Follo con otro y le platico a mi esposo

Relato real de Liss, esposa sensual y caliente sale con un Hugo, un pretendiente que la coteja y visita la ciudad por negocios, al regresar a su casa le platica a su esposo. Continuación de Mi primera infidelidad, ahora la crónica narrada desde el otro lado.

La primera cita. Viernes 1 de junio.

–Gracias por permitirme salir a cenar con Hugo.

–¿Cómo te sentiste? Preguntó su esposo Hernán.

–Intranquila y rara al principio, pero después me acoplé, disfruté la cena.

–¿Le gustó tu vestido escotado? ¿Qué te dijo? –cuestionó Hernán.

–¡Si, se quedó impactado cuando me vio! –exclamó Liss–, cuando llegué se levantó de la mesa y fue a recibirme, me miró completa y me dijo que estaba muy guapa, después, durante la cena y la sobremesa, me dijo que era una mujer muy atractiva, inteligente y alegre, me llenó de halagos, estaba encantado conmigo.

–¿Te vio las tetas? ¿Te gustó provocarlo?

–Sí, me gustó controlar la situación, me gustó enseñarle las piernas y las tetas, provocarlo, excitarlo. Casi se me veían los pezones al moverme en cierta posición, ya ves que no me puse brassier. Seguramente se quedó imaginando que me coge. Se va a masturbar pensando en mí.

–¡Que coqueta! –interrumpió brevemente Hernán.

–¡Ja, ja! –rio Liss y continúo su crónica–: es culto, se ve interesante, me parece atractivo.

–¿Vas a coger con él? –espetó Hernán ya excitado por el tono de la conversación.

–Ummm –dudo un poco Liss–, hizo una pausa para luego afirmar sin tapujo alguno: si, voy a coger con él.

Hicieron el amor con mucha intensidad, fantaseando en lo que imaginaría Hugo esa noche sobre Liss. Su matrimonio estable y sólido, parecía fortalecerse más con esa apertura y confianza entre ambos. Ya habían abordado, ampliamente y desde años atrás, esa posibilidad, sin embargo, por diversas razones no se dio.

La segunda cita. Viernes 29 de junio.

–Voy nada más a cenar y acompañarlo un rato, me duele un poco la cabeza, regreso temprano amor. Me siento cansada –expresó Liss con cierto desgano.

Más tarde un mensaje vía telefónica avisaba a Hernán lo contrario: –Esta bien el ambiente, hay música de mariachi, llegó más tarde–. Luego otro: –Hugo está muy a gusto con mi compañía, no deja de mirarme las tetas.

–OK, pásala bien –contestó el mensaje en su teléfono Hernán–, luego me cuentas los detalles.

–Ya voy a la casa amor –escribió Liss en su celular dos horas después.

–¿Qué pensaste?, que ya estábamos echándonos un palo en el hotel –expresó carcajeándose Liss cuando Hernán le preguntó por qué tardo tanto en regresar y no contestaba sus mensajes.

La alegría y levedad con las que Liss abordaba la vida en determinadas situaciones le encantaba a Hernán, ambos coincidían en qué disfrutar de la vida para ser felices, muchos años juntos, la formación y cuidado de sus hijas y los altibajos de cualquier matrimonio los unían profundamente aun cuando sus personalidades eran diferentes. Se complementaban armónicamente, como decía Liss.

–¿Cómo estuvo tu cita?, ¿te besó?

–La pasé bien –dijo Liss. No me besó, no di pauta para eso. No dejó de mirarme las tetas en toda la noche, me invitó a su hotel a probar unos vinos, le dije que no.

–Ese ya me quiere coger. No se aguanta las ganas. –Me dijo que le gustaban mis pechos.

– ¿Así directo? –cuestiono Hernán.

–Sí, así ¿Tú crees?, me sorprendió y se lo comenté, se disculpó, pero el tipo se muere por llevarme a la cama.

– ¿Te acarició?

–Sí, pero muy leve: me tomó de la mano en la mesa y me dijo que tenía uñas muy bien cuidadas y bonitas.

– ¿Qué te dijo de tu anillo de casada?, ¿lo vio? –preguntó Hernán para continuar la plática.

–No dijo nada, claro que lo vio. Pero no comentó ni preguntó nada más. Él sabe mi situación porque le platiqué que soy casada y que tengo dos hijas recién nos conocimos.

–Me invitaba a un lugar a bailar y seguir la fiesta, pero le dije que no porque era tarde y debía trabajar mañana. Quiere avanzar. Me acompaño al auto y cuando se despidió me dio un beso muy cerca de la boca, me acaricio los brazos y la espalda, puso su mano en mi cintura y la deslizo ligeramente sobre mis nalgas al meterme al auto mientras me abría la portezuela como fingiendo no darse cuenta que se desplazaba su mano.

–No pasó nada interesante para platicarte, nada más cachondo –finalizó Liss.

– ¿¡Cómo no va a ser excitante que te haya acariciado!? –refutó amablemente Hernán–, que te haya dicho que le gustan tus tetas y que te haya invitado a su cuarto. – ¡claro que eso es cachondo! –, el juego de la seducción, las palabras y toqueteos que van subiendo el tono sexual.

–Bueno, visto así, tienes razón, yo no lo vi así –complementó Liss– y le relató a Hernán los detalles que le gustaba escuchar.

Al calor de la plática, Hernán se excitó, acarició a su esposa, imaginándola siendo pretendida por otro hombre. La besaba, le acariciaba sus senos y su entrepierna.

–Así me va a tener Hugo después –susurró Liss con voz sensual para aumentar más la excitación de su esposo.

–Así, con las piernas abiertas –continuó.

Esas frases tan breves fueron las detonantes de una noche de pasión entre Liss y Hernán.

La tercera cita. Sábado 11 de agosto.

Hernán salió por trabajo una semana a otra ciudad.

–Descansa, duerme un rato porque vas a atender a dos –mensajeó Hernán en su teléfono antes de abordar su vuelo a casa. La confirmación de Liss unas horas antes que había aceptado salir por tercera ocasión con Hugo, lo predispusieron a la idea, con alta probabilidad, de que esa cena acabaría en la cama.

Sintió celos, punzadas en su cuerpo. Le causó inquietud la llamada de Liss para compartirle su decisión, presentía que la tercera seria la vencida, no porque así tuviese que ser una cábala sino porque el tono que iban tomando las citas entre Liss y Hugo, los mensajes cariñosos que se enviaban por el celular y algunas fotos en poses coquetas que Liss le compartía avecinaban la consumación de la seducción.

Durante el vuelo, ahora Hernán pensaba en lo que realmente podría pasar, sentía descargas de adrenalina, sentía ansiedad por llegar a casa y vivir el momento. Se controlaba, su lado conservador quería detener esto, pero su lado liberal lo empujaba a continuar. Era el momento, asimiló que no debería de generar ninguna duda e inseguridad en Liss con algún comentario o manifestación inapropiada de posesividad. Ahora que por fin se animaba no debería de detenerla. No debería apresar la libertad que él mismo le había dado.

–¡Hola amor, bienvenido a casa! –exclamó Liss. Complementó su alegría con un abrazo y un beso muy efusivos en la sala de llegadas del aeropuerto.

Después de saludar a sus hijas Hernán se encerró en la habitación con su esposa, 6 días de no verla acumularon pasión que quería desbordar en ella. La idea de lo que podrían vivir más tarde lo excito aún mucho más.

–Es que tengo mi cena a las nueve, ya son casi las ocho, no voy a llegar a tiempo –le expresó Liss–, mientras se peinaba el cabello y se maquillaba para su cita. Hernán ya la acariciaba y le besaba el cuello por la parte posterior.

– ¡Qué te espere! –acotó Hernán– y la abrazó por atrás, acarició sus senos, le desabrochó el pantalón y se lo bajó a los tobillos, le abrió con sus dedos la entrepierna mojada y caliente también por tantos días de ausencia, de pie, le separó el panty, le abrió las nalgas y la acomodó para penetrarla.

Así, en un quickly , ambos descargaron simultáneamente los deseos acumulados en una semana. Hernán admiró una vez más a su esposa: su espalda, su cintura delgada y sus amplias caderas que por tantos años había acariciado en exclusividad conyugal, pero que esta vez sintió con mayor intensidad por la eventualidad cercana de que otro hombre la disfrutaría también.

Liss terminó de arreglarse para su cita.

– ¿qué te parece esta? –le preguntó a Hernán– mostrándole un panty color beige muy sexy, se la puso, junto con un brassier del mismo tono y luego un vestido entallado color negro escotado de los senos, corroboró que no se notaran los encajes reflejando su cuerpo bien formado en el espejo y en las pupilas de su pareja.

–¿Cómo me veo?, ¿te gusto? –preguntó Liss dándose una vuelta para mostrarse toda.

–Te ves muy sexy –respondió Hernán, –lo vas a…

– ¿No te dan celos, amor? –preguntó Liss cortando la respuesta de Hernán a su pregunta previa. –Al rato me las van a quitar –le dijo con una sonrisa pícara.

Hernán solamente sonrió, aceptaba la coquetería de su mujer desde que la conoció, no pretendía cambiarla, así la amaba. Sin embargo, la pregunta de Liss le rebotaba en su interior, sentía sensaciones encontradas de lo que podría pasar más tarde. Los celos de que alguien más tome lo que consideras tuyo salían por momentos de la mente de Hernán, los volvía a meter para mantenerlos controlados, para que no echaran a perder el momento.

–Y nada que no me animo y se nos cae todo –dijo Liss–, como siempre, carcajeándose de los chascos potenciales de una determinada situación.

– ¿Estás segura que lo quieres hacer? –Preguntó Hernán.

–No lo sé –contestó Liss– lo veremos más tarde.

Cuando Liss estuvo lista, Hernán la acompañó al auto, se despidieron con un beso intenso y le reiteró que viviera el momento (Carpe Diem). Que se sintiera libre, que tomara la iniciativa y se desdoblara en el personaje que ella quisiera ser esta noche.

Hernán elucubraba sobre lo que pasaría, vio muy dispuesta y segura a su esposa, pensaba sobre si él la había transformado o si solo le había dejado ser ella misma.

Dos horas después llegó el mensaje que por tanto tiempo había esperado, el momento para el cual se había mentalizado, no en estas dos horas, sino por años de hablar y fantasear con lo que estaba a punto de suceder.

“¿Qué crees amor? Ya vamos al hotel”, volvió a leer el mensaje al sentir una descarga intensa de adrenalina mezclada con excitación y nervios, un amasijo de sensaciones y emociones cruzaron por su mente.

Calculó el tiempo del trayecto del restaurante al hotel, después de recibir el aviso, una hora después dedujo que a su esposa la estaba acariciando otro hombre o muy probablemente ya se la estaban echando. Así, repetía en su interior las palabras prosaicas para dejarse en claro a él mismo la realidad, la promiscuidad de la situación, sin matices, para tener una imagen cruda del momento que vivía su esposa. Sin adjetivos suavizantes que hicieran más pasadera la incertidumbre.

La escena que imaginaba de Liss desnuda, gozando, moviéndose y dando placer a otro le excitaba, pensaba en su esposa, en tantos momentos vividos juntos, como si este hecho al contrario de denigrarla ante sus sentimientos la subiera mucho más en el pedestal del amor que le tenía.

Por momentos, se metía en la mente de Hugo y en sus sentidos, gozaba en su imaginación lo que él veía: el cuerpo sensual de su mujer, lo que él tocaba: su piel suave y sus piernas bien torneadas, su pubis como una ambrosía para cualquier hombre. Lo que él olía: el perfume y la mezcla de aromas de todas las partes del cuerpo de su esposa, el aroma delicioso de su sexo entremezclado con el perfume que se puso antes de salir de casa.

Le vino a la mente el olfato agudo de Liss, un sentido muy importante para ella. Recordaba que no tolera aromas desagradables de un hombre extraño. Hugo seguramente ya no era un extraño, en estos momentos ya compartía con él olores sexuales y caricias en la intimidad.

Esa hora y media fue el espacio en tiempo más intenso en su matrimonio y el espacio en lugar más aislado para Hernán. Dudaba sobre si haber permitido esa aventura fue lo correcto; reflexionaba que la mayoría de los hombres consideran a sus esposas exclusividad de ellos hasta los celos extremos, hasta cortar las alas de su pareja, sin darse cuenta que quien corta las alas de su conyugue corta la posibilidad de volar alto en su matrimonio.

–Amor, ya voy a casa– le dijo Liss más tarde por WhatsApp , ahorita te cuento todo.

Apenas escuchó el motor del auto llegando, Hernán ansioso y presto salió a recibir a su esposa o a su puta, a las dos las amaba igual.

– ¿Cómo te fue? –preguntó Hernán–, apenas abrió la puerta, como quien pregunta a alguien que viene de un evento de trabajo o de un evento social. La cara de Liss expresó picardía y cierta pena.

– ¿Qué tal estuvo? –inquirió Hernán, ya en la habitación.

–Bien, me sentí rara, me siento como en shock todavía.

– ¿Disfrutaste? ¿Te gustó? ¿Te disfrutó tu galán? –preguntó Hernán.

–Sí, ¡claro que me disfruto!, yo también disfruté, pero me sentí extraña, como que no era yo. Como si fuera alguien más, ¿me entiendes?

–Es que te convertiste en puta –Dijo Hernán.

–Pues yo creo que sí –Asentó Liss.

Ella olía diferente, Hernán lo notó, olía a mujer cogida, a líquidos de otro hombre. El olor que despedía se metía por los conductos nasales de Hernán, llegaban a su cerebro para transformarse en imágenes eróticas de placeres sexuales que su mujer había disfrutado.

–Hueles a alcohol y a sexo –comentó Hernán en forma directa.

–¡Pues me dieron una cogidota amor! –contestó Liss en forma más directa aún.

–Tomé varias copas de vino, para ambientarme –agregó Liss sonriendo.

Mientras se desmaquillaba frente al espejo, Liss se veía y se preguntaba quién era esa mujer que devolvía las miradas y los gestos: ¿Era la esposa o la puta?, su personaje inventado para Hugo o la esposa inventada para Hernán. ¿Qué alteridad habitaba su cuerpo?, ¿Cuándo salía una y se ocultaba la otra?, ¿Cuándo era la esposa decente y cuándo la mujer libre para ser coqueta y como ella lo quisiera?... ¿Quién prefería ser?

Por eso amaba a Hernán, por generoso, por compartirla, por dejarla vivir todas sus facetas sin restricciones, por dejarla ser toda una mujer.

Sintió los brazos de su esposo que la abrazaba por atrás y moviéndose sensualmente le dijo: –Así me empezó a acariciar en el hotel y me levantó el vestido…

Hernán sumamente excitado la besó, le preguntó solo para escuchar las palabras sucias que tanto le gustaban, –¿Así te acarició las tetas y las nalgas?

–Sí, así –contestó Liss– y luego me acarició la panocha, no lo detuve, me la frotó por encima de la tela de mi panty y luego me la hizo a un lado para acariciarme directamente mi montecito y los pelos de mi rajita mojada, lo dejé avanzar y me bajó el calzoncito lentamente.

Se fueron a la cama, se recostaron e iniciaron el juego previo de caricias y cachondeo con mayor excitación. Hernán le quitó la ropa interior, le bajó la panty que dos horas antes otro hombre le había quitado.

Liss sumamente excitada por las palabras y por los momentos vividos antes, deslizó sus besos hacia el estómago de su esposo, con su mano tomó el miembro viril que tanto conocía, estaba duro, lo acarició, lo apretó y lo masturbó, lo pasó por sus labios y lo engulló en su boca. Le chupaba el glande, se comía toda la verga que tantas veces había disfrutado. La mordisqueaba suavemente, pero a la vez con intensidad para aumentar el placer de Hernán.

Hernán conocía muy bien a Liss, sabía que con el sexo oral se excitaba, lubricaba y alcanzaba el clímax de su lujuria. Le había hecho el amor a esa mujer por más de quince años seguidos. En tantos años su amor y deseo no había mermado y en esta ocasión la intensidad era mayor aún.

– ¡Qué rico mamas la verga! –dijo Hernán.

–Soy una experta mamadora, ya sabes –dijo Liss, sacando por un momento el pene que tenía dentro de su boca para contestar.

Liss segregaba saliva, mojaba y chupaba la verga de Hernán, quizás pensando en la de Hugo, quizás pensando en ella misma y el placer que daba a los hombres.

Luego se incorporó, se acomodó y se ensartó ella misma dirigiendo la punta de ese mástil venoso a su rajita que ya chorreaba placer.

– ¿Así te la metió? –le preguntó Hernán.

–Sí, así –afirmó jadeante y excitada Liss–, así me la dejo ir toda hasta el fondo. Me abrió las nalgas, me besó las tetas y me magulló toda. Estaba embelesado cogiéndome.

– ¡Qué rico! –expresó Hernán– al sentir la panocha lubricada y caliente de Liss abriéndose en cada movimiento al encajarse en su pene.

–Eso mismo me dijo Hugo hace rato que me cogió –contestó Liss–, potenciando el placer de su esposo.

–¿No te da pena que piense que eres puta? –continuó preguntando Hernán, no para saber sino para escuchar las palabras excitantes de su esposa.

–¡No, al contrario, que piense que soy bien puta, me gusta ser putísima! –confirmó Liss.

Hernán gozó con su esposa, imaginó a su puta cogiendo con otro, la cambió de posición, la puso arriba, abajo, de espaldas. Cuando veía a su esposa así: totalmente desnuda, en cuatro como puta y con las nalgas abiertas, imaginaba el gozo de Hugo al tenerla en la misma posición, imaginaba como disfrutó ese culo voluptuoso que tantos hombres a diario lo miran libidinosamente y que desearían tener. Qué placer para cualquier hombre tener las nalgas de la mujer deseada como él las tenía: abiertas, plenas y engullendo su verga en cada arremetida. Ambos estaban extasiados recordando los momentos previos en el hotel, la calentura estaba al máximo.

Liss cogía muy rico en esa posición, Hernán, con ambas manos, la tomó por la cintura, la jaló hacia él, la acomodó para ensartarla con su verga, después se ensalivo el dedo índice y se lo metió por el culito apretadito, poco a poco lo fue abriendo y le metió dos dedos lubricados con saliva sin dejar de bombearle la rajita con la verga; una vez que sintió que estaba lista, saco su verga de la panocha y así mojada por los jugos vaginales y dura se la dejo ir por el culo, la arremetió por varios minutos hasta que se sintió el éxtasis de placer de Liss. Solo cuando se excitaba mucho y se emborracha Liss se dejaba coger por el culito, pocas veces se lo daba a su esposo. Luego a punto de venirse Hernán le saco la verga y se la metió nuevamente por la rajita, se la llenó, le vació su semen que se mezcló con el semen que unas horas antes otro le echo en esa misma panocha peludita y carnosa, chorreada de leche de varios, de puta cachonda golosa que hoy se comió dos vergas.

Se durmieron abrazados cariñosamente como tantas noches en tantos años de estar juntos, sus aromas se mezclaron después de tanta pasión, después de este paso tan trascendente en su vida matrimonial.