Fin de semana inesperado
Hace años que Juanjo y yo nos conocemos. Desde que comenzamos en la Universidad nuestra amistad fue aumentando, incluso en nuestra época de estudiante estuvimos viviendo juntos.
Hace años que Juanjo y yo nos conocemos. Desde que comenzamos en la Universidad nuestra amistad fue aumentando, incluso en nuestra época de estudiante estuvimos viviendo juntos. No obstante tras acabar los estudios cada uno tomó el rumbo de su vida, y durante algún tiempo perdimos parte del contacto. Sin embargo hace un tiempo las casualidades hicieron que volviésemos a coincidir. Nuestra amistad ha vuelto a ser como antes.
Al igual que yo su familia siempre ha vivido en la montaña, en un pequeño pueblecito cercano a la Sierra de Gredos, aunque sus padres residían en la ciudad de Ávila, donde tenían su negocio. Disponían de una pequeña casa de campo situada en plena montaña, algo alejada de su localidad. Juanjo siempre me había invitado a ir allá, pero estaba tan harto de pueblo que posponía la invitación. Tanto insistió que al final me convenció para acudir un fin de semana en el que también estarían sus padres. Organizó el viaje pero las circunstancias hicieron que él debiera ir a buscar a sus padres, y yo debería ir solo. Aunque las previsiones meteorológicas indicaban que el tiempo empeoraría, ni mucho menos habían previsto lo que ocurriría.
El viernes por la tarde tras el trabajo, metí una maleta en mi coche y me encaminé hacia mi destino de fin de semana al igual que muchos de los habitantes de la ciudad. A pesar de que no estaba lejos de Madrid, era tal la acumulación de vehículos que no pude evitar la caravana. Casi de noche comenzó a empeorar el tiempo. Una pequeña lluvia dio paso una ventisca de nieve, no muy grande pero lógicamente empeoraría a medida que avanzase la noche y el frío fuese más intenso. No obstante llegue bien al pueblo y tras preguntar por las indicaciones que Juanjo me había dado no tardé en llegar a su casa. Había luz y supuse que mi amigo había llegado con sus padres. Tras aparcar el coche y sacar la maleta, llamé a la puerta. Me abrió un señor de unos 50 años, fuerte, robusto, a pesar de llevar viviendo años en la ciudad todavía conservaba el aspecto campechano. Al darle la mano me fije en sus largos y gruesos dedos.
¡ Hola tu debes de ser el amigo de mi hijo Juanjo¡. Soy su padre, Carlos.
Tras hacerme pasar a la casa me indicó que me acercase a la chimenea donde había un gran fuego y el frío era ya notable. Me comentó que su hijo y su esposa no tardarían en llegar, que el había venido un día antes para preparar la casa, que llevaba tiempo desocupada. La verdad es que era una persona muy amable y espontánea que hacía lo posible porque no me sintiese un extraño.
Me indicó que llevase el equipaje al cuarto y me pusiese ropa cómoda, ya que la casa adquiría una buena temperatura en poco tiempo. Como persona habituada al campo, indicó que la tormenta iría a más y que no sería extraño que cayese una gran nevada. Dicho y hecho. Rápido se empezó a cubrir de nieve los alrededores de la casa. Antes de que fuese a más me invitó a ayudarle a meter leña dentro de la casa, como previsión para el fin de semana, ya que podría humedecerse y no arder en condiciones. Antes de coger ropa de abrigo sonó el teléfono. El padre de Juanjo asentía y comentaba que no se preocupasen. Tras hablar me comunicó que la nieve era tan copiosa que la carretera estaba completamente cubierta y tanto Juanjo y su madre debían regresar a Ávila ya que los quitanieves no funcionarían nada más que en carreteras nacionales y en la ciudad. Deberían por lo tanto venir por la mañana del día siguiente.
A pesar de ello y del trastorno ocasionado, comenzamos la faena de entrar la leña en la casa. La verdad que entramos pronto en calor, y no tardamos en sudar la gota gorda. Era impresionante ver como se empapaba la camiseta de Carlos. He de decir que siempre me han gustado los hombres maduros y con mucho vello por lo que imaginaba que el sudor era consecuencia de un pecho muy peludo. Cuando acabamos nos pusimos a preparar la cena. Había latas y embutido, ya que el padre había previsto comprar algo de previsiones en el pueblo. La noche sería larga y por ello tras la cena me invitó a tomar una copa. Normalmente no bebo alcohol pero no rechacé la invitación para que el también tomase algo y no hacerle un feo. Tras servirme una copa nos sentamos ambos frente a la chimenea en un ambiente de lo más acogedor que me recordaba mi infancia en mi pueblo al calor de la lumbre.
La conversación fue agradable y Carlos me daba confianza y hablaba sin parar de su hijo. El tiempo se pasó rápidamente y sin necesidad de televisión ni otros aparatos tan modernos. Era tarde y la verdad es que tenía sueño. Insistió en tomar la última antes de dormir, mientras el fuego iba perdiendo intensidad.
No se si fue el calor, el alcohol o el olor a macho que desprendía Carlos que me excité de una forma rápida. Notaba como mi pirula iba creciendo, poniéndose morcillona, incluso provocando algo de dolor. Disimuladamente intenté colocarla bajo mi ropa, pero estoy convencido que Carlos se había dado cuenta, ya que se quedó mirando mi paquete.
Cada vez me mi excitación era mayor, y en una ocasión que el cuerpo de Carlos se acercó a mi pude sentir su olor, y creí que me volvería loco. Dejó su vaso en la mesa y situó la mano sobre mi rodilla. A pesar de mi empalme, pensé que era un acto casual por su parte. Nada más lejos de la realidad. Poco a poco su mano se deslizaba hacia arriba y notaba como subía mi calenton.
Cuando sus dedos tocaron mi paquete hice intención de marcharme, pero al mismo tiempo el deseo de continuar era mayor. Deseaba cada vez más ese macho. Su mano apretó mi pantalón y comenzó a estrujarlo. No aguantaba más y me quité la camiseta, invitándole a hacer lo mismo. Ante mi apareció un pecho velludo, con un pelo muy tupido y rizado que me enloquecía. Su olor a macho y sudor no dejaba de excitarme. Entonces comencé a olerle su cuerpo. Lentamente mi lengua empezó a lamerle su pecho, sus axilas. Notaba como sus pezones se ponían duros. Seguí hacia abajo inundando su cuerpo de mi saliva. Le chupe el vientre y hurgué con mi lengua en el ombligo, intentaba morderle más abajo donde se vislumbraban una inmensa cantidad de pelos de su pubis. Su cuerpo olía a hombre, sus pelos emanan su olor sudor. Estaba enloquecido. Carlos también parecía muy caliente y me indicó que me quitase mi pantalón y mis calzoncillos.
Mi polla estaba salió disparada, Estaba ya dura y gorda, surcada por algunas venas. Tenía el capullo rojo del esfuerzo y el cautiverio de mi calzoncillo. Mi mano comenzó a pajearme, notando como se humedecía. Carlos miraba y después con sus dedos buscaban mi culito. Chupó su dedo corazón, levantó mis piernas y comenzó a masajear mi agujerito. Comencé a mostrarle todo mi capullo corriendo el prepucio hasta abajo, dejando el glande brillante y mojado ante su vista. Su dedo se introducía lentamente en mi ano y buscaba mi próstata. Gritaba de placer y eso también excitaba a Carlos. Bajo su pantalón aparecía un bulto exagerado. Dejé mi pajote y mis manos comenzaron a bajar su pantalón, quedando bajo su slip un bulto impresionante. No pude reprimir las ganas de comérmelo, pero su dedo no dejaba de introducirse cada vez más adentro en mi culito.
Se quitó el slip y lo acercó a mi nariz. Respiraba un olor a sudor, pis y semen, algo mojado por sus primeras gotas de precum. Entonces sacó su dedo de mi culito y acercó con su mano mi cabeza hacia su polla. Comencé a jugar con su prepucio hasta que vi como cerraba los ojos para comenzar a jadear. le di lametones por toda su polla, desde la base, hasta el glande, después chupetones, y a continuación algún que otro pequeño mordisco. Tenía la polla bien dura, se le marcaban las venas, y sin duda también estaba muy cachondo. Su glande estaba bastante morado, lo que evidenciaba su estado de excitación por el placer que estaba sintiendo. Sacaba su ya de por si dura polla y la golpeaba sobre mi lengua y boca, o me la refregaba por la cara. Eso me encantaba, era como notar claramente lo dura que la tenía por todo el placer que estaba teniendo. Mis huevos estaban repletos de leche que no tardaría en salir.
Carlos tenía unas piernas muy peludas, haciéndome imaginar que su culo también estaría cubierto de pelitos. Deseaba mordérselo y olerlo también. Hasta ahora prácticamente Carlos no había hablado, solamente dejó escapar algún que otro jadeo. Me indicó que me echase boca arriba sobre la alfombra, delante de la chimenea. Se sentó sobre mi cara y comenzó a refregarme aquel culo húmedo de sudor. Mi lengua lo chupaba entero e intentaba buscar su agujero tupido de pelos rizados. Que sabor a macho! Como se adentraba mi lengua en su agujero. Sus peludos huevos emanaban por mi nariz un intenso olor. Mi lengua no daba abasto lamiendo su culo y sus bolas que me golpeaban mientras él toco por primera vez mi polla completamente mojada. Notaba que estaba a punto de correrme y se tumbó a mi lado, indicando que me subiese sobre el. Su dedo había dilatado completamente mi ano, y no le costó penetrarme, primero lentamente y después con algo de brusquedad.
Gritaba como un poseso de placer. Sentía su polla en mi culo, dentro de mi, que me estaba haciendo disfrutar. Notaba sus envestidas y mi cuerpo se movía entero cuando me la metía hasta el fondo. Grite que me corría y aceleró sus embestidas. Mi leche inundó su pecho, no paraba de eyacular. Mi semen caliente y viscoso resbalada entre su pelambrera. Los movimientos de Carlos eran cada vez mas rápidos y decidió sacar su pirula de mi culito, llevándola de nuevo a mi boca. Me comía toda su verga mientras que con las manos le acariciaba esos jugosos huevos que quería que ya sacaran toda esa leche que tenía para mi. Me folló hasta la garganta. Chorros de leche inundaron mi boca y mi cara, terminando en una corriente en mi boca y sin pensármelo me lo tragué todo.
Permanecimos quietos durante un buen rato, hasta que el fuego se apago. Entonces Carlos me dijo que nos diéramos una ducha y desde allí cada uno a su cama. Me costó dormir con lo sucedido, pero al despertar al día siguiente escuché la voz de Juanjo. Me levanté y fue a saludarles. Su padre estaba con él y parecía completamente impasible, ni miradas ni sonrisas. Su actitud era indiferente, y ello contribuyó a que el fin de semana pasase con normalidad. He pensado mucho en ese día pero no deseo romper la amistad con Carlos, y dudo que se vuelva a repetir.