Fin de semana en Cuernavaca (1)

Sexo y más sexo en un fin de semana lleno de aventuras, emociones y sensaciones y narrado por los protagonistas del mismo...

Sabía que tú también llevabas mucho tiempo ocupado, que los temas de la oficina te desbordaban y te preocupaban, pero ya era viernes y al día siguiente no trabajaba, era mi sábado libre del mes y ese fin de semana me apeteció hacer una locura y me dejé llevar por otro de esos impulsos míos.

Salí de la oficia temprano, pensando que si cogía el coche en ese momento, podía llegar a Cuernavaca antes de que anocheciera. Quería sorprenderte y casi sin pensarlo, me monté en el coche y empecé a conducir. Para acompañarme en el viaje elegí un CD de Soto, un cantautor andaluz. Tararear sus canciones me encanta, sus letras son pura poesía y sensibilidad, me ayudan a relajarme y a olvidarme del stress acumulado.

Iba pendiente de la carretera, pero no por ello dejaba de pensar en ti, en verte, en pasar contigo todo el fin de semana en "nuestro" refugio, y eso me llenaba de felicidad, haciéndome sentir como una colegiala en un día de fiesta. Entré en la autopista, el tráfico era más fluido y comencé a sentirme más tranquila.

Hacía calor, pero no era sofocante. Para conducir me quité la chaqueta, pensando que así estaría más cómoda, y me quedé con el top rojo de lino con el que me vestí ese día. Me encanta el rojo, me veo guapa con ese color, me favorece. El escote de pico del mismo, también. El lino transpira y sentí como el aire acondicionado del coche empezó a hacer efecto dentro de él, refrescando el ambiente. Llevaba puesto un collar de esos africanos, me encantan los collares étnicos y los de conchas. Era de color negro, con unas semillas engarzadas y en el centro, una especie de bieira de nácar del color del ébano. Jugueteaba con él mientras conducía y seguía canturreando por Soto.

Pensaba y recordaba cada una de las palabras tuyas que había recibido en todas tus cartas de esa semana. Me alegró saber que habías tenido una sonrisa para la gente de tu oficina. Me enorgulleció comprobar que mis palabras te habían arrancado una sonrisa diaria.

No sé que pasó pero volvía a haber mucho tráfico, había coches parados y en pocos minutos se había formado algo de caravana. Delante mía había un coche y en su interior una niña que me miraba con cara de ángel y me sonreía. No pude evitar sonreírle yo también. Se despidió de mí haciéndome un pequeño gesto con su diminuta manita y respondiéndole, le tiré un beso, ella volvió a sonreír.

Solo era un coche averiado. Pasado ese tramo de autopista, aceleré y seguí mi camino hasta Cuernavaca. Ya casi había llegado, el viaje se me había hecho corto. Aparqué mi coche en la puerta de tu casa y si no fuera porque sabía que te encontrabas en ella, casi hubiera apostado que no había nadie. Estaba todo tan silencioso y tan tranquilo que hasta el aire se respiraba pasiego.

Abrí la puerta con cuidado. No quería asustarte, solo sorprenderte. Es increíble como Olaf, después de tanto tiempo, me reconoció. Viejo perro bribón. Vino como loco hacia mí, moviendo su cola y saltando, buscando el muy canalla una caricia mía, una palabra o un gesto cariñoso que por supuesto no le negué. Llevé mi dedo índice a la altura de mis labios pidiéndole con ese gesto que guardara silencio, que no ladrara y fue como si me entendiera. Se adelantó a mis pasos para llevarme hacia ti.

Atravesé la casa en dirección al jardín, y te vi, estabas en la hamaca reposando, te habías dormido leyendo y sobre tu regazo descansaba un libro de poemas de Bécquer que traje de España y olvidé la última vez que estuve en tu casa.

!!Que bien olían los naranjos!! El azahar estaba recién brotado y su aroma se esparcía por todo el jardín. Olaf seguía en silencio, es un perro obediente, está muy bien enseñado. Llegó a tu lado y se sentó frente a la hamaca observando como me acercaba a ti calladamente y como sigilosa, aproximé mis labios a los tuyos, regalándote un dulce beso.

Fue como si me esperaras, como sin saber que iba a ir esperaras mi llegada y hubieras reservado para ese momento la mejor de tus sonrisas y el más cálido de tus abrazos. Me apretaste contra ti haciéndome un hueco en la hamaca, sobre la que me reposabas sin dejar de abrazarme y de mimarme con tus besos. Los extrañaba...

Permanecimos un rato tumbados y abrazados, mientras comentamos algunas cosas del trabajo y de la semana, cosas sin importancia. Cuando estamos juntos, ambos procuramos evitar mencionar los problemas laborales. El fin de semana duraría poco y no queríamos desaprovecharlo hablando de cosas del trabajo.

Que dulcemente me besaste la frente y me acariciaste los labios con tus dedos. Halagaste mi indumentaria y piropeaste mis ojos que te miraron atentamente, casi sin pestañear. Te comenté que me apetecía refrescarme un poco antes de cenar. Te levantaste de la hamaca y me propusiste preparar tú la cena mientras yo me daba un baño. La idea me apeteció, hacía tiempo que no te oía trastear en la cocina y te sugerí preparar algo ligero y por supuesto mole rojo de guajolote.

Subí a tu recámara para dejar mi bolsa y mientras llenaba la bañera fui acomodando mis cosas en el armario. Es admirable y me apasiona ese sentido tuyo del orden, como está dispuesta tu ropa en el armario...camisas, pantalones, chaquetas.... tus accesorios y tu colección de suéteres. Me encanta el olor que desprende tu ropa y tu armario, es una mezcla a lavanda y a tomillo, tan sutil que no llega a impregnar tus prendas, que guardan toda tu esencia, tu olor tan personal. Los ventanales que dan al jardín estaban abiertos y el aire fresco de la tarde inundaba la estancia colándose en ella.

El baño estaba casi preparado y me desnudé para sumergirme en él. Trasteé un poco entre tus discos y me permití poner uno que encontré de Joäo Gilberto "Cançäo do amor demais". Subiste sigilosamente con una copa de vino blanco muy frío en las manos y desde la puerta del baño me observaste en el jacuzzy. Sonreí y te acercaste para besarme mientras dejaste la copa de vino a mi alcance y guiñándome un ojo, me pediste que no tardara, que la cena ya estaba lista en la mesa del jardín.

Tras el baño relajante, me engalané con un top de lycra de color blanco, una falda de lino, casi tobillera que solo abotoné hasta un poco más arriba de las rodillas, unas sandalias de tiras finas de color rojo y un collar de cuentas de coral. Aún tenía el cabello mojado.

Me esperaste junto a la escalera y extendiste uno de tus brazos ofreciéndome con ese gesto tu mano, en la que deposité la mía, que besaste caballerosamente....

  • cierra los ojos

  • ¿cerrar los ojos? ¿para qué? - te pregunté

  • vamos, por favor, cierra los ojos, no seas niña...

  • está bien, está bien... - y sonreí, haciendo como la que medio los abría mientras me llevabas de la mano al jardín...

  • oh, vamos, no seas tramposa.... - me dijiste algo enojado... y para asegurarte de que no iba a abrirlos, te colocaste detrás de mí y tú mismo me los cubriste con una de tus manos.

  • que bien hueles...mmmm - y aproveché la ocasión para tomar tu otra mano y depositarla alrededor de mi cintura, queriendo sentir el contacto de todo tu pecho en mi espalda... eso te gustó y salió de ti un gesto tremendamente protector al formar con tu cuerpo un escudo sobre el mío... me gusta, me encanta sentirme protegida por ti con gestos como ese.

Y así, me llevaste hasta el jardín, donde habías dispuesto todo para hacer de la noche la más romántica de las veladas.

La brisa era fresca pero no hacía frío, aunque supongo que el calor de las velas y el efecto del vino ayudaron a mantener la temperatura.

Olaf ya estaba más tranquilo y se dejó caer junto a una de las patas de la mesa, solo levantaba la cabeza de vez en cuando, sorprendido por nuestras risas y el tintineo de nuestras copas al brindar......