Final Fantasy VII: La gran audición de Tifa
Con la intención de que las operaciones de Avalancha sean menos destructivas, Tifa decide infiltrarse a la mansión del mandamás del distrito de Mercado muro con el objetivo de obtener un arma más poderosa: información.
Iluminada por un par de bombillas, Tifa Lockhart se miraba en el espejo dando unos toques finales a su maquillaje. La verdad es que no lo necesitaba, pues aunque a ella le costara admitirlo, era bastante bonita, con su largo y lacio cabello negro, su piel clara, su cara angelical, esos ojos rojos que le daban una apariencia exótica y por sobre todo, su cuerpo, que no solo contaba con un buen par de tetas, sino que años practicando artes marciales le habían ayudado a tonificarlo de forma que se veía bastante apetecible. Pero para la misión que tenía por delante, necesitaba toda la ayuda posible.
Miró a su alrededor, al pequeño camerino improvisado en el que se encontraba, las demás chicas que se arreglaban y suspiró. Era parte del grupo eco terrorista Avalancha, un grupo enfocado en salvar al planeta del sobre uso de la energía mako, misión a la cual estaba entregada, pero consideraba que volar en pedazos los reactores mako a lo largo de toda la ciudad de Midgar a la larga haría más mal que bien, por lo que trató de disuadir a Barret, el líder de Avalancha, de probar otras tácticas, pero fue imposible hacerlo cambiar de opinión… y era por eso que se encontraba en ese lugar.
Tifa creía que la información era un arma más poderosa que cualquier bomba y que si conseguían algo que de verdad pudiera dañar a los altos ejecutivos de la compañía Shinra, principales proveedores de la energía mako, tendría más impacto que incluso volar su edificio principal en pedazos. Tras hacer sus propias investigaciones, se enteró que el señor del crimen del distrito de Mercado muro, Don Corneo, tenía fuertes conexiones con altos ejecutivos de Shinra, por lo que era posible que él tuviera información bastante comprometedora, solo había que buscar una forma de obtenerla. Y por suerte para ella, la oportunidad se presentó sola.
Continuando con sus investigaciones sobre las operaciones de Don Corneo, se enteró que el hombre pronto ofrecería una gran fiesta en su opulenta mansión y que estaba buscando “entretenimiento” para esa gran noche, así que la idea que se le ocurrió fue sencilla: presentarse a las audiciones como una bailarina. Era bien sabido el gusto de Don Corneo por las mujeres exuberantes, así que la apuesta era fácil: solo tenía que presentarse con un traje muy llamativo, dar un espectáculo decente y de seguro el hombre le dejaría entrar a la fiesta, dándole carta abierta para obtener la información que necesitaba.
—Señorita Lockhart —dijo uno de los lacayos de Don Corneo asomándose por detrás de la puerta del pequeño camerino improvisado—. Es la siguiente, prepárese.
—Entendido —respondió Tifa con una sonrisa, ignorando la forma lujuriosa en la que ese tipo veía hacia su escote.
El hombre cerró la puerta y Tifa aprovechó para darse una última revisada en el espejo, tanto su maquillaje como el traje que había elegido para su espectáculo: un sostén rojo con un escote pronunciado para mostrar el nacimiento de sus senos, una falda roja que se abría lo suficiente para dejar al descubierto sus largas piernas y lo suficientemente abajo para presumir su tonificado abdomen, unos zapatos de tacón y además, algunos adornos dorados para hacer más llamativa su figura.
Se dio por satisfecha con su aspecto y salió del camerino, donde el lacayo empezó a guiarla hasta el escenario que el señor del crimen había puesto en su mansión para sus “audiciones”.
Tifa siguió al lacayo hasta que un sonido llegó a sus oídos, el de una aguardentosa voz que decía:
—¡Qué pase la siguiente! ¡Que pase la siguiente! —para luego soltar una carcajada.
Tifa tragó saliva, estaba por llegar con el Don.
Llegaron al escenario y el lacayo le hizo pasar al centro de este y mientras caminaba, escuchaba más gritos vulgares del dueño de la mansión:
—¡Wow! ¡Qué nena! ¡Así! ¡Muévelas más!
Tifa resistió todas las ganas de fruncir los labios y bajarse del escenario, pero se mantuvo firme, tenía una misión que cumplir y además, por peores cosas había pasado. Por lo que prefirió mirar cualquier otra cosa para ignorarle, logrando que sus ojos se posaran en una esfera rosada que colgaba del techo del escenario.
«¿Una materia?», pensó levantando una de sus cejas, pero luego descartó que se tratara de una, pues pudo ver que esta tenía marcas como de corazones por toda su superficie y las materias, hasta donde ella sabía, eran todas lisas.
No tuvo tiempo de seguir pensando en ello, porque llegó al centro del escenario y se giró para ver a su público, de entre los que destacaba sin problemas un hombre obeso, con la camisa abierta mostrando un pecho asquerosamente peludo, un rostro redondo con un bigote de un aspecto un tanto cómico y un cabello rubio que se encontraba rapado de los lados, en uno de los cuales tenía un tatuaje con la palabra “Love”. Pero lo que más llamaba la atención de Tifa era la forma en la que el hombre le miraba: como un infante miraría una golosina que no podía esperar para devorar.
Una vez más se sintió asqueada, pero se obligó a seguir apegada a su plan.
—Con ustedes, la señorita Tifa Lockhart —presentó uno de los lacayos mientras Don Corneo aplaudía como si estuviera en el espectáculo de su vida—. Esta hermosa señorita quiere formar parte del entretenimiento de la gran fiesta del Don y para ello nos deleitará con unos pasos de baile.
Tifa mostró la mejor de sus sonrisas, hizo una reverencia tratando de que su escote se mostrara al público y dijo:
—Espero que mi actuación de esta noche les agrade bastante para considerarme para su gran fiesta, señor Don Corneo.
Y guiñó el ojo.
La sonrisa de Don Corneo se ensanchó y exclamó:
—¡Ya te vas ganando muchos puntos, niña! ¡Empieza de una vez! ¡Vamos!
Tifa volvió a sonreír, miró al lacayo que hacía las presentaciones y este, entendiendo la señal, asintió y activó un dispositivo que empezó a hacer sonar música por el lugar, con lo que la muchacha inició su espectáculo.
Esa era la parte débil de su plan, ya que el baile nunca había sido lo suyo, pero como estaba decidida a obtener esa información, decidió poner su cuerpo y alma en los pocos movimientos que se sabía, por lo que primero marcó el paso con uno de sus tacones y después comenzó a mover todo su cuerpo al son de la música, moviendo sus caderas y pasando las manos por su cuerpo de manera sensual, esperando que eso le diera muchos puntos a ojos del Don.
Pero mientras Tifa se dejaba el alma en su actuación, en el pequeño público algo ocurría.
Si bien Don Corneo seguía mirando a la bailarina con una cara que delataba que en cualquier momento subiría al escenario y le haría un hijo ahí mismo, eso no evitó que escuchara a uno de sus lacayos cuando se inclinó hacia él y le susurró al oído:
—Señor, es ella.
Don Corneo miró a su lacayo y luego a la chica. Su sonrisa pasó de lujuriosa a maliciosa. Así que esa chica era el objetivo con que le habían pedido lidiar, bueno, entonces eso haría. A él le encantaba romper a sus chicas antes de usarlas, pero no convenía hacer enojar a los peces grandes y lo mejor era arreglar el tema lo más pronto posible.
Metió la mano al bolsillo de su ostentoso saco, extrajo una esfera igual a la que en ese momento colgaba sobre la cabeza de Tifa y la activó, provocando que la otra empezara a brillar sin que la bailarina lo notara.
«Ahora empieza el verdadero espectáculo», pensó el Don ensanchando su malévola sonrisa.
Ignorante de la terrible amenaza que se cernía sobre ella, Tifa continuó con su espectáculo, moviéndose lo más apegada a los movimientos que recordaba, pero entonces entre su concentración escuchó algo: bitores.
«¿E-en serio les está gustando mi espectáculo?», pensó con un golpe de emoción en el pecho.
Sabía que sobre un escenario estaba prohibido mirar al público, pero no contuvo las ganas y enfocó sus ojos rojos hacia los hombres en los asientos frente a ella, y le gustó lo que vio: todos ellos sonreían y aplaudían, emocionados por el espectáculo que estaba dando.
«¡De verdad les gusta!», pensó extasiada por la idea, lo que le motivó a empezar a meterle más ganas a sus movimientos, a hacerlos más rápidos, precisos y sobre todo, sensuales.
Pero entre las pequeñas miradas que le lanzaba al público, poco a poco su mirada se fue fijando en Don Corneo, quien era por mucho el que más estaba complacido con la actuación, ya que no solo se limitaba a aplaudir y a silbar, sino que era el que más fuerte gritaba:
—¡Eso! ¡Muévelo más! ¡Bravo! ¡Bravo!
En ese momento algo ocurrió: sintió una leve humedad en sus pantaletas. ¿Se estaba excitando por la atención que le estaban dando esos hombres? No, no podía ser por todos ellos, debía ser solo por… ¡¿Don Corneo?! ¡¿Pero cómo podía ser?! El tipo iba en contra de todo lo que ella concebía como un hombre apuesto, pero por otro lado, quizá él tenía otros atributos, después de todo, ¿no se había convertido en el hombre más poderoso de Mercado muro? No pudo evitar fantasear un poco con la idea de ser la hembra de un hombre tan importante, en lugar de la saca borrachos de un bar mugriento…
Sus fantasías terminaron a la par que la canción que estaba danzando y se obligó a detenerse de una forma teatral para que no se notara que su mente estaba divagando y al parecer los espectadores no lo notaron, porque todos aplaudieron de pie, ovación que le gustó a la muchacha de sobremanera.
—Gracias, gracias —dijo jadeando, más por la excitación que sentía que por el cansancio.
—Muchas gracias señorita Lockhart —anunció el lacayo que la había presentado—. Ahora por favor, regrese al camerino mientras deliberamos nuestra decisión.
—Sí… sí claro. Gra-gracias —dijo Tifa y bajó del escenario.
Don Corneo siguió el culo de la muchacha todo su camino fuera de ahí y le pareció notar una pequeña mancha de humedad en su falda. Sonrió y dijo:
—Funcionó, como siempre…
Tifa regresó al camerino y se sentó enfrente del espejo, donde se miró: respiraba de manera agitada, sudaba y notó un leve rubor en su rostro, pero no era lo único, había algo en ella que el espejo no podía reflejar: sentía sus pezones erectos y una leve humedad entre sus piernas. ¿De verdad le había excitado tanto que Don Corneo le hubiera estado mirando? Quizá acababa de descubrir que le atraían más los hombres poderosos que los adonis de cabello rubio.
Se relamió los labios, notando que pese a todo, su excitación no pasaba. Tragó saliva, de las otras chicas que estaban en el camerino ninguna le prestaba atención, por lo que quizá podría, solo un poco…
—Señorita Lockhart —dijo una voz detrás de ella, haciendo que de inmediato retirara su mano cuando ya iba a medio camino hacia su coño caliente. Se giró de inmediato y con una sonrisa nerviosa en el rostro, preguntó:
—¿S-sí?
—Felicidades, el señor Don Corneo quiere verla en su oficina.
Ignorando las miradas sorprendidas de las otras chicas que caían sobre ella, Tifa sonrió. Al parecer su plan había funcionado.
El lacayo guió a Tifa por los pasillos de la mansión hasta una puerta en el segundo piso.
—Adelante por favor —le indicó el lacayo. Tifa tomó aire y entró a la habitación.
Al entrar en esta, no pudo evitar soltar una exclamación de sorpresa, pues no estaba en una oficina, sino en una enorme recámara llena de varios adornos oriundos de la región de Wutai, con una enorme cama en el medio y en el centro de esta estaba…
—Pero que bella flor ha venido a visitarme a mis aposentos —dijo Don Corneo, acostado en una posición muy sugerente.
Algo ocurrió con Tifa. Sabía que debía sentir repulsión por la visión de un hombre obeso mirándole con lujuria desde su cama, pero su cuerpo no reaccionó acorde: sus pezones se volvieron a poner duros y su entrepierna se humedeció.
«Tranquila Tifa —pensó tratando de recuperar el control de sus emociones—, juega bien tus cartas y obtendrás la información que necesitas»
Se aclaró la voz y avanzando con el paso más firme que le permitió su excitación, saludó:
—Señor Don Corneo, muchas gracias por invitarme a su… oficina. ¿En qué le puedo servir?
La sonrisa del Don se ensanchó, se levantó de la cama y fue hasta ella.
—Mi bella muchacha —dijo poniendo su mano en su hombro, otro gesto que más que repugnarle, hizo que se estremeciera—. ¡Me encantó tu espectáculo! ¡Estuvo en otra liga! Por eso es que quiero proponerte otra cosa, ¿por qué limitarte a ser solo la atracción en una de mis fiestas? ¡Cuando podrías ser la anfitriona!
—¡¿A-a-a-anfi-fitriona?! —dijo Tifa con la cara roja.
—Así es chiquilla —dijo Don Corneo sonriendo con malicia detrás de la muchacha—. ¿No te interesaría ser mi novia?
—¡Sí! —dijo de inmediato Tifa, pero pronto se tranquilizó y dijo—. Digo… sí, creo que es una buena oportunidad la que me ofrece.
Don Corneo ensanchó su sonrisa y fue hasta la cama.
—¡Muy bien! Solo que primero hay un requisito para ganarte tal título.
—¿Cu-cuál es ese requisito? —soltó de inmediato Tifa sin poder ocultar sus ansias.
Don Corneo entonces empezó a manipular su pantalón hasta que este cayó hasta sus tobillos, se dio media vuelta y se sentó en la cama, dejando a la vista una verga erecta, tan gorda como su dueño, ante la cual, Tifa no pudo evitar dejar caer su mandíbula; sabía que debía molestarse por ese claro acoso sexual, pero algo en su cerebro no hacía clic con esa idea, era más bien como si… no, no “como si”, ella deseaba que eso ocurriera.
Don Corneo entonces dijo sus intenciones:
—Primero quiero ver si tus habilidades en la cama son tan buenas como tus habilidades en la danza. Porque no vienes y me complaces con esa bonita boquita tuya.
Tifa cayó de rodillas. Sus pezones casi taladraban su sostén rojo y su coño ya era una cascada de fluidos ardientes que le llegaban hasta la rodilla. Su acto y la razón por la que lo estaba haciendo quedó sepultada ante una idea: tener la verga de ese hombre en su boca.
Gateó hasta estar a pocos centímetros de esa magnífica verga, se maravilló con su olor y el calor que esta emanaba sobre su rostro y no lo pensó dos veces: la engulló de un solo bocado, deleitándose con su sabor y después empezó a chuparla en un intento de obtener más de ese intoxicante sabor.
Don Corneo por su parte, si bien estaba disfrutando de la sensación de su verga en esa boca preciosa, también estaba disfrutando por otra buena razón:
«Funcionó, como siempre», pensó mientras la baba se escurría de sus labios torcidos en una siniestra sonrisa.
Sus amigos de Shinra le habían dado como regalo por sus servicios esa materia especial que habían desarrollado, la materia encorazona le llamaban. Venía en dos pares, con la primera cualquier mujer que estuviera al alcance de su hechizo vería como poco a poco su cerebro era lavado para someterse a la voluntad de la persona que tuviera la segunda materia, pero lo que era más divertido era que el lavado era tan sutil, que la víctima del hechizo creería que esas ganas de someterse habían sido por iniciativa propia, tal y como le estaba pasando a la señorita Lockhart, ahora, solo era cosa de unos pequeños “empujoncitos” para que la víctima eligiera por voluntad propia la vida de una esclava sexual.
Con esa idea en mente, Don Corneo quiso pasar a la siguiente parte del espectáculo. Tomó a la muchacha del cabello y la haló para que su verga saliera de su boca y lo que le recibió de frente, en lugar de una cara de molestia, fue una sonrisa boba embarrada de baba y líquido preseminal.
—¿Por qué no te quitas esa estorbosa ropa y te pones en cuatro sobre la cama?
—Sí… —dijo Tifa sin perder la sonrisa boba.
Se levantó y empezó a quitarse el conjunto: el sostén, la falda, las bragas ya todas empapadas con sus fluidos y los zapatos. Al final, quedó como llegó al mundo, presumiendo ese cuerpo torneado por años de entrenamiento físico y de grandes tetas de pezones rosados que a veces le estorbaban para pelear, pero que estaba segura que no le estorbarían para nada en esa noche.
Se subió a la cama y adoptó la posición que le habían ordenado, apoyando el peso de su cuerpo sobre sus manos y sus rodillas. Don Corneo se puso detrás de ella, admirando esas firmes nalgas, su pequeño ano marrón y por sobre todo, sus labios vaginales que ya estaban hinchados por la excitación. El hombre sabía lo que iba a seguir.
Se subió a la cama con la muchacha y se puso detrás de ella, con su polla apuntándole, tomó a su “amiguito” y con la cabeza babosa acarició los labios vaginales de Tifa, lo que a esta le arrancó un escalofrío y un gemido de placer, lo que complació al hombre, luego apuntó su miembro al interior de la muchacha y empezó a empujar para meterlo de a poco y después, de una fuerte estocada, lo metió de lleno hasta la profundidad de ella, pero aunque sus caderas llegaron hasta esas jugosas nalgas, no era el resultado que él quería.
—¿No…? ¿No eres virgen? —preguntó perplejo el Don.
—No —aceptó Tifa sin ningún pudor—. Perdí mi virginidad con un novio hace unos años.
La sonrisa de Don Corneo se borró y un gesto de molestia lo reemplazó. A ese hombre le encantaba romper hímenes y le molestaba que el de esa suculenta mujer se le hubiera escapado, por lo que lleno de furia, empezó a aporrear las nalgas de Tifa hasta dejarlas coloradas, pero una vez más eso no tuvo el efecto deseado, porque más que chillar de dolor, la muchacha gemía de placer. Al parecer, también tenía cierta vena masoquista.
Una vez que se le cansaron las manos por bofetear esos cachetes traseros, el Don decidió desahogar su frustración de otra forma: tomando a Tifa de la cadera y hacer lo que se suponía debía hacerse en esa posición: de perrito. Comenzó a embestir a Tifa, lo que le fue sacando más gemidos de placer a la hechizada joven.
Pero tras un par de acometidas, el hombre reflexionó que si se suponía que debía castigarla por atreverse a plantarse frente a él sin su himen, entonces no tenía que hacer él todo el trabajo, así que se detuvo y sacó la verga de ese coño húmedo, provocando que Tifa se girara para verlo, no dijo nada, pero en sus ojos se podía ver un claro “¡¿Por qué?!”.
De cualquier manera el Don no respondió. Se tumbó en la cama junto a su hembra boca arriba y la miró a los ojos:
—Ahora quiero que me montes, niña —dijo el hombre.
Los ojos de Tifa brillaron una sonrisa se volvió a dibujar en sus labios.
—¡Sí! —respondió.
Se levantó de inmediato y tomó posición, pasó una pierna sobre las caderas del Don y pronto su coño estaba sobre esa verga que le inundaba los pensamientos. La tomó para apuntarla a su vagina hambrienta y empezó a bajar para engullirla con su “otra boca”. Sintió el glande caliente con sus labios vaginales y así como la primera vez, un escalofrió le recorrió la espina, pero no se detuvo e hizo tal y como le habían ordenado, haciendo que poco a poco esa verga se metiera hasta su interior y al fin, se la tragó toda.
Tifa se dio un momento para disfrutar de ese gordo falo dentro de ella, pero sabía que no tenía que detenerse, todavía tenía una misión que cumplir (aunque no era la que se había planteado originalmente). Empezó a mover su cadera para dar saltitos sobre el Don, de forma que la verga de este entraba y salía de su interior causándole grandes oleadas de placer, las cuales se intensificaron cuando vio que el hombre había cambiado su expresión molesta por no haber podido desvirgarla por una sonrisa que poco a poco se ensanchaba y no era para menos: el espectáculo de ver las magníficas tetas de la muchacha rebotando sobre su cara era algo con lo que uno difícilmente podría enojarse.
Don Corneo disfrutó de todo: del espectáculo de las tetas de la muchacha y su cara boba, el calor de la vagina de la chica envolviendo su verga y la sensación de la piel caliente de la muchacha con sus manos cada vez que acariciaba sus piernas, sus glúteos, su abdomen y estirando un poco los brazos, las tetas de esta.
Pero todo lo bueno debe llegar a su final y pronto el final empezó a llegarle cuando sintió que el orgasmo se venía. Dejó que Tifa brincara un par de veces más sobre él, luego la tomó de las caderas y la hundió sobre él para que su verga llegara a lo más profundo de ella y solo así, pudo tener a gusto su orgasmo mientras sentía como su semen le llenaba el útero a la muchacha la cual, al sentir eso dentro de ella, no pudo evitar que su coño se convulsionara en un orgasmo tan fuerte que hasta le sacudió las ideas.
El resultado del orgasmo en Tifa fue tan fuerte, que se desplomó sobre el Don, jadeando y todavía manteniendo su sonrisa boba. El obeso hombre se dio un momento para recuperar el aliento luego de tan delicioso polvo y una vez lo logró, sonrió: el hechizo estaba completo y esa mocosa era suya. Solo faltaba el toque final.
—Entonces putita, ¿quieres ser mi novia?
—Sí… sí quiero… —soltó Tifa agotada por la faena.
—Bien niña, solo necesito dos cosas: que aceptes ser mi esclava sexual de por vida… y que accedas a darme toda la información que te pidamos sobre tus amigos de Avalancha.
El cerebro de Tifa ya había sucumbido de tal manera al hechizo de la materia del Don, que no dudó dos veces en dar su respuesta, creyendo que lo decía desde el fondo de su corazón por su propia voluntad:
—Sí… amo…
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