Final de un cuento, sin final feliz
Final de una historia. Fin del relato de una vivencia que nunca debería haber terminado
El matrimonio que cada mañana la saludaba se quedó extrañado el verla fuera de la plaza sin esperar en su banco.
- “Tana ¿qué haces aquí?. Nos ha parecido raro no verte como cada día”
Estaba sentada en el suelo, apoyada en la pared que marcaba la separación del pueblo con el exterior, junto a la puerta. Totalmente encogida sobre si misma. Su cabeza agazapada entre sus brazos y éstos apoyados en sus rodillas. Estaba ligeramente adormilada sin llegar a caer en el sueño y en una de sus manos, ligeramente abierta, como teniendo cuidado de no romper lo que sujetaba, se adivinaba un especie de flor pequeña. No era una flor natural. Era lo único de llevaba consigo.
Tana no contestó a la pregunta de la que ya consideraba su amiga, casi una madre. Solo abrió los ojos y un rayo de humildad y desasosiego se escapó de ellos.
La mujer se agachó para estar a su altura y le puso la mano en la cabeza acariciándole el pelo.
- “¿Dónde vas Tana. Qué te pasa mi niña?” – le preguntó imaginando una respuesta tan clara como evidente.
-“Voy a por él. No quiero que esa compañía que camina a su lado rompa lo que creamos juntos. Lo que vivimos en la distancia, pero más unidos que otras parejas que comparten un hogar o un lecho, respondió Tana mirándola a los ojos. – y cuando regrese quiero que lo conozcáis, que podáis hablar con él, solo de esa manera comprenderéis el por qué de mi añoranza y de mi melancolía”.**
El matrimonio estaba ya a punto de irse, mientras le deseaba suerte, cuando ella le preguntó:
- “Tana, ¿quieres que riegue tu jardín de orquídeas hasta que vuelvas?”
-“Gracias, no es necesario. Antes de venir para acá quité todas esas flores y sus raíces. No quiero que estropeen la tierra. La quiero limpia para que, cuando regrese, pueda volver a plantar mis tulipanes. Los que no debí arrancar nunca” . – Le contestó acompañado de un gesto de agradecimiento puro.
Cuando se alejaron Tana volvió a quedarse a solas con sus propios pensamientos, recordando como la noche anterior, a punto de volver a su casa, pasó delante de la de Lyan y vio como unos niños escapaban del interior a través de una de las ventanas del piso inferior.
– “Niños, tened cuidado, no entréis en esa casa. Está en muy malas condiciones y podría pasar una desgracia” – les advirtió sin usar un tono de amenaza.
- “No te preocupes Tana, solo ha sido un momento. Hemos entrado a buscar a mi gato que se ha colado dentro ” – le tranquilizó uno de los niños que vio hacía tiempo como la Sole se acercaba a Lyan cuando éste se alejó del pueblo.
Tana volvió a seguir su camino cuando, de repente, le llamó la atención las hojas manuscritas con la letra de Lyan que otro de los niños tenía en su mano.
- “¿Qué son esas hojas que llevas?”– le preguntó con la expresión de su cara ligeramente contrariada.
- “No te enfades Tana, estaban tiradas por el suelo y las cogí para aprovecharlas para pintar por la cara de atrás”– se excusó el niño a la vez que se las entregaba. – “Toma, mejor es que las tengas tu”.**
Tana recogió el puñado de papeles, pero no regresó a su casa sino que fue a sentarse en el banco de la plaza donde cada noche, durante los últimos años, Lyan y ella se esperaban y donde la calidez de la luz de la farola que siempre los iluminaba le proporcionaba la tranquilidad que necesitaba para enfrentarse a las letras que tenía ante si.
Leyó de un tirón lo último que él le había escrito y que solo por una casualidad había llegado a ella. Únicamente apartaba la vista de esos textos para, con el dorso de la mano, secarse las incipientes lágrimas que, poco a poco luchaban por salir.
Era el relato de su vida en común, sus recuerdos. Miles de sensaciones plasmadas en unos pocos folios. Miles de ilusiones a las que, sin un futuro, se habían aferrado como adolescentes que conocen el amor por primera vez. Y todo había acabado ya. Solo quedaban los recuerdos.
Tana, acostada en su cama, releyó de nuevo aquella historia tan real como finiquitada.
No podía dormir y de madrugada, con la única compañía como amuleto de una flor artesanal que recogió de una cajita donde la guardaba como un tesoro, decidió ir a buscar a quien nunca debió dejar escapar. A Lyan.
Estaba quedándose ligeramente dormida de nuevo cuando sintió que el encargado de abrir la puerta del pueblo cada mañana descorría la cancela. Tana se incorporó y el hombre la saludó con la mano, con gesto cansino, cuando ella cruzaba el enorme portalón de madera carcomida por el tiempo.
Avanzaba deprisa, sin detenerse en el camino que ella mentalmente tenía trazado. Solo quería llegar antes de que fuera demasiado tarde. Antes de que una mujer vestida de negro le arrebatara un sueño que necesitaba recuperar. Una vida que le había abrazado cada noche en un banco de una plaza donde habían compartido largos momentos, sabores y también sinsabores, pero que ante todo, habían dejado marcados en sus vidas recuerdos imborrables. Tana quería recuperar toda la esencia de aquellas noches, de aquellos momentos, de aquellas ilusiones. Quería hacerlo despacio, poco a poco, hasta llegar a sentir de nuevo que cada noche con Lyan era un regalo en su vida. Solo en algo tenía impaciencia, en borrar todos los signos de dolor que ambos se habían provocado, que no dejaran huella, que no afectaran a lo que pretendía recomenzar.
El camino se le hacía largo, pero no iba a desfallecer en su intento. Llegaría a Lyan y estaba segura que en él no iba un ápice de resentimiento hacia ella. Un amor tan fuerte no se podía perder de esa manera, en tan poco tiempo.
Tana iba acompañada por esos pensamientos, cuando al llegar a la parte en que el camino sufría una elevación vio muy a lo lejos la encogida figura de Lyan y su compañera, vestida de negro, pero con un semblante de gris frialdad que a pesar de la larga distancia que los separaba, se hacía evidente.
- “Lyannnnnnn – gritó con todas sus fuerzas mientras las lágrimas empezaban a brotar sin control – Lyannn, para por favor. No sigas”.
- “Me ha parecido escuchar su voz, Sole”, comentó parándose en seco.
Ella puso su mano en su cuello para evitar que Lyan pudiera girarse y le conminó a seguir su camino. – “ No he escuchado nada, solo ha sido una ilusión pasajera”.
Pero de nuevo le pareció oír la voz de Tana y esta vez si se giró a pesar de los esfuerzos de Soledad para que no lo hiciera. Fue entonces cuando vio a Tana corriendo apresuradamente hacia ellos. Su rostro, a pesar de una fina brisa que ocupaba el ambiente, estaba empapado por las lágrimas que ahora ya se habían detenido.
Soledad aguantaba, sin mucha convicción, a Lyan por el brazo y no trató de retenerlo cuando él, recuperando unas fuerzas que no imaginaba aún pudiera conservan empezó a correr a su encuentro, que cuando éste se produjo, no se selló con un beso. Fue un largo abrazo, apretado, con tal energía que Lyan sintió dolor en su maltrecho cuerpo, pero que no permitió que Tana se separara de el mientras apoyaba su cara sobre el hombro de ella. ¡Cuánto tiempo había soñado de nuevo con volver a estar así, apoyado sobre ella, como cuando en sus esporádicos encuentros, fuera de los límites del pueblo, Tana se subía a una piedra para estar más a su altura mientras se besaban y abrazaban como despedida hasta su siguiente encuentro en la intimidad!
- “Has venido a buscarme” – le dijo él con una voz abrasada y entrecortada
- “Si Lyan, si . – respondió ella mientras acariciaba su nuca con la dulzura a que lo tenía acostumbrado – He venido para llevarte de nuevo conmigo y para que sepas que nunca más me iré de ti. Para que en nuestras casas nos volvamos a regalar cada uno la luz que nos da la vida. Para que vuelvas a esperarme sabiendo que cuando llegue recibiré, como tantas noches, tus regalos, tus letras, tus sueños. Volveremos, poco a poco, a ser lo que fuimos y que no debimos perder. A sentir que nos volvemos a necesitar. Nunca más nuestros pequeños jardines de tulipanes volverán a marchitarse”.
Lyan estaba besando a Tana en la frente cuando notó que Soledad se había acercado ya hasta ellos. Se aproximó a él para decirle que debían continuar su camino, pero Tana la paró en seco poniéndole una mano en su pecho y con voz tajante le dijo : - “No, señora de negro, él vuelve conmigo y le prometo que le calmaré todo el daño que le hice entregándotelo a ti y sé que él lavará la pena que yo siento dentro de mi”.
- “Lyan, ¿de verdad es eso lo que quieres?. ¿Volver a recuperar una ilusión para volver a sufrir de nuevo con más fuerza? ” - le preguntó Soledad clavándole una fría mirada en sus pupilas.
- “Sole, te agradezco los desvelos y las preocupaciones que has tenido conmigo. Tu compañía, aunque me ha hecho daño, también me ha servido para mantener vivo el recuerdo por Tana. Ella también me necesita. Conmigo a su lado le será más fácil desprenderse de algo que la atenaza y no la deja respirar” – le respondió mientras su mano se aferraba fuertemente a la de Tana y ambos emprendieron el camino de vuelva mientras Soledad, con un tono de voz muy bajo, quizás para no ser escuchada, solo pudo decirle: - “ Volverás a mi Lyan. Volverás pronto”.
Caminaban juntos, de la mano o agarrados por la cintura. Sin duda tenían un largo camino por delante por recorrer hasta llegar a su destino que no era otro que vivir lo que habían vivido en los últimos años. Sabían que lo iban a conseguir ya que ambos, en todo ese tiempo de separación no se habían podido desprender el uno del otro definitivamente.
Se pedían perdón mutuamente. Se sentían culpables los dos por haber dejado que algo que les podía provocar tanto dolor hubiera sucedido. Por tantas noches en vela, tanto desgarro en el corazón. Estaban de nuevo juntos, porque a pesar del tiempo y la distancia querían volver a intentarlo y no iban a dejar pasar la oportunidad que ambos se estaban brindando, sin rencores, sin rememorar recuerdos penosos.
Quedaba todavía un buen trecho para llegar al pueblo y combinaban las largas charlas con los largos silencios. En ocasiones se hablaban más con las caricias y las miradas que con los labios. Usaban el lenguaje no verbal para de nuevo adentrarse poco a poco en el corazón del otro.
Una tarde, cerca ya de su destino, sin saber por donde había venido, se les acercó una chica, bastante joven y atractiva. Vestía pulcramente de blanco Un vestido largo y muy vaporoso. Enseguida comenzó a hablar con ellos
- “Hola, me llamo Olvido y voy camino del pueblo. ¿Puedo acompañaros? No me gusta caminar sola por este camino”.
Tana y Lyan se presentaron y ella, con una pequeña sonrisa, les respondió: - “Si, ya se quienes sois”.
Se quedaron extrañados de que en pocos momentos esta chica les contara tantos detalles sobre ellos. Sus vidas no tenían ningún secreto para ella y sin saber como, a lo largo del camino, Olvido fue provocando un efecto de confidencialidad sobre Tana. Adivinaba sus pensamientos, la escuchaba atentamente para después darle consejos en los que Lyan nunca estaba presente. Poco a poco su influencia sobre ella fue total. Olvido le decía a Tana las justas cosas que ésta necesitaba escuchar y de manera casi imperceptible, sin apenas darse cuenta, fue dejando de lado a Lyan. Apenas hablaba con él ya que Olvido había entrado en su vida y en su voluntad de manera arrolladora.
La distancia, física y sentimental, entre ambos empezó a ser preocupante. Lyan se sentía incapaz de recuperar un gesto, una mirada, una caricia de Tana. Olvido estaba variando su inicial voluntad. Sus anhelos de encontrar a Lyan se estaban evaporando de manera irreversible y prácticamente apenas notaba ya su presencia.
Cuando él se dio cuenta de que irremediablemente la estaba perdiendo, se acercó a ella, le cogió la mano y con un susurro le pidió: - “Tana, Tana, sigamos juntos, deja a esta mujer y sigamos juntos los dos”.
Ella permaneció inmutable, ni siquiera le dirigió una mirada que permaneció fija contemplando el pueblo que ya se adivinaba al final del camino.
Fue sin embargo Olvido quien se dirigió a él: - “Tana te olvidará pronto porque jamás le perteneciste. Te regaló los mejores momentos de su vida, pero ella volverá a caminar sola sin ti. Ya no le haces falta, Lyan y lo mejor es que tu también sigas tu propio camino”.
- “Ella me prometió que nunca más volvería a dejarme, que iríamos despacio hasta llegar a tener lo que perdimos” – recordó en voz alta.
- “Para eso estoy yo aquí, cariño. Para que olvide también sus promesas para contigo, sin que ello le afecte. Adiós Lyan. Olvídala tu también” . – sentenció sin importarle el daño que podía hacer y acercándose hasta donde estaba Tana, pasó su brazo por el de ella y la animó a continuar: - “ Vamos querida, debemos llegar al pueblo. Tu banco te espera como cada mañana”.
Lo encontró sentado sobre una piedra a un lado del camino. Su cuerpo delgado se recortaba en el horizonte sobre la negrura de la noche. Sus codos apoyados en sus piernas y sus manos sostenían su frente. Ni se movió cuando la negra figura se sentó en el suelo junto a él y descansó su cabeza sobre su costado.
- “¿Me necesitas?” – le preguntó sabiendo de antemano cual iba a ser la respuesta.
- “Más que nunca, Sole. Jamás pensé que te pudiera echar tanto de menos”, - le dijo Lyan desconsoladamente.
La mujer empezó a hablarle: - “Si oyes hablar de mi en el pueblo no escucharás un comentario positivo. Todos me consideran la crueldad vestida de negro y todos me rehuyen sin saber que puedo hacer mucho por quien lo necesita. Sin embargo, esa compañera de viaje que te ha apartado del camino de Tana, es la peor de todas. Ella aniquila los sueños, las voluntades, los deseos que forman parte de la esencia de nuestros corazones. Ella provoca, que nuestras promesas, incluso las más comprometidas, las devore nuestra memoria, las evapora. Lyan, no culpes a Tana. Olvido se metió en vuestras vidas y ella lo corroe todo, principalmente los sentimientos. Ya actuó, sin que nadie se diera cuenta, cuando aquella noche esperabas en el banco y observaste que en su casa ya no había luz, que ya era inútil tu espera.
Ella nunca pudo imaginarse, que, poco tiempo después, la fuerza del amor que Tana siente por ti le hiciera emprender tu mismo camino para llevarte de nuevo con ella y esta vez Olvido ha usado todas sus artimañas, ha actuado con contundencia y Tana nunca volverá a tu lado”.
Con un nudo en la garganta, Lyan le preguntó: - “Si tiene tanta maldad ¿por qué no hace lo mismo conmigo?, ¿por qué no me sumerge también en el olvido?.
Soledad lo miró con el gesto muy serio pero bajó la mirada antes de contestar: - “En eso reside su malicia. A ti el daño te lo hará no permitiéndote que olvides a Tana. Te sumergirá en un pozo de ansiedad, te quitará el sueño y siempre te mantendrá en la esperanza de que un día Tana pueda regresar. Aunque sepas que es imposible, siempre la estarás esperando y ahora, deberíamos irnos Lyan.
- “¿Qué encontraré allí Sole? No me imagino sentirme solo sin ella. Sus palabras llenas de dulzura me van a acompañar siempre donde yo vaya”. – de esa manera atosigaba a una Sole cuyo propósito era hacer más llevadero un duro camino a un Lyan que se descomponía por momentos.
Y Tana llegó a su nuevo banco a tiempo. La plaza estaba totalmente desierta y empezaba a clarear. Abarcó con sus brazos su pecho ya que sintió frío. Miraba su casa, que había dejado por unos días. Sus luces apagadas, pero su farolito encendido de nuevo. Su fachada completamente blanca contrastando con la madera oscura de la puerta y los ventanales y.... de repente, sus ojos se quedaron totalmente abiertos cuando dirigió su mirada al espacio del pequeño jardín. Sintió como unos labios se acercaban a su oído mientras unas manos se apoyaban por detrás de ella en sus hombros fríos.
- “Sabía que volverías a mi. Sabía que tu ausencia no podía ser definitiva, por eso volví a plantar las orquídeas para ti. Nunca más ese espacio será ocupado por aquellos tristes tulipanes”. – le dijo suavemente al tiempo que besaba su cara. – “¿Te gustan?, - le preguntó.
- “Si, mucho. Ya sé que las flores tropicales no tienen olor y duran muy poco, que solo aportan belleza, pero me gusta como adornan la entrada de mi casa”, - respondió Tana con un rictus de alegría. Una alegría que no era la misma que la desbordara tiempo atrás en cada encuentro con Lyan. En cada sorpresa que él le ofrecía. En cada escapada fuera de los límites del pueblo.
Estaba repasando mentalmente los últimos días vividos, tratando de recordar que había sucedido, sin lograrlo. Permanecía tan abstraída en esos pensamientos que ni se inmutó cuando un tremendo estruendo llenó toda la plaza. Las puertas de las casas empezaron a abrirse y los curiosos habitantes se miraban sorprendidos unos a otros tratando de encontrar una explicación a aquel ruido. Uno de los vecinos señaló la casa de Lyan: - “ Allí. Ha sido allí ” . La viga principal se había venido abajo y había arrastrado tras de si el techo y las paredes quedando convertida en un amasijo de escombros envuelto en una nube de polvo que comenzaba a disiparse.
- “Es normal, -comentaron varias personas - esa casa siempre ha estado vacía y al final se ha echado a perder”.**
Al girar en una curva del camino Sole se paró mientras tomaba por el brazo a Lyan obligándolo también a detenerse.
- “Allí está. Ese es el lugar que elegiste. Ya estamos llegando”, - le señaló.
- “Vamos entonces Sole. Estoy muy cansado y quisiera llegar cuando antes”. – respondió Lyan con un tono de voz alicaído y casi imperceptible. Los últimos acontecimientos de los días anteriores, el recuperar la alegría, las ilusiones, los sueños. El pederlos de nuevo en pocas horas, sabiendo que nunca volvería a recuperar lo que tuvo, le habían sumido en un enorme desconsuelo, mayor si cabe que el de aquel momento en que dirigió horrorizado su mirada a la casa de Tana para comprobar que ninguna luz la iluminaba. Un desconsuelo todavía más evidente que cuando creyó escuchar otra voz, otra risa, en la casa de quien había ocupado su vida desde hacía tanto tiempo, que no concebía que en algún tiempo no hubiera estado ella. Mayor aun que cuando tomó la decisión de abandonar el pueblo, su plaza, su banco para siempre. Su casa, con su poyo de piedra, su buzón de madera. Su jardín de tulipanes y sus gentes. Esas que no lo conocían, que no le hablaban ni lo veían, porque él no era parte de la vida real de ese pueblo sino del cuento que Tana había recreado como parte de su propia autoestima.
Su caminar era lento, arrastrando los pies sobre un camino de tierra y polvo que solo llevaba a un único lugar. Su cuerpo enjuto avanzaba encorvado, sin fuerzas, pero en ningún momento miró hacia atrás.
Ambos se quedaron parados al mismo tiempo.
- “Es aquí, ¿verdad, Sole?. – le preguntó con una voz temblorosa mientras tragaba saliva.
- “Si Lyan, aquí es – le respondió ella con tal dulzura en su voz que contrastaba con el aspecto frío de su vestimenta negra y la dureza de sus marcadas facciones . – Necesitarás mucho tiempo, pero es el lugar donde la amargura que te invade te será más llevadera. No pierdas más tiempo Lyan, es mejor que entres ya”.
- “Pero Sole, - empezó diciéndole con el entrecejo encogido debido a la sospecha que empezaba a atenazarle- ¿no vas a estar conmigo aquí, tu también me vas a abandonar?” – le preguntó con evidentes síntomas de preocupación.
- “Querido, este es un paso que únicamente tu puedes dar. Tu eres quien deberá encontrar las respuestas, si es que las hay, pero, - añadió mientras le tomaba una mano en que se marcaban todos los huesos – nunca más tendrás la sensación de que yo me he ido de tu lado” .
Lyan giró su cara para darle las gracias por la compañía que le había proporcionado desde que salió del pueblo pero comprobó horrorizado que Sole no estaba. Giró nervioso sobre si mismo tratando de ubicarla pero no había señal de ella. Sus ojos se llenaron de una fina capa de humedad cuando entonces notó como su cuerpo se convulsionaba con estremecimiento durante unos segundos y como una estela se introducía en su alma.
Soledad no le había mentido. Jamás lo abandonaría ya que su esencia formaba, desde ese momento y para siempre, parte de él mismo. Soledad ya estaba dentro de él.
Atravesó el umbral de ese lugar, donde la tristeza, la soledad y las miradas perdidas eran la manera más evidente de comunicarse. No sabía cuanto tiempo iba a permanecer allí pero, aunque siempre la esperara, el saber que Tana jamás volvería le destrozaba por dentro y ahora se enfrentaba él solo a ese futuro sin ella.
Olvido se sentía feliz. De nuevo habían sucumbido a sus encantos. Con su traje blanco, contrastando con la crudeza de la oscuridad, esperaba en el camino polvoriento alguien a quien convencer de nuevo. A quien quitarle sus recuerdos, anularle sus promesas.
Bailaba, como una doncella antes de su boda, al compás de una música imaginaria y ni siquiera se estremeció cuando, en la distancia, un amargo quejido de tristeza y dolor estalló en la noche como el eco en las montañas del crepúsculo.