Fin de semana en Cuernavaca (2)
Sigue el sexo, y las emociones vividas en este fin de semana desenfrenado...
Modestia aparte, fue una cena deliciosa. En realidad, eran parte de los platillos que preparan las personas que cuidan nuestro refugio cuando yo no estoy y que guardan en el refrigerador. Nunca acepto que ellos compartan mi estancia cuando llego a nuestro refugio. Cuando tú no estás, prefiero estar solo para pensar en ti sin interrupciones, escuchando exclusivamente los acordes de nuestra música preferida, leyendo tus cartas o los libros de poemas que tú trajiste.
Pero cuando tú estás, mi amor, nuestro refugio renace, se llena de alegría. Recuerdo que durante la cena, comenté contigo la posibilidad de realizar un largo viaje por carretera, recorriendo la Ruta Maya Mexicana que comprende los estados del sureste de la República, hasta llegar a Cancún en el Estado de Quintana Roo. La idea, aunque parecía atractiva, fue desechada por ambos porque preferíamos estar en nuestro refugio, tú y yo solos, disfrutándonos, queriéndonos, enamorándonos, amándonos. Tal vez después, en otra ocasión, haríamos ese viaje, aunque fuera por vía aérea.
Después de cenar, subimos, estrechamente abrazados, al estudio. Sentados ambos en la banquita del piano electrónico, empecé a interpretar con cierta dificultad - y con nerviosismo - aquellas melodías que nos gustan tanto, en particular aquella "Heres that rain day", ¿la recuerdas?, que canta el buen "Frankie". Mientras yo tocaba, tú te acurrucabas contra mi cuerpo, recargando tu cabeza en mi hombro.
Me gustaba tu contacto. Poco a poco, el romanticismo hizo presa de nosotros. Puse un disco de piano de "Wolf" y empezamos a bailar sus melodías. ¡Qué increíbles momentos fueron esos! Jamás persona alguna me había inspirado tanta ternura como tú. Despacito, apenas tocándonos nos besábamos la frente, la nariz, los labios, nos embelesábamos el uno con el otro sin pronunciar palabra, en absoluto silencio. Lentamente nos despojamos de nuestra ropa y pegamos nuestros cuerpos para seguir bailando, acariciando nuestras espaldas. Dios, ¡cómo te quise en esos instantes! .......... Me parecía estar viviendo un sueño; un sueño indescriptiblemente hermoso.
Después, desnuda como estabas, te levanté en mis brazos y te deposité suavemente en nuestra cama. No cesaba de besarte, de adorarte. Lentamente, muy suavemente hicimos el amor abrazados, sin despegarnos un milímetro. Los dos tuvimos nuestro orgasmo juntos, un orgasmo silencioso, tranquilo, pleno. Y después, amor, tú me diste la espalda y acurrucaste tus nalgas en mi vientre, acomodando mi flácido miembro entre tus muslos. Te abracé tomando uno de tus pechos con mi mano, y así, en el más absoluto silencio,.........nos quedamos dormidos.