Fin de semana rural con los amigos de mi hijo

Por una casualidad, paso un fin de semana con dos chicos de dieciocho años en una cabaña rural

Cuando le dije a Cesar que me habían ascendido en el banco y que ello conllevaría que nos trasladaríamos a vivir a Barcelona su mundo se vino abajo.

La oportunidad que se me brindaba era excelente, y tampoco había nada que me atase a aquella pequeña ciudad andaluza. Llevaba separada ya diez años. Cesar ya había cumplido su mayoría de edad y su padre apenas se ocupaba de él, no se hacía cargo de su hijo ningún fin de semana y apenas se veían.

Mi hijo y yo mantenemos una relación muy especial. El haberse criado sin padre tal vez le hizo madurar antes, aunque aún hoy, con dieciocho años, conserva gran parte de la frescura de un crío. Aunque ya fuese mayor de edad, no dejaba de ser un crío mentalmente.

La sexualidad en la casa siempre se ha vivido con naturalidad. No he tenido demasiadas relaciones desde mi separación, aunque por mis circunstancias de madre sola, ha visto levantarse de mi cama en estos años a tres o cuatro hombres.

Desde niño, Cesar ha visto de forma habitual a su madre desnuda. De hecho le encantaba verme salir del baño y tocarme los pechos, a modo de bocina.

Siempre me hizo gracia esta actitud infantil suya, aunque sé que en los últimos años le encantaba hacerlo, pero ya sabiendo que ya no era un niño quien lo hacía. Por mi parte, yo me dejaba hacer, me hacía gracia, y al fin y al cabo, no hacíamos daño a nadie.

Aquel sábado había estado ya colocando algunos objetos en cajas. Estaba preparando la mudanza. Después me di un baño, me lavé el pelo y anduve marujeando un rato más por la casa.

Estábamos a principios de septiembre, aún hacía calor y dije a Cesar que le invitaría a comer fuera de casa. Entré a la habitación a vestirme. Estando tan sólo con el tanga, a punto de ponerme el sujetador vino hacia mí y me abrazó. Noté que estaba compungido, así que coloqué su cabeza en mis pechos.

¿Qué te pasa, cariño?

Mamá, toda mi vida está aquí. Si nos marchamos no volveré a ver a mis amigos.

Todo esto lo hago por ti. Tus amigos, en poco tiempo, dejarán de serlo. Serán los compañeros de universidad, de trabajo. Tu pandilla irá cambiando.

Si, puede ser, pero ellos son mi presente. Nos vamos a una ciudad donde no conozco a nadie.

Todo lo que hacía, el cambiarnos de ciudad por un mejor trabajo lo hacía principalmente por él. Darle una mejor educación e ir a una ciudad mayor donde tuviera más oportunidades. Sabía que más adelante, dentro de unos años me daría la razón en aquella decisión tan difícil para mí.

Mira, haremos una cosa. El fin de semana que viene, será el último que pasemos aquí. ¿Qué te parecería si nos vamos Pedro, Jaime, tú y yo a una casa rural? Así podrías despedirte de ellos. Además, no será una despedida, ya que podemos venir aquí a pasar algún puente o algunas vacaciones.

Su cara cambió radicalmente. De repente se puso feliz ante la posibilidad de irnos de viaje con sus dos mejores amigos.

Cesar llevaba sin ver a su padre en torno a tres meses, pero cuando se enteró que nos marchábamos, puso el grito en el cielo. Las pocas veces que nos veíamos, siempre intentaba pasar la noche conmigo, ante lo cual, evitaba coincidir con él.

El viernes siguiente por la tarde mi ex marido se presentó en casa con la idea de venir él también a pasar el fin de semana con nosotros, a lo que me opuse radicalmente. Para chafar el plan, comenzó a hacer chantaje emocional a su hijo y consiguió que se quedase el viernes por la noche en su casa. Al día siguiente, lo llevaría al pueblo, de esa forma tampoco perdería el último fin de semana con sus amigos.

Era la solución menos mala. Dije a los chicos que mejor nos iríamos a la casa el día siguiente. Cesar sugirió que nos fuésemos nosotros, y de esta forma, ya estaríamos instalados al día siguiente cuando él llegase. Por su parte, Pedro y Jaime también estuvieron de acuerdo, por lo que nos despedimos de Cesar y salimos en coche para la casa rural.

Llegamos y nos acoplamos en dos habitaciones, dejando la tercera para Cesar que llegaría al día siguiente.

Revisé la casa, deshice mi maleta y paseé un poco por los alrededores de la casa. De repente, escuché unos chillidos y risas en la habitación de los chicos.

¿Qué es lo que pasa?

Mira lo que había tirado en el suelo, Ana.

Los chicos me mostraron una casa de preservativos que habían encontrado caída tras la mesilla de noche.

Alguna pareja los habrá dejado olvidados – Respondí no dando ninguna importancia al hecho.

Pensé en lo absurdo de haber venido a la casa sin Cesar, pero no podía dejarlos sin el plan del fin de semana después de habérselo prometido. Estaba aburrida. Afortunadamente, ya había anochecido y era hora de cenar. Así que subimos al coche y fuimos al único restaurante que había en el pueblo. En torno a las once de la noche ya estábamos de vuelta de nuevo en la casa.

¿Qué os apetece hacer, chicos? Aún es pronto para irnos a la cama. Vamos a sacar unas sillas al patio y charlamos un poco.

Saqué unos vasos y abrí una botella de cola. Los chicos tenían ganas de pasarlo bien y yo no podía decirles que me iba ya a la cama, aunque en realidad era lo que más me apetecía en esos momentos.

Ana. ¿En qué empleabais el tiempo cuando tenías nuestra edad?

Pues no sé. Sacábamos un juego de mesa, pero a veces, jugábamos a la cerilla.

¿La cerilla? ¿Qué es eso?

Pues consiste en encender una cerilla e ir pasándola de mano en mano hasta que a uno se le apaga o la tira porque se quema. Entonces otro le hace una pregunta que ha de contestar o le pide una prueba.

¿Qué tipo de prueba?

La que sea, que baile, que cante. Cuando había chicos y chicas, a veces que besase a otro u otra. Cosas tontas.

Hay una caja grande de fósforos en la cocina. Podríamos jugar.

Pedro trajo las cerillas. Juntamos las sillas para estar más cerca. Encendió la primera y la fuimos pasando, hasta que fue Jaime quien se quemó.

Iríamos preguntando en orden, empezando por la derecha, así que en este caso, me tocó a mí.

Cuéntanos un chiste.

Lo hizo, tenía cierta gracia. Encendimos otra cerilla y seguimos con las pruebas y preguntas tontas. A la siguiente fui yo quien perdió.

¿Es verdad que Cesar te toca las tetas a veces? – Preguntó Pedro riendo.

Hubiera matado a mi hijo, reprobando que hubiera contado algo así a sus amigos, y me sentí un poco molesta.

¿Os ha contado eso Cesar? – Pregunté entre molesta y sorprendida. – Lo lleva haciendo desde que era casi un bebé y no se le ha quitado la costumbre. A mí no me molesta.

Seguimos jugando. A raíz de aquella pregunta, las siguientes fueron picantes. Ellos querían saber si me había acostado con muchos hombres, con cuantos, si me atraían ellos físicamente. Yo también entré en el juego intentando saber si habían tenido relaciones, y de paso, conocer más cosas sobre Cesar a través de ellos.

Llevábamos ya varias cerillas quemadas y el ambiente un poco caldeado por las preguntas. Yo perdí y la pregunta que hizo Jaime me sorprendió.

Ana, quítate la camiseta.

Aquella noche hacía calor, por lo que iba vestida con una camiseta negra y un pantalón corto caqui. A mis cuarenta años considero que tengo un buen tipo. Tengo el pelo rubio y corto, y mi pecho, sin ser exuberante, no está nada mal.

Sé que en aquel momento debí dar por finalizada la partida, pero notaba que gustaba a aquellos chicos. En realidad era su fiesta de despedida, la de Cesar, aunque no estaba, pero también la de ellos, por lo que a pesar de parecerme una chiquillada, procedí a quitarme la camiseta y quedarme con el sujetador con la mayor naturalidad.

Veía como miraban mis pechos y como lo hacían ellos pícaramente entre sí. Podría haberme puesto un top, y habría enseñado lo mismo, pero la realidad es que estaba en sujetador.

Continuamos jugando hasta que perdió Pedro. Entonces Jaime fue quien le dijo que la prueba debería ser tocarme los pechos como solía hacerlo Cesar en casa.

Parecía que estaba esperando y deseando la prueba. Me miró esperando una respuesta de desaprobación que no llegó por mi parte. La verdad es que me sentía cómoda. El muchacho puso sus dedos sobre mi busto y los presionó. No sentí nada especial por ello, pero si por la situación tan morbosa que se estaba produciendo.

Volvieron a encender la cerilla. A partir de esos momentos, me di cuenta que aguantaban los tiempos para que al final, se me apagase a mí, como así fue.

Ana, quítate el pantalón.

No sé por qué no me sorprendió que me lo pidiera. Tenía la impresión que pretendían verme desnuda y yo debía decidir si quería que aquello sucediese.

Nunca me ha importado que me vieran desnuda, pero sois menores. Sois amigos de mi hijo. Creo que es mejor que dejemos de jugar.

No te enfades, Ana. Quiero que sepas que eres la musa de toda nuestra clase. Eres la madre más atractiva. No teníamos nada que perder, por eso te lo hemos pedido, pero perdona, no te enfades con nosotros.

Las palabras de Jaime, adulándome me gustaron. Que una cuarentona como yo gustase a unos adolescentes, comenzó a excitarme. Por otro lado, estaba un poco inquieta, porque no sabía hasta donde podría llegar su mente y lo peor, no sabía hasta donde podría llegar yo.

No lo pensé más. Me levanté y solté el botón del pantalón y la cremallera. Me deshice de ellos con facilidad. Quedé delante de ellos con un sujetador y unas bragas negras brasileñas.

Los chicos empezaron a mirar mis piernas de otra forma. En realidad apenas estaban un poco más descubiertas que con el pantalón, pero para los chicos era otra cosa.

De nuevo, en el siguiente juego, volvieron a calcular los tiempos y perdí otra vez. Debería ser Jaime quien me pidiera algo.

¿El sujetador? – Preguntó dudando si era correcto lo que pedía.

En ese momento pensé en detener el juego, y es lo que una madre racional habría hecho, pero me empezaba a hacer cierta gracia que unos chicos tan jóvenes, a quienes doblaba la edad, se fijasen en una mujer madura como yo.

No me parece bien lo que estáis pidiendo.

Se produjo un silencio en el patio. Los chicos eran conscientes que estaba indecisa pero también que mi no, no era rotundo. A los pocos segundos, continué hablando.

Sólo lo haré con una condición y es que me prometáis que esto no saldrá de aquí. No se lo contaréis a nadie. Las madres de vuestros amigos seguro que no se van quedando desnudas ante los compañeros de sus hijos. Además, ya sois mayorcitos.

Los dos estuvieron de acuerdo. En realidad sabía que los chicos no podrían aguantar contarles a sus amigos esta experiencia aunque como nos marcharíamos en un par de días a mil kilómetros de allí, no me preocupaba en exceso.

Me quité el sujetador. Dejé mis pechos al descubierto para que los muchachos pudieran verlos. Estaba haciendo todo esto por complacerlos a ellos, aunque no me desagradaba nada. Empezaba a disfrutar al ver cómo me contemplaban. No pensaba que pudiera levantar esa expectación en dos dieciochoañeros.

Con total naturalidad me puse de pie y cogí la botella de refresco y rellené todos los vasos. Me gustaba que unos incipientes hombres me viesen atractiva, en una actitud erótica y que mis pechos se moviesen libremente.

Vamos a continuar jugando. – Pidió Jaime.

No. No voy a quemarme más con las cerillas. Además, no soy tonta y sé que estáis provocando que yo pierda siempre. ¿Qué es lo que queréis? ¿Verme totalmente desnuda? ¿Tocarme? Si es eso decidlo, pero si es así, yo también quiero aprovechar la situación. Empecemos porque vosotros os quedéis, al menos, en calzoncillos. Es lo justo, ¿no?

Sorprendí a los muchachos con mi planteamiento. El primero en reaccionar fue Pedro, que directamente empezó a desnudarse. Jaime le siguió.

No sabía en donde iba a terminar aquello, pero me sentía cómoda con aquellos chicos. Al quitarse sus pantalones vi que llevaban un enorme bulto en la entrepierna. Les estaba excitando.

 Ahora os toca a vosotros. ¿Qué queréis hacer? Te toca a ti, Pedro.

El joven dudó unos segundos, hasta que habló.

 Quiero tocarte las tetas como hace Cesar.

 Haremos una cosa. Vamos a ir a mi habitación. Allí estaremos más cómodos.

Los tres nos dirigimos a mi cuarto. Con naturalidad me tumbé sobre la cama, me coloqué en medio e invité a los dos chicos a situarse uno a cada lado.

Agarré a los dos jóvenes por el cuello con mis brazos y atraje sus cabezas hacia mis pechos. Los chicos empezaron a morderlos y a pasar sus lenguas por ellos. Yo acariciaba sus espaldas. Disfrutaba teniendo mis manos atrapadas, disfrutaba excitándolos, pero sobre todo, disfrutaba con que aquellos dos adolescentes, que estaban consiguiendo mojarme como hacía mucho tiempo.

Saqué mis manos y comencé a tocarlos frontalmente hasta llegar a sus calzoncillos. Notaba que estaban fuertemente empalmados y metí mi mano por debajo. Notaba sus miembros y su fino pelo rodeándolos.

Me giré y me coloqué boca abajo enseñándoles la parte trasera de mi cuerpo. Quería provocarlos. Era una clara invitación a que me quitasen las bragas que entendieron perfectamente.

Vi a Pedro que maniobraba por detrás y noté como tocaba mi culo. Agarró mis bragas y comenzó a deslizarlas por mis muslos hasta que me desnudó totalmente.

Volví a darme la vuelta. Era el momento de mostrarme totalmente desnuda ante ellos. Cuando lo hice, de inmediato, los dos chicos también quedaron desnudos ante mí.

No iba excesivamente depilada ya que no esperaba tener ningún encuentro. En cualquier caso en ningún momento mi pelo sobresalía de mis braguitas, ni se expandía sin control por mis piernas. Me sentía atractiva.

Jaime dirigió su boca a la mía y nos fundimos en un profundo y largo beso. Tocaba mis pechos, los palpaba mientras Pedro observaba las incursiones de sus amigos.

Pedro, ahora te toca a ti. Ven.

Físicamente Pedro era mucho más atractivo. Acerqué sus labios a los míos y también le di un beso en el que nuestras lenguas se cruzaban.

¿Habéis chupado alguna vez el sexo a una mujer?

Los dos negaron. Ya tenían edad de haber estado con una chica, pero no era así. Me situé con las piernas abiertas y llevé la boca de Pedro hacia mi vagina.

Ven tesoro, yo te enseñaré.

Le expliqué como usar su lengua y la manera de hacerlo. Por otro lado, agarré a Jaime de la mano y le hice situarse de rodillas, junto a mi cara, para que quedarse su miembro próximo a mi boca.

Lo agarré con fuerza y empecé a chuparlo. Le pasaba la lengua por todo su recorrido hasta llegar a sus testículos. Veía que se excitaba mucho cuando llegaba allí por lo que su miembro aún se hacía más grande. Por su parte, Jaime seguía jugando con mi clítolis llegando a veces a introducir su lengua en mi útero que chorreaba sin parar.

Continué jugando con el pene de Jaime. Jugaba con él a mi antojo. Cuando lo consideré oportuno lo introduje en mi boca presionando mis labios sobre él y de inmediato noté con un chorro caliente llegaba a mi lengua. Tuve justo el tiempo de sacarlo para que el resto de semen fuese a mi cara.

Quería hacerle lo mismo a Pedro, por lo que le dije que se sentara en la cama. Yo me incorporé y me puse de rodillas. Le empujé para que cayese sobre el lecho y empecé a jugar con su pene.

Estaba muy excitado. Sabía que un chico joven no aguantaría mucho, aunque si preveía una rápida recuperación de ambos. Lo metí en mi boca y empecé a jugar con él, al igual que había hecho con su compañero.

Se dejaba hacer. Mi boca, golosa, disfrutaba de un pene joven y duro. Mi boca estaba golosa y sobre todo excitada por todo lo que estaba viviendo.

Lo agarré con mi mano y empecé a manosearlo, a pajearlo mientras mi boca golosa, lo recibía y lo soltaba a mi antojo.

Su respiración me hizo saber que iba a correrse por lo que decidí sacarlo de mi boca. Mi mano siguió masturbándolo hasta que dejó de chorrear semen.

Veía a los chicos más relajados aunque en esos momentos yo me sentía a mil. Estaba totalmente excitada.

Chicos, ¿por qué no traéis los preservativos?

Pedro fue a por ellos y los trajo a la habitación.

¿Sabéis como se colocan?

Más o menos. – Respondió Jaime que abrió uno e intentó colocárselo.

El joven ya estaba de nuevo en forma. No obstante su habilidad, colocándose el preservativo no era la que él presumía. Había desenrollado totalmente la goma y ahora era imposible colocársela sin que esta cogiese aire.

Déjame a mí. Yo te la pondré.

Abrí otro condón y me lo introduje en la boca. Bajé a su pene y se lo coloqué. Lo desenrollé y el preservativo quedó listo para usarse.

Penétrame.

El muchacho se subió encima e intentó meter su miembro en el mío. Era bastante torpe por lo que tuve que agarrárselo, como una mamporrera y dirigirlo a su lugar natural.

Estando dentro, el chico empezó a moverse bruscamente hasta el punto de salirse varias veces. Afortunadamente, volvía a encontrar su lugar él solo, sin necesidad de mi ayuda.

Cabalgaba sobre mí, me besaba las tetas, y metía su lengua en mi boca, sin importarnos a ninguno que él hubiera bebido mi sexo y yo hubiera chupado su polla.

La corrida anterior estaba haciendo que ahora aguantase mucho más. Empecé a gritar de placer y me corrí. Él no terminaba de llegar, por lo que de nuevo me puse muy caliente.

Finalmente, noté como se corría a pesar del protector del joven. Sabía que se había corrido y yo estaba a punto de hacerlo otra vez.

Estaba tan caliente que atraje a Pedro hacia mí y tomé otro preservativo. Lo hice al igual que con su compañero. Él también estaba ahora muy caliente.

Nada más colocárselo me puse a cuatro patas.

Por el coño, eh ¡¡¡¡¡

No quería sexo anal. Estaba tan caliente que necesitaba que me llenase totalmente. Afortunadamente acertó a la primera y tomando mis caderas comenzó a penetrarme.

Me corrí enseguida por segunda vez. Sin duda el ver que aquellos jóvenes me encontraban atractiva, se excitaban conmigo era para mí el mejor afrodisiaco.

Al igual que su amigo, siguió aguantando. Calculo que estaría más de quince minutos penetrándome. Ya me dolía, me rozaba pero yo estaba de nuevo muy excitada y sabiendo que era Pedro, el más mono de los amigos de mi hijo, volví a tener un orgasmo.

Fue casi al unísono que él. Por sus gritos, por sus movimientos, supe que había llegado al final.

Cuando terminamos me di la vuelta y pedí a los dos que se acercasen. Les pedí que durmiéramos juntos, desnudos.

No quiero que Cesar llegue a saber nada de este encuentro. Sois unos amantes estupendos.

Ambos jóvenes me prometieron guardar el secreto. En realidad me bastaba con que no se enterase mi hijo. Imaginaba que una experiencia así no podrían dejar de contarla a sus amigos. Por mi parte, al ser mujer, no era algo de lo que pudiera presumir, pero decidí hacer un relato sobre ello, para que todos pudieran saber lo que pasó y lo que sentí aquel fin de semana de septiembre.