Follando en el coche
Por los gemidos de él notó que estaba a punto. Se levantó de su regazo y agarrando con ambas manos el pene, lo masturbó fuertemente, al mismo tiempo que se lo metía en la boca. Sabía extrañamente familiar, con sus flujos en su superficie; ese enorme nabo palpitaba entre su paladar y su lengua y a ella eso la excitaba enormemente. Él la avisó, suavemente, que estaba a punto
Era algo que la excitaba muchísimo. Todavía con el sabor de la cerveza, besarlo con fuerza y meterle la lengua en la boca, con pasión, mientras le acariciaba su miembro por encima de la tela del pantalón; la ponía a cien. El ejercía presión sobre sus pechos y sus pezones se ponían erectos por el contacto. Le encantaba. Él se abría paso sobre su cuerpo mientras permanecían sentados dentro del coche. Buscaba con ansiedad su conejito y sus dedos acariciaban rítmicamente, con lentitud toda su rajita, que se encharcaba por momentos. Bajo su falda, la mano de él separaba suavemente sus bragas y con las yemas masajeaba el clítoris. Ella gemía y se agitaba.
- Vamos para la parte de atrás…Estaremos más cómodos, amor…- dijo él.
Ella asintió gustosa. Él se deshizo pronto de la ropa. Ella se quitó el vaporoso vestido y ambos quedaron en ropa interior, ella con una combinación de seda azul y él con los calzoncillos de Tommy Hilfiger que tanto le gustaban a ella.
Seguían tocándose, besándose con fruición. Él con cuidado, seguía masturbándola, mientras ella cogía el pene erecto y con su mano iniciaba un movimiento arriba y abajo.
- Siéntate – le dijo ella – Quiero sentirte mientras me siento sobre ti…
Ella se volvía loca en esta posición. Le encantaba sentir su erección palpitando en su suave culito, mientras él le besaba la espalda y los hombros, pellizcando sus pechos, abarcándolos con sus manos y masajeándolos con placer. Las manos de él bajaban por su vientre y la acariciaban. Ella gemía.
- Quiero que me folles, por favor…- decía ella, entre gemidos.
Él separaba sus braguitas. Ella abría un poco sus piernas y se apoyaba en sus rodillas. Así, a su espalda y con el pene descomunalmente erecto, se acercaba a su encharcado agujero. Las manos de ella buscaban ávidamente la tranca que notaba detrás para comenzar la penetración. El momento justo de la entrada inicial hacía que ella casi se corriese. Él la levantaba un poco, ejerciendo presión sobre sus nalgas, obligándola casi a estar de pie. Realizaba la entrada y salida del conejito con rapidez, apoyado en su cintura y su espalda. Ella se agarraba a los respaldos delanteros, mientras le susurraba que no parase. Ella seguía gimiendo, sintiendo que la partía en dos, mientras se corría furiosamente, notando como sus flujos corrían por sus muslos. Él la poseía con fuerza, sin rudeza pero con virilidad, como a ella le gustaba. Ella conseguía cotas de placer que no había notado nunca y notaba en el fondo de la vagina los empellones de su hombre. Casi simultáneamente se corría por segunda vez…
Por los gemidos de él notó que estaba a punto. Se levantó de su regazo y agarrando con ambas manos el pene, lo masturbó fuertemente, al mismo tiempo que se lo metía en la boca. Sabía extrañamente familiar, con sus flujos en su superficie; ese enorme nabo palpitaba entre su paladar y su lengua y a ella eso la excitaba enormemente. Él la avisó, suavemente, que estaba a punto…
- Dámelo, por favor... Lléname la boca... Córrete en la lengua... Dentro.... Sí....
Él ya no pudo más y entre gemidos y estertores, eyaculó. Ella notaba la espuma cálida y salada, dentro de su boca y le encantaba. Era suyo. Todo suyo. La hacía sentir una mujer plena y nadie la ponía a cien como él. Ese semen era suyo. Se lo tragó mientras él la sonreía con agradecimiento y placer. Se querían.