Fin de semana en la quinta
Javier y yo recién comenzamos nuestra relación, y lo que nos falta en palabras, nos sobra en hechos.
Todos los veranos mi amiga suele alquilar una casa con pileta en las afueras de Buenos Aires. El lugar es hermoso, tranquilo, con mucho espacio verde y de un gusto impecable. Como la casa tiene varias habitaciones, es común que ella y su novio nos inviten a pasar un fin de semana, y en esas oportunidades nos la pasamos muy bien. Comemos asado, tomamos fernet, estamos en la pileta hasta bien entrada la noche...
Uno de esos fines de semana arreglamos tres amigas para ir con nuestras parejas a la casa quinta. Mis amigas están todas en una relación estable hace bastante tiempo mientras que yo recién la empiezo. Hace apenas 7 meses que salgo con un compañero de la facultad que conocí por casualidad y, contra todo pronóstico, terminamos teniendo una relación seria. Javier, mi novio, no es de los que demuestran afecto todo el tiempo sino que es bastante reservado. Por mi parte yo tampoco soy de andar diciendo cursilerías cual novia pegajosa, de hecho, me pone incómoda que me demuestren cariño con clichés, así que nos entendemos muy bien. Quizá por eso en la intimidad somos tan fogosos: buscamos comunicarnos de una manera que verbalmente no lo hacemos.
Llegamos a eso del mediodía, después de haber viajado muy apretados en el auto de mi amiga. Durante el viaje tuve que sentarme sobre Javier, porque de otra manera no entrábamos. Vale decir que con cada sacudón del auto (el camino hacia la casa quinta está en pésimas condiciones), yo pegaba un saltito sobre Javier, que comenzaba a excitarse con este frotamiento involuntario. En uno de los pozos que agarramos, sentí que se le estaba poniendo dura y lo miré con complicidad. Él, lejos de avergonzarse, puso sus manos en mi cintura y me apretó aún más contra su cuerpo. Era extraño, porque en el auto estaban mis dos amigas y sus novios, y sin embargo, yo estaba excitándome como si no hubiera nadie.
Finalmente llegamos, mi amiga nos esperaba con mate y facturas, y su novio ya había empezado a prender el fuego para el asado. Como es tradicional que del asado se encarguen los hombres, en seguida ellos se arremolinaron alrededor de la parrilla, mientras nosotras decidimos ir a darnos un chapuzón a la pileta. Cuando nos pusimos las bikinis, salimos al quincho. Los cuatro se dieron vuelta para mirarnos y Ezequiel, el “dueño” de casa (que es un zafado) nos dijo con todo descaro:
-Uffff, empezamos desde temprano?
No le presté atención, es mi amigo y ya conozco lo pajero que puede ser. Con el protector solar en la mano, pregunté:
-¿Me pasás el protector en la espalda?
-¿A mí me preguntás?- dijo Ezequiel.
-Claro que no, le pedía a Javier…- le respondí guiñándole un ojo. Las bromas entre nosotros son recurrentes y mientras no ofendan a nadie, un poco de histeriqueo no está mal. Javier vino a pasarme el protector y cuando terminó, me dio un beso en el hombro. –Cuidado con el sol- me recomendó. –Cuidado con éstos- le respondí en voz alta, mirando a los novios de mis amigas. –Que no se aprovechen de que sos el nuevo, je-. Al darme vuelta para besarlo, noté que volvía a tenerla dura. Va a ser una noche larga, pensé, si eran apenas las 10 de la mañana y ya se había aguantado las ganas dos veces.
Estuvimos un rato en la pileta con mis amigas, haciendo lo que hacemos cuando nos juntamos: hablar de hombres. Ellas están viviendo con sus novios y eran pura queja. Cuando me tocaba hablar a mí, me costaba hacer causa común con ellas: con Javier todo marchaba viento en popa. Somos compañeros, nos divertimos juntos, sabemos estar en los momentos malos…
-¿Y el sexo?- me pregunta Flor.
-El sexo es maravilloso- respondí escuetamente. Por supuesto, esta respuesta no les fue suficiente, y terminé contando alguna intimidad más de lo que debería. Bueno, al fin y al cabo, no miento.
Al rato, Julieta salió de la pileta y cuando estaba acercándose al quincho, paró súbitamente y se pegó a la pared. Claramente estaba escuchando algo a escondidas de los chicos, y nos hizo una seña para que vayamos rápido. Al llegar, escuché la voz de Ale, que preguntaba:
-Pero entonces, ¿vos estás enamorado de ella?
Para mi sorpresa, es la voz de Javier la que respondió:
-Y, ¿qué te parece? Vos la conocés mejor que yo… es una piba inteligente como pocas, divertida, la mejor compañera… Y además es hermosa. ¿Cuántas mujeres así hay?
Me quedé de piedra. Creo que sabía que Javier pensaba eso de mí, pero jamás me lo había dicho con esas palabras. Mis amigas me hacían burla como si se derritieran de amor con las palabras de Javier, mientras volvían a la pileta. Unirme a ellas sería someterme a sus burlas, así que irrumpí en la charla de los chicos. –Javi, ¿venís un momento?- le pregunté, de la forma más casual que pude, y lo llevé hacia adentro de la casa. Llegamos a una especie de living, cuando me pregunta: -¿Escuchaste algo que te molestó?
Silencié su boca con un beso. Ciertamente no me había molestado. Más bien, me había hecho morir de ternura, pero no sabía si sería capaz de responderle de la misma manera. Lo miré a los ojos y con el dedo índice apoyado sobre sus labios, le pedí que hiciera silencio. Lo volví a besar, saboreando su lengua y pegando mi cuerpo al suyo. La erección que iba y venía desde la mañana temprano volvió a hacerse notar. La bikini mojada me daba frío y mis pezones se endurecieron mientras mi boca recorría el cuello de Javier. Él me acariciaba la espalda, la cintura, el culo, y también me besaba el cuello. Me separé de él, y despacio, bajé hasta que mi boca quedó a la altura de su pija. Javier suspiró: enloquece cuando le hago sexo oral. Lo miré y le hice un gesto para que no hiciera ruido, mientras con la otra mano bajé sus shorts y su bóxer lo justo para que quedara su pija al descubierto.
Mientras le sostenía la pija con una mano que se movía lentamente, ayudando a parársela del todo, mi lengua recorrió sus huevos, que alternadamente introducía en mi boca. Javier se mordía los labios, muere de gusto cuando lo jugueteo así. Estuve unos cuantos minutos hasta que sentí en mi mano una gotita de líquido preseminal: era mi señal. Acerqué la punta de mi lengua hasta su glande y con toda suavidad lamí y saboreé su puntita. No sé por qué, pero el semen de Javier tiene un gusto bien dulzón que me excita muchísimo. Con mis labios besé su glande y los entreabrí apenas para que entrara la puntita en mi boca, mientras dentro de ella, movía la lengua, recorriéndola. Javier me agarró del pelo, como sabe que me encanta, para indicarme que fuera más profundo, pero no le hice caso. Saqué su glande de mi boca y con la lengua le recorrí todo el tronco como si estuviera comiendo un helado. Sabía que lo estaba volviendo loco, y era mi intención, por lo que estuve así un buen rato, mientras él apenas se sostenía en pie, y tiraba cada vez más fuerte de mi pelo. De repente abrí la boca y me metí toda su pija, que no es muy larga pero sí bastante ancha, en la boca. Javier dio un respingo de placer y comenzó a moverse hacia adelante. Yo aumenté el ritmo, mientras mi lengua hacía remolinos dentro de la boca. Sacaba toda su pija y la volvía a meter, porque sé que disfruta de la estimulación en el glande, así que lo hice pasar por mis labios todo lo que pude. Javier se mordía los labios para no hacer ruido, mientras yo me comía su pija a toda velocidad y acariciaba sus huevos con mis manos. Levanté la vista para mirarlo y él no pudo evitar un bufido. Supe que el momento se acercaba, así que frené un poco, le lamí el tronco de nuevo, jugué con sus huevos otro poco: no quería que acabara, quería que su orgasmo fuera increíble. En cuanto noté que sus músculos se relajaban de nuevo y que su respiración volvía a la normalidad, me metí toda su pija en la boca de un zopetón, hasta que mis labios chocaron con su pubis. Javier emitió un gruñido y me pegó un tirón de pelo, alejándome de él. Me la saqué completamente y repetí la operación: de nuevo su pija tocó el fondo de mi garganta. Y de nuevo la saqué, de nuevo la engullí. Cada vez lo hacía más rápido, cada vez su pija llegaba más profundo. Javier estaba sacado, movía mi cabeza con ambas manos y literalmente me cogía la boca.
En ese momento escuché a mis amigas en la cocina, que queda pegada al living, preguntándose dónde me habría metido yo. Por un momento me desconcentré con sus voces y de pronto sentí un chorro impresionante de leche que fue directo a mi garganta. Como no me lo esperaba, me ahogué, y saqué la pija de Javier de mi boca. Lo seguí masturbando con una mano, mientras Javier apretaba sus puños y sus labios, ahogando un grito. Efectivamente, el orgasmo estaba siendo un estallido. El segundo lechazo no me dio tiempo a abrir la boca, así que una parte quedó en mis labios. Con un dedo me los limpié, y luego chupé el dedo, mirándolo a los ojos. Luego, volví a chuparle la pija para dejársela limpia y para estirar los últimos estertores del orgasmo, mientras Javier recuperaba la respiración. Me ayudó a pararme y me dio un abrazo y un beso apasionado.
-Te amo, ¿sabés?- le dije al oído.
-Lo sospechaba- me contestó con una sonrisa.
Por suerte, el fin de semana recién empezaba.