Follando en la aldea
Un urbanita se pierde en un paseo por la sierra de Malanda donde se encuentra con una paisana de pueblo con la cual tendrá sus escarceos amorosos.
Follando en la Aldea
Lo cierto es que los trabajos de campo me ponen erótico-festivo y el cañoto, se me empina a la mínima. Debe ser cosa de la oxigenación del cerebro, cuestión que hacer reverdecer hasta los adminículos más dormidos de nuestro ser.
Llevaba algunas horas perdido por aquellos montes y sierra de Malanda, en la zona norteña, midiendo y buscando ciertas posesiones públicas, cuando me encontré por un estrechísimo camino que con un borriquillo sobre el que cabalgaba una mujerona, fuerte y de generosa proporciones. Como hacía ya días que no hablaba con nadie y que incluso hacía algo de "vivac" para no perder tiempo en largos traslados, me incliné por parar a tan señorial cabalgadura y cabalgadora,: señora de unas cuarenta años, como digo de generosas proporciones, alta y muy morena, vestida con una bata, y calzada con unas botas de goma llenas de barro, el resto brazos y piernas casi hasta medio muslo iban al aire, y todo ello surcado de espeso vello. Todo un espécimen hembra de pueblo
Tras detener al rucio, el cual cabalgaba sin montura, le pregunté por no sé que montes y propiedades, todo ello con la sana intención de tener a alguien con quien parlotear unos minutos, paró pues la señora al pollino y retorciéndose en la montura, me iba indicando las propiedades que yo iba buscando.
En esa postura, el vestido o bata abotonada, dejó no solo entrever unas tetazas blanquecinas, sino que entre los botones aparecían unos largos pelos pubianos, que a la vez que su propietaria se movía iban desprendiendo por el entorno un fuerte salazón mezcla de olor de chumino de hembra y de pollino, en parte fruto a la falta de bragas de la susodicha y de silla de montar.
Como la señora, vió que yo prestaba más atención a su entrepierna, que a sus explicaciones me espetó: - Que le gusta el paisaje ...? Y como estaba más salido que el burro, que ya mostraba en los pocos minutos que allí estaba un buen badajo, le contesté a bocajarro: - Pues sí y envidio al pollino por tan brava cabalgadora...?
No creo yo que se haya echo la miel, para tanto melindre como se gasta , me espetó mientras echaba a andar al pollino y se iba por un camino a media ladera, yo emprendí pues el mío, sendero abajo, pensando en la escena de sexo que allí se hubiera podido montar. Ya llevaba unos minutos pensando en las mil maneras de joder con la campesina, cuando desde un pardo muy empinado encima de mi camino, una jovenzuela delgada y constreñida llamaba mi atención insultándome y sacándome la lengua. Me detuve y le dedique asimismo un corte de mangas, cuando ya iba a proseguir mi camino, se vé que mi gesto la enfureció, se dio vuelta levantó su vestido y enseñándome el culo, pues carecía de bragas, (debía ser una costumbre en la zona) me dedicó una larga pedorrera .
Ya cabreado por la pedorrera y los insultos, eché prado arriba en su caza y captura, para darle su merecido, cuestión que no hubiera logrado , por la pendiente y la rapidez de la desvergonzada, si un juguetón can no se hubiera metido entre sus piernas, que la echó panza en tierra. Llegué pues al punto, mi intención era reñirla y darle unas palmadas en sus enclenques nalgas. Pero verla allí tumbada, boca abajo, maldiciendo su suerte y con las nalgas al aire, que quieran que les diga no soy un violador, pero la situación la pintaban calva, eché pues a un lado los gallumbos, y saqué el instrumento que iba creciendo a cada momento.
Intenté encalomarselo, pero entre el griterío, los bandazos que daba, el puto perro que buscaba juego y diversión, pateando la espalda de la víctima y la sequedad de coño , hacían mi intención un ejercicio malabar harto complicado, y más cuando la polla no hacía nada que tropezar con huesos, aquella muchacha parecía una caja de huesos con piel.
Estaba ya determinado a beneficiármela como fuera, costara lo que costara, le puse las rodillas a cada lado de las nalgas y ya estaba dispuesto a ensalibarle a base de escupitazos que me había echado en una mano el chocho, cuando sentí que alguien cogía mis huevos por atrás y de un tirón me sacaba de la cabalgadura y hacían de mi una triste marioneta. Cuando puede darme cuenta de la situación, y la presión de huevos y polla ya no era tan lastimera, me dí cuenta que mi torturadora no era sino la campesina del rucio que me decía:
Deja a la boba en paz, que se conforma con darle al manubrio de Tomasín y Jeromon, y ocúpate de una mujer, si es que de verdad eres hombre. La verdad es que ocuparme me ocupé poco, porque todo lo hacía ella. Con una mano aprentándome los huevos, me puso panza arriba, cogió mi badajo y en la misma postura en la que yo pretendía hacérselo a la boba, se empitonó en el príapo, haciendo un sonoro "chof, choff, a poco se movía; si la otra estaba seca, esta era un surtidor.
Con las bravas cabalgadas que se daba sobre mi cantimpalo, que ella manejaba a gusto y manera, vinieron hasta mis pituitarias los efluvios de hembra en celo, con rancio olor de chumino follador, que unido al olor de rucio , embravecieron mis sentidos que alentados por la visión que me indicaba la brava jodedora: la boba masajeaba a la par las pollas del perro y del rucio, que mostraban sus buenas vergas.
Todo ello, hizo que le rompiera en pedazos el vestido a la aldeana, y allí aparecieron unas tetas blancas como la leche y unos inmensos pezones que pronto tuve metidos alternadamente en la boca a modo de biberón. Fue chupárselos y deshacerse la bronca aldeana en un mar de aullidos y vaivenes, que hicieron que el surtidor que tenía por almeja, me dejara como un mejillón a la marinera. Quedó pues tan queda, tan suave y manejable la susodicha jodedora, que pude hacerme con el control y viendo que yo aún no me había corrido, pues en pompa a mi "partener", escupí entre aquellas mollas y sin encomendarme, ni a dios ni al diablo, empecé a taladrar no en la almeja, en la cual me perdía como barca en el océano, sino que ataqué por la puerta trasera. Eue sentirlo y revolverse, pero era tarde, a cada revolcada hincaba yo la polla, ganando terreno a aquél esfínter que amenazaba con estrangularme la polla.
Viendo que me faltaba, lubricante, y que si sacaba la polla se acabaría el polvo, llamé a la boba para que acercara al rucio a la espalda de la jodedora, y poniendo ambas patas a cada lado de la espalda, quedóme el manguerazo de polla encima de la espalda de mi caliente aldeana, el rucio que se vió ahora masajeado vía múltiple, la boba que le chupaba allí donde nacía el instrumento a la vez que le masajeaba los huevos y le metía alternativamente los dedos en el culo, mis manos que se aferraban al mástil para no perder el equilibrio, y la parte final del rocinante que iba resbalando por la sudada espalda de la jodida campesina, hizo que este soltara tal cantidad de leche que mi polla se metiera entre las mollas, llegando a dios sabe donde.
La jodida aldeana, al verse con todo adentro y el gusto que toda la escena le estaba dando , amen de mis continuos vaivenes en su negro agujero, se abrió con ambas manos las mollas y dejó que por allí circulara , polla, semen y cuanto le echaran, dando ardorosas sacudidas cuando sintió que yo dejaba la polla animal, y me aprestaba a sus tetas, para una corrida tan intensa como abundante.
La corrida debió ser general, el burro que aún echaba por la manguera, mi polla que dejó salir cuanto presa leche llevaba, la bobalicona que se había metido toda la polla del perro en la boca, también dejaba salir unas gotitas por la calva almeja. Eramos todo un ejemplo de aldena jodienda, que concluyó tres días más tarde, con mi partida, pues si me quedó allí, entre la boba que había cogido afición por mi polla a modo de biberón , una hermana de la aldeana de buen ver y mucho joder, y la propia ama de la casa, ninfómana a destajo, me hubieran dejado como higo paso -
Gervasio de SIlos