Follada después de la rumba
Después de una noche de copas con mis amigas, termino en una deliciosa faena de sexo en una casa ajena, con un desconocido
Hola, me llamo Maritza, y quiero contarles sobre una extraña noche de pasión que viví hace dos años y que no he vuelto a repetir…
Soy una mujer no tan alta y no tan voluptuosa, más bien podría decirse que con cuerpo de niña, pero mis amplias caderas denotan lo contrario. Tenía 35 años en ese momento, y apenas hacía unos quince días atrás había firmado mi divorcio de Gustavo, quien, aunque no me fue infiel, sí deseaba a mi hermana, cosa de lo que me enteré y que me hizo salir de casillas llegando hasta ese punto de terminar la relación. Para animarme un poco, mis amigas inventaron una salida a comer a Andrés D.C., un concurrido sitio de comida y rumba en Bogotá. La idea era pasar el mal rato y distraernos un poco. Cenamos y el ambiente se puso más fiestero, invitando a mover el cuerpo. Yo llevaba una blusa negra con espalda transparente, lo que dejaba notar la tira de mi brasier, y un jean más bien apretado que resaltaba mi cola, rematando con unas botas altas. Soy más bien tímida y no me interesa llamar la atención, pero ese día quería ser observada, y por qué no, deseada.
Salimos a la pista a bailar en grupo, y al momento se nos acercó un grupo de chicos, entre los cuales me llamó la atención uno de buena estatura, cabello negro, barba ligera, y aunque no era fornido tenía buen cuerpo. Uno a uno nos fueron abordando a mis amigas y a mí. Dijo que se llamaba Mauricio, quien empezó a bailar junto a mí y a hacerme la charla. Me resultó entretenido y decidí que podría bailar con él y conversar esa noche, algo inusual en mí, así como el hecho de querer tomar licor. Mis amigas estaban sorprendidas al ver cómo agotaba cada copa que me servían, principalmente de tequila, trago no tan suave que digamos y que lentamente se me fue subiendo a la cabeza…
Sin darnos cuenta, ya eran las 2:30 am, hora en que empiezan a cerrar los sitios de rumba; uno de los chicos que estaba con mis amigas sugirió seguir en algún lado, a lo que Erika dijo que, aunque no se podía en su casa, tenía llaves de la casa de sus papás, que estaban de viaje. Dicho esto, tomamos los respectivos transportes para llegar allá. La casa es de dos pisos, amplia, con una sala en el segundo piso en la que era propicio seguir la juerga. Pusimos música y seguimos charlando y bailando, y mientras, con el licor en la cabeza, yo miraba a Mauricio con cierto deseo de portarme mal esa noche.
Con todo el licor que había tomado, tenía la boca seca y sentía calor, por lo que quise ir por un vaso de agua a la cocina, en el primer piso. Me paré de donde estaba sentada y Mauricio al verme me dijo:
¿A dónde vas?
Voy por agua, muero de sed
Te acompaño
Me resultó atractiva la idea porque en cuestión de segundos la imaginación me llenó la cabeza de cosas… y luego me dije a mí misma “no, no, hay que comportarse…”. Mauricio se había adelantado y me dio la mano para bajar la escalera, lo cual me hizo sentir un extraño corrientazo en todo el cuerpo, sumándose a los tragos y al reprimido deseo que tenía en mi interior. Cruzamos la puerta de la cocina, que tiene un pequeño vidrio para observar hacia la misma desde el pasillo, y empecé a buscar un vaso, sin encontrar alguno a la mano. Noté que él trataba de acercarse a mí, con lo cual los pensamientos de compostura se me fueron diluyendo, sustituidos por un “¿por qué no?”. Desde allí, muchas cosas transcurrieron en cuestión de segundos. Giré y vi un botellón de agua en una mesa auxiliar, y debajo un vaso, el cual quise alcanzar. Pero en ese momento mis entrañas me pedían a gritos que aprovechara la oportunidad, y al querer alcanzar el vaso, me estiré un poco empinando la cola y recostándome ligeramente sobre la mesa.
Fue ahí cuando él aprovechó para tomarme por la espalda, recorriendo con sus manos desde mis caderas a la cintura y a los senos, buscando mi cuello con su boca. Yo me arqueé hacia atrás, disfrutando cómo me recorría con sus manos; al mismo tiempo abrí un poco mis piernas, para apoyarme mejor en el suelo y para sentir mejor su pene rozándome.
Empezó a darme besos en el borde de la boca, lo cual terminó de excitarme y a lo cual yo giré mi cabeza besándolo en la boca, sintiendo su lengua desesperada por alcanzar la mía. Con mi mano izquierda le agarraba la cabeza, y con la derecha acariciaba su cuerpo a la altura de la cadera. Luego empezó a subirme la blusa, cosa que no impedí.
Sentía su miembro bastante duro, fuerte… quería sentirlo ya adentro mío.
Sus manos recorriéndome desenfrenadas me calentaron muchísimo. Tocaba mis pezones de forma suave pero decidida; las bajó a la parte delantera de mis muslos, donde seguía acariciándome cuando, de repente me desabotonó el pantalón, sin dejar de acariciarme. Me sentía cada vez más y más húmeda, él me besaba con ansias en la nuca y el cuello.
Me bajó suavemente el pantalón, y pude notar su sorpresa al ver que yo llevaba tanga de triangulito negra. Lo supe porque dejo de besarme para observar, y mientras con la yema de sus pulgares recorría mi piel entre la tira de la tanga en la cintura, con el resto de los dedos y las manos me acariciaba firmemente las nalgas. Al tiempo, se recostó nuevamente sobre mí y me dijo: “Qué rico tu culo” mientras me volvió a besar el cuello. Esas palabras y sea sutil acción me estremecieron, soltando una leve sonrisa y diciéndole en un susurro: “Cómeme”.
Si todo lo anterior no me había indicado que mi suerte estaba echada, no sé qué más podría hacerlo.
Sentí como se desabrochaba el pantalón de manera apurada, mientras en mi entrepierna algo palpitaba intensamente, con mucho deseo.
Corrió brevemente mi tanga hacia un lado, y yo había apoyado mis manos sobre la mesa. Muy ingenuamente, ya que ellas se crisparon al sentir el momento de la penetración. Su miembro se sentía muy rico entrando, y no pude evitar gemir en ese instante. Me abría toda, ese órgano intenso me atravesaba todo el cuerpo, o así lo sentía yo. Estaba tan lubricada que no fue doloroso, al contrario, fue muy placentero, y a cada milímetro que entraba era más agradable la sensación. Tenía las piernas súper tensas, ya que de todos modos no era un acto para nada delicado. Luego, sentí su pelvis contra mis nalgas, un roce delicioso denotando lo que apenas empezaba. Empezó con las embestidas que me hacían arquearme aún más hacia atrás; mis manos necesitaban agarrar con fuerza algo urgentemente, ya que su fuerza era única y me hacía sentir algo indescriptible. Me tenía sujeta de las caderas, y me penetraba con carácter mientras me hacía jadear del ritmo que llevaba. Era sencillamente delicioso.
Llevábamos un buen rato en ese forcejeo, cuando súbitamente, perdí el control. No pude evitarlo. Entorné los ojos, mi boca abierta se preparaba para lo que sería los sonoros gemidos que apenas reflejaban las oleadas de placer que estaba sintiendo. Estaba llegando al orgasmo. Yo me agarraba el pelo con mis manos, que desbordadas no sabían dónde posarse, ni qué agarrar sin que se sintiera la furia contenida que tenían. Ese instante en que me sentí sin voluntad, solo a merced de las embestidas de su pene, me pareció muy pero muy excitante.
- Aaaaahhhhh… aaaaaahhhh…
Me dejé caer sobre la mesa, apoyando la cabeza y parte de mi tronco sobre ella mientras seguía recibiendo uno a uno los golpes de su cadera vigorosa, deseosa, que aún no había llegado a su objetivo. Y con la constante fricción que sentía que no iba a parar me calentaba todavía, no sabía por qué, si ya había llegado. Me sentía como una muñeca en una lavadora, sin ningún tipo de fuerza para oponer resistencia mientras él seguía penetrándome con la misma pasión que al inicio. Duró un buen tiempo así. Sentí que ya no aguantaría más, que todo mi cuerpo estaba decayendo en energía, y como sea estaba diciéndole “ya, ya, no más…” frase que se vio cortada por un nuevo impulso; de repente otra vez estaba sintiendo choques por todo el cuerpo, y mi jadeo nuevamente cortó las pocas palabras coherentes que estaba diciendo. En medio de eso, empecé a notar que él me empujaba con más y más fuerza, a lo cual no pude resistir más soltando nuevamente otra tanda de gemidos, golpeteando la mesa con mis puños ante tanto placer que estaba recibiendo. Y entre la furia de su pelvis y de sus manos apretándome firmemente, sentí las palpitaciones de su pene en mi interior y un gemido grave que emitió, señal que estaba eyaculando dentro de mí, que estaba teniendo su orgasmo.
Fuimos bajando el ritmo lentamente, exhaustos, mientras él me besaba en la mejilla, la boca, el cuello y todo aquel lugar donde su boca pudiera posarse. Yo estaba sumamente satisfecha, y sorprendida, ya que nunca antes había tenido dos orgasmos en una misma relación, es más, ni siquiera le permití a Gustavo cogerme de espalda y mucho menos contra una mesa. Mientras tanto, Mauricio me seguía acariciando todo el cuerpo, recostado sobre mi espalda. Nuestra respiración era fuerte, como si acabáramos de correr una maratón, y podría decirse que lo era, fue un ejercicio bastante intenso. Fue muy placentero, ya que desde hacía más de tres meses no tenía una relación sexual ni contacto íntimo con un hombre, y poder experimentar todo eso fue gratificante. Era una nueva vida.
Recobramos el aliento, separamos nuestros cuerpos y empezamos a acomodarnos cada uno su pantalón, yo mi brasier y la blusa, sonriéndonos. Al terminar, otra vez nos dimos un beso largo, pausado, y cuando finalizó él me acomodó el pelo que tenía sobre la cara, para organizarlo un poco. Tomé mucho más que el vaso de agua que había ido a buscar, ya que el ajetreo fue bastante intenso y me dejó deshidratada. Al terminar, le dije “¿Volvemos?” a lo que respondió que sí.
Todas estaban muy en la onda de fiesta, encantadas con los chicos que nos habían acompañado, por lo cual presumí que nuestra ausencia no se había notado. Excepto por una breve mirada que Ani me echó cuando pasé junto a ella, mirada que tenía esa cierta complicidad de saber que algo pasó sin saber los detalles. Y excepto por lo que Moni me contó tiempo después, cuando me confesó que en un momento en que también bajó a buscar algo de tomar, vio horrorizada desde el vidrio de la puerta de la cocina cómo él me tenía sometida a su voluntad, empujándome su miembro en mi interior mientras ella me veía semidesnuda, con mi cara desfigurada y los ojos en blanco, jadeando y resollando consistentemente…