Fort Laramie IX
Mi polla en tu boca... que no es la de él.
Hace algunos años me casé. Carmen era apenas una niña y yo no era mucho mayor. Sabía que aquello que estábamos haciendo era una locura pero no quedaba otra. Mi cuerpo me traicionó y unos meses antes me acosté con ella. El comienzo de su vientre abultado dio muestras claras de que a veces no hacen falta muchos polvos para ser padres.
Ella fue de siempre mi mejor amiga. Y sabía de mis sentimientos. De los de verdad pero fui educado para responsabilizarme de mis actos. Y ella se merecía alguien que la respaldase. Que la acompañase en la vida. Alguien que aunque no la amase si la quisiera. Y como digo era mi mejor amiga. La persona que más y mejor me ha conocido jamás.
Y con el tiempo la mejor madre que hubiera podido desear para mis hijos.
Recuerdo la madrugada que nacieron. Me recuerdo en la sala de partos hecho un manojo de nervios. Y como casi me da un infarto cuando tras Alonso vino Emilia. Ninguna de las pruebas realizadas, ni ecografías ni análisis, nada absolutamente nada, mostró que fueran a ser dos. Esa misma noche a eso de las 5, casi amaneciendo me encontré frente al cristal de la sala de neonatos viendo a mis bebés luchar. Habían nacido bajos de peso, de tamaño. Con el corazón débil debido a que vinieron al mundo con apenas seis meses.
Nunca he sido muy religioso pero en aquellas primeras horas me encontré cayendo de rodillas frente a aquel cristal llorando y rogando porque sanaran. Para que vivieran una vida plena y pudiera disfrutar de sus diminutos pies corriendo raudos por las escaleras de nuestra casa. Para verles en sus primeros días de clase, para ayudarles en sus primeras decepciones y acompañarlos en las alegrías.
Y lo hicieron. Siete años después todo saltó por los aires cuando me vi siendo el objeto de deseo del capataz que trabajaba en las tierras de mi tío Fred, el hermano de mi madre. Era el hombre de más influencia del lugar a parte de mi tío, a quien por obvias razones nunca acabé de caer bien dado quien era mi propio padre y dado que este había alejado a su hermana de la familia. Esa familia que ya le tenía diseñada una vida. Un diseño que mandó al carajo cuando decidió hacer lo que realmente quería. Casarse con mi padre, el amor de su vida.
Aún no sé porqué me traicioné a mi mismo siendo que me educaron para aceptarme tal y como era. Quizá en el fondo sí que amaba a Carmen.
A veces pienso que podía haber seguido viviendo casado con ella y ser feliz. Viendo crecer a mis hijos. Acabar mi vida siendo un viejecito junto a mi preciosa mujer.
Qué gilipollez... por mucho que la quisiera jamás hizo estremecer mi alma. Jamás me excitó tanto como lo hacían algunos hombres con los que trabajaba. Y jamás, aquella primera vez con ella, pudo ensombrecer a la primera vez que una polla me perforó el trasero haciéndome correr con solo esa sensación.
El caso es que ese tipo del que no quiero recordar ni el nombre pero que permanecerá en mi biografía para siempre destrozó todo. Esa tarde en la que acudí a ver a mi abuelo resignado a una nueva jornada de reproches y de malos humos por parte de esa familia desquiciada en la que había crecido mi progenitora.
Huyendo del ambiente sofocante me refugié en el riachuelo cercano que discurría en la propiedad. Estando solo poco pude hacer para evitar que aquellos dos tipos me retuvieran contra el suelo. Poco pude hacer para evitar que su jefe me bajara los pantalones. Y poco pude hacer para luchar contra el. Me violó... y después de él, los otros dos.
Y denuncié.
Y, a día de hoy aunque sé que hice bien también supe que fue mi ruina. Porque nada volvió a ser igual.
Mis padres, mis hermanos me trataban como si me fuera a romper. Carmen no supo cómo afrontarlo y tan solo se vio capaz de mirarme con lástima. La policía poco caso hizo porque nadie creía la versión de un “pendejo” de casi el otro lado de la frontera por mucho que este jamás hubiera hecho nada para hacer sospechar que le iban más las pollas que a un tonto un lápiz. Aunque así fuera realmente.
La víctima era yo pero finalmente solo fui un vulgar maricón que buscaba follar y lo hizo con quien no debía. Un puto que buscaba vengarse aunque nadie supiera muy bien de qué se suponía que debía vengarme.
Lo malo de todo aquello es que empecé a sospechar de todos y de todo. Incapaz de volver confiar ni tan siquiera en mi. Me convertí en un despojo de ser humano. Pisoteado y apenas una sombra de lo que había sido.
Todo empeoró cuando henchidos de poder volvieron a convertirme en el objeto de sus bajos instintos. Lo que yo en un principio creí como un mero calentón que les llevó a desear destrozar el culo de un hombre se reveló como la perversa pasión de aquel cincuentón que deseaba los huesos, la piel y los labios de un chaval de 23 años que apenas si sabía nada de lo jodidamente cruel que puede ser la vida.
Me buscaba siempre que se le antojaba. Tomaba posesión de mi cuerpo siempre que lo quería y hacía que algunos otros, tan desquiciados como él, me poseyeran delante de su persona porque le excitaba verme sometido.
Me pasé muchas noches reviviendo aquellos sucesos. Como me retenían contra mi voluntad. Como me despojaban de la ropa. Como me usaban, lamiéndolo. Haciéndome probar el sabor de sus vergas para luego sentirlas dentro de mi. Traicionado por mi propio cuerpo. Primero una, la del capataz grande y gruesa. Las primeras veces dolía de forma infernal porque nunca me preparaba. Solo el receptáculo de su placer, donde depositaba el semen durante las veces que aguantase. Un polvo o dos o tres.
Me desgarraba haciendo que tuviera que cerrar los ojos intentando en vano pensar que estaba en otro lugar que no fuera aquel. Pero la polla que solían meterme en la boca, que me obligaban a mamar, suprimía cualquier atisbo de poder evadirme. Y los dientes mordiéndome los pezones de forma feroz.
Cuando él acaba por primera vez le sustituía otro. Habitualmente le acompañaban los mismos. Tenían las mismas costumbres. Les gustaba humillarme. Convertirme en apenas un atisbo de ser humano.
Uno de mis hermanos mayores me preguntó una vez, después de la primera violación, aquella que denuncié, porqué no opuse resistencia. Lo hice, juro que lo hice. Esa noche lo hice. No me quiso creer. Me decía que un tipo como yo, fuerte y vigoroso no se dejaría someter de forma tan ignominiosa.
Lo que no sabe es que a mi me venció la vergüenza. Porque después de las primeras patadas, de los primeros gritos de auxilio mi polla se puso dura al sentir como hurgaban con sus dedos en el interior. El frío heló mi alma en ese instante porque me reconocí como lo que realmente somos los seres humanos. Animales. Cargados de instintos. Incapaces de dominarnos a nosotros mismos.
La vergüenza de sentir placer ante la violación a la que estaba siendo sometido fue tal que perdí las fuerzas. Desaparecieron las ganas de luchar y me dejé hacer. Cerré los ojos, apreté los puños y permití que una tras otras probaran mi culo, que me follaran con saña sin importarles mis quedos quejidos de dolor apagados por los trozos de carne que chupaba con el afán de que acabasen cuanto antes mejor.
Tras convertirme en poco menos que el chiste fácil de la zona. Tras comprobar que la violación de un hombre tenía menos consideración que la de una mujer aunque resulte igual de dolorosa y sea el mismo delito mis monstruos se convirtieron en los seres de todas mis pesadillas. Como digo volvieron a mi. Y siempre me dejé hacer, más aún porque tenía tres personas a las que proteger.
Cuando todo acababa y volvía a casa las lágrimas quedaban ocultas por el agua de la ducha en la que intentaba borrar las huellas de la violencia que me estaba rompiendo el alma. Que me estaba destrozando. Que me estaba haciendo desaparecer de la faz de la tierra. Porque ya no era Anthony Rodrigo. Era un espejismo, un fantasma del hombre que fui.
Cuando intenté suicidarme y no lo conseguí creí que no merecía tener de nuevo un hogar. Hacía tiempo que Carmen y mis hijos habían dejado de ser los pilares sobre los que rotaba mi vida. Nadie podía acercarse a mi a pesar de que en el fondo sabía que les necesitaba como el aire. Necesitaba los brazos cálidos de mi esposa pero no porque fuera mi mujer. Sino porque era mi mejor amiga y veía como sufría con mi silencio. Con mis enfados que no tenían aparente sentido.
Mis padres lucharon duramente para que les confirmara lo que todos temían. Jamás lo hice. Hasta el intento de suicidio no comprendieron lo lejos que estaba su hijo de ellos. Y eso les destrozó. Como acabó con toda mi familia.
Cuando escuché que les iba a matar brilló por última vez lo único digno que me quedaba. El deseo de protegerlos de todo mal.
Y por eso huí.
No eran los pilares de mi vida pero si lo único por lo que merecía la pena seguir respirando.
Recorrí el país trabajando aquí y allá. Siempre esquivando el momento de convertir a quienes estaban a mi alrededor en algo más que jalones en mi camino. No quería atarme a ningún lugar ni a ninguna persona.
La noche en que me fui del que había sido mi hogar salí corriendo. Y él exclamó que me buscaría hasta en el mismísimo infierno.
Samuel dice que parezco un auténtico desposeído. Duro por fuera y por dentro. A veces siento como me mira y como va viendo lo que oculta esta fachada que he ido construyendo a golpe de soledad y dolor. Me he acostumbrado a ser lo que soy y no renegar de ello. Me gustan los hombres aunque quise a mi mujer. Quiero a mis hijos pero me arranqué el corazón para no amarlos. Lo poco que me quedó ha ido renaciendo de manos de este vaquero que ahora me pide que durante 15 años vuelva a vivir una mentira.
Una mentira es lo que no quiero volver a vivir.
No.
Lo malo de todo es que le amo. Más aún de lo que jamás he amado a nadie.
Aún así, 15 años es demasiado tiempo para alguien como yo. Para alguien que hace tiempo supo que la vida solo se compone de sufrimiento y traición. Y que este espejismo que he vivido en los últimos meses solo ha sido eso.
Un espejismo.
Mis pasos me alejan de nuevo de aquel lugar. El autobús en dirección contraria a la que escogí la primera vez que quise escapar.
No me busques, Sam.
No estoy dispuesto a volver a la oscuridad sofocante del miedo y la negación.
Huí de quien destruyó mi vida. La reconstruí con mi propio esfuerzo. No estoy dispuesto a dejar que nadie la vuelva a hacer añicos.
Y lo malo es que te amo.
Me arrebujo en el abrigo que Samuel me regaló poco después de volver a él. Eso y una foto que nos tomamos en un fotomatón son el único vestigio físico de que estuvimos juntos. Los recuerdos de su cuerpo contra el mío la única forma de hacerme entrar en calor.
Ahora no hay agua de ducha que haga desaparecer las lágrimas. Sigo sin abrazos que mitiguen el dolor.
Y los vanos encuentros con otros hombres de nuevo se sienten vacíos. Como lo fueron siempre hasta que llegó él. El hombre al que estoy renunciando.
No puedo esperar 15 años oculto en la negrura, Samuel. Y sin embargo, no puedo aguantar una vida sin ti. Así que qué más da. Hay una solución para todos los problemas que la debilidad que nos provoca ser animales provoca.
Si desaparezco se irá el dolor. La amenaza sobre mis hijos se evaporará. Y tú te acostumbrarás a mi ausencia si esta es definitiva.
Al fin y al cabo quién querría amar a un cobarde.
Me encuentro sentado en el último asiento del autobús que me aleja de ti. La noche se ha hecho dueña del exterior y el vehículo avanza solo iluminado el interior por la luz del asiento del conductor. Amparado en el anonimato de la oscuridad el tipo que se encuentra a mi lado me ha bajado la cremallera de los vaqueros y se dedica a chuparme la polla.
Un guiño en la sala de espera de la estación me hizo saber que de nuevo entraba en la rueda del sexo sin sentido. De las manos sudorosas, de los encuentros fugaces carentes de la pasión que solo tu amor ha sido capaz de otorgarles.
Mi respiración es algo acelerada. Me muerdo los labios. Cierro los ojos. Mi cuerpo reacciona tras un buen rato de trabajo. Esta vez no ha sido sencillo y he tenido que recurrir a tu imagen para poder alejar el dolor que me produce tu lejanía. El miedo que me da claudicar a tu petición, el pavor que me da renunciar a la imagen que me he creado de mi mismo.
Siento su lengua jugar con la punta de mi polla que empieza a segregar líquido preseminal. Poso una mano en su cabeza impidiéndole subir, incrustando mi miembro en el fondo de su garganta. Que contrae y me hace tener que morderme los labios para retener el gemido que pugna por escapar. Sus manos se ciñen sobre mis muslos intentando echar el cuerpo hacia atrás. Le falta el aire y lo sé.
Una oleada de perversión me recorre y por un momento me domina el pensamiento de hacer con él parte de lo que me hicieron a mi. Sin embargo, y gracias al Cielo, desecho tal aberración y aflojo la presión.
Se separa de mi y me mira con ojos enojados.
¿A qué ha venido eso? - murmura irritado.
Lo siento. - le respondo. - No te detengas, por favor. No volverá a suceder. - hay casi una súplica en mis palabras. Le veo fruncir el ceño, finalmente asiente y prosigue coguiendo de paso mis testículos. Lo presiona y retorna a usar su lengua recorriendo sinuosamente la superficie de mi falo. Ni punto de comparación con lo que hacía él. A veces llegué a pensar que Samuel tenía un gen especial que le convertía en un auténtico y genuino come pollas. Sin embargo, el tipo que tengo amorrado a mi miembro tampoco es malo. Y me está haciendo sentir un placer sublime. Mi mano derecha se aferra al reposa brazos, las uñas se clavan en él.
Sus dedos juguetean con mis testículos para ser sustituidos por la lengua. Los chupa, lame... moja. Empiezo a respirar agitadamente. Vuelve a mi polla. Sus manos suben por debajo de mi camiseta, reptando por mi abdomen para llegar a mis pezones y pellizcarlos. Muevo mis caderas para coger yo mismo el ritmo y transformar la felación. Me follo su boca. Vuelvo a sujetarle la cabeza pero esta vez con menos fuerzas. Se deja. Me adueño de su cavidad bucal como si fuera su culo que imagino estrecho y caliente. Debo cerrar los ojos para transformar sus rubios cabellos en castaños.
No deseo que sea él quien me la come, a quien me follo. Quiero que sea quien se ha adueñado de mi corazón. Maldito corazón.
Una lágrima se desliza desde el lacrimal de mi ojo por la mejilla. Un quedo gemido se me escapa. Y me corro. Murmurando su nombre.
Amanece. Mi eventual compañero de viaje duerme apoyado contra el cristal. La cazadora que ha usado para cubrirse resbala y cae al suelo. Me agacho a cogerla. Vuelvo a taparle con ella porque a pesar de la calefacción del vehículo se nota el frío que debe hacer fuera donde vuelve a comenzar a nevar. Se remueve intentando encontrar de nuevo la posición pero finalmente murmura algo y abre los párpados. Me mira. Sus ojos son azules y están adormilados.
¿Me llamaste Samuel? - inquiere. Ese nombre hace que me estremezca. Asiento. Algo en mi rostro le hace sentarse correctamente. No ha dejado de observarme. Abre la mochila que hay a sus pies y extrae dos barritas de chocolate. Me tiende una. - ¿Quieres hablar de él? - y de nuevo no puedo evitar echarme a llorar. Le veo sonreír suavemente. - ¿Sabes? Hay una canción de los Scorpions que dice que está escrito en las líneas de tu vida, en tu corazón que estáis hechos para vivir un mismo sueño. - suspiro.
Si tu supieras.
Quedan dos horas de viaje... ¿será suficiente? - sonrió suavemente mientras abro el dulce. ¡Qué demonios! Quizá sea lo mejor... aligerar la carga. Quizá alejarse de los demás como he estado haciendo hasta ahora, hasta que llegó él, haya sido el principal problema. Quizá haya que abrirse un poquito, y no solo la bragueta como hice anoche.
Vale... - asiento. Vuelvo a fijarme en él. - Por cierto, ¿cómo te llamas?
Rick... - le tiendo la mano y me la estrecha.
Encantado... - le guiño el ojo. - Lo de anoche estuvo muy bien.
Ya me di cuenta de que te gustó. - rie por lo bajo. Sus ojos también brillan divertidos.
¿Así que te gusta Scorpions?
¿Tanto que me has mirado y no te has dado cuenta? - vuelvo a hacerlo sorprendido. La chaqueta que le cubría es de cuero negro, los pantalones vaqueros del mismo color como el resto de su indumentaria. Su pelo largo y recogido en una cola de caballo. El comienzo de un tatuaje se adivina por debajo del cuello de su camiseta.
¿Heavy?
Hasta la médula. - vuelve a sonreír. - Entonces, ¿quien es Sam?