Fin de semana en la montaña

Tres compañeros de trabajo deciden pasar un fin de samana juntos y les comentan un lugar muy particular no muy lejos de casa.

FIN DE SEMANA EN LA MONTAÑA (I)

Hola de nuevo a tod@s; aquí os traigo otra historia situada en un marco incomparable. Espero que os guste y que me escribáis haciéndome saber lo que os ha parecido. Ahí va...

David, Diego y Ricardo llevaban tiempo intentando salir juntos un fin de semana hacia algún lugar en la montaña, que les ayudara a relajarse de su trabajo diario. No hacía mucho tiempo que se habían licenciado en la universidad como ingenieros informáticos y ahora trabajaban en la misma multinacional, en la ciudad de Vancouver, Canadá. David y Ricardo ya se conocían de la carrera y eran muy amigos; a Diego lo conocieron en el trabajo y, entre los tres alquilaron un piso donde vivían todos juntos.

Decidieron que el fin de semana siguiente sería ese fin de semana que se fueran al bosque a divertirse a un lugar que les habían recomendado: una casa sacada de una película de terror, situada en el entorno incomparable de un valle enorme, con un lago glaciar al fondo, que transmitía una tranquilidad y calma maravillosas al conjunto. Después de dos horas de carretera en el coche de Ricardo, un precioso BMW X6 color beige que acababa de estrenar, llegaron al paraje desde donde se accedía a la mansión. Tuvieron que parar el coche para contemplar la vista que tenían ante ellos: desde el pequeño alto en uno de los extremos del valle, éste se extendía durante varios kilómetros hacia el fondo, con una arboleda perenne y muy densa, con un río que iba surcando la abundante vegetación el cual, desembocaba en el enorme lago que ocupaba la parte final del valle. La fotografía que tomaron era tan espectacular que ninguno de ellos se podía creer que hubiese un sitio así, y encima solamente a dos horas de casa.

Después de un rato más de coche, advirtieron entre la arboleda una construcción antigua y enorme: era la mansión en la que se hospedarían el fin de semana. Les habían dicho que se lo pasarían en grande pero...

La mansión era una de esas casas rurales que últimamente abundan tanto. Sin embargo, los dueños de la mansión no querían que su casa fuese una casa cualquiera: se trataba de una casa en la que te transportabas por distintas aventuras a lo largo de la estancia en ella. Era como una especie de parque de atracciones en el que compartías tu estancia con otros huéspedes.

Para empezar, las comidas se servían en el comedor de gala; una estancia rectangular de seis metros de ancha por quince de larga, que iba de la parte delantera a la parte trasera de la mansión. Tenía una mesa larga color caoba en medio, que abarcaba toda la longitud de la habitación. El total de comensales que se podían sentar a aquella mesa era de 20. El número de habitaciones privadas de la mansión era de 20 y 20 eran las personas que trabajaban para dar servicio a aquella maravillosa construcción y a sus huéspedes.

Habían llegado hacia las ocho, así que tomaron posesión de sus habitaciones y les recibieron indicándoles el horario de las comidas y las posibles excursiones que podían realizar por la zona. Subieron a sus habitaciones. Todas ellas eran individuales, aunque las camas eran kingsize (dos metros de ancho). Eran amplias, decoradas en estilo antiguo pero con muchísimo gusto. Las maderas utilizadas eran nobles y en todas se respiraba el lujo por doquier. Las telas que cubrían las ventanas y las ropas de las camas eran de marcas carísimas y eso daba a las estancias un toque pijo, pero con glamour. El suelo estaba enmoquetado de color gris claro, muy agradable. Los baños de las habitaciones eran enormes, con suelos y paredes recubiertas de mármol haciendo aguas. Tenían una ducha enorme y una bañera redonda de hidromasaje. Toda la atmósfera del lugar daba una sensación acogedora, como cuando llegas a tu casa y te sientes en tu terreno. Después de dejar sus pertenencias en sus dormitorios bajaron a cenar. Allí fueron conociendo al resto de los huéspedes de la mansión. Ricardo se quedó entusiasmado con un chico jovencito, tanto que sus amigos le tuvieron que dar un codazo para que quitase la cara de tonto que se le había quedado. El chico también se dio cuenta de la estupefacción que había causado en aquel hermoso macho moreno con cuerpo desarrollado exclusivamente para el placer, tanto visual como físico.

David y Diego también hicieron un reconocimiento rápido para ver el tipo de personajes que se dejaba ver por allí. Repararon en un caballero vestido de negro exclusivamente, con un porte de galán de cine que les producía cosquillas en la entrepierna; tampoco es que le dieran más importancia, pero.... ¿qué cosa más rara, que ellos heteros de siempre, se fuesen a fijar en otro ejemplar masculino?

Con estos pensamientos, todos los huéspedes pasaron al comedor de la mansión donde tomaron asiento. Se sentaron en una esquina de la enorme mesa y, como por arte de magia, el jovencito, con el que hacía un momento tuvo sus sueños más húmedos Ricardo, se sentó justo delante de ellos. Ricardo era gay y todos lo admiraban porque no le costaba nada ligar: siempre se llevaba a los hombres más espectaculares y aquel día no iba a ser diferente. Por algo se mataba en el gimnasio dos horas diarias y cuidaba sus comidas tanto. El reconocimiento siempre implica un esfuerzo. Sus dos compañeros se consideraban heteros y tampoco solían tener problemas para llevarse a los mejores ejemplares femeninos a casa. La verdad es que cuando decidieron irse a vivir juntos, la belleza física de los tres fue algo que les animó a unirse como compañeros de piso. Eso era algo que tenían en común.

Durante la cena, las miradas se sucedieron continuamente. Aquel chico sabía lo que era provocar con su forma de vestir. Llevaba unos vaqueros descoloridos, muy ceñidos sin cinturón, unos tenis recién estrenados y una camiseta bastante corta y demasiado justa para pasar desapercibida,que permitía, cada vez que su dueño se levantaba para coger algo de la mesa, mostrar la goma elástica de unos calzoncillos de una famosa marca, a la vez que permitía apreciar los abdominales ultramarcados en el torso del especimen. Ricardo estaba a punto de reventar, notaba que su bragueta le explotaba, puesto que la cena estaba siendo más amena de lo que él pensaba. Los intercambios de miradas mostraban ya, que el chico con aquel atuendo, tenía la entrepierna tan inflamada como la suya.

En un momento de la animada reunión, mientras que el resto de los invitados escuchaban al dueño de la mansión, el chico le giñó un ojo a Ricardo y se levantó. A continuación, Ricardo hizo lo propio diciendo que tenía que ir al lavabo. Siguió al chico hasta donde él fue. Se internaron por un pasillo largo y angosto que llegaba a unas puertas enormes correderas de roble macizo. El chico que iba delante suyo, se giró hacia él, abrió las puertas de madera y le hizo pasar al interior de la habitación. Se hallaban en una especie de biblioteca enorme, con distintos ambientes: había mesas de estudio, había zonas de descanso con sofás e incluso zonas donde tomar un té, con unas sillas y mesas estilo imperio. La estancia destilaba sobriedad pero a la vez producía un morbo terrible estar allí con aquel tipo tan caliente. Una vez cerró las puertas, Ricardo se echó a su espalda, besándole el cuello y agarrándolo fuertemente por detrás. El chico se dejó hacer, ya que estaba siendo el objetivo de un hombre guapísimo, moreno (como a él le gustaban) y con un cuerpazo de los que se ven pocos. Aquella sensaciones que estaba sintiendo hacía mucho tiempo que no las tenía y no lo iba a desperdiciar.

Ricardo acarició todo lo que pudo y hasta allí hasta donde le llegaban sus brazos. Todo lo que estaba palpando era brutal, estaba alucinando de que aquel jovencito tuviese aquel cuerpo. ¡Si sólo debía tener 15 años! Mientras la mano izquierda ayudaba a que el cuerpo del chico se apoyase contra la puerta, su mano derecha comenzó a buscar el cuerpo de Ricardo, el cual, no tardó en encontrar: el chico también debió sentir un escalofrío cuando tocó aquellos abdominales de gimnasio, duros como el acero y marcados como los surcos de una huerta, que traían tantas alegrías a Ricardo en lo que a la hora de la conquista se trataba. Bajó la mano rozando la pierna por el exterior hasta llegar a la cadera, desde la cual su mano se internó de cara a la bragueta. Se debió de asustar cuando palpó semejante bicho; Ricardo llevaba inflamado demasiado tiempo y la situación se había calentado por momentos. El chico que se la había insinuado en la cena era muy guapo (le encantaban los chicos con cara de angelito porque después solían ser los más putones) y tenía un cuerpo menudo, más bien bajito, pero muy bien trabajado. En poco tiempo se daría cuenta de lo bien trabajado que estaba.

Como pudo, la mano privilegiada del chico, bajó la cremallera de bragueta de Ricardo y se fue internando en aquel bosque gobernado por un solo árbol, enorme y con una copa descomunal en comparación con la longitud del tronco.

  • Me va a doler.- pensó el joven, imaginando lo que le venía encima. Aún así, siguió frotando el miembro de Ricardo por encima de su calzoncillo cada vez con más rapidez.

Ricardo le había desabrochado el pantalón y éste había caído al suelo junto a los calzoncillos del nene. Ahora tenía paso libre para explorar una nueva tierra, virgen, por lo que se veía. El miembro del chico era delgadito y ligeramente largo, con una cabeza asomada continuamente, producto de una fimosis temprana que había dejado de existir hacía tiempo. En conjunto era un aparato muy bonito, de esos que cuando los ves, te entran unas ganas enormes de llevártelos a la boca. Ricardo se internó entre las nalgas del chico y comenzó a buscar el deseo de su placer y el del otro. No tardó mucho en encontrarlo y en frotarlo suavemente, haciendo retorcerse al dueño de semejante esfinter. Ricardo se agachó entre las piernas del chico, se las abrió aún más de lo que ya las tenía y comenzó a lamerle el ojete con mucha pasión: tanta pasión le puso que el chico sintió debilidad y le fallaron las piernas, por lo que quedó de rodillas con el culo áun si cabe más expuesto. Es aquella posición, Ricardo podría haber metido lo que quisiera por allí, estaba completamente a su merced.

Después de lengüetearlo durante un rato, a su chico le pareció algo sensacional ya que no dejó un sólo momento de suspirar e incluso chillar cuando le mordía aquella piel que se amontonaba alrededor del precioso cráter, le empezó a meter uno de sus dedos. Se lo había chupado previamente, pero no tuvo ningún problema para introducirse por aquella cueva. En un par de minutos, eran tres los dedos que le entraban al chico en su oquedad: estaba temblando de placer y más pensando en lo que vendría en unos momentos.

El chico como pudo se giró y vio por primera vez en aquella sala a su amante secreto. Sus ojos eran verdes brillantes y tenía unas pestañas largas que le daban un toque de feminidad bestial. Su mentón prominente y anguloso confería a su cara una belleza exuberante, digna de cualquier faraón egipcio. En aquel momento quiso ser poseído por semejante dios, pero le preguntó cómo se llamaba.

  • Me llamo Ricardo, para servirte.- aquellas palabras adquirían un sentido mayor en la situación en la que ambos se encontraban.

-¿Y tú? .- preguntó Ricardo para no ser descortés.

  • Me llamo Álex y soy el hijo de los dueños de esta casa.- contestó airado el niñito. Ese aire de superioridad no le gustó nada a Ricardo y se propuso hacerlo sufrir ¡por capullo! Ricardo era consciente de lo bueno que estaba y de que se podía permitir los lujos que quisiera. Nunca tenía miedo ante nada y tampoco se planteaba si lo que hacía estaba bien o no: simplemente era él y su cuerpo. Es resto del mundo no importaba.

-Así que me voy a tirar al hijo de los acaudalados dueños de esta mansión.- pensó. Eso sí que era entrar por la puerta grande y cubrirse de gloria el primer día. Si el fin de semana seguía así, pensó que podía dejarse caer por allí todos los siguientes fines de semana del año.

No quiso demorar más el momento vivido hacía solo unos instantes. Se sacó la cartera y de ella un condón que Álex le quitó de las manos y se lo aplicó a su miembro con la boca. Aquella escena le había vuelto a calentar como hacía un rato estaba. Giró de nuevo a su compañero y comenzó a masajear su ano con la punta de su rabo. El chico suspiraba intensamente, tanto que pensó que lo podrían escuchar perfectamente el resto de los huéspedes de la mansión desde el comedor. Le daba pequeños golpecitos en el culete con su estaca, la cual tenía unas proporciones que daba miedo. Hasta el mismo Ricardo se emocionó viendo su rabo a reventar como pocas veces lo había visto. No se lo pensó más. Encontrar el punto G de ese chico iba a ser muy fácil: por un momento le dio envidia el placer que aquel niño estúpido iba a recibir por su parte.

No se lo pensó dos veces. Iba a sufrir. Apuntó al ojal del chico y apretó con todas sus fuerzas mientras con sus manos tiraban de las caderas del jovencito hacia sí. Fue un chillido salvaje que heló hasta las risas que se oían en el comedor. Ricardo puso una mano en la boca de su muñequito para callarlo. Esperó unos segundos para ver si oían algo sospechoso, pero todos los ruidos eran normales. La penetración fue limpia: directa y profunda. Su rabo no debió dejar títere con cabeza dentro del chico, quien se esforzaba por recuperar el aliento después de semejante dolor.

  • ¡¡Eres un salvaje!! ¿Cómo se te ocurre metérmela de golpe? ¡¡Animal!!- protestó furioso el muñeco.

Ricardo ni contestó. Se concentró en su placer y en darle su merecido a aquel necio que había osado en insultarlo. Para eso Ricardo era muy cuadriculado: no soportaba a los que van de duros y después se les hace el culo gaseosa, y menos, a los que no aguantan el mínimo dolor. A esos, se concentraba en producirles el máximo dolor que pudiera, para que aprendieran a ser hombres. Lo galopó con todas sus fuerzas mientras el chico se masturbaba con un ritmo acelerado. Se notaba que aquella situación estaba desbordando al crio, quien se había propuesto seducir al guapo huésped y la cosa se le estaba yendo de las manos. Mientras el chico estaba con esos pensamientos, la "cosa se le fue de las manos" y tomó vida propia: empezó a escupir sabia joven con furia, mientras su dueño era fruto de las embestidas más brutales que se hubiese imaginado en la película porno gay más hardcore que hubiera visto. Ricardo notó que el esfinter que estaba atravesando con su vara estaba produciendo contracciones, lo que le animó a darle más fuerte. Así estuvo otros tres minutos más, que a él le pasaron muy rápido, todo lo contrario que al chico, que sintió que nunca más volvería a sentarse. El orgasmo fue rápido y violento a la vez. Se la sacó de golpe y le dio la vuelta en el aire, de manera que el chico quedó con la espalda en el suelo. Se masturbó agarrándose el rabo muy duramente y comenzó a soltar su leche retenida de una manera tal, que cuando terminó, el chico estaba cubierto por una sustancia blanquecina que tenía por todo el cuerpo.

-¡Podías haberte corrido en el suelo!¿no?, ¡ahora tendré que ducharme de nuevo!- se enfadó el chico cuando se vio en semejante momentazo.

-Ese es tu problema. Si no eres consciente de tus actos, no los hagas y sino sabes cómo puede acabar algo, no lo empieces. - soltó Ricardo airado. Aquello no le gustó nada al chico, que se marchó bufando por otra puerta de la biblioteca, hacia su necesaria ducha. Ricardo sonrió del orgasmo que le acababa de proporcionar semejante estúpido. No sabía si le gustaba más por el polvazo que le había pegado o por el daño que le había provocado mientras se lo follaba. Pensando en aquello se levantó y se vistió, disponiéndose a entrar de nuevo en el comedor. Su sonrisa de triunfo lo decía todo.

Continuará...

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