Fin del mundo V
Mario nos cuenta cómo fue su primer intercambio de pareja
El fin del mundo V
Un pequeño cambio de planes de última hora nos citó directamente en casa de Pedro y Eva. Hacía bastante frío en la calle y nos saltamos la ronda en el bar como aperitivo de la cena.
-Adelante, bienvenidos a nuestra noche sin niños – dijo Pedro al abrirnos la puerta.
-¡Qué calentito se está aquí! – Lorena se frotó las manos y comenzó a quitarse el abrigo.
-Eva saldrá en un momento, se está terminando de vestir.
-Vaya, apurando hasta el último momento – se me ocurrió decir.
-La verdad es que la he visto tan guapa con el vestido puesto que no he podido evitar atacar. Y no te creas que me ha dicho que no, ¿eh?.
-Empezamos bien – dije entre risas.
-Darme los abrigos y sentaros en el sofá. O si lo preferís en vuestro sillón favorito – Pedro nos guiñó un ojo sonriente y desapareció por el pasillo con los abrigos.
La temperatura estaba alta. No sólo la de la casa, sino también la sexual.
Lorena y yo nos miramos buscando complicidad mutua y nos sentamos en el sofá.
-Te juro que Eva me ha dicho que no iba a pasar nada de nada – intentó excusarse.
-Ya. Espero que éstos no vayan a saco. Si en algún momento no estamos a gusto, nos vamos. ¿Vale?
-Sí, sí – me dijo mientras nos cogimos de las manos.
Al momento apareció y nos levantamos para darla dos besos.
-Disculpar que no haya salido antes.
-No te preocupes.
-Va el gilipollas y no se le ocurre otra cosa que correrse encima de mi vestido – dijo realmente enfadada.
-¿Queréis todos vino? – preguntó Pedro camino de la cocina, como si con él no fuera el comentario de Eva.
-Me he tenido que poner otro deprisa y corriendo. ¡Será imbécil!
-Pues estás muy guapa – dije intentando dar ánimos y calmar la tensión del ambiente.
-Gracias. Venga sí, vamos a tomar algo – Eva suspiró como intentando coger fuerzas – voy a por unas copas.
Pedro nos invitó a sentarnos. La mesa estaba preparada con varios platos a base de verduras principalmente y una buena ración de jamón ibérico. Eva trajo un par de copas que faltaban y una botella de Albariño ya abierta.
El hablar del colegio, del exceso de deberes de los niños y cosas así, ayudó a que el enfado de Eva se fuera pasando poco a poco.
A pesar de que Eva hubiera preferido estar con otra ropa, a mi me parecía que estaba guapísima. Llevaba un vestido discreto, de color malva, que llegaba hasta las rodillas. No era muy ceñido pero se adivinaban perfectamente sus curvas. Es un poco más alta que mi mujer, con algo menos de cadera y de pecho. La gran diferencia es su melena negra y larga. Debajo del vestido llevaba unas medias de rejilla. Me encantan esas medias, no lo puedo evitar, y cada vez que tenía la ocasión aprovechaba para disfrutar de sus piernas con la mirada.
Mi mujer también estaba muy guapa, por supuesto. Llevaba una minifalda de color negro y un jersey beige de cuello alto. Pero lo mejor no estaba a la vista. Debajo llevaba puesto el corsé y las medias que se había comprado esa misma tarde y con el que habíamos echado un magnífico polvo apenas un par de horas antes. Pensar que debajo llevaba ese conjunto tan sexy me aceleraba el corazón. Eso sí, ahora llevaba puesto un escaso tanga negro.
Pedro es el más alto de los cuatro. A pesar de tener un poco de barriguita no se conserva mal. Presume de que hace deporte dos o tres veces por semana, pero lo que gasta jugando al pádel lo recupera con las cervezas y los pinchos que se toma después. Le gusta ser protagonista en las conversaciones y hacer comentarios o chistes picantes en cuanto ve la ocasión.
Cuando estábamos acabando de disfrutar de las berenjenas asadas con jamón, tomate y huevo de codorniz, de las tiras de calabacín con anchoa y de las alcachofas a la plancha, Pedro me invitó a acompañarle a la cocina a por el plato principal.
-¿Qué habéis preparado?
-Bacalao con gulas envuelto en hojaldre. ¿Lo habéis probado alguna vez?
-No, creo que no – dije mientras Pedro abría la puerta del horno – Tiene muy buena pinta.
-Por lo que veo, hoy vais a probar varias cosas nuevas, ¿no?
-¿Lo dices por el bacalao? – dije sin poder evitar una sonrisa.
-Sabes que no.
Pedro se divertía con la conversación mientras comenzaba a emplatar.
-Es una suposición, ¿vale?. ¿No te gustaría echar un buen polvo a mi mujer? – Me soltó Pedro sin inmutarse.
-Hombre… Sí… claro. Entiendo que tú a la mía también, ¿no?
-Tu mujer es muy atractiva y creo que en ella se ha despertado algo que tenía muy dormido. Átala en corto si no quieres que se desmadre.
La seriedad en sus palabras me dejó un poco desconcertado. Por un lado el tema del intercambio de parejas me provocó a la vez temor y excitación. Y además, eso de “átala en corto” me hizo pensar. Es cierto que mi mujer se sentía más activa sexualmente, pero no me la podía imaginar enrollándose con cualquiera que encontrara por ahí. Incluso no me la podía imaginar liándose con Pedro.
Volvimos al salón cuando las chicas estaban haciendo un brindis.
-¿Brindáis por nosotros? – preguntó Pedro mientras servía los platos a las chicas.
-Brindamos por el grupo – respondió Eva, lo que provocó que las dos comenzaran a reír a carcajadas.
-¿Qué nos hemos perdido? – dije mientras tomaba asiento.
-Nada, nada. Cosas de mujeres – respondió mi mujer un poco sofocada.
Estaba claro que el vino iba haciendo efecto en el ánimo de todos, especialmente en el de ellas.
-Ahora hagamos un brindis porque el mundo sigue – Mi mujer alzó la copa hacia el centro de la mesa – y porque ha comenzado una nueva era.
-¡Viva la nueva era! – dijo Eva mientras las copas sonaban al chocar unas contra otras.
El ver a mi mujer con esa complicidad con Eva aumentó mi inquietud. Pedro las miraba divertido, sin decir nada, disfrutando de las risas y el cachondeo secreto que se traían las dos. ¿Sería el primer momento en el que tuviera que atar en corto a mi mujer?
En mi imaginación, en varias ocasiones, habíamos hecho intercambiado de parejas. A veces juntos, a veces cada dos por separado. Me excitaba pensar en ello, me divertía. Pero en ese momento sentí por primera vez que ese intercambio podía hacerse realidad. Y esa sensación era diferente. Era extraña. Excitante por pensar que podía estar con otra mujer, pero preocupado por las consecuencias que pudiera tener en nuestra relación de pareja. Sentí miedo.
-El bacalao está buenísimo – dije intentando hablar de algo que me ayudara a tranquilizarme.
-¡Aquí todos estamos para comernos! – dijo Eva antes de acercarse a la mejilla de su marido a darle un mordisco.
-Tranquila, luego me lo comes todo, cada cosa a su tiempo… - Pedro se la quitó de encima exagerando los gestos - ¿Alguien quiere repetir?
Ante la negativa de todos, Eva y Lorena cogieron los platos vacíos y los llevaron a la cocina.
-A éstas no se las puede dar más alcohol, ¿eh?
-No sé qué las pasa, pero están muy graciosas – dijo Pedro sonriente.
-Tienen un cachondeíto encima…
-¿Tú no eres muy goloso, no?
-No, no mucho – me sorprendió el cambio de tema.
-Eva ha hecho una tarta de tres chocolates que está de muerte. Pero si te apetece otra cosa…
-Por supuesto que no. Me comeré un trocito, claro. Si está tan buena como dices habrá que probarla.
-Trae unos platos pequeños – gritó Eva desde la cocina.
Pedro se levantó hacia el mueble del salón y de la parte baja de una vitrina sacó 4 platos pequeños que llevó a la cocina.
En ese momento que estuve solo intenté aclarar mis ideas. “Habíamos venido a pasarlo bien”, “no iba a pasar nada que no quisiéramos que pasara”, “íbamos a estar siempre juntos…”.
La llegada de Pedro me sacó de mis pensamientos.
-¿Vas a tomar café?
-Un cortado.
-¿Un chupito? ¿Un pelotis?
-Venga, un chupito de hierbas – Dije intentando disimular que no me apetecía demasiado.
En seguida volvieron los tres. Las chicas con los platos de tarta y Pedro con una botella congelada de orujo de hierbas casero y dos vasos de chupito.
La tarta con sus tres capas de diferentes chocolates estaba buenísima y no muy empalagosa. Pero a mi me gustó más el orujo de hierbas. No estaba muy fuerte y tenía mucho sabor.
-Por la noche sin niños – dijo Pedro levantando su pequeño vaso antes de beberse todo el contenido de un trago - ¿Queréis que os cuente qué ha pasado con el vestido de Eva?
-Sabes que ésta me la vas a pagar – amenazó muy seria Eva.
-Tampoco será para tanto, ¿no? – dije realmente incrédulo de tanta molestia.
-Si vieras como me queda el vestido no dirías lo mismo.
-Pues póntelo.
-Si no fuera…
-Esperar, esperar – cortó Pedro a su mujer – os voy a contar lo que ha pasado: Mientras yo terminaba de poner la mesa y acabar con la preparación de los entrantes, Eva se ha ido a cambiar de ropa. Cuando he dejado todo listo, he cogido un par de copas de vino, he abierto una botella de Albariño y he ido a la habitación. ¿Y qué me he encontrado? A esta preciosidad con un vestido espectacular. Estaba preciosa, guapísima. No he podido evitar abrazarla por detrás mientras se estaba mirando en el espejo del baño…
-Vale, vale – interrumpió Eva – Ya todo el mundo sabe lo que ha pasado. No hace falta que te recrees.
-Pensándolo bien creo que ese vestido era demasiado atrevido para una velada como esta.
-¿Entonces lo has hecho a propósito para que me cambiara?
-La verdad es que no. En ese momento no, pero ahora que lo pienso…
-Estás mal – Eva se levantó seria, cogió de la mano a mi mujer y casi la arrastró hacia su habitación – Voy a ponérmelo, a ver si os parece adecuado o no.
-No puedo con ella – me dijo suspirando – cuando se le mete algo en la cabeza…
De nuevo la tirantez entre Eva y Pedro me hizo incomodarme un poco.
Mientras esperábamos la llegada de las chicas Pedro me explicó el origen del orujo de hierbas y otros licores que sacó del armario. No parecía en absoluto molesto o preocupado por las amenazas de Eva. Eso y el oír a las chicas reírse al otro lado del pasillo me tranquilizó.
Al rato apareció Lorena por el pasillo y de forma exageradamente teatral se atrevió a presentar a su amiga.
-Con todos ustedeeees… Evaaaaa… con su bonito y manchado vestido negroooooo… ¡¡¡Tachán!!!
Eva salió como si de un desfile de moda se tratara, intentando simular los pasos de las grandes modelos de pasarela. Con el vestido negro y los tacones de aguja estaba espléndida.
Todos aplaudimos su valentía y sobre todo su belleza. El vestido era muy ajustado, tanto que se notaban perfectamente los rombos de las medias de rejilla en las piernas y las caderas. Pero no sólo eso, también se notaban esos rombos en los pechos. Al fijarme en ello sentí un escalofrío. Eva llevaba debajo un conjunto de rejilla desde los pies hasta los pechos. ¡¡¡Puff!!!! ¡Qué calentón!
Lorena miró detrás del vestido e hizo un exagerado gesto como de asombro mientras se reía. Eva hacía que se iba a girar, pero no, volvía a ponerse de frente a nosotros, como avergonzada. Evidentemente la famosa mancha del vestido estaba en la parte de la espalda.
Eva saludó levemente como si hubiera acabado su función y caminando hacia atrás desapareció por el pasillo. Lorena se fue tras ella aplaudiendo y riendo.
-No me extraña que no hayas podido aguantarte. ¡El vestidito la sienta fenomenal!
-Como tengo la costumbre de correrme encima de ella, no me he dado cuenta del vestido y cuando ha llegado el momento… ¡Hala! ¡Todo directo al vestido! Y justo en ese momento de tensión habéis llamado al telefonillo. Yo me he vestido corriendo para abriros y Eva ha decidido cambiar de vestido. Ha sido divertido – dijo sonriente y orgulloso.
Lorena entró al salón con dos velas en la mano y las dejó sobre la mesa.
-Encenderlas y apagar la luz. Tenemos una sorpresa para vosotros.
-Me gustaaaaaaaaa… - dijo Pedro frotándose las manos mientras salía disparado hacia la cocina.
Solo de nuevo pensé en lo bien que se lo estaba pasando mi mujer. Realmente estaba a gusto, estaba disfrutando de la velada y eso me hacía sentirme bien.
Pedro obedeció. Encendió las velas y apagó la luz.
-¡¡Ya estamos liiiistoooos!! - gritamos invitando a que vinieran.
La luz que llegaba de la habitación de Pedro y Eva se apagó. Ahora sólo las velas iluminaban tenuamente el salón, pero lo suficiente como para ver con cierta claridad lo que rodeaba a la mesa.
-¡Cerrar los ojos! – dijo Eva mientras se la intuía acercarse por el pasillo - ¿ya los habéis cerrado?
Pedro obedeció al instante. No sólo cerró los ojos sino que puso sus manos sobre ellos. Yo, sin estar convencido, también los cerré.
-¡Ojos cerrados!
-Muy bien. Aguantar así hasta que os digamos – ordenó Eva.
No pude evitarlo y abrí ligeramente un ojo, lo suficiente para ver a mi mujer vestida únicamente con el corsé, las medias y el tanga acercarse a la mesa y apagar una de las velas. Mi corazón empezó a palpitar con rapidez, cerré los ojos e intenté tranquilizarme.
Alguien, supongo que Eva, puso música lenta. ¿Qué estaban tramando?
-¿Estáis listos? – preguntó Eva.
-Síiii – contestamos al unísono.
-Ya podéis abrir los ojos.
La visión fue espectacular. Casi me quedé sin respiración.
Las dos estaban en mitad del salón, con las manos sobre las caderas, exhibiendo sus cuerpos con una amplia sonrisa. No pude evitar fijarme detenidamente en Eva. Llevaba unas medias de rejilla que continuaban hasta cubrir sus pechos. La malla tenía un amplio agujero desde su ombligo hacia abajo que dejaba ver su tanga negro con una tela tan transparente que se podía apreciar una estrecha franja de pelo púbico. Más arriba, y debajo de la malla de rejilla, la tela negra transparente del sujetador permitía ver los pezones de nuestra anfitriona.
-¿Os gustan nuestras compras de hoy? – preguntó Eva de forma sugerente – Es un regalo para vosotros.
-¡Guapísimas! ¡Divinas! – Pedro aplaudía como loco.
La verdad es que me quedé impactado. Primero por ver a mi mujer tan desinhibida y segundo por ver a Eva prácticamente desnuda y tan provocadora.
-Ahora a bailar – Dijo Lorena mientras me estiraba del brazo para levantarme de la silla - Vamos, vosotros también.
Lorena se pegó a mi al compás de la suave melodía.
-¿Qué te parece el conjunto de Eva? – me preguntó Lorena.
-Estáis las dos estupendas. Nos habéis dejado sin palabras.
Casi sin dejar que terminara de hablar se lanzó a besar mi boca. Balanceándonos levemente al ritmo de la música comenzamos a darnos un morreo cada vez con más fuerza. Abrí los ojos para ver lo que hacía la otra pareja, pero no pude verlos. Volví a cerrar los ojos y a disfrutar del apasionado beso que me estaba dando Lorena. Deslicé mis manos desde la cintura a los desnudos cachetes del culo y la apreté hacia mi. Mi mujer reaccionó cogiéndome la cara con las dos manos y metiéndome la lengua todo lo que podía. Estaba muy excitada y me estaba contagiando.
-Estoy muy cachonda.
-Ya te veo, ya.
-Quiero follar ahora mismo.
-¿Estás segura?
Lorena se separó lo suficiente como para desabrochar la hebilla de mi correa y los botones del pantalón. Volvió a besarme mientras sacaba mi miembro, ya erecto. Dejé los miedos a un lado y dirigí mi mano derecha a su pubis. Suspiró solo con rozarla. Primero la acaricié por encima del tanga dos o tres veces y en seguida lo aparté para llegar a su clítoris sin ningún obstáculo. Al sentir mis dedos no pudo evitar soltar un gemido de placer y aumentó el ritmo de la mano con la que me estaba masturbando.
-Estás súper húmeda – la dije mientras introducía dos dedos en su sexo con enorme facilidad.
Al sentirla tan cachonda comencé a follarla con los dedos. Los gemidos fueron ganando volumen hasta que un pequeño grito de Eva nos hizo parar. Miramos hacia el sofá y vimos a Pedro con los pantalones por los tobillos bombeando el culo de Eva que estaba de rodillas sobre el sofá mirando a la pared.
El espectáculo nos dejó paralizados por momentos. El sonido de los cuerpos al chocarse y los gemidos de Eva llenaban el oscuro salón.
Sin dejar de mirarlos Lorena me empujó hasta dejarme caer sobre el sillón. Nuestro sillón. Se puso de espaldas y se sentó sobre mi introduciéndose mi pene hasta el fondo. Disfrutando del espectáculo que nos brindaban nuestros amigos mi mujer comenzó a subir y bajar sobre mi. Lentamente.
Poco a poco deslicé mi espalda hacia abajo en el sillón para facilitar a Lorena sus movimientos. Ella reaccionó subiendo tanto que casi sacaba todo el pene de su agujero, para luego volver a introducirlo totalmente. Y vuelta a empezar.
La situación era más que excitante. Mientras veía a Pedro penetrar una y otra vez a su mujer, yo disfrutaba del grandioso culo de Lorena que subía y bajaba, con lentitud pero con determinación.
Para sentir más adentro mi pene, Lorena balanceó su cuerpo hacia delante. En esta posición podía ver perfectamente como mi miembro entraba y salía de su cueva, mientras oía los gemidos de Eva cada vez más intensos.
La excitación era brutal y me corrí dentro de Lorena. Ella, al sentir el calor de mis fluidos, paró un poco el ritmo, sin detenerse. A pesar de que me ardía la polla enormemente moví suavemente las caderas de Lorena arriba y abajo invitándola a seguir, y así lo hizo. Sentía que el capullo me iba a estallar, en una mezcla de placer y dolor tras la eyaculación. Lorena comenzó a acelerar el ritmo en busca de su orgasmo mientras veía como caía por mi pene el flujo blanco de mi corrida cada vez que alzaba su culo.
Sin poder aguantar la presión que en mi capullo provocaba esa postura la detuve.
-¿No puedes seguir? – me preguntó un poco ansiosa mientras se frotaba el clítoris.
-Sabes que en esta postura no puedo aguantar mucho – intenté excusarme.
Lorena se acomodó sobre mis piernas y se apoyó sobre mi pecho. Volvimos a mirar a Pedro y Eva y nos sorprendió ver la nueva postura en la que se encontraban. Eva, de espaldas a nosotros y arrodillada sobre el sofá estaba haciendo una mamada a su marido, que reposaba medio sentado, medio tumbado.
Eva se dio cuenta de que estábamos mirando y sin dejar de masturbar la polla de su marido dirigió la mirada hacia nosotros.
-¿Quieres probar? – preguntó a Lorena.
Lorena giró su cabeza hacia mi.
-¿Te parece bien? – me dijo.
-Si tú quieres, adelante – dije entre sorprendido por la seguridad de Lorena y excitado por la situación.
Lorena me dio un pico y chorreando por la entrepierna se puso enfrente de Pedro. Se arrodilló en el suelo y acercó su boca a su pene erecto y húmedo.
Fue un momento impactante. Muy impactante. Mi mujer estaba haciendo una felación a otro hombre delante de mi como si nada…
Sentí un escalofrío y mi corazón se aceleró.
Respiré profundamente y me quedé con la sensación de estar viviendo una situación muy excitante. Las dos mujeres se alternaban en masturbar y saborear el miembro de Pedro. Cuando le tocaba a Lorena, Eva giraba la cabeza hacia mi. No sé si para ver mi reacción o para invitarme a unirme al grupo de alguna manera. Al mirarme movía sus caderas cubiertas por las medias de malla y despojadas del tanga. En esa postura me mostraba claramente sus húmedos agujeros. Era una provocación en toda regla.
Lorena no me miró en ningún momento, concentrada como estaba en su nueva labor. Aún estaba vestida con su corsé y con su tanga empapado. Se reía divertida cuando decidían darse el relevo, hasta que el aguante de Pedro llegó al límite. En ese momento se hizo con la situación Eva. Comenzó a agitar su mano con determinación mientras acercaba su boca al capullo para recibir el semen de su marido. Pedro gimió por primera vez y eyaculó. Eva se dedicó por un momento a limpiar esa polla afortunada a base de lametones mientras Lorena miraba embelesada.
La pareja se puso cómoda sentándose en el sofá. Lorena no lo dudó ni un segundo y se puso junto a Eva, arrimándose a ella como dándola un abrazo lateral. Sabía que mi mujer estaba muy caliente. La corté cuando estaba apunto de llegar al orgasmo unos minutos antes y el chupársela a Pedro tuvo que añadirla más calentura si cabe.
Lorena me miró y me hizo una seña para que me sentara a su lado. Y allí fui. Me recibió con un húmedo beso, con su lengua juguetona buscando en mi boca la pasión que necesitaba. Giró el cuerpo hacia mi, acomodándose. Estaba realmente excitada. Se olvidó por completo de las dos personas que tenía a su espalda y dirigió su mano hacia mi entrepierna. Mientras me entregaba su lengua y sus labios húmedos comenzó a masturbarme. Yo ya había reaccionado lo suficiente como para que hiciera lo que tanto estaba deseando. Enseguida se sentó sobre mi con determinación, me la agarró y la apuntó hacia su cueva empapada, apartando el tanga. De un golpe la metió dentro, gemió y volvió a buscar mi boca. Sus caderas comenzaron un vaivén hacia delante y hacia atrás maravilloso. Mi mujer estaba loca de pasión. Los gemidos de placer la impedían besarme con normalidad. Aumentó la presión de sus caderas sobre y mi y llegó a un orgasmo maravilloso.
Se quedó abrazada a mi durante unos instantes mientras bajaba las pulsaciones con profundas respiraciones.
-Voy a por unos cubatas – dijo Pedro mientras se levantaba del sofá.
Lorena volvió a sentarse entre Eva y yo.
-Te has quedado a gustito, ¿eh? – dijo Eva mientras le quitaba el pelo de la cara.
-Necesitaba un buen rabo.
-El de Pedro no te gusta ¿o qué?
-Sí, mucho – y las dos se echaron a reir como si fueran unas niñas pequeñas que acababan de hacer una trastada.
Lorena me miró y me besó en los labios. Estaba emocionada.
-No me lo creo – me dijo.
-¿Estás bien?
-Sí, muy bien –me respondió – ¿y tú?
-Muy bien, también.
-Y muy empalmado también – añadió Eva.
-Ahora te toca a ti – dijo Lorena mientras se lanzaba a chupar mi capullo.
Jamás me había hecho sexo oral después de un polvo. Y fue algo inolvidable, no sólo por verla ahí recostada sobre mi entrepierna, sino porque Eva se apuntó al trabajo.
Y así nos pilló Pedro cuando llegó con una bandeja con vasos, hielo y refrescos, pero ni se inmutó. Con dificultades debido a la escasez de luz sacó unas botellas de whisky, ron y ginebra de un armario y comenzó a llenar los vasos de hielo.
Me sentía muy muy afortunado por estar recibiendo tanto placer de esas dos bellezas. Estaba disfrutando enormemente. Sentía con gusto cada lamida, cada caricia… Disfrutaba al máximo al sentir como mi capullo entraba en una de las bocas y luego en la otra. Recibir una felación es maravilloso. Recibir una felación de dos mujeres a la vez es apoteósico.
Eva y Lorena se divertían haciendo el mismo juego de alternarse que habían hecho con Pedro. Lorena, por la postura en la que estaba, se mantenía siempre de espaldas a mi. Eva, sin embargo, me miraba sonriente cuando la tocaba descansar. Incluso me lanzaba algún besito provocador. Cuando era su turno no la podía ver bien porque me tapaba la cabeza de mi mujer. Eva metía en su boca gran parte de mi polla para luego sacarla lentamente. Lorena prefería jugar con sus labios y su lengua en mi capullo. Ambas maneras de darme placer eran simplemente maravillosas.
Lorena, cansada de la postura que tenía, comenzó a masturbarme con energía mientras Eva jugueteaba con su lengua intentando rozar mi ardiente capullo. El orgasmo llegó por fin entre retortijones y gemidos. A la vez que mi mujer movía su mano arriba y abajo con suavidad noté como la boca de Eva volvía a lamer las pruebas del placer que me habían dado.
Me sentí en la gloria.
Lorena se sentó a mi lado a la vez que Pedro dejaba los vasos de los cubatas en la mesa baja del salón. Eva se puso de pie, dio un pico a su marido y salió por el pasillo. Al verla Lorena se fue tras ella con prisa para alcanzarla.
-¿Qué tal la experiencia? – me preguntó Pedro mientras me sugería hacer una brindis con los cubatas.
-Bien, muy bien – dije sin poder evitar sonreír – ha sido una pasada.
-Recupera fuerzas porque la noche no ha hecho nada más que comenzar.
-No, no. Nos tomamos la copa y nos vamos.
Me puse de pie para subirme los pantalones con mayor comodidad mientras Pedro se llevó a la cocina lo que quedaba en la mesa del comedor. Me recosté en el sofá y cerré los ojos durante un rato, disfrutando de ese momento de soledad y saboreando el placer de lo recién vivido.
Cuando abrí los ojos la luz de la cocina estaba apagada y Pedro no estaba en el salón. No se oía nada.
Me quedé sentado durante un rato, dando pequeños sorbos al cubata esperando a que alguien apareciera en el salón en cualquier momento. Oí la cadena del baño un par de veces pero nadie llegaba. También algún grifo que se abría y al rato se cerraba. Empecé a tener la sensación de estar perdiéndome algo.
Sin hacer ruido me acerqué a la puerta del salón y me asomé discretamente por el pasillo. Aguanté un momento a ver si mis ojos eran capaces de distinguir algo en la oscuridad.
Nada, no se veía a nadie.
Me dí la vuelta y fui hasta la cocina. Ni en la cocina ni en el salón había nadie. Volví a dirigirme hacia el pasillo. Un poco más adelante, a la derecha, había un baño. Me asomé por la puerta y pude comprobar que estaba vacío gracias a una pequeña luz led que emitía un cargador.
Me empecé a angustiar.
Avancé por el pasillo hasta el final, donde se encontraban las tres puertas de las habitaciones. La única que se encontraba abierta era la del dormitorio de Pedro y Eva, pero el interior estaba totalmente a oscuras. Me quedé quieto, cerca de la puerta a ver si oía algo.
Enseguida escuché ruidos que venían del interior del cuarto de baño de la habitación, pero no podía identificar de qué se trataba. Hasta que alguien giró el pomo y abrió la puerta. La claridad que salió del cuarto de baño iluminó toda la habitación y pude ver claramente lo que estaba pasando. Eva era la que salía del baño mientras Pedro y mi mujer estaban de pie al fondo de la habitación besándose. Mi mujer tenía el corsé completamente abierto, a modo de chaleco, con una mano de Pedro dentro de él. Seguía con el tanga y las medias puestas pero Pedro estaba completamente desnudo y empalmado.
Eva se dirigió a ellos susurrando:
-Pasarlo bien – dijo mientras se giraba en busca del interruptor de la luz.
-Ahora vamos – susurró mi mujer antes de que su boca buscara la de Pedro.
Se apagó la luz y sentí como con cierta dificultad Eva encontró la puerta de la habitación y avanzó por el pasillo sin darse cuenta de mi presencia.
Ahí me quedé durante un instante, agachado y pegado a la pared.
Cogí aire y fui hacia el salón. En ese momento salió Eva de buscarme en la cocina. Seguía únicamente vestida con esas medias de malla que llegaban hasta cubrir sus pechos. Sin nada debajo.
-¿Dónde estabas? – me preguntó susurrando.
-¿Por qué susurras? – susurré siguiendo el juego.
-Para no despertar a los vecinos.
Se acercó hacia mi, me cogió por la cintura y juntó sus labios a los míos sutilmente.
-¿Te lo estás pasando bien?
-¿Y Lorena?
-Lorena y yo hemos decidido estar un rato en lugares separados. ¿Qué te parece?
Me sentí sin escapatoria. Y nervioso.
-¿Y qué más habéis decidido Lorena y tú?
-Nada más.
-¿No? – dije extrañado.
-No. ¿Qué te gustaría que hiciéramos?
-Lo que estén haciendo ellos.
Sin decir nada Eva me besó buscando mi lengua con la suya. Por supuesto no puse ningún impedimento, más bien todo lo contrario, y dejé que nuestros labios y nuestras lenguas juguetearan libremente.
Mientras nos besábamos cálidamente comencé a ser consciente de la situación. Mis manos acariciaban las caderas de Eva sintiendo la malla que la cubría. Sabía que estaba desnuda y que un agujero dejaba al aire su entrepierna. Ella se aferraba a mi pudiendo sentir perfectamente sus pechos sobre el mío.
-Creo que tienes mucha ropa, ¿no crees?
Sin perder la vista de sus ojos comencé a desabrocharme la camisa. Ella, sin dejar de mirarme me desabrochó el cinturón y los botones del pantalón.
Lancé la camisa sobre el sillón y volvimos a besarnos. Ahora podía sentir sobre mi piel los pechos de Eva atrapados en la malla. Al mismo tiempo mis manos se deslizaban libremente de las caderas al culo siguiendo los rombos de la lencería.
-Creo que sigues con mucha ropa – me susurró en el oído antes de separarse de mi.
Eva, al darme la espalda, me dejó contemplar claramente el agujero que dejaba ver parte de su culo al desnudo. Antes de llegar al sofá se volvió a girar, mostrando ahora sus pechos enmallados y su pubis desnudo.
De una forma muy provocadora se sentó en el borde del sofá y abrió sus piernas mostrándomelo todo.
-¿Vas a desnudarte o no? – dijo mostrándome el envase de un preservativo.
Lentamente me descalcé y dejé caer al suelo mi pantalón. Quería disfrutar del espectáculo que me ofrecía Eva con sus puertas abiertas y sus pezones intentando salir de su cárcel de malla. Su orificio estaba abierto, llamándome a gritos.
Ya desnudo me acerqué lentamente a Eva, completamente empalmado. Ella se echó para atrás, acomodándose en el sofá, mientras me sentaba a su lado.
De nuevo nuestras bocas se juntaron, en un beso cada vez más acalorado. Eva puso la mano sobre mi muslo y empezó a subirla por la pierna lentamente. Yo, de acariciar su brazo pasé a uno de sus pechos. Fue divertido juguetear con el pezón que salía erguido por uno de los agujeros de la malla.
Mientras acariciaba sus pechos, Eva comenzó a juguetear con mi miembro. Primero arriba y abajo y luego se entretuvo frotando con sus dedos mi capullo. Fue entonces cuando busqué el gran agujero de su escasa vestimenta. Puse toda mi mano sobre el pubis, para luego ir concentrándome en el clítoris con suaves caricias. El ritmo y la pasión de los besos eran cada vez más rápidos y comenzaron a oírse los primeros gemidos de placer.
Eva abrió las piernas y empezó a mover lentamente sus caderas. Entonces introducí uno de mis dedos a la vez que con otro seguía frotando el clítoris. Sin dejar de besarme ni de masturbarme aceleró el movimiento de cadera. Entonces la introduje otro dedo y comencé a follarla con la mano. Prefirió dejar de besarme y abrió un poco más las piernas, poniéndolo más fácil. Seguí con el vaivén durante unos instantes hasta que me dijo:
-Métemela.
Nervioso, me incorporé, me coloqué el preservativo y me puse entre las piernas de Eva.
Después de muchos años sentí sobre mi pene el látex del condón. Rápidamente apunté con el capullo a su agujero dilatado y me metí dentro de ella.
Era la primera vez que estaba dentro de una mujer que no fuera la mía. Me quedé ahí parado un momento mirando a través del agujero de las medias. Pude ver la base de mi pene, los labios depilados de Eva y una estrecha línea de su pelo púbico. Quería grabar esa imagen en mi cerebro. Y os garantizo que funcionó, aún recuerdo ese momento perfectamente.
Lentamente empecé a oscilar mis caderas mientras Eva levantaba sus piernas para facilitar la penetración. Eva me miraba sonriente, satisfecha por haber conseguido su objetivo.
De vez en cuando movía mis caderas con más fuerza y rapidez, entrando hasta el fondo cuatro o cinco veces. Eva no se cortaba en absoluto y cuando la sentía bien dentro soltaba un gemido de placer por cada embestida que se podía oír en toda la casa. Entonces yo bajaba el ritmo y ella dejaba de gemir. Y así varias veces.
Después la tumbé de lado. Ella se dejaba hacer encantada. Subí una de mis rodillas al sofá, cogí una de sus piernas y la levanté sobre mi pecho. Su otra pierna quedaba debajo de mi culo, quedando todo su agujero a la vista.
De nuevo me introduje dentro de ella con un suave balanceo. Eva acercó una mano a su clítoris y empezó a masajearse. Poco a poco fui acelerando el ritmo y comenzaron de nuevo los gemidos de Eva. Ya no había vuelta atrás. Sin importarme que Lorena pudiera oír a Eva seguí bombeando y bombeando con fuerza. La cadera de Eva comenzó a acompañar mi movimiento, los gemidos se convirtieron por momentos en más sordos y llegó el orgasmo.
Me quedé por un momento quieto, soltando poco a poco la pierna de Eva.
Los dos intentábamos recobrar la respiración cuando comenzamos a oír golpes como de cachetes y a Lorena gemir cada vez con más intensidad. Estaban cerca, seguramente en el pasillo. No veíamos nada, pero Eva y yo nos quedamos mirando hacia la puerta en silencio.
Los golpes cada vez se oían con más frecuencia. Lorena alternaba gemidos con pequeños grititos hasta que se unió Pedro con unos dos o tres gruñidos contenidos.
Dejaron de oírse los cachetes y los gemidos de ambos. Volvió el silencio.
-Creo que han estado viéndonos – me susurró Eva.
Asentí con la cabeza y la di un suave beso. Me sentía eufórico.
Eva se levantó y salió del salón dirección a la cocina. Yo di un trago al cubata, ya aguado, y me recosté en el sofá.
En seguida volvió con un recipiente de madera con varias huecos donde habían distintos tipos de frutos secos y más hielo.
-Hay que recuperar fuerzas – me dijo mientras me guiñaba un ojo.
Echamos hielo a nuestros cubatas e hicimos un brindis:
-Por una vida llena de momentos placenteros – dijo Eva – y juntamos las copas.
Eva comenzó una conversación sobre el aprovechar la vida, disfrutar el presente y más cosas de ese estilo. Sirvió para pasar un rato agradable hasta que llegaron Pedro y Lorena.
Lorena seguía con su corsé y sus medias, además había recuperado el tanga. Y Pedro apareció en calzoncillos.
-Voy a ponerme algo – dije según me levantaba en busca de mi ropa.
Ese momento de cierta tensión entre Lorena y yo rápidamente quedó difuminado por la sorprendente intervención de Eva:
-El próximo finde vamos a ir al cine con los niños. ¿Alguna recomendación?
La noche acabó con una buena conversación, sin volver a sacar el tema sexual. De eso, ya habíamos “hablado” bastante.
Esto ocurrió hace aproximadamente dos años. Desde entonces Lorena y yo hemos vuelto a quedar con Pedro y Eva de vez en cuando, además de tener alguna pequeña aventurilla por ahí con otras parejas.
Unos meses después de aquello me enteré de lo ocurrido en la tienda erótica con Bob, y de otras pequeñas fiestecitas que se corrieron Lorena y Eva. Aquello supuso un momento de dificultad en nuestra relación, pero conseguimos superarlo. Nos pusimos una serie de normas y desde entonces todo va como la seda.
Autor. Mario