Follábamos poco (II) - Leo
Un nuevo personaje entra en la historia y resulta tener mucho que ver con Merche...
Recuerdo que, cuando empecé a chatear en salas de sexo, lo hacía siguiendo el mismo patrón que utilizan la mayoría de los tíos. Sin embargo, no tardé mucho en darme cuenta de que, para triunfar en esos sitios, había que ser de todo menos un animal sexual. Poco a poco fui cambiando el chip y, en mis conversaciones por el general, empecé a mostrarme como un tío inteligente, irónico y con un gran sentido del humor. Y, así, poco a poco conseguí entablar amistad con alguna de las mujeres reales que existían en las salas que solía frecuentar.
De la mano de mis nuevas amigas fui descubriendo los mejores rincones sexuales de la red. Foros de fotos y videos amateur, comunidades clandestinas que funcionaban casi como ciber comunas hippies... En apenas un año tenía el doble de ciber amigas de las que había tenido a lo largo de toda mi vida y, a la gran mayoría, ya había tenido oportunidad de verlas desnudas. Bien en foto o bien en alguna de mis sesiones de cibersexo con ellas.
El ciberespacio me absorbió por completo. Desde que me levantaba hasta que me acostaba estaba delante del ordenador. Al principio me daba remordimiento de conciencia porque tenía la sensación de que estaba perdiendo el tiempo y me estaba volviendo un enfermo del sexo pero, sin embargo, la suerte se sentó un día a mi lado y convirtió en provechosas todas aquellas horas que pasaba delante de la pantalla.
Todo ocurrió cuando conocí a Ana. Después de dos semanas de charlas por el general, por fin aceptó que habláramos por privado y hasta accedió a darme su dirección de Messenger. Cuando cogimos confianza y saltamos a los juegos sexuales me propuso algo que nunca antes había hecho pero que, por lo que veo, se me da bastante bien. A ella le gustaba protagonizar ciber historias, relatos, y acostumbraba a darme el pie para que yo me inventara una mientras que ella la disfrutaba masturbándose delante del ordenador con la webcam encendida para mí.
-Deberías plantearte muy seriamente vivir de tus relatos –me dijo en cierta ocasión-. Tienes una imaginación desbordante y sabes cómo excitar utilizando tan solo las palabras.
Ana se convirtió en mi musa. Aparte de ser ella quien encontró el portal en el que me pagan por colgar mis relatos, su imaginación era la que daba alas a la mía para poder escribirlos. Todos los días montábamos una historia nueva y, aunque no la terminara porque ella solía correrse antes, me la dejaba anotada para terminarla en cuanto fuera posible para colgarla también.
Pero Ana, aunque fuera especial y posiblemente la mejor, solo era una más de mis amigas. También estaban Eva, Lucía, Lola, Jimena, Elvira… Incluso Conchi, una mujer casada de mi misma ciudad que, cada vez que su marido se iba de viaje, se venía a casa a follar conmigo.
Era el tío más feliz del mundo. Me pasaba el día en pelotas en mi apartamento de lujo, fumando hierba, disfrutando del sexo virtual y viviendo de mi depravada imaginación. Pensaba que las cosas no podrían irme mejor y, entonces, el destino me deparó otra grata sorpresa.
Un día me abrió un privado un tío que utilizaba por Nick el de “casado_inmoral” y, aunque de primeras pensé en no responderle porque no sabía cuáles podían ser sus intenciones, lo cierto es que supo elegir perfectamente sus primeras palabras para captar toda mi atención.
-Hola! Te abro este privado porque he visto que somos de la misma ciudad y me excita el morbo de enseñarte fotos de mi mujer. Igual la conoces y nunca la habías visto como en las fotos que me apetece enseñarte…
Todos los tíos somos iguales. Hay pocas cosas que nos exciten más que exhibir a nuestras mujeres. ¡Incluso compartirlas! Evidentemente respondí a su sugerencia y comenzamos a charlar. Me pareció un tío prudente, se lo parecí yo también a él y nos agregamos al Messenger en donde continuamos charlando y empezamos a compartir fotos.
Comenzó enviándome un par de fotos en las que, a su esposa, no se le veía la cara. En una estaba desnuda, de espaldas, con las manos apoyadas por encima de la cabeza contra la pared y el culo en pompa. ¡Aquella mujer era una pedazo de jaca! ¡Qué maravilla de caderas! ¡Qué culo! Aparte, por el costado, se le veía el contorno del pecho y, por lo que se veía, también iba a tener un buen par de tetas. En la siguiente foto, su esposa estaba sentada sobre sus piernas encima de la cama, con un camisón negro de tirantas que se había dejado caer para enseñar las tetas y con la cabeza mirando hacia abajo viendo como, con una mano, se acariciaba un pezón y, con la otra, se tocaba el clítoris por debajo del tanga.
-¡Tu mujer es una diosa! Te felicito…
Le envié un par de fotos de mi ex de una noche que le hice una sesión en casa en lencería. En ambas, de frente y envuelta en transparencias, utilizaba un antifaz con el que se cubría la zona de los ojos. En una foto estaba recostada sobre mi cama con una pierna cayendo sobre la otra de manera que ocultaba su rajita y con los pezones disimulados entre un delicado encaje. En la otra, de rodillas encima del sofá, posaba simpática y riendo cogiéndose el pelo con las manos por detrás de las orejas.
-¿La conoces? –le pregunté.
-Todavía no he llegado a la cara jejejeje... Ahora te digo.
-Trabaja en Sugar –una conocida tienda de por aquí-. Te lo digo porque, después de que tu curiosidad te lleve un día a ir a verla, sus fotos tendrán otro significado mucho más morboso y excitante. Y me apetece compartir esa excitación que producen contigo... ¿Y yo? ¿Podría cruzarme con tu mujer en alguna parte para disfrutar de esa misma sensación con sus fotos?
-Me temo que no. Tenía una tienda con una amiga y la están cerrando. Ahora van a trabajar desde la casa de la amiga. Así que no hay donde encontrarla salvo que te diga donde vive la amiga. Cosa que, entenderás, no debo hacer. Pero no te preocupes que, en cuatro días, habrás visto tantas fotos y te habré contado tantas cosas de ella que te parecerá que la conoces de toda la vida.
Nos caímos bien y comenzamos a charlar a diario. Solía conectarse a primera hora de la tarde y pasaba algo así como cinco horas delante del ordenador. Tenía razón, en cuatro días ya me resultaba familiar aquella pedazo de mujer y conocía sus más profundas intimidades. ‘Casado’ me había puesto al día de todo, incluso de la forma de pensar y de sentir de su mujer. Podía recrearla en mi imaginación con total objetividad y, por esa razón, me excitaban tanto sus fotos como para que terminaran siendo las únicas y mis preferidas para masturbarme.
-Me encantaría follarme a tu mujer.
-Y a mí que lo hicieras y poder verlo
Estaba obsesionado con su esposa. Aquella mujer aparecía en fotos satisfaciendo todas mis fantasías y me ponía como una moto viéndolas, tanto que llegué a imprimir una a tamaño real y me la colgué como un poster en mi dormitorio para hacerme con ella la primera paja del día.
Y, un día, me pareció verla en el apartamento de mi vecina del edificio de enfrente…
Fueron unas milésimas de segundo. Mi vecina, a la que, como buen tío, detecté con mi radar conforme se instaló en su apartamento, acababa de entrar a su salón y parecía venir con alguien. Se acercó a su ventanal y, cuando empezó a cerrar la cortina, me pareció ver que, quien estaba con ella, era la mujer de ‘casado_inmoral’. Me había dicho que trabajaba en el piso de una amiga pero iba a ser demasiada casualidad que, su amiga, viviera justo en el mismo sitio que yo. En las torres de Ximénez.
Aquella tarde y la del día siguiente las pasé súper excitado de imaginarme que, la tía del apartamento de enfrente, era la esposa de ‘Casado’. No tenía la certeza porque no había vuelto a verle la cara y porque seguía sin saber sin esa era la casa de su amiga pero, de verdad, la mujer que me había parecido ver era ella de todas, todas.
Necesitaba saber dónde vivía la amiga. Y no ya por ir a espiarla sino, simplemente, por confirmar que eran las mujeres de enfrente. La primera tarde ‘casado_inmoral’ se mostró reacio a darme una pista de dónde podía vivir la amiga de su mujer así que, la segunda, tuve que pasar a la artillería pesada para tratar de convencerle. Se me ocurrió la idea de proponerle la posibilidad de verme follándome a una amiga a cambio de que me diera pistas y, aunque os confieso que me costó lo más grande, al final conseguí convencerle. Quedamos en que, cuando nos viera, se volvería más flexible y, porque me parecía buen tío, confié en su palabra.
Al día siguiente Ana vino a casa. Le había contado la historia de ‘casado_inmoral’ y se animó a participar.
-Si su mujer es la de enfrente –me dijo-, quiero aparecer en el pedazo de relato que debes escribir sobre esta historia. No me lo perdería por nada del mundo.
Fue una de las mejores tardes de todas las que he tenido. Ana se masturbó viendo las fotos de la mujer de ‘casado_inmoral’ mientras que éste la veía hacerlo por webcam. También hubo tiempo para la charla y, obviamente, para que Ana y yo echáramos un buen polvo. Fue una tarde tan divertida que hasta ‘casado’ estuvo guiándome como director artístico para que yo le hiciera a Ana una sesión de fotos.
Y, cuando ‘casado’ por fin confirmó que la amiga de su mujer vivía en las torres, mi mente empezó a imaginar tantas cosas que le eché a Ana uno de los polvos más salvajes que hemos pegado jamás.
-Está ahí enfrente –pensaba-. Al otro lado de esas cortinas.
No le había dicho nada a ‘Casado’ y, en un primer momento, me pareció prudente no decirle nada. Evidentemente ya era tarde para que se echara atrás en lo de pasarme fotos de su mujer, tenía más de un centenar de ellas y a cada cual más excitante, pero me caía bien y preferí ir tratando el tema con suavidad no fuera que dejáramos de chatear.
Y, al día siguiente, me llevé la sorpresa de mi vida. Imaginaros la situación…
Como cada tarde, estoy charlando con ‘casado’. El sigue enviándome fotos de su mujer y yo estoy pasándole las que le hice ayer a Ana cuando nos vio por la webcam y, en el apartamento de la vecina, veo que se asoma alguien que no es la vecina sino que resulta que va a ser la mujer de ‘Casado’. Levanto el brazo y la saludo con la esperanza de que me lo devuelva y así tenga oportunidad de poder verla mejor y lo hace. ¡Y resulta que, efectivamente, es ella!
¡¡Súper palote!!
Había dejado de ser una imagen en dos dimensiones para convertirse en una mujer de carne y hueso que, aunque estuviera vestida, estaba ahí al lado. La protagonista de las fotos de mi obsesión acababa de cobrar vida. No os podéis hacer una idea de lo que, en ese momento, me excitaba estar viendo sus fotos más íntimas y, además, estar hablando con su marido que, encima, no tenía ni idea de lo que estaba pasando. Ni ella tampoco…
Durante un rato, la charla con ‘casado’ fue casi un monólogo por mi parte en el que le contaba lo que habría disfrutado si hubiese sido yo quien le había sacado aquellas fotos a su esposa.
-¿Pero es que tu mujer ya no te pone? –le pregunté.
-¡Claro que me pone! ¡Está buenísima! –contestó convencido de lo que decía-. El único pero de nuestra vida sexual es la rutina. Verla en pijama de franela todas las noches termina por quitarme las ganas. Y como, por más que se lo propongo, no se anima a tomar la iniciativa y sorprenderme, pues tenemos la pésima vida sexual que tenemos…
-¿Y por qué no pruebas a sorprenderla tú? Igual espera que lo hagas…
-Porque no tengo ganas. Mira… Cuando estamos metidos en faena y la veo desnuda me pongo como una moto y siempre terminamos echando un polvazo. Pero no tengo ánimo para arrancar, para tomar la iniciativa. Estoy depre y he perdido el apetito. Si ella lo necesita más y sabe que, tomando ella la iniciativa y con un poco de imaginación, voy a estar receptivo y la cosa va a funcionar, que lo haga. Sabe que de mi no va a salir, y no miento cuando te digo que quiero recuperar mi apetito cuanto antes porque sé que se lo estoy haciendo pasar mal, pero tiene que entenderme y hacer ella esto por los dos. La quiero, la deseo y no le niego el sexo. Pero necesito que, de momento, sea ella quien me lo saque. Sabe que, con el pijama de franela, no lo va a conseguir. No le pido que me organice una orgía pero sí al menos que no empiece con el pijama.
Estaba terminando de leer sus palabras cuando vi abrirse las cortinas del apartamento en el que estaba la esposa de ‘casado’. Y cuál fue mi sorpresa cuando, al terminar de abrirse, me la encontré sentada dándome la espalda y completamente desnuda.
-¡Joder, joder, joder, joder!
Se me quedó la mirada fija en aquella espalda y en aquel culo expuesto espectacularmente sobre una pelota de goma, de esas que son buenas para la espalda porque te mantienen bien sentado, en la que estaba sentada. ¡Qué maravilla de curvas! ¡Qué alta era! Viéndola en las fotos me lo había parecido y ‘casado’ me había dicho su estatura, metro setenta y ocho, pero no fue hasta verla bien vista, sentada en la pelota, hasta cuando me hice una idea de lo realmente alta que era.
Volví a mirar al ordenador. Al otro lado de la pantalla ‘Casado’ debía estar esperando que siguiéramos con la charla.
-No te preocupes que seguro que termina por sorprenderte. Tengo la sensación de que tu mujer es una caja de sorpresas…
-Pues eso es. Que hemos hecho cosas que se salen de lo habitual y que, aunque hace mucho que no las hemos repetido, se que podríamos volver a hacerlas porque sé que le gustan. ¡¿Qué le costará volver a sacar a la loba que recogen todas estas fotos?!
-Si supieras lo que está haciendo tu mujer ahora mismo –pensé.
La vi levantarse con el rabillo del ojo y, de inmediato, me giré para verla bien. De pie y desnuda junto al cristal aquella mujer era la personificación de mi ideal de bestia sexual. Y, con todo lo que sabía de ella, era evidente que estaba observando a mi particular diosa del sexo. Tenía los ojos abiertos como platos y, cuando cruzó su mirada con la mía, la saludé con una leve inclinación de cabeza y un movimiento acompañado del brazo, como una pequeña reverencia, sonriendo con toda la naturalidad y educación que me permitía mi excitación.
-¡Estás tremenda! –pensaba -¡Ay! Si tú quisieras y yo me dejara…
No podía quitarle el ojo de encima. Cruzó el salón por delante de la cristalera y, al llegar casi a la esquina, se dio la vuelta para dejarse caer en el sofá y, entonces, dejé de verla. Aún así mi mirada seguía fija en el sofá. El respaldo la tapaba por completo pero daba igual. En mi imaginación, podía verla perfectamente tumbada y desnuda.
Rápidamente busqué en la carpeta de sus fotos una en la que estuviera tumbada y desnuda, que había unas cuantas, y, al verla, no pude evitar empezar a acariciarme los huevos mientras que miraba hacia aquel sofá imaginando las mil y una cosas excitantes qué podría estar haciendo en esos momentos.
-¿Estás ahí? –el tono de aviso del MSN me recordaba que tenía una charla con ‘casado’.
-Sí, perdona. No te vas a creer lo que me acaba de pasar –empecé a teclear-. Tengo a la vecina de enfrente tirada en su sofá desnuda y, seguramente, masturbándose.
-¿Puedo verlo?
Me quedé bloqueado momentáneamente mirando por la ventana al sofá de la vecina. ¡Era la esposa de ‘casado’! No supe qué hacer. Sopesé rápidamente las opciones y, tras tener en cuenta que solo se veía el sofá y que, si su mujer se levantara, tenía la sensación de que ‘casado’ no la reconocería por la distancia entre nuestras casas y la calidad de imagen de la webcam, me pareció morboso lo de encenderla.
Y, justo después de tomar la decisión pero antes de girarme hacia el portátil, la mujer de ‘casado’ dejó caer su pierna derecha por encima del sofá y, por la forma de estirar los pies y los dedos, supe que aquello no era casualidad. Que su mujer estaba jugando conmigo. Y, que ‘casado’ lo viera, me pareció mucho más excitante todavía.
Iniciamos una videollamada y me levanté de mi sofá para acercarme al cristal. Ya no me acariciaba los huevos si no que, por el contrario, había comenzado a sobarme el rabo con la punta de los dedos mientras miraba atentamente al sofá de la vecina.
-¿Dónde se supone que está? –escuché sonar en los altavoces de mi ordenador.
-¿Qué tal ves el sofá? –le pregunté girándome hacia el portátil y levantando un poco la voz –Está ahí tumbada. ¿Ves la pierna?
-Sí, creo que sí. Sobre el sofá… Puedo imaginarla. ¿Cómo ha sido? ¿Está buena?
-Se ha paseado desnuda por delante de la cristalera saludándome y, luego, se ha tirado en el sofá. Y, sí, ¡Está buenísima! ¿Te imaginas que fuera tu mujer?
-Lo mismo que sé que no lo haría ni loca también te digo que, si lo hiciera, me encantaría. Y si, encima, se estuviera exhibiendo para que la vieras tú, con lo bien que me has caído, me gustaría más todavía.
-Pues imaginemos entonces que es ella…
Aquella situación era tan surrealista que estaba cachondísimo perdido. Estaba espiando a la mujer de ‘casado’ con el consentimiento de ambos y sin que ninguno supiera nada del otro. Aquella mujer, además, ya me producía de por sí una especial atracción por las cosas que os conté antes. ¡Es mi diosa del sexo!
Empecé a hacerme una paja pegado a la cristalera mientras disfrutaba del calentón que tenía en aquel momento y, entonces, ella se levantó del sofá y volvió a cruzarse por delante de su ventanal para ir hacia su mesa. Instintivamente me solté el rabo. Fue un acto reflejo tan inútil como estúpido. Esa mujer estaba coqueteando conmigo, se le notaba. De no ser así, no se habría recreado tanto en mirarme y sonreírme mientras se paseaba desnuda delante de mis narices. Así que no le habría sorprendido nada si me hubiera visto masturbándome. No hacía más que incitarme a que lo hiciera.
-¿La has visto? –le pregunté a ‘Casado’.
-La he visto pasar pero no con detalle. De lo que sí que he podido darme cuenta es que parece alta y que tiene el pelo largo y oscuro.
-¡Y que es una bomba de relojería!
La veía de pie, desde su costado izquierdo. Estaba echada hacia adelante, parecía estar escribiendo sobre la mesa. Las curvas de aquella mujer eran impresionantes. Exageradas pero justo hasta ese punto en que manifiestan que hay carne pero no que hay lorzas. Caderas amplias, culo grande, vientre casi tripa pero sin llegar a serlo y con pechos generosos y bastante firmes. No podía verle la cara porque la melena se la tapaba y, tras recorrerla de abajo a arriba con la mirada, volví a hacer lo mismo pero de arriba hacia abajo. No me cansaba de mirar ese cuerpo, no me cansaría nunca de acariciar esas curvas.
Y, entonces, se volvió a acercar a su cristalera y me pegó un folio en el que había escrito en grande su dirección de correo electrónico.
La memoricé de inmediato y regresé al sofá. Estaba claro que esto aún no había terminado y que, ahora, había llegado el momento de conocerse. No quería que fuera una más, una como Jimena o como Elvira. Ni siquiera tenía intención de hacer de ella una Conchi que viniera a casa a follar cuando no quisiera estar con su marido. ¡Para nada! Esta mujer era especial, era una mujer a la que tenía verdadero interés en conocer.
-Tío! Me acaba de dar su dirección de correo y tiene toda la pinta de estar esperando que la agregue… ¿Te importa si seguimos otro día?
-No, no pasa nada. Hablamos en otro rato… Ciao!
No me sentí culpable por lo que acababa de hacer. Le había dado puerta a ‘Casado’ para conocer a su mujer pero lo hacía sin mala intención. Vale que estuviera cachondísimo y que la situación fuera surrealista pero, por otro lado, sabía que mis intenciones eran buenas y que, desde el primer momento, quería respetar a aquella mujer. Ya habría tiempo de volverse loco si se daba el caso.
Tras cerrar la ventana de conversación con ‘casado’, agregué a su esposa. Su icono me aparecía como desconectado y, como me pareció extraño, la busqué con la mirada a ver qué estaba haciendo.
Y su manera de sonreírme para pedir disculpas porque su ordenador era lento me derritió…
Finalmente escuché como mi ordenador me indicaba que un contacto de Messenger había iniciado sesión y, de inmediato, me abrió una ventana solicitando una videollamada.
-¡Buenas tardes! –dije tras comprobar que las cámaras estaban funcionando- Encantado de verte, o de volver a verte, y, sobre todo, de poder conocerte. Soy Leo, un placer.
Enseguida me di cuenta de que no tenía costumbre de chatear con desconocidos. Lo mismo que su marido había preferido ocultar su identidad en todo momento bajo su Nick y no me quiso decir el nombre de su esposa, ella, por el contrario, tardó muy poco en presentarse como Merche. A continuación empezó a darme explicaciones sobre lo que había hecho, casi como si me estuviera pidiendo disculpas por hacerlo, y la calmé. Estaba tan nerviosa que se trababa y le pedí que se callara un segundito y que respirara hondo.
-No tengas vergüenza –le dije conforme la vi que comenzaba a inspirar-. Hasta donde yo sé, eres una mujer adulta que ha jugado con la picardía pero que no ha hecho nada de lo que tenga que avergonzarse ni por lo que darme explicaciones. En todo caso, tendría que dártelas yo por haber estado espiándote. Así que tranquila, que estamos aquí porque a los dos nos apetece estar, estamos solos, sin nadie que nos observe y, además, estoy de tu parte. Cuéntame lo que quieras.
Merche me contó la misma historia que me había contado ‘Casado’, que me enteré que se llama Oscar. Me contó que a su marido le encantaría follar, bueno ella dijo ‘tener sexo’, con ella situaciones en las que pudieran ser vistos y que, aunque al principio se había negado en rotundo, el hecho de verme a mí desnudo como si tal cosa y que me diera igual que me vieran le había hecho hacerse muchísimas preguntas. Preguntas que, al final, la habían llevado a dónde la habían llevado; A estar desnuda hablando con un desconocido que podía verla tanto por una webcam como por una enormísima cristalera.
Me conquistó su sinceridad y su capacidad de sacrificio. Oscar no sabía la joya que tenía por esposa. Merche había terminado coqueteando conmigo porque era necesario superar ese tabú para satisfacerle. Me contó que, después de la experiencia, había aprendido algunas cosas y que era bastante probable que se atreviera a repetir pero ya junto a su marido.
Y, mientras bromeábamos sobre las cosas que aún podría probar a hacer para decidir si le gustaban o no, fuimos calentando sin darnos cuenta la conversación hasta que terminó por pasar lo que tenía que pasar.
Se levantó y plantó la pelota en medio del salón y se volvió a sentar en ella de frente a mi ventanal con las piernas cruzadas y recostada contra la parte de atrás del respaldo del sofá. Extendió los brazos a lo largo del respaldo, echó la cabeza hacia delante para que su melena cayera sobre sus hombros y me miró.
-Estás espiando a tu vecina la exhibicionista –me dijo-. Cuéntame lo que ves.
Empecé llamándola diosa y describiendo el aspecto sensual de su cuerpo. Sus maravillosas curvas y el efecto hipnótico que me causaban. Mientras le iba hablando, empezó a acariciarse. Comenzó bordeándose las aureolas y siguió bajando por su vientre para, finalmente, llevar las manos más allá del ombligo en busca de su tesoro.
Cuando se abrió de piernas y le vi el coño me empezó a doler el rabo de lo duro que se me había puesto. Totalmente depilada, sus delicados labios rosados brillaban envueltos en sus flujos vaginales y me mostraban una oquedad preciosa que estaba coronada por un clítoris de película. Comenzó a acariciarlo rítmicamente con la yema de uno de sus dedos y, al compás de aquel hipnótico ritmo, empecé a meneármela vencido por el deseo de gozar de los placeres sexuales con ella.
Merche me ofreció el mejor espectáculo que haya gozado en muchísimo tiempo. Tenía los pies sobre el suelo y, al mover las caderas por los espasmos de placer, hacía rodar la pelota sobre la que estaba sentada de manera que lo mismo me exponía el coño hasta casi caerse de la pelota que sacaba el culo y lo escondía tras la goma. Y, como además tenía un brazo en jarra apoyado en la cadera, parecía que estaba en un rodeo en el que el premio, lejos de consistir en aguantar el máximo tiempo posible sobre el caballo, consistía en llevarse el mejor de los orgasmos.
Y, por como la escuchaba gemir desde los altavoces de mi ordenador, aquel iba a ser espectacular…
A pesar de que me la estaba machacando a base de bien, me daba envidia de ver el pedazo de paja que se estaba pegando Merche. Se lo estaba pasando mejor que yo. Y, cuando me di cuenta de que ella lo estaba gozando exhibiéndose para mí, fue cuando llegó mi momento y me corrí como pocas veces me había corrido antes.
Seguía machacándomela mientras eyaculaba, no podía parar de hacerlo solo por el placer que me producía ver que Merche estaba gozando como una posesa. Sus gemidos sonaban con retardo en mis altavoces y, cuando escuché el grito final, hacia unas decimas de segundo que, en vivo, la había visto correrse. Esos jadeos sonaban a gloria, tanto que me volví a correr de escucharla. Me habría encantado poder estar de rodillas en ese momento delante de la pelota para lamer sus flujos, rozar su sexo con mi lengua. Mi diosa acababa de ofrecerme una experiencia insuperable por la que me temblaban hasta las piernas.
-¿Te ha gustado? –me preguntó.
-Me gustará siempre –contesté-. ¿Te ha gustado a ti?
Le encantó. Me dijo que la experiencia la había puesto más cachonda que nunca y que, tras correrse, se había librado definitivamente del tabú del exhibicionismo y que tenía claro que, ahora que no le suponía un problema, no dudaría en pensar cómo sorprender a Oscar con una escenita exhibicionista. Luego quiso saber qué me había parecido realmente y empezamos a rememorar los mejores momentos que había tenido la tarde. Y así estuvimos hasta que, cerca de las ocho y media, nos despedimos.
Al día siguiente Oscar se conectó antes de que su mujer llegara a casa de la amiga. Como imaginaba, no dudó en preguntarme cómo me había ido con la vecina y se lo conté con pelos y señales. Luego llegó Merche a la casa y, después de saludarme por la ventana, volvió a abrirme una ventana de Messenger cuando su ordenador arrancó.
No volvió a desnudarse ni a masturbarse. Ni para que la viera por la ventana ni tampoco por la webcam. Por el contrario, charlábamos animadamente con ella mientras que, en otra ventana, también lo hacía con su marido.
Mientras que él me contaba que, después de dejar de hablar conmigo, había estado curioseando por internet y había encontrado a una tía espectacular que se exhibía por webcam y con la que se había matado a pajas, su mujer me decía por otro lado lo mucho que le había excitado mucho masturbarse para mí. Estaba claro que, después de haber dormido juntos, ninguno sospechaba nada acerca de la vida oculta de su pareja.
Sigo manteniendo el contacto con ellos. Oscar sigue enviándome fotos de Merche y ella sigue contándome cómo está llevando su liberación. Esta noche van a cenar en casa de la amiga, mi vecina, así que echaré las persianas para que Oscar no me vea pero estaré pendiente. Me ha dicho Merche que tiene pensado hacerle algo especial a su marido. Hoy me toca espiar…