Fiona, un Embarazo a la Escocesa

Un chico recién independizado conoce por accidente durante la mudanza al piso a su fascinante (y embarazada) vecina de enfrente...

FIONA, UN EMBARAZO A LA ESCOCESA (I)

->NOTA: Por favor, tened paciencia con este Gran Relato, esto no es un micorrelato, sino la primera parte de la que espero sea una larga serie. Como tal, pienso tomarme algo de tiempo para crear el ambiente erótico que todos los que leemos estos relatos esperamos encontrar en ellos. Mientras Eros se va mostrando poco a poco, y sobre todo si apreciáis como yo lo hago los libros de aventuras y fantasía, continuad leyendo... Fiona y yo no os defraudaremos, en ninguno de los sentidos.

La caja parecía fuerte, pero también era cierto que lo que iba dentro -mi colección completa de novelas- también pesaba lo suyo. Además estaba el hecho de tener que apartar una mano en el último momento al llegar a la puerta para abrirla con la llave que tenía ya preparada entre mis dedos. Vamos, campeón, el trayecto es corto, del ascensor a la puerta no habrá ni cinco metros. ¡Allá voy!

Casi lo logro. Aunque la caja había soportado estoicamente el viaje de casa de mis padres al maletero del coche, y de éste al ascensor de mi nuevo piso de soltero, justo en el tramo final me dejó en la estacada. Casi sin previo aviso, sin ningún sonido de cartón rasgado, el fondo cedió y mis queridos libros fueron a parar al suelo encima del felpudo de la entrada y de mis pies, con un estrépito que debió oirse en toda la escalera.

Después de los pertinentes insultos de carácter escatológico y sexual dirigidos a lo que debía ser la mitad del santoral, dejé las paredes de cartón en que se había convertido la dichosa caja a un lado en el suelo, abrí la puerta y comencé a meter los libros en montones de ocho o diez dentro de casa, apilándolos de momento sobre la mesa del salón.

Cuando salía a por lo que debía de ser el quinto viaje, me encontré con alguien en la puerta observando el berenjenal de papel y cartón que había en el suelo. Bueno, "alguien" era ella, y "ella" era una chica rubia, con el pelo liso, cortado a la altura del cuello, una nariz respingona y unos sorpendentes ojos azules. Llevaba un vestido bastante holgado del mismo color, y en franco contraste con ello, unos deportivos blancos con calcetines de color rosa.

Pero el detalle que más me llamó la atención, quizá después de sus ojos, fue que estaba embarazada. Tenía ya una abultada tripita que me permitió calcularle lo que debía de ser ya el quinto o sexto mes de gestación, de ahí lo del vestido, que evidentemente era ropa para futuras mamás, y supongo que también esa sería la causa de que llevase zapatillas y no zapatos de tacón (ni se los mencionéis a ninguna embarazada).

Mientras retenía todos estos detalles en mi memoria, ella me contemplaba sonriendo desde lo que debía de ser por un metro ochenta largo de estatura. Al instante me sentí como un microbio a su lado.

-¡Hola! Oí un ruido muy fuerte y voces antes de abrir la puerta y supongo que habrá sido esto. Eres nuevo aquí, ¿verdad?

Todo esto lo dijo con suma rapidez y en un perfecto castellano que arrastraba un ligero acento que no me costó identificar como inglés. Incluso su cara, ahora que la veía con más atención, denotaba que no era española, y los suaves surcos que había alrededor de sus ojos me permitieron calcularle unos treinta y cinco años muy bien llevados.

Fue entonces, mientras estaba yo plantado delante de la puerta mirándola como un pasmarote sin saber qué contestar, cuando caí en el hecho de que ella había dicho que había oído, además del estrépito, "voces"... Es decir, que debía de haberle enterado como mínimo del castizo "me cago en la leche", que era lo más suave que había salido por mi boquita tras caerse los libros. En un par de segundos sentí cómo una oleada de calor me subía por la cara.

-Estooooo... Ah, sí, hola, ¿qué tal? Perdona por el ruido y... Es que la caja esa es una mierd... digoooooo... que no sirve, vamos...

Lo estaba liando más y más cada vez. Sin embargo, ella desplegó aún más su sonrisa, revelando una dentadura a todas luces perfecta, y con bastante desenfado se agachó en cuclillas junto al montón de libros y empezó a coger varios de ellos entre sus brazos. La imité sin pérdida de tiempo a la vez que conseguía articular:

-Oye, tranquila, ya lo hago yo, que todo esto es muy pesado y bueno, no creo que sea bueno en tu estado... Digo, que... -genial, lo estás liando cada vez más, a ver cómo sales de esta, chavalote-. Vamos, que ya lo termino yo, tú tranquila -terminé por decir.

Ella seguía sonriendo y fue entonces cuando llegó hasta mí su aroma, un olor a lavanda, a limpio, aunque con un leve matiz personal que era el que lo cambiaba todo. Sentí que la cabeza me daba vueltas y por un momento temí perder el equilibrio, agachado como estaba, y darle un patético espectáculo rodando por el suelo. Pero lo peor (o quién sabe si lo mejor) fue el alarmante y a la vez familiar cosquilleo que empecé a sentir entre mis ingles.

Supongo que si os hablo de ese tono azul turquesa que tiene el agua de las playas de alguna lejana isla como las que aparecen en los anuncios de las agencias de viaje, o en vivo si se ha tenido la suerte de estar allí, al instante sabréis a qué me refiero; pues ese era el color de sus iris cuando los clavó en los míos para decirme:

-Ah, ¿lo dices por esto? -se señaló con una leve inclinación de su mentón a la tripa, que ahora quedaba a menos de medio metro de mí, separada sólo por sus rodillas y el montón de libros caídos en el suelo-. No te preocupes, mi ginecólogo dice que puedo levantar casi cualquier peso mientras lo haga del modo correcto.

Pero mi preocupación empezaba a ser otra en ese momento, y es que para agacharse, ella había adoptado una postura en la que tenía muy separadas las piernas para dejar sitio a su vientre. Por si esto fuera poco, se había inclinado un poco más hacia adelante mientras me hablaba, y mi mirada, que de pronto había quedado libre del hechizo de sus ojos, comenzó una caída libre hasta aquel sugerente escote. Allí la caída quedó amortiguada por unos pechos cuyo arranque estaba mi vista para disfrute de la misma, y que pude intuir bastante generosos aún bajo aquel vestido tan holgado. No sé si esto último se debería a lo avanzado de su embarazo, pero lo que sí era seguro es que no los tenía caídos ni mucho menos. Al contrario, allí estaban, insinuándose, firmes y orgullosos, todo un auténtico desafío a la física y a cualquier ley de Newton.

La consecuencia de todo esto fue el que el cosquilleo que hasta ese momento había tenido en la entrepierna cesó de golpe para convertirse casi automáticamente en la más inoportuna de las erecciones, sobre todo, para más inri, si se tenía en cuenta el pantalón de chándal ajustado que llevaba puesto. Sentí que volvía a ponerme más colorado que una langosta al vapor, mientras trataba de cerrar las piernas para ocultarle ese espectáculo en forma de carpa de circo en que se había convertido la entrepierna de mi pantalón. Por fortuna, ella pareció (digo sólo que pareció) no darse cuenta de ello y volvió a dedicarme esa sonrisa suya que te dejaba del todo desarmado y a su merced, mientras reanudaba la conversación:

-Oh, bueno, dónde está mi educación, no me he presentado, me llamo Fiona (ya sé que suena un poco raro, verás, soy escocesa y por allí es un nombre bastante corriente). Soy la vecina de la letra "D", la del otro lado del rellano.

Todo esto lo volvió a decir muy deprisa, pero al menos esta vez no me quedé tan paralizado. Estreché la mano que me ofrecía (sabía lo suficiente de las costumbres anglosajonas como para no extrañarme de que no mediera dos besos), una mano que encontré suave, pero con un apretón enérgico, que transmitía sin lugar a dudas una fuerte personalidad, y le dije:

-Ah, pues es un placer. Yo me llamo Juanjo, y -decidí arriesgarme con un chiste fácil- aunque tampoco lo parezca, también en un nombre bastante común por aquí.

Por suerte, ella captó al instante la ironía y estalló en una sonora carcajada que retumbó en toda la escalera, a la vez que me regalaba de nuevo la vista con aquellos preciosos dientes. Estaba claro que aunque fuese extranjera, su conocimiento del idioma y su buena pronunciación delataban que llevaba ya tiempo viviendo en España. No pude por menos que unirme a su risa y al final los dos terminamos casi con lágrimas en los ojos.

-Por cierto, veo que tienes una colección bastante interesante -me dijo Fiona cuando por fin recuperó el habla, a la vez que echaba un vistazo a los títulos de los libros-. Hummm... te gusta Verne, ¿no?

Ella sostenía entre sus manos las venerables 20.000 Leguas de Viaje Submarino, con las tapas arrugadas y los lomos aplastados por el uso. ¿Cómo explicarle la cantidad de veces en que el capitán Nemo y yo nos habíamos sumergido con el Nautilus y su tripulación en aquel vasto y silencioso reino de las profundidades marinas, para descubrir la Atlántida, sacar tesoros de los naufragios de galeones españoles para pelear a brazo partido contra calamares gigantes?

Cuando me quise dar cuenta, estaba contándole cómo el bueno de Julio había hecho volar mi imaginación de niño, cómo durante años mis únicas novelas de cabecera fueron las suyas, leídas y releídas hasta la saciedad, cómo finalmente me había atrevido a dar el paso y abandonar sus fantásticos viajes para embarcarme en otros no menos maravillosos y trepidantes con un tal Tolkien y su amigo C.S. Lewis, pasando por los clásicos españoles, pues uno no podía olvidar tampoco sus orígenes.

Había vivido una historia interminable con Ende, construído catedrales góticas con Follet, ayudado a desertar a espías soviéticos durante la Guerra Fría con Clancy, estudiado en una una escuela para magos con J.K. Rowling o vivido como espadachín a sueldo en aquel Madrid de los Austrias y de Quevedo, guiado por la mano de Pérez-Reverte...

De repente me encontré arrodillado en el suelo de la escalera de un bloque de pisos de una ciudad cualquiera de España, con un montón de libros esturreados en el suelo frente a mí y con los iris de Fiona mirándome fijamente, y por un momento me vi reflejado en ellos, ahí estaba el niño que todos llevamos dentro y que emergía de aquellas aguas limpias y azules de sus ojos... ¿Sería el niño que llevaba en su vientre?, me pregunté por un instante. Justo en ese momento ella también decidió volver a la realidad.

-Esto... Vaya, sorry, digo... -el niño ¿o era una niña? volvió a sumergirse hasta desaparecer en aquel abismo cristalino y a lavez insondable de su mirada-. Perdona, me has hecho recordar cuando yo también era pequeña. Para mí Verne llegó un poco más tarde, pero es que encontró un serio competidor, Tolkien. ¿Decías que lo conocías?

Por toda respuesta, cogí una edición del Hobbit con las tapas ya bastante maltratadas por los años y se lo mostré sonriendo. Ella, al verlo, alargó la manoa y lo cogió casi con la misma veneración que habría empleado con un incunable medieval, como si temiera que en cualquier momento el libro se fuera a convertir en polvo entre sus dedos.

Vi cómo acariciaba con cariño la portada, en la que el fiero dragón Smaug dormitaba sobre una montaña de monedas de oro y esmeraldas que Bilbo Bolsón y sus amigos enanos estaban a punto de robarle. Se lo acercó un poco más al rostro y las ventanas de su nariz se ensancharon para aspirar aquel aroma a papel viejo, usado, a librería antigua, polvo, sangre, aventura y emoción, horas y más horas devoradas por el contenido de aquellas páginas que ahora tenía entre sus manos. Parecía que en cualquier momento se iba a echar a llorar de la emoción.

-Ejem... Si quieres te lo dejo, yo hace años que no lo leo, ya le di varias vueltas en su día. Y lo mismo te digo para cualquier otro libro que te interese, de Verne o de quien sea, en serio. Total, sabes dónde vivo, para cuando quieras devolvérmelo y tomar otro prestado...

-Y tú también sabes dónde vivo yo -contestó ella con una mirada enigmática-. Bien, ¿quieres que te ayude o no?

-Vale, si no va a ser ningún problema para el niño, te lo agradezco mucho, son bastantes libros -le dije mientras me ponía en pie con unos cuantos bajo los brazos-.

Entre los dos, sólo nos llevó un par de viajes más a cada uno transportar los ejemplares restantes hasta el salón. Cuando terminamos, no pude por menos que darle las gracias y ofrecerle algo de beber.

-Oh, te lo agradezco, de veras, pero es que iba a salir a hacer la compra y se me va a hacer tarde, tengo que hacer la comida -dijo con acento de sincero pesar-. Otro día quedamos y tomamos algo, ¿vale?

-Ah, bueno... S-sí, claro, no pa-pasa nada.

Genial, volvía a tartamudear. Menos mal que hacía ya rato que se me había pasado ese conato de erección y no tenía que seguir cruzando las piernas como una bailarina de ballet delante de ella para disimular el bulto. Además, ¿en qué estaba pensando? ¡Que era una embarazada, con alguien esperándolos a ella y a su futura criatura en casa! Intentando desechar todos esos pensamientos, añadí:

-Pues en eso quedamos, cualquier día os pasáis tú y tu marido por aquí y os tomáis algo, ¿vale? Para entonces tendré un poco más ordenada la casa, está aún patas arriba con el tema de la mudanza. Mientras, llévate el libro que prefieras, lo digo en serio. Es lo menos que puedo hacer para darte las gracias.

-Oh, vale, entonces me llevaré al Sr. Bolsón. Será una nueva experiencia leerlo en español, a ver qué tal lo han traducido. Quizá tras ello me atreva con El Señor de los anillos, ¿quién sabe? En cuanto a lo de tomar algo, sólo necesitaremos un par de vasos, ya que vivo sola -dijo como si tal cosa.

Por tercera vez en menos de diez minutos volví a sonrojarme, y creo que esta fue la peor de las tres. Burro, más que burro, zopenco, animal de bellota... Maldecía mentalmente y mientras tanto el suelo seguía sin abrirse bajo mis pies para tragarme, pese a todos mis deseos... Ni tan siquiera había dicho "su novio", no, tú vas y directamente la das por casada, de blanco y por la iglesia, te crees que esto es como en la serie de "Cuéntame", España años 60-70, vaya imagen a lo Antoñito Alcántara que se debe haber formado de tí...

-No te preocupes, Juanjo -dijo Fiona mientras sonreía compasivamente-. No podías saberlo, no eres el primero al que le pasa.

Sonreí agradecido por su comprensión, y sentí cómo se me iba bajando lentamente esa sensación de calor del rostro. Pero, para gran consternación mía, mientras el rubor bajaba, otra cosa entre mis ingles comenzó a subir de nuevo, y esta vez con alarmante velocidad... Fue una suerte que ella estuviera a esas alturas dándose la vuelta hacia la puerta y no pudiera ver ¿o tal vez sí? la forma que empezaba a mostrarse, de forma muy decidida, en mi entrepierna.

La acompañé hasta la salida, y una vez allí nos despedimos, a la vez que escondía como podía mi cuerpo de cintura para abajo detrás de la puerta. No pude por menos que fijarme en el movimiento de un trasero muy bien proporcionado a su estatura mientras se dirigía al ascensor, y ya no pude más. Cerré la puerta y me dirigí corriendo al baño, me quité la ropa y me dí una buena ducha fría, hata conseguir bajar aquella erección sin tener que recurrir a la typical Spanish manola, ya que me sentía asqueado conmigo mismo para hacer eso.

"Es una embarazada, y aunque no tenga pareja, ese hijo ha de ser de alguien, no tuyo", me decía una voz en mi mente. "Sí, pero ¿has visto lo guapa que es? Parece una valkyria vikinga, tan rubia y tan alta", decía otra voz.

-¡Basta! -grité en voz alta. Seguí en la ducha como diez minutos, hasta que salí tiritando, con todo deseo de actividad sexual completamente olvidado, y las dos vocecitas de mi cabeza comple- tamente mudas. El problema sería cuando me encontrase de nuevo con ella y con la esa invitación para tomar algo pendiente de por medio, cosa que ya me empezaba a pesarme más que a Frodo Bolsón el Anillo Único. ¿Qué haría entonces?

El fondo, sabía que la batalla entre esas dos voces quedaba aplazada por una breve e inestable tregua... ¿Pero hasta cuándo? No tardaría mucho en averiguarlo.

->"PERO ESA ES OTRA HISTORIA Y SERÁ CONTADA EN OTRA OCASIÓN." (ENDE)

(CONTINUARÁ)