Fin de semana en cueros
Conocí a Lucía en el centro comercial, mirábamos ropa muy cerca la una de la otra. Se cruzaron nuestras miradas varias veces y Lucía me sonrió, le dije que la invitaba a un refresco y dijo que sí. Ella es una chica de dieciocho años muy tierna, con el pelo castaño, yo soy una pelirroja de veinticinco años, atractiva y exuberante.
Conocí a Lucía en el centro comercial, mirábamos ropa muy cerca la una de la otra. Se cruzaron nuestras miradas varias veces y Lucía me sonrió, le dije que la invitaba a un refresco y dijo que sí. Ella es una chica de dieciocho años muy tierna, con el pelo castaño, yo soy una pelirroja de veinticinco años, atractiva y exuberante. Tengo pechos grandes muy bonitos y ojos color verde muy claro. Ese día Lucía llevaba una minifalda plisada celeste y una blusa blanca con encajes en el cuello, muy mona. Yo llevaba un pantalón vaquero tan ajustado que el gordo bollo de mi chocho, se marcaba por debajo del cinturón. Tomando los refrescos le dije:
_ Lucía, eres preciosa.
_ Gracias Margarita, tú también eres muy guapa; ¡no pienses que soy lesbiana por haberte mirado tanto!, es que tus ojos verdes claros y tu cabello pelirrojo son lo más, de verdad y me he sentido tan bien mirándote que sin tener costumbre he aceptado tu invitación.
_ Yo no pienso nada, me daría lo mismo si lo fueras; Lucía, yo disfruto con hombres y con mujeres, si me gustan, claro. Y gracias por aceptar, pero que nos tomemos una Coca-Cola y una fanta, tampoco tiene importancia, pienso yo. Tú me has gustado, mucho. Lucía, ¿no has tenido nunca algo íntimo con otra chica?
_ ¡Nunca!
_ ¿Te gustaría probar conmigo?
_No sé, qué vergüenza que me lo pidas Margarita. Verás, es algo que he pensado más de una vez, mis amigas y yo hemos hablado del tema alguna vez, pero no exponiendo que tuviéramos ganas o no las tuviéramos, sino lo que nos parecía que otras lo hicieran. La verdad es que ninguna lo veíamos mal, ¡que lo hicieran otras claro!, jajaj, pero nunca lo hemos hecho entre nosotras. Tanto yo como mis amigas somos muy “cursis“ dijéramos, jajaja, ni siquiera nos hemos visto desnudas entre nosotras; somos muy vergonzosas. Tú serías ideal para probar, eres muy guapa, dulce y atrevida Margarita. No sé cómo te confieso esto sin conocerte, pero hay va: ¡a mi si me apetece probar con mis amigas y creo que a ellas también!, pero no seríamos capaces de pedirlo ninguna de las tres.
_ ¿Entonces?, ¿probamos las dos a ver qué te parece?
Hubo un silencio, tomamos de nuestros respectivos refrescos y Lucía me miró y me dijo:
_ Que directa eres Margarita, me siento cortada, aunque me excita. Este fin de semana, mis dos amigas y yo lo pasaremos solas en el chalet mis padres, ellos estarán de viaje, ¿quieres venirte con nosotras?, lo pasaremos muy bien y si encarta puede que pruebe contigo.
_ Qué edades tenéis, si no es mucho preguntar.
_ Yo tengo dieciocho años, mis amigas: Sara dieciocho también y Raquel diecinueve.
_ Vale, me apunto, será divertido, aunque sin conocer a tus amigas, no sé si seré un poco fresca.
_No te preocupes, como es mi casa te puedo invitar sin preguntarles, pero para que estés más tranquila, esta noche las llamo y se lo digo.
Nos marchamos de la cafetería y la acompañé a coger su autobús. Esperando solas, le sonreí y la bese en la mejilla.
Me recogieron con un coche a las ocho de la mañana, Lucía me presentó a sus amigas como su nueva amiga. El chalet estaba a las afueras de la ciudad y tardaríamos una hora en coche. Raquel llevaba el coche, a su lado estaba Sara, Lucía y Yo íbamos detrás. Las tres parecían muñequitas, las tres con minifalda y blusas, aunque de distintos colores, estaban monísimas las tres. Sara era rubia natural, Raquel pelirroja como yo pero con el pelo lacio, (yo lo tengo rizado), Lucía, como dije antes, pelo castaño. Raquel se veía que era la que más mandaba de las tres. Yo me sentía como si volviera al pasado, su forma de comunicarse entre ellas era la mía hacía cinco años. La ternura de Lucía y Sara y el don de mando de Raquel, me hacían pensar en las muchas posibilidades para ese fin de semana con ellas. Su me pasaron varias ideas por la cabeza.
Al llegar al chalet, los padres de Lucía se marchaban, nos saludaron muy cariñosos; antes de irse el padre me dijo a mí:
_ Tú pareces tener algún año más que ellas, te encargo que no molestéis a los vecinos con el ruido; por cierto, ¿cómo te llamas?
_Margarita señor.
_ Llámame pedro, sabes, eres preciosa, muy guapa chica.
_ Gracias Pedro
Pedro, el padre de Lucía parecía un deportista de cuarenta y cinco años, que guapo. Nos saludaron con la mano desde el coche y se fueron. Antes de entrar a la casa, Raquel, la rubia de bote guapa y mandona, me miró con pupilas dilatadas; yo le gustaba. Entramos y nos instalamos en los dormitorios que Lucía nos indicó, eran individuales. Mi habitación era pequeña pero acogedora. Me di una ducha y me puse mi bikini de lana fina calado, muy pequeñito, al estilo brasileño. La piscina era preciosa, aunque este septiembre apetece menos el baño por haber refrescado. Todas las chicas llevábamos bikini.
Después de un rato de baño, empezamos a hablar de todo un poco. Estando yo de pie en el filo de la piscina, dije a todas en tono de desafío juvenil:
_Chicas, ¡hacemos toples todas!, venga, jajaj.
Rieron todas, yo, sin esperar a que se decidieran ellas, me desate el lazo del bikini de mi cuello, luego me lo quité de un tirón... Mis pechos eran el doble de grandes que los de cualquiera de ellas. Mis pechos son muy tiernos y claros, caen y luego se elevan, apuntando mis gruesos pezones hacia el cielo. Todas abrieron la boca, di dos saltitos y mis senos saltaron cuatro veces. Raquel, la más decidida, la rubia de bote preciosa, les dijo a Lucía y a Sara:
_Yo también voy a hacer toples, la verdad es que no sé cómo lo hemos hecho antes, otras veces nos hemos quedado solas, venga chochos, que no se diga. Se quitó la parte de arriba también. Sus pechos eran más pequeños que los míos, pero preciosos; como dos merenguitos muy bronceados. Sus pezones eran dos garbancitos que se veían muy duros. Lucía y Sara nos siguieron, los pechos de las tres eran muy bonitos. Le dije a Raquel:
_Yo soy un poco más alta que tú, ¿verdad Raquel?
_Yo creo que somos iguales Margarita _ dijo ella.
Me acerqué a ella de frente, mirándola a los ojos, me quedé a unos veinte centímetros de distancia de ella. Puse mi mano sobre mi cabeza como midiendo nuestra altura. Di un paso adelante muy rápido y aplasté mis pechos contra los de ella. Sus pezoncitos duros como piedras se clavaron en mis tetas, las cuales, pareciera que se tragaban los pechos pequeñitos de Raquel. Como nos estábamos mirando en ese instante, vi el cambio en sus ojos: pasaron en un instante de tener una mirada dominante a mostrar una mirada tierna, además sus pupilas se dilataron mucho, (si en ese momento, le hubiera metido un dedo en el coño; seguro que lo saco empapado). Se separó de mí de un respingo, como alejándose de lo que había sentido al ser “devorada” por mis tetas. Me dijo:
_Margarita, me has sorprendido, que calentitas están tus tetas, jajaj _ parpadeó con timidez y se separó más aún de mi cuerpo.
Desde ese momento, su actitud conmigo cambió, ya no me miraba altiva, tampoco desconfiada.
Jugamos las cuatro en el agua, Lucía me tocó el chocho buceando varias veces. Nos duchamos, nos vestimos y fuimos a hacer la comida. Miré la nevera y había lo necesario para hacer mi rico arroz mallorquín, aunque faltaban algunos ingredientes, nos podríamos apañar. Comimos y nos quedamos dormidas viendo una peli en la tele.
Me desperté la primera, puse música fuerte y les dije a las tres:
_ ¿Jugamos a un juego de cartas que conozco?
Preguntaron que qué apostábamos y les dije que algo muy divertido, la voluntad, para lo que quedaba de fin de semana. Preguntó Raquel que era eso de la voluntad. Les dije que yo ya había jugado a eso, la que ganará la partida podría ordenar a las otras lo que quisiera, si hacerles daño; pero había que prometer cumplirlo antes de empezar la partida, de no cumplirlo alguna, las otras le teñirían con tinta la cabeza.
Dijo Lucía:
_ ¡Qué fuerte!, y que divertido, yo me apunto.
Raquel dijo que chapó, que si había que teñirle a alguna la cabeza lo haría ella, que trabaja de peluquera (a no ser que fuera a ella, pensé yo). Sara no quería, no intentamos convencerla, dimos por perdido el juego; pero a la media hora, viendo la tele aburridas dijo Sara:
_ Vale, me apunto, pero seré la más obediente, porque adoro mi larga melena rubia.
Jugamos a la mejor de cuatro partidas… que decir: Ese juego lo llevo jugando desde pequeña, jajajaj, le gano hasta a mi padre, hasta un pequeño torneo gané. Dejé que Sara ganara una partida, Lucía otra, pero las dos últimas las gané yo.
Se quedaron muy calladas allí sentadas con sus pijamas de verano, les dije a las tres:
_No os preocupéis, esto es para divertirnos, veréis como lo pasamos muy bien. Lo primero que quiero que hagáis es quitaros toda la ropa excepto las braguitas.
Pusieron caritas de vergüenza, pero un brillo en sus ojos me decía que les gustaba despelotarse entre chicas, que era algo que por falso pudor habían reprimido entre ellas. Sus cuerpos eran preciosos, Raquel tenía un culazo casi tan poderoso como el mío. Les pregunté cómo se sentían, se rieron nerviosas. Sus braguitas eran lo más de finas. Yo también me había quitado el pijama. Después me quité mis bragas de encaje negro, las estiré y até un nudo formando una muñequera con ellas y me la puse en mi mano derecha. Les dije a las chicas:
_ Venga, hacer lo mismo las tres, a ver a quién le queda la muñequera mes bonita. ¡Por cierto!, esa muñequera con olor a conejito será la única prenda que llevemos las cuatro hasta el domingo por la tarde, de día y de noche. Así que ya podéis guardar los pijamas, los bikinis y la demás ropa. Esto, además de divertido, es sano, es para que os sintáis más unidas, besos.
Me miraron como diciendo que me estaba pasando, lo hicieron las tres, nuestras muñecas eran lo único no bañado con color de piel femenina en aquel salón. Seguimos viendo la tele, me sentía muy bien desnuda y viéndolas a ellas también en cueros. Las observe al detalle, yo estaba muy excitada, deseaba acariciarlas a las tres. Sus coños parecían llamarme: El coño de Raquel, pelirroja como yo, era una selva de pelos naranja si recortar, pero solo tenía pelos en el pubis, el bollito apenas tenía. El coño de Sara era rubio como su cabeza, tan perfecto que hacía daño; su vello púbico era tan suave como el viento. Lucía, mi conquista, ella era la más dulce de las tres. Su coñito estaba rasurado entero, ni un pelo; rosado, con “la lengua” asomando. Yo Margarita, mi coño, que no tiene mucho vello lo llevaba rasurado apurado menos una cinta de pelitos pelirrojos en el centro de un centímetro. Mi bollo es gordo y proporcionado, mis labios internos son rosados y generosos.
Seguimos como si nada, comiendo pipas, por la tarde nos bañamos en la piscina otra vez, los setos impedían que los vecinos nos vieran nadar con nuestras braguitas anudadas en nuestras muñecas. El tono de voz de todas nosotras fue cambiando durante la tarde, cada vez más activas, cada vez más excitadas; cada vez también con posturas más atrevidas, sin esconder nuestros cuerpos las una de las otras. Ese sábado por la noche Raquel nos sorprendió a todas, pidió besarnos el chocho a las tres, estaba excitada y quería probar. Claro está, yo dije que sí, pero es que Lucía y Sara dijeron que también.
Nos sentamos en el sofá de tres plazas las tres, alzando nuestras piernas para poner los talones en el filo del sofá y abrir los muslos esperando a Raquel: Raquel me lo besó, me mordió los labios externos, succiono los internos… me dejó a medias y se lo comió a Lucía, le daba mordiscos por todo el bollo afeitado, Lucía gritaba mientras tiraba de la melena lacia y pelirroja de Raquel. Raquel besó repetidamente a Sara por todo su sexo, le pasó la lengua por el ojete del culo, le mordía los cachetes, se volvió más salvaje todavía… cogió a Sara de la mano y se fueron a su dormitorio. Me quedé allí con Lucía, me acerqué a ella y la besé en la boca con un beso de tornillo, le mordí las orejas, le chupe el chochito afeitado con pasión. Se corrió en mi boca con un chorro, con dos, con tres… Al terminar de correrse me senté en su boca, me metió la lengua en la raja, y estremecida, no pude evitar correrme en su cara con una de mis corridas imparables, toda su cara estaba empapada.
El día siguiente seguimos desnudas, pero ya éramos dos parejas. Lo hicimos en el salón las dos parejas a la vez, pero sin pensar en cambiar de pareja. Por la tarde del domingo nos vestimos y hablamos de todo lo que había pasado. Antes de que llegaran los padres de Lucía, Raquel y Sara se fueron juntas en el coche de Raquel. Lucía les dijo que cuando llegara su padre me acercaría a mi casa a mí. Estando ya las dos solas, le pregunté a Lucía que sentía por mí, me dijo así:
_Margarita, esta es la aventura más excitante que he sentido, me he liberado, pero no te voy a engañar, deseo a Raquel más que a ti, e intentaré conseguirla cuando se canse de Sara.
_ Perfecto, yo he disfrutado un montón contigo, muchas gracias por haberme invitado, preciosa.
Cuando llegó el padre de Lucía esta le pidió que me llevara, él le dijo que sin problema, que iba al baño y luego me llevaba. Se oía caer el agua mientras su esposa deshacía parte de las maletas. Pedro salió del baño ya vestido oliendo a gloria, me despedí de Lucía y me fui con él en su coche.
El padre de lucía me dijo que desde que me vio pensó que era una chica muy guapa, que durante el viaje se acordó de mis ojos. Yo llevaba la minifalda vaquera con cierre al lado. Iba sentada junto a él, desabroché el imperdible y la minifalda dejo ver mi muslo izquierdo hasta mi culo. El miró de reojo, me dijo, no le digas nada a Lucía, pero cuando volvíamos, estaba deseando volver a verte, que no te hubieras ido aún…
Se había enamorado de mí el padre de Lucía, le dije:
_ Pare en ese descampado Pedro.
_ Está muy oscuro Margarita.
_ Lo se Pedro, será poco rato.
A pedro le sudaba la frente y le temblaban las manos: aparcó, le dije que cerrara los ojos, los cerró. Abrí su bragueta de botones y atrapé con mis suaves manos su polla, la saqué del todo del pantalón… ¿Cómo podía ser?, con su edad, el hombre portaba un grueso pene de más de veinticinco centímetros. Se lo acaricié para que se pusiera totalmente duro, luego le bese la punta; gimió. Se la chupé a lengüetazos estaba dura a reventar… me la fui tragando dilatando mi boca como una serpiente, moví mi cabeza arriba y abajo, despacio, sin prisa, al final su polla se acoplaba a mi garganta. Se la mordí cerca de la base del pene y moví la cabeza a los lados. Antes de que se corriera, me despojé de la falda, de la blusa y de las bragas y me puse de rodillas contra las hierbas fuera del coche, con mi culo en pompa apuntando a Pedro, y diciéndole:
_ Pedro, ¡fóllame!, por favor.
Se bajó del coche y tiró sus pantalones al suelo, después sus calzoncillos, se dejó la camisa puesta. Se puso detrás de mí, me cogió por la cintura, desde detrás, me penetró el coño con su gran pene hasta que sentí como sus huevos golpeaban la parte de mi sexo no cubierta por su polla. Me la metía y sacaba con una intensidad que no hubiera imaginado en él. No contento con eso, me la saco del coño y sin cambiar de postura los dos, me la metió por el culo, sin espera, impaciente, me dio por detrás con una dureza de miembro semejante al acero. Me corrió tres veces. Antes de correrse él, se apeó de mí y, siguiendo yo allí de rodillas, se situó delante de mi cabeza moviendo su gran polla junto a mi cara. Para ayudarlo, alcé una mano y toqué sus testículos grandes. ¡El aluvión de semen contra mi cara fue bestial!, mi pelo era un poema. Todavía embadurnada con su semen, al llegar a casa, me llego un wasap de Raquel, la otra pelirroja que se lió con Sara. Me decía que quería ser mía y salir conmigo, si yo quería, que había roto con Sara. Después de recibir ese wasap y todavía llena de la leche del padre de Lucía, me puse a escribir este relato y, antes de acabarlo, Pedro me volvió a follar ayer en un motel, dos veces.
(C) {Margaryt} 2019