Folla, que algo queda (1)

El estilo, los movimientos de quien folla contigo, se aprenden.

Folla, que algo queda – Parte 1

1 – El recibimiento

Al abrirse la puerta de mi casa, unos ojos brillantes y una sonrisa maravillosa extendió sus brazos y se abrazó a mí aferrado como un remache metálico.

¡Mi papá! ¡Ya está aquí mi papá!

Sí, Alex, bonito – le dije – y te traigo un regalo desde muy lejos.

Mi regalo eres tú – me dijo -; no puedo estar tantos días sin ti.

Salieron todos al poco tiempo y hubo abrazos y besos de tantos colores, que cerré la puerta.

Daniel no entendía lo que yo intentaba explicarle (le ocultaba muchas cosas), pero sabía que yo tenía que volver a Matacabras a hablar con aquel personaje que me entregó el maletín.

¿Un día más sin ti, cariño? – me dijo - ¡No sabes lo largo que se me ha hecho todo este tiempo!

No sólo te lo agradezco a ti – le aclaré -; ya has visto cómo me han recibido todos. Ahora sólo queda un día. Mañana temprano saldré para la aldea. Tú te llevas a los chicos al club; que pasen todo el día en las piscinas. Al atardecer o por la noche estaré de vuelta. Ya se habrá acabado todo este lío y tanto tú como yo sabremos qué hacer. Llama a Lino de mi parte y le dices que continuaremos normalmente con las galas. Te quiero, lo sabes, y yo sé que vas a aguantar un poco más. Cuida de Alex; es nuestro niño.

Sinceramente, cariño – me dijo Daniel desilusionado -, sabes que no puedo vivir sin ti y me parece que te estás metiendo en un rollo que no nos va a dejar ser felices. Quiero a Alex tanto como tú; estoy seguro de eso. Vamos a tocar y a cantar; vamos a compartir nuestras vidas como siempre. Tenemos que trabajar

Olvidas – le dije con misterio – que tienes debajo de tu culo un millón de euros extra. ¡Disfrutémoslo todos!

Me sonrió y jugamos luego con los niños y los regalos nuevos, cenamos tarde y nos fuimos a la cama. Daniel necesitaba mis caricias, sentirme agarrado a él como una garrapata. Follamos muy despacio y gozando de cada movimiento hasta que nos quedamos dormidos en un abrazo.

2 – De vuelta al misterio

Comenzaba a detestar el viaje hasta el molino. Cada vez se me hacía más largo, así que decidí llevarme alguna cosa para comer y beber y puse música que me hiciese el camino más ameno. Me fui directamente al pueblo a buscar a Ernesto, entré en el bar y encontré a su padre tras la barra fregando vasos y hablando con un hombre.

¡Amigo! – exclamó -, cada vez le veo por aquí más a menudo y me alegra. Tome lo que desee. A esto invito yo.

Gracias, señor – le dije -, tomaré ya una cerveza. Hace mucho calor.

Así es – respondió -, le pondré una cerveza muy fresquita ¿Va a comer hoy aquí?

Pues verá… - no sabía que decirle -, supongo que almorzaré. Y, además, me gustaría hablar un poco con su hijo, si es posible.

Ernesto está arriba, amigo – me dijo -, tome el vaso si quiere y suba por las escaleras; ya las conoce. Llame en la primera puerta del pasillo; le hará ilusión verle.

Subí despacio aunque hubiera saltado los escalones de tres en tres. Llamé a la puerta, me abrió y, sin decir nada, tiró de mi camiseta, cerró la puerta con la llave y nos besamos durante un buen rato.

¡Amor mío! – me dijo -, pensaba que nunca más ibas a volver. Sé que traer al molino lo que te has llevado es muy difícil. No pensaba volver a verte.

Sí, Ernesto – le dije entonces -, sí vas a volver a verme.

¿Vas a traer a ese niño y a dejarlo ahí? – preguntó feliz -. Después de dejar las cosas en su sitio estarás a salvo; estaremos a salvo. Huye conmigo.

No puedo huir contigo, Ernesto – le miré con tristeza -; tengo una vida hecha y unos compromisos

Me besó para taparme la boca.

Ven – me tomó de la mano -, ahora ya es el momento de aclararte algunas cosas.

Nos sentamos en dos sillas cercanas a una ventana y puso sus manos sobre mis piernas.

Te extrañaría la clave que te dejé – me dijo -. El papel no había quien lo entendiese y nunca se ve tanto dinero junto ¿no? Pues basta con que lo tengas en casa. Esa es la clave, pero esperaba que ya hubieses ido al molino

Ernesto, bonito – le interrumpí -, el texto estaba en griego y señalaba a una tienda de libros antiguos.

Creo que sí – dijo sin darle importancia -, pero lo importante para mí es que te tengo. Ese niño, supongo, sabe buscar a hombres jóvenes de mucho parecido.

No sé lo que quieres decir – le miré acariciando su mejilla -; yo sé que me quiere y me lo demuestra; no sé por qué.

Déjame que te explique algo importante, Tony – habló con seriedad -, es importante. Alexander era un hombre como tú. Cuando digo como tú no me refiero a la edad y al carácter solamente, sino al aspecto físico. Eres muy parecido a él. Se casó con esa mujer, Matilde, por conveniencia. A ella le vino muy bien; sabía que era un hombre muy rico de Grecia. Pensaba que iba a heredarlo, pero la voluntad de ese hombre era dejarlo todo a ese niño.

¿Eso cómo lo sabes? – exclamé -. ¡Llevo muchos días buscando explicaciones! Incluso he ido a Atenas a buscar esa tienda.

¿Qué dices? – se asustó -. Eso no era necesario. Yo mismo podría decirte cosas. Eso no es más que una clave.

Creo que te equivocas, Ernesto – bajé la vista -; Alexander escribió un libro en 1933. Debería ser ya una persona rica y adulta. Sabía que aquí estaba ese niño, que no se llama Alex, sino Juan Oliva. En 1933, Alex ya tenía doce años.

¿Me estas diciendo que Alexander…? – miró por la ventana - ¡Dios mío! Puedo asegurarte que Alexander venía a verme casi todos los días. Era un hombre como tú; muy parecido a ti. ¡Era de tu edad! Le importaba un carajo doña Matilde; sólo amaba a su hijo Alex. Pienso ahora que doña Matilde tuvo algo que ver con su muerte. Pensaría la muy desgraciada que iba a quedarse con el dinero

¿Se lo dio al pequeño? – le pregunté con intriga -; saber esto es importante.

No. Al pequeño no le importa el dinero – contestó -; ni la ropa siquiera. El pequeño quería a su padre. Yo creo que ha encontrado en ti a su padre; eres igual que Alexander. Pero Alexander era mi amante. Yo soy su heredero. De todo.

Me dejó impresionado y me retiré un poco de él.

¿Me has dado a mí el dinero de Alexander? – le pregunté asustado -.

No, cariño, no – me dijo -; te he dado un maletín de él, con su nombre formando una clave y con un millón de euros ¿No lo has abierto? Pues eso no es nada más que una pequeña parte de lo que me dejó. He pensado que podríamos compartir todo ¡Ven, te lo enseñaré!

¡Espera, Ernesto! – lo agarré por el brazo -, no me interesa el dinero; me interesas tú, pero no puedo huir contigo y dejar mi vida.

Pues a mí me interesas tú – dijo -, así que ya veremos cómo solucionamos esto. Ese niño ha encontrado a su padre; a un hombre igual que Alexander y no va a dejarte, pero si te lo llevas del molino

Lo sé – le dije -, he leído todo sobre eso: Pero no sabía que eras el amante de Alexander.

Cuando te vi – me miró sonriente – me pregunté como un tonto: ¿Habrá vuelto?

Me empujó suavemente hasta la cama y me quitó la ropa despacio. Me echó allí y se puso sobre mí a hacer los mismos movimientos que me había hecho Alex muchas veces.

Eres mi Alexander – dijo -; deja a ese niño ahí o tendrás que venirte a vivir para siempre al molino. Déjalo ahí por mucho que te duela y vente conmigo.

Se sentó sobre mí exactamente igual que Alex y dejó caer su cuerpo lentamente mientras yo iba penetrando en él sintiendo lo mismo que sentía con el pequeño.

Me asustas, Ernesto – le dije -; yo no soy Alexander.

Comenzó a moverse sin decir nada hasta que mi polla entró entera dentro de él y nos movimos en un balanceo acompasado. Se dobló hacia mí y comenzó a besarme con dulzura. Estaba sintiendo lo mismo que con Alex. No pude aguantar el placer, le tomé por el culo y lo apreté contra mí hasta derramar hasta la última gota de mi leche dentro de él.

¿Ves? – dijo sonriéndome -, cuando follas con Alexander, algo se te queda dentro de ti.

3 – Dinero y canela

El dinero no tiene importancia – dijo Ernesto vistiéndose - ¿Qué más da un millón que diez o cien?

¿Sabes, Ernesto? – le dije sonriendo en recuerdos y mirando al techo -, alguien me dijo en Atenas que el dinero podía estar oliendo a canela. Pensé que lo tenía Alex.

¿A canela? – se volvió gritando en ese instante - ¿Quién te ha dicho eso?

Me lo dijo un joven filólogo de Atenas – le aclaré -. Pensó que el dinero se habría quemado en la casa o estaba guardado en un sitio oliendo a canela.

¡Hijo de puta! – dio un puñetazo en la pared - ¿Cómo sabía eso? Traes el coche ¿verdad?

No he venido andando, Ernesto – le dije -, pero no he ido antes al molino.

¿Dónde está ese niño? – preguntó casi agresivo - ¿Está en tu casa?

Sí – le dije asustado -; bueno, supongo que estará pasando el día en la piscina con Daniel.

¡Vamos! ¡Vístete! – me pareció que cogía una pistola y una linterna del armario - ¡Llévame al molino ahora mismo!

Abrimos la verja de entrada al camino y pasamos con sigilo. Al llegar al lugar de la antigua aldea le noté nervioso:

¡Sube! – dijo -, sube al molino despacio y para cerca.

Llegamos a la explanada y dejé el coche junto a la puerta. No puedo decir que me agradase la visita, pero suponía que Ernesto sabía lo que hacía. Entramos en el molino sin mucha dificultad y le seguí mientras se dirigía seguro hacia el dormitorio. La cama estaba movida y la trampilla abierta. Me tomó de la mano y me besó antes de comenzar a bajar. Cuando llegamos abajo, dobló sin descanso hacia la izquierda y se acercó al pequeño dormitorio de Alex. Alumbró de un lado a otro con la linterna, se acercó a la cama y se agachó:

¡Dinero con olor a canela!

Tiró de la funda del colchón y, viendo que no podía moverlo, sacó unas llaves y rasgó la funda repetidas veces. Por el hueco que iba abriendo salían cientos de billetes de euro.

¡Vamos! – dijo angustiado -, retiremos el colchón. No hay tiempo que perder.

No podía con tanto peso, pero fuimos arrastrándolo por el suelo y por las escaleras, salió él primero y miró con cuidado de que no hubiese nadie.

¡Abre el coche! – me gritó -. Tenemos que llevarnos esto como sea.

Abrí el coche y abatí los asientos traseros. Con mucha dificultad, arrastramos el colchón hasta allí y lo subimos. Retiramos los billetes que habían quedado sueltos por el suelo, nos montamos en el coche y me dijo que nos fuésemos inmediatamente de allí.

Cuando llegamos al pueblo, me hizo pasar por una calle trasera, paralela a la carretera, hasta un almacén. Abrió luego una puerta de metal pintada de verde y entramos en un trastero bastante grande, interior y lleno de cajas. Nos pusimos en el centro de la sala con el colchón y me señaló alrededor:

Todas, Tony; todas esas cajas están llenas de dinero. Dentro del colchón hay otro tanto ¡Cientos de millones de euros!