Fin de semana

Esclavo cumple su fantasía de un fin de semana entero con su Amo.Sumisiñon gay.

Este relato mezcla hecho reales con fantasía. Si quieres saber sobre mí o contactarme, puedes hacerlo en esclavo_sevi@hotmail.es. Me gustaría recibir vuestros comentarios.

Tenía ganas de hacerlo de una vez. Muchos años pensando en eso desde que me propusieron un fin de semana de sumiso veinticuatro horas; una reunión de sumisos y dominantes durante un fin de semana en que estaríamos en nuestros roles de manera permanente. Nunca se fijó un sitio ni una fecha. La idea quedó ahí latente en mi mente. Con el tiempo tuve mi Amo fijo, el Amo Juan, al que obedecí durante años intermitentemente. Finalmente no pude más con su obsesión con que saliera desnudo a la calle y decidí no seguir. Pero él era la persona adecuada para mi idea. él viví mis momentos más intensos como sumiso; a él le entregué mi voluntad de manera más permanente, y nunca me traicionó. “Lo volveré a buscar”, pensé. Y le escribí un email.

Estimado Señor,

vuelvo a rogarle ser su esclavo con una idea muy concreta en la cabeza: pasar un fin de semana entero, las veinticuatro horas como su sumiso, su esclavo obediente, para sus necesidades de todo tipo, incluyendo planchar sus camisas o hacer de comer, y con las normas que habitualmente ya he cumplido con usted: castidad total, sexo solo con quien usted me indique, sin usar calzoncillos, la bragueta siempre abierta, y mi forma de comer habitual… y las que usted desee poner.

Mi teléfono sigue siendo el mismo. espero su respuesta.

su esclavo emilio

La respuesta no se hizo esperar. Al día siguiente, tenía su contestación.

Hola esclavo,

Estoy cansado de tus idas y venidas, y de tu indecisión para entregarte de una vez por todas. Has de merecerte volver a tener mi confianza. Si realmente deseas ese fin de semana, has de aparecer desnudo delante de mi trabajo mañana por la mañana. Si salgo a la puerta, no me hagas ningún gesto: no me conoces. Sólo tienes esta opotunidad. Si no, no vuelvas a hablarme.

Tu Amo.

De nuevo desnudo en la calle. No puede ser. Por eso decidí dejar de verle. Soportaba todas las humillaciones y el dolor, pero no la idea de salir a la calle desnudo, que me reconociera alguien, que llegara a oidos de mi familia, y, sobre todo, molestar a la gente que no quiera verme en esa situación. Tenía un día para decidir. O eso, o nada, o no volverlo a ver. La otra opción era buscar a otra persona, pero no iba a ser una persona en la que confiara completamente como en él. O humillarme solo por mi cuenta, una auto humillación. No sería tampoco la primera vez.

Y allí estaba. Con mi coche aparcado frente a un edificio de oficinas, donde mi Amo tenía su despacho. Eran las 11 de la mañana y el lugar bullía de gente. Jefes, secretarias, secretarios, administrativos, transportistas, bedeles.... El corazón me latía con fuerza. ¿Cuándo fue la última vez? Hace ya tres o cuatro años, cuando salía a pasear y me bajaba los pantalones en cualquier sitio para hacerme una foto y mandársela a Él, a mi Amo, al que obedecía casi sin rechistar… Menos cuando había que desnudarse en público.

Llevaba una mochila para meter la ropa. Sólo se me permitían unos zapatos para que no se me clavaran cosas en los pies. Crucé la calle. Nervioso, mirando a todos lados. El corazón me iba a salir por la boca. No sabía dónde estaba él, pero no importaba: se enteraría.

A unos veinte metros de la puerta, me paré junto a una farola. Las manos me temblaban. Y con manos temblorosas, empecé a tirar hacia arriba de la camiseta. La guardé precipitadamente en la mochila. La gente empezó a mirar. Y de un golpe los pantalones cortos que llevaba, sin calzoncillos, como él me ordenaba. Y me quedé allí de pie, mirando hacia abajo, sin poder mirar a nadie a la cara en esa situación. La gente empezó a reir.

Eh, mira éste, se va a resfriar!! Empezó a salir gente por la puerta: personas de a pié, otras con bata, enfermeros o médicos, no lo sé. Y salieron los móviles y las fotos. Tras unos minutos sin saber qué hacer, salió él señalándome: “Mira ese idiota, ahí desnudo.”

No pude más. Eché a correr desnudo hasta el coche con mi mochila en la mano. Me vestí dentro y salí a toda velocidad de allí.

Había sido capaz. Volvía a pertenecerle.

Una vez escapé de la zona, vi que tenía un mensaje. “Enhorabuena, esclavo. Te espero el viernes a las cinco de la tarde en mi casa”. Acompañaba una foto mía desnudo subiéndome al coche frente al ambulatorio.

El viernes a las cinco de la tarde llegaba con mi coche a la casa de mi Amo. Por fin lo volvía a decir, y se llenaba la boca de orgullo al decir “mi Amo”, el que me dice qué hacer y cuándo, al que entrego mi voluntad voluntariamente, porque yo he decidido hacerlo. Y me siento agradecido de que me haya aceptado de nuevo.

Subí a su casa sin antes pasar por el portero, que lo sabe y lo ve todo. A veces entendiendo y otras veces suponiendo.

-Adónde va usted?

-A casa de Juan.

-Ah claro, Juan. La torre del fondo.

-Gracias.

Cotilla, pensé.

Al subir tirando de mi maleta de fin de semana, mi Señor me abrió la puerta.

-Entra, esclavo. Ahí está mi maleta. Pero antes de irnos, desnúdate. ¿Llevas calzoncillos?

-no, Señor.

-Bien. Quiero verte. Desnúdate.

En dos manotazos me quité la ropa.

-Hace mucho que no te veía. De rodillas. Me gustó mucho que te presentaras desnudo frente al ambulatorio. Lohiciste muy bien, aunque fueron solo cinco minutos. Me divertí mucho, payaso.

-gracias, Señor. gracias por permitirme ser su esclavo de nuevo.

-¿Sabes dónde vamos?

-no, Señor.

-Iremos a la costa del sol, a un hotel donde solo hay hombres y está permitido el nudismo. Ya sabes por tanto la ropa que vas a llevar. Has traído maleta, por lo que veo. No te hace falta realmente. Saca tu neceser y mételo en la mía. El resto de la ropa se queda aquí. Ponte lo que traías, que no quiero formar un escándalo en mi vecindario con el portero sabiendo que vienes aquí. Te ha preguntado, verdad? La ropa que lleves encima será la que puedas llevar al hotel. Ya te iré dando más instrucciones. Tal y como hemos quedado, eres mío desde ahora mismo hasta el domingo a las ocho de la tarde. ¿Está claro?

Asentí nervioso. No sabía qué pasaría. Pero para eso es un esclavo. Le he cedido todo el control a Él, y sólo Él decide si me quiere decir lo que haremos. No pregunto aunque quisiera.

-¿Estás dispuesto a todo, esclavo?

-sí, Señor. -dije tímidamente mirando al suelo.

-¿Tienes ganas de obedecerme?

-sí, Señor. Haré lo que usted quiera, Señor.

-¿Qué eres?

-su esclavo, Señor.

  • Muy bien, gilipollas. Coge la maleta y bajemos a mi coche..

Bajamos el ascensor al parking donde estaba el coche de mi Amo. Yo intentaba ocultar la tímida erección que tenía al sentirme de nuevo esclavo, mientras tiraba de la maleta sin ruedas. La metí, y me senté en el asiento del copiloto.

Pasamos por delante del portero ya dentro del coche. Le sonreímos y empezamos nuestra marcha buscando la autovía. Intermitentemente, me hacía quitar la camiseta o los pantalones según su capricho, o según había al lado un camionero al que quería enseñarle lo que era suyo: yo.

-Ahora vamos a parar a recoger a unos amigos míos. No estarán con nosotros todo el rato, pero creo que nos divertiremos todos juntos un poco.

Paró en una gasolinera donde nos esperaban dos hombres, obviamente gays, de unos cincuenta años. Nos saludamos.

-Éste es Emilio del que os hablé.

Los dos sonreían mientras me desnudaban con la mirada. En ese momento, aún, no estaba desnudo.

-Esclavo, pasa con ellos al servicio de allí detrás.

La gasolinera tenía unos servicios exteriores, del que nuestros amigos tenían llave. Mi Amo me hizo desnudar una vez estábamos atrás, dejando la ropa fuera del servicio, y me ordenaron entrar. Olía a pis, y tenía un típico charco entre agua y orina en el suelo.

-Ponte de rodillas -me dijo uno de ellos mientras entraba y se abría la bragueta. Inmediatamente me metió la polla aún fláccida en la boca. En pocos segundos tenía la boca llena de su aparato duro. Me folló la boca agarrándome la cabeza, y sin atender a que a veces me llegaba su polla hasta la garganta y me daban arcadas.

-No te resistas, puta. -No lo hacía- Sacó su polla de mi boca y se corrió entre mi cara y mi pecho. Su semen caliente resbalaba por mi cuerpo mientras estaba de rodillas sobre el agua-orín.

Tal y como salió, entró su pareja, y repitió la operación. En este caso me pinchaba los pezones. “Come polla, zorra. Ponte a cuatro patas.” Lo hice y se corrió sobre mi espalda. Me corría el semen ahora por la cara, por el pecho y la barriga, y la espalda. Me sentía una puta usada, y me encantaba. Lo indicaba bien claro mi polla tiesa.

Ahora intervenía mi Amo. “Tócate la polla, mastúrbate.” Empecé a tocarme y pronto tenía ganas de correrme. “Señor, no aguanto mucho más”. “¿Quieres correrte?”. “sí, y no, Señor.” “Si yo no estuviera aquí, si no fueras mi esclavo, ¿te correrías?” “sí, Señor.” “Pídemelo”. “señor, me da permiso para correrme, por favor?” “No. Deja de tocarte. Vamos al coche”

Con semen por todo mi cuerpo, de rodillas y la polla tiesa, tuve que quedarme sin correrme. Lo deseaba, pero Él me dijo que no. Además, un esclavo, no tiene derecho al placer. Al menos así pienso de mí mismo; y conociéndome, tenerme en tensión sexual y sin correrme, me hace más sumiso, y me hace adorar aún más a esa persona a la que he cedido la llave de mi cuerpo, de mi placer, y de mi voluntad. “gracias, Señor.”

Nos sentamos los tres en el coche de nuevo. Yo desnudo. Hicieron una pelota con mi ropa y la echaron al maletero. Me dirigí a la puerta del copiloto, pero mi Amo, hizo un gesto con el dedo diciendo que no.

-Siéntate atrás, en medio, entre ellos. Y ten cuidado de no mancharme la tapicería.

Quedaban dos horas de viaje, en que no podía descansar la espalda para no manchar la tapicería. Tenía una toalla debajo para al menos no manchar el asiento con lo que salía de mi polla.

En el asiento de atrás en manos de dos desconocidos. Me miraban con deseo de arriba abajo y se sonreían.

  • ¿De dónde has sacado a este ejemplar, Juan?

  • Lo conocí por internet. Le gusta ser una puta, que la insulten y le digan lo que es. Le gusta el dolor y le gustan las humillaciones. Es un esclavo casi perfecto si no fuera porque no quiere salir en pelotas a la calle. Pero después de mucho discutir lo hace. Sabe obedecer, y lo tiene como lo más importante. Y si fuera más constante y no se arrepintiera de vez en cuando de ser lo que es por naturaleza, nuestra relación ha sido la mejor. Esta vez ha pagado bien su inconstancia. Le hice desnudarse en la calle frente a mi trabajo. Cuéntales cómo te sentiste, esclavo.

-Mal, Señor, muy mal. Sufrí mucho y ahora hay muchas fotos mías por ahí circulando. Tengo mucho miedo que alguien conocido las vea.

-Y por qué lo hiciste, entonces?

-Porque fue la condición que me puso usted, Señor. Si no, no sería ahora su esclavo.

Este último comentario disparó las risas de los dos acompañantes.

-¿Deseas entonces ser mi esclavo?

-sí Señor.

-Sin condiciones?

-las que ya conoce Señor.

-Te sentiste humillado cuando la gente te señalaba?

-mucho Señor. Sobre todo cuando salió usted.

-¿Deseas que te humillen?

-sí, Señor. Muchas gracias por humillarme.

Aún se rieron más con el agradecimiento.

-Recuerda, ¿quién eres?

-su esclavo, Señor.

-Vas a obedecer a mis amigos?

-ya lo hago, siempre que usted me lo mande Señor.

-Bien. Haced lo que queráis.

-Qué buena puta, Juan, dijo el de mi derecha pinchándome un pezón con sus dedos. Después me escupió en la cara. Su amigo le imitó y ya me corrían dos escupitajos por el cuerpo. Mi polla no dejaba de estar tiesa de la humillación.- ¿Qué eres, esclavo? ¿Cómo te has comportado en la gasolinera? Como una puta, te lo digo yo. A ver repite.

-Sí, una zorra. Una puta barata que no se merece más que desprecio.

-gracias por recordármelo. Creo que así debo comportarme siempre. Es lo que merezco.

De nuevo risotadas.

Nos paramos en un pueblo antes de nuestro hotel, y entramos en el garaje de una casa de dos plantas en el centro. Allí me hicieron bajar, y me dirigieron al patio de la casa.

-Esclavo, -dijo mi Amo-. Ponnos unas copas y te sales al patio a esperar mientras hablo con ellos. Quédate de rodillas y los brazos en cruz mirando a la pared.

Así lo hice. Salí al patio y oía que hablaban con risas. Sentí que se reían de mí. Después de un rato, salieron al patio y uno de ellos abrió la manguera.

-Hueles a puta barata. Te vamos a limpiar. Que no entres en el hotel con ese aspecto.

Y dirigieron a mí el chorro, que estaba frío como el hielo para lavarme como se hace con los perros. Me dieron una toalla para secarme y mi ropa.

-Ya nos podemos ir, esclavo. Nos esperan en el hotel y no quería que entraras con el semen por la cara.

Salimos del pueblo y fuimos al hotel que estaba a menos de media hora.

Entré en el hotel vestido, como una persona. No sabía cómo podía salir de allí. Nos dieron nuestra habitación, hasta la que arrastré la maleta. Mi Amo me ordenó desnudarme una vez dentro, y colgar su ropa en el armario. Había más cosas en bolsas, pero no vi qué eran.

El resto de la tarde fue tranquila. Salimos del hotel, los dos vestidos, aunque yo a mi manera, sin ropa interior y con la bragueta abierta. Pronto fuimos a cenar a un restaurante cercano y la conversación fue tranquila y banal. Volvimos al hotel y nos acostamos. Mi Amo en la cama con su pijama. Yo en el suelo a sus pies. Desnudo, por supuesto.

Me desperté por la mañana, a plena luz del sol, por una patada de mi Amo en las costillas.

-Despierta, esclavo. Vamos a desayunar.

Hice el ademán de coger mi ropa, pero mi Amo intervino.

-Ya sabes cuál es tu uniforme. Aquí la ropa es opcional. Para ti no. Irás desnudo todo el tiempo que estemos en el hotel.

Y así fuimos al buffet. Él vestido con su pantalón de pinzas y camisa. Yo desnudo como el día que nací. Había todo tipo de comidas. Serví a mi Señor, y después fui yo a buscar algo de comer. Tenía hambre: salchichas, huevos revueltos y tostadas.

-¿Tienes hambre, esclavo?

Asentí.

De repente, mi Señor cogió mi plato y tiró la comida al suelo.

-Pues come, ¿o es que no te acuerdas cómo tiene que comer mi perro?

Había hecho esto muchas veces. Comer desnudo, a cuatro patas, con la comida directamente en el suelo, sin plato, y sin poderme ayudar con las manos; sólo con la boca. Pero nunca lo había hecho en público. El personal del hotel apenas se inmutó, y la gente me miró divertida, y con curiosidad, a ver qué pasaba. Me quedé un rato mirando al suelo sin saber qué hacer ni qué decir. Aunque sabía perfectamente qué tenía que hacer.

-Come, perro.

Sus palabras me hicieron reaccionar. Lentamente me agaché, me arrodillé, apoyé los codos en el en el suelo y empecé a comer mi desayuno frugal. Poco a poco se fue acumulando público a nuestro alrededor. Alguien me dio una patada entre el culo y los huevos que me hizo estremecerme. Otros me insultaban. “Así comen los cerdos”. “Guarro”. “No pares perrito”. Aun así, no paré de comer hasta que quedaron sólo pequeños restos. Los huevos revueltos eran fáciles de comer, pero morder las salchichas para hacerlas trozos era más complicado. A veces tenía que levantar la cabeza mientras mordía con saña y ver a la gente alrededor mía. Igual con las tostadas. Fueron algo más de veinte minutos de humillación pública. Los camareros se acercaron para recogerlos con la fregona, pero mi Amo los paró.

-Que lo recoja él.

Cogí la fregona y recogí los restos de mi comida agradeciendo a mi Amo que me recordara cómo debía comer.

Subimos a nuestra habitación con la sensación de que todos me miraban y sabían que podían reírse de mí. No sabía que vendría ahora. Acababa de comer como un perro delante de todo el hotel. Mi cara estaba manchada con restos de salchichas, huevos rellenos y pan.

-Límpiate esa cara, cerdo.

-Sí Señor. Gracias Señor.

.¿Cómo te sientes, capullo? Te ha visto todo el mundo.

  • Muy humillado, Señor. No esperaba tener que hacer esto delante de todo el hotel.

Tenía un nudo en la garganta y apenas podía levantar la mirada. Quería llorar pero no lo hacía. Tenía que aguantar. Era pronto para romperme. Quedaba todo el sábado y el domingo. No podría mirar a nadie a la cara hasta mañana por la tarde,

-Ah, no? ¿Y cómo esperabas hacerlo? ¿Normal?

-No sabía Señor.

-¿Y qué habías pensado, esclavo?

-No lo sé. Sólo sabía que quería un fin de semana entero para obedecerle y estar a su servicio, Señor.

-¿Sólo el fin de semana?

-Sí, Señor.

-¿Y después?

-Aún no lo he pensado, Señor.

-¿Esperas que te castigue?

-No espero nada, Señor. Sólo que me acepte como su esclavo.

-¿Conoces las consecuencias?

-Las estoy viendo ahora Señor.

-¿Cuáles son por ahora?

-Me sentiré usado y humillado.

-¿Por qué?

-Porque soy su esclavo, Señor.

-Bien. Abre la maleta, gilipollas. Saca la bolsa blanca y ya sabes qué más?

-Me va a dar una paliza, Señor.

-¿Algún problema?

-No, ninguno, Señor.

Saqué una bolsa blanca con pinzas de la ropa, y lo que ya sabía. Lo que ya sabía es una placa de parquet de unos 20x10 centímetros con la que me había azotado muchas veces. Era dura, y muy dolorosa, pero no dejaba marcas.

-¿Estás nervioso?

-Sí, Señor.

-Ponte las pinzas. Dos en cada pezón. -Fui obedeciendo- Una en cada lóbulo de las orejas. Ahora una en la lengua. Otra en la punta de la polla. Cinco en los huevos. Una en cada pie.

Así fui poniendo las pinzas según me indicaba. Aunque no lo pareciera, para mí la peor era la de la lengua, que impedía que cerrara la boca y me cayera baba de la boca.

-Ponte a cuatro patas encima de la cama.

Sabía lo que venía. Una lluvia de azotes con la tabla.

  • Cuenta esclavo.

  • Un, dos, tres, cuatro, cinco, seis, siete, ocho, nueve, diez. .En el cachete izquierdo de mis nalgas.

Otra serie igual en el derecho.

Después el interior de los muslos. Primero el derecho, después el izquierdo.

Las plantas de los pies. Cuarenta y uno, cuarenta y dos, cuarenta y tres. Las pinzas se estremecían en mi cuerpo y yo apenas podía contar con la pinza en la lengua. La baba me colgaba de la boca. Ya íbamos por sesenta.

-Date la vuelta y túmbate boca arriba.

Mi Amo se acercaba para azotarme en el pecho. Diez en cada lado. Ya gritaba con cada azote, y quería llorar. Había obedecido en todo y me caía esta azotaina. Cinco en el pubis. Ya eran ochenta y cinco.

-Qué pinza te molesta más, esclavo?

Señalé la boca.

-Quítate las de los huevos.

Sabía por qué era. Me cayeron cinco más en los huevos. Mi polla estaba dura como una piedra.

-Veo que te gusta, esclavo. ¿Te quieres masturbar?

No sabía qué contestar. Era que sí, pero era que no.

-Lo que usted me diga, Señor.

-Tócate. Con cuidado.

Alargué mi mano derecha a la polla. Había pre semen en mi polla. Mucho. Era fácil tocarme y correrme pronto. En seguida empecé a respirar fuerte.

-Poco a poco esclavo. Si vas a correrte dímelo.

-Sí Señor.

En menos de un minuto estaba cerca del orgasmo, retorciéndome.

-Señor, me voy a correr.

-Para esclavo. No te toques más.

Inmediatamente paré. Me retorcía de ganas de correrme, pero mi Amo me había ordenado parar.

-Gracias, Señor.

.Por qué, esclavo?

-Por tratarme como merezco, por humillarme. -Lloraba de la humillación sufrida. Una tras otra, y aún quedaba la tarde. Farfullaba por la pinza de la boca.

-Relájate, esclavo. Mírate al espejo.

La imagen era patética. Los ojos hinchados del llanto y todo el cuerpo con marcas de la azotaina. Mi pecho, mi pubis, mis piernas, mi culo. ¿He dicho “mi”? No. Todo era Suyo, de mi Amo, para su disfrute. El cuerpo y el espíritu de este esclavo. La polla tiesa y colorada, llena de deseo de un orgasmo que me estaba vetado.

Aún tenía las pinzas de las orejas, la lengua, el pecho, la punta de la polla y los pies. Mi Amo no había terminado conmigo. Empezó a darle a las pinzas del pecho hasta que cayeron.

-¿Qué pinza te molesta más ahora?

Volví a señalar a la boca, de donde me chorreaba la baba, que me corría ya por el cuello y el pecho.

-Bien. Arrodíllate mirando a la pared en posición de descanso: el culo sobre los talones. Las manos atrás. Quiero ver la tele un rato y que no me molestes.

-Sí, Señor. Gracias.

Así estuve hasta que mi Amo quiso usarme otra vez.

Pasó más de una hora. Llamaron a la puerta y me hizo abrir. El camarero me miró desnudo y sonrió.

-Limpieza. No quiero molestar.

-No se preocupe, puede pasar -dijo mi Amo-, pero será mi esclavo el que limpie. Usted puede descansar.

El camarero ya había oído algo sobre mí. Se encogió de hombros, pero me dej

o cambiar las sábanas, las toallas, y pasar la fregona por el suelo. Se fue con la misma sonrisa congelada con la que entró.

Cuando llegó la hora, me hizo quitar las pinzas, y bajar a una máquina a por unos sandwiches para comer. Comimos los sandwiches en la habitación; yo a la manera sabida, en el suelo persiguiendo mi comida con la boca y la nariz. Agradecí no tener que hacerlo delante de todos.

La siesta fue en paz. Mi Amo durmió y yo le velé en silencio. Tenía un rato de relax, pero no podía salir de la habitación ni molestar Su descanso. Pensé en lo que me había metido yo solo; en las violaciones, las humillaciones que estaba sufriendo. De puta a perro, y de ahí a juguete de dolor. Siempre inferior y siempre a las órdenes de quien yo había elegido. Era lo que deseaba tanto. Ahora estaba en medio de ello. Medio orgulloso de ser buen esclavo, medio arrepentido por las consecuencias de mi iniciativa; porque fue iniciativa mía, no suya. Como todos los esclavos, tenía esta contradicción: buscaba y huía del dolor y de la dominación. Ahora no podía escapar ni quería, pero la degradación estaba siendo fuerte. Aún queda la mitad: la tarde y la noche del sábado, y la mañana y la tarde del domingo.

-¿Esclavo, saldrías así a la piscina?

-Haré lo que desee, Señor.

-¿Lo deseas?

Negué con la cabeza.

-Pues sal a la piscina y te das una vuelta por el hotel para que todo el mundo vea tus marcas. Ah, y necesitas un complemento más.

-¿El qué, Señor?

Sacó un rotulador indeleble.

-Decir quién eres a todo el mundo. Escribe en tu barriga: “Esclavo propiedad de Amo Juan”. Ahora en el pecho “Puta del Hotel”.

Fui escribiendo poco a poco mientras mi Amo dictaba.

Me quitó el rotulador y escribió algo en mi espalda.

-Mírate por detrás idiota.

Mírate al espejo. “Humíllame. Riéte de mí”.

Ahora no vuelvas hasta dentro de una hora, y me cuentas cómo te ha ido.

Y así salí por los pasillos del hotel, eligiendo la escalera mejor que el ascensor para intentar cruzarme con el mínimo de hombres posible. Estábamos en una cuarta planta, pero bajar las escaleras no era difícil. Me crucé con dos empleados que me miraron de arriba a abajo y se rieron. Noté que hablaban de mí a mi espalda sacando el móvil. Seguí hacia abajo con la intención de llegar al hall y de ahí a la piscina. Allí me verían todos. En el hall me pararon dos empleados impidiéndome el paso.

-Por favor, acompáñenos.

-¿Adónde?

-El jefe quiere hablar con usted.

Me lo temía: había armado demasiado escándalo. Me llevaron por innumerables pasillos y algunas escaleras hacia abajo hasta llegar a una habitación de unos 30 metros cuadrados. Allí estaba el director con otros tres empleados. Junto a los dos que me acompañaron, eran seis personas. Ocho hombres de todos tipos: altos, bajos, guapos, feos, gordos y delgados.

-Caballero… ¿o debo llamarle puta? Bueno, como sea. Ha armado usted mucho revuelo en el hotel esta mañana con su escena de comer en el suelo. Después. Hemos oído la que armaban usted y su ¿amo? en la habitación. Aunque las puertas estén cerradas, mi trabajo consiste en saber todo lo que pasa en este hotel. Es un hotel nudista, pero no tan liberal. También es un hotel gay. Los clientes, mis empleados, y yo mismo somos todos gays. No somos indiferentes por tanto a un hombre desnudo, o practicando sexo, u ofreciéndose a todos, como muestran las inscripciones de su cuerpo. Nos ha puesto a todos a cien, para que me entienda.

“Ya que es usted la “puta del hotel”, lo va a demostrar ahora mismo. -De repente cambió el tono de su voz y fue agresivo-. Ponte de rodillas zorra. Le vas a comer la polla a todos los presentes. Empezarás por el jefe de personal -señalando al hombre gordo bajito, con gafas y poco pelo a su lado- y terminarás por mí.”

Y así fueron pasando todos por mí. Realmente, como esclavo y propiedad de mi Amo, no sabía cómo tenía que actuar, pero rodeado de seis hombres hambrientos de sexo, no podía hacer otra cosa que obedecer.

El primero me metió la polla en la boca aún un poco fláccida, pero pronto creció en mi boca, y pronto noté que se iba a correr. Saqué la polla de mi boca y lo masturbé con la mano hasta que se corrió en mi cara.

El segundo me hizo poner a cuatro patas, y él de rodillas para chupársela como una perrita. “Eso es, perrita, cómemela”. Noté que alguien me tocaba la espalda. Era otro, un tercero que me sobaba la espalda, el culo y los huevos. Me tocó la polla. “Le gusta que la violen; es una auténtica perra en celo”. Empezó a hurgar en mi culo con los dedos, y me metió primero uno, luego dos, y me folló con ellos. Yo empezaba a gemir por el dolor y placer a la vez. “Mira cómo gime”. Después me dio una sonora palmada en el culo. “Muévete”. El que tenía la polla en mi boca la sacó y se corrió en mi espalda. Los demás jaleaban a cada corrida.

Vino una tercera polla a mi boca. Ya no podía ni ver quién era. Simplemente me limité a dejarme hacer. Esta vez me hicieron poner de rodillas. El que tenía sus dedos en mi culo los sacó y me empezó a pellizcar los pezones, que estaban ya doloridos de la azotaina de mi Amo. El tercero se corrió en mi pecho. Me corría ya el semen por todo el cuerpo.

Alguien me empujó desde atrás para ponerme otra vez a cuatro patas. Esta vez me metió la polla en el culo y me folló sin compasión. Yo gemía entre el dolor, la humillación, y, por qué no decirlo, el placer. A cada embestida gritaba. Creo que se corrió porque lanzó un grito, pero no noté nada especial en mi culo ni el semen corriendo por él. Seguramente llevaba condón.

El siguiente me hizo dar la vuelta y follarme boca arriba el culo. “Mira cómo se le está poniendo el coño de puta: cada vez más grande”. Yo no veía nada. Sólo hombres a mi alrededor riéndose y gritándome insultos. Cuando terminó, se abrió el grupo y se hizo el silencio.

Alguien más se estaba masturbando de pie. El director, con unos sesenta años, un metros setenta y una barriga prominente se acercó a mí, y se corrió echándome el semen de arriba a abajo, desde la cara hasta la polla. Todos gritaron de alegría.

“Ahora váyase. Igual tiene la suerte de que alguien más lo usa.”

Volví a la habitación entre lágrimas por la escalera por la que había bajado. Abracé a mi Amo y me preguntó cómo había ido. Le conté todo. Mi Amo sonrió primero. Después empezó a reir con más fuerza y acabó con una carcajada.

-No podía ser más perfecto, esclavo. Estoy orgulloso de ti. Dijo entre risas.

Por si no estaba humillado, ahora mi Amo me hacía sentir peor. Se reía de que me violaran. No lo vio, pero parece que lo disfrutó.

.¿Cómo te sientes, esclavo?

-Como un saco de follar, como un objeto.

-Era lo que buscabas, ¿no?

-Sí, Señor. Gracias, Señor.

-Está bien. Ahora relájate. Yo voy a dar un paseo. Pero una cosa: no te limpies. Que huelas a semen un buen rato so guarra.

-Sí, Señor. Gracias, Señor.

Cerró la puerta y se fue dejándome con lágrimas en los ojos.

Volvió tarde. No quise cenar nada.

-Dúchate cerda, que hueles a puta barata.

Esa noche me permitió dormir en su cama abrazado a él.

A la mañana siguiente me desperté sin mi Amo. Estaba en la ducha. Sin decirme nada me indicó que bajásemos a desayunar. Se repitió la escena del día anterior. Esta vez los empleados del hotel me despreciaron dándome patadas en el culo y las costillas y escupiéndome. “Lo pasamos bien ayer, verdad, zorra”.

Hice la ropa de mi Amo, y me pude vestir para salir. Entramos en el coche y nos despedimos del hotel.

Al fin llegamos al piso de mi Amo, tras pasar por el conveniente control del portero cancerbero. Arrastré la maleta hasta dentro y me desnudé para estar como mi Amo quería que estuviese siempre.

-Deshaz la maleta, esclavo. Lo que esté limpio, lo cuelgas en el armario, y lo que no, a la lavadora. Y haz algo de comer.

Puse la lavadora, y me puse a hacer una tortilla de patatas ya que había patatas y huevo sin pensar cómo me la tendría que comer después. Mi Amo comió sentado a la mesa. Yo, a cuatro patas, como siempre. Ya se había convertido para mí en una costumbre más. Después la ya cotidiana siesta de mi Amo mientras yo recogía la mesa, limpiaba los platos y el suelo.

-Esclavo, quiero una última cosa. Abre ese armario. En el segundo cajón hay algo que te va a gustar.

Una vara de olivo de 6 milímetros y noventa centímetros de largo, flexible, que le regalé yo hacía años, pero nunca llegó a usar en mí. Me coloqué a cuatro patas listo para recibir mi última azotaina del fin de semana. Sabía que la vara dolía mucho y me iba a dejar muchas marcas. Era el mejor recuerdo que me podía dejar mi Amo: sus marcas durante dos semanas o más.

Sacó un papel y me lo puso por delante: “LETANÍAS DEL ESCLAVO”.

-Lee, esclavo. Por cada frase obtendrás un azote con la vara. Nadie la ha usado aún. Serás el primero

Soy un esclavo. Gracias, Señor

Soy inferior. Gracias, Señor

Soy abusable. Gracias, Señor

Soy usable. Gracias, Señor

Soy un gusano. Gracias, Señor

Soy un imbécil Gracias, Señor

Soy un idiota. Gracias, Señor

Soy un capullo. Gracias, Señor

Soy tonto. Gracias, Señor

Soy despreciable. Gracias, Señor

Soy un objeto Gracias, Señor

No soy persona. Gracias, Señor

Soy un perro. Gracias, Señor

Soy una puta. Gracias, Señor

Merezco el desprecio Gracias, Señor

Merezco la humillación Gracias, Señor

Merezco el castigo. Gracias, Señor

Merezco ser ignorado. Gracias, Señor

Merezco ser degradado. Gracias, Señor

No merezco la atención de mi Amo. Gracias, Señor

La vara dolió mucho; más de lo que recordaba. Los azotes fueron tremendos y temía el sonido de la vara en el aire. Mi trasero estaba a punto de sangrar. Pero eso no era lo peor. Lo peor eran los insultos que yo mismo me estaba diciendo.

Caí en el suelo cuando vi que mi Señor había terminado. Empecé a llorar por todo lo que había pasado el fin de semana. Por todo lo que había sufrido. Y porque me había convertido verdaderamente en un esclavo obediente, en una cosa que solo sirve para ser humillada y degradada.

-Gracias, Señor. Gracias por todo. -Me tiré a sus pies y los besé. Le di un abrazo y besé su cara y finalmente sus labios.

.¿Me quieres, esclavo?

-Sí. Mucho Señor.

-Ya puedes irte a casa. Eres libre para lo queda de día. Haz lo que quieras y relájate.

-Libre, Señor?

-Totalmente. Mañana, ya veremos.

Me fui a casa arrastrando mi pequeña maleta llena de contenidos inútiles. Llené la bañera y eché el gel que tenía para que hiciera espuma y relajarme. Me sumergí en el agua caliente, y dejé que todos los músculos abandonaran la tensión. Me escocían las heridas del culo, pero no me importaba. Era mi momento y nadie me veía.

Salí del baño envuelto en un albornoz y me tiré a la cama. Habían sido muchas emociones en un solo fin de semana. Mi fantasía se había cumplido. Los recuerdos se acumulaban en mi mente y mi polla despertó una vez más. Esta vez sí, la cogí. Recordé las palabras de mi Amo: “Eres libre para lo que queda de día”. No había normas. Mi mano se movía cada vez con más velocidad cerrada alrededor de mi pene. En poco estaba cerca de correrme. Me detuve de nuevo, y volvía recordar. Ahora mismo era libre. Seguí masturbándome hasta que eyaculé con un fuerte rugido. Mi cuerpo se estremecía con el orgasmo. El semen saltó con fuerza y una gota llegó a los labios. La saboreé con deseo y di las gracias de nuevo.

-Gracias, Señor.