Fin de semana femdom

Ama Luna Negra se va de fin de semana con su siervo

La casa tenía un aspecto un tanto lúgubre en el exterior. Piedras grises y ventanas de madera oscura.

La miré un tanto preocupada, si iba a pasar aquí todo el fin de semana, esperaba que el interior fuese algo más acogedor.

Cuando los amigos que me la habían recomendado me hablaron de ella, me pareció buena idea. Necesitaba urgentemente una escapada, un descanso de la rutina de la semana, el trabajo, el estrés, las preocupaciones...

Así que decidí que aquella casa, en el medio del campo, podía ser lo que andaba buscando y también me serviría para comprobar el entrenamiento de mi nuevo perro. Llevaba a mi servicio varios meses ya, pero no había tenido mucho tiempo para dedicarle, y un fin de semana completo, a mi disposición, era una buena prueba.

  • “¡Vamos Boby!”- Utilicé su nombre de perro, sabiendo que la presencia del chico de la casa haría que se le subieran los colores. Lo cierto es que podría ser su nombre verdadero. Boby no era un nombre tan extraño. Pero él y yo sabíamos que no lo era, que era el nombre que yo le puse cuando entró a mi servicio, y eso le hacía muy consciente de su situación, de su papel aquel fin de semana.

El chico que nos estaba esperando, con las llaves de la casa, miraba atentamente cómo nos acercábamos, yo enfundada en mi abrigo de cuero y haciendo sonar los altos tacones de mis zapatos en el cemento del patio, seguida de cerca por “Boby”, que cargaba con todas nuestras bolsas y maletas.

También despertó mi curiosidad, imagino que debido a ese sexto sentido que una Señora tiene para detectar sumisos. Y estaría dispuesta a jugarme mi querido abrigo, a que aquel muchacho lo era.

Tendría unos 25 años y su forma de evitar mi mirada, el leve aumento de su respiración a medida que me acercaba y la fascinación que parecía sentir por mis tacones, me daban alguna pista. Decidí que mas tarde volvería a pensar en ello, ahora estaba cansada, hambrienta y quería tumbarme un poco y comer algo, sin saber muy bien en qué orden... posiblemente a la vez.

Para mi alivio, la casa era mucho más acogedora en el interior. La calefacción se notaba nada mas entrar y aunque las paredes tenían la piedra a la vista, los zócalos y las molduras de madera clara y las alfombras que ocupaban buena parte del suelo, daban un aspecto cálido y acogedor.

  • “Aquí les dejo la llave y mi número de teléfono por si necesitan cualquier cosa. Vivo aquí cerca. No duden en llamarme”- Al finalizar la frase se animó por fin a levantar la vista... y sí, me atrevería a asegurar que aquel chico era un potencial sumiso.

  • “Gracias Pablo, te llamaremos si es necesario, no lo dudes”- Le sonreí y miré satisfecha cómo se sonrojaba. Definitivamente, tenía madera...

Boby continuaba en la entrada, cargado con todas las bolsas. No se hubiera atrevido a soltarlas sin mi permiso. Se veía un tanto sofocado, imagino que por la situación, el esfuerzo y el jersey de cuello alto que traía para tapar el collar que yo le coloqué al salir de casa - “Mientras lleves esto puesto, eres mío. Y tu única opción es obedecer”- fue lo que le dije mientas se lo ponía. Por supuesto, su respuesta a esto fue un claro - “Si, mi Señora, lo que Usted diga”-

Mi cansancio me pedía una cama mullida y mi estómago alguna delicia de las que traíamos preparadas con el equipaje - “Lleva arriba las maletas y luego prepárame una bandeja con algo de comer. Voy a estar en mi habitación” -

Pusiste la bandeja que me traías, con una copa de vino y un plato con quesos y embutidos, en una mesita, al lado del sofá de la habitación, donde yo estaba tumbada. Todavía estaba vestida y calzada. Quería darte el privilegio de ser tú quien me descalce.

Así que, tomando un sorbo de vino, te miro y te señalo el bajo escabel que está a un lado del sofá. No necesito decir nada, tú te sientas y esperas la siguiente orden.

  • “Fuera los zapatos y las medias”- te digo, mientras coloco mis pies en tu regazo.

  • “Lo que usted diga, Señora”- Sacas un zapato y luego otro, pasando un dedo rápidamente a lo largo de uno de los tacones de aguja.

Luego, estirándote un poco para poder desenganchar los broches del liguero, metes los dedos entre la seda de las medias y la piel de mis muslos y comienzas a bajar cada una de ellas, convirtiéndolo en una caricia a lo largo de mi pierna y consiguiendo que se erice la piel por donde pasas con tu mano.

Una vez que consigo mis pies descalzos en tu regazo, comienzo a mover los dedos, contentos de verse libres de su confinamiento y como señal que esperas para comenzar, primero con uno y luego con el otro, a masajear cada rincón. Los dedos, uno a uno, la planta, el empeine, subiendo por la pierna hasta la rodilla... y luego haciendo el mismo recorrido con la lengua. Dejo que continúes, mientras me voy terminando mi aperitivo, disfrutando de tu entusiasmo con mis pies. Siempre supe que eras un buen alumno.

Hay quien puede creer que unos azotes son un castigo, pero no siempre es así. También pueden ser un premio y en tu caso lo son. Y como quería mostrarte lo complacida que estaba contigo hasta el momento, decidí premiarte.

  • “¡Desnúdate!¡Del todo!” - No tuve que repetirlo, en segundos estás totalmente desnudo, manteniendo solo el collar en tu cuello. - “Apóyate ahí, en el sofá, y ve contando” - Situada justo detrás de ti, paso la mano por tus blancas nalgas. Sé que en un rato estarán rojas y calientes...

El primer azote no es muy fuerte, pero te coge de sorpresa y das un respingo - “Uno, gracias Señora” - el siguiente ya lo es algo más - “Dos, gracias Señora” - Así, aumentando la intensidad, alternando en ambos glúteos, voy viendo cómo se va coloreando la zona, pasando a un bonito carmesí.

Mi mano también comienza a doler, pero no me importa. Sigo imparable, uno tras otro... ¡zas!... cada vez más fuertes... ¡zas!... mientras tú sigues contando.

Hay algo de magia en el contacto de piel con piel y suelo preferir eso a utilizar instrumentos de azote. Lo que no quiere decir que no los use, cuando lo estimo conveniente.

Mientras van lloviendo los azotes en tu culo, mi imaginación empieza a despertar, a querer más... mil ideas se acumulan y voy seleccionando algunas de ellas. Tenemos todo el fin de semana por delante, habrá tiempo...

Un movimiento reflejado en el espejo me llama la atención, y veo en la ventana, pegada al cristal, la cara de Pablo, que desde fuera espiaba cada uno de nuestros movimientos. Sonreí sin girarme y fingí no haberlo visto... definitivamente aquel muchacho merecía unos buenos azotes.

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