Fin de semana en la casa rural (3)

Javier se me acercó y yo, perversa, le metí mi pierna entre las suyas mientras me sacudía lasciva subiendo y bajando, acariciando descaradamente mi cuerpo contra el suyo. Noté su sexo contra mi muslo, creciendo con mi descarada forma de… bailar.

Hola, besos a todos, continúo con el fin de semana en la casa rural, os recomiendo leer la primera y la segunda parte si no lo habéis hecho, porque no he puesto introducción para que sea relato independiente.

Besos perversos,


Bajamos pasadas las ocho de la noche. Sabiendo ya que la calefacción estaba algo alta, no nos abrigamos. De hecho, yo llevaba unos pantaloncitos cortos rosas de felpa y una camiseta (y zapatillas de deporte), y Javier algo parecido, aunque él no pudo renunciar a sus pantalones de pinzas (es asquerosamente clásico).

Al llegar hicimos corro con Joan, Àngela, Pere y Rosa examinando lo que había para cenar. Vimos los entrecotes y las verduras y lo tuvimos claro. Empezamos envolviendo las patatas en papel de aluminio y poniéndolas en las brasas del fuego, luego limpiamos cebollas, algunas setas locales, berenjenas y calabacines, los troceamos gruesos y las añadimos en una parrilla con un poco de aceite de oliva.

Los hombres pusieron la mesa y prepararon algunas botellas de vino de la zona. Lo probamos mientras se cocinaba todo, era fuerte, pero no peleón. Pasaba suave pero no podríamos abusar si no queríamos acabar borrachos esa noche. Javier y yo nos limitamos a una copa a sorbitos mientras esperábamos, aunque Joan se animó hasta a tres copas. Lo cierto es que le sentó bien, perdió inhibiciones, pero no estaba mal. Tampoco íbamos a salir, nos quedaríamos allí toda la noche.

Los entrecotes eran impresionantes y empezamos con los de Pera y Rosa porque a ellos les gustaban bien hechos, mientras que el resto los preferíamos sangrantes. Un poco de sal gorda y poco más. A las nueve ya estábamos en la mesa con la fuente de verduras, los entrecotes y ese aroma de brasa tan agradable que nos hacía salivar a todos.

Preparamos las patatas al estilo argentino, rompiendo el papel de plata y rellenándolas de mantequilla con hierbas. Àngela nos sorprendió improvisando una salsa romesco con lo que había encontrado en la cocina y que combinaba a la perfección con las verduras y nos lanzamos a devorar con hambre. Parecía que todos habíamos hecho suficiente ejercicio como para necesitar una cena contundente. La conversación salió fluida, aderezada con el vino, pronto derivó en bromas picantes.

—Esta noche no habrá más berridos, ¿verdad? —Me preguntó Rosa—. Quiero poder descansar.

—¿Berridos? —Me sorprendí y, al darme cuenta de a qué se refería, hasta enrojecí un poco.

—Eres muy escandalosa. Pero ya estáis relajados, ¿no?

—Bueno… eso nunca se sabe… —dije tomándomelo a broma—. A veces Javier tiene sorpresas.

—¡Javier! ¡Ja! —Añadió Àngela poniendo los ojos en blanco. Joan y Javier rieron. Rosa se ruborizó y Pere parecía estar en otro mundo, no sabía cómo encajar esa conversación.

—Además, con todo esto del confinamiento, un poco de alegría siempre va bien. —Intervino Javier para mi sorpresa—. Creo que todos hemos tenido que aprender a ser un poco más tolerantes con los vecinos en estos tiempos y… darnos algunas pequeñas alegrías nos ayuda a seguir cuerdos. Y… ¡qué coño! ¡Que me quiten lo bailao! Por un buen polvo de vez en cuando —y alzó su copa y todos brindamos riendo.

Recogimos entre todos y las chicas nos quedamos en la cocina limpiándolo todo. Javier limpió la parrilla con un cepillo de púas metálicas y Joan y Pere arreglaron el fuego de la chimenea cargándolo un poco más.

Cuando volvimos a la sala común Pere estaba en el equipo de música y trasteó hasta conseguir poner música española de fin del siglo pasado. Claro, yo había llegado a Barcelona poco después, pero ya estaba habituada a que era lo que les gustaba a los catalanes y a los españoles cuando salían de fiesta. Lo cierto era que era buena música bailable, sencilla y animada, que a todo el mundo ponía de buen humor. Nos estuvimos sacudiendo un poco por la sala mientras bebíamos nuestras copas, yo seguí con el mismo vino de la cena, que me había sentado muy bien, pero los otros prefirieron copas de otros licores.

Javier se me acercó y yo, perversa, le metí mi pierna entre las suyas mientras me sacudía lasciva subiendo y bajando, acariciando descaradamente mi cuerpo contra el suyo. Noté su sexo contra mi muslo, creciendo con mi descarada forma de… bailar. Todavía con mi copa en mi mano, me giré y le restregué mis grupas notando cómo encajaba su bulto entre mis nalgas. Él me tomó de la cintura y lo disfrutó. Con su otra mano me tomó del hombro y, girando mi cabeza, nos dimos un profundo beso.

El resto reían y nos miraban.

—Pero… seguro que estáis casados… ¿el uno con el otro? —Me dijo Rosa poniéndose frente a mí. Javier y yo reímos y él hizo ademán de bajar su mano por mi pancita hacia… Me despegué un poco de él y fui hacia Rosa, la enlacé con mi mano libre de la copa y esta vez fue a ella a quien le pasé la pierna entre las suyas en un juego que aceptó encantada, culebreando su cuerpo contra el mío.

—No se lo cuentes a mi marido, por favor, cree que estoy en una convención de la empresa. —Le dije riendo. Pero cuando la vi mirarme dejé de reír. Tenía una mirada dura, oscura, profunda, llena de deseo. El jueguecito del baile la estaba excitando de verdad. Sus labios estaban más gruesos y se los pellizcaba con los dientes sin dejar de mirarme fijamente. No lo pude aguantar, me acerqué y nos dimos un beso de tornillo de lo más caliente mientras los chicos jaleaban. Lo que ellos no sabían era cómo se habían endurecido mis pezones al notarla tan tensa y ardiente. Sacudimos nuestras cabezas la una contra la otra comiéndonos la boca y nos separamos sonrientes como diciendo que todo era una broma, pero de broma eso no había tenido nada. Yo comenzaba a humedecerme.

Àngela, inocente, se nos acercó riendo y contenta de la fiesta. En ese momento entraron Mario y Laura, venían del pueblo, habían cenado algo de un bar mientras iban por la calle y se fueron directos a su habitación, deseando poder estar calentitos y tranquilos entre las mantas. Sólo al verlos con la mascarilla me di cuenta de que nosotras ya las habíamos dejado en la mesa y nadie la llevaba.

Yo me volví hacia Pere y, pese a que se resistió, lo enlacé por la cintura y le hice bailar (o, como mínimo, moverse) conmigo. Estaba bastante salida y ya no me reprimía. Restregué mi cuerpo contra el suyo, sintiendo sus músculos y pasándole la nariz por el cuello, sin decir palabra, sólo sintiendo nuestras carnes. Mi mano fue a su nalga y noté cómo se envaraba, pero no me reprimí y apreté y pasé mis dedos entre sus fuertes glúteos mientras mi mirada buscaba a Rosa, la encontraba y las dos reíamos en complicidad.

Ella había tomado a Joan y también estaban pegaditos. Yo veía la parte trasera de la cabeza de Joan recostada en el cuello de ella y cómo Rosa le acariciaba la baja espalda. Tal vez espoleada por mí, la mano de Rosa bajó más allá de la cintura de Joan y noté cómo su vientre se apretaba contra él. Giró la pareja y pude ver a Joan besándole el cuello y cómo las manos del chico rodeaban sus caderas sin atreverse a llegar a los glúteos de ella, pero con sus dedos rozándolos.

Javier, con Àngela entre sus brazos, era mucho más convencional. Charlaban a la oreja del otro, mirándonos y comentando. La jovencita estaba algo enrojecida, por el alcohol o por el espectáculo, no lo sé, y preguntaba cosas a mi marido que iba contestando en voz baja con sus labios muy cerca de la oreja de ella.

—No, que haga lo que quiera, ya somos mayorcitos y tenemos una historia… —Dejé de escucharle cuando dieron una vuelta y se alejaron. Y también porque me estaba poniendo morada al notar cómo Pere reaccionaba a mi manoseo poniéndose duro como una piedra contra mi vientre y notando y respiración acelerada contra mi cuello.

Rosa estaba claramente sintiendo otro tanto, porque su baile parecía la danza del vientre contra Joan. Estaba dejando al pobrecillo bizco. Su vientre y sus pechos iban resiguiendo el cuerpo del jovencito y poniéndolo cardíaco.

Cuando volví a coincidir al lado de Javier intercambiamos parejas y pude oír el gritito de Àngela cuando Pere la estrujó contra él, debía haber notado su sexo empalmado en el vientre. Pero yo me puse de espaldas a Javier, con su brazo en mi cintura, y me dediqué a balancear mis caderas acariciando con mis nalgas su sexo. Su conocida y confortable presencia nos hizo encajar el uno en brazos del otro. Alcé mi brazo libre y le tomé del cuello por detrás mientras daba el último sorbo de vino de mi copa, apurándola.

Las manos de él me enlazaban por delante, y pronto una se deslizó hacia mi vientre mientras la otra subía por mi pancita y delineaba mi pecho. Yo, con los ojos cerrados, sólo atiné a mirar para dejar mi copa en una de las mesitas y continué balanceándome contra su cuerpo notándole en mi grupa y dejándome llevar. Le hice descender la cabeza para que me comiera oreja y cuello, pasando sus labios arriba y abajo, besando y succionando, alternándola con uno que otro lametón. Mi mano libre fue detrás a tomar de su cadera para poder centrar mi ondulación de caderas y centrarla en su sexo.

Ya no oía la música, sólo me dejaba llevar por mi pareja, por su conocido olor y tacto, disfrutando de olvidarme de todo y sentir. Sus dedos se insinuaron bajo el elástico del pantaloncito rosa y siguieron abajo por mi sensible vientre hasta llegar al monte venus. No por conocido dejó de ser placentero el notar cómo recorría mis labios mayores que se abrían húmedos a su paso bajo los pantaloncitos. Empezó a pellizcarme un pezón y yo reaccioné con gemidos y acelerando la respiración de deseo. Noté cómo me recorría el calor y las mejillas empezaron a arderme, pero era ajena a toda realidad que no fuera sentir sus caricias.

Lo esperaba, y lo hizo exactamente cuando sabía que lo haría y deseaba que lo hiciera, uno de sus dedos se internó entre mis labios recorriendo todo el sexo abierto y húmedo hasta llegar a mi clítoris. Destapó el capuchón y lo liberó, acariciándolo suavemente, muy suavemente. En ese momento habría querido gritarle que me penetrara, pero me contuve rindiéndome al placer de dejarle hacer a su ritmo.

Fue Rosa la que me sorprendió bajándome los pantaloncitos de un tirón y descubriendo mi sexo cubierto sólo por la mano de mi marido. Arrodillada ante mí, procedió a acercar su boca a mi oloroso y empapado sexo y se puso a devorarlo.

Entonces fui consciente que los otros tres estaban sentados en el sofá mirándonos. La música había cesado y todos ellos tenían sus brillantes ojos clavados en Rosa devorando mi sexo mientras mi marido me sujetaba por detrás. Resbalé dejándome caer al suelo mientras Javier me guiaba para que no me hiciera daño y Rosa se acostó entre mis piernas sin deshacer nuestro contacto. Su lengua lamía y succionaban sus labios comiéndome con placer.

Pero yo sólo veía a Pere, Joan y Àngela sentados como en un espectáculo mirándonos. El deseo era tal en sus miradas que les oía gemir con mis propios gemidos, tomar aire cuando yo lo tomaba, exhalar cuando yo lo hacía. Mis manos buscaron y arrancaron los pantalones de Javier, liberando su sexo. Sin mirarle, todavía centrada en las miradas de nuestro público, como enganchada a esos tres pares de ojos, noté su sexo en mi mejilla y sólo entonces pude girarme para acogerlo en mi boca.

Me corrí en la boca de Rosa que tragó mi corrida y me lamió hasta dejarme limpia de nuevo. Estaba en ello cuando noté que se zarandeaba. Pere le había bajado las mallas y la estaba penetrando desde atrás. Javier se separó de mí y aproveché para quitarme la camiseta que me dolía sobre los inflamados pezones y la tiré por el piso. Rosa respiraba directamente sobre mi sexo todavía abultado, pero ahora estaba concentrada en su propio placer. Noté cómo se corría abrazando mis piernas y quedaba derrumbada sobre mí.

Pere la dejó gozar y salió de ella, acercándoseme con la vista fija en mis pechos. Llevaba su sexo todavía apuntando al cielo, brillante por los jugos de Rosa, y quise probarla, a ella, a su feminidad. Cuando llegó a mi altura se lo tomé con la mano y lo guie a mi boca mientras él tomaba mis pechos en sus manos. Se puso a estrujarlos y sobarlos con deseo mientras yo degustaba a Rosa y le daba placer a la vez.

Lo que sigue ya no lo vi yo, que estaba concentrada tomando con mis manos las nalgas de Pere y comiéndole la polla. Joan, como un zombie, se había alzado sin ni siquiera darse cuenta y había venido a mí. No era sólo Pere quien me sobaba los pechos, Joan se lanzó a devorarlas y a mordisquear mis pezones. Fue cuando uno de mis dedos se insinuó en el agujero trasero de Pere cuando se derramó en mi boca con un gran gemido.

Javier, todavía bien erecto, se acomodó en el sofá a disfrutar del espectáculo al lado de una Àngela que sacudía sus muslos y se rozaba más roja que un tomate, casi jadeando. Cuando Javier se sentó a su lado, sin tocarla, su mirada no pudo evitar fijarse en esa erecta polla, brillante todavía de mi saliva. No quería mirarla, pero sus ojos no paraban de ir de nuestro espectáculo a su vecina tentación. Javier no hizo ademán de nada, se quedó allí reposando, una copa en su mano y dando pequeños sorbos.

Fue ella la que explotó y tuvo que llevar una mano a la polla de mi marido. Su cuerpo la traicionó y, sin pensar, su manita apareció agarrando la tranca. La palpó y la resiguió acariciándola. Sus deditos acariciaron aquella puntita más roja y le pareció que hasta crecía un poco más. Javier, por no romper el momento y joderlo todo, ni se movió, hasta contuvo la respiración para no asustarla, y ella exploró a gusto notando su humedad (que era mía) y tanteando, tocando, sintiendo, como si fuera una científica descubriendo un nuevo espécimen. Sus deditos se entretuvieron en la puntita y aquella boquita empezó a generar una suave humedad que se le pegaba a los dedos y se alargaba en hilos cuando los despegaba de la superficie.

Àngela fue acostándose hacia Javier, acercando sus ojos a la brillante tentación y oliéndolo e impregnándose de aquel masculino aroma. Sus labios ya estaban muy cerca de su objeto de deseo cuando despertó de aquél sueño y se dio cuenta de dónde estaba y de lo que iba a hacer. Entonces, asustada, miró a la cara de Javier, un extraño, pero él la miraba con calidez, casi con ternura, y una de las manos de él fue hacia su cabecita y, acariciándole el pelo, la acunó un poco más. Volvió a mirar su pene y lo tomó entre sus labios degustándolo. Dentro de su boquita la lengua lo recorrió llenando de placer a Javier. La inexperta mamada pasó a ser un juego de sensaciones para él, las sensaciones de caricias mezcladas con descubrimientos y éxtasis.

No pudiendo soportar más, salió el deseo de Javier que, tomándola por la cintura, la alzó y la sentó en su regazo de cara a él. Las piernas de ella quedaron dobladas sobre el sofá a los lados de él. Una mano experta de Javier apartó la braguita de ella bajo la faldita del vestido y puso la punta de su glande en su rajita. Àngela se corrió en ese mismo instante, sólo al sentirlo, antes de ser penetrada, y sus flujos lo empaparon completamente, tal fue su corrida. La niña gemía y se estremecía con la mirada fija en los ojos de él, entre sus brazos, y Javier notó cómo temblaba y su sexo palpitaba contra el suyo.

No pudo contenerse y alzó sus caderas mientras la sujetaba para ir penetrándola lentamente. Ella fue abriéndose a su paso poniendo ojos como platos sin poder apartar la vista de la mirada del macho que la estaba penetrando. A mitad del recorrido tuvo que parar porque ella se estremecía y lanzaba grititos de dolor y placer, reposaron así, él todavía sujetándola para que no cayera atrás, ella todavía estremeciéndose en un interminable orgasmo atorado a medias en su interior. Javier notaba los espasmos de ella en su verga, sus contracciones que, poco a poco, la iban dilatando, y la penetró todavía un poco más.

Ella se le abrazó cayendo contra él con un gran gemido y entonces los huevos chocaron con sus nalguitas. Quedaron los dos en el sofá encajados un momento mientras ella se daba para acogerle y él sentía sus pechos contra el suyo y la acelerada respiración boqueante contra él. Restaron así un momento, pero entonces Javier la tumbó en el sofá sin salirse de ella, puso sus piernas contra su pecho y procedió a retirarse y penetrarla con pequeños vaivenes. Pequeños vaivenes que fueron incrementando en longitud y fuerza conforme ella se adaptaba a él. Pequeños vaivenes que se convirtieron en una follada en toda regla del maduro con la niña. Los jadeos de ella eran tremendos, se convirtieron en gritos y berreos, pero Javier no paró. Siguió bombeando y ella sacudiéndose con gritos de placer, sus brazos oscilaban sin control y se liberó los pechos en busca de aire.

Sus dos pechitos bamboleaban liberados por encima del vestidito y los sostenes, y ella sacudía la cabeza a uno y otro lado tragando aire y chillando de placer mientras sus caderas saltaban incontroladas. Toda la chiquilla culebreaba sin control corriéndose mientras Javier se afianzaba, la agarraba de las caderas y seguía penetrándola sin compasión alargándole la tremenda agonía del placer.

Al empezar los gritos Pere se derramó en mi boca y todos nos giramos a mirar. Yo tenía el semen de Pere derramado en mis pechos y Joan alzó la mirada, incrédulo, al ver su Àngela convertida en una diosa del sexo sacudiéndose incontroladamente empalada por Javier. Rosa reía como una bruja desquiciada.

Pero a mí, quien me dio pavor, fue Joan, que estaba como ido. Le atraje a mí, le liberé el sexo y lo puse entre mis pechos. Sólo entonces el chavalín me miró incrédulo, aproveché el semen que me cubría y mi saliva para que se deslizara entre mis ubres y se quedó congelado con la vista en su polla subiendo y bajando entre mis carnes. Le sonreí y saqué mi lengüecita para tratar de alcanzar su sexo cuando sobresalía entre los dos montes y entonces se corrió en mi cara todavía con los gemidos de Àngela resonando en la sala. Me cruzó la cara con su simiente y me llegó al pelo, tres grandes y largos chorros soltó, mirándome, totalmente concentrado en la imagen de su sexo entre mis pechos y de mi boca abierta tratando de alcanzar su ofrenda.

Y entonces, todos, defallimos. Los gemidos de Àngela pasaron a ser jadeos para poder tomar aire y no morir de placer. Reconocí a Javier aguantando la respiración al correrse y a Rosa corriéndose mientras se sacudía a mis pies. Yo misma había estado aguantando la respiración. Pero todos nos deshinchamos a una, derrotados, vencidos, y nos dejamos caer allí donde estábamos, en un revoltijo de brazos y piernas.