Fin de semana en Cuernavaca (3)

Pasión, locura, todo puede pasar en un fin de semana...

Sentí frío a media noche y me desperté, no estabas a mi lado en la cama y me levanté. Cubrí mi cuerpo con una bata de gasa y bajé a buscarte. Estabas en el jardín y Olaf contigo. Parecías preocupado por algo. La noche estaba preciosa, había luna llena y la brisa movía lentamente las hojas del manzano.

Presentí que tenías la necesidad de contarme algo de la oficina, algo que te preocupaba y te insté a hablar de ello preguntándote disimuladamente. Sé que aunque no quieres preocuparme, hay veces que necesitas hablarme de ello, buscando así en mí, consuelo a tu preocupación y mi apoyo en cuantas decisiones tomas al respecto. Sabes que admiro y respeto mucho tu trabajo como tú lo haces con el mío. Me comunicaste tu marcha a Sonda Campeche, ese pánico tuyo al mar y tu miedo a tenerme lejos durante tanto tiempo, sin apenas poder comunicarnos. Una vez que hablamos de ello, te noté más relajado, hasta la expresión de tu cara parecía más tranquila.

Me diste las gracias por escucharte, por haber aparecido esa tarde en tu casa y estar contigo, por acompañarte, por compartir esas horas tan felices. No pude evitar acercarme a ti, sentarme en tu regazo y abrazarte. Respondiste a mi abrazo con uno tuyo que me apretó contra ti. Colocaste tu cara a la altura de mis senos y los besaste por encima de mi bata. Parecías un niño indefenso y asustado que busca refugio en los brazos de su madre. Dulcemente agarré tu cara entre mis manos, separándola de mi cuerpo e intuitivamente cerraste los ojos al ver como mis labios se acercaron a los tuyos.

Y te besé, te besé dulce y lascivamente, deseándote.... y lo notaste, notaste mi deseo por ti y me correspondiste de la misma manera, acariciando mi espalda, apretando mis nalgas y aferrándote a mis pechos que agarraste y empezaste a besar...

Sabes que eso me enloquece y aprovechaste para tomarme en tus brazos y subirme a tu recámara. Por la escalera, no dejé de besarte el cuello y pude notar como tu sexo había empezado a reaccionar al momento lividoso. Llegamos a la recámara, te descalzaste y me reposaste en la cama, boca arriba, y en ese momento, cerré mis piernas apretando mis muslos y sentí como mi sexo latía rítmicamente entre mis piernas.

Te arrodillaste a los pies de la cama, me agarraste por la cintura y tiraste de mí hasta colocarme justo en el borde de la cama. Me mirabas con deseo. Me deseabas como hombre, lo decían tus ojos que brillaban. Levantaste mi bata dejando mis piernas al descubierto, las abriste despacio agarrándome por las rodillas y acercaste tu cara a mi pubis que mordisqueaste ansioso. Eso me estremeció y aceleró mi respiración, impregnando de humedad mi sexo. Separaste tu cara y sin dejar de acariciarme, llevaste tus cálidos labios a mis muslos y los recorriste dulce y delicadamente, humedeciéndolos con la punta de tu lengua que los recorría juguetona cosquilleándolos. En ese momento, sentí un escalofrió desde los dedos de mis pies hasta los de mis manos. Escalofrió que erizó mi piel y arqueó mi cuerpo.

Estaba muy excitada, lo sabías y lo sentías al escucharme jadear, al escuchar mi respiración acelerada y al ver como mis piernas se habían relajado y abierto para entregarte lo que tan preciadamente guardaba entre ellas.

Acariciaste mi vulva tan delicadamente como si de la camelia más preciada de tu jardín se tratara, separando sus pétalos suavemente con tus manos y tus dedos finos que fuiste introduciendo poco a poco. Me encanta, me enloquece esa manera tuya de acariciarme y desflorarme, como si cada vez que lo hicieras, se tratara de la primera vez. Y así, tocándome las entrañas, me llevaste al orgasmo de nuevo.

Estabas satisfecho a la vez que muy excitado. Te sentiste orgulloso de hacerme sentir tan mujer. Lo noté en el brillo de tus ojos y arrodillándome en la cama te abracé acariciándote la espalda y mordisqueando tu pecho. Me encanta tu culo, lo tienes prieto y te lo pellizqué a la vez que hice un pequeño chiste sobre él que te hizo soltar una carcajada inmensa y eso me alegró, me hizo feliz oírte reír así. Por un momento, habías olvidado la preocupación que tenías y que hizo que te desvelaras. Aproveché para ponerme de pie en la cama e invitarte a tumbarte en ella.

Te ayudé entre bromas a despojarte del pantalón de pijama y aún de pie sobre la cama, terminé de quitarme la bata lentamente ante tu mirada atenta. Me arrodillé ante ti a la altura de tus muslos y empecé a besarte la frente acercando mis senos a tu cara. Aspirabas hondo, te gusta mi perfume, el olor que mi cuerpo de mujer exhala, el aroma que mi feminidad desprende. Y mientras te besé los párpados y los labios, no pudiste resistirte a acariciar mis nalgas.

Después tu cuello y tu nuez que mordisqueé hasta llegar a tu pecho, de él a tu ombligo, de ahí a tu vientre y de tu vientre a tu sexo, y esa vez fui yo la que aspiró profundamente el aroma de tu masculinidad. Y lo besé y lo acaricié mientras te miraba y te sentía satisfecho con mis caricias. Al introducirlo en mi boca cerraste los ojos y sin querer, te mordiste los labios, pero aún así te oía gemir y eso me colmó de dicha.

Hacerte sentir tan hombre me enorgullece como mujer y despierta mis instintos de hembra, haciendo que me entregara a ti, que mi sexo buscara el tuyo para complementarnos, para conjugarnos y convertirnos en un solo ser. Y me tomaste y me hiciste tuya. Y en ese momento, nuestros cuerpos se fundieron, piel con piel, logrando así el más placentero de los orgasmos. Te sentí en mí, sentí tu néctar que me inundaba, quemándome las entrañas, que me desbordaba llenándome de ti....

Quedamos de nuevo exhaustos tendidos en la cama. Dejaste reposar tu cabeza en la almohada, tus ojos buscaron los míos y mientras te acariciaba el pelo, fuiste cerrando los párpados, estabas muy cansado y el sueño te venció. Permanecí un rato observándote y velando tus sueños. Besé tu frente y acurrucándome sobre tu pecho, me dormí.

Había amanecido un nuevo día y Olaf ladraba desde los pies de la cama...