Fin de Semana Especial
Daniela termino siendo dominada y humillada por su esposo todo el fin de semana.
Fin de Semana Especial
Los chicos están con los abuelos, de campamento. Estarán solos en la casa todo el fin de semana. Este va a ser especial. A la mañana, temprano, Daniela va a la peluquería, se hace el corte de pelo que hace tanto quería. Después, un tratamiento de crema en todo el cuerpo, quiere dejar su piel suave, para él. Almuerza con Gustavo, su esposo, y se van a dormir la siesta. Les cuesta un poco dormir, puesto que se desean, quieren amarse, pero se reservan para la noche, para que el deseo potencie el placer. A media tarde reciben unos amigos, y después, solos, se van a cenar a un restaurante caro. Encargan la mejor champaña, y la conversación es alegre y fluida. Van a una disco. Mientras bailan, se manosean descaradamente, introduciendo sus manos por debajo de la ropa de su pareja. Él acaricia su sexo, suavemente, su dedo índice juega entre sus labios vaginales mientras se humedece con su flujo. Solo la presencia de la gente, que la prohíbe, le impide llegar al orgasmo. Tarde, muy tarde, encendidos por la lujuria, se suben al auto y se van. Recorren la carretera, con los vidrios bajos, en una noche de verano mientras disfrutan el aire cálido y húmedo que les acaricia la cara, al compás de un blues lento y reo, que habla de la vida.
A medio camino, él le ordena sacarse la ropa interior. Con una mirada maliciosa, retira lentamente su sostén, disfrutando del roce de la tela contra sus pezones. Se mete la mano debajo de la pollera, y retira su bombacha, se acaricia los muslos ella misma, mientras disfruta de la sensación de la tela separándose de su sexo.
- Cámbiate la pollera, ponte esta, - le ordena, mientras le alcanza una diminuta prenda de cuero negro.
Daniela duda por la sorpresa, pero la novedad, de encontrarse semidesnuda en medio del tráfico, le encanta, y con dificultad, se saca la pollera, siente el asiento de cuero contra sus nalgas. Se ruboriza cuando el sonido de la bocina de un camión que están pasando, anuncia que el conductor ha visto su desnudez. Sintiendo el calor en su cara, pero también en su sexo, se pone rápidamente la nueva pollera, que marca sus formas.
Paran en una estación de servicio, y él le ordena acompañarlo al interior del negocio. Se resiste, pero su esposo insiste, y con infinita vergüenza por la indecente manera de vestir a que ha sido obligada, lo acompaña. La pollera de cuero, se le pega como una segunda piel. Se puede ver claramente, que no lleva nada debajo. Para peor, apenas cubre sus glúteos, debe caminar con pasos cortitos para que su sexo no se revele por debajo del borde delantero.
- Debe ser una puta -, le comenta a su acompañante, en voz alta para que ella escuche, una señora mayor que sale del negocio, después de mirarla con desprecio.
Camina detrás de Gustavo, mirando el suelo para ocultar su rubor del personal del negocio.
- La vista alta, que se te vea la cara -, le dice, y ella obedece, pero una cortina roja le nubla la vista y camina a su lado, sin ver, aunque consciente de que el cajero la está devorando con los ojos.
Una vez que llegan a las góndolas, Gustavo elige un paquete de pañuelos de papel, y deliberadamente lo deja caer.
- Alcánzamelo, le pide-
Comienza a agacharse con infinito cuidado, doblando las rodillas, pero entonces, sujetándola del brazo, su esposo le indica que así no, que doble la cintura.
Duda, pero la sensación entre las piernas es más fuerte que su pudor, y obedece. Los murmullos rápidos y nerviosos de un grupo de adolescentes que estaban comprando cerveza, a su espalda, le confirman lo que temía, que al inclinarse se ha expuesto completamente. Por la impresión, no recuerda nada más hasta que están otra vez en la carretera.
Estacionan en el jardín frontal de la casa. Camina hasta la puerta principal, sintiendo el croar de las ranas, apagado apenas por el zumbido de los insectos, mientras goza del aroma del pasto mojado, tan húmedo como su concha.
Frente a la puerta, sobre la escalera de acceso, cuelga una cadena. Se detiene a observarla, y entonces, Gustavo toma la misma, y con un pequeño candado, la fija alrededor de su cuello, aprisionándola allí.
- Súbete la pollera hasta la cintura, siéntate con las piernas bien abiertas, mirando la calle, y masturbate. Hasta que no tengas un orgasmo te dejo acá -, le susurra al oído, y la anima metiendo una mano entre el calor y la humedad de sus piernas y acariciándole el clítoris -.
Daniela protesta, se niega, pero el firmemente, le indica que obedece o se queda allí.
Entonces, en la oscuridad de la noche, se levanta la pollera, hasta que le queda como un cinturón, se sienta sobre el frío mármol de los peldaños, con las piernas bien abiertas, y se masturba.
Se acaricia la vulva, juega con su clítoris, se introduce el dedo índice en la vagina, para sacarlo mojado por su propio flujo, pero no consigue llegar al clímax, y su esposo la conoce demasiado bien como para poder fingirlo.
Aunque sabe que los arbustos en el jardín la protegen, que solo un transeúnte que mire con detenimiento hacia donde ella está podrá verla, la posibilidad de ser observada, semidesnuda, encadenada y masturbándose, la perturba.
Pasa el tiempo, y entonces, con desesperación, mientras se frota frenéticamente la concha, cierra los ojos, se concentra solo en las sensaciones de su pelvis, y comienza a gemir suavemente mientras los movimientos de su cadera acompañan las caricias de su dedo índice en su vulva. No tarda en llegar el orgasmo, profundo, los estremecimientos recorren todo su cuerpo, las sensaciones la invaden, goza iluminada por la luz de la luna una tibia noche de verano, mientras la fragante brisa nocturna baila entre sus muslos y recorre su sexo mojado y caliente.
Gustavo, la toma del brazo, la desnuda completamente, la ropa cae, acariciando sus piernas, a sus pies, y mientras esposa sus brazos a la espalda, juega con la lengua en su oreja y le susurra al oído, todo lo que le va a hacer este fin de semana.
Daniela le lame el cuello, ajena a su desnudez, al jardín, consciente solo del aroma de su amante, mientras Gustavo abre la puerta.
Después camina lentamente, poniendo un pié delante del otro, para hacer oscilar sensualmente sus caderas, y volverlo loco a Gustavo con el vaivén de sus glúteos. Sonríe con malicia mientras escucha como él va tirando la ropa al suelo.
Al llegar al dormitorio, se acuesta boca arriba, en la cama, y descaradamente, abre bien las piernas, las separa indecentemente ofreciéndose a su macho, al que observa, con satisfacción, su pene bien erecto.
Disfruta con el roce de las sábanas de seda sobre la piel de su espalda, las caricias de las sogas sobre sus tobillos, mientras él le ata las piernas bien separadas a los postes de la cama, cuidando de tensar bien las sogas, para inmovilizarla.
Desnuda, con las manos esposadas a la espalda, las piernas bien abiertas atadas a la cama, sometida, excitada por su indefensión, solo atina a pedirle a su hombre, con palabras groseras que la haga suya, mientras agita las caderas frente a él.
Gustavo se le sube encima, se coloca entre sus piernas abiertas, y mientras se miran a los ojos, la penetra lentamente. Le mete los dedos en la boca, para que ella los lama, mientras su lengua juguetea sobre los sensibles pezones de Daniela.
Apagaron a propósito el aire acondicionado, para que, mientras jadean salvajemente al ritmo del movimiento de sus caderas, su transpiración se mezcle, lubricándoles la piel.