Fin de semana desenfrenado (II)
La historia relata cómo me convertí en la putita de dos hombres
(Viene de un fin de semana desenfrenado).
Me desperté en el sofá, completamente desnuda y con restos de semen seco en mi cara y en el resto de mi cuerpo. Todavía era de noche. No había nadie más en el salón. Me levanté para irme a mi habitación y de paso eché una mirada a la habitación de Juan y Gustavo. Ellos estaban durmiendo en sus respectivas camas.
Había ido recogiendo mi ropa por el salón y la llevaba hecha un lío en mis manos. Me metí en el cuarto de baño y me miré al espejo. Mi maquillaje estaba corrido; tenía restos de semen en la cara y en mis pechos; mi cabello estaba despeinado y enredado. Tenía un aspecto realmente sucio y tengo que reconocer, que eso me gustaba.
Me metí en la ducha y empecé a enjabonar mi cuerpo. Mientras lo hacía no podía evitar recordar lo sucedido y eso me excitaba. Fue inevitable empezar a acariciarme con la esponja enjabonada. La pasaba por mis tetas, mi culo, mi coño, una y otra vez. Al final terminé con un gran orgasmo.
Salí de la ducha, me sequé, me cepillé el pelo y me fui a la cama. Aunque era principio de primavera y la temperatura en el exterior era baja, entre la calefacción y la chimenea que habíamos tenido encendida casi toda la noche, yo tenía calor y me acosté desnuda, arropada solamente con una sábana.
Debí de tardar muy pocos minutos en quedarme dormida.
A la mañana siguiente, no fue la luz del sol la que me despertó, sino una sensación placentera. Pensaba que estaba soñando y reviviendo la experiencia de la noche pasada, pero cuando abrí los ojos, descubrí que el placer era auténtico.
Gustavo estaba entre mis piernas, lamiendo el interior de mis muslos con muchísima suavidad. Mientras tanto, Juan hacía lo mismo con mis tetas, pellizcando con sus labios mis pezones.
Cuando vieron que estaba despierta, los dos me miraron y casi al unísono, dijeron ‘¿qué tal has dormido, princesa?
Les correspondí con una sonrisa. Me estiraba desperezándome, pero sin moverme mucho para no estorbarles en su faena. Era uno de los mejores despertares que había experimentado hasta el momento. La polla que más a mano tenía era la de Juan, por lo que dirigí una de mis manos a ella y empecé a acariciarla. Mientras, con la otra, acariciaba la nuca de Gustavo, con el objetivo de que no se apartara.
Juan no tardó en tener una erección. Le hice un gesto y acercó su polla hacia mi boca. Me dediqué a lamerla y chaparla muy despacio, intentando que sintiera cada gesto que yo hacía con mis labios y mi lengua. Está claro que a Juan eso le gustaba, porque su polla no paraba de crecer en mi boca, mientras que con sus manos acariciaba y pellizcaba mis tetas.
Gustavo se centró en mi coño, comiéndolo con gran maestría. Eso hacía que mi excitación fuese en aumento y mi pasión y deseo por comerle la polla a Juan fuera en aumento.
Pasados unos minutos, estallé en un gran orgasmo, que me sorprendió con una gran corrida en mi boca de Juan.
Gustavo me miraba con sus labios húmedos de mis líquidos. Parecía un cachorrillo que acababa de comer. Se tumbó a mi lado y me empezó a besar y acariciar. No tardé en volver a excitarme. La polla de Gustavo estaba dispuesta. Juan trató de ayudar masturbándome y acariciándome.
Gustavo se puso de rodillas junto a mí, con su polla cerca de mi cara. Me dispuse a hacerle un trabajo similar al que le acababa de hacer a Juan. Al fin y al cabo, se lo había ganado.
Metí su polla en mi boca y empecé a concentrarme en recorrerle los puntos más sensibles de la misma. Mi lengua recorría toda su longitud y se paraba en su glande. Luego hacia la punta y finalmente toda ella dentro de mi boca. Eso hizo que no tardara en correrse en mi boca. Era la segunda corrida que me tragaba en la mañana. ¡Menudo desayuno!
Juan seguía lamiendo de mi coño y Gustavo, rendido, reposaba junto a mí, acariciándome y besándome.
Terminé teniendo un segundo orgasmo sobre la cara de Juan. Mi cuerpo se retorció como nunca. Parecía que hubiera metido los dedos en un enchufe.
Juan también se acostó a mi lado y me besó. Me dijo que me habían preparado el desayuno.
Les sonreí y me levanté con ellos. Me puse una bata de encaje que apenas tapaba mi cuerpo desnudo y no dejaba nada a la imaginación.
Fuimos al salón donde pude ver todo lo que habían preparado. Café, tostadas, zumo, frutas, embutido, … La mesa estaba preparada con esmero, incluso decorada con alguna flor que habían recogido del pequeño jardín que tenía la casa. Estuvimos comiendo como si no lo hubiéramos hecho en días.
Una vez que terminamos de desayunar, me levanté dispuesta a recoger la mesa. Ellos me pararon y me dijeron que se encargarían. Aproveché ese momento para ducharme y asearme. No sabía lo que podía pasar después.
Mientras estaba en el cuarto de baño, escuché la conversación que mantenían Juan y Gustavo en el salón. Se preguntaban si ‘algo’ (no pude oír qué), me gustaría. Uno de ellos decía que seguramente sí, que estaba completamente desatada.
Me puse un conjunto de encaje, con braguitas y una minúscula bata, sin sujetador, pero con medias y zapatos de tacón.
Salí al salón donde Juan y Gustavo estaban sentados, con una camiseta y bóxer. Se quedaron mirándome y yo me dediqué a pasearme delante de ellos de forma sugerente, agachándome y ofreciéndoles mi culo.
Juan me dijo que me sentara en medio de ellos y así lo hice. Me empezaron a acariciar y besar. Juan me comentó que tenían una idea y que querían proponérmela. Mi curiosidad fue en aumento, al tiempo que mis latidos. Les dije que de qué se trataba y Gustavo empezó a hablar.
- Mira, Maribel, esto que está pasando entre los tres es muy morboso y queremos ir un poco más. Queremos tratarte, durante este fin de semana, como nuestra putita, llamarte así y hacer lo que nos plazca contigo, siempre dentro de unos límites que puedes poner tú cuando quieras.
Cambié el gesto de mi cara. Por un lado, realmente era lo que estaban haciendo. No sé a qué limites querrían llegar, pero eso me excitaba. Por otro, el hecho de llamarme putita no me gustaba mucho, aunque también, analizando lo que estaba pasando era lo de menos.
Así que accedí. Les pregunté que hasta dónde querían llegar. No contestaron. Juan se dedicó a lamerme el cuello y con una mano a tocarme el coño. Gustavo hacía lo mismo con mis tetas. Juan se acercó a mi oído y me dijo:
- Ahora, putita, vas a ser muy obediente y te dejarás hacer.
La frase me excitó tanto como me disgustó. Sentir sus dedos en mi coño y su lengua por mi cuerpo, hacía que tampoco pudiera pensar mucho.
Gustavo se levantó y se fue a la habitación. Juan seguía con sus dedos en mi coño y su lengua en mi cuello y mi hombro.
Pasados unos minutos, Gustavo dijo de ir a mi habitación, que ya estaba todo preparado.
Antes de levantarme, Juan sacó un pañuelo negro de seda de algún sitio y me lo puso en los ojos.
Me guiaron a la habitación. Me tumbaron en la cama. Podía sentirles junto a mí, acariciándome y besándome. Todo con muchísima delicadeza.
Uno estaba junto a mi cabeza y el otro a mis pies. Sentía como acariciaba los dedos de mis pies y los metía en la boca. Me abrió de piernas y noté algo en mis tobillos. Lo mismo sentí en mis muñecas, aunque no notaba nada extraño. De pronto sentí que tiraban de mis tobillos y mis muñecas. Supuse que me habían atado a la cama.
Empecé a sentir caricias y lametones por todo mi cuerpo. Recorrían desde mi cuello, bajando por mis clavículas, deteniéndose en mis tetas, lamiéndolas y chupándolas, bajando por mi vientre hasta mi ombligo, donde nuevamente se quedó una lengua jugando con él. Por otro lado, sentía también caricias y lametones en mis piernas, encima de mis medias y mis braguitas, que todavía seguían en su sitio.
Sentí que acercaban algo cerca de mi boca. Yo saqué la lengua y empecé a lamerlo. No era la polla de ninguno de ellos, sino un consolador, aunque se le podían notar las formas y todos los detalles de una polla.
Querían que sólo la lamiera y que no la metiera en mi boca. Mientras, el otro, seguía acariciándome las piernas, aunque su mano se paraba cada vez más tiempo en mi coño. Eso hacía que estuviera completamente mojada y excitada. Noté como me apartaba las braguitas y empezaba a meter lo que suponía que eran sus dedos.
Eso me excitó mucho más y lamía ansiosa el consolador. Les dije si no me iban a dar polla, a lo que me respondieron con un ‘calla, putita. Todo a su debido tiempo’.
Al tiempo que sentía algo dentro de mi coño, una mano empezó a acariciar mi culo, con la clara intención de penetrarlo. Me relajé todo lo que pude, cosa que era complicado con el grado de excitación que tenía.
Creo que me corrí varias veces. Movían el consolador de mi coño con gran habilidad, al tiempo que metían también uno o dos dedos en mi culo. Eso junto con el otro consolador de mi boca, me hacía imaginar cómo me estarían viendo ellos y me provocaba una gran excitación.
De pronto soltaron mis manos y mis tobillos. Podía moverme libremente. Traté de alcanzar la polla de alguno de ellos, pero no lo conseguí. Intenté quitarme la venda de los ojos, pero no me dejaron.
Me dieron la vuelta y me pusieron a cuatro patas. Volvieron a introducirme un consolador en el coño que empezó a moverse rápidamente.
Al mismo tiempo me introducían algo por el culo. Supuse que otro consolador, aunque tuve mis dudas. Estaba siendo penetrada por el coño y el culo a cuatro patas. Me quitaron el consolador de mi boca y esta vez sí que pusieron una polla. La empecé a lamer y succionar. Tenía tres pollas, aunque fuesen consoladores, dentro de mí.
Poco después, algo más se acercó a mi cara. Era la otra polla. Eso me confirmaba que estaba siendo penetrada por dos consoladores y en mi boca tenía sus dos pollas. ¡Buf! Podía sentir cómo mis flujos resbalaban por mis muslos y caían a la cama. Volví a tener varios orgasmos.
Cuando sintieron uno de ellos, dijeron. Ya tiene suficiente. Me quitaron los consoladores de mi coño y mi culo, me hicieron levantarme e ir al cuarto de baño. Allí, de rodillas, me quitaron la venda de los ojos y volvieron a poner sus pollas sobre mi cara. Las lamia de forma alterna, las chupaba, las succionaba, las juntaba para intentar metérmelas en la boca al tiempo.
No tardaron mucho en correrse sobre mi cara. Nuevamente tenía su semen sobre mí, mis tetas, mi pelo. Lamía sus pollas limpiando hasta la última gota.
De pronto uno de ellos empezó a mear sobre mí. Me sorprendió mucho. Nunca me lo habían hecho. Me quedé parada, pero al final, dirigía su chorro hacia mis tetas y mi cara. El otro me indicó que me tumbara y empezó también a mearme, pero sobre mi coño y mis tetas.
Es imposible describir el nivel de excitación y morbo que tenía en ese momento.
Cuando terminaron, se acercaron y empezaron a besarme. Me dijeron de ducharnos juntos, pero eso, ya es otra historia.