Follar con quien se lo pidiera el cuerpo (I)
El autor revisa en su memoria un pasaje morboso de su amante Lola
Follar con quien se lo pidiera el cuerpo (I)
Mi segunda pareja, concubina Lola, con quien compartí tantísimos sudores follando los dos a solas, o con otras personas, casi cinco años en que vivimos juntos; se apartó de mí, nos separamos de modo turbulento al cabo de ese tiempo, y a la muy puta, faltándole y necesitando la seguridad que le daba un compañero hombre, a los tres o cuatro meses de la ruptura, se vistió de blanco y fue al altar, así fuese virgen, cuando había perdido el himen a los quince, y la vergüenza antes.
De su boda me enteré por un colega común, invitado al casamiento, y, la noticia, por mí inesperada, me sentó, así suele decirse, como una patada a mala leche en los huevos, en los mismos huevos, que me estuvo jodiendo por semanas enteras. El malestar mío entonces venía adobado rabia, pues al mes o así de la pelea en que rompimos, me llamó por teléfono y me dijo, con mucha tristeza, que me necesitaba, no sé para qué, pues ya entonces era novia formal, prometida del otro, lo que mucha gente amiga sabía menos yo, que ante esa súplica suya me apresuré a darle… nada.
Hubo escarceos, disculpas, perdóname amor por el daño que te causé! perdóname tú! perdona al responsable: eres una niña (23, tenía) y yo un viejo a tu lado (47) que debería adorarte y sin embargo… no digas eso, cariño, tú me has dado mucho, me has enseñado mucho, me has hecho mujer…
Total que la paloma voló y se fue, bendecida por el estado y por la iglesia, con otro palomo. La odio, La maldigo. La detesto. Pretendo ignorarla pero no lo logro. Desesperado, me acerco muy loco a la barrera de los peligros, y apenas nada fuera de lo prohibido me interesa.
Ese salto por encima de la tapia hace que me reconozca enteramente maricón, enajenado por las pollas de los tíos que cada fin de semana meneo y mamo en una sauna de homosexuales, desde la media noche al amanecer.
Por si algo faltara, y quién sabe si a causa de un repentino hartazgo de vergas suculentas, me lío con una muchacha enganchada a la heroína, me la llevo a mi casa, le busco un psiquiatra, me la follo lo mismo que si me follara a una muñeca de esas de plástico, porque ella no siente pero sí consiente, y en su mundo de ausencias se deja hacer lo que a mí me venga en gana.
Así que el cerdo se recrea, y más que en tirársela, a lo que le saco gusto escaso por no decir ninguno, es haciéndole fotos del coño o mamándomela, y también meándome en su boca. Sí, con la vana excusa de que podría ayudarla, echarle un cable, para salir del maldito caballo; me enganché con ella y, aunque no me pinché ni probé nada de su vicio, sí se multiplicó el mío por la blanca… hasta que me quedé en ruina absoluta y suspensión de pagos, por lo que no hubo más cojones que salir del laberinto, despedir a la pobre criatura, y aguantar el chaparrón como se pudo.
Pasan los años y el tiempo hace su trabajo, elimina las crestas del odio, borra poco a poco los rencores, olvida la furia de las lamentaciones. Se perdona. Se comprende. Se acepta. Se reconoce. Por eso, si al cabo de tantísimas lunas de silencio y hostilidad, el albur provoca que te cruces con Lola cara a cara; no huyas ni te escondas ni calles. Sobre todo no te engañes. Así vivirás más cerca de la alegría.
Y fue que de ese lodo antiguo salió, inesperadamente, un polvo fabuloso, uno y más que vinieron, abonados por la calentura de los primitivos, tan viva en palabras sucias y en corridas excelentes. Con seguridad no puedo decir sí fue en ese o en alguno de los inmediatos, cuando me atreví a preguntarle, a rogarle que me contara, como tú sabes puta mía¡ la mejor jodienda, la más morbosa, que hayas tenido en este estúpido paréntesis, cuéntamelo por favor.
Parece mentira pero fue verdad que, después de tanto, Lola me cogió la polla exactamente igual que entonces, y después de mirarme, sacarme la lengua y echarme un guiño, se puso a hablar y me dijo: Cariño, cabrón mío, el conductor de un autobús que me ligué, un día que nos quedamos los dos solos en la guagua, se salió de la carretera, me llevó a un campo, y en los asientos traseros me folló a lo bestia, y me hizo gozar a tope, maricón! y yo a él, pues fui puta, muy puta, su puta, como tú me enseñaste a ser.
En efecto, y como era de esperar, en el momento en que Lola, recostada en mi hombro, con sus tetas maravillosas encima de mi pecho, y en su mano diestra mi polla, empezó a contarme: Cariño, cabrón mío, el conductor de un autobús que me ligué… di un resoplido enorme y no tuve más remedio que decirle: Para, para cariño, puta, calla; y es que me sentía venir la corrida como una catarata de leche imparable, del gusto que tenía tan enorme, en la cama con Lola, con mi Lola a la que hice puta, después de muchos años de ausencias, después de odiarla y maldecirla, pero sin olvidarla ni un solo día y menos por las noches.
Controlada esa primera erupción, tal vez porque se cruzó con el morbo un pensamiento amargo, me repuse y le rogué que siguiera; por favor, zorra mía, continúa. Claro, cabrón mío, lo que tú quieras… me respondió. Mira, el autobús hacía la línea de la capital al pueblo donde me fui a vivir con mi marido, unas dos horas de camino, y una media de esas dos, saliendo o volviendo al pueblo, con muy pocos viajeros, apenas dos o tres, y en más de una ocasión yo sola… y el conductor, como es natural. ¿Lo vas viendo, cornudo?
El primer puntazo -sigue la Lola en el uso de la palabra- me lo dio él, inesperadamente; pues aunque yo me había percatado de que era un hombre fuerte, y guapo -cariño, guapísimo-, con ojos de loco, eso sí, de esos que te penetran, te desnudan y te la clavan…; aún no le había dado ninguna señal por mi parte del morbazo que me daba, por lo que fue, en cierto modo, una sorpresa, una excitante sorpresa, sentir en mi culo, yendo a bajar del bus, su mano, una mano grande y poderosa, dándome un apretón (que me puso como una perra, te digo nada más que la verdad), llamando mi atención para que lo mirara cuando me decía, me dijo: ¡Qué polvo tienes, viajera!
Como puedes suponer, tú que me conoces, cuando llegué a mi casa, entré como las locas y me fui derechita al cuarto de baño, mi marido llamándome y yo diciéndole: ¡Perdona mi amor, que me vengo meando viva! Uffff, me quité el tanga, jajajaja, ahora me acuerdo, síiiii: uno que tú me regalaste; y me hice una paja deliciosa, sintiendo la mano del chofer en mi culo, su mirada ansiosa y turbia en mis tetas y en mi cuerpo, a más de oír con eco de lascivia, lo que el cabrón me dijo tan seguro, tan claro y tan vicioso: ¡Qué polvo tienes, viajera!
Una vez corrida me repuse y así pude salir en busca de mi marido, más tranquila. ¿Qué tal el viaje cariño mío? me preguntó él, como de costumbre; a lo que yo, piadosamente y también del modo acostumbrado, le respondí: Muy bien, dormida, casi desde que salí hasta llegar al pueblo. Entonces él, aprovechando mi confesión, cosa que yo no había previsto, fallo mío, se puso bien contento y llevándose la mano al paquete, con mucha sorna, me dice: ¡Qué alegría que vengas sin sueño, mi amor! ¿Quieres que te folle tu marido esta noche? A ver, no tuve otra, claramente solo había una respuesta.
Y me folló, me dio bien, me folló con ganas y se corrió dos veces, una en el coño y otra en la boca. Siiii, fóllame mi amor, dame tu polla que tanto quiero, dame tu leche… y cuando me echó su chorro caliente en la garganta imaginé que era el conductor quien me la echaba, menos mal que no sabía aún su nombre, pues de saberlo tal vez me hubiera traicionado mi éxtasis de placer, y le hubiese dicho a mi querido esposo: ¡Oh, si, Antonio, córrete en mi boca! lo cual hubiese sido un chasco grande, sobre todo para él, pobrecito mío.
Después de todo lo dicho es muy probable que, alguno o bastantes de los lectores que seguís esta historia, quién sabe si también alguna lectora intrépida o furtiva; podréis recapacitar, haberlo hecho y, por ejemplo, a propósito del rumbo que la cosa lleva, preguntaros y preguntarme:
¿Cómo es que apenas comienzas la historia pareces estar al borde de un ataque de placer, después lo obvias, continuas esparciendo morbo sin aludir más a tu calentura, solo te refieres a la de ella, y además no concluyes, te enredas y no terminas, ni llegas siquiera a las inmediaciones de ese anunciado polvazo brutal que el conductor del autobús echó con tu amante Lola, y ella con él, naturalmente.
Si fuese así, mi respuesta es que, con toda sinceridad, uno se propone lo que se propone pero, en el momento de manifestarlo públicamente, sobrevienen añadidos y detalles que, en la sala viciosa donde vive la memoria del cornudo, recobran todo su brillo, y por eso me entretengo más de la cuenta, acaso me recreo en considerar pasajes poco sustanciosos, nada o casi nada excitantes, pero que a mí me ayudan a poner en su sitio secuencias verídicas de preciosos atributos míos.
Bueno. ¡Cabrón, no lo dilates más! Sí, claro. Disculparme y vamos a ello: Sin duda, las tetas de Lola en mi pecho y en su diestra mi polla, moviéndola como ella tan bien sabe, desde el tallo hasta el capullo, bien tieso el rabo y duro, babeando gusto; hacen que mi enorme disfrute deba refrenarse y me controlo una y otra vez, exaltado por esos roces nuestros, y más aún cuando en mi oído, tan cerca de sus labios, escucho, de su voz caliente, orgullosa y algo arrepentida, pero poco, por lo que pudiera trascender de su encoñamiento con el chofer; cómo y dónde y de qué manera ese tal Antonio se la acabó cepillando a lo bestia.
Sí, un pedazo de polvo, inolvidable. Y ahora sí, en el supuesto de que no os haya aburrido lo suficiente como para mandarme, con razón, a la puta mierda; hacedme el favor de leer lo que viene, pues trascribo tal fueron las palabras que Lola me decía contándomelo, me dijo: Una semana después de que el conductor de marras, tan guapo y tan atrevido, me diera el apretón en el culo y me dijera lo que ya sabes, cabrón mío, tuve necesidad de volver a viajar en esa línea y lo hice sin reparo, mejor dicho: con ganas. Sí, yo sé que tú te lo imaginas a la perfección, cariño: Así iba yo, tu perra, con un morbazo de la hostia. De mi casa a la parada, andando, casi sin quererlo pero sin alejarlo de mí, me puse a fantasear con él y de cómo sería sentirme follada por ese hombre, ufffffff.
Conforme caminaba acercándome a la marquesina y sentía el roce de los muslos, noté que mi coño se iba abriendo y sus labios me pedían batalla de la buena. ¡¡¡Queremos polla!!! Y los oía dándose chocazos el uno con el otro, así estuvieran haciendo palmas, llamaban mi atención los pobres, sin ellos saber o quizá sí, que en mi pensamiento yo tenía, bien clara y decidida, la resuelta determinación de follarme al piloto en cuanto se pudiera.
En esas iba yo, embebecida en esos deseos de zorra, casi enajenada, tanto como para no darme cuenta de que, a consecuencia del calentón que yo misma me estaba dando, mis bragas (llevaba el mismo tanga que tú me regalaste, lo recuerdas chulo? sí, el rojo diminuto que apenas cubre -todavía lo tengo- el triángulo negro de mi chocho, de tu chocho maricón), no es que se hubieran mojado, tío, créetelo, chorreaban.
Con ese panorama hirviendo subo a la guagua. Lo miro, las piernas me tiemblan. Me mira y me lo dice todo sin decirme nada. Me sonríe y, dándome el billete, me habla: ¡Bienvenida viajera, mi nombre es Antonio, para servirla! Y yo, atolondrada de veras, así estuviese ausente en los vapores de la fantasía, como borracha, pero desnuda ante él, entregadita, oigo que le contesto: ¡Eso espero Antonio, me llamo Lola!
Joder con la Lola. ¡Qué alumna más aplicada tuviste, maestro de rameras! Claro que si ella aprendió lo suyo y lo puso en práctica con su natural habilidad y destreza, tú mismo también modificaste, a hostia limpia eso sí, estabas modificando algo, no del todo, pero si lo más contradictorio de tu comportamiento, de tu “rol” según se estila ahora, como cornudo caprichoso y muy voluble, con lo que eso suponía: Reconocer que “ellas”, tus putas particulares, adiestradas para ello por ti mismo, bien podían si querían, por su cuenta y su placer, follar con quien se lo pidiera el cuerpo.
Ok, de acuerdo. Pero regresemos sin dilación al hilo del polvo anunciado. Antes, nos quedamos en las palabras que mi amada le dijo al chofer, presentándose. Luego de eso hubo una interrupción impertinente, bastante estúpida por cierto, y hasta se nos fueron las ganas de follar por el retrete de la jodida avería que hubo.
De lo malo lo bueno es que esta misma mañana me ha despertado el zumbido del móvil anunciando mensaje. He mirado de quién era y, para gozo del morbo mío, es Lola. Lo leo: ¡Eres un cabrón! Si, yo lo sé bien, la clase de cornudo que tú eres, cariño, pero le das muchos rodeos a las cosas que cuentas y la gente se cansa, me canso yo siendo la puta protagonista… Así que espabila. O mejor, deja que yo termine de una vez y descubra cómo fue aquel polvo inolvidable.
Me pongo y en una hora te lo envío, pero ni se te ocurra cambiar ni una coma, y después tú lo mandas a la web, con tus putos cuernos, maricón!
Bien. El empalme que me provoca el sms de Rosa me tiene en vilo desde que lo abro hasta el momento en que calculo que ya su escrito debe estar en mi bandeja de entrada. Así es, ya llegó, de modo que el cabrito ahora enmudece y quien habla y escribe es ella, mi amada zorra:
Aquello pasó en el segundo verano después de casarme. No eran los primeros cuernos que le ponía a mi marido, pero sí los más sabrosos. Empecé a hacerlo esa primavera, entonces el coño ya comenzaba a aburrirse de fidelidad, se me puso borde y me pedía verga nueva. Me follé a dos tíos, juntos no, por separado. Uno me lo tiré en el baño de una discoteca aprovechando que mi esposo tenía una borrachera asquerosa. Y el otro cayó en otra noche loca, mi marido en las mismas, y yo, con el maromo, a cuatro sobre el capó de su coche, abierta de piernas, sin bragas, recibiendo a matar; dios qué pollazos¡
Por eso, cuando apareció Antonio, yo ya tenía alas y resolución para follar con quien me apeteciera. Eso ayudó mucho porque él, seductor experimentado, desde que miró la primera vez se dio cuenta de todo y, en sus modales y en sus risas, me daba a entender cómo era sabedor de que a mí, se me encharcaba el chocho imaginando, deseando de modo brutal, que me la metiera. Lo cual, te lo puedes suponer, era la verdad y nada más que la verdad.
A lo que voy: el día de marras, yendo a mi plaza en el bus, los muslos empapados, las ganas desbocadas, me engolfo en paladear lo que me ha dicho: ¡¡Para servirla!!, y me río emputecida de la respuesta que, sin ninguna vergüenza, le acabo de dar: ¡¡Eso espero!!. Aunque el asiento mío, según el billete, está en la parte trasera, decido quedarme delante, veo dos filas vacías, y le pregunto: Antonio, puedo sentarme en alguna de éstas? ¡Claro, sin ningún problema, por favor! oigo que me dice con su voz recia, pero lo que sus ojos me manifiestan es: ¡¡¡Puta, te vas a enterar de lo que es joder conmigo!!!
Yo, que puta sí pero no tonta, me entero de todo, me acomodo en la fila 2, pasillo, a tres metros de él, justo en el sitio por el que pueda verme por un retrovisor auxiliar que tiene; observo cómo lo está manipulando y lo dirige a mí, quiero decir que lo coloca para poder verme, mientras conduce, cuando le venga en gana.
Alguien de atrás grita: ¡¡Antonio, vámonos ya, que llegamos tarde!! Total que el conductor se cabrea, se levanta y va en busca del tipo, discuten, vociferan se mandan los dos a tomar por culo, y cuando vuelve a su puesto de mando el muy cabrón, se para a mi lado, se agacha y me dice al oído: ¡¡¡Rosa, quítate las bragas!!! Sé que me has visto preparar el espejo para entretenerme en ti mientras conduzco, así que haz lo que digo: Te las quitas, abres bien las piernas, y me enseñas el chocho…
Dicho y hecho. La Lola ya está entregadita. Por los muslos me corre un caudal. Cuando llegue a la ciudad va a parecer que me oriné viva sin quitarme el vestido. ¡Joder con la guarra! va a pensar y a decir más de uno, pero no me importa, o sea me importa una mierda, porque a mí, en este momento, me está poniendo a mil hacer, lo mejor que sé, y es mostrarle a mi chulo el chocho, el triángulo negro de mi chocho, tocarlo, abrirlo y masajearlo para él, manifestárselo deseoso de rabo, de su rabo; y se lo digo, logro que en vez de coño vea mi cara, y le digo: ¡¡Mira cómo me has puesto, Antonio!! ¡¡Necesito que me folles, oh, sí, deseo que me la metas!!
Sí, por supuesto que sí, se lo dije casi sin pensarlo, sin que mi cerebro lo procesara al completo, se lo advertí con la mirada y señas lascivas de los labios míos, en un arranque de turbulencia súbita que tampoco yo había previsto ni fantaseado así. Se lo comuniqué sin especulación, sin el más mínimo rodeo, exenta de vergüenza, con todo mi deseo vivo de mujer adicta al sexo, como una gata en celo refregando su chichi por los suelos, con todas las ganas enormes que tenía de follar con él, follármelo y que me follara él (pues no es lo mismo, ustedes sabrán, lo uno que lo otro).
De sentirlo bien dentro mía, por donde él quisiese metérmela: en mi boca, en mi chocho o en mi culo, su polla dura, y gozar en mis tetas sus labios y sus manos fuertes abrazándome vigorosamente… pero, y casi con las mismas fuerzas, apenas un segundo o menos después de lanzarle tan obsceno mensaje, descarado, pidiéndole verga, tuve que arrepentirme a toda priesa de lo que había hecho, pues Antonio, el conductor del autobús, tan ganoso o más de mí y por mí, pero tal vez sin esperarse el hombre que yo fuese así de rápida, así de clara y así de puta, dio un respingo extraño, se contraía como poseso de un ataque de nervios incontrolable.
Como podréis entender, en su caso y según su oficio- aquello tuvo muchísimo peligro, el volante sin manos, la guagua sin dirección, sí, absolutamente un desastre pudo haber sido, accidente gravísimo en el bus de la línea 147 – hay muertos y heridos, habrían dicho titulares de prensa de radio y de televisión, seguro, de eso no hay duda, incluso con pandemia.
Y más aún pudiera haber sido si entre los pasajeros heridos se encontrase alguno consciente y no en estado grave, pero si locuaz, poseído de su minuto de gloria y dispuesto por ello a descubrir, caiga quien caiga, la causa fatal pero no fortuita de los hechos, delante de unos cuantos micros y otras tantas cámaras, y se pusiera a referir, referiría exultante, por las televisiones y las redes digitales:
Yo viajaba en el asiento número 8 y lo presencié todo: un instante antes de que el motor se pusiera en marcha, el conductor tuvo una estúpida discusión con un viajero de la parte trasera, hasta que cansados de insultarse los dos, el chofer volvió a su puesto de trabajo para iniciar el viaje, no sin antes detenerse en el pasillo al lado del asiento número 3, en el que viajaba una mujer -bastante atractiva esa es la verdad- y hablarle al oído a ella, que eso todo el mundo lo pudo ver cómo se agachó para decirle así en secreto lo que le dijera.
Lo que le dijo, eso nadie pienso yo que lo oyera, que lo pudiera oír, salvo la viajera claro está; yo, dos filas atrás solamente si pude percatarme de algún detalle que pudiese ser clave para la investigación, y en el que seguramente no hubiese reparado más que un servidor, pues, a fuer se ser sincero:
Debo de confesar que tomé mi plaza adrede para estar cerca de la mujer, muy atractiva como ya les he dicho, a lo que se añadía un vestido exiguo, y un escote inmenso, y unas piernas -no exagero ni miento- a las que no podía, ni tampoco quería, dejar de mirar, porque que no solo veía sus muslos generosos y firmes, apenas guarnecidos por la falda corta, muy corta, sino que por ellos se podía perfectamente observar:
Desde mi asiento solo eso sí (y por ello pensaba de cambiarme, ya en camino, al inmediato posterior a la muchacha, no creo que sea necesario explicar el porqué), para viajar más cerca suya y, con disimulo aunque tan poco mucho, pues a ella daba la impresión de importarle bien nada que la mirasen (¡como miran en España los hombres a las mujeres guapas!), yo creo en todo caso le gustaba, sentirse admirada, sentirse deseada de modo que no le perjudicase, de haberme descubierto, cosa que afortunadamente no sucedió.
Hipnotizado como estaba por sus piernas de ensueño y -¡¡¡Diosas y Dioses del Placer!!!- por unos hilillos acuosos que descendían brillantes de lo más alto de ellos, ustedes me entienden: del adorable triángulo de su chocho, seguramente negro como el de su cabellos, que yo no alcanzaba, pero si esos presurosos hilos, si serían de que la mujer se había meado en sus bragas sin querer o queriendo, ella sabría, o, viniendo del mismo lugar, quizá fuesen gotas de flujo placentero, las primeras rodantes de sus aguas candentes, muslo abajo, aviso preclaro de cómo estaría su coño pidiendo guerra?
Pero bueno, caballero, ¿Esto qué coño es? ¿Una historia vivida o la pantomima de un chiflado majarón?: Por supuesto que sí, tiene todo el derecho a pensar lo que piensa y a decírmelo airadamente como lo hace, no faltaría más; pero permítame que me excuse de nuevo por la demora que el relato lleva, y es solamente debida a mi propósito de satisfacer hasta lo más que se pueda, contando los bordes y los rebordes, el brillo la textura, el olor espeso de los sudores, de flujos y de lefa hirvientes.
Y recordar con sumo detalle y regodeo esa memorable jodienda que mi amante Lola había echado, por los años en que estuvimos separados, con un conductor de autobús, según ella apoteósica, y que disfrutaron ambos, en la soledad del campo, los dos en pelota picada dentro del colectivo, pues, en efecto, fue allí donde se refocilaron.
(Desde luego, tío, eres la leche, más todavía, eres la releche merengada, sí, cabrón, tú ríete, pero date cuenta de que llevas diez o doce folios escritos intentando de descubrir siquiera algo del famoso polvo, o colección de polvos: no iban a irse al campo con la guagua para una sola corrida, digo yo…; y al cabo de todo ese discurso tan disperso, aún perdido como estás en los previos al hecho en cuestión, vas y vienes, tan campante como resolutivo y, sin pensártelo dos veces, en el primer párrafo, revelas el lugar del crimen, quiero decir: el lecho de la jodienda. Esto es: tú vas a modo tortuga o a modo tigre. ¿En qué quedamos?
Todo esto me lo digo yo a mi mismo. No lo pronuncio pero lo digo y, de veras, lo oigo. Lo escucho perfectamente pues al ser la conversación dentro de uno, sin interferencias raras, las palabras suenan tal como se piensan y, a consecuencia de esta formidable virtud, meridianamente llegan al oidor, y comunican sin censura ni miedo ninguno. ¡Coño! ¿Y yo quién soy, qué carajo soy? O soy los dos, como la Santísima Trinidad de los creyentes católicos pero con uno menos. El adoctrinador y el adoctrinado en un solo y único cuerpo, indivisible, pero apto para pensamientos diversos, hasta contrapuestos.
Considera la situación en que te encuentras -continúa en el uso de la palabra la voz del acusador, severa y con ánimo de convencer al otro yo, es decir: llevarme al huerto sin remisión- y reflexiona, cornudo parlanchín, si por causa de tu torpe proceder van las gentes a pensar, con razón o sin ella, y eso da lo mismo que lo mismo da, que tú te atascas o te entretienes tan exageradamente, yendo de un sitio a otro, atolondrado, porque lo que pretendes enseñar como hecho verdadero, te lo estás inventando de la pe a la pa, de la A a la Z, que ni tú tienes cuernos ni la tal Lola te ha otorgado categoría de serlo; sí, ese tipo de persona que la lengua popular define como ridículo capullo gilipoyas integral.
¡¡¡¡¡Noooooo!!!!! ¡¡Eso si que no!! ¡Eso no lo tolero! ¡No puedo tolerarlo de ninguna de las maneras! Y menos viniendo de quien viene, por favor. Pareciera que, tu testarudo y rudo modo de tratarme, ese compulsivo deseo tuyo por corregirme siempre, haya tenido un pernicioso efecto colateral en ti, perturbándote tanto, querido otro yo, que te ha dejado huera la memoria, pero huera, vacía por completo.
¿Acaso has olvidado que nuestra elocuente cornamenta, la que llevamos tú y yo, que en eso coincidimos, al menos coincidíamos, es verdadera, y tan verdadera, con sus gozos y sus sombras; y que hemos relamido como cerdos en pocilga, cuando la Raquel la Lola o la Julia, han querido y consentido follar con otro en presencia tuya, y te han dado a beber de sus labios (los del norte y los del sur), de sus tetas de sus coños y sus muslos tantas leches diversas?
Sí las tres, recuerda a cada una de las tres, a las que rogamos y hasta suplicamos que las queríamos putas, que fueran muy putas jodiendo con nosotros y todavía más, más putas más viciosas más golfas; follando con otro y a la vez conmigo, cariño, los tres juntos:
Tú, él y yo, mi amor, eso lo sueño noche a noche, más que obsesionarme me emociona, me entusiasma y me empalma, me la pone muy dura, me la pone más dura que nada, así es tal y como te lo estoy diciendo, te lo confieso sin pudor, te declaro mi deseo de compartirte a cuerno descubierto.
Me conoces, me vas conociendo y sabes lo muchísimo que gozo en la cama contigo, que los dos gozamos, y yo bastante más si te veo en el séptimo cielo del placer, al lado mío. Absolutamente cierto, pero para este cornudo empedernido la cima del gusto me llega si te imagino (inmensamente mejor y más si te estoy viendo) loca animal hembra divina perforada follada penetrada por la verga de Pepe y la polla de Carlos y el nabo (20 centímetros) de Antonio… que para no hacerte daño en el culo te lo metía en el chocho, siiii, un gustazo darte a la misma vez yo por el ojo negro, rozándose su rabo con el mío.)
Cerrado el paréntesis en que transcurrió la dialéctica batalla verbal que, con su propio aparato de silencioso acaloramiento, mantuvimos del modo que han podido ver, quien esto escribe con el otro yo de uno, a causa del procedimiento narrativo de la cosa; considero preciso convenir ya, sin dilación sin tregua sin rodeo, sin pérdida de tiempo y menos de interés, con cirugía de hierro si se necesitare, alcanzar de una puñetera vez inmediaciones de la cima.
Que ya es hora y hay tremendas ganas de aproximarse a ella y en ella regodearse, sin excusa ni censura, celebrando a gritos ese pedazo de gol colándose por toda la escuadra, dos orejas y rabo (con perdón), una medalla de oro, el gordo de la bonoloto con su bote suculento, y el anhelado remate de los tomates: ¡Lola, cómeme la polla¡ Sí, puta, de rodillas, así zorra, entre mis piernas, chupa, traga y acaríciame los huevos…
¡Eso es maricón! Así sí, ¿Tú lo ves? Así da gusto: sencillo, directo y al grano del vicio, entrometiendo con habilidad y sin rastro de pena, esos vocablos del lenguaje pornográfico que llaman “sucios” sin razón, pues más apropiado sería, debiera serlo, por ejemplo, rebautizarlos laicamente para su uso en estos menesteres de la sacra jodienda, y nominarlos como “preclaros”, incluso “medicinales” o “proféticos”, pues quiénes sino ellos levantan el ánimo preciso, ascienden por el mástil robusto del deseo y lo afirman, cuando se pronuncian, se dicen y se oyen, tan sonoros como rotundos & sumamente eficaces, en voz de la mujer y en la voz del hombre, con tremenda urgencia y abierto desacato a esa losa inmunda que se reconoce como el “pecado de la carne”.
Y es odioso, más que antiguo abominable, considerar, exactamente vernos impelidos a la consideración de cómo, ni los adelantos ni las democracias ni las universidades, al cabo de los vendavales de la historia, han sabido han podido han conseguido doblegar y luego sepultar, a la estúpida aberrante y fanática senda prohibicionista secular, castradora humillante y perniciosa, por los siglos de los siglos bajo la vigilancia y la condena de tantos eméritos señores: Interpretan a su antojo la voluntad que por tradición se atribuye a dioses severos, gobernadores de príncipes sumisos, incapaces; mas pese a lo cual perduran por estos territorios nuestros, trincheras barreras fronteras de una inmensa farsa al corte occidental.
Pero bueno, tío, ¡con lo bien que ibas! Lo tuyo creo que ya es pasarse, por la cara, por la puta cara dura que tienes encima de los hombros. De verdad que sabe a cachondeo. Claro, siendo gratuito, vamos ni un céntimo de euro, te permites licencias que, en caso de ser un trabajo remunerado, ¡no te jode! no te consentirías, entre otras razones porque aun queriendo tú y atreviéndote, la autoridad el dinero la empresa el jefe la patria… cumpliendo su obligación, tomarían cartas en el asunto, vamos: de patitas a la calle te mandan ipso facto, sin despeinarse ni darte las gracias, por gilipoyas.
Sin insultar. ¿Qué quieres? Yo soy así, cierto que procuro corregirme, pero si abandono la concentración se me abren, muy apetitosas ventanas y puertas, por ellas me pierdo, me desvían los colores mismos de las paredes, a quienes me siento obligado a preguntar, cuarto a cuarto, cuadra a cuadra, qué hora es? cuándo es el bautizo? quién barre hoy la escalera? a cómo estará hoy el kilo de mandarinas? por dónde se va a la casa de putas que han abierto nueva?
Y ahí caigo, me incorporo, busco y rebusco para encontrar el hilo, pobrecito mío abandonado en el jardín de las nobles palabras que rezuman sexo, así que, de momento vamos a tener que seguir lejos del polvazo en la guagua, la medida es la medida y el foco que ahora resta iluminar resplandece por ellas, gracias a su consistencia sonora:
A puta, a cabrón, a come coño, a métemela en el chocho, a maricón, a zorra, a tienes boca de mamona viciosa, a bujarrón, a ramera, a chulo, a mira cómo me has puesto la polla cacho perra, a pide suplica pedazo de cornudo que me corra en tu cara después de haberme follado a la golfa de tu mujer, a párteme el culo, a traga verga, a quiero necesito que me folles Antonio con tu pollón de 20, cariño, y me saques seis o siete orgasmos antes de lefarme las tetas para que mi cabrito doméstico tenga su premio y se entretenga en dejármelas relucientes con su lengua de animalito lamedor.
(El autor hará todo lo que esté en su pluma para que en la próxima entrega rebosen por las ventanillas del autobús la leche y los gemidos...)