Follada en la hermandad

Una chica ha cometido un acto atroz y para librarse de la cárcel accede a ofrecer su virginidad a un grupo de personas para que hagan con ella lo que quieran.

—Separa las piernas. Más, he dicho que más. Recuerda que estás aquí por propia voluntad, que nadie te ha obligado a ello.

Susurró el hombre contemplando mi cuerpo con avaricia.

Lo de que nadie me había obligado se cogía con pinzas, digamos que no había tenido más remedio y ahora ya era demasiado tarde como para hacer otra cosa al respecto.

La sala era oscura. Estaba estirada en una cama y muchas pantallas adornaban las paredes. En ellas se me veía a mí. Sola, desnuda, expuesta.

Me habían depilado totalmente colocado un collar en mi cuello del que pendían cuatro cadenas con pinzas.

Dos habían sido colocadas en mis labios menores que sobresalían. Y las otras en mis pezones, después de que el hombre que me estaba preparando los succionara para que estuvieran muy rígidos.

Debía rondar los cincuenta, era calvo y vestía de riguroso negro.

Temblé cuando el dedo pulgar se frotó contra mi boca, corriendo el maquillaje de labios.

—Así estás mejor, mucho más puta.

Mi pecho subió y bajó nervioso. A mi alrededor había un grupo de gente que me miraba con hambre.

Una noche, solo una noche y podría olvidarme de lo que iba a hacer.

Me había metido en un lío, uno gordo, tan gordo que después de haber sido visitada a los calabozos por mi supuesto abogado de oficio. Recibí una proposición. Si era virgen y estaba dispuesta a ofrecer mi virginidad como pago. Los cargos que había contra mí desaparecerían.

Todo quedaría olvidado a cambio de una noche en la que no podría decir no a nada.

Puede que para muchos fuera atroz lo que había firmado. Pero teniendo en cuenta que había matado a una persona, por incauta, no me lo parecía tanto. Fui a una fiesta en la hermandad de chicas, era la iniciación, nos dieron de beber, drogas y nos quitaron la ropa dejándonos en mitad del bosque.

Una de las hermanas insistió en que una de las pruebas era que le comiera el coño a otra chica al borde de un precipicio. Me negué. Me obligaron a ponerme de rodillas y apretaron mi cara contra aquel coño desnudo y húmedo. Me puse nerviosa. Me removí. Y la que me sujetaba terminó con la cabeza abierta en el fondo del precipicio.

Todas se pusieron muy nerviosas. Una de las chicas llamó a su padre que era policía. Me vi llevada a comisaría y después pasó lo del abogado.

Todavía no me había recuperado. Había sido muy rápido. Y ahora estaba en mitad de lo que se suponía que iba a ser la expiación de mis pecados.

Apreté los ojos cuando un foco se encendió sobre mí.

Una voz en off dio la bienvenida a los asistentes y me presentó como la ofrenda de la noche.

Mi piel blanca relucía. Me habían peinado y perfumado cuidadosamente. Mis pechos grandes caían ladeados y no podía controlar las lágrimas que se acumulaban al borde de mis ojos.

Una mujer vestida de cuero, con un mono que dejaba expuestos sus pechos y la entrepierna, dio vueltas a mi alrededor con una fusta. No me habían atado. Me dijeron que no iban a hacerlo porque yo era mi propia cadena. Que en el momento que me opusiera a lo que fuera el contrato dejaría de ser válido.

Temblé cuando el extremo de la fusta recorrió cada porción de piel, e incidió en mi sexo despoblado, frotando una y otra vez el clítoris para excitarme. Estaba demasiado tensa como para lograrlo. La mano femenina tensó una de las cadenas de mis tetas y yo gemí. Eso la hizo sonreír. Me hizo que le chupara uno de sus dedos enguantados.

Lo llevó a mi coño para intentar penetrarme,  topando con mi himen. Me recordó que mantuviera las piernas separadas cuando hice amago de cerrarlas. Pidió que le trajeran una cámara, me separó bien los labios y enfocó para que todos vieran la evidencia.

Oí la complacencia del público.

Los instó a que todos pasaran por la cama y comprobaran uno a uno lo que veían. Mientras ella controlaba que nadie se sobrepasara y perdiera mi virgo.

Por mi coño pasaron dedos y lenguas. Todos querían saborearme o tocarme mientras yo me moría de la vergüenza.

La mano femenina acariciaba mi tripa para que me relajara y siguiera sin oponerme.

Mi clítoris reaccionó ante algunas de las caricias y cierta humedad fue capturada en alguna que otra lengua celebrando el logro.

Cuando terminaron de probar mi coño la mujer pidió que me pusiera a cuatro patas y repitieron la operación con mi ano.

Me habían hecho una lavativa para que estuviera bien limpia.

Los cachetes me fueron separados y probados. No hubo nadie que quisiera saltarse la prueba, al contrario. Estuvieron incluso más rato y al no haber barrera, algunos me penetraron con sus dedos hasta el fondo lanzando babas sobre mi ano.

Los ojos me lloraban. Algunos dedos eran demasiado gruesos o violentos.

Lo siguiente que tuve que hacer fue bajar de la cama y dar una vuelta a cuatro patas. Ir parando frente a los invitados y pedirles por favor que me dejaran darles la bienvenida.

Uno a uno abrieron sus túnicas y dejaron aflorar sus pollas y sus coños.

Sentía muchísimo asco. Tenía que lograr que cada uno de ellos se excitara solo usando mi boca.

La primera era una polla pequeña y morcillona que nacía bajo un vientre abultado.

Me dieron arcadas. Aun así la metí entre mis labios y me puse a succionar. Cuando salieron las primeras gotas de líquido casi vomito. Pero mi ama me sostuvo la cabeza contra la ingle y me hizo bajar a las pelotas para lamerlas.

Cuando la polla estuvo tiesa pasé a la siguiente, una mujer que abrió las piernas lista para ser comida.

Si la polla me dio asco, aquel coño velludo fue peor. Goteaba mucho y sentía repulsión. Además me tomó de la cabeza y se frotó contra mi cara como una perra.

Mi ama dejó que se corriera en mi boca, obviando que una de las reglas era que nadie se corriera. Mientras me estuvo acariciando el coño para que se lo comiera con mayor ahínco.

Aquella ronda se me hizo eterna, me dolía la lengua y la mandíbula. Además dejaron la polla más gruesa y larga para el final. Apenas podía controlar las ganas de potar cuando me acariciaba la campanilla. Solo los fustazos que estaba recibiendo entre las piernas hacían que me concentrara en otra cosa, en el dolor que sentía.

Con el coño y la garganta ardiendo fui llevada de nuevo a la plataforma  donde los invitados masculinos fueron invitados a bautizarme llenándome con sus corridas. Si caían en mi boca o en mi cara, estaba obligada a llevar el semen entre los labios y comerlo a manos de mi ama. Chupando aquellos dedos enguantados que me penetraban la boca como si se trataran de un miembro masculino.

Las corridas que cayeron sobre mi cuerpo fueron frotadas para que las absorbiera mi piel y las de mi coño y mi culo empujadas al interior de los orificios.

Mi ama me felicitó, lo único que yo sentía era asco. Tanto asco que no sabía cómo me recuperaría.

Las cadenas de mis labios vaginales y mis pezones fueron estiradas. Grité. Ella las unió a un gancho para mantenerme en tensión y se puso a darme varazos en el cuerpo mientras invitó a una de las mujeres a comerme el coño.

Entré en una especie de trance de placer y dolor, donde los gritos que emitía ya no estaba segura de su motivación.

No pararon hasta que me corrí. Hasta que aullé y supliqué pidiendo más, mucho más.

Mi ama sonriente me llamó su putita complaciente. La piel me ardía y el sexo me palpitaba.

Dio comienzo una puja, las cantidades se volvieron indecentes. El ganador o ganadora tendría el privilegio de desflorarme. Y la segunda puja más alta tomar mi culo.

Cuando la subasta se cerró miré al ganador, era un hombre de rasgos orientales. Mayor, podría haber sido mi padre.

No pidió permiso, se limitó a masturbarse y cuando estuvo listo me separó los muslos más de lo que ya los tenía y me penetró de golpe.

Grité, mucho, muy fuerte. Mientras el me embestía como un animal. Gruñía salvaje y golpeaba mis pechos tirantes, para clavar sus dedos después.

Me dolía, mucho, demasiado y los que estaban allí parecía que disfrutaban de mi dolor. Mi ama invitó a otro de los hombres a penetrar mis labios para acallar mis gritos.

La polla aprovechó uno de ellos para montarme la cara. Me ahogaba de dolor y falta de oxígeno. No sé cuánto duró, solo que se me hizo infinito hasta que las dos corridas me inundaron.

Arrancaron mis pinzas y volví a aullar.

Me dieron la vuelta mientras el ganador de la segunda puja separaba mis nalgas y se ponía a comérmelas.

Mi ama se sentó frente a mi cara y me instó a hundir mi lengua en ella.

Lo hice, comí aquel coño rasurado mientras manos venidas de todas partes me torturaban, sobaban, pellizcaban y frotaban mi clítoris para excitarme.

Mi ano fue abierto, por uno, dos, incluso tres dedos que se fueron encajando y rotando hasta tenerme lista y dispuesta.

Volvía a tener ganas de correrme. Mi ama lo estaba haciendo y sus flujos me sabían más que agradables. En cuanto noté que me corría fui penetrada hasta el fondo. Sodomizada. Y aquellas manos y bocas no dejaron de seguir estimulándome. Ni yo de adorar al coño de la mujer de la fusta.

Quería que volviera a correrse y yo también quería volver a hacerlo. Poco me importaba ya lo que hicieran conmigo, porque le estaba cogiendo el gusto.

Cuando el sol despuntó me dijeron que estaba libre, que podía irme  casa.

La puerta se abrió y la chica que creía haber matado se personó ante mí para darme la bienvenida a la hermandad.


Espero que lo hayáis disfrutado.

Miau