Fin de semana en la casa rural (4)

Me estiré derribando a Rosa y nuestro beso dio paso a mis lamidas recorriéndole el cuerpo mientras alzaba la grupa y Pere tomaba y abría mis nalgas buscando mi ano con su lengua.

Hola, besos a todos, continúo con el fin de semana en la casa rural, os recomiendo leer la primera, la segunda y la tercera parte si no lo habéis hecho, porque no he puesto introducción para que sea relato independiente. Por cierto, existen una quinta y sexta parte, pero esas las tendréis que leer en mi libro, ya publicado en Amazon. En mi perfil de autora tenéis el enlace a mi perfil de autora y la serie "Aventuras de Sandra Cracovia", el libro se titula "En pandemia".

Este relato arranca donde acaba "Fin de semana en la casa rural (3)"

Besos perversos,


—¡Dios! Eso ha sido…

—¡Tremendo! —Terminó Rosa por Pere.

Me incorporé para ir a buscar mi copa, necesitaba vino para limpiarme la boca y el gusto a semen. Desnuda, salvo por las zapatillas, recorrí la sala y me bebí la nueva copa de un sorbo y la rellené. Cuando volví la vista vi que Rosa hacía lo mismo con su bebida, todavía con las mallas en los tobillos. Javier jadeaba en el sofá, se había sacado los pantalones y calzoncillos, que estaban empapados de Àngela y tirados. La niña estaba despatarrada contra él todavía, con el vestido arremangado en su cintura, los sostenes caídos y las braguitas ladeadas, los ojos cerrados y todavía degustando el placer. La envidié, la envidié terriblemente, celosa de su satisfacción y placer al verse colmada completamente, tal vez al descubrir el placer del sexo realmente. Pero era una niña y la ternura me pudo, no me interpuse entre los dos, fui hacia ella y le tomé la cabeza en mi regazo.

—¿Estás bien? —Le dije con dulzura.

—Más que bien… —Sonrió y me tranquilizó esa sonrisa, la aceptación de ella. Joan estaba todavía en pie, con los pantalones en los tobillos y nos miraba sin hacerse a la idea de qué había pasado. Le hice un gesto para que se acercara y lo hizo torpemente, sin desvestirse.

—Anda, ven que ahora te necesita a ti. Tráele una copa. ¿Qué bebías, cariño? —Pero Joan ya estaba allí con la copa. Yo me levanté y les dejé mientras apartaba sus piernas de encima de MI marido y me recostaba contra él. No nos dijimos nada, no hacía falta, su pecho todavía subía y bajaba aceleradamente.

Rosa y Pere vinieron a nosotros, más que nada por dejar a la pareja joven que se recompusieran. O se entendían ahora o tendrían problemas. Se sentaron en el suelo, sobre la mullida alfombra, ante nosotros.

—Me he quedado con las ganas de comerme esas nalguitas duras. —Dije yo mirando a Rosa, pero refiriéndome a las de Pere.

—No te has perdido nada. — Dijo Rosa bromista—. Mucho músculo, pero, por delante…

—¡Oye tú! —Ofendido, Pere.

—Al lado del máster del universo este… oye, ¿no le podrías dar un par de clases?

—Cuando vuelva a la vida… —Jadeó, medio moribundo, Javier— ¿Has traído el marcapasos de repuesto? ¿Las vitaminas? ¿El equipo de reanimación? —Le di un puñetazo de broma en su estómago, que todavía subía y bajaba con su respiración agitada. Ofendida, me dejé resbalar del sofá para quedar sentada con Rosa y Pere.

—Pues yo estoy segura de que ahora Pere te aguantaría como un jabato otro asalto, y seguro que te haría llegar un par de veces. —Los miré, pero los dos estaban derrotados. Pere se alarmó un poco, como si me tomara en serio, y se refugió más cerca de Rosa—. Además, no hemos sido demasiado complacientes contigo —dije mirando a Rosa.

—Déjalo, no llevamos vuestro ritmo. —Dijo Rosa, sincera. Pero en sus ojos vi brillar algo de deseo.

—No te he devuelto tu regalo, te aseguro que me gustó mucho. —Y mi mano fue a su muslo, fibrado y duro, que me atraía tremendamente. Mi otra mano buscó el pene fláccido de Pere—. Y tú no has catado mi culito, ¿no te apetece? Por variar, digo…

Javier me miró. Él sí estaba derrotado. Me miró y sonrió, dándome su consentimiento. Ambos sabíamos que no era necesario, que no lo necesitaba, pero estuvo bien que tuviera el detalle de dejármelo claro, él había llegado a su límite, pero no me quería frenar. Mi mano tomó el fláccido pene del sorprendido Pere que no pudo dejar de tratar de mirar mis posaderas. Pero Rosa no le miraba a él, sino a mí. Mientras, mi mano continuaba jugando con Pere, me estiré y besé a Rosa de nuevo.

—Quítate la camiseta, y tu —dirigiéndome a Pere—, prepárame el culito, que te está deseando.

Me estiré derribando a Rosa y nuestro beso dio paso a mis lamidas recorriéndole el cuerpo mientras alzaba la grupa y Pere tomaba y abría mis nalgas buscando mi ano con su lengua. Todos necesitábamos tiempo para aumentar el deseo y volver a ponernos a tono, y nos lo tomamos con calma. Me dediqué a descubrir el tacto y el cuerpo de Rosa mientras ésta se dejaba hacer y acunaba mi cabeza removiéndome el pelo. Noté cómo iba incrementando su temperatura, cómo mi estimulación iba despertando sus sensaciones de nuevo.

Tenía sus pequeños pechos muy sensibles y me dediqué a ellos durante un buen rato, lamiéndolos, besándolos, recorriéndolos con mi lengua con calma antes de atacar sus sensibles pezoncitos. Los míos son como cerezas, pero los suyos eran como garbancitos que se endurecieron y se estremecieron ante mi aliento, mi lengua o mis mordisquitos. Rosa empezaba a jadear ya cuando decidí dejarme deslizar hacia su vientre mientras seguía estimulándola con mis deditos, pellizcando y acariciando cada vez con menos ternura y más pasión.

Mientras, Pere se lucía con su masaje en mis posaderas. Había empezado dando mordisquitos a mis nalgas para pasar a abrírmelas y recorrer con su lengua desde el sexo a mi ano, humedeciéndolo todo y regalándome sensaciones. Luego había centrado su lengua en mi ano y sus deditos en mi sexo. Mi humedad le mostraba que aquello me estaba gustando y me estaba empezando a excitar. Su lengua se limitaba a acariciar mi rosadita entrada posterior mientras sus dedos jugaban con mi sexo, pero al empezarme a penetrar el sexo también lo hizo la lengua.

Pronto, fue sustituida por húmedos dedos y penetró hasta media falange de uno. Lo retiró y lo humedeció de nuevo para introducirlo otra vez. Suave y sin prisas, supongo que también necesitaba él su tiempo para ir excitándose. A ese dedo siguió otro y ya fueron dos los que me penetraban y yo me dilataba y gemía dejando que mi boca viajara por el cuerpo de Rosa dejando regueros brillantes de saliva. Encontré su sexo húmedo y abultado, demasiado sensible como para atacarlo directamente después de sus orgasmos. Así que me limité a besarlo y lamer hasta que me pareció que podía empezar a admitirme.

Curiosamente, tenía el clítoris tan inflamado como sus pezones. Era un garbanzo enorme en comparación con sus pequeños y musculados pechos. Sobresalía de su sexo como una palmera en el oasis y se lo veía rojo e irritado, tendría que ir con cuidado. Bufé sobre él y Rosa casi se corre sólo con eso. Si era brusca en vez de un orgasmo lo que le produciría era dolor. Por eso me dediqué a torturar sus labios con los míos, acariciando con la lengua y succionando con cuidado de no alterar su garbancito.

Pere me tenía agarrada de las caderas y ya volvía a estar empalmado. No lo miré, lo supe al notar su glande tanteando mi rosada flor posterior y la acelerada respiración de Rosa. La muy jodida se dedicaba a disfrutar de mí y contemplar el espectáculo. Me relajé y preparé para su penetración, que no tardó en estamparme contra Rosa. No fue delicado, debía haberlo excitado mucho aquello de hacerme el culo, porque me empaló hasta el fondo hundiéndome en el sexo de Rosa. La beneficiada fue ella, que se corrió empapándome la cara cuando su chico me rompió hasta el fondo sin preocuparse por mí. Después se retiró tal y como había entrado desgarrándome por dentro. ¡Dios! Iba a tener que enseñarle un par de cosas. Grité de dolor todavía con la boca tragando la corrida de Rosa, que me atrapó la cabeza empujándome contra su sexo. ¡Como si pudiera retirarme! Porque inmediatamente Pere volvió a la carga empotrándome. ¿Quién me mandaría a mí enredarme en esos líos? Aunque debo reconocer que cuando empezó con el toma y daca me mojé como una colegiala derritiéndome de placer.

¡Dios! Aquí se notaba el fanático del deporte. ¡Vaya ritmo tenía el chico! Me derrotó con las primeras embestidas y quedé totalmente derrengada entre las piernas de Rosa que no me dejaba ni respirar. La atleta no dejaba de correrse y se sacudía manteniéndome contra su sexo con una fuerza increíble, sus brazos eran tenazas que me aplastaban contra ella y tenía problemas para tomar aire, lo que parecía incrementar su placer hasta límites extremos. No tuvo una tremenda corrida, tuvo una sucesión de corridas sin parar mientras me sujetaba firmemente sin dejarme reposar ni respirar ni nada. Y su chico que no paraba de embestirme y empalarme y destrozarme y sumirme en la más completa tortura del placer extremo.

La asfixia combinada con el placer del culo me llevó a un orgasmo incomparable. Me corrí como si me meara, dejando un charco en la alfombra, seguro que fue un lago, mientras mordía aquel garbanzo sin control alguno de mis actos y sentía la simiente de Pere llenándome mientras le estrujaba con mi esfínter.

Gritó él, pero berreó ella cuando la mordí sin poder contenerme, sin contemplaciones, fruto de mi propio orgasmo, hasta casi arrancarle el clítoris. Cuando alcé la vista la vi con lágrimas en los ojos y me asusté, pero su sonrisa de satisfacción era la de un placer extremo y me tranquilicé, todavía con lucecitas en mis ojos me dejé reposar entre sus piernas totalmente derrotada, fláccida y sin fuerzas para nada.

Pere cayó sobre mi espalda aplastándome. Y digo cayó porque literalmente se derrumbó sobre mí mientras mi culo todavía lo exprimía espasmódicamente. Cayó gritando de dolor y placer y su tranca quedó empalándome, atorada dentro de mí. Se hizo a un lado, pero su sexo seguía dentro de mi ano, enganchado y sin poder salir, hasta que me di cuenta de que era yo quien lo apretujaba sin darme cuenta. Traté de relajar, pero todavía tenía espasmos y no controlaba del todo. Tuvimos que esperar unos momentos, enganchados por su sexo y mi ano, hasta que nos recuperamos un poco y él salió resbalando de mi interior dejando un hilo de simiente y algunas cosas más.

Javier vino a mi lado, había tapado la joven pareja con una manta y dormían como críos en el sofá, abrazados. Él reunió las fuerzas para alzarme y llevarme a la habitación. Ni ducharme pude, quedamos así, los dos sucios y sudados (o yo, al menos), en la cama, cubiertos con una manta. Dormí como una niña bendita.


Espero que os haya gustado. Ya veré los comentarios o los mails,

Besos perversos,

Sandra