Fin de semana en Murcia (I)

Un fin de semana muy especial en Murcia

Hola, amigos. Quisiera compartir con vosotros la increíble experiencia que he vivido este verano, durante un fin de semana en Murcia, España.

Antes de seguir, me presento. Me llamo Sergio y soy de Ciudad Real. Tengo 24 años, soy alto, moreno de ojos verdes y buen físico. No es que haya sido especialmente un casanova, pero no me puedo quejar de mi vida sexual y sentimental. Había tenido pareja estable durante algunos años, pero rompimos poco antes del verano, y decidí dar rienda suelta a mis instintos más primarios. Estuve tonteando con algunas chicas, pero sin ir en serio en ningún momento. En éstas estaba cuando un amigo del trabajo, Carlos, me propone desconectar un poco del trabajo e irnos un fin de semana a Murcia, a un sitio que conocía bien, pues había estado hace unos años. Carlos es un año mayor que yo, rubio y de presencia agradable. Ha salido con algunas chicas, pero no es de los que les gusta comprometerse. Suele ser quien anima las fiestas con su carácter divertido y sus constantes bromas.

Los preparativos son rápidos y al cabo de dos viernes desde que me lo propuso, ya estamos en un apartamento de una localidad costera murciana y con unas ganas enormes de disfrutar del fin de semana. La misma noche que llegamos ya vamos directos a las discotecas, que en esa época del año están a tope de gente. En una de esas discotecas, Carlos se encuentra con un ligue de cuando estuvo la otra vez aquí, Irene. Vive en Valencia, que no está muy lejos de donde estamos, y tiene aquí un apartamento al que viene todos los fines de semana. Irene es una chica estilizada, de largo pelo castaño y sonrisa perfecta. Lleva un pantaloncito corto blanco que hace lucir sus largas piernas y su firme culo y una camiseta roja con lentejuelas un poco ahuecada, de la que se adivinan unos pechos grandes y jugosos.

Irene está de fiesta con una amiga suya, Sonia. Inmediatamente me fijo en ella. De estatura media, morena y cara de ángel salpicada con unos ojazos verdes. Lleva una mini falda negra y una camiseta blanca. Tiene la piel lisa y bronceada, unas tetas medianas pero bien redondas y firmes y un culito respingón que da vértigo. En seguida congeniamos con ellas. Lo cierto es que prefieren estar lejos de los moscones que se les echan encima sin previo aviso.

Nos pasamos la noche charlando. La confianza entre Carlos e Irene es evidente. De hecho, parece que van a volver a liarse, porque al poco de empezar a hablar, Carlos ya tiene la mano sobre su muslo. La verdad es que se nota que hay feeling en ambas parejas, tanto Irene y Carlos como Sonia y yo. Sonia está tranquila, viendo que Carlos y yo somos de confianza. Se le ve resuelta y sin complejos. Al igual te planta un beso como un bofetón, pero no se queda a medias. Y conmigo parece sentirse a gusto, diría que es más probable que me dé un beso a que me suelte un bofetón. Cada vez que le digo algo, se lo digo al oído y muy suave, y ella se me queda mirando fijamente con esos preciosos ojos verdes. La cosa pinta bastante bien. Entonces se me ocurre comentárselo a Carlos, cuando me giro y le veo enrollándose con Irene.

-Estos dos van a irse bien pronto a casa – le digo a Sonia.

-Sí – responde -. Nos van a dejar solos. Menudos amigos, ¿eh?

-Bueno, no me enfado para nada – le digo -. Si yo me encontrase con un ex-ligue una noche, y dejara a mi amigo tan bien acompañado como me deja él a mí, no creo que le sentara mal.

-Pues según lo que dices, no nos podemos quejar ninguno de los dos – dice Sonia.

He captado el mensaje. A ella también le he gustado y me está dando luz verde para ir más lejos. Durante la siguiente media hora empiezan los roces, las insinuaciones y las miradas que no dicen nada y que lo dicen todo. Era sólo cuestión de tiempo. Entonces Carlos me dice de irnos al apartamento y nos vamos los cuatro. Al llegar, Irene y Carlos no se andan por las ramas. Se van directamente al cuarto cogidos de la mano sin apenas haber dicho "Buenas noches" y cierran la puerta. Nos quedamos Sonia y yo en la salita con cara de circunstancias. Nos faltaba el último empujón, pero parecía que ninguno se atreviese. Estábamos sentados en el sofá, tomando un whisky con hielo y pasando el rato, cuando empezamos a oír grititos ahogados, indudablemente de Irene. Sonia y yo nos miramos y nos reímos por lo bajo.

-Oye, tengo una idea – dice ella, con cara de pícara -. ¿Se puede ver la habitación desde la terraza?

-Pues sí – le digo -. No me digas que estás pensando en espiarles…

-¡Jaja! ¡Lo decía en coña, hombre! – dice en seguida -. ¿Cómo íbamos a hacer eso?

-Pues no me parece tan mala idea. ¿A que no te atreves? – le reto.

Ella levanta las cejas en plan desafío y dice:

-¿Crees que no soy capaz?

-Yo no digo eso, sólo digo que a ver si te atreves – le respondo -. Yo no te obligo, ¿eh?

-Pues vas a ver cómo sí soy capaz, listillo.

Y se levanta y se dirige sigilosamente a la terraza. Yo la sigo a cierta distancia. Una vez en la terraza, se inclina hacia la ventana del cuarto de Carlos. En seguida, se vuelve con cara de sorpresa.

-¡Joder, que se ve todo!

Me coloco detrás suyo, prácticamente recostado sobre ella, y miro yo también. ¡Y vaya si se ve! Aunque está oscuro, podemos distinguir bastante. Está Carlos desnudo de rodillas en la cama de espaldas a nosotros, taladrando el coño de Irene, que está a cuatro patas y jadeando. Carlos le empieza a pegar en el culo y le va susurrando:

-Pedazo de zorra, tienes el coño empapado. Se nota que llevabas tiempo esperándome.

-¡Cállate, cabrón, y dame másss! – gime ella.

Él la sigue bombeando hasta que ella empieza a mover su concha cada vez más rápidamente, coge la almohada, se la pone en la cara y empieza a correrse. Se llega a oír algún gemido tapado de ella, mientras él empieza a jadear. A mí la escena me ha puesto a cien y tengo la polla que me va a reventar dentro del pantalón. La tengo pegada al culo de Sonia para poder ver dentro de la habitación, así que es imposible que ella no se haya dado cuenta de mi empalme. Mientras, en la habitación, Irene se ha desenganchado de Carlos y, cuando él le va a decir algo, ella se mete su polla en la boca y le hace una mamada digna de peli porno. ¡Qué bien lo hace, la muy puta! Abre la boca lo justo para que los labios hagan presión sobre su glande y empieza a mover la cabeza de arriba a abajo, le lame los huevos, le succiona la punta del capullo. Carlos está a punto de correrse. Viendo la escena, aprieto mi polla contra el culo de Sonia, y ella me responde apretando su culo contra mi polla.

Empezamos un meneo muy lento mientras seguimos mirando cómo Irene le lame la verga a Carlos como si fuera un helado. En eso, bajo mi mano y acaricio el culo de Sonia por encima de la falda, al principio muy sutilmente, pero luego, al ver que ella no dice nada, lo aprieto ligeramente con la punta de los dedos. La oigo suspirar. Apoyo la palma de la mano sobre sus nalgas y se las masajeo. Ella balancea un poco su culito. Eso me pone mucho y decido ir directo y le meto la mano por debajo de su falda, con dos dedos estirados pasando primero por la rajita de su culo desnudito (lleva tanga), y luego hacia su mojado y caliente chochito. ¡Qué blandito está! ¡Y qué húmedo! Aparto el tanguita y le empiezo a masajear el clítoris sin mediar palabra ni perder detalle de lo que pasa en la habitación. Allí está Carlos jadeando cada vez más fuerte, sin importarle que se le oiga. Irene le empieza a chupar la polla con más intensidad.

-¡Irene, me corro, me corro, me corroooo…! … ¡¡¡Aaaaaaahhh!!! ¡¡Aaah, ah, ah, aaahh…!

Sale un chorro de semen que va a parar directamente en las tetas de Irene. La situación me ha puesto tan caliente que le meto directamente los dedos en el coñito de Sonia y los muevo muy rápido. Ella me muerde el brazo con el que estoy apoyado en la barandilla y, al poco, empieza a correrse mientras se convulsiona contra mi polla.

-¡Mmmmmmmmmpphh…! – se intenta reprimir contra mi brazo.

Cuando deja de frotarse contra mí y se tranquiliza, se da media vuelta, y me planta un morreo de cine, metiéndome la lengua hasta el fondo y con desesperación. Sigue caliente y quiere más, y por lo que veo no va a esperar a entrar en la habitación. Me empieza a desabrochar el pantalón, me saca la polla, se agacha y le pega dos lametones lentos y húmedos con los que se me nubla la vista. Seguidamente, me quita los pantalones del todo y se pone de espaldas a mí. Se apoya en la barandilla, se sube la falda y se aparta el tanguita. ¡Qué visión! Una tía buenísima y calentísima está en pompa con el coñito hinchado pidiéndome que me la folle. Apunto mi polla a la entrada de su concha, le agarro de las caderas y se la meto con violencia, hasta el fondo, como queriendo atravesarla.

-¡¡¡Oooh, madreeee…!!! – gimo, intentando que no se me oyera.

Empiezo a bombearla cada vez más rápido, estoy tan cachondo que no voy a durar mucho.

-Córrete dentro de mí… Tomo pastillas, no te preocupes… ¡Suelta tu leche en mi coñitooo…! – me dice, y mostrándome una cara de vicio impresionante.

Eso es demasiado para mí. Empiezo a embestirla con fuerza mientras voy soltando chorros y chorros de semen, un orgasmo que parece que no se va a acabar nunca.

-¡¡Oooooooooooooooooooohhh…!! – intento callarme, pero no puedo.

-Sshh… No hagas ruido, que nos van a oir – dice Sonia.

Pero me pide demasiado. Bastante he hecho en no ponerme a gritar como un loco. ¡Qué polvo más impresionante! ¡Qué corrida! Cuando nos acabamos de recuperar, y nos vamos a mi cuarto para seguir follando, justo al volver al interior del apartamento, me parece ver la cara de Irene por la ventana.

En mi cuarto, nos quitamos la ropa con desespero y puedo ver por fin ese cuerpazo desnudo. Tiene unas tetas perfectas. Ni muy grandes ni muy pequeñas, redondas, tersas y firmes, con unos pezones medianos y algo morenos del sol, unas piernas estilizadas, una tripa lisa que acaba en unas turgentes caderas que rodean ese coñito que he masturbado hace un instante, completamente depilado. Nada más verlo, me abalanzo sobre él. Necesito comerme ese chochito tan carnoso. Le tumbo en la cama y le empiezo a lamer con desespero toda su concha, de arriba a abajo, metiendo la lengua en sus rincones más íntimos. Ella se retuerce de placer. Entonces, separo la boca y la mantengo a apenas 2 cm, de manera que pueda sentir mi respiración acelerada.

Ella se queda quieta, expectante. Con la punta de la lengua le empiezo a rozar muy sutilmente el clítoris, de manera que ella no esté segura de que se lo estoy chupando. Poco a poco, aumento el roce hasta hacerlo evidente, pero haciéndolo sólo con la punta de la lengua. Juego con su clítoris, de arriba a abajo, de un lado a otro, más rápido, más lento. Se le empieza a acelerar la respiración, como intentando prolongar los breves lengüetazos que le doy. Cada vez la tiene más entrecortada y mueve sus caderas para alargar el contacto con mi lengua. Necesita más. Entonces le doy un largo y carnoso lametón por toda la zona del clítoris. Suelta un profundo suspiro. Vuelvo a darle otro lametón, esta vez un poco más rápido. Vuelve a suspirar más fuerte. Entonces, empiezo a lamerle el clítoris con toda la lengua con suavidad pero rápido, metiendo la lengua en su vagina de cuando en cuando. Entonces empieza a mover la cadera al son de mis lametones.

-¡Ah! ¡Ah! ¡Ah! ¡¡Aaaaaaah…!! ¡¡¡Aaaaaaaaaaaaaaaaahhh…!!! – se corre, empapando mi cara con sus fluidos.

Me tumbo a su lado mientras ella se recupera. Está boca arriba, sin moverse, con los ojos cerrados y la boca abierta. La oigo respirar cada vez más tranquila. Al rato, susurra:

-Nunca me habían comido el coñito así, ¡qué pasada!.

-Bueno, pues tienes mi lengua para cuando quieras – contesto.

-Pues tú me vas a pedir la mía después de lo que te voy a hacer – dice.

Y en eso, se desliza hacia mi polla, morcillona después de haber parado un rato, y me la empieza a pajear. Sube y baja lento, haciendo sentir su mano en cada músculo de mi picha. Bastan dos meneadas para ponérmela dura otra vez. Se pone de rodillas mirándome, masturbándome lento con su mano y me dice:

-¿Quieres ver lo que puedo hacer con la lengua, cielo?

-Lo estoy deseando.

Se agacha y con la lengua me empieza a rodear la polla, desde la punta del glande hasta los huevos y haciendo que note el calor de su respiración. Vuelve a subir y cuando acaba, con la punta de la lengua y sin tocármela con las manos, me lame la punta con rapidez. Noto como me llegan oleadas de calor que me salen por la punta del nabo y me convulsiono un poco. Ella levanta la vista y, sin dejar de lamerme, me mira y sonríe.

-¿Te está gustando?

-Mucho. No pares, por favor. ¡Qué bien la chupas, jodeeerrr!

Entonces, con una mano me agarra la polla con suavidad, se la mete en la boca, y empieza a subir y bajar, primero lentito, y poco a poco va acelerando. Lo hace perfecto, no aprieta demasiado ni demasiado poco, me la chupa con delicadeza pero haciéndose notar y me la mantiene caliente y mojada. No puedo reprimir gemidos de gusto, al principio muy flojos, pero cada vez se oyen más a medida que noto que me voy a correr. Ella se da cuenta y acelera el ritmo. Muevo las caderas para indicarle que me voy a correr, pero ella no despega la boca de mi polla. ¡Me voy a correr en su boca! Le agarro la cabeza y se la aprieto contra mí, mientras le doy embestidas con la cadera.

-¡Joder, joder, jodeeerrrr…! ¡Ah, aah, aaah…! ¡aaaaahhhhhhhhhhhh…!

Abro los ojos y la veo a la muy zorra tragándose mi leche con desespero, abriendo la boca para cogerla toda y rebosándole por los labios. Me sigue dando lametones por la polla, por la tripa y por las piernas, por cualquier lugar donde haya podido caer algo. Lo que no se puede tragar, se lo restriega por las tetas y su coño mientras me mira con cara de vicio. Al mirarla, veo que le queda un poco en el labio y se lo digo. Entonces lo coge con un dedo y se lo mete lascivamente en la boca. ¡Qué pasada! Esta chica es la hostia. Se vuelve a tumbar a mi lado y, al poco, nos quedamos dormidos. Es que es normal, son casi las 7 de la mañana y empieza a haber luz.

Me despierto en mitad de la mañana. El sol me está dando de pleno y tengo calor. Sonia duerme todavía y no voy a despertarla. Cojo el reloj. Son todavía las 11,35h y todos duermen. Me levanto a cerrar las cortinas y a beber un vaso de agua. Más por inercia que por riesgo de que alguien me vea, me pongo los boxers antes de salir de la habitación y voy a la cocina americana que tenemos, integrada en la salita. Me pongo un vaso de agua y salgo a la terraza. Hace un buen día, con mucho sol, y se ve a mucha gente en la playa. Me pongo a curiosear con las personas que veo por la calle cuando oigo que se abre una puerta detrás mío. Al dar la vuelta, me encuentro a Irene, que también se ha despertado y está cerrando la puerta con sigilo para no despertar a Carlos.

El corazón me da un vuelco. ¡Está completamente desnuda! ¡Y cómo está la tía! De noche no se le veía tan bien, pero a plena luz del día se le pueden apreciar todas sus virtudes. ¡Vaya virtudes! El culo y las piernas son tan espectaculares como había imaginado, pero había subestimado sus tetas. ¡Qué digo tetas, tetazas! Debe tener una 100 de sujetador, por lo menos, y redondísimas. Dos auténticos melonazos coronados por unos pezones marcados y morenos. Pienso que lo estoy soñando cuando ella se da cuenta de que estoy en la terraza. Pero no parece demasiado sorprendida ni hace amago de volver al cuarto para ponerse algo encima.

-¡Huy! Pensaba que era la única despierta – susurra, mientras trata de taparse sus tetazas sin éxito.

-Lo siento, no tenía intención de asustarte – le digo, en voz baja también -. Tranquila, me acabo el vaso y me vuelvo a dormir.

-Vale, vale -dice, y se dirige a la cocina sin hacer demasiado esfuerzo en taparse.

Los 4 o 5 pasos que apenas da hasta llegar se hacen a cámara lenta para mí, lo que me permite recrearme con ese culo en forma de corazón y sus piernas infinitas. El coñito no se lo llego a ver por la perspectiva, pero veo cómo le sobresalen las tetas del cuerpo. Son increíbles. Desafían totalmente a la gravedad. La barra americana ahora le tapa de ombligo para abajo, pero eso no importa porque al servirse la leche no me da la espalda, como había pensado que haría. La muy guarrilla se prepara el vaso de frente a mí, enseñándome esas tetazas que me están volviendo loco con sólo mirarlas.

-Anoche os ví a tí y a Sonia follando en la terraza – dice, lo que me hace salir del trance.

-Entonces sí que estabas mirando, ¿eh? – digo

-Para no hacerlo, te pusiste a gemir como loco cuando te corrías – sigue ella -. No me explico cómo Carlos no se dio cuenta.

-¿Es que él no lo vió?

-¡No, qué va! Se quedó dormido nada más correrse. Debía estar muy cansado.

-Es que le dejaste sin fuerzas, chica – le digo.

-O sea, ¿que tú nos viste también? – pregunta, con tono coqueto.

-Te oímos gemir desde la salita y nos pusimos a espiaros por la ventana de la terraza. Nos calentamos tanto que luego nosotros nos pusimos a follar allí mismo, y aún nos duró un buen rato una vez en mi cuarto.

-Ya veo que eres todo un semental – me dice, mientras se pone a beber la leche.

Desde el momento en que sus labios contactan el vaso se me queda mirando fijamente. Es consciente de que se me van los ojos hacia sus tetas y quiere verme la cara cuando se las mire. Yo decido dejarme llevar y después de mirarle a los ojos, bajo descaradamente la mirada y me pongo a contemplarlas sin ningún pudor. Estoy pasando un gustazo y me empiezo a empalmar. Pero no me importa que ella se dé cuenta. Si yo puedo disfrutar de las vistas, que ella también lo haga. Estoy deleitándome con uno de sus pezones cuando veo que un chorrito de leche que se desliza por su teta y se detiene un instante en su pezón, para dividirse en varios chorritos aún más finos, que siguen deslizándose hasta que la propia curva de la teta hace que goteen y caigan al suelo. Levanto la vista y veo a Irene, con la boca rebosando un poco de leche, que está mirando lo dura que tengo la polla.

-¿Te gustan mis tetitas? – pregunta, sabiendo la respuesta.

-Son increíbles, parecen irreales de tan grandes que son – balbuceo.

-Pues son naturales, hijo – dice -. La mejor herencia que puedo pedir.

Y diciendo esto, se sienta en la encimera que tiene detrás suyo, dejándome ver por fin su coñito depilado a lo caribeño, con una fina línea de pelo.

-¿Quieres ver lo que me gusta hacer con ellas? – me dice.

Sólo soy capaz de asentir con la cabeza. Entonces, ella bebe un sorbo de leche y se lo derrama sobre el pecho. Con las manos empieza a esparcírsela por las tetas, acariciándoselas y masajeándoselas, mientras se las mira con deseo. Son tan grandes que con las manos no puede abarcarlas enteras y le rebosan por los lados. Se coge los pezones y se los pellizca. Yo no me lo pienso: me saco la polla y me empiezo a masturbar delante suyo. Ella sonríe lascivamente. Entonces, coloca un pie sobre la encimera, quedando su coñito rosado totalmente abierto hacia mí, mete un dedo en el vaso de leche y se lo pasea por el clítoris mientras que con la otra mano sigue magreándose las tetas. Cierra los ojos al meterse un dedo en el chochito. Lo saca y se lo chupa con cara de vicio. Yo acelero el ritmo de mi paja, siento que me voy a correr pronto. Irene se mete esta vez tres dedos de golpe y suelta un pequeño gemidito. Los mete y saca con frenesí, le está gustando masturbarse delante mío tanto como a mí pajearme delante suyo. Transcurren unos minutos en que sólo se oye el chapoteo de sus dedos taladrando su coño y el golpeteo de la piel de mi polla chocar contra el glande, mientras nos miramos fijamente. En esas, me empiezo a correr silenciosamente y lo suelto todo dentro de mi vaso, ya vacío de agua. Ella, al ver mi corrida, empieza con un violento mete-saca de los dedos y tiene un orgasmo que parece hasta dolerle de la cara desencajada que se le pone. Al poco, se recupera, se me acerca, me coge el vaso donde he echado la corrida y le da un sorbito.

-Esta leche me gusta más – me dice al oído, mientras me acaricia la polla.

Antes de que se de media vuelta, le agarro de las tetas con violencia, se las magreo y se las chupo. ¡Joder, qué tetazas! Están más duras de lo que había pensado. Estoy así 30 segundos y luego la suelto y me meto en el cuarto, deleitándome de la ración de melones que he desayunado.

Tardo en volver a dormirme del sofocón que llevo encima y me despierto pasadas las 15h. Sonia e Irene ya se han ido, pero le han dicho a Carlos para quedar por la tarde y él tiene el móvil de Irene. Comemos Carlos y yo aún medio empanados del sueño, nos contamos más o menos cómo ha ido la noche (evidentemente, yo no le digo que le vimos anoche follar por la ventana, y menos lo que había pasado esta mañana), nos duchamos y llamamos a las chicas. Quedamos para dar una vuelta los cuatro. Vamos en plan parejitas, cogiditos de la mano o abrazados. Nos tomamos unos helados, miramos un par de tiendas y nos vamos a cenar por ahí. Durante la cena, Carlos nos habla de una playa preciosa que hay a unos 40 km en la que se está muy tranquilo y que vale la pena pasarse el día. Irene dice que no puede ir, que mañana ha de volver pronto a Valencia, que tiene que preparar unas tareas del trabajo para el lunes. Pensaba que Sonia entonces no se animaría, pero sí lo hizo.

-¿No te da miedo ir con estas dos cabras locas? – le dice Irene a Sonia. La pregunta iba con segundas, estaba seguro.

-¡Qué va! Seguro que me van a tratar muy bien… – dice Sonia.

-¿Lo dices también por mí? – pregunta, burlón, Carlos -. ¿No te basta con Luis?

-Nunca hay demasiados pocos hombres para entretener a una dama – aclara ella.

-¡Jaja! ¡Qué acaparadora! – digo yo -. A lo mejor eres tú la que nos has de tener entretenidos. Siempre con tantos privilegios… ¡Os cuidamos demasiado bien! ¡Jaja!

-Tú tranquilo, que mañana no os aburriréis – contesta enigmática.

Esta noche Irene y Carlos se van al apartamento de ella y Sonia se viene al nuestro. Follamos hasta que caemos dormidos. Menos mal que ya había puesto la alarma nada más abrir la puerta del cuarto. Suena la alarma a las 10h, todo un madrugón para ser domingo. Mientras Sonia se ducha y prepara el desayuno, yo acabo de arreglar el apartamento para dejarlo libre, meto en el coche mis cosas y las de Carlos y nos vamos hasta el apartamento de Irene para recoger a Carlos. Mientras Sonia prepara sus cosas, Carlos e Irene se despiden. Cuando se despide de mí, me da un beso en la mejilla, me guiña un ojo y me dice al oído:

-¡Hasta otra, semental!

FIN PRIMERA PARTE.