¿Follas?

Dice el refrán que nunca te acostarás sin saber una cosa más, lo que no deja de ser cierto. Lo fundamental es saber, después, aplicar lo aprendido.

¿FOLLAS?

Una de las cosas que siempre he querido decirle a una mujer es un "¿follas?" de esos de película, sin el "hola" delante ni nada parecido, en la barra de un bar. Como presentación es suficiente, porque cuando uno se aproxima a la bella a altas horas de la madrugada difícilmente puede explicar mejor las razones de su aproximación con menos palabras y porque, ya puestos, el nombre del con quién es lo de menos.

Lo he hecho alguna vez, pero siempre en barras de burdeles o whiskerías, con lo que la respuesta está sabida de antemano y no se corren riesgos. Claro que cuesta dinero, eso es de Ley, porque de eso se trata, pero uno se queda fantásticamente cuando entra en uno de esos sitios en los que automáticamente todas las miradas se giran a ver al recién llegado (las de los clientes, las de las chicas, las del dueño...) y lo que se supone que ha de suceder es que el nuevo se aproxime a la barra y pida una copa, a la espera de que se le acerque algo de compañía femenina.

"Epatar". Creo que esa es la palabra que mejor resume la razón de que, al entrar por la puerta del burdel, me dirija sin más a la primera chica que vea libre y le suelte un "¿follas?" suficientemente sonoro. Pretendo la admiración porque, muy posiblemente, la situación de cualquiera entrando en el lupanar a ciertas horas no es admirable, sino desesperada. Por eso intento revestir la cuestión con un cierto toque de sofisticación, de mundología, casi. "No es la primera vez que voy de putas", doy a entender, "y, además, sé a lo que vengo: no quiero conversación ni copas. Quiero y busco sexo y lo obtengo".

Sin embargo, fuera del ambiente algo sórdido de esos fantásticos lugares, nunca se lo había dicho a ninguna mujer. Supongo que porque, al no ser el mismo contexto, el significado varía sustancialmente. Lo que en un burdel te define como alguien que sabe y controla la situación, en un garito de copas te cuelga, directamente, la etiqueta de gilipollas. Para los restos, vamos: allí no puedes volver. Eso si tienes la suerte de salir intacto, porque lo normal es que ella o algún acompañante (ventajas de los burdeles: ellas no van acompañadas, aunque pueda ser que estén con un cliente. Pero el cliente no tiene derecho sobre ella ni sobre ti: el primero que saque la cartera, gana. Es un poco como en el oeste, pero sin balas) reaccionen con indignación propensa a la violencia. Nadie racional se acercaría a una mujer en un bar y le diría sin más un "¿follas?" tranquilo.

Pero claro, la racionalidad se pierde cuando en el cerebro ya no queda espacio para ella por el exceso de alcohol etílico. Vulgo, ir pedo. Mis borracheras tienen un punto positivo: por lo frecuentes, no se notan demasiado. He conseguido manejarme borracho casi igual que sobrio. Digo "casi" porque una característica de mi ingesta es el pronto perjuicio en la dicción. Pero eso únicamente lo nota el que me haya estado escuchando con anterioridad. Para el novicio en mi discurso, pasa desapercibida porque evito hablar como en mí es habitual –rápido, apresurado- y centrarme en la vocalización. Ojo: sin que parezca que padezco tara mental alguna, que a veces intentando vocalizar los hay que se pasan de la ralla.

Así que borracho, pero no demasiado, entré en aquel local no excesivamente lleno de gente y me dirigí a la barra. Ella estaba allí, sobre la banqueta, fumando un cigarrillo rubio y bebiendo algo que en un primer momento me pareció whisky con limón, por el color desagradable del combinado. Pedí un gin-tonic y, una vez servido –Bombay Saphire con tónica Nordic Blue, una copa de pitufo, prácticamente-, me acerqué a ella. Y lo dije.

  • ¿Follas?

Quedó como en suspenso la palabra, como si flotase por aquella planta baja y rebotase por las paredes y entrase en todos los oídos y taladrase todos los cerebros. Pero eso es sólo un "como si", porque obviamente sólo lo escuchó ella –lo que me libró de algún problema, fijo- y ella estaba sola.

Le dio una profunda calada al cigarrillo y me miró con unos ojos que transmitían mitad pena mitad curiosidad.

  • ¿Dónde? –me preguntó.

Ante lo inesperado de la respuesta (en fin, no sé, yo esperaba algo así como un "¿cómo?" o un "¿qué has dicho, imbécil?", pero no un "¿dónde?"), no supe responder con la suficiente rapidez. Tomé un trago de mi copa pensando en la respuesta más correcta, encendí un Celtas y le di una calada, la miré.

  • Donde quieras: culo, coño, boca... A mí me gusta todo.

  • ¿Qué? Te he preguntado "dónde", no "por dónde", tío.

  • Mierda de preposición –pensé en voz alta.

Bien. Ya estaba claro que había quedado como un imbécil, tanto por la pregunta (aunque quizá no: ella había reaccionado como interesándose por el asunto) como por la respuesta, así que andaba la cosa un tanto torcida y era cuestión de enmendarse. Cosa que, por cierto, no conseguí con mi pensamiento verbalizado.

  • Quiero decir, ¿qué ofreces tú?

  • ¿Que qué ofrezco yo? Tú ofreces follar, yo sólo te pregunto dónde, no ofrezco nada.

  • Bueno... Por de pronto, ofreces el ser follada, ¿no? Eso es ya un ofrecimiento.

  • ¿Qué dices? Yo, de ser follada, nada. Yo no "soy follada", yo "follo". Tú no me has preguntado si soy follada, sino si follo, y yo, follo. Con todas las letras: efe, o, elle, o. Follo. Como una campeona, además. Te pregunto que "dónde".

"Buen discurso", pensé esta vez sin abrir la boca. Una de las cosas que me encantan de las mujeres es la capacidad que tienen de razonar con el lenguaje, a poco que se lo planteen. Nosotros somos más lerdos en eso, quizá porque todavía tenemos alguna parte del cerebro viviendo en las cavernas y sabemos que, para razonar, tenemos las cachiporras. Pero ellas no, se han desprendido del rol cavernario y son auténticas máquinas de fabricar las definiciones más descacharrantes con tal de salirse con la suya. Aunque, en este caso, de descacharrante nada: la voz activa y pasiva estaban claras y el error había sido mío.

  • Bueno, sujeto activo –repuse-, me parece correcta la puntualización. Lejos de mí el querer ejercer como agente en este caso. Respondiendo a tu pregunta, que gracias a lo matizado de tu última intervención ahora entiendo en todo su alcance, te diré que no tengo ni idea. Cualquier sitio me parecerá bueno si a ti se te ocurre alguno y, si no, siempre tenemos los retretes de este tugurio.

  • Vamos al váter.

Me tomó de la manó y me llevó al váter y me folló. Lo resumo así porque así fue como pasó y, justo al final, cuando sentía que iba a transformarme en un propulsor de semen, se sacó mi polla, la dirigió a la pila y dejó que me corriera mientras ella se subía las bragas, se acomodaba la falda y se largaba. Ni le comí el coño ni me comió la polla, únicamente me masturbó un poco al principio para ponérmela dura. Ni le sujeté por los pechos ni la levante por sus nalgas ni nada parecido, únicamente me ofreció, apoyada en la pared, su sexo desde atrás y, dirigiendo ella mi polla, se la metió dentro y comenzó a moverse. Vaya, que me folló y yo fui, en puridad, follado.

Uno, cuando va con mentalidad de "latin-fucker" o "Pichi, el chulo que castiga", se queda hecho un poco una mierda cuando descubre que es ella la castigadora –aunque bendito castigo, el orgasmo-. Y una mierda era yo mirándome en el espejo de aquel cuarto de baño de señoras de garito a altas horas de la noche, limpiándome el miembro con agua del grifo y papel de váter antes de guardarlo dentro de mis pantalones y salir, de nuevo rumbo a la barra, donde seguía ella fumando rubio y bebiendo su copa. La mía, inconclusa, había desaparecido. Igual fue una venganza del camarero o, igual, pensó que no iba a volver. Pero volví y se lo recriminé:

  • Oye, que he ido al servicio y me has quitado la copa...

  • Lo siento.

  • No, no... De lo siento nada: que me pongas otra.

  • ¿Vas a pagarla?

  • No tengo esa intención.

  • Entonces no.

  • Pues vaya.

  • No haberte ido, o haber avisado, o habértela llevado contigo. Yo no puedo estar pendiente de las idas y venidas del personal.

  • Vale. Mira, no quiero discutir: ponme otra, que te la pago.

Me puso otro gin-tonic azul, le di un sorbo, y volví hacia la chica.

  • La próxima vez que quieras follar con alguien –me dijo antes de que yo le dijera nada-, piénsatelo mejor, no vayas a ir a por lana y salir trasquilado.

  • ¿He salido trasquilado?

  • ¿Tú que crees?

  • Que no: hemos follado.

  • No. Sólo he follado yo. A ti te he follado, te he ordeñado, te he usado.

  • Bueno, el resultado es el mismo: te he penetrado y me he corrido.

  • De nuevo estás en un error: me he penetrado yo, aunque haya sido usando tu polla y, como comprenderás, el hecho de que te corras o no, me importa un huevo.

No sabía muy bien lo que estaba pasando, así que encendí otro Celtas y le di una calada intentando que la nicotina, el alquitrán y demás productos beneficiosos le facilitaran a mi cerebro la labor de interpretación.

  • A ver si te entiendo –le dije-. ¿Has querido joderme?

  • No, de nuevo –repuso-. He querido dejarte jodido. ¿Tú crees que puedes ir por el mundo en plan machito, como si las tías estuviéramos locas por follar contigo? Pues no: eres bastante feo y lo suficientemente tirillas para pasar por vulgar. No creo que ninguna mujer te desee realmente. Lo más que puedes conseguir es lo que has conseguido esta noche: correrte. Pero eso no significa realmente nada o, al menos, no afecta a la mujer. Lo mismo podrías haber conseguido con tu mano y te ahorrarías los riesgos.

  • Pero tú, ¿te has corrido?

  • ¿Contigo? Chaval, aún te queda mucho para saber cómo hacer que una mujer disfrute.

  • Entonces no entiendo nada.

  • Ni lo entenderás: no puedes.

Acabó su copa e hizo ademán de marcharse. Le metí un último viaje a la mía –viaje generoso porque acababa de pedirla y que, a aquellas alturas de la noche, casi me provoca un regüeldo- y traté de evitar que se fuera.

  • Espera un momento...

  • ¿Qué quieres ahora?

  • No me puedes dejar así, tía.

  • ¿No? ¿Por qué? ¿No querías tu orgasmo? Creo que ya lo tienes.

  • Ya, pero...

Se volvió a sentar, esta vez más cerca de la puerta, a mi lado.

  • ¿Cómo me habrías dejado tú?

  • ¿Qué?

"Sí. Imagina que vienes y me preguntas si follo. Imagina que te digo que sí, y que vamos, como de hecho hemos ido, al retrete. Imagina que, una vez allí, me abro la blusa para que veas mis pechos apretados por el sostén y que tú, al verlos, hundes tu boca entre ellos mientras pasas tus manos por mi espalda para librarlos de la presión del sujetador.

Imagina que, una vez sueltos, mordisqueas mis pezones hasta endurecerlos mientras yo, suspirando, acaricio tu bragueta logrando y notando tu erección. Entonces, lo más seguro, es que la abriera para, metiendo mi mano en tus calzoncillos, tocarte directamente la polla. Una vez ahí, te la sacaría y descendería para metérmela en la boca y darte una comida antológica, ante la que tú, desarmado, no podrías hacer más que apoyarte en la pared y poner tus manos en mi pelo, dirigiendo mi cabeza con el ánimo de follarme la boca.

Pero yo, obviamente, no te iba a dejar, porque no querría que te corrieses demasiado pronto. Así que me separaría de ti, me sentaría en el lavamanos, levantaría mi falda y bajaría mis bragas, ofreciéndote mi coño para que me lo comieras. Muy posiblemente no sabrías hacerlo bien, y únicamente lo lamerías mientras me masturbarías con uno o dos dedos hasta mojármelo completamente. También podría pasar que supieras comer un coño y me pusieras el clítoris a punto de estallar a base de besos, lamidas, chupetones, justo antes de follarme con la lengua.

Fuera como fuere, me tendrías muy mojada, con lo que yo, casi seguro, te levantaría la cabeza hasta poner tus labios a la altura de los míos, nos daríamos un beso húmedo y lento en el que podría saborear en tu lengua mi propio flujo y te acercaría a mí para que me penetraras.

Lo más seguro es que no acertases a la primera ni a la segunda, así que cogería tu polla y la dirigiría a mi sexo, hasta conseguir que me la metieras entera. Seguro que entonces comenzarías a follarme y seguro que yo jadearía, suspiraría y metería tu cabeza en mi pecho para que, mientras me das una buena ración de polla, me sigas lamiendo las tetas y mordisqueando mis pezones.

Eso me gustaría y, lo más seguro, es que me corriera ante lo que tú, al sentir cómo estallo, te corrieras también. Pero como yo no estoy tan mal de la cabeza como tú, sacaría antes tu polla de mi cuerpo para darte una mamada final que te haría estallar en mis pechos, porque tampoco estoy por la labor de beberme el semen del primer desconocido que me folle.

Después te limpiaría la polla con mi lengua y me limpiaría con un poco de agua y con el papel higiénico el pecho, mientras tú estarías mirándome mientras te guardas la polla en los calzoncillos y te cierras el pantalón. Volvería a ponerme las bragas y el sostén, me cerraría la blusa, me colocaría bien la falda y nos daríamos otro beso.

Saldríamos juntos del baño, volverías a la barra, me preguntarías que qué me había parecido la experiencia y, antes de que pudiera averiguar quién eres, dónde vives, a qué te dedicas o cuál es tu número de teléfono, te habrías largado y mañana estarías contándole la aventura a cualquier amigote igual de primate que tú".

  • Me habrías dejado tirada, en resumen –concluyó-, igual que te dejo tirado yo a ti.

Salió del bar. Salí yo detrás de ella, previo pago de mi consumición, naturalmente, y la alcancé.

  • Oye –traté de decirle-, que no te puedes largar así, sin más, después del discurso que me has soltado, ¿no?

  • ¿Por qué? ¿Porque te la he puesto dura con la historia, o qué?

  • No es por eso –aunque sí que me la había puesto dura-, sino porque... no sé, tía..., porque no puedes. Porque no es normal esto...

  • ¿Y tú crees que es normal –espetó- que entres en un bar y le preguntes a la primera que te encuentras un "follas", así, sin más?

  • Bueno...

  • Pues eso.

Y continuó caminando mientras yo me quedaba jodido –lo había logrado- viéndola perderse tras una esquina. Había conseguido satisfacer uno de mis deseos, había conseguido, además, sexo sin más y sin que me costase ni un euro. Pero, no sabía muy bien por qué, me sentía terriblemente jodido. Como vacío, y no necesariamente sólo a la altura del escroto.

Desde entonces, siempre que entro en un bar y veo una mujer sola y me acerco a ella, digo primero un "hola" de cortesía y, después, el "¿follas?". Creo que si ella lo supiera, estaría contenta: me había dado una lección y yo, alumno aventajado, la había aprendido.