Follado en un bar (y III)

Todos los hombres que había en ese bar hicieron conmigo lo que quisieron. El esclavo de todos.

Lo que me encuentro allí es el paraíso. La persiana bajada y todos los hombres que estaban en la terraza cuando he entrado al baño están dentro, desnudos o semidesnudos, y yo, a cuatro patas atado a una correa de la mano de mi amigo Jose. ¡Que empiece el espectáculo!

Así terminaba la segunda parte de este relato y así empieza la tercera y última parte:

Jose me arrastra hacia todos esos hombres, mientras me aproximo los cuento por encima y son alrededor de unos quince, incluso el butanero del paquete enorme, ahora ya sin pantalones y con el falo totalmente erecto. También está el propietario del bar, el chino, totalmente desnudo y masturbándose mientras contempla la escena. Tiene un pene delgado pero larguísimo. Me dicen perra de mierda, te vamos a destrozar, vas a tragar leche hasta ahogarte, no vas a volver a andar en un mes y demás lindezas que solo consiguen ponerme más y más cachondo. Están todos en el medio del bar, todas las mesas están a un lado, igual que las sillas. Solo hay una mesa que no está apartada, en la cual dentro de un rato me van a subir y a atar y me van a follar todos los allí presentes, incluso mi amigo. Cuando ya estoy delante de ellos algunos me escupen, otros me ponen el pie en la cara o me dan patadas al culo. Yo les lamo los pies a medida que me los van poniendo por la cara y lamo los escupitajos que han caído al suelo. A ellos esto los pone cerdísimos y a mí también. Jose tira de la correa y me obliga a ponerme de rodillas, todos me rodean y sus pollas quedan a la altura de mi cara.

Empiezan los pollazos alrededor de mi rostro, abro la boca y recibo la primera polla, miro hacia arriba y es uno de los marroquíes que me advirtió que esta noche me lo pasaría bien. A su lado está el otro, el que tiró de mi tanga, que me coge del pelo y me empotra contra la polla de su amigo. Sigo recibiendo golpes de polla en los cachetes y todo tipo de comentarios vejatorios que me ponen a mil. Estoy completamente desatado y empiezo a ir de polla en polla, como he dicho antes tengo alrededor de quince nabos para mí. Me giro y encuentro una polla, doy media vuelta y encuentro otra, giro 90º y otro falo erecto se mete dentro de mi boca y me la folla a discreción. Todas son oscuras o directamente negras menos la de Jose, la única blanca pero no más pequeña que el resto. Ya de jovencitos se gastaba tremendo pollón, y siempre muy y muy lechero. No sé ni donde estoy ni a quien se la chupo, pero durante tranquilamente tres cuartos de hora se me pasan entre ellos, me inmovilizan la cabeza y me la meten hasta la campanilla. Se van pasando la correa entre ellos y mi amigo es uno más, me escupe y me da bofetones en cuanto tiene la oportunidad. Genero un montón de saliva que me cayendo en el pecho y en el suelo al cual estoy de rodillas.

Venga, ahora que todos hemos probado su boca, vamos a catar su culo. Estas palabras salen de la boca de Jose, todos se echan a un lado y un par de ellos cogen la mesa que no estaba junto al resto y la ponen en medio del salón. Todo parecía un plan perfectamente ejecutado. Jose me ordena subir encima, me pone a cuatro patas y me ordena que mueva el culo, que lo vea todo el mundo. Yo lo muevo de lado a lado, como incitando a que vengan a por él. La muchedumbre jalea y me azotan, escupen en mi ano y todos se ríen. Te lo vamos a dejar como la bandera de Japón, cacho cerdo. De golpe siento como me cogen de las piernas, caigo encima de la mesa y me tiran hacia atrás, quedando de cintura para arriba encima de la mesa y de cintura para abajo con las piernas tiesas, tocando al suelo. Me abren de patas y me las atan una a cada pata de la mesa. Quedo con el culo totalmente expuesto y a la merced de todos esos hombres. Noto dos manos que me agarran por la cintura, después estas pasan a mis nalgas y las abre de par en par con fuerza. Me giro para ver quien es el primero que me va a follar y Jose dice que no, que me van a follar todos, pero que no voy a saber quién es en cada momento. Así pues, ata la correa a la parte opuesta de la mesa e impide que pueda girar la cabeza. A partir de ahí, la locura. El primer estaconazo me lo meten suave, el segundo igual, como procurando no partirme en dos nada más empezar. Pero a partir de ahí, a partir de la tercera embestida, empieza un traqueteo brutal. Por suerte ya lo tenía ultra dilatado gracias a los dos negros del lavabo, así que en ningún momento hubo tan siquiera un atisbo de dolor. Mientras uno me estaba follando el resto seguía jaleando al macho penetrador y comentando la jugada. Lo va a partir en dos; lo vamos a llenar tanto de leche que le va a salir hasta por las orejas; este maricón no querrá volver a ver una polla en su vida. Yo estaba totalmente inmóvil, no podía a ver nada más que dejarme hacer, pero parecía que eso no era suficiente. Así que alguien me cogió de los brazos mientras estaba siendo penetrado, me los echó para atrás, juntó las muñecas y me las ató. Ahora sí, mi cuerpo ya no se podía mover ni un milímetro. De repente me encuentro con los dos marroquís de antes delante de la mesa, mi mentón estaba totalmente pegado a ella, llegando mi cabeza a un poco más de la mitad de la madera. Me apuntan a la cara con sus nabos totalmente erectos y se empiezan a mear al unísono. Apuntan a mi boca y yo la abro, no puedo hacer otra cosa que tragar todo lo que entra, de otro modo me podría escañar. Lo trago y lo disfruto, sobra decirlo. Mientras tanto el de atrás me embiste con más fuerza hasta que se empieza a correr dentro mío, me da la estocada final y me la saca de golpe. Siento un vacío casi existencial y el semen que empieza a bajarme piernas abajo. Por suerte, el vacío que siento acto seguido lo rellena otro de los hombres, no sé cuál, pero me da lo mismo. Yo solo quiero pollas y más pollas. Y eso me dan.

Están tranquilamente más de dos horas follándome el culo, algunos se corren dentro y otros se corren en mi cara, se suben a la mesa, se ponen de rodillas y me lo echan todo encima. Después vuelven y se mean, me escupen, juegan a hacer puntería con mi boca abierta. Estoy cubierto y rodeado de semen, meados y escupitajos, y por las piernas me sigue bajando la lefa de los que se han corrido en mi ano. Me siento totalmente abierto. Todos han pasado ya por mi culo y alguno más de una vez, aunque todavía alguien me está follando y lo sigo disfrutando como si fuera la primera vez. Durante estas más de dos horas en ese bar solo se han escuchado gemidos y jadeos, a parte los insultos de todos esos machos hacia mi persona. Contentos de haber sodomizado a un maricón ansioso de polla y lefa. Me imagino que tengo las nalgas rojísimas, han procurado tanto metérmela bien fuerte como azotarme con fuerza. Noto como me tiran del pelo con una mano y con la otra me clavan las uñas en el trasero, y oigo su voz, que me dice espero que lo hayas disfrutado, guarra. Es Jose, él es encargado de darme la estocada final. Se abalanza hacia mí, está totalmente subido a mis espaldas y sigue penetrándome, me está montando como si yo fuera un caballo y él mi jinete. Se revuelve encima de mí, me aplasta contra la mesa llena de meados, lefa y saliva de todos ellos. Saco la lengua para lamerlo todo, para lamer ese manjar y llevármelo a la boca. ¡ Mirad el muy cerdo como lame!, escucho decir a uno de los presentes. Finalmente Jose se corre, como si le dieran espasmos. Me imagino que no es la primera vez que se me ha follado hoy. La saca de un golpe, expulso su semen y el de todos los demás piernas abajo. Noto que me aflojan los nudos de las piernas y los brazos, hago un leve movimiento y ya estoy libre. El primer negro que me ha follado esta noche desata la correa de la mesa. Miro a mi alrededor, me miran todos y me aplauden. Eres una puta de campeonato; menuda guarra estás hecho, mariconazo; no vas a querer ver más pollas hasta dentro de un buen tiempo. Pero la cosa no acaba aquí, Jose me ordena que suba a la mesa donde estaba atado, a cuatro patas, y que la deje bien limpia, con la lengua y me lo trague todo. Sus deseos son ordenes, o más bien, sus ordenes son mis deseos. Dicho y hecho, me subo a la mesa y saco la lengua, no me dejo ningún rincón por lamer ni limpiar. Cuando tengo la boca llena, miro a mi público y me lo trago. Aplauden y siguen con sus comentarios. Tragas más que una aspiradora, niñato; si tuviera dinero te contrataría para que seas mi orinal. Una vez la mesa está lista, miro a los ojos de Jose y le pido por favor si puedo lamer el suelo, toda la leche que me caía piernas abajo estaba amontonada en el suelo, había un charquito de semen al cual no me podía resistir. Vaya cerdo estás hecho. Venga, deja el suelo bien limpio, perro. Bajé de la mesa y me puse a cuatro patas a lamer el suelo, estaba disfrutando como un cabrón. Un montón de semen y todo para mí, todos me miraban y se sorprendían de semejante guarro que se acababan de tirar. Cuando levanté la vista del suelo vi que todos se estaban ya vistiendo, pero antes de ponerse las bambas y zapatos, todos quisieron que les lamiera los pies como al principio. Así que a gatas me fui paseando de hombre a hombre, lamiendo y besando todos y cada uno de sus pies. Una vez ya todos lamidos y vestidos, y yo estando desnudo y de rodillas en el medio, pasaron a despedirse. Y no os creáis que nos dimos la mano, no, su particular forma de despedirse era escupirme dentro de la boca. Fue cuando aproveché para contarlos, para saber cuántos hombres me habían follado hoy. Eran 17, pero todavía faltaban Jose y el propietario del bar, los cuales, cuando todos se habían ya ido, me mearon otra vez al unísono, como los dos marroquíes de antes. Apuntaron a la boca y me lo tragué todo, casi no tenía ni sabor a meado, me imagino que estuvieron toda la noche bebiendo y salía transparente. Cuando terminaron, me vestí, tenía la ropa todavía en el baño. Salí del baño y Jose había llamado un taxi para volver a casa, ahora nos venía a recoger. Me despedí del chino y le dimos las gracias por todo.

Todavía no tenía muy claro qué había pasado esa noche, qué había pasado para que se organizara tremendo percal, pero sí sabía que detrás de todo esto estaba Jose, que no había nada al azar. Intenté sonsacarle información y solo me dijo ¿ verdad que has disfrutado? Pues dame las gracias y fin. Eso hice, hay que ser agradecido en esta vida, y la verdad que fue una de las mejores noches de mi vida. Y cuando veía el taxi aproximarse y empezaba a dar la noche por terminada, me soltó tú te sientas delante, y hazlo como quieras pero quiero que te termines follando al taxista y que nos haga el viaje gratis. Tengo las llaves de tu casa y tu cartera, y si no haces lo que te digo esta noche la pasarás en la calle. No me había dado ni cuenta pero se había hecho con mis pertinencias. No podía creer lo que me estaba diciendo pero otra vez conseguía calentarme y hacerme perder el juicio. El taxi acababa de llegar y yo me subí delante.

Le dimos mi dirección, con taxi mi casa estaba a escasos diez minutos. Me tenía que espabilar. Empecé por darle un poco de conversación al taxista, si estaba muy cansado, si la noche había sido tranquila, etc. Era un hombre de unos cincuenta años, con algo de barriga y un poco de barba. Respondió que sí, que a pesar de que había sido una buena noche, sin ningún problema y clientes de trato amable, estaba algo cansado y tenía ganas de terminar el turno, llegar a casa y relajarse. Ahí vi un filón, algo a lo que agarrarme, y le puse la mano al paquete y le dije que si quería le relajaba yo. Se alteró de pronto, metió un frenazo y me soltó una hostia en toda la mejilla. ¡ Las manos quietas, maricón! Lo siento, solo quería relajarte un poco, le solté.  Se me quedó mirando y le insistí otra vez. Usted solo conduzca, e imagínese que entre sus piernas está quien usted desee. Créame, soy el mejor mamador de esta ciudad. Nadie le va a chupar la polla tan bien como se la voy a chupar yo. Si usted lo desea, claro. Me mantenía la mirada fija, no sabía si iba a darme otro ostión o accedería a mis peticiones. Respiró hondo y se desabrocho los pantalones, se bajo un poco los calzoncillos, puso primera y arrancó. Mensaje captado. Yo me puse a hacer mi trabajo entre sus piernas, le olía el pene a sudado y a meado, me imagino que había sido una larga jornada de trabajo para él. Se merecía un buen final de noche y aquí la puta del reino se lo iba a dar. Me la puse en la boca y le pasaba la boca por el glande, limpiándoselo, y en un momento se vino arriba y ya estaba todo trempado. Se la chupaba llegando hasta la base de los huevos, era una polla circundada de unos 15 centímetros y unos 4 de grosor, más o menos y a ojo de buen cubero. Se ve que este maricón lo hacía muy bien, el taxista jadeaba y empezaba a moverse, como si fuera él quien quisiera follarme la boca. No sabía por dónde íbamos pero alerté que no íbamos por el sitio convencional. Al cabo de tres minutos paró el coche, se desabrochó el cinturón y me dijo que bajara. A todo esto, Jose en la parte de atrás del coche contemplando la escena en perpendicular. Miré por la ventana y no tenía ni idea de donde coño estábamos, solo veía un descampado que nunca antes había visto. El taxista paró el motor, dejó las luces abiertas y salió a la calle. Le seguí, me tiro encima del capó, dándole la espalda a él y me bajó los pantalones. Vaya tanga llevas, estás hecha una zorra y como a tal te voy a follar. Con las dos manos me lo estripó, me amorró la cara en el capó y tal y como habían hecho todos esos hombres en la mesa, él me lo hacía encima del coche. Me la metió de golpe y me folló a tope ya desde el principio. Me la metía hasta el fondo con rabia, como si quisiera que me saliera por la boca. Mientras, Jose, lo miraba desde dentro con una media sonrisa en los labios. Que abierto lo tienes, parece un coño. Me imagino que te han estado follando toda la noche, vaya cerda de mierda eres, maricona. En nada empezó a correrse, largo y tendido, cuando terminó me arrodillé ante él y le limpié los restos de semen que le quedaban en el glande. Me subí los pantalones y dejé el tanga en el suelo de ese descampado, para hacer volar la imaginación de todos los que se encontraran con él las próximas horas.

Nos dejó en mi casa, no nos cobró y esa noche Jose se quedó a dormir, él en mi cama y yo en el suelo, con una correa atada a su mano. No vaya a ser que me escapara.