Fin de semana en la casa rural (2)

Adelanté las caderas y me moví para quedar con mi sexo sobre su boca, cabalgándolo. Le asfixié un rato, mientras él trataba de succionar y respirar. Su lengua recorrió mi almeja abierta, expuesta y ofrecida a él.

Hola, besos a todos, continúo con el fin de semana en la casa rural, os recomiendo leer la primera parte si no lo habéis hecho, porque no he puesto introducción para que sea relato independiente.

Besos perversos,

Al volver a la masía nos encontramos con las otras tres parejas que nos acompañarían el fin de semana. Ya se estaban preparando para ir a la mesa. Pero yo llevaba nuestras corridas en los leggins y tenía que cambiarme. Olía a sexo y todavía teníamos las mejillas sonrosadas, y no por el frío.

Fue una situación algo incómoda, pero no podíamos pasar sin saludar. Nos presentamos y se presentaron. Tres parejas más jóvenes que nosotros. Un par de veinteañeros, tortolitos que sólo tenían ojos el uno para el otro, Joan y Àngela. Las otras dos parejas estaban sobre la treintena, pero no llegaban a los cuarenta. Mario ya tenía una prominente barriga y Laura era redondita como una peonza. Pere y Rosa, en cambio, tenían dos cuerpos fibrados y eran los propietarios de las dos mountan bike que habíamos visto fuera. Todavía vestían las mallas de ir en bici que les marcaban sus cuerpos atléticos.

Cuando nos saludamos fue un poco raro, no se retiraron la mascarilla ni hubo castos besos. Al fin conocimos al padre de Robert, también Robert, todos atareados poniendo la mesa o acabando de servir los platos. Yo me escabullí a asearme y cambiarme mientras Javier se quedaba para ayudar.

Fui rápida, pero pese a todo, cuando bajé ya estaban todos sentados a la mesa, incluso los propietarios de la masía con Robert, que se sentaban con nosotros en la larga mesa de la cocina. Cada uno con su mascarilla al lado, nuevas rutinas de pandemia.

Javier se había quitado su jersey y me había guardado sitio a su lado. Para comer y estando dentro de casa, me había vestido más ligera para no pasar calor. Camiseta y unas mallas cortas. No eran de ciclista, pero sí delineaban mi figura. Había cambiado las botas por zapatillas de deporte. Robert (el hijo, pero también el padre), siguió interesado en mí, así como Pere, que me siguió con la mirada hasta que me senté.

El bol de caldo con un huevo fresco dentro me sentó de maravilla. Había ensalada en el centro y pronto sirvieron pasta con una densa salsa casera con tomate y carne. Después cordero hecho a la brasa y fruta. No pude con el yogurt que ofrecieron. Lo cierto fue que, después del ejercicio, me quedé muy muy satisfecha.

La conversación durante la comida fue fluida. Pere y Rosa habían ido de ruta en bici, mientras que Mario y Laura habían bajado al pueblo a comprar los embutidos locales que tanto les habían gustado y alguna cosa de artesanía. Joan y Àngela sólo habían paseado, dijeron (estaba claro que sus intereses eran otros).

Recogimos la mesa y, mientras la pareja y Robert limpiaban y lo ordenaban todo, el resto fuimos a tomar el café a la sala comuna en los sofás y cojines. Por la noche sería diferente, ellos preparaban algunos platos, pero cada uno debía limpiar lo que usaba (así daban libertad de horarios, pero había un toque de queda a la una de la mañana para dejar de hacer ruido).

Me acomodé en los cojines al lado de Javier, porque fuimos los últimos. El resto estaban en los sofás, los jóvenes también por el suelo, como nosotros. Junto a la mesita baja con las tazas, café e infusiones. Yo me preparé una infusión. La chimenea no estaba encendida, pero nos dijeron que lo harían a lo largo de la tarde y que por la noche se debían cerrar las puertas de la chimenea para evitar accidentes.

Acomodados y algo perezosos, Mario sugirió jugar a las cartas, pero el resto queríamos esperar un poco y salir a… a visitar el sitio. Pere y Rosa irían a ver unas ruinas cercanas, una torre que se había usado para vigilar y que estaba a poco menos de una hora de camino. Nos invitaron y, después de aclarar que la ruta no era difícil y que nos daría tiempo (el sol se ponía antes de las seis), nos apuntamos y detrás nuestro lo hicieron Joan y Àngela.

Así que pronto dejamos a Mario y Rosa y nos fuimos a preparar para la excursión de la tarde. Volvimos a equiparnos para la caminata y esta vez llevamos una mochilita con agua y Javier tomó una petaca de Cognac, algo de ropa por si acaso refrescaba más de la cuenta y salimos. Yo llevaba camiseta y una camisa de felpa abierta a modo de chaquetilla ligera (en la mochila llevaba un buen jersey, como Javier). Pantalones cortos (otros ligeros pero abrigados en la mochila), calcetines gruesos y las botas. Íbamos bien equipados para una caminadita, no para hacer nada serio, y me alegré de que no fuéramos en plan urbanitas equipados con Coronel Tapioca.

Naturalmente, Pere y Rosa llevaban material de mucha más calidad, cada uno con su mochila de deporte y seguro que más material en su interior, pese a ser pequeñas. Seguían en esas prietas mallas que les marcaban las nalgas a los dos, musculosas y casi masculinas en el caso de ella. Sin un ápice de grasa. Los dos tortolitos iban en chándal, no llevan mochila, pero eran jóvenes y podrían calentarse entre ellos en caso necesario.

Sonreí al pensar que era una pervertida, pero no debía ser la única, porque pillé a Pere y Joan mirando las nalgas de las chicas también. Javier iba a mi lado, Pere y Rosa delante, pero pronto nos mezclamos y Pere y Javier fueron delante comentando sus cosas y nosotras, con Joan, tras ellos. Joan no dejaba de mirar mis pechos, claramente marcados, los mayores del grupo. Los de Rosa eran mucho menores, aunque debían ser músculo puro. Al llevar ella mochila parecían más puntiagudos, pese al reducido tamaño. Àngela me miraba también los pechos con envidia, la jovencita me confesó que le faltaban todavía dos meses para cumplir los veinte y que aquella escapada era una de sus primeras salidas con Joan, ellos solos.

—Así que os debéis estar arrepintiendo de haber venido en vez de estar follando en la casa, ¿no? —¡Uy! Eso me había salido un tanto brusco. Rosa rio, cómplice; pero los dos tortolitos se ruborizaron hasta que sus orejas se volvieron púrpuras—. Bueno, quiero decir que… es natural. Vaya, con la pandemia y eso, supongo que no debéis tener muchas oportunidades.

—No, lo cierto es que no. —Dijo Joan acelerando un poco el paso para unirse a los hombres. Creo que aquella charla le superaba.

—Perdona, ¿he tocado algún tema sensible? —Dije yo disculpándome.

—Es que si fuera por él… es un poco mono, ¿sabes? Estaría todo el rato dale-que-te-pego. Pero yo también quiero hacer otras cosas.

—No te quejes, luego lo echarás de menos. Nosotros ya llevamos casados unos cuantos años, y ahora soy yo la que lo asalto y lo violo en casa. —Las dos se echaron a reír y hasta los hombres se giraron a ver qué pasaba, pero seguimos en los dos grupos, separados—. Es que soy algo fogosa, lo tengo que reconocer —dije quitando hierro al comentario— y necesito mi ración de sexo para mantener la cordura, tantas horas encerrados en casa.

—No si ya… —Se le escapó a Rosa. Entonces entendí.

—¿Erais vosotros? —Ahora le tocó el turno a ella de ruborizarse.

—Lo cierto es que fue un espectáculo muy… todavía no me he relajado. —La mirada de Àngela era de incomprensión.

—Cuando hemos llegado hemos ido de paseo hasta la fuente y… una vez allí… pues nos hemos dejado ir un poquito y…

—¿Un poquito? Son una máquina de follar —le confesó Rosa a Àngela susurrando, divertida. Todas reímos.

—Exagerada.

—La empotró contra la roca y estuvieron casi media hora.

—Ya será menos. Exagerada. —Dije yo por quitar hierro al asunto.

—Nosotros cronometramos nuestras rutas. Habíamos dejado las bicis y fuimos a rellenar las cantimploras, aunque al final no lo hicimos, claro. Te aseguro que fue más de media hora.

—Cuenta, cuenta… —la instó Àngela.

—¡Ah! No, eso sí que no.

—Estábamos en el recodo del camino cuando los escuchamos y nos asomamos a ver. Se estaban dando el lote en la roca de la fuente como dos tortolitos, ya me gustaría a mí estar así a su edad. —Eso dolió, os aseguro que eso me dolió.

—¡Hey! ¿Qué te has creído tú? Niñata.

—Te aseguro que también a ti te gustaría. Cuando la giró y le bajó los leggins y las bragas de un tirón no nos lo creíamos. Y luego sacó su tranca y empezó con el mete-y-saca y aquello fue brutal.

—Bueno, ya está bien, ¿no? Que estoy delante.

—Pues cuéntaselo tú.

—¿Estás loca? Yo no…

—Joan también es un poco brusco, ¿a ti no te duele cuando te dan así por detrás? —Àngela.

—No, no me hizo el culo, estaba follándome por detrás pero el sexo. Para darme… —Me quedé congelada al ver sus expresiones de asombro—. Para darme por detrás debe lubricarme primero. Ya sabéis, lengua o cremas… sino… claro que duele… —no seguí porque no entendía…

—¿Te da por… ahí? —Y ahora Àngela parecía una colegiala de escuela de monjas.

—A veces, es agradable, ¿sabes? Pero primero debo estar preparada, sino puede desgarrarme, y te aseguro que eso no es agradable.

—¡Joder con la rubia! No sólo traga, también por detrás.

—¿Te lo tragas? —De nuevo, sólo le faltaba el uniforme para que fuera la completa imagen de la colegiala de escuela de monjas.

—Pero… ¿Cómo hemos llegado a esto? ¿No se trataba de una excursión y de caminar un rato?

—Te diré…, si mientras le goteaba se puso a limpiar a su macho con la boca.

—¡Vaya guarra! ¿No? —Dijo Àngela mientras sus puños se cerraban abruptamente y sus muslos se rozaban. Diría que se estremeció entera.

—Mira la fina.

—Pues a mi me da un poco de asco.

—Ya, pero es tan de peli porno… —Àngela como soñadora.

—¿Vosotras no…?

—¿Tragarlo? No. —Rosa, tajante.

—Yo lo escupo.

—Pues a los hombres les encanta que seas su puta en la cama y una señora el resto del día, os lo puedo asegurar.

—¿Los hombres?

—¡Ah! No, ahora ya no, ahora ya sólo Javier. Pero una tiene su historia —dije haciéndome la interesante—. Además, para un fin de semana que aparcamos a la nena, dejadme disfrutar. —Por suerte ya llegábamos a nuestro destino. ¡Dios! ¿Cómo lo hacía yo para meterme en esos líos?

Las chicas fueron cada una con su hombre y pude ver cómo estaban más cariñosas con ellos. Las dos apoyaron sus cuerpos en sus chicos y les hicieron algún besito o arrumaco rompiendo totalmente el ambiente de camaradería entre los hombres. Javier vino a mí y también me abrazó, tomando mi nalga en una de sus manos.

—¿Todo bien? Son buenos chicos. Pere algo obseso del deporte, pero bien, se les ve buena gente.

El paisaje era precioso. Sólo quedaba una parte de la torre de vigilancia en pie, pero había un cartel explicando su historia y se veía que estaban en marcha los trabajos de reconstrucción. Estaba vallado, para no poder acceder a la torre, pero la vista desde allí era amplia. Claro, aquello rompía con el paisaje natural, se veían ciudades (y no muy distantes), algún pueblecito y masías desperdigadas entre las montañas.

Descansamos un rato. En la vista panorámica había un letrero que indicaba los principales sitios que se veían des de allí y me dediqué a identificarlos mientras Javier recorría mi grupa a placer. Al girarnos vi que Rosa y Àngela se sonreían y hasta me guiñaron un ojo. Àngela dio un respingo y Pere le susurró algo que la hizo reír todavía más. Cuando nos apartamos fueron Pere y Rosa quienes ocuparon el lugar y vi que era ella la que recorría las prietas nalgas de él, que se sorprendía y le daba un beso. Pero no perdimos demasiado rato, el sol ya empezaba a declinar y tuvimos que volver.

—Me has dejado re-caliente, espero que lleguemos pronto y tengamos un rato para jugar antes de la cena. —Me dijo Rosa cuando volvimos a estar reunidas las tres mujeres—. Todavía arrastro la calentura de esta mañana.

—Pues Joan ya acelera el paso, tiene prisa. Creo que yo voy a tratar de paladear un poco de lechecita antes de cenar.

—Lo cierto es que las nalgas de Pere están como para darles un bocado —me lancé yo.

—¡Eh! Que tu ya tienes a tu semental.

—Bueno, pero con su cuerpo, te debe aguantar un buen rato. No me quejo del mío, pero tener esos músculos y no aprovecharlos sería un desperdicio.

—¡Oye!

—Con permiso de la propietaria, por supuesto.

—De eso nada.

—Pues Joan no dura demasiado —y al escuchar lo que acababa de decir, Àngela se volvió hacia nosotras asustada de su propia espontaneidad.

—Lo que tienes que probar es que después de correrse se vuelva a animar.

—Se queda como rendido boqueando y…

—Y entonces es cuando tienes que jugar con tu boquita y volver a animarlo, entonces sí que durará más. Es cuando yo más disfruto, el segundo asalto.

—Serás cerda.

—Práctica. Una debe descubrir sus truquitos.

—Eso lo tengo que probar —Rosa parecía animada— porque hoy me estáis poniendo a cien y creo que voy a necesitar más de un asalto.

Mientras, los chicos también seguían su conversación. Ellos habían sido algo más convencionales y ya sabían que todos habíamos venido de Barcelona en una escapada de fin de semana. Para Pere y Rosa era algo habitual, siempre para hacer deporte, algo de bicicleta, escalada o rutas de montaña. Pero para Javier y Joan era una escapada más especial, huir del confinamiento y poder estar en pareja. Éramos los únicos con una niña.

—Ya veréis ya, eso te cambia la vida, hace un año que no teníamos una escapada así, en pareja. No es que me queje, pero… pero os aseguro que lo notaba a faltar.

—Sí, ya he visto que lo necesitabais.

—¿Y eso?

—Os hemos visto en la fuente. —Claro, Javier no es tan tranquilo como yo, y se puso algo azorado.

—Es que… si conocieras a Sandra… sabrías que… bueno, ella es… algo fogosa.

—¿Fogosa? Yo más bien diría escandalosa, si hubieras oído sus gemidos… me ha puesto bien caliente. Y creo que Rosa está deseando que volvamos a la casa para relajarnos.

—¿Perdón? ¿Qué ha pasado en la fuente?

—Que aquí, el matrimonio se ha dado un meneo en la fuente. Nosotros íbamos a por agua, pero no hemos querido interrumpir. Estaban en plena faena, así que hemos hecho mutis por el forro.

—¿En la fuente? Pero si eso está… ¿no os daba miedo que os vieran?

—Mira hijo… pues francamente, nos daba igual. Cuando lleves casado tanto tiempo como yo, te alegras de todavía cometer alguna locura, ¿entiendes?

—Joder, yo con esos pechotes no pararía de… —Y Joan se cortó en seco mirando asustado a Javier.

—Tranquilo nen. Si ya lo sé, con ese pedazo de tetas, ¿Quién puede resistirse? Y cuando te hace una cubana… te aseguro que es para morirse. Pero las nalgas de Rosa tampoco están nada mal.

—Son de hierro, te lo aseguro. ¿Y tú, Joan? ¿Qué es lo que más te gusta de Àngela?

—Bueno… yo, con ella, tampoco llevamos tanto… todavía estamos… pero me gusta cundo me la chupa o cómo se siente de cálido cuando… ya sabéis…

—No, francamente, no. Bueno, tendremos que probarla, ¿verdad?

—Anda, no seas bruto, que se ve que el pobre chaval está enamorado. No le hagas estas bromas que se cabreará. —Dijo Javier, más paternal —. Precisamente su encanto está en que se la vea tan dulce y virginal, ¿no? Luego ya se desatan y se convierten en mujeres, pero déjalo disfrutar con lo que ahora tiene. —Y hasta le dio un meneo en la cabeza a Joan.

—Sí, luego todo se vuelve más rutinario. —Dijo Pere como decepcionado.

—Bueno, ahí entramos nosotros, la pareja, me refiero. Se trata de no caer en la rutina. De crear momentos especiales como en la fuente, ¿entiendes? Dejarse llevar, cometer alguna locura, explorar…

—Calla, calla, que me vuelves a hacer pensar en esos pechos y…

—Envidia cochina, todos quieren lo que no tienen.

—¿Y qué le falta a Sandra?

—¿A Sandra? Pues… —carcajadas— Nada, realmente nada. La doncellez o inocencia de Àngela, por ejemplo. Pero no me la imagino inocente. No, en mi caso no la cambiaría por nada. Bueno, a veces la calmaría un poco, pero creo que es parte de su esencia, y me hace sentir vivo el que me esté llevando continuamente más allá.

—Oye, no es de aquí, ¿verdad?

—No, es rusa, pero ya lleva mucho aquí.

—Y… ¿es cierto que las rusas…?

—Hay de todo, como en todas las familias. Pero te aseguro que Sandra es más caribeña que de la tundra —de nuevo, carcajadas.

Llegamos a la casa cuando ya se agotaban los últimos rayos de sol. Sólo eran las seis, pero la apariencia era de caer la noche. El fuego estaba encendido en la sala y el interior muy caldeado, pero nadie se quedó en la planta baja, todos fuimos a nuestras habitaciones quedando a las ocho para preparar la cena.

—¿De qué habéis estado hablando?

—Oh, ya sabes, de coches y de deporte. ¿Y vosotras?

—Cocina y algo de nuestros trabajos, lo de siempre. Sí, parecen majas, tenías razón. Pero yo sólo tenía ojos para ti, ya lo sabes, ¿verdad cariño? —dije acercándome y haciéndole arrumacos mientras le ayudaba a quitarse el jersey.

—Por supuesto, como yo… —besito mientras él me tomaba las nalgas— con este cuerpo de diosa, ¿Quién puede concentrarse en otra cosa? —no tardamos en quedar desnudos uno en brazos del otro sobre la cama.

—¿No te querías duchar antes de la cena?

—Creo que me ducharé después de… tengo ganas de que me hagas una cubana de las tuyas.

—¿Ah sí? Claro… —y mis labios no dejaron de recorrer su piel y los suyos la mía jugando el uno con el otro— seguro que te has imaginado las de Rosa o las de Àngela haciéndotela, ¿no? —Reímos los dos, porque las diminutas de Rosa no podrían abarcar su miembro—. Por eso se te antoja, ¿verdad?

—No, eso es que le ha venido a la cabeza a Joan cuando ha comentado sobre tus tetazas. —Alcé la cabeza sorprendida y alegre.

—¿Eso entre la conversación de coches y deporte?

—Es que la conversación de coches no ha durado mucho, cuando les dices que tienes un Jaguar tiende a acabarse.

—Claro, y por eso lo de las tetazas de tu mujer. ¿De verdad las ha llamado tetazas?

—Y melones —y se lanzó a devorármelas, a estrujarlas y pellizcar los pezones— y pedazo de sandías y montañas y ubres y…

—Eso te lo estás inventando —le recriminé azotándolo.

—¿Yo? ¿Dudas tal vez de la palabra de tu marido? ¡Ah, vil doncella! Por tal injuria deberé castigaros, os arrancaré el diablo que lleváis dentro y lo quemaré en la hoguera para volver a dejaros pura e inmaculada y entonces me honraréis como toda dama debe a su marido.

—¿Yo pura e inmaculada? ¡Sueñas! Sueña vuestra merced y ve gigantes en lugar de molinos —le seguí el cuento tumbándolo en la cama y sentándome encima de él mientras dejaba caer mi saliva entre los pechos—. Mas razón tenéis de ver al diablo en mí. ¿Oh! No sabéis cuánto pecado cargo en mi torturada alma… —declamé mientras me tumbaba sobre él mirándole a los ojos y bajando por su pancita restregando mis pechos contra él—. Me posee y me domina y me obliga a las mayores perversiones y depravaciones —¿existe ese palabro en castellano?— No soy dueña de mis actos, pues ved en ellos la mano del perverso y no de mi voluntad…

Y aquí tuve que callar porque me tentó más el prepucio de mi señor entre mis bubas que seguir con la tontería. Volví a dejar caer más saliva procurando ser lo más guarra posible y que él lo viera bien, para que su sexo se deslizara todavía mejor entre mis carnes. Me empezaban a doler los pezones de la excitación, pero seguí a lo mío y a ver cómo su polla se escurría entre ellos y volvía a emerger cada vez mayor, más colorada y más preparada. Al poco ya podía succionarla cuando emergía y no sólo lamerla. Él parecía embobado forzando su posición para ver mejor mi espectáculo, con sus manos quietas a los lados, dejándome hacer a mí.

No tardó en correrse, su respiración se aceleró y me lo vi venir, pulsó y explotó mientras mis labios cubrían su puntita roja como una cereza. Tragué, pero escapó parte de mi boca, en esa posición no podía tragar bien. Hilos de leche recorrieron mis pechos y gotearon sobre su cuerpo. Yo me incorporé y quedé sentada sobre él. Adelanté las caderas y me moví para quedar con mi sexo sobre su boca, cabalgándolo. Le asfixié un rato, mientras él trataba de succionar y respirar. Su lengua recorrió mi almeja abierta, expuesta y ofrecida a él.

Pero entonces giré para quedar tumbada sobre él y le acerqué el ano a la boca. Su lengua me penetró en el rosadito orificio posterior mientras yo buscaba su sexo y le hacía sentir la calidez de mi boca. Noté cómo crecía al acariciarlo con mi lengua, volvía a la vida dentro de mí y eso hizo que mi sexo ya chapoteara en fluidos. Estaba muy caliente, pero todavía esperé hasta que él estuvo completamente dispuesto. La tortura de su lengua en mi ano, sus mordisquitos en mis nalgas, la sensación de sus manos… todo ello acrecentaba mi excitación.

Salí bruscamente de allí y yo misma me empalé en su verga por el culo. Me dejé caer sobre él encajando de golpe hasta el fondo. Hasta él gritó por la forzada penetración, pero mi gemido acalló el suyo. Lo cabalgué una y otra vez hasta que mis muslos me ardieron, gimiendo y resoplando con la mezcla de dolor y placer del sexo anal. Poco a poco el dolor dio paso al placer y mi sexo explotó en un río de flujo que nos cubrió a los dos mientras yo soltaba un gemido escandaloso que quería ser un “¡Me vengo!”, pero fue un grito algo histérico de placer.

Me dejé caer, pero Javier todavía estaba despierto y no había llegado de nuevo, así que me tomó de las caderas y me empujó contra la cabecera de la cama. Me sujeté en el cabezal y siguió dándome, ahora más duro, porque era él quien me empotraba. Tuve que dejar reposar mi cabeza en la almohada y morderla para aguantar el placer que me removía por dentro. Pero pronto me dejé de tonterías y me puse a bramar de gusto pidiéndole que me diera fuerte por el culo.

Javier reaccionó a mi intensidad y se comportó como un jabato. Cumplió y más que cumplió. Me dio de palmadas en la grupa y me la dejó roja, pero en ese momento yo ya no sentía dolor, chorreaba de gusto empapando sábanas y colcha y el olor a sexo nos envolvía a los dos. Me corrí de nuevo y mis nalgas se cerraron atrapándolo. Gritó y no creo que fuera de placer, pero mi espasmo lo llevó a correrse y se derramó dentro de mí al aflojar yo un poco.

Quedamos derrumbados. Totalmente derrumbados y saciados, cuerpos sudorosos tratando de recuperar el aliento, boqueando como peces fuera del agua, incapaces de abrazarnos o besarnos. Aquello había sido bestial, estaba en la gloria. Su pollita desinflada se escurrió de mi ano y al fin nos separamos, dejando caer la simiente sobre la cama deshecha. Un nuevo desastre de sudor y sexo.

Fui al baño tapándome con una sábana para no gotear por el camino y él se rio de mí, creyendo que era por pudor (¿cuándo había sido yo pudorosa?). Debo reconocer que agradecí la ducha caliente y el poder limpiarme y volver a sentirme persona (con piernas de mantequilla, pero bueno). Al salir entró él, yo retiré sábanas y colcha y dejé ventilar un poco la habitación. El frío endureció mis pezones, pero esta vez fue sólo por el frío Cuando salió de la ducha dimos la vuelta al colchón (estaba húmedo) e hice la cama de nuevo con sábanas y mantas del armario.