos minutos, follándosela muy rápido para que luego de repente, cuando Marie ya pensaba que todo iba a terminar, bajar el ritmo y empezar a meter y a sacar la polla muy despacio clavándosela con cada movimiento hasta el fondo.
- Tienes que disculparme, sé lo como les gusta a las putas de tu familia cabalgar sobre una buena polla y todavía no te he dado la oportunidad – decía mientras salía del interior de Marie y se tumbaba en el suelo - además, si no quedo satisfecho siempre puedo ir a buscar a tu hermanita, creo haberla visto en la fiesta antes…
Esto sí que era demasiado para la pobre chica, una cosa era que la estuvieran violando a ella, pero no podía consentir que hicieran lo mismo con su hermana otra vez, ya había podido ver lo destrozada que se quedó la primera vez. Así que, cuando el conde la amenazó, no dudó ni un segundo en dejar a un lado el dolor que sentía en sus partes íntimas, subirse encima de ese monstruo y colocarse su polla dentro.
- Sí, joder, que gusto. Ahora muévete, no voy a hacerlo yo todo – gemía mientras la daba un fuerte azote en el culo que le hizo ver las estrellas.
Marie se sentía bastante perdida, pero siguiendo las indicaciones del hombre empezó a moverse arriba y abajo, haciendo caso omiso a la agonía que era cada movimiento y movía las caderas lo más rápido que podía, intentando conseguir que el conde disfrutara lo máximo posible para que se olvidara de buscar el placer en cualquier otro lugar.
En un momento dado, el hombre estaba tan enardecido que se incorporó lo suficiente para agarrarle los pechos y mordérselos hasta que le dejó las marcas de sus dientes el ellos.
- Con esta delicia botando delante mía era una falta de respeto ignorarlos, ¿no crees?
Y dicho esto se quedaron los dos sentados entrelazados mientras el conde también empujaba las caderas y buscaba una penetración todavía más profunda. En esta postura no aguantó mucho y tras unas pocas embestidas entusiastas no pudo más y, mordiendo el cuello de la chica y agarrando fuerte sus nalgas, empezó a correrse soltando un gemido agónico.
Cuando todo paró, Marie notó que tenía los muslos llenos de una sustancia pegajosa que supuso era su semilla y sentía dolor en cada centímetro de su cuerpo. Aun así, se quedo quieta hasta que el conde volvió en sí y se alejó de ella mientras se subía las calzas.
- Creo que ya estás preparada para tu noche de bodas – se jactó el conde – aunque espero que a tu marido no le importen las cosas de segunda mano jajaja.
- Ah, y recuerda que no quiero saber nada si ahí tienes ahora un bastardo – y como si tal cosa añadió- no dudes avisarme cuando tu sobrina se case.
Y guiñándole un ojo salió del establo. Desde la posición del suelo donde la pobre Marie había quedado no pudo ver el “regalo de bodas”, en forma de monedas, que el conde le dio a su marido al salir, ni le pudo servir de escusa para defenderse cuando su marido le pegó día sí, día también en los años siguientes utilizando aquella noche como pretexto.