Follando con papá y mamá
Lo que ocurrió cuando mis padres, completamente borrachos, quisieron que yo también disfrutase de lo que ellos hacían.
Follando con papá y mamá.
Mis padres estaban follando en el sofá. Me habían despertado al llegar de la fiesta a la que habían ido para celebrar su aniversario y había decidido bajar a ver por qué hacían tanto ruido. Menuda sorpresa me llevé cuando, desde la puerta entreabierta del comedor, pude ver como mi padre se la metía a mi madre sobre el lugar donde normalmente mi hermano pequeño y yo nos sentamos a ver la tele. Me quedé estupefacto, sin saber qué hacer y sin saber qué pensar. Nunca antes les había pillado de esa manera y, aunque sabía que lo hacían, jamás en mi vida imaginé que tendría que ver aquello.
Alguna vez, había fantaseado con acostarme con mi madre. Había imaginado que entraba en mi habitación y, con un tono pedagógico cargado de lujuria, me decía que iba a enseñarme todos los misterios del sexo. Una fantasía que siempre tuve claro que nunca tendría lugar y que, por una vez, parecía posible. Ni se me pasó por la cabeza que iba a tener sexo con mi madre pero, si seguía espiando, seguro que conseguía aprender mucho. Y, si me pillaban, me daba igual. ¿Cómo iban a echarme la bronca por mirar cuando eran ellos los que lo estaban haciendo en un lugar público?
Me quedé quieto, bien escondido, a un lado de la puerta. Los dos debían de estar bastante borrachos porque aquello parecía una película porno de las más bestias. Se comportaban sin ningún tipo de recato, paseándose por la sala y montándoselo en cada uno de los muebles. Me hacía gracia ver a mi padre caminando con la polla tiesa. Le había visto desnudo un montón de veces pero nunca de esa manera. A mi madre, en cambio, hacía siglos que no la veía así. Estaba muy guapa y no pude evitar sentir una pequeña punzada de envidia hacía mi padre. Rubia y de ojos azules, mi madre tenía algunas arrugas apenas visibles que la hacían más atractiva a mis ojos.
La polla, por culpa del espectáculo, se me puso tiesa. En esos momentos, mi madre estaba chupándosela a mi padre y podía ver perfectamente como el glande entraba dentro de su boca. Quise tocarme y metí mi mano dentro del pantalón del pijama. Aunque no sabía decir si mi pene era más grande que el de mi padre o no, esperaba que así lo fuera porque, con la edad que tenía, ya no me iba a crecer más y siempre es más bonito que los hijos superen a los padres. Casi al mismo ritmo con el que mi madre se la chupaba a papá, yo sacudía mi pene. Era un espectáculo genial, mucho mejor que cualquier programa de la tele.
Sin embargo, me llevé un susto terrible cuando se tumbaron delante de mí. Había un montón de sitios donde acostarse allí y, en lugar de hacerlo sobre uno de ellos, habían preferido tumbarse enfrente de la puerta donde estaba escondido yo, a menos de un metro de mí. Estuve a punto de largarme, aquello era demasiado peligroso, pero mi padre se abrió sitio entre las piernas de mamá y se puso a comerle el chocho de una manera tan escandalosa que no pude evitar quedarme y seguir tocándome.
Estaba tan cerca de ellos que casi podía tocarle una teta a mi madre. No hubiese estado mal hacerlo, pero no quería que se me cayese el pelo después. Seguí masturbándome mientras miraba como mi padre agitaba su lengua dentro de la vulva de mamá hasta que, de repente, se me heló la sangre. Mi madre me estaba mirando. Se había dado cuenta de que yo estaba ahí y no me quitaba ojo. Quise correr pero ninguno de mis músculos se movía. Imaginaba lo que iba a ocurrir a continuación. Mi madre iba a gritar, mi padre a verme, me iban a insultar, a llamar de todo, y me iba a caer el peor castigo de toda mi vida. ¿Podía ocurrir otra cosa? Estaba seguro de que no.
-¡Hola hijo!- Dijo mamá con la sonrisa de una borracha.- ¿Has visto lo que me está haciendo tu padre?
Si antes estaba rígido, ahora lo estaba más. Mi madre me sonreía y mi padre ni siquiera se movió, siguió a lo suyo, como si no le importara que yo estuviese ahí. Tenían que estar muy borrachos, no había otra explicación.
- Deberías probar esto. Continuó diciendo con una enorme sonrisa de bobalicona. Es muy divertido.
No salía de mi asombro, aquello era inconcebible para mí.
- Anda hijo, ven, acércate. Me pidió.
Me quedé quieto donde estaba, aquello era demasiado. ¿Qué era lo que quería mi madre que hiciese?
-¡Qué tímido! Soltó mi madre antes de explotar en una sonora carcajada.
Se incorporó con algo de dificultad e, impidiéndole a mi padre seguir con el cunnilingus, se acercó hasta la puerta y la abrió. Totalmente paralizado y con la mano dentro de los pantalones, quedé a la vista de los dos. Ambos me miraban con la misma sonrisa beatífica de felicidad. No hubo ni bronca ni castigo.
- Anda, ven conmigo- Me pidió mi madre agarrándome del brazo que me quedaba libre.
Me llevó hasta el sofá donde antes había estado jodiendo con mi padre y se sentó en él dejándome de pie frente de ella. Papá vino detrás de nosotros y se puso a mis espaldas. No sabía qué iba a pasar, de verdad que no. Nunca me imaginé a mi madre completamente borracha sentada frente a mi polla y nunca imaginé a mi padre igual de ebrio a mis espaldas. En aquel momento, dejé de pensar. Aquello superaba mi raciocinio.
Mi madre bajó los pantalones de mi pijama y mi padre me quitó la camiseta con la que suelo dormir. Dormía sin calcetines así que quedé en calzoncillos delante de ellos. No se cortaron ni un pelo y entro los dos, mamá agarrando por delante y papá por detrás, me los bajaron dejándome tan desnudo como cuando vine a este mundo, pero con la polla más tiesa. La verdad es que me dio bastante vergüenza y, como en un acto reflejo, me cubrí inútilmente mis vergüenzas. No servía de nada porque mis manos no eran lo bastante grandes como para taparlas pero, aun así, yo lo hice. Y, a mis padres, les dio igual.
Papá se apoyó en mi espalda de manera que su pene, duro como una piedra, quedó colocado entre mis nalgas y, con sus manos, me obligó a mostrar lo que intentaba tapar.
- Mira cariño como ha crecido nuestro chiquitín. Le dijo a mi madre completamente orgulloso de su hijo.- Anda, hazle lo que me hacías a mí, que se lo merece.
¿Qué era lo que me iba a hacer? Me pregunté con algo de terror pero no tuve tiempo de hallar una respuesta porque se me escapó un gemido casi tan alto como los que antes habían dado ellos cuando mi madre, sin ningún pudor, se metió mi pene en su boca. ¡Qué gusto! Nunca antes, nadie me la había chupado. Esa era la primera vez y era una experiencia que, de verdad, merecía la pena. Se la metía y la sacaba, se la volvía a meter y se la volvía a sacar. Sus labios rozaban todo mi pene y podía notar como su lengua se movía dentro de su boca para tocármelo todavía más. ¡Qué placer! Se la metía hasta el fondo, podía sentir a la perfección como mi glande traspasaba su campanilla y se introducía en las profundidades de su aparato digestivo para, después, volver a salir.
Mientras tanto, mi padre no se quedó quieto. Acariciaba mi cuello y mis omoplatos. Sin separar su pene de mi culo, sus manos fueron bajando por mis costados hasta que las dejó en mi cintura donde me agarraron y me atrajeron más aun hacía él. Me dio besos muy suaves y tiernos en el cuello con los que fue bajando por mi columna vertebral hasta llegar al lugar donde comienza mi culo. Para mi sorpresa y estupor, si es que todavía podía sorprenderme, puso sus manos en mi trasero y separó mis nalgas dejando el hueco necesario para que su boca pudiese continuar besándome. Sus labios llegaron hasta mi ano y, después de un último beso, mi padre lo lamió. ¡Qué delicia!
Los dos estaban agachados para mí, dándome el mejor placer de mi vida. Mi madre chupaba, chupaba y volvía a chupar. De vez en cuando, me miraba y me sonreía y yo, como buen hijo, le devolvía la sonrisa. Mi miedo se pasó y la vergüenza también. Aquello era divertido y lo pensaba disfrutar. Mi madre comenzó a acariciarme con una mano las piernas mientras me chupaba el pene. La piel de sus manos era suave y cálida. Acarició mis pies, mis rodillas, mis piernas y mis testículos. Jugó con ellos un poco, sopesándolos y delimitando su forma para saber cómo eran. Al mismo tiempo, mi padre comenzó a juguetear con un dedo en mi ano. Nunca en mi vida se me había ocurrido tener algo con un hombre, y menos con mi padre, pero esa vez no me importó. Me dejé hacer y sentí como su dedo se iba deslizando lentamente hacía mi interior. Al contrario de lo que siempre había imaginado, aquello no estaba tan mal.
- Venga, métemela.- Me dijo mamá dejando de chupar y recostándose con las piernas abiertas sobre el sofá.
Me quedé otra vez sin saber qué hacer, quieto y mirando el coño abierto de mi madre. Fue mi padre el que me apremió con un leve empujón a continuar con aquello. Sin saber muy bien cómo hacerlo, me agaché sobre mi madre intentando no aplastarla y sin preocuparme de colocar mi polla. Fue mi padre el que, muy caritativamente, se preocupó de agarrarme el pene y colocarlo en la posición óptima para que yo pudiese meterlo. Di un suave empujón, con algo de miedo a hacerle daño, y mi pene entró. ¡Qué gustito! Nunca había tocado nada igual. Era una sensación indescriptible.
Movido por algún acto reflejo, comencé a bombear mi pene dentro de mi madre pero con mucho cuidado porque no tenía ni idea de si le podía doler o no. Fue mi padre otra vez el que me libró de mis miedos cuando me agarró por las caderas e hizo fuerza sobre ellas para que mi pene entrase hasta el fondo. ¡Qué delicia! Mi padre hacía fuerza para que entrase y saliese marcándome un ritmo que me volvía loco. Cuando fui capaz de hacerlo solo, mi padre volvió a jugar con mi culo. Volvió a meterme un dedo en él pero, esta vez, lo hizo con algo menos de cuidado. A ese dedo le siguieron dos más. Estos últimos sí que me hicieron algo de daño pero no fue un dolor desagradable sino más bien todo lo contrario, me gustó mucho y me hizo aumentar el ritmo con el que penetraba a mi madre. Los dos suspirábamos de gusto. Mamá acercó su boca a la mía y me dio un beso de esos que sólo se ven en las películas. Metió su lengua en mi boca y volvió a recostarse sobre el sofá. Qué delicia era todo. Tenía las tetas de mi madre a poco más de un palmo de mi cara y, esta vez, no pude reprimir el deseo de tocárselas pero, en lugar de hacerlo con las manos, lo hice con la cara. Hundí mi cabeza entre ellas y volví a chupar como cuando era un niño.
-Así se hace.- Dijo mi padre
Me trataban como si estuviese comenzando a caminar o a montar en bici y, en lugar de disgustarme por ello, me excitaba más. Papá sacó sus dedos de mi culo y se recostó sobre mi espalda. Él no tuvo ningún problema con lo que venía pero yo me llevé una sorpresa. Cualquier persona se hubiese dado cuenta de lo que iba a pasar mucho antes pero, ese día, mi cerebro no iba muy bien. Noté sobre mi ano la humedad del glande de mi padre y, muy lentamente, éste fue entrando hasta que los pelos de su pubis fueron aplastados contra mi culo. Aquello dolía y era algo incómodo. Su pene había llegado muy adentro y me molestaba bastante. Encima, con mi padre ensartándome por detrás, no podía seguir bombeando como antes y el gustito que sentía decreció.
Fue mi madre la que lo arregló todo. Mientras mi padre esperaba a que yo me acostumbrase a tener aquello allí, mi madre volvió a darme un beso que me distrajo de lo que pasaba en mi culo. Cuando el beso terminó, papá, muy lentamente, la sacó un poco y la volvió a meter. Mamá, cambió de postura y comenzó a moverse llevando el ritmo de la penetración. Yo estaba quieto de nuevo, con mi pene entrando y saliendo de la vagina de mi madre y con el pene de mi padre entrando y saliendo de mi culo.
Poco a poco, el dolor y la incomodidad fueron dejando lugar al placer. Las dos pollas entraban y salían cada vez más rápido y los besos no escaseaban. Mi madre me besaba a mí, yo le chupaba las tetas y mi padre lamía mi cuello. Todo era genial. Mi madre comenzó a gemir tan alto que temí que despertasen a mi hermano y mi padre, más o menos hacía lo mismo. Yo me reprimía más pero empezaba a sentir las cosquillas previas al orgasmo. Mi padre empujaba cada vez más fuerte, su respiración se volvió más entrecortada, sus gemidos se hicieron más fuertes y su boca se aferró como una ventosa a mi cuello. Clavó su pene como nunca antes lo había hecho y pude sentir como su semen llenaba mis tripas. Era agradable la sensación húmeda y caliente del semen recorriendo mi interior. Bombeó un poco más hasta que su pene se salió y se puso a limpiar con su boca los restos de lo que había hecho en mi culo.
Me moría de placer con todo aquello. Sentía como el semen se deslizaba por mi ano y como mi padre lo limpiaba con lengua. Sentía como mi propio pene se rozaba con la piel de la vagina de mi madre. Cada vez, se la metía con más fuerza, deseado llegar más adentro. Mi madre no paraba de gemir y se movía al mismo ritmo que yo. Llené mis pulmones y dejé de respirar, mis gemidos se volvieron sordos, mi cuello se deslizó hacía atrás y, con un empujón fortísimo, pringué el interior de mi madre con mi propio esperma.
Cuando el placer se hizo menos intenso, bombeé de nuevo un poco más. Mi pene, que empezaba a volverse blando, se deslizaba como nunca en mi semen. Finalmente, mi pene se salió Agotado, me tumbé sobre mi madre como cuando era un niño pequeño. Mi padre se sentó en el suelo y usó mi culo de almohada. Los tres formamos una bonita estampa mientras recuperábamos el aliento perdido por el esfuerzo.
- Vayámonos a la cama.- Dijo mi madre dándome un beso en la mejilla. Es hora de dormir.
Ambos le hicimos caso y, completamente desnudos, nos fuimos a su cuarto a dormir. Tumbado en medio de los dos pensé que aquello había sido lo mejor que me había pasado en toda mi vida. Por desgracia, no pensé lo mismo cuando, a la mañana siguiente, tuve que explicarle a mi madre por qué estaba desnudo en su cama.