Follada descomunal en el Talgo nocturno.

Lo agarré de la cabeza con ambas manos y froté mi rabo por su cara, deleitándome con todas y cada una de sus estúpidas expresiones. Él sonreía como un gilipollas, y yo no podía evitar pensar que era un puto enfermo mental por estar dejándose dominar de aquella manera por alguien diez años menor.

Faltaba un mes exacto para mi tan ansiado decimoctavo cumpleaños. Era veintiséis de marzo, y me encontraba en el Talgo de camino a Barcelona tras haber pasado una semana en Córdoba con un chico que conocí por Internet. Fuera hacía un frío gélido, y yo estaba escondido bajo mi abrigo de pelo, medio dormido. El tren había salido de la estación un poco más tarde de las diez y media de la noche, y en lo único que podía pensar era en la santa bronca que me iba a caer nada más poner los pies en la estación de Sants. Me fui sin permiso de mi madre, y ya me había amenazado varias veces por SMS diciendo que me iba a enterar y que esto de hacer siempre lo que me daba la gana se iba a acabar muy pronto. Madres.

Recuerdo perfectamente que a mi lado había un hombre mayor que roncaba como un cabrón. Su pelo era grisáceo y gran parte de su polar negro Decathlon estaba repleto de copitos diminutos de caspa. Realmente asqueroso. Existen muchos tratamientos contra la caspa y la dermatitis seborreica, pero a la gente le importa un bledo la higiene personal y prefiere ir por la vida hecha una cerda. Sus extraños ronquidos me estaban volviendo loco, aunque afortunadamente Renfe nos dio unos auriculares a todos los pasajeros que yo aproveché para poner en mi MP3, ya que mis cascos se habían quedado olvidados en casa de aquel chico junto a un par de calzoncillos.

Justo delante de mí se sentaba un hombre que debía rozar la mitad de la treintena; moreno y apuesto, con el pelo cuidadosamente engominado hacia atrás y el rostro ligeramente enrojecido e hinchado, algo que indicaba que probablemente se había afeitado pocas horas antes de coger el tren. Siempre he sido una persona muy observadora, y disfruto tratando de conectar cada pequeño detalle que encuentro. Me resultó curioso, porque entre sus pertenencias, las cuales estaban en el compartimiento de arriba, había una pequeña maleta y encima un traje debidamente guardado en su funda. Tenía que estar de viaje de negocios, pero probablemente no tenía el dinero suficiente como para hospedarse en un hotel. De ser así no habría salido afeitado y peinado de casa... No tenía ningún sentido, y menos viéndolo vestido con aquel chándal de running. La verdad es que enseguida despertó una gran curiosidad (y excitación) en mí, pero tampoco me veía con la suficiente confianza como para entablar una conversación con él. El asiento restante permaneció libre durante todo el trayecto.

Debajo del abrigo se estaba demasiado bien, así que sin darme cuenta acabé quedándome dormido durante unos cuarenta o cincuenta minutos, todo gracias a la voz de Russian Red y su maravillosa No Past Land.

Cuando abrí los ojos lo primero que noté fue una gran molestia debido a las putas lentillas. ¿Quién cojones me mandaría viajar con aquello puesto? Con lo cómodas que son las gafas... Pero ya sabes cómo son algunos adolescentes, ¿verdad? Odian tener que llevarlas durante todo el día, así que usan lentillas para no verse tan feos. Algunos incluso van por la vida sin ver tres en un burro. El caso es que me sorprendió ver que el señor del asiento contiguo al mío ya no estaba, así que alcé la mirada para comprobar si sus pertenencias seguían ahí, pero solamente quedaban las de aquel curioso ejecutivo, quien además parecía estar muy atento a la pantalla de su Motorola v3. Por su expresión hubiese jurado que estaba cabreado, o por lo menos en ligero desacuerdo con alguien. Suspiré aliviado y aproveché para acomodarme un poco mejor, estirando las piernas.

Estuve unos minutos intercambiando SMS con mi amigo de Córdoba y después me puse en pie con la intención de ir a la cafetería y pedir un café. Necesitaba con urgencia entrar en calor. No es que estuviera muerto de frío, pero el hecho de ver cómo afuera llovía a cántaros acabó influyendo un poco en mí. Casi sin darme cuenta me quedé mirando por una ventana durante un buen rato, aunque ni siquiera fui capaz de ver con exactitud en qué pueblo estábamos. El caso es que todavía quedaban muchas horas de trayecto por delante, y sentía que si no intercambiaba un par de palabras con alguien me iba a morir del asco.

Una vez hube atravesado los tres o cuatro vagones que me separaban de la cafetería me sorprendí un poco al ver que sólo había un par más de personas, quienes charlaban animadamente al final de la barra. Me senté en uno de aquellos taburetes blancos y curioseé un poco la carta antes de que una chica viniera a preguntarme qué iba a tomar.

—Dime, guapo.

La miré y sonreí por mera inercia, algo bastante raro en mí, ya que no acostumbro a hacerlo ni por cortesía. Se la veía bastante cansada, y no era para menos. Aun así admiré su esfuerzo por mostrarse amable con los pasajeros. En caso de haber estado en su piel seguramente yo estaría con cara de mala hostia y respondería borde a todo el mundo. No puedo evitarlo.

¿Qué hora era ya? Por lo menos la una de la mañana.

—Ponme un café con leche, porfa. Templada. Con dos de azúcar.

De pronto escuché una voz desconocida. Fue como una aparición fantasmal que me puso los vellos de punta.

—Que sean dos. Pero sin azúcar.

Lentamente desvié la mirada hacia mi espalda para encontrarme con mi extraño compañero de viaje, quien también me miró con el ceño ligeramente fruncido. Lo ignoré y me quedé ahí sentado, apoyando los codos sobre la barra. Mentiría si dijera que no me puse un poco nervioso, aunque realmente ni siquiera tenía una razón lógica para estarlo. No era tan raro que ese hombre quisiera tomarse un maldito café, sobre todo después de haberlo visto tan disgustado unos minutos antes.

De pronto, y sin venir a cuento, se dirigió a mí:

— ¿Tú ya tienes edad para beber café? A ver si luego no vas a poder dormir. Todavía quedan muchas horas antes de llegar, y es tarde. Deberías descansar.

La pregunta me pareció completamente fuera de lugar, y su actitud paternal me provocó ganas de pegarle un escupitajo en aquella cabeza tan bien peinada. Lo miré con el rostro impasible y sonreí de manera forzada, intentando no parecer desagradable. Los nervios se habían esfumado en un abrir y cerrar de ojos. Me puse hostil.

—El mes que viene cumplo los dieciocho. De todos modos llevo años tomando café por las noches. Para poder estudiar y esas cosas.

Quería quedarme callado y no decir nada más, pero al final me ganaron las ganas y maticé.

— Preocúpate cuando me veas matar a alguien, pero por un café. Es ridículo.

Lo primero que pensé fue que me respondería con algún tipo de grosería, algo que probablemente yo mismo habría hecho en su lugar si un puto crío de diecisiete años me hubiese hablado con aquellos aires. Pero se rió, y por ende yo también lo hice. Me relajé de inmediato. Eché la cabeza hacia atrás y froté mis hombros con fuerza. Tal vez no era tan gilipollas como aparentaba.

—Pues fíjate que te ponía algunos años menos. Quince, tal vez.

Era gilipollas.

—    Qué gracioso. Aunque suelen decírmelo… Siempre he aparentado menos edad de la que tengo. Me cuido mucho, ¿sabes? Ni fumo ni bebo, y eso para un adolescente es todo un logro. Digamos que mi única droga es esto — dije señalando aquella taza de café que la camarera acababa de dejar frente a mí. Se lo agradecí en voz baja y soplé para evitar quemarme la lengua. Habría sido lo único que me faltaría para acabar de tener un viaje de mierda.

Cuando él también tuvo su café —sin azúcar— optó por sentarse a mi lado. Lo miré de reojo y pude apreciar aún más de cerca sus facciones tan varoniles. Tal vez no tenía la edad que le había puesto en un principio. Su piel parecía bastante tersa, y tampoco daba la impresión de que le creciese una gran cantidad de vello facial, aunque seguía en mis trece de que se había afeitado hacía escasas horas. Tal vez treinta años recién cumplidos. Menos imposible.

Tras dar el primer sorbo a su café se dignó a responderme:

—Me pasa lo mismo. El invierno pasado cumplí los veintiséis.

Por poco no me atraganto con el puto café. Muchos de mis amigos rondaban su misma edad, así que de pronto me sentí mucho más cómodo con él, sobre todo por las pintas que traía. Tenía mucha curiosidad por saber a qué se dedicaba, pero ni siquiera tuve que hacérmelo venir bien para preguntárselo, ya que decidió contármelo por sí mismo. Parecía ansioso por hablar con alguien, y yo no iba a ser quien lo detuviera. También necesitaba charlar.

—Tengo una entrevista de trabajo en Barcelona. En la zona alta —comentó antes de dar un sorbo a su café. Por su expresión pude notar de inmediato que se arrepentía de no haber pedido azúcar —. Estudié derecho y no hace demasiado que me he graduado. Ya soy abogado.

—    Ah, pues… Felicidades. La verdad es que ya me he imaginado algo así cuando he visto tu traje. Es raro, porque ya vas peinado y… ¿Perfumado?

Era curioso, porque hasta el momento no me había dado cuenta de ese pequeño detalle —tal vez no era tan buen detective como creía—. Olía a algo que conocía de sobras. ¿Viktor & Rolf? Estaba seguro de que era el Antidote. No hacía demasiado que se había puesto a la venta, y conocía a más de un amigo que lo usaba con frecuencia. Él asintió con lo que parecía un amago de sonrisa y pude notar cómo se sonrojaba. ¿Podía ser que fuese tímido? Sin duda tienen toda la razón al decir que las apariencias engañan.

—Hombre, es un poco incómodo viajar con un traje, y más durante tantísimas horas — dijo antes de hacer una pausa para llamar la atención de la camarera y así pedirle un sobre de azúcar. ¿A quién coño quería impresionar? Puse los ojos en blanco —. Cuando quede media hora para llegar me pondré el traje y listo. Así no se arrugará.

Me miró como diciendo «Soy muy inteligente. Tengo soluciones para todo». Y realmente las tenía. Seguro que de haber estado en su lugar a mí no se me hubiese ocurrido algo así y habría ido con el traje puesto durante las diez horas que duraba el trayecto. A veces me las daba de listo, pero era más tonto que una puta mierda.

Estuvimos hablando de cosas banales durante unos minutos —como de música, ya que resultó que ambos teníamos gustos bastante parecidos. A él también le gustaban Russian Red y MGMT, algo bastante curioso por aquel entonces—, hasta que ambos terminamos nuestros respectivos cafés. Pudo haber pasado perfectamente más de una hora. Ni siquiera me acordé de mi mochila ni de mi tan preciado abrigo Carhartt, aquel que me había comprado durante las pasadas rebajas de enero y que me daba una pinta terrible de skater. Sabía que seguían en mi asiento, y confiaba en que nadie tocaría nada.

El tren hizo una pequeña parada y yo aproveché para averiguar dónde coño estábamos exactamente: Albacete. No escuché bajar a nadie, y la estación estaba prácticamente vacía. A lo mejor subieron un par de personas, pero ni las vi y mucho menos las escuché. Lo que sí que vi fue a ese hombre —quien por cierto se llamaba Marcos, un nombre que siempre me ha gustado mucho — mirándome de una manera que me puso los vellos de punta por segunda vez en la noche. En ese momento no supe identificar exactamente qué era lo que me transmitía su mirada. ¿Ganas de golpearme? ¿De follarme? Me estaba pegando un repaso increíble, y yo no sabía cómo cojones reaccionar. ¿Debía mirarlo de la misma manera? Sería patético, y probablemente se reiría de mí. Intenté no hacer coincidir mi mirada con la suya y durante unos largos segundos me observé a mí mismo a través de una de aquellas enormes y oscuras ventanas.

Y por primera vez en muchos días lo que vi me gustó.

Mi rostro era la viva imagen de todo el cansancio que había acumulado durante aquella larga semana, pero aun así no me resultó feo. Mi pelo castaño yacía ligeramente alborotado por culpa de haber tenido el abrigo por encima durante tanto rato, y mi piel seguía tan pálida y atópica como de costumbre. Era impresionante que con aquel clima de mierda no tuviera ni una sola rojez. Lo nunca visto.

De pronto me emparanoié y pensé en cómo me veía yo a mí mismo y en lo que los demás veían —y percibían— cuando me miraban. Era horrible, porque solían alabar todas aquellas pequeñas cosas que yo detestaba con todo mi ser. Seguramente Marcos debió pensar que yo era alguien muy directo y extrovertido; seguro de sí mismo, cuando realmente siempre he sido todo lo contrario. Aunque me esfuerzo en ocultarlo.

No aguanté mucho tiempo más y acabé girándome hacia él. Entonces puso una de sus grandes y venosas manos sobre mi muslo derecho y lo acarició de arriba abajo muy despacio. No sabría decirte cómo de profunda había sido nuestra charla, pero estaba clarísimo que habíamos conectado y que debíamos hacerlo de muchas otras maneras más. Con su otra mano me acarició la cabeza como si fuera un perro y justo antes de levantarse me susurró al oído:

—Voy al baño. ¿Te vienes?

Joder que si iba. Me faltó tiempo para seguirlo.

Pagamos nuestras consumiciones —los cafés y un par de bollitos que pedimos más tarde— y fuimos hacia el baño, cosa que jamás hubiese hecho en caso de no haber conocido a Marcos y haber estado meándome en el asiento. Podría haberme aguantándome durante diez horas, y es que odio los lavabos públicos con toda mi alma, pero aquella ocasión fue especial. ¿Cómo iba a desaprovecharla? Mi polla estaba medio despierta por culpa de aquel veinteañero —más cerca de los treinta que de los veinte— salido, y estaba dispuesto a dejarme llevar hasta el final. No debía explicaciones a nadie, y una oportunidad así no se me presentaba todos los días. ¿Por qué no disfrutarla?

Pusimos el pestillo e inmediatamente después de asegurarnos que estaba bien cerrado comenzamos a besarnos y a tocarnos por todas partes. Primero fueron los brazos, luego la cintura, y finalmente el culo. Marcos lo tenía deliciosamente duro y firme, algo que me obligó a mantener las manos en la masa durante unos largos minutos, tomándome el descaro de sobarlo y acariciarlo por todas partes.

Con un cierto temor inicial le separé las nalgas y metí la diestra bajo sus calzoncillos para poder acariciar con un dedo su caliente agujero, el cual parecía más que dispuesto a dejarse hacer por mí. Estaba cada vez más cachondo, y no podía evitar frotarme contra sus anchos muslos mientras él jadeaba en mi oído, susurrando un sinfín de cosas obscenas que tenía pensado hacer conmigo y que obviamente no pasé por alto. Besé sus labios con ansia y apreté su hoyo hasta lograr introducir el dedo casi hasta el final. Soltó un pequeño gemido que no supe interpretar con exactitud si era de placer o de dolor. Tal vez fueran ambos.

Lamí toda la saliva que se escurría de entre sus comisuras y lo volví a besar. Su lengua corría más de lo que corría mi mente, y cuando quise darme cuenta ya se había deshecho de mi sudadera y de la apretada camiseta de tirantes que llevaba debajo. Ahora ambas estaban en el suelo. Un suelo mojado de agua y restos de orina, pero que en ese momento me importó una mierda. Podría haber tirado al váter todas mis pertenencias y yo seguiría cachondo como un hijo de puta, deseando dar un paso más allá con él.

De pronto se agachó y yo me relamí por mera inercia, sabiendo de sobras qué sería lo que vendría a continuación. Y dicho y hecho. Me desabrochó los pantalones en un abrir y cerrar de ojos y liberó mi polla de aquel horrible cautiverio, tomándose su tiempo para observarla y acariciarla —incluso olerla—, dejando un par de húmedos besos sobre la cabeza todavía cubierta por el prepucio. Me masturbó asquerosamente despacio mientras me chupaba los huevos con ganas, y yo no pude hacer más que embestir su mano. Primero fue uno y después el otro. Los ensalivó por completo y luego los apretó con todas sus fuerzas, lo cual provocó que mi rabo acabase alcanzando el máximo vigor. ¿Cuánto tiempo hacía que no me sentía tan cachondo en un lugar público? Seguramente desde que tenía doce años y me pajeaba en los cubículos del vestuario de la piscina municipal, mientras el resto de compañeros se cambiaba en los banquillos.

—Chúpamela ya, cabrón… Vamos.

Ni siquiera esperé a que me contestara. Lo agarré de la cabeza con ambas manos y comencé a frotar mi rabo por toda su cara, deleitándome con todas y cada una de sus estúpidas expresiones. Marcos sonreía como un gilipollas, y yo no podía evitar pensar que era un puto enfermo mental por estar dejándose dominar de aquella manera por alguien diez años menor. Pero todo aquello era demasiado excitante, y su cara de chupapollas me indicaba que probablemente se dejaría hacer cualquier cosa por mí. Y no estaba equivocado.

Lo más gracioso de todo era que yo jamás había sido activo con nadie, aunque no lo veía como algo desagradable o que no quisiese probar. Simplemente no me habían dado la oportunidad de follarme un culo hasta ese momento, pero lo iba a aprovechar como todo un campeón.

Metí dos dedos en su cavidad bucal y los moví a mis anchas, dejando que aquel hombre los chupase de arriba abajo con total devoción mientras yo me encargaba de agarrarlo de aquel engominado cabello que se había peinado con tanto esmero. Mentiría si dijese que no lo hice adrede para joderlo, pero en aquel momento sentía unas ganas terribles de despeinarlo. Quería que se sintiese como la zorra que me sentía yo cada vez que alguno de los tíos que conocía por Internet me follaba el culo. Y sabía que aquello le gustaba. También era lo que él quería, y me lo dejaba muy claro al no oponer ningún tipo de resistencia ante mis actos.

Le metí una hostia y escupí contra su lengua. No le di tiempo de reaccionar, ya que enseguida penetré su boca de una sola vez, provocando que mis huevos quedasen prácticamente pegados a su tan pronunciado mentón. No perdió el tiempo y comenzó a mamar mientras yo movía las caderas por pura inercia, tratando de llegar cada vez más al fondo de su garganta. Al principio temí estar siendo más brusco de lo normal, pero cuando comprendí que probablemente Marcos estuviera disfrutando incluso más que yo no pude reprimir las ganas y le tapé la nariz con los dedos, provocando que tras unos segundos abriese la boca lo más que pudo para tratar de respirar.

Una gran cantidad de saliva se escurría por sus comisuras sin ningún tipo de control. Quería respirar a como dé lugar, pero al mismo tiempo notaba que odiaba estar separado de mi polla y por ende la engullía una vez más, a sabiendas de que volvería a taparle la nariz para joderlo. Era divertido jugar con él, y a él le encantaba que lo hiciera. Tras unos minutos lo liberé de cualquier agarre y me limité a mantenerme apoyado en la pared con las piernas separadas, dejando que el abogado chupase como un cerdo mientras me miraba a los ojos, buscando algún tipo de aprobación que yo no quise darle en ningún momento. Así seguro que pondría más empeño en lo que estaba haciendo, aunque me parecía imposible que pudiese mamar mejor. Estaba en la gloria.

De pronto se apartó y se secó el sudor de la frente con el antebrazo, respirando de forma agitada mientras yo miraba mi propia polla, totalmente húmeda y palpitante por culpa de todas las atenciones recibidas. Había hecho un buen trabajo con ella, aunque ambos sabíamos que aquello no había sido más que el principio. Entonces me dejé caer hacia abajo hasta terminar sentado en el suelo, bastante más alejado de donde habían ido a parar mis prendas. Notaba el pulso más acelerado de lo normal, y de repente recordé que estábamos en un tren. Era un puto milagro que nadie hubiese querido entrar durante aquellos veinte o veinticinco minutos que llevábamos encerrados. Y era mejor que siguiera siendo así, porque yo no tenía intención de parar para que alguien echase el chorro. No sería por vagones con baño.

Cuando miré a Marcos me lo encontré follándose a sí mismo con un par de dedos, probablemente preparándose para recibir mi polla. Se había cansado de tenerla en la boca de arriba y ahora quería gozarla en la de abajo. Sonreí y me masturbé, disfrutando de aquel show que tan amablemente me estaba ofreciendo, aunque todavía no se había quitado ni una sola prenda de ropa.

Pareció escuchar mis pensamientos y procedió a quitarse la parte de arriba del chándal. Me resultó imposible no apreciar sus perfectamente esculpidos abdominales. Se notaba a leguas que tenía una genética maravillosa, pero aquello también era fruto de mucho entrenamiento en el gimnasio. En comparación con él yo era un puto crío delgado y nada fibrado, pero al abogado parecía importarle una mierda, y por ende yo tampoco quise darle una importancia que no merecía.

Sus pezones estaban duros como canicas, y tuve la tentación de acercarme para morderlos, aunque finalmente decidí dejarlo para más tarde. Se bajó los pantalones junto a los calzoncillos y pude apreciar aquel trozo de carne que me hizo abrir la boca como un gilipollas. Menuda polla gastaba el hijo de la gran puta. Si me llega a decir que tiene antepasados africanos me lo hubiese creído como un tonto.

—Sabía que era grande, pero no pensaba que lo sería tanto…

Me relamí, acercándome a gatas para dejar un beso justo sobre el glande. Sonreí y bajé con el filo de la lengua por todo el tronco, atreviéndome a dejar algún que otro mordisco del cual no se quejó.

— ¿Te gusta? — preguntó al verme disfrutar tanto de su inesperada entrepierna

Pude intuir un deje de nerviosismo en sus palabras, aunque me resultó de lo más normal en esa situación. Sonreí y le dije que sí, volviendo a chupar el glande como si fuese un Chupa Chups de fresa. Mi favorito.

Pero de pronto lo vi hacer algo que me dejó totalmente descolocado, aunque al mismo tiempo me arrancó una estúpida sonrisa. Pulsó el botón del dispensador de jabón y se llevó una buena parte de aquel líquido rojizo y gelatinoso al ojete, usándolo como lubricante mientras yo me masturbaba cada vez más deprisa, sin dejar de chupar su pollón de arriba abajo con tal ansia que cualquiera hubiera dicho que me lo iban a quitar de un momento a otro. Se le escaparon un par de gemidos, y aproveché para clavar la punta de la sinhueso en su uretra hasta que expulsó una pequeña cantidad de líquido preseminal que me supo a gloria bendita.

Entonces la sacó de mi boca y simplemente se agachó hasta tomar asiento sobre mi polla.

Notar como su agujero de carne se tragaba todo mi rabo de una sola vez fue una de las experiencias más increíbles que recuerdo haber vivido a esa edad. Parecía no tener fondo, y yo estaba prácticamente inmóvil, acariciando sus voluptuosos muslos mientras él subía y bajaba con prisa, autofollándose con mi polla como un desesperado. Apreté sus costados y trate de relajarme, aunque ahora era él quien llevaba las riendas de la situación, y por mucho que le suplicase que no fuera tan rápido decidió hacer caso omiso y mantener el ritmo durante unos largos minutos. Ni siquiera sé cómo fui capaz de aguantar sin sufrir una explosión de lefa.

Clavé mis uñas en su rasurado abdomen —se notaba mucho que usaba maquinilla para recortarse el vello de todo el cuerpo— y comencé a jadear. Me animé a intensificar el ritmo de las penetraciones, y aquello pareció gustarle, ya que enseguida me besó y yo no dudé en corresponderle. Su sonrisa seguía ahí, imborrable, y yo me mataba por hacer que no desapareciera. Por primera vez en mi vida alguien parecía estar satisfecho con lo que estaba haciendo por él, y se lo agradecí en silencio.

—Dios, cómo follas, hijo de puta… — me dijo mientras yo separaba más las piernas para tomar impulso y así llegar a destrozar su próstata.

—Vas a llegar a Barna bien relajado… Te va a ir la reunión de lujo.

Aproveché mi postura para agarrar sus pectorales y masajearlos. Clavé mis cortas uñas en los oscuros pezones y los apreté hasta que se endurecieron por completo bajo mis dedos. Primero chupé uno y después el otro, aunque con este último me atreví incluso a lamerlo y a morderlo, algo que llevaba un buen rato con ganas de hacer. El sabor de su piel era extremadamente salado, posiblemente por culpa de aquella cantidad inhumana de sudor que brotaba de sus poros, aunque eso no logró detenerme. Los chupé y succioné como si fuesen a darme leche de un momento a otro, y te juro que en mi mente llegué incluso a tragarla y a degustarla como si fuese real.

Me motivé tanto con las embestidas que incluso me asusté, pensando que probablemente me correría, pero me quedé quieto y simplemente aguanté las ganas hasta lograr vencerlas. Me negaba en rotundo a terminar con aquello que tanto me estaba gustando, y mi nuevo amigo tampoco parecía querer que parase. Su ojete era un túnel estrecho y sin fondo.

De pronto se levantó con torpeza —por poco se abre la cabeza contra la pared, algo que me hizo soltar una carcajada— y decidió aferrarse a una de las agarraderas cercanas al lavabo. Con la mano libre se separó bien las nalgas para dejarme ver lo rojo y magullado que tenía el ojete, y yo no perdí el tiempo y me levanté, acercándome a él hasta encajar de nuevo mi polla en su interior. Jadeé en uno de sus oídos y tiré de su lóbulo hacia abajo con fuerza, mordisqueándolo mientras me entretenía metiendo y sacando la polla por completo. Era desesperante para ambos, pero también me divertía ver cómo frotaba el culo por todo mi rabo para intentar ‘cazarlo’.

—Métela, por favor… No juegues ahora… —suplicó varias veces—. Si no me corro voy a explotar.

El que iba a explotar iba a ser yo, ya que mi polla parecía tener todo el semen acumulado en la punta, pero la hija de puta no lo soltaba ni queriendo.

Abofeteé sus nalgas con rabia hasta dejarlas rojas, y sin previo lo penetré hasta el fondo con tres dedos.

— ¡Dios! ¡Hijo de puta! Así… Así sí, joder… Vamos, vamos…

Si hubiese habido alguien escuchando detrás de la puerta te juro que habría oído aquel grito tan grave del abogado alto y claro. Ahora ya no nos privábamos de gemir a viva voz, y es que tampoco era tan raro que dos personas se diesen el lote en los lavabos de un tren o de un avión. Era algo que pasaba siempre, y seguro que nadie se hubiese sorprendido al enterarse.

Mis dedos entraban y salían con fuerza, provocando un ruido sumamente lascivo y excitante en todo el cubículo. Cada vez que los metía hasta el fondo trataba de golpear su próstata con el del medio, y alguna que otra vez lo lograba, ya que Marcos se ponía mucho más inquieto y se agarraba la polla para masturbarse, pidiéndome que no los sacara por nada del mundo. Era divertido y hubiese estado jugando con él durante mucho más rato, pero yo también tengo un aguante, y en ese momento supe que había llegado a mi límite. Necesitaba correrme.

Los saqué y me agaché para lamer su hoyo, el cual palpitaba en busca de más marcha. Parecía no tener suficiente con todo lo que le estaba haciendo, ya que una vez hube metido la lengua hasta el fondo no dudó en contraerlo, dejándola atrapada entre sus rugosas paredes. Me aferré a sus nalgas como un heterosexual a un par de pechos y la moví en círculos, tratando de ensalivar todo su interior para que se relajara. Desde aquella posición pude oler a la perfección toda aquella mezcla de fluidos, algo que a otro tío tal vez le hubiese dado asco, pero a mí me puso más caliente que el palo de un churrero. Me masturbé con rabia, como si quisiera obligar a mi polla a expulsar todo el semen que sabía que estaba a punto de escupir.

—Me corro… ¡Si no paras me corro…! — Jadeó Marcos—. Dios, Dios…

Se dio la vuelta y por ende me aparté, dejando que se incorporase hasta quedar totalmente de pie frente a mí. Alcé la cabeza para mirarlo, pero cuando quise darme cuenta de lo que estaba pasando recibí una gran descarga de leche que me obligó a cerrar los ojos. Aquel hijo de puta había eyaculado sobre mi cara sin previo aviso y yo para colmo lo había disfrutado. Si es que no se puede ser tan cerdo. Tanto mi pelo como mis mejillas estaban llenos de aquel espeso y caliente líquido blanco que no dudé en tomar con mis dedos. La corrida recién ordeñada siempre ha sido una de mis comidas favoritas, y debo decir que aquellos bollitos de la cafetería me habían dejado con hambre. Afortunadamente ahora ya me sentía totalmente lleno. Como tenía que ser.

El puto abogado seguía pajeándose la polla mientras pequeñas gotas de semen caían directamente sobre mi lengua, que no dudaba en tragarlo tras haberlo degustado previamente. Yo también me masturbaba, y unos minutos después acabé corriéndome sobre aquel asqueroso y frío suelo. Por la cabeza se me pasó la brillante idea de imaginar cuántas personas habrían hecho lo mismo que nosotros ahí dentro, y la sola imagen de verme a mí mismo sentado sobre las miles de descargas de otros tíos me provocó un asco infinito.

—Tío, ha estado genial… Te has quedado bien a gusto —dije por lo bajo, mientras me observaba en el pequeño espejo que había frente al lavabo—.

Marcos se limpió con prisa y sonrió, asintiendo mientras volvía a vestirse con aquel chándal que tan buen culo le hacía.

—En mi puta vida había disfrutado tanto de un viaje tan largo —dijo—. Y le di toda la razón.

Cuando ambos nos hubimos vestido y medio aseado volvimos a nuestros respectivos asientos. Los pasajeros que se sentaban cerca de nosotros estaban todos dormidos, menos un par de niños que jugaban a la Game Boy con cara de sueño.

Me senté frente a Marcos y coloqué mis piernas sobre sus muslos. Cerré los ojos y nos quedamos en aquella postura hasta pasadas unas horas. Noté como él se levantó un par de veces, probablemente para ir a mear. Finalmente llegamos a nuestro destino, y él ya estaba completamente vestido con su traje. Estaba asquerosamente guapo, y hubiese pagado dinero por follármelo con aquellas pintas.

Bajé del tren y me despedí de él. Intercambiamos nuestros números de teléfono, pero jamás volvimos a vernos, aunque es cierto que hablamos en varias ocasiones. La reunión le fue bien y acabó mudándose a Barcelona, pero no sé qué estará haciendo a día de hoy. A veces me acuerdo de su culo y me entran ganas de pasearme por todos los bufetes de abogados de la ciudad para encontrármelo.

Recibí un SMS de mi madre que me avisaba de que llegaría un poco tarde por culpa del taxi. La misma historia de siempre. Tomé asiento en un banco y de pronto un hombre negro, alto y corpulento se acercó a mí:

—Te doy veinte euros si me la chupas en los baños.

Si me daba prisa podía terminar antes de que llegase el taxi.