Follado en un bar (II)

Una historia de sumisión, sexo interracial y humiliaciones varias. Sube la tapa y pon tu cabeza ahí, pero boca arriba, que yo te vea. Y ni se te ocurra ir andando, a gatas, a cuatro patas, como un perro. ¿Acaso eres otra cosa?

Segunda parte de este relato: https://www.todorelatos.com/relato/175395/

Abrí la puerta, era él, con la polla en la mano. Ponte de rodillas y chúpamela, perro.

Era una polla negra, grande y aunque todavía no del todo erecta, se intuía muy venosa. Me arrodille, el negro entró y cerró la puerta tras de sí. Se descalzó, se quitó pantalones y calzoncillos y después la camiseta. Lo dejó todo a un lado, me cogió la cabeza por detrás y me acercó a su paquete, unos huevos enormes y una polla que empezaba a crecer. Me la metí en la boca y creció del todo. Se la chupaba hasta casi el fondo, y digo casi porqué tranquilamente ese nabo medía 18 centímetros. Le lamía el capullo, escupía en él y otra vez para adentro. Él gemía cada vez más, ahora le comía los huevos, no me cabían en la boca los dos a la vez, así que primero me dedicaba a uno y después a otro, mientras con las manos le hacía una paja y le acariciaba el huevo que no tenía en la boca. Se fue animando y quería llevar la voz cantante, con las manos me cogió la cabeza, una a cada lado y me inmovilizó. Mi cabeza inmóvil, él moviendo la pelvis primero con discreción, sin llegar hasta la campanilla. Eran unas sacudidas más bien leves, mi garganta podía con eso y con mucho más. Pero lo que empezó con un suave vaivén pronto se convirtió en una follada de boca brutal. Apretaba con fuerza sus manos contra mi cabeza y de pronto parecía que quería perforarme la garganta, yo aguantaba como podía, si no llegaba a la arcada era de puro milagro. Me la metía y me la sacaba sin parar, con fuerza, con rabia. Estaba alucinando con tremenda follada, tenía la boca llena de mis babas y me esforzaba para respirar por la nariz. En una de esas tiró de mi cabeza hacia atrás y mi boca seguía unida a su pene mediante un grueso hilo de saliva. Estaba con el mentón lleno de fluidos a lo que me ordenó que me desnudara. Me quité la camiseta y aproveché para limpiarme mis babas, me quité las bambas y los calcetines, y ya cuando estaba sin pantalones y a punto de desprenderme del tanga me dijo espera, no te lo quites, te voy a follar con esto puesto. Me cogió del pelo y me arrastró hasta la taza del váter, me hizo subir encima de la tapa, echó a un lado el tanga, con sus gruesas manos me abrió el culo y me escupió en medio del ano. Lo acompañó con un fuerte azote que me dejó temblando y yo ya me temía lo peor, porque viendo lo basto que era pensaba que me la ensartaría de un golpe, pero lo que me ensartó de un golpe no fue su falo sino su dedo.

¿Te gusta, puta? Dime, estás disfrutando, ¿verdad? ¿Te gusta que te folle un negro, marica? Casi todas sus preguntas llevaban consigo algún adjetivo, todos ellos me definían a la perfección. Me metía un dedo primero con suavidad, y poco a poco la velocidad iba aumentando. Como siempre que salgo de casa, esta vez me dilaté con un vibrador para dejarme el agujero listo para ser follado. Aún lo tenía medio lubricado y eso el escupitajo de este hombretón ayudaba a que no hubiera un atisbo de dolor. Pero sí sentí un respingón cuando en lugar de un dedo fueron dos los que me metía. Ahora eran dos y el ritmo empezaba a ser de vértigo. Como se nota que te ha follado media ciudad, por este culo ha debido pasar hasta el alcalde. Buff, me ponía cerdaco con sus palabras y cada vez tenía el culo más dilatado y húmedo, una mano la tenía ocupada perforándome y con la otra me azotaba bien duro o me cogía del pelo con fuerza y tiraba mi cabeza hacia atrás. Adoro que me azoten y me lo dejen bien rojo, incluso que me dejen alguna marca durante días, poner el culo y que me den con el cinturón. Muy bien perra, ya es hora de que sientas el placer de ser follado por un negro como yo. Volvió a abrirme el culo, escupió de nuevo y se colocó detrás de mí, me dio unos pollazos y sentí como posicionaba su capullo en mi agujero. Estaba esperando el momento cuando de repente me dio otro tremendo azote, me cogió con las dos manos por la cintura y empezó con un mete saca espectacular. No tengo claro si yo estaba chillando de placer o de dolor, no eran solo los 18 centímetros de larga que estaban dentro de mí, también estaba su grosor, ni idea de cuantos centímetros estamos hablando, pero me estaba partiendo literalmente en dos. Él seguía con sus embestidas, como si le fuera la vida en ello, en reventarme en ese baño de ese bar putrefacto en el que estaba. Yo me agarraba fuerte a la cisterna con una mano y con la otra me apoyaba a la pared, si no la abriría de un cabezazo, porqué el negro empujaba y empujaba y me azotaba y me azotaba, me decía gime, puta, gime. Y de la sensación ambigua, que no sabía si era placer, dolor o de qué coño estábamos hablando, pasé al éxtasis total. Ahora ya sí, estaba entregado a ese hombre, deseaba que me hiciera daño, que me dejase allí encerrado toda la vida y entrara solo a follarme y darme de comer. Podría ser su esclavo para siempre. Estaba totalmente ido y creo que él también. Jadeaba con todas sus fuerzas y parecía que nunca se cansaba, llevábamos un buen rato, yo estaba mareado perdido, pero disfrutando y caliente como una perra en celo, y de repente me levanta y sin pisar el suelo y sin sacar su polla de mi culo me planta delante el espejo, en la encimera del baño. Y la imagen no podía darme más morbo: yo con el pelo alborotado, sudado, y con un enorme negro detrás, musculoso y penetrándome. ¿Te gusta lo que ves? Me encanta, le respondí. Los negros hacemos lo que queremos, con los maricones blancos como tú. Y vaya si lo hacían, empezó otra vez las embestidas, aún más fuertes que las anteriores, ahora mi culo todavía le quedaba en mejor posición. Veía mi cara en el espejo y era de felicidad y pasión, de estar pasándolo en grande. Mi culo ya estaba totalmente acoplado a su pene, ya no eran dos cuerpos distintos y desconocidos entre sí, sino que eran uno de solo, perfectamente acoplados. Desde atrás escupitajo al espejo, justo donde reflejaba mi cara. Lámelo, perro de mierda. Aproximé mi rostro al espejo, intentando controlar sus embestidas, no fuera a ser que lo rompiera con mi frente. Saqué la lengua y lo lamí absolutamente todo, como he dicho antes estaba completamente fuera de sí. Ese hombre me había hecho suyo, y buena parte de la culpa la tenía el pene con el que me estaba perforando. Pareció que verme lamer el espejo le puso todavía más cachondo, gemía cada vez más alto, me imagino que nos estaban escuchando desde todo el bar. Se estaba a punto de correr, me estaba a punto de preñar mi culo de maricona. Y vaya si lo hizo, ya no gemíamos, ahora gritábamos sin importarnos quien nos pudiese oír. Sentía su leche entrar por mis entrañas, sentía como me llenaba, como se corría dentro de mí. Estuvo, y lo digo sin exagerar, orgasmando durante casi un minuto. Progresivamente paró las sacudidas, hasta que ya exhausto, se inclinó hacia mí y dejó reposar su cuerpo sobre el mío. Nuestras respiraciones eran fuertes y su pene seguía dentro de mí, totalmente tieso. Hice el ademán de mover mi culo hacia delante y hacia atrás, pero me paró en seco y se retiró. Él se había corrido pero yo seguía caliente y con más ganas de marcha que nunca. Se empezó a vestir y me dijo que estuviera tranquilo y que no me vistiera, que si quería marcha me la iban a dar. Me quedé desnudo, y él ya vestido me dio un azote más, acompañado de un buen bofetón en mi mejilla izquierda y un escupitajo en medio de mi cara. Salió del baño dejando la puerta abierta, yo relamí su saliva y la engullí entera. Y en esas que veo que entra por la puerta el otro negro que estaba sentado junto a él, cierra la puerta y me señala la taza del cuarto de baño.

Sube la tapa y pon tu cabeza ahí, pero boca arriba, que yo te vea. Y ni se te ocurra ir andando, a gatas, a cuatro patas, como un perro. ¿Acaso eres otra cosa? La cosa se volvía a poner interesante, sin duda. Me acerco al inodoro a cuatro patas, abro la tapa y apoyo mi cabeza, mirando hacia arriba. Él se acerca, se desabrocha el pantalón y saca de allí un pene ya completamente erecto, quizá menos grueso que su compañero pero igual de largo. Apunta a mi cara y deja ir un chorro amarillo por todo mi rostro. Abre la boca y traga. Abro la boca y trago. Todo lo que cae en mi boca va hacia dentro, no dejo escapar ni una gota, y cuando se cansa vuelve a apuntar hacia el resto de mi cara. Parece que sus ganas de mear no tienen fin, su pis se esparce por todo mi cuerpo y por el suelo, pero yo lo quiero en mi boca, así que hago por metérmelo en la boca, buscándolo yo a él y no viceversa. Te gustan los meados, ¿eh? Es de mis bebidas favoritas junto al semen de cualquier macho, sin duda. Pero parece que eso a él no le importa y me da una patada en los cojones. Me parece muy bien que te quieras tragar todo lo que salga de mi polla, pero aquí mando yo y solo harás lo que yo te pida, ¿entendido? Sí. ¿Sí, qué? Sí, amo. Bien, parece que ya vas entendiendo de qué va el asunto, perro inútil. La patadame dolía, pero ahora todo era un dolor placentero, y muy a mi pesar sus ganas de mear terminaron, pero por suerte los últimos chorros quiso que fueran para mi boca. Lo engullí todo, era delicioso. Acto seguido se quitó los zapatos, me ordenó que me diera la vuelta y pusiera la cabeza dentro del inodoro y bajó la tapa. Estaba totalmente desnudo, con la cabeza dentro de la taza, la tapa bajada y el culo en pompa. Y en esas que recibo un zapatazo en el culo, luego otro, y otro y otro y otro… Me estaba pegando con sus zapatos, ahora a un lado y después a otro, no me lo podía creer. Pero lejos de hacerme daño y asustarme lo estaba gozando como un niño en un parque. La escena era humillante y me encantaba. Ojalá poder tenerla en vídeo para poder reproducirla en las tardes de hastío. De pronto levantó la taza, me cogió del pelo y me llevó a rastas hacia el espejo, me dio media vuelta y me puso de culo. Veía reflejado mi culo, totalmente rojo, él me lo manoseaba y ahora me daba azotes con las manos, y yo gemía. Vaya cerdo estoy hecho. Me puso sus dedos en mi boca, simulaba que les hacía una felación, luego me daba bofetones con las dos manos, primero en una mejilla y luego en otra pero sin descanso. Me usaba a su antojo y de la misma forma que antes me había entregado a su amigo, ahora estaba entregado a él. Y me entregaría a todo aquel que me quisiera usar esa noche, en la que no tenía muy claro cual sería su desarrollo, pero que por el momento no me podía ir mejor. Cuando se cansó de abofetearme se quitó el calcetín derecho y lo tiró a una esquina del baño, me tiró directamente al suelo y me dijo ya sabes lo que hacen los perros cuando les tiran algo. Mensaje captado, me puse a cuatro patas y recogí el calcetín del suelo con la boca, se lo traje e hizo lo mismo con el calcetín derecho. Así me tuvo un buen rato, se iba despojando poco a poco de sus prendas y las esparcía por el suelo, y este perro que les habla las buscaba y se las devolvía al que se había autoproclamado su amo. Todo apuntaba a que esa noche iba a tener muchos.

Ya estoy harto de verte arrastrar por los suelos, perro inútil. En tu posición natural, es decir, a cuatro patas, ponte cara a la pared y muéstrame tu culo, ponlo en pompa. Ya sabéis como funciona, el amo manda y el perro obedece. Me puse cara a la pared, culo en pompa y ofreciéndole mi culo para lo que él dispusiera. Tienes un buen culo, pero le falta algo. Y en esas que me da un cinturonazo en mi nalga izquierda que hizo verme las estrellas. Pero pronto el dolor se volvió a convertir en placer. Ahora está mucho mejor, ya llevas mi marca. Me había dejado un cardenal en el culo, al menos durante unos días, llevaría la marca de mi amo. ¡ Tú, inútil, gírate, de rodillas y con la boca abierta! Atendí al instante a su petición, abrí la boca y al momento me llevé un escupitajo dentro, y tras eso, su polla erecta se hizo sitio y empezó el taladramiento que estaba deseando. Me cogía de la nuca y del pelo y me empujaba hacía él, dentro fuera dentro fuera. Su polla chocaba con mi campanilla, me daban arcadas pero a él parecía no importarle, reprimía mis ganas de vomitar pero no podía evitar las lágrimas. Mira a los ojos de tu amo cuando te esté follando la garganta, perro de mierda. Le miraba a los ojos y veía, a pesar de tener la vista empañada, su cara de felicidad. Estaba gozando sometiéndome, se notaba que no era la primera vez que tenía a un perro a sus pies y bajo su dominio. En una de esas, coge mi cabeza y casi la estampa contra el suelo, me tira del pelo y me arrastra hasta donde antes me había meado. Pone su pie encima de mi cráneo y este encima de un pequeño charco de su pis. Saca la lengua y lame. Saco la lengua y lamo. Empieza a masturbarse, y a medida que avanza en su masturbación pisa con más fuera su cabeza. Yo con la lengua fuera lamiendo el suelo y él que se empieza a correr, se arrodilla a mi lado y me apunta con su polla. Chorrea semen y más semen, unos trallazos, casi todos, directos a mi cara y boca, y el resto en el suelo. Se corre largo y tendido, y una vez termina, sus órdenes son claras: lo quiero todo limpio, ni gota de pis ni lefa en el suelo, perro inútil. Parece que perro inútil era su insulto preferido. Empiezo a lamer con ganas mientras veo por el rabillo del ojo como se va vistiendo. Pronto termino con el semen, pero los meados me dan más faena. Él ya ha salido del cuarto de baño y ha dejado la puerta entreabierta, no sé qué me deparará ahora esta noche loca, pero de momento sigo con lo que me ha ordenado el negro. Termino y de pronto me doy cuenta de que en el umbral de la puerta está mi amigo José, no sé cuanto tiempo llevaba ahí, y de su mano cuelga un collar y una correa de perro. Ven, perro inútil. Vaya, parece que es el insulto de moda esta noche. Me aproximo a él, me ata a la correa y salimos hacia el bar.

Lo que me encuentro allí es el paraíso. La persiana bajada y todos los hombres que estaban en la terraza cuando he entrado al baño están dentro, desnudos o semidesnudos, y yo, a cuatro patas atado a una correa de la mano de mi amigo Jose. ¡Que empiece el espectáculo!

Continuará...