Flores

Una florista que se las trae... y una historia que continúa aún más rara...

Salí del trabajo más tarde de lo habitual. Eran las ocho de la noche y al parar en el semáforo antes de cruzar la autopista, una niña muy bonita estaba vendiendo rosas. Quise comprarle un ramo a mi mujer, pero al pagarle con un billete de 100, me dijo que no tenía cambio. Me estaba yendo sin comprar nada cuando de pronto me fijé que casi no me quedaba combustible, así que tuve una idea. A cincuenta metros había una estación de servicio, así que le dije a la chica que caminara hasta allí, que yo llenaba el tanque del auto y con el cambio le compraba las rosas.

Así lo hicimos y cuando estaba pagándole el ramo, me dice: "espero que no sean para tu novia ni para tu esposa".

No entendí bien al principio, y le pregunté qué quería decir con eso. Me respondió, mirándome fijamente, que esperaba que no estuviera comprometido con nadie. Le confesé que era casado y me lanzó un gesto de desilusión. Sonreí ante la frescura de la niña y le pregunté cuántos años tenía, a lo que respondió 18. La miré bien. Tenía un físico espectacular, pero su rostro no aparentaba 18 años, sino mucho menos.

Tengo 31 años, y aún con 18 y siendo legal cojerla, le dije que era muy joven para mí, con ánimo de ofenderla y que no siguiera provocándome.

Se rió a carcajadas y me dijo: ¡yo no soy joven para nadie, podría enseñarte tantas cosas!

Me reí también, pero me monté al auto y me fui de allí. Llegué a casa y le di las flores a mi esposa, que como siempre, me miró con cara de "qué habrás hecho esta vez como para que me traigas flores".

Nunca entendí por qué cuando uno les lleva flores pueden pensar que está tratando de lavar culpas por algo. Pero así son muchas mujeres, sobre todo las casadas desde hace tanto tiempo, y diez años es casi una vida para la gente de nuestra edad.

Al día siguiente, paré en la misma estación de servicio a comprar cigarrillos. La niña de las flores corrió los cincuenta metros desde su parada y vino a saludarme y ver si quería comprar de nuevo.

Le dije que no, que dos veces seguidas iban a hacerle pensar a mi mujer que andaba en algo raro y no quería ponerla de mal humor a través de regalos inocentes.

Me miró, se dio vuelta para marcharse y de pronto me encaró nuevamente: "Podríamos darle un verdadero motivo para que te acuse".

No estoy acostumbrado a estas cosas. No soy un tipo buen mozo al punto de que las mujeres se me anden regalando. Siempre me costó mi buen trabajo convencer a las que me quería llevar a la cama, y casi siempre tuve poco éxito. Esto era un regalo del cielo. Una niña joven, linda, con un cuerpo espectacular y encima de todo… ¡regalada!

Era bastante temprano y le propuse ira un hotel. La niña sonrió y me dijo que antes tenía que vender las flores. Le pregunté cuanto costaba el lote y le pagué todos los ramos que llevaba. Ella se rió de este gesto y me dijo: "ahora sí soy una puta… me acabas de pagar para que me acueste con vos…"

Sonreí, pero pensé que tenía razón. Acababa de pagarle a una mujer por sexo, aunque ella lo hubiera sugerido antes y sin negociación monetaria. Sacudí la cabeza y espanté estos pensamientos. "Vamos", le dije.

Al entrar en la habitación de hotel, cierto salvajismo se apoderó de mí. Prácticamente le arranqué la ropa y la tiré de un empujón sobre la cama. Me quité a su vez mis prendas y me zambullí entre sus piernas, lamiendo y chupando con fruición su concha joven y fresca, rodeada de un suave y oscuro vello.

Me sorprendió un poco encontrarla húmeda y caliente tan pronto… y me dediqué a comerle la concha con locura hasta que la escuché gritar y gemir como posesa.

Siempre me gustó lamer… el sexo oral siempre fue mi perdición y si me dan a elegir entre chupar una concha durante horas o clavarle la verga a una mujer en cualquier agujero, elijo la primera opción.

Luego del primer orgasmo, ella me miró con los ojos brillantes y tomándome de la cabeza me obligó a separarme de su cuerpo. Se sentó en la cama y comenzó a pasar sus manos por todo su cuerpo, destacando con suaves movimientos sus tetas perfectas, sus caderas amplias, sus nalgas firmes… abrió las piernas de par en par y con sus dedos separó los labios vaginales y me dijo: "Cojeme. Ahora. Fuerte."

Esas tres palabras solamente me hicieron perder la cabeza, y aunque hubiera querido seguir chupando al menos un rato más, la di vuelta en la cama, poniéndola boca abajo, y recostándome sobre ella le metí con furia mi pija dura y caliente hasta el fondo mismo de su concha mojada.

Ella gemía y gozaba mientras yo endurecía y aceleraba el ritmo de mis estocadas. De pronto puso su mano cerca de su boca, y separando dos dedos comenzó a lamer con la punta de la lengua el espacio entre ellos. Daba la sensación de que estuviera chupando una concha y se lo dije, mientras sentía que la leche inundaba mis huevos y que no sería capaz de aguantar mucho más

Ella paró un segundo de lamer y me dijo que sí, que eso estaba fantaseando, que le encantaría lamer una concha mientras yo la cojía así

Esto fue más fuerte que yo, y descargué un río de semen en su interior, lo que provocó una ola de calor en su cuerpo que terminó en un orgasmo increíble, con ella apretando su culo contra mí, revoleándolo de un lado a otro, apretando su concha para sentir mejor la dureza de mi verga que la estaba llenando, al tiempo que chupaba y lamía esa concha imaginaria entre sus dedos.

Esa tarde lo hicimos dos veces más, ya más relajados y sin tanto apuro. Ella me entregó su culo para que lo penetrara y una vez que hube acabado adentro hizo algo que me enloqueció. Me recostó boca arriba y se sentó en mi boca pidiéndome: "Chupalo todo… tragate la leche que me diste…"

Una vez lo hube hecho, me besó con la lengua, saboreando el gusto de semen en mi boca, mezclado con el sabor de sus propios jugos y de su culo delicioso.

Rendidos por tanto placer, nos dormimos un rato sobre las sábanas revueltas… y al despertarme ella no estaba más. Tampoco estaba mi billetera y me reí de mi idiotez… ¡no podía haber gozado tanto solo para que me roben! Ella podría haberme sacado todo el dinero con sólo pedirlo.

Salí del hotel y al llegar a mi auto encontré la billetera sobre el asiento. Dentro estaba todo el dinero pero faltaba mi cédula de identidad.

Un poco preocupado por esto, pero sin más que pudiera hacer, volví a mi casa. Mi mujer me miró peor que nunca cuando le di todas las rosas que le había comprado a mi niña puta.