Follando a mi madre en la cama
Después de disfrutar de un día increíble en la playa, volvemos a casa, para follarnos sin parar a mi madre en su propia cama.
(CONTINUACIÓN DE “FOLLANDO A MI MADRE EN LA PLAYA”)
Después de pasar un día inolvidable en una playa solitaria, de finas arenas doradas y aguas cristalinas, donde mi tío y yo nos follamos sin descanso a mi madre, volvemos en el coche de mi tío a casa.
Mi madre continúa malhumorada y cabizbaja en un silencio absoluto después de los polvazos que la hemos echado.
Ni que la hubiéramos follado contra su voluntad.
Al menos conmigo estuvo de lo más complaciente y disfrutó como una auténtica puta en celo.
Además si no hubiéramos ido detrás de ella seguro que el loco del chiringuito, al verla aparecer con su bikini microscópico de color rojo chillón, estaría todavía metiéndola su porra por el conejito y por el culito.
Es posible que los buenos azotes que la di en sus nalgas, la hicieran un poco de daño, pero lo lógico es perder el control al ver ese culo respingón, tan macizo, redondo y moreno, que pedía a gritos ser comido.
También es verdad que antes de azotarla, la metí mi polla por su culo, pero ¿quién no hubiera hecho lo mismo al ver ese hermoso trasero en pompa? ¿Es que no lo puso así para que se la clavara?
Ahora que lo pienso, ¿dónde está el microbikini que llevaba puesto en la playa?
Lo último que recuerdo de él es cuando se lo arranqué dentro del mar, poco antes de volver a penetrarla, y a partir de entonces el cuerpo de mi madre me tuvo pero que muy ocupado.
¿Llevará debajo del vestido el microbikini o no llevará nada?
Ya hemos llegado al pueblo donde mis padres tienen el piso, y mi tío ha encontrado aparcamiento muy cerca.
Nos bajamos del coche, y lo primero que hago es acercarme por detrás a mi madre y levantarla la falda del vestido.
¡Su hermoso culo desnudo es lo que veo!
Y la doy un buen repaso entre las piernas, antes de que suelte, sorprendida, un “¡Hey!”, que a mí me parece pero que muy juguetón.
Confirmado: no lleva bragas.
Se aleja caminando delante, pero no puede ir detrás de ella para sobarla el culo, al haber mucha gente paseando por la calle que me bloquea el paso.
Los tres nos reunimos dentro del ascensor, y me tengo que contener para no tirármela allí mismo.
Mi tío, tan bromista como siempre, la pregunta, guiñándola un ojo:
- ¿Qué tal si nos duchamos juntos? ¡Verás que repaso te voy a dar! ¡te voy a limpiar todos tus agujeros!
Mi madre, haciendo una mueca, ni le contesta.
Y es que mi tío, mucha gracia no tiene a veces.
Ya dentro de casa, mi madre dice que no va a cenar, que tomamos lo que queramos de la nevera, y se mete al baño para ducharse.
Mi tío y yo nos miramos. Continúa enfadada.
Sacamos algo frío de la nevera y nos lo llevamos a la terraza para cenar, pero antes de sentarnos, mi tío saca dos sobres de su maleta, me da uno y se toma el contenido del otro con agua.
Le pregunto qué es, y me contesta enigmático:
- Tú tómalo, que lo vas a necesitar.
Eso hago, son hierbas trituradas de sabor amargo, que me cuesta tragar.
Supongo que son buenas para follar, no sé si para follar más, o para follar mejor, pero, si mi tío se las ha tomado, no creo que me sienten mal a mí.
Ya es de noche, las luces en la calle están encendidas, y hacemos lo propio con las de la terraza., donde nos sentamos, cenando, e intercambiamos impresiones del tipo:
- ¡Vaya bikini que tiene tu madre! ¡Es una zorrita calientapollas!
- Su culo ¿qué me dices de su culo? Está como para devorarlo.
- Y ese moreno que tiene. Tiene negro hasta el chochete. ¿Cuántos polvos la habrá costado cogerlo?
- ¿Disfrutaste del polvete que la eché en la playa?
- ¿No te fijaste como tenía el culo después de desvirgárselo y de los azotes que la di?
- No dirá que la violamos, si fue ella la que nos llevó a una playa solitaria y la que llevaba ese tanga tan calentorro. Más bien fue ella la que nos violó a nosotros.
- ¿A que no sabes cuánto te costaron las cervezas que nos tomamos en el chiringuito?
- Y tú ¿viste cómo me la folle en el coche? Chillaba como una gata en celo copulando.
Oímos a mi madre que sale del baño, como esta mañana, envuelta en una toalla que la cubre desde los pezones hasta su conejito, sin enseñar nada, pero provocando con todo.
Aparece en la terraza, con una extraña sonrisa en los labios.
Está increíble, impresionante, morenísima, con la piel brillante y la cara encendida.
Solamente verla y mi polla está otra vez tiesa y dura, lista para volvérsela a follar.
Coge mi cerveza y, mirándome a los ojos, se toma un largo trago, se la bebe entera. Ella, que, hasta hoy, no bebía alcohol.
Al acabar la deja sobre la mesa, donde estaba, me vuelve a sonríe de una forma muy peculiar, y me anuncia, con una voz muy profunda, que no parece suya:
- Me voy a la cama.
Y, sin decir nada más, se da la vuelta, saliendo de la terraza.
Miró sorprendido a mi tío, que, sonriendo, con un gesto me dice:
- ¡Venga, tío! ¿a qué esperas? ¡Vete tras ella!
Me levanto y entro en la casa.
Veo en el pasillo a mi madre que, caminando dándome la espalda, se dirige a su dormitorio que está al final del pasillo.
La luz se filtra por debajo de la puerta.
La abre y su luz inunda todo el pasillo.
Entrando, gira un poco la cabeza y, por el rabillo del ojo, me ve paralizado al principio del pasillo, observándola.
Continúa con su extraña sonrisa.
Se quita la toalla que cubre su escultural cuerpo.
Está completamente desnuda, y mi mirada se dirige inmediatamente a su culo macizo y moreno, espectacular.
Deja caer la toalla, como si no importara, encima de una pequeña butaca del dormitorio, y, de un pequeño empujón con sus glúteos, cierra la puerta a sus espaldas.
Camino hacia la puerta cerrada, pensando solo en follármela.
Al llegar a la puerta, me quito en un instante mi calzón, quedándome totalmente desnudo. Desnudo y empalmado.
Abro la puerta y ahí está ella, encima de la cama, bocarriba, exhibiendo su completa desnudez con una media sonrisa.
La luz de la lámpara de la mesilla de noche me permite verla con claridad.
Su espalda reposa sobre la almohada que la mantiene medio sentada, medio tumbada, y sus torneadas piernas dobladas, apoyando las plantas de sus pies sobre la cama, me impiden ver su sexo.
Entro en el dormitorio, dejando también que se cierre la puerta a mi espalda, y la oigo decir con voz profunda:
- ¡Ven aquí!
Me acercó lentamente hacia la cama, sin dejar de observar sus hermosas piernas que todavía juntas me impiden ver su más preciado tesoro.
Noto como la cara me arde, es como si tuviera fiebre, fiebre de deseo.
Estoy a los pies de la cama, frente a ella.
Todo va a cámara lenta, el tiempo pasa despacio, los segundos parecen minutos y deseo que dure siempre, que no acabe nunca.
Pongo una rodilla sobre la cama, luego la otra, gateó hacia ella, que ahora sí que se abre de piernas, lo suficiente para permitirme el acceso a las puertas del cielo.
Me meto entre sus piernas. Una fina franja de vello púbico indica el camino hacia su vagina. Se ven claramente sus labios, abiertos, ansiosos, de ser follados.
Mis manos se posan sobre sus caderas, sobre sus glúteos calientes y duros.
Levanta sus piernas y coloca sus muslos sobre mis hombros.
Bajo mi cabeza y la beso entre las piernas, en su clítoris.
Un beso sigue a otro, un lametazo a otro.
Su sexo sabe dulce, muy dulce, como a naranja, como a miel.
Me tumbo bocabajo sobre la cama, estirado, con mi boca sobre su vulva, y lamo, lamo, lamo.
La noto estremecerse, la oigo gemir, la saboreo, disfruto de su sabor, de su olor, de la suavidad de su carne, de su piel.
Recorro con mi lengua, con mis labios sus labios, su clítoris, la entrada a su vagina.
Se me hace la boca agua. ¿son sus jugos o los míos o son los de ambos?
Noto sus manos sobre mi pelo, que me susurran:
- ¡Ven, métemela!
Y yo, obediente, gateo sobre la cama, entre sus piernas, recorriendo con mi lengua, con mis besos su vientre, sus tetas, sus labios.
Nos fundimos en un abrazo, mientras nuestras bocas se unen apasionadamente, entrecruzando nuestras lenguas, nuestros fluidos.
Nuevamente me murmura al oído:
- ¡Métemela, métemela!
Mi verga tiesa y dura se restriega insistentemente sobre su vulva, una y otra vez, hasta que encuentra el acceso a su vagina, y se mete, lentamente se mete.
La oigo jadear, gemir, mientras mis caderas, mis glúteos, se mueven, se mueven. Lentamente, entrando y saliendo, entrando y saliendo.
Un susurro en mi oído.
- ¡Espera!
Suavemente su mano, sobre mi pecho, me empuja, tumbándome bocarriba sobre la cama.
Se monta a horcajas sobre mí, dándome la espalda, ofreciéndome sus nalgas, duras, macizas, morenísimas, y, cogiendo mi verga inhiesta, se la mete en su húmeda vagina.
Ahora es ella la que cabalga, cabalga y cabalga, y mis manos, mis ojos recorren sus caderas, sus glúteos, sus orificios, acariciándolos, sobándolos.
El movimiento de sus glúteos me hipnotiza, como se contraen y relajan, como se mueven sus músculos en cada bote, en cada balanceo.
Observo como mi cipote aparece y desaparece dentro de su vagina, como si fuera un truco de magia, de excitante magia, el del conejito y la varita mágica.
También me fijo en la planta de sus hermosos pies, apoyados sobre la cama y como sirven de soporte a sus movimientos, a sus saltos.
Pasan los minutos y mi cuerpo se niega a finalizar. Mi verga continúa tiesa, dura, apuntando su cabeza a la mía, sin ningunas ganas de acabar, de agotarse.
Me desmonta, se pone de rodillas a mi lado y, cogiendo con su mano derecha mi verga tiesa y dura, comienza a lamérmela.
Sus lametones son suaves al principio y su mano sube y baja, tirando de mi cipote.
¡Mi propia madre me está haciendo una gloriosa mamada!
Su lengua recorre arriba y abajo mi miembro, chupándolo, lamiéndolo, besándolo.
Se lo mete en la boca y lo acaricia con sus labios, sin dejar de mover su mano, sobándolo.
Un reflejo, un espejo.
Los glúteos de mi madre se reflejan en el espejo que hay en la pared, detrás de ella, como se mueven, como se contraen en cada movimiento. Son como melocotones, como enormes frutas tropicales, que desean ser sobadas, degustadas, comidas.
Su vulva hinchada sobresale por debajo, entre sus piernas, como un higo maduro, dulce, muy dulce y jugoso.
Vuelve a ponerse a caballo sobre mí, pero ahora de frente, con sus tetas apuntando a mi cara, y otra vez se introduce mi cipote en su vagina, comenzando nuevamente a moverse adelante y atrás, adelante y atrás.
Mis manos recorren sus caderas, sus glúteos, duros como piedras, suaves al tacto.
Mis ojos y mis manos ahora son para sus tetas, enormes, duras, redondeadas, levantadas. Pezones oscuros como cerezas maduras brotando de aureolas casi negras.
¡Y cómo botan y botan sus melones sin perder su forma, como si fueran balones de baloncesto!
Miro al espejo y allí están otra vez sus glúteos, bailando, saltando, y como mi rabo entra y sale, entra y sale de su vagina, como sus nalgas abiertas que me permiten ver también todos sus orificios.
Mis manos, sobando sus pechos, ahora se concentran en sus pezones, acariciándolos, tirando de ellos, apretándolos, y no para de gemir, de chillar de dolor y placer.
La puerta del dormitorio se abre, sin hacer ruido, y ahí está mi tío, sin adornos, solo con su espada desenvainada, listo para entrar a matar, como un diestro torero.
Se coloca detrás de mi madre, que no da muestras de haberlo oído, de conocer su presencia en el dormitorio.
Aprovecha un momento en el que ella está inclinada hacia delante, sin dejar de follar, con sus nalgas bien abiertas, enseñando sus orificios, para sujetarla, durante un instante, para que no se mueva, y poder meterla su rabo por el agujero libre.
Chilla ella un instante al sentirse penetrada también por detrás, abriendo mucho los ojos, pero al no poder liberarse, se deja llevar, disfrutando de la doble penetración.
Las manos de mi tío coinciden con las mías sobre las tetas de ella, pero las baja a su vientre, a su clítoris, majeándolo también, sobándolo.
Mis manos sobre las tetas de mi madre, las de mi tío sobre el vientre y el clítoris de ella, las manos de mi madre sobre mis pectorales, mi verga dentro de su vagina y la de mi tío dentro del ano de mi madre, y todos moviéndonos, todos jadeando, gimiendo y gozando.
No sé quién fue el primero en correrse, y si el resto lo siguió por imitación, pero casi al mismo tiempo acabó para todos.
Fue mi madre la que se fue a duchar, mientras los hombres permanecimos en cama, sin hablar, pero fue volver y volver a follar.
Ahora era sobre mi tío, que, tumbado bocarriba en la cama, fue montado sin perder tiempo por una auténtica amazona.
Luego el perrito, y yo la monté a ella a cuatro patas.
Ella siempre recibiendo, siendo penetrada, pero siempre participando activamente, moviéndose, sobando y sobándose.
También comprobé que ella podía alcanzar el orgasmo solamente con la estimulación de sus tetas, de sus pezones.
Y así toda la noche, turnándonos, cambiando de posturas, hasta que exhaustos, nos dormimos los tres en la misma cama, en la de matrimonio.
De pronto, en la oscuridad de la noche, mi tío nos despierta.
- ¿Qué pasa, qué pasa?
Alguien ha entrado en casa. ¡Mi padre ha vuelto!
Le oímos entrar en el dormitorio donde estamos, sin encender la luz, pero mi tío y yo nos hemos escondido lo mejor posible. Nos hemos tirado al suelo, y escondido debajo de la cama, sin movernos y casi sin respirar.
Les oigo hablar en voz baja, susurrar. Dice mi padre que no quiere despertar ni a su hijo ni a su hermano, que ha preferido venir por la noche al hacer menos calor.
Al meterse en la cama, su peso casi nos aplasta, pero al notar que mi madre está completamente desnuda, no desaprovecha la ocasión para follársela. ¡Y como folla, el muy cabrón, que casi revienta la cama con nosotros debajo.
Nosotros, mi tío y yo, aprovechamos el fragor de la batalla para huir en silencio y sin que los ardientes contendientes se den cuenta de nuestra presencia.
Todavía recuerdo el culo enorme de mi padre en medio de las piernas bien abiertas de mi madre, como jadeaban y el ruido que hacían los muelles de la cama. Cri-cri-cri.
Esa noche la recordaría siempre, como la de los mil polvos, los que la echamos a mi madre, entre todos.
A la mañana siguiente mi tío y yo salimos en coche de allí, tan pronto como se levantó mi madre, que eran más allá de las 4 de la tarde.
Nos había entrado la prisa, a pesar de los intentos de mi padre para que nos quedáramos más tiempo, aunque eso sí, al despedirnos de mi madre, buenos sobos la dimos a su culo cuando mi padre no miraba. ¡Y si, tampoco ahora llevaba bragas la muy putita!
Demasiado rabo para tan poco agujero, aunque mi madre tenía al menos tres aprovechables, pero posiblemente con mi padre tuviéramos problemas para compartirlos.
En el camino de vuelta, al parar en un área de servicio, coincidí con la chica a la que solo levanté la falda en el viaje de ida, y esta vez me quedé con sus bragas y con su virginidad, si no la había perdido antes.
Esa misma noche, ya en la ciudad, logré reconciliarme con mi novia, y lo festejamos follando como locos toda la noche.
¡Y es que no hay nada que se pueda comparar como follar, sobre todo a la calentorra de tu madre!
(FIN DEL RELATO)