Follando a mi madre

Aprovechando que mi padre volvía el fin de semana a la ciudad, dejando sola a mi madre en el piso que tenían en la playa, mi tío y yo fuimos a visitarla con un único objetivo: Follarla.

En aquel verano yo debía tener unos 22 años y acaba de finalizar los estudios, por lo que estaba empezando a buscar mi primer empleo.

Mis padres se habían ido de vacaciones a la playa y yo me había quedado solo en la ciudad. Decir solo sería faltar a la verdad, ya que me quedé con mi novia y aproveche para pasármela por la piedra sin descanso y sin piedad.

Pero tanto me la follé, que me dejó por salido, por obseso sexual. Y eso que no la hice todo lo que deseaba ni tantas veces, pero así son las mujeres, siempre poniendo pegas por todo.

Pero ¿quién no está obsesionado con el sexo con veintipocos años?

Ella también lo estaba, pero decía que quería algo más.

¿Qué tuviera dos pollas para metérsela a la vez por el culo y por el chocho? ¿o tres para metérsela también por la boca?

Pues bien, en la vorágine de tanta calentura, mi padre me anuncia que vuelve el fin de semana a Madrid para solucionar unos temas y por qué no voy yo a pasar esos días en la playa, que seguramente también fuera mi tío Alberto y que podría ir con él en el coche.

Mi tío Alberto era el hermano menor de mi padre, y en aquella época debía tener unos 36 años, unos 15 menos que mi padre.

Soltero pero con varias novias conocidas, seguro que se tiró a más de una estando con otra. De carácter muy distinto al de mi padre.

Mi tío muy bromista, mi padre muy circunspecto.

Era de complexión fuerte y fibrosa sin nada de barriga.

Tenía el pelo negro y siempre una sonrisa irónica en la cara.

Pero había algún aspecto de mi tío que no conocía, y que pronto descubriría.

Si mi padre tenía entonces 51 años, mi madre era bastante más joven, siete años menos exactamente. Tenía unos 44 años, pero su cuerpo no había perdido un ápice su hermosura estando incluso más buena ahora que cuando era más joven, posiblemente por las horas que pasaba en el gimnasio casi todas las tardes.

Su estatura era casi de un metro setenta, con una figura espectacular, de culo duro, levantado y respingón, muy poca cintura y tetas redondas, erguidas y macizas, rematadas por unas piernas fuertes y torneadas, y una cara de nariz respingona, labios carnosos, hermosos ojos negros y pelo del mismo color.

Pues bien, ya estaba de camino hacia la playa montado en el coche de mi tío, él al volante, yo de copiloto.

Íbamos hablando animadamente, y surgió no se sabe cómo ni por qué el tema de las tías, de lo buenas que estaban y las cosas raras que hacían, y, como decía mi tío, se comportan como las hormigas, que en cuanto las tapas el agujero se ponen como locas.

Eso lo comprobaría nuevamente pero con una persona que ni me imaginaba: con mi madre.

Me estuvo contando excitantes anécdotas de sus aventuras sexuales, como se las follaba, en los lugares que los hacía, lo que las gustaba a ellas que las hicieran.

Yo, para intentar estar a su altura, le conté cosas de mi novia, enriquecidas, por supuesto.

Y mi fantasía echó a volar, contándole polvos fantásticos con mis compañeras de facultad, con amigas, con mujeres que me encontraba en distintos lugares.

Creo que se dio cuenta que en el fondo era un pardillo, que tenía un fantástico mundo de lujuria y desenfreno por descubrir.

Llegamos a la conclusión que todas están buenas para llevárselas al catre, sin excepción, sin discriminar por motivos como la edad, raza, tamaño, gordura.

También nos contamos nuestros próximos planes para pasarnos por la piedra a todo bicho viviente.

Y los dos nos reímos mucho, con una risa cómplice.

Tanto hablamos que surgió el tema de mi madre, y, por supuesto, lo sacó él, de forma totalmente premeditada, para sondearme sobre mi posible grado de participación si, como decía él, se presentaba la ocasión, y las ocasiones son para aprovecharlas, hasta el final, hasta el fondo.

Me habló de lo buena que estaba mi madre.

De sus largas, hermosas y tornadas piernas.

De sus tetas redondas, duras y levantadas, con unos pezones que parecían querer reventar el sostén que las cubría.

De sus nalgas redondas, firmes, duras y erguidas.

De sus labios carnosos y sonrosados, hechos para comerse un buen rabo.

Me la imaginaba con toda mi verga, enorme, gigante, inhiesta y tiesa, dentro de su boca, y ver como la lamía  lentamente, de arriba abajo, como si fuera un sabroso helado, sin dejar de mirarme a los ojos, prometiéndome que esto era solo el principio, que lo mejor vendría después.

Me sacó mi tío de mi nube, preguntándome si había la había visto alguna vez desnuda, totalmente desnuda.

Haciendo memoria sí que recordaba haberla visto varias veces las tetas, en la intimidad de su dormitorio, en el baño,  en casa e incluso una vez en la playa. Era muy pequeño y esa experiencia la recuerdo ahora muy excitante, locamente excitante, pero entonces fue para mí un trauma: ¡a mi madre la habían visto las tetas!

Por supuesto, volví a enriquecer mi relato, situándola en playas nudistas, rodeada de hombres que la sobaban todo el cuerpo.

Y ¿follando? Me preguntó si la había visto alguna vez follando.

Hace años recuerdo que la vi en la cama con mi padre.

Fui por la noche al baño y al oír extraños ruidos en el dormitorio de mis padres, se me ocurrió abrir la puerta.

Y allí estaba ella, de espaldas a la puerta, moviéndose arriba y abajo sobre mi padre que yacía tumbado bocarriba en la cama.

Estaba desnuda y sus nalgas brillaban por la luz de la mesilla de noche.

Recuerdo la raja de su culo y las manos de mi padre sobre sus nalgas, mientras saltaba y saltaba.

Me quedé un rato mirando entusiasmado sin darme cuenta de que podían pillarme, pero reaccioné, volví a la realidad y cerré la puerta sin hacer ruido antes de que se dieran cuenta.

¡Pero qué digo! ¡Sí que la he visto follando, y bastantes veces, y no siempre con mi padre!

Como aquella vez que se la follaron en un parque acuático y en el excitante regreso que tuvimos en autobús, donde fue de polla en polla, como en el juego de la oca, hasta que me la tiro porque me toca. ¿Cómo había podido olvidarlo? Sí fue inolvidable, ¡pues no me hice un montón de pajas durante años recordando lo que la hicieron!

¡O como aquella vez en la playa donde dos enormes culturistas la salvaron de morir ahogada en el mar, para luego tirársela en la orilla por el pago de sus servicios!

¡Y qué decir de aquella vez que un hombre la violó en mitad del patio de un edificio de viviendas, ante la atenta mirada de todos los vecinos!

Pero el tío Alberto me sacó de mis excitantes pensamientos, agarrándome por el muslo.

Y con su sonrisa irónica me dijo que se lo contara, que se lo contara todo.

Y así hice, se lo conté todo, con todo lujo de detalles, sin olvidarme nada, y vi cómo, sin perder su sonrisa, absorbía todo y como el bulto de su pantalón crecía y crecía, así como el mío que ya tenía una más que buena erección.

Paramos en una estación de gasolina para echar gasolina (que no un polvete) e ir al lavado, pero antes de ir ya me avisó que no me hiciera ninguna paja en el baño, que no hay que desaprovechar ningún tiro, que este fin de semana seguro que podíamos descargar a placer.

Me costó llegar a los aseos, dada la enorme erección que tenía, ante la mirada de las muchas personas que estaban allí.

Habían llegado varios autocares llenos de gente, que me miraban unos sonriendo y otros con asco, pero yo, todo lo dignamente que pude, con las piernas abiertas e inclinado bastante hacia adelante, me encaminé hacia los lavabos.

Había un montón de chicas jóvenes y no tan jóvenes, todas morenísimas y buenísimas, con sus vestiditos y pantaloncitos cortísimos, enseñando sus muslos, sus culos y alguna que otra teta.

¡Me las tiraría a todas! ¡a todaaaaaaaas!

Saqué la lengua a más de una y alguna me devolvió el gesto.

Casi entrando en los lavabos, me cruce con una que salía de los de las mujeres.

Rondaría los quince años, con su vestidito corto.

La sujeté de frente por la cintura y, viendo cómo se escabullía entre mis brazos, la levanté la falda por detrás.

¡Vaya culo respingón apenas tapado por un tanga rojo!

Me metí en un reservado del aseo de caballeros y, siguiendo los consejos de mi tío, no me masturbe, como era mi más ferviente deseo, aunque, eso sí, manché de orina toda la pared al no poder hacer que mi verga descendiera lo suficiente.

Oí decir a mi tío, que estaba en un reservado contiguo al mío, que me contuviera, que reservara fuerzas para lo que nos esperaba.

Al volver al coche, después de incorporarnos a la carretera principal, mi tío continúo con su interrogatorio.

  • ¿Qué es lo que te gustaría hacer a tu madre?

Y me disparé, diciendo atropelladamente, como si me faltara aire.

  • ¡Follármela, follármela por todos sus agujeros, reventarla el chocho y el culo, hacerme una cubana, que digo una, varias, entre sus tetas, hacer que me la coma hasta que me deje seco sin una gota de lefa en mi cuerpo!

Me paró con un gesto, y me dijo sonriendo:

  • Tus deseos serán cumplidos.
  • Eso deseo.
  • Yo también quiero follármela.

Le mire y continúo diciéndome.

  • Pero no quiero que me lo impidas.
  • No lo haré.
  • Yo te ayudo y tú me ayudas.

Hizo una pausa, mirándome para decirme:

  • Todos para una y una para todos. Como los tres mosqueteros.
  • Pero ¿somos dos?
  • La tercera será tu madre, siempre en medio y nosotros entre sus piernas, follándola.

Me reí, entre excitado y divertido,  y él también se rio.

Le pregunté:

  • Ya te la has tirado, ¿verdad?

Me miro un instante y me dijo:

  • Lo que quiero ahora es follármela.
  • No me has respondido.
  • Cuando veas como me la tiro, sabrás si lo he hecho antes.
  • No la harás daño, ¿verdad?
  • No va a ser precisamente daño lo que la voy a hacer.

Y se rio, contagiándome con su risa.

Estuvimos varios minutos en silencio.

Yo visualizando a mi madre siendo follada por él y por mí, sobre todo por mí.

Supongo que a mi tío le ocurría lo mismo.

Había pasado casi una hora, cuando le volví a preguntar:

  • ¿Piensas que tu hermano, mi padre, es maricón? Como es posible que, con la mujer que tiene, no esté siempre tirándosela?
  • No, no es maricón ni mucho menos. Seguro que la ha echado un montón de polvos y se los sigue echando, pero con el tiempo la rutina puede con todo y se convierte en aburrimiento.

Se paró un momento y me dijo sonriendo:

  • Por eso vamos allí, para que tu madre no se aburra, y que mejor forma que arrancarla las bragas y follársela. Aprovechémonos. Nos lo agradecerán.

Volvimos a reírnos.

Le comenté una fantasía sexual que tenía:

  • Lo que me gustaría es follármela en la playa, pero no de noche, sino a la luz del día. De un día soleado, y los dos desnudos, follándomela en la playa, en la arena, en el mar, en todas partes y por todos sus agujeros.
  • Tus deseos serán cumplidos. En la playa y en donde tú quieras.

Ya estábamos casi llegando, y se me notaba nervioso, moviéndome en mi asiento, por lo que me dijo muy despacio, recalcando las palabras:

  • Tranquilízate. No tiene que notar nuestras intenciones. Y cuando nos la follemos, no tiene que saber que el otro lo está viendo todo y que lo sabe. Es muy importante, al menos al principio. En cuanto sepa que sus polvos tienen como testigos a su hijo o a su cuñado, seguro que se cierra de piernas y se acabaron los polvos. No lo olvides.
  • Lo tienes todo pensado.
  • Experiencia, simplemente experiencia, y por supuesto ganas de pasarme a tu madre por la piedra.

Ya estábamos entrando en el pueblo, con sus casas iluminadas y sus calles llenas de gente paseando.

Aparcamos el coche, y fuimos directamente a la vivienda de mis padres, situada en un edificio de varios pisos muy próxima a la playa.

Nada más tocar el timbre de la puerta, oímos la voz alegre de mi madre y sus pasos ligeros que se aproximaban como si estuvieran danzando.

Se abrió la puerta y allí estaba ella, sonriendo de oreja a oreja.

Me abrazó el primero al estar más próximo a la puerta y me dio un par de fuertes besos en la mejilla.

Luego hizo lo mismo con mi tío, que aprovecho para rodearla con sus brazos la cintura y tocarla el culo, mientras me guiñaba un ojo sonriendo.

Nos hizo entrar en casa.

Estaba espléndida, muy alegre y sonriente.

Pero sobre todo estaba buenísima, muy morena, de un moreno dorado casi negro, más delgada y sabrosa que de costumbre, luciendo un vestido de colores chillones muy ligero de falda corta y tirantes, que resaltaba sus caderas, sus glúteos, sus muslos, sus pechos, su todo.

Estaba como para echarla un polvazo en ese mismo momento y lugar, sin esperar ni un segundo, y luego otro polvo y otro y otro, así hasta el infinito.

Nos dijo que estaba muy contenta de que hubiéramos venido, que nos divertiríamos mucho.

No podía estar más en lo cierto, íbamos a divertirnos mucho con ella, pero que mucho mucho.

El tío Alberto la dijo sonriendo:

  • Nos dijo tu marido que viniéramos para que nadie, aprovechando su ausencia, te bajara las bragas y se metiera entre tus piernas.

Mi madre se rio, más bien cortada por el comentario, pero el tío Alberto era así, digamos divertido.

Mi madre había dispuesto que yo durmiera en mi dormitorio y el tío Alberto en el sofá que había en el salón.

El tío Alberto la comentó, como si fuera una broma:

  • Con lo grande que es tu cama y lo sola que vas a estar, mejor que yo duerma contigo.

Ella, muy cortada, intentó hacer como si se riera, y le respondió:

  • Mejor cuando esté tu hermano, que seguro que estás mejor con él.

¡Ya veríamos donde dormiríamos! Seguro que la cama de matrimonio de mi madre iba a ser la más utilizada.

Una vez dejadas nuestras bolsas de viaje, nos fuimos a la terraza para cenar algo.

Me di cuenta que cada vez que pasaba el tío Alberto por la cocina, donde mi madre nos preparaba la cena, él aprovechaba la estrechez de la cocina  para tocarla el culo, y a ella parecía no importarla, como si no ocurriera nada.

Viendo esto, fui yo el que se fue al baño, aprovechando también para tocarla el culo, y restregar mi polla tiesa por su culo duro. Pero ella no se daba por enterada. Continuaba tan alegre y despreocupada como al principio.

Ya sentados en la terraza esperando que mi madre terminara la cena, el tío Alberto me comentó:

  • No lleva nada debajo del vestido, ni bragas ni nada. Se ve a simple vista y además al pasar la mano por su trasero bien que lo he notado.

Aunque no me había dado cuenta, le comenté muy entendido que ya lo había notado.

¿Iba desnuda debajo del corto vestido solamente por el calor o para excitarnos sexualmente?

Nos sirvió la cena, y se sentó en una silla al lado nuestro.

Charlaron animadamente madre y tío, pero yo, aunque intentaba disimular comentando algo de vez en cuando, no dejaba de mirar a mi madre, de recorrer con mi vista cada centímetro de su cuerpo, imaginando lo que se escondía debajo del ligero vestido.

Cada vez que se cruzaba de piernas y la veía los muslos desnudos, me entraban ganas de agacharme y verla el conejito, lamérselo.

Mi madre nos comentó que no se había dado cuenta hasta ahora, pero mi tío y yo éramos físicamente muy parecidos. Más o menos de un metro ochenta los dos y fibrosos, sin nada de grasa y sin barriga.

Parece ser que lo de follar nos había mantenido muy bien, en forma y preparados para volver a follar siempre que hubiera una ocasión.

Después de cenar, convenientemente duchados, nos fuimos cada uno a su cama. ¿Cuánto tiempo duraríamos allí?

Pasaba el tiempo y no sucedía nada, así que me quedé dormido.

Ya estaba dormido, cuando alguien me despertó, tocándome el brazo.

Era el tío Alberto que, mediante gestos, me decía que iba a ir al dormitorio de mi madre y que yo podía ir a la terraza y, escondido, podía ver lo que sucedía a través de la ventana de su dormitorio.

Así hice, descalzo y solamente con un calzón me encaminé sin hacer ruido a la ventana que estaba abierta de par en par y con la persiana medio bajada.

Como no había ningún edifico enfrente del nuestro, nadie podía ver lo que sucedía dentro de nuestra casa.

Allí en la semipenumbra del dormitorio estaba mi madre, tumbada en la cama, sobre las sábanas, sobre un costado, con la cara apuntando hacia la ventana donde yo estaba.

¡Estaba completamente desnuda!

Sus tetas reposaban desnudas sobre la cama, y su cadera desnuda delataba que no llevaba bragas ni nada que la cubriera.

Sabía que había dos hombres en su casa, uno de ellos el salido de su cuñado y va ella y se acuesta desnuda en la cama.

Pensé en ese momento que quería  guerra, y vaya si iba a tenerla.

Por su inmovilidad y por el ruido que hacía al respirar, tuve la certeza de que dormía.

La puerta del dormitorio, situado a espaldas de mi madre, se abrió sin hacer ruido, y ahí estaba mi tío Alberto, como Dios le trajo al mundo pero con un enorme pistolón entre las piernas, listo para disparar.

Se acercó sin hacer ruido a la cama y con cuidado se tumbó en ella al lado de mi madre.

Se movió apoyando su cipote tieso y duro sobre el culo de ella y colocó su mano derecha sobre la teta derecha de ella, sobándola.

Mi madre se agitó, exclamando a medio camino entre el sueño y la realidad:

  • ¿Qué pasa? ¿Qué pasa?

Pero siguió durmiendo.

Aprovechando la ocasión, el tío Alberto presionó todavía más con su cipote sobre el culo de ella y, viendo que todavía seguía profundamente dormida, se movió un poco hacia los pies de la cama.

La levantó un poco la pierna derecha y la colocó sobre sus piernas.

Tanteó para colocar su verga en la entrada de la vagina de mi madre y presionó, logrando que entrara.

Mi madre jadeo al notar que algo la había penetrado.

Mi tío se quedó quieto, esperando la reacción de mi madre pero ésta seguía sin despertar.

El tío Alberto empezó a moverse despacio y con cuidado, adelante y atrás, adelante y atrás, haciendo que su verga se moviera dentro de la vagina de ella.

¡Se la estaba follando! ¡Se estaba follando a mi madre! Y ésta no se daba ni por enterada.

Los movimientos del folleteo eran cada vez más rápidos, más potentes, y la cama también se movía, haciendo que mi madre despertara.

Ella se agitó, despertando, y viendo enseguida como la estaban montando por detrás, intentó apartarse, chillando, pero el tío Alberto la tapó con una mano la boca impidiendo que siguiera chillando, y la chistó al oído, susurrándola:

  • ¡Cállate, que vas a despertar a tu hijo y a ver que le cuentas!

Mi madre se quedó inmóvil, callada, y el tío Alberto reanudó su movimiento del mete-saca otra vez despacio.

Pero ella intentó zafarse, consiguiendo sacar la verga de su vagina, pero él, sujetándola por el brazo, impidió que se levantara de la cama.

Mi madre se retorció, logrando quitarse el brazo que la asía, pero antes de que pudiera levantarse, mi tío la agarró y la tumbó otra vez en la cama, bocarriba, colocándose encima de ella, entre sus piernas abiertas, con su verga tiesa presionando sobre la entrada a la vagina.

Con una mano sobre la boca de ella y la otra sujetándola por las muñecas de las dos manos, la susurró de nuevo al oído:

  • ¡Le vas a despertar!

Mi madre, notando por un momento que no tenía tapada la boca, suplicó en voz baja:

  • No, por favor.

Pero él la replicó también en voz baja:

  • Sí.

Y presionando con su rabo, se la debió meter otra vez  en el coño, ya que oí a mi madre jadear, y mi tío empezó a mover rítmicamente sus caderas y su culo, follándosela.

Poco a poco fue aumentando el ritmo y mi madre empezó a gemir de placer, débilmente al principio pero se fue entonando, aumentando el volumen de los gemidos.

Mi tío paró de moverse, y la dijo en tono muy bajo:

  • Vas a despertar a tu hijo y me pregunto qué le vas a decir.

La desmontó y, tirando de ella, se tumbó bocarriba en la cama, obligándola a estar encima de él.

La vi sentada a horcajadas encima de mi tío, con sus manos sobre los pechos de él  y él sujetándola por las caderas.

Mi tío la dijo tranquilamente:

  • Ahora te toca a ti mover el culo.

Sorprendentemente mi madre no respondió, bajó una de sus manos y, agarrando la verga de mi tío, se levantó un poco y se la metió dentro de la vagina, jadeando al notar como nuevamente entraba.

Se puso a cabalgar poco a poco sobre el cipote de mi tío, aumentando gradualmente la velocidad.

Brillando por la luz que entraba por la ventana, los glúteos de mi madre se movían rítmicamente, subiendo y bajando, subiendo y bajando.

Las manos de mi tío iban de sus caderas a sus nalgas, sobándoselas, sujetándola, mientras que mi madre se inclinaba a veces hacia adelante, permitiendo que tuviera una mejor vista de sus espectaculares glúteos y de cómo el rabo de mi tío entraba y salía de su conejito.

Más que cabalgar, mi madre ya botaba, botaba y botaba, amenazando con romper la cama, chillando de placer, sin pensar que su hijo pudiera despertar y escucharla.

Sus tetas enormes, se movían descontroladamente, sin perder su redondez ni su consistencia.

No mucho más duraron los botes de mi madre, ya que mi tío la obligó a parar al tener un orgasmo, pero ella, al no haber conseguido el suyo, se mantuvo sentada sobre él, mirándole, y empezó a masturbarse con los dedos, teniendo todavía dentro la verga de él.

Gimió y gimió, y un chillido finalmente indicó que ella también había logrado su orgasmo.

Estuvo unos segundos quieta sin moverse, hasta que le desmontó y se tumbó en la cama, bocarriba, al lado de él.

Estuvieron unos segundos, inmóviles, sin decir nada, hasta que mi madre, de un salto, se levantó de la cama y se fue al cuarto de baño.

La oí mear y luego el ruido del agua en la ducha.

Mi tío, acercándose a la ventana donde yo estaba, me dijo en voz baja:

  • Estate atento que vas a tener esta noche tu oportunidad. Aguanta en la ventana sin hacer ruido que yo te aviso para que entres por la puerta y, si hay suerte, tengas esta madrugada tu primer polvo con ella.

Al rato salió del baño mi madre envuelta en una toalla y, entrando en el dormitorio, dejó caer la toalla sobre una butaca y se volvió a tumbar desnuda en la cama, sobre mi tío, besándole con pasión la boca.

Mi tío, agarrándola por la cintura, la metió su lengua en la boca, revolcándose ambos sobre la cama.

Las manos de él bajaron a los glúteos de mi madre, sobándolos, apretándolos con fuerza, y así estuvieron durante varios minutos.

En la pasión del momento, mi madre se tumbó de lado en la cama, dándole la espalda, muy pegado a él.

Levantó su pierna, ofreciéndole su sexo, y agarrándole el pene, otra vez tieso, se lo volvió a meter en la vagina.

Jadeó nuevamente y mi tío empezó otra vez a follársela, pero esta vez los movimientos de ella, juntamente con los de él, hicieron que llegaran nuevamente al orgasmo.

Después de los dos polvos, estuvieron quietos en la cama, y oí a mi madre, como si no hubiera ocurrido nada, volver a quedarse dormida, dando la espalda a mi tío y a la puerta del dormitorio.

Estaba amaneciendo, el sol iba poco a poco inundando con su luz la estancia donde mi madre yacía completamente desnuda, recién follada y dormida profundamente, mostrando todos sus encantos.

Mi tío moviendo una mano, me avisó que era ahora mi turno.

Entré silenciosamente en la casa tan rápido como pude, dejando caer mi calzón el suelo, y, completamente desnudo y empalmado, abrí, despacio y sin hacer ruido, la puerta del dormitorio de mi madre, encontrándoles en la cama, como les había dejado hacía unos instantes.

Mi madre tumbada de lado, daba de espaldas a la puerta por donde yo había entrado.

Mi tío se levantó de la cama, cogió suavemente a mi madre de la cintura y la colocó despacio bocabajo sobre la cama, en la posición del perrito, con la cara sobre la almohada, pero el culo en pompa, al tener las piernas dobladas bajo su cuerpo.

Aunque ella se quejó, continuaba sin despertarse, por lo que mi tío separó un poco sus piernas, y me invitó con sus gestos para que la montara por detrás.

Desde arriba tenía una visión inmejorable de sus glúteos macizos y de su vulva hinchada, por lo que casi me corro allí mismo del gusto, pero logré sobreponerme y acercándome todavía más a ella, coloqué mis manos sobre sus nalgas perfectas.

Estaban calientes y algo mojadas, supongo que de sudor, pero eran suaves y agradables al tacto, por lo que las sobé durante unos instantes, sintiendo sus fuertes músculos, y me entraron unas ganas brutales de comérmelas, así que agaché mi cabeza y empecé a chupárselas, a besarlas.

Separé lo suficiente las nalgas y allí estaba su glorioso agujero, sonrosado como un niño recién nacido.

Metí mi cara entre los dos cachetes y comencé a lamérselo.

Su sabor a naranja, fruto posiblemente del gel de ducha que acababa de utilizar, me excitó todavía más.

Mi lengua recorría ya todo el espacio entre las dos nalgas, subiendo bajando con largos lengüetazos, arriba y abajo, una y otra vez.

La di varios buenos lametones en su conejo y saboree su sabor mezcla de miel y naranja. Estaba exquisito, listo para comérmelo.

Me incorporé, sin dejar de separarla las nalgas, y, colocando una pierna flexionada sobre la cama, tantee con mi verga inhiesta, tiesa y dura la entrada a su vagina, hasta que la encontré y empecé a metérsela poco a poco.

Gimió de placer todavía más, cada vez que mi cipote entraba y salía de su conejito, hasta que se la metí hasta el fondo.

Levantó su cabeza de la almohada y puso rectos sus brazos, poniéndose a cuatro patas, sin mirar hacia atrás, y comenzó también a moverse adelante y atrás, adelante y atrás, sin dejar de gemir como una gata en celo.

Nuestros movimientos eran cada vez más rápidos y la penetración cada vez llegaba hasta el fondo.

Sus gemidos se convirtieron en gritos de placer.

Y eyaculé como una mala bestia, al mismo tiempo que mi madre emitía un último grito desgarrador de placer, dejándose caer de bruces sobre la cama.

Sujetándola por las caderas, pude, a duras penas, desmontarla exhausto.

Mi tío me sujeto para que no me cayera y me empujó hacia la puerta del dormitorio.

Salí tan rápido y silencioso como pude, pero pude echar una última oleada a mi madre.

Yacía tumbada bocabajo sobre la cama, despatarrada, goteando esperma sobre la cama.

Toda ella era un culito, y yo lo había disfrutado a placer.

Volví a mi dormitorio y, cerrando la puerta, me limpié como pude.

No podía ir al baño, ya que me oiría y sabría la verdad: que su hijo también se la había follado.

Sin escuchar ningún ruido del dormitorio de mi madre, me acosté, esperando un nuevo día.

(CONTINUARÁ)