Fort Laramie X

Sobre ruedas...

Nota de autor; de nuevo he de pedir disculpas por el retraso. Desconozco que le sucede últimamente a mi inspiración, a mis musas, que me son esquivas. Una fuerte sequía creadora tuvo a mis protagonistas esperando destino... espero que tras este capítulo ni ellos ni vosotros tengáis que esperar demasiado.

Gracias por vuestra paciencia y, sabiendo que me diréis que es demasiado corto para lo mucho que habéis esperado prometo una continuación más larga.

Besitos.

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El autobús se detuvo en el área de servicio debido a una avería que parecía iba a demorar el viaje más de lo previsto. Tiempo suficiente para que en el intervalo en que él fue al aseo le cogiera el móvil, buscara el número y poco después se encontrase marcando el mismo en las teclas de aquel desvencijado y lleno de pegatinas teléfono público. Al refugio del precario tejado de hoja de lata del lugar pero realmente a la intemperie se dijo que quizá había llegado la hora de volver a las viejas costumbres. Una historia como la escuchada no se merecía acabar con una huída sin rumbo.


Un teléfono móvil de casi última generación empezó a vibrar sobre la encimera de la cocina del rancho familiar.

Los dedos infantiles y regordetes de un pequeño de tres años lo agarraron rápidamente y corriendo salieron junto a su propietario al frío del exterior.

  • Papi... está sonando. - el demacrado rostro de Samuel Laramie se volvió a mirar a su hijo pequeño. Cansinamente le cogió el objeto, descolgó.

-

Estamos camino de Denver, en una estación de servicio de Loveland. Cualquiera diría que el destino os está esperando aquí. No preguntes quién soy ni porqué te llamo. Si le quieres ven a buscarle. No permitas que huya. No podrá vivir sin ti.

No hubo oportunidad de respuesta aunque no era necesaria. Alguien, desconocido, le abría una ventana. Sostenía la puerta abierta para que si quería arriesgarse lo hiciera. Siguió apoyado en la barandilla indeciso. Oyó pasos tras él, no necesitó volverse para saber quién era.

  • ¿De qué tienes miedo? - la voz de Ed sonó suave. Sam le miró de soslayo. - Pensé que nada te impediría salir en su búsqueda. - notó la tensión aposentándose en sus hombros.

  • No sé de qué hablas...

  • Ya... - asintió. - Bueno entonces me vas a permitir que divague... hace tiempo te dije que cuando sucedió aquello que no pasó lo pasé mal porque no me gustó verte sufrir. Desde entonces he seguido pensando como siempre que lo que menos me gusta de mi hermano pequeño es que no ha tenido ni un solo instante permanente de felicidad. Chispazos, sí... cuando nacieron los niños pero ¿constante? Jamás... - Ed encendió un cigarrillo y aspiró fuertemente. - Hasta hace poco... eso cambió. Y ahora vuelvo a ver la expresión que estaba aprendiendo a no echar en falta. Me importa bien poco lo que pudieran opinar nuestros padres. Me comprometo a vigilar a Maddie mientras estés fuera... pero ve en su búsqueda y trae a ese hombre al que me encantaría considerar mi cuñado de vuelta a su casa. - Durante ese pequeño discurso Samuel se le había quedado mirando desconcertado. Edward sonrió. - Eres mi hermano pequeño, te soné los mocos más veces de las que puedo recordar, te curé las rodillas otras tantas veces... te quiero y solo me gustaría verte feliz. Me he acostumbrado a amarte y me da que eso no va a cambiar por mucho que nuestros gustos sexuales no coincidan... - Le guiñó un ojo.

  • Ed, yo...

  • Con un poco de celeridad en apenas media hora podrías estar en la carretera.


Los auriculares de su teléfono dejaban oír una nueva canción recién comprada a través de i-tunes. Una canción mejicana de un grupo que solía ser su perdición, Zoé... León Larregui andaba cantando que qué raro era el amor que se aparece donde menos te lo esperas. No era la música más idónea para su estado de ánimo pero en fin, la coherencia no iba con él.

Dos horas y media después el autobús seguía sin ser reparado y los pasajeros estaban varados como aquel que  dice en medio de la nada. La compañía había ordenado que se les proporcionase a los pasajeros alojamiento nocturno mientras hacía llegar al lugar las piezas que hacían falta para arreglar el vehículo. Toni se resignó a pasar de nuevo otra noche en cama extraña. Rick insistió en que compartieran cuarto y no es que le desagradara la idea pero preferiría pasarla a solas con sus pensamientos. Por muy negros y taciturnos que fueran estos.

Se sentó en el borde la cama. Mirando al suelo. Buscando una respuesta entre los resquicios de la tarima. Sus dedos se ciñeron entorno a la colcha del lecho. Formando sendos puños. Se echó hacia atrás. Se mordió el labio inferior intentando ocultar el gemido que pugnaba por salir de su garganta. No lo logró. Una lágrima acompañó a ese suspiro. Y a esa le siguieron otras tantas.

Nunca le había dolido tanto una huída. Se encontró llorando amargamente e intentando sofocar el llanto contra la almohada. Imposible. Una presa se había desbordado en su interior.

Nunca había estado tan enamorado.


Tengo clavados en la mente los ojos de mi padre cuando le dije que me marchaba de viaje y no sabía cuándo volvería. Y tengo clavada en la mente la imagen de la mano de mi madre situándose sobre su brazo. Y sus palabras.

  • Es inevitable, Robert. Déjale marchar. - y su rostro, una mezcla de resignación y una nube de orgullo flotando en su cara. Quizá era un principio de esperanza. Qué brilló más aún cuando se aproximó a mí, cogió mi rostro entre sus manos y acercando sus labios a mi mejilla me besó para murmurar al alejarse que no permitiría que nadie se llevara a los niños de su hogar. - Ve tranquilo. Y no vuelvas sin lo que te marchas a buscar.

¿Qué había cambiado? No tengo ni idea. ¿Puedo tener derecho a soñar? Empiezo a pensar que sí.


Bien pertrechado las ruedas iban comiéndose los kilómetros de asfalto. En el reproductor sonaba el último cd que había dejado puesto Sam al irse y que no había tenido el valor de quitar. Era una de las cosas que más me gustaban de él. Huía de su pasado y de sus orígenes pero sin embargo seguía ligado a él. La música que escuchaba, las palabras que a veces se le escapaban, su piel morena, su cabello oscuro como la noche. Evocarlo hacía que se me pusiera dura en el mismo momento.

Un kilómetro más allá encuentro un área de descanso. La erección comienza a ser dolorosa. No hay forma de evitar que mis manos conduzcan ellas solas hacia el lugar. Aparco bajo la penumbra de una farola apagada.

Poso la mano sobre mi entrepierna y un gemido con nombre escapa de mis labios.

  • Toniiiiiiiiiiiiiiii... - muerdo mi labio inferior. La cremallera va bajando diente a diente...

En aquella habitación seguía sonando la voz de Larregui entonando que su mirada había mojado el desierto de mi alma... Mis ojos que hace diez minutos parecían secos vuelven a humedecerse y el camino de sal que habían construido las lágrimas ya vertidas durante todo el día vuelve a empaparse. En una reacción loca cierro los ojos trayendo a mi mente su rostro, sus marcados rasgos, sus ojos verdes, su cabello castaño con esos destellos que al iluminarlos el sol parece rojo como una llamarada de fuego.

Le imagino sobre mi, mis piernas entorno a su cintura. Besándome. Me duele el corazón, me duele la reacción que mi pasión por el me hace sentir, la erección que comienza a aparecer bajo la tela de mi ropa interior. Mi mano se mueve sola hacia ella presionándola.

Y gimo un nombre. Su nombre.

  • Saaaaaaaaaammmmmmmmmmmmmmm...

El líquido pre seminal es abundante. Ayuda a que mi mano se deslice rápidamente por la superficie de mi piel. Tengo los pantalones medio bajados y permanezco sentado en el asiento del conductor. No siento el frío que inunda de escarcha el cristal delantero. No lo noto porque el recuerdo de su presencia es casi real. Si abriera los ojos podría jurar que lo tengo arrodillado entre mis piernas y su boca chupa con frenesí mi polla.

Puedo sentir el tacto de su pelo entre mis dedos mientras le acaricio. Mientras los enrredo entre sus mechones presionando a veces su cabeza hacia abajo para que ahonde en mi entrepierna. Notando como toco su garganta con la que hace gestos de succión que me enloquecen, me la ponen más dura. Me hacen jadear y apretar los dientes intentando controlar el nivel de excitación. Sé que en esos momentos Toni levantaría los ojos, me miraría y me incitaría a dejarme ir.

Desde la lejanía de la realidad y, no del sueño que estoy viviendo, noto una lágrima deslizarse furtiva por mi mejilla. Le echo tanto de menos que siento que el corazón está a punto de romperse. Tomo aire profundamente mientras mi mano sigue deslizándose por mi erección, que palpita deseosa de descargar tanto deseo acumulado.

  • Toni... - murmuro quejoso de su presencia.

Nada me cubre. Mi cuerpo yace desnudo encima de las sábanas blancas de aquella cama sin personalidad. Que a tantos había dado cobijo sin ser el hogar de nadie.

Mi mano acaricia mi piel. La yema de mis dedos rozan mis pezones. Luego los aprisionan para pellizcarlos con la fuerza suficiente como para que pueda pensar que son sus dedos los que juegan con ellos. Soy incapaz de abrir los ojos. Me traicionarían trayéndome a ese cuarto de paredes frías, de ventanas que dan a la nada. De sombras y oscuridad.

Cierro los ojos para traerle ante mi. Para casi sentir como se recuesta a mi lado para acaparar cada centímetro de mi epidermis con sus labios y su lengua. Le notó colocarse sobre mi. Casi puedo percibir su propia polla contra la mía, rozándose... prácticamente llevándome al éxtasis.

Muevo mi pelvis para aumentar una presión que mi mente sabe que es imposible pero que mi corazón siente como real. La excitación crece, me duele de tanta dureza. Me muerdo los labios...

Gimo. Lloro. Su nombre.

  • Samuel.

  • Toniiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiii... - el eco de sus letras resuena en la cabina de la furgoneta. Los cristales están empañados debido al aumento de temperatura del interior y el frío del exterior. Mi propio semen pegajoso en la mano. Mi pecho sube y baja en busca de aire... me echo hacia delante apoyando la frente en el volante sacudido por el placer y el llanto.

No puedo vivir sin él.


Un relámpago tras mis párpados. Un éxtasis recorriéndome de los pies a la cabeza. Un temblor que nace en el centro de mi ser. Sam, Sam, Sam, Sam... su nombre una letanía mientras mi esperma cae con fuerza sobre mi abdomen. Mi mano me cubre el rostro intentando contener las lágrimas.

Placer y dolor.

No puedo vivir sin él.


El motor ruge al arrancar, apenas hace ruido al volver a avanzar carretera adelante alumbrando el asfalto con los foros como quien ilumina el porvenir. Más decidido que nunca vuelvo a seguir sus pasos.

No pienso cejar en mi propósito de encontrarle y traerle de vuelta.

El camino hacia él mientras vuelve a sonar la radio. Una canción ochentera que me hace sonreír suavemente por lo irónico de la letra que dice que la música me pone melancólico mientras estoy solo sin él, que llena mi corazón y mi alma de ternura, que calma mi soledad. Que la música habla de lo verdadero de mi amor, que estoy loco por ti y que me siento triste si no te tengo a mi lado, lleno de dolor. El cantante le ruega a la música que no le abandone. Yo te lo suplico, Toni.

No me dejes.


Cuando salgo al frío del exterior después de una noche larga, solitaria y dolorosa compruebo que en el cielo brilla con fuerza el sol enmarcado por un azul asombroso y una nubes blancas como algodón de azúcar. Sería un escenario idílico sino me doliese apreciar que el mundo sigue su curso ajeno a mi alma resquebrajada.

Rick me saluda desde la puerta de la cafetería de la estación.

  • Parece que hoy por fin podremos seguir camino. Al final no me dijiste hacia dónde ibas.

  • Quizá vuelva al sur. No estoy seguro.

  • Sigues empeñado en alejarte.

  • Sería injusto volver a hacerle sufrir.

  • Tampoco es justo que sigas sufriendo tu... a parte que ya te dije que creo que la decisión de arriesgarse o no a sufrir por ti es algo que solo puede tomar él y la tomó... es un hombre adulto...

  • Rick no estoy de humor, por favor. - mi mirada fría le hace callar. - Necesito un café antes de oír más reproches. - Le veo asentir para finalmente acompañarme al interior del local y tomarse conmigo él también uno conmigo.

Apenas media hora después nuestras maletas, en mi caso mi única bolsa de viaje, están de nuevo en el maletero del autobús. Otra vez acomodados en nuestros asientos dispuestos a reanudar el interrumpido trayecto. El conductor vuelve a expresar sus disculpas por los inconvenientes ocasionados, ocupa su sitio, arranca. Hace las maniobras precisas, en minutos enfilamos hacia ninguna parte.

Tan solo 20 minutos más habrían bastado.


Cuando aparco en el área de servicio y entro en el local de comidas las miradas de los clientes y de los dos camareros se clavan en mi rostro cansado y mis ropas polvorientas. No me ha hecho más que un vistazo para percartarme de que no hay ningún autobús. Me acerco a la barra y apoyándome en ella pido una cerveza. Estoy muerto de sed, de cansancio y de hambre. Y bastante desilusionado. Quise creer que llegando hasta aquí podría retenerlo. Pero se me ha vuelto a escapar. Si es que es cierto que estuvo aquí.

  • ¿Puedo hacerle una pregunta? - inquiero a la chica que me ha servido. Ella asiente. - ¿Han tenido pasando la noche a los viajeros de un autobús?

  • Sí... - mi corazón se encoje. - Ha reanudado viaje hacia Denver apenas hace media hora, ¿por?

  • Un amigo emprendió viaje en Laramie y se dejó algo importante allí. Estoy tratando de alcanzarlo porque tuve noticias de que el vehículo había sufrido una avería, veo que voy a tener que emprender la marcha si quiero devolverle eso a mi amigo. - ella sonríe.

  • ¿Está viajando desde Wyoming para dárselo a su amigo? - asiento. - Si que debe ser importante.

  • No se hace idea de cuanto.

  • Quizá con un poco de suerte lo alcance. Ya le digo que no hace ni media hora que reemprendieron camino.

  • Sí, quizá lo haga... - pongo el dinero para pagar la consumición, ella lo recoge sonriendo de nuevo.

  • No se entretenga y espero que lo consiga. - le doy las gracias con un asentimiento de cabeza.

  • Han tomado esa dirección... - vuelve a hablar señalando con un dedo hacia el lado derecho de la carretera. - otra vez asiento en silencio. En su mirada parece que hay un brillo que me dice que sabe más de lo que en un principio cabría suponer. Cuando reanudo el camino vuelvo a mirar hacia la cafetería, la chica se acerca a la camioneta antes de que arranque. Golpea con los nudillos en la ventanilla. La bajo y me tiende un sobre. - Uno de los viajeros me dio esto, me dijo que se lo entregase si llegaba alguien preguntando por el autobús, supongo que ese alguien es usted. ¿Se llama Sam?

  • Sí... - todo aquello es extraño.

  • El tipo me dijo que le dijese que iba a cuidar de Toni hasta que usted los alcanzase. - me da un vuelco el corazón. - Señor, ¿va todo esto de amor? - titubeo a la hora de asentir pero ella vuelve a sonreír. Tiene una cara preciosa y ese gesto, casi peremne, acentúa su hermosura. - Está en Loveland, la tierra adecuada, señor. No se rinda y dele alcance. - parpadeo sorprendido. El mundo no debe ser tan espantoso si dos completos desconocidos ayudan a que dos vaqueros homosexuales luchen por su relación. - No se demore más. Y buena suerte. - Subo la ventanilla y arranco el motor, antes de comenzar a rodar abro el sobre que me ha dado la muchacha.

“No te rindas. Rick”

Suspiro. Sí, definitivamente, en el cielo debe haber alguien que ha decidido creer en nuestra historia más que nosotros mismos.

Aprieto el acelerador.


El autobús frena bruscamente en medio de la carretera comarcal haciendo que sus ocupantes sean empujados hacia delante. Doy gracias a la obligatoriedad de llevar cinturones de seguridad en los viajes en transporte colectivo. Sino más de uno habría acabado saliendo por la luna delantera despedido.

El conductor se levanta furibundo diciendo algo de un gilipollas que ha atravesado una camioneta delante de nosotros.

Las puertas se abren para dejarle bajar pero antes de que lo haga alguien sube.

Y pronuncia mi nombre...

  • Anthony...