Fin de semana con mi mejor amiga.

Digamos que me llamo Otto. Yo estudiaba en Madrid y, digamos que ella se llama Ana, e iba a ir a verme ese fin de semana. Ya nos habíamos liado en más de una ocasión, pero solo éramos amigos.

Digamos que me llamo Otto. Yo estudiaba en Madrid y, digamos que ella se llama Ana, e iba a ir a verme ese fin de semana. Ya nos habíamos liado en más de una ocasión, pero la relación que nos unía era de amistad y lo que sentimos el uno por el otro es algo que no viene al caso de este relato. No éramos novios.

Ana tiene 24 años. Es rubia, alta, delgadita y muy guapa. Está muy buena, pero lo que más me pone de ella es el morbo que produce. Es de esas chicas que no necesitan estar buenas para ponerte cachondo cuando se lo proponen.

Fui a recogerla a la estación de Chamartín a eso de las 5 de la tarde. Cuando me vio, nos fundimos en un enorme abrazo. Tardamos poco en ponernos al día, ya que hablábamos con frecuencia. Éramos confidentes, nos lo contábamos todo, incluso nuestros líos y nuestros polvos. Y sobre todo nuestras fantasías. Decirnos al oído lo que nos gustaría hacer y con quien mientras nos masturbábamos mutuamente nos ponía a mil. Y en casi todas las fantasías, tanto suyas como mías aparecíamos ella, yo y alguna chica. Así es Ana.

-Bueno, ¿y qué tienes pensado hacer este fin de semana?- me preguntó.

-Pues no sé, podemos… improvisar- dije mientras le bajé uno de los tirantes de su camiseta. Ella se rió, pero me recriminó con la mirada por hacer eso en plena calle, delante de todo el mundo.

-En algún momento quiero ir de compras- dijo con mirada de cordero degollado, como pidiéndome permiso- puedo hacer que sea divertido.

Al decir eso cambió la expresión por una un poco más traviesa. A mí no me gustaba nada ir de compras, pero Ana se tenía que comprar un vestido de noche para no sé qué.

-Está bien,- dije- iremos a comprar tu vestido esta tarde con una condición.

-A ver, ¿qué condición?

-Que te lo pongas esta noche para cenar conmigo.

-¿Esta noche? ¿Un vestido de…

-Sin bragas- dije sin dejarla terminar de hablar. Su expresión cambió, sonrió y dijo:

-¿Y dónde vamos a ir a cenar?

-Pues no sé, para que puedas ir vestida así habrá que ir a un sitio elegante, pero no muy caro… creo que conozco uno así.

-Vale, pero tendrás que ponerte traje.

Después de aceptar todas las condiciones que acordamos, fuimos a casa a dejar sus cosas y a comprar el vestido.

En la primera tienda en la que entramos, Ana cogió un par de vestidos y se fue a la zona de los probadores. Yo la seguí, pero me quedé fuera del probador. Sin embargo, eran de esos que solo tienen una cortina que nunca cierra del todo. Sin demasiado disimulo, empecé a ver como se quitaba la ropa mi amiga. Llevaba una camiseta de tirantes que se quitó enseguida. Luego la minifalda vaquera, y se quedó con unas braguitas rojas de búhos que ya conocía y el sujetador blanco. Se probó el primer vestido, negro, entallado por debajo del pecho y con la falda lisa hasta los pies. Y salió para que la viese.

-¿Te gusta? Va sin sujetador, claro.

-¿Y por qué no te lo pruebas sin él?

Ana sonrió, suspiró, y se metió dentro del probador. Esta vez dejó la cortina corrida hasta la mitad, por lo que mi vista mejoró considerablemente. No había nadie más en los probadores. Cuando se quitó el vestido, se desabrochó el sujetador, de espaldas a mí, y lo dejó junto al resto de su ropa para probarse el otro vestido. Pero en ese momento, yo ya estaba demasiado cachondo, hacía mucho que no veía a mi amiga y me estaba poniendo malo. Entré en el probador, corrí la cortina como pude y la abracé desde atrás agarrando sus preciosas tetas. Era una de las partes de su cuerpo que más me ponían. La giré, la contemplé lentamente con sus braguitas y me agaché a lamerle un pezón. Ana dio un suspiro demasiado alto y solté su pecho enseguida. La besé en la boca y puse mis manos en su culo, atrayéndola hacia mí.

-Joder, como me pones- me dijo, y se arrodillo delante de mí. Yo intuí lo que se proponía, e intenté detenerla,  pero cuando desabrochó mi pantalón y se metió mi polla en la boca dejé de atender a razones. Empezó a meter y sacar la polla de su boca con gran velocidad. Luego la agarró de la base, y empezó a recorrer todo mi rabo con la lengua, deteniéndose en el capullo, haciendo círculos con la lengua alrededor de éste. Estuvo varios minutos sin dejar de comérmela, hasta que vi una silueta al otro lado de la cortina. Intenté avisarla, pero Ana seguía a lo suyo. Entonces vi que la dependienta de la tienda se asomaba por un lateral de la cortina. La apartó de un tirón y empezó a gritarnos. Yo quise retirar a Ana, pero ella seguía chupando, parecía que le gustaba mucho. Levantó la vista, sin sacar mi polla de su boca y miró a la dependienta. Pasó lentamente su lengua por todo lo largo de mi rabo, sonrió, y volvió a metérsela hasta la garganta. La dependienta se marchó a avisar al encargado, pero ya era tarde. Ver como Ana, medio desnuda, se jactaba de una dependienta de comerme la polla en sus probadores me puso demasiado. Además, la chica estaba buenísima, tenía unas tetas de campeonato y había visto mi polla en su máximo esplendor ser engullida por mi amiga. Empecé a correrme en la boca de Ana. Cuando terminé, cogió uno de los vestidos que había llevado para probarse y escupió ahí todo mi semen. Ana volvió a chuparme la polla para limpiarla bien, se vistió echando chispas y nos largamos de allí antes de que viniese el encargado.

-Te has pasado un poco- le dije.

-Uf, estaba muy cachonda como para parar. ¿No te ha gustado?

-Tú qué crees. Joder, y la dependienta estaba buenísima.

-Pues yo ni me he fijado. ¿Te hubiese gustado tirártela?

-Solo si te la tirases conmigo- le dije sonriendo, y le di un abrazo y un beso en la mejilla.

Entramos en la siguiente tienda. No había nadie, estaba la dependienta sola. La verdad es que esta también estaba muy buena. Llevaba unos vaqueros ajustados y una camiseta con un gran escote, que llenaban por completo sus enormes tetas.

-Fíjate en la dependienta- le dije a Ana- también está buena, ¿no?

Ana se la quedó mirando un rato.

-Ven, tengo una idea- me dijo, y me llevó a la zona de ropa de chico.

Cogió unos pantalones y me arrastró a los probadores. Estaban en un pasillo al fondo de la tienda, desde el que se veía la caja donde estaba la dependienta, y al final del pasillo, una especie de almacén. Éstos sí tenían puertas, así que nos metimos en uno y cerramos. No sabía qué se proponía Ana, pero me dijo que me probara los pantalones que acababa de coger. Me quité los que llevaba puestos y me los puse, pero eran demasiado pequeños y tan siquiera me subían del todo.

-Perfecto- dijo Ana, y me sacó la polla y empezó a meneármela y a darla lametones. Me estaba volviendo a poner cachondo, y cuando tenía la polla lo más dura que podía, sentimos a la dependienta pasar por el pasillo, camino del almacén. Ana me la tapó como pudo con los calzoncillos, pero el capullo asomaba por encima. Entonces abrió la puerta y salió.

-Perdona- le dijo a la dependienta tirando de mi hacia fuera- ¿me puedes dejar una talla más de éstos?, le quedan un poco pequeños.

La cara de la chica era todo un poema. Al principio intentó disimular y no mirarme demasiado, pero era obvio que no nos importaba que mirase, así que terminó por acercarse e incluso cogió la etiqueta que colgaba del botón del pantalón para ver la talla. Tener una mano extraña tan cerca de mi polla hizo que se me hinchara más si cabe, y la chica se sobresaltó e hizo un amago por retroceder. Pero me miró, sonrió y dijo que enseguida volvía con una talla más.

En ese momento estaba realmente cachondo, y notaba a Ana más cachonda aún. Sabía que la dependienta le ponía, pero la situación le ponía mucho más. Volvimos al probador, pero dejamos la puerta abierta. Me quité los pantalones, y Ana me bajó los calzoncillos y empezó a hacerme una paja. Yo le levanté la falda y le acaricié el coño por encima de sus bragas. Entonces llegó la dependienta con los pantalones.

-Aquí tenéis chicos- dijo mirando ahora descaradamente lo que hacíamos. Ana les cogió con una mano mientras con la otra seguía masturbándome, y le dio las gracias entre gemidos. La chica se marchó con una sonrisa en los labios.

-¿Tú crees que la hemos puesto cachonda?- le pregunté a Ana

-A ella no sé, pero yo estoy brutísima.

Entonces le di la vuelta, le bajé las bragas hasta las rodillas y le metí la polla en su delicioso coño. Primero despacito, lentamente se la introducía y se la sacaba del todo, para volvérsela a meter hasta el fondo. Empecé a hacerlo más deprisa, y Ana empezó a gemir. Saqué la cabeza fuera del probador por si hubiera entrado alguien en la tienda, pero  en lugar de eso vi a la dependienta tras el mostrador, con los pantalones desabrochados y la mano dentro de las bragas. Me miró y sonrió aumentando la velocidad de su mano.

-Ana, creo que si la hemos puesto cachonda

-¿Qué?

-La dependienta, que se está haciendo un dedo.

Ana se incorporó sacando mi polla de dentro de ella y salió fuera. Al ver a la chica así, se quitó la camiseta y el sujetador y se agachó con las piernas rectas. Yo lo entendí a la primera y me puse detrás para empezar de nuevo a follarme a mi amiga. Ana miraba fijamente a la dependienta, y ésta me miraba a mí, lo cual me ponía bastante. De vez en cuando alargaba mis manos para acariciar las tetas de Ana, que empezó a elevar el volumen de sus gemidos. Eso era algo que le encantaba hacer. La dependienta empezó a acariciarse las tetas por encima de la camiseta, e incluso tiraba del escote hacia abajo, dejándonos ver el sujetador que apenas podía cubrir los pezones.

La mano de nuestra amiga iba a un ritmo frenético, y por sus jadeos y meneos de cabeza comprendí que se estaba empezando a correr. Eso pudo conmigo y saqué mi polla del coño de Ana. Ésta comprendió enseguida lo que sucedía, y que no tenía condón, así que se hizo a un lado y empezó a hacerme una paja permitiendo la visión completa de mi polla por parte de la dependienta.  Cuando la chica terminó de correrse, mi semen empezó a salir disparado al suelo del pasillo. Ana lamió los restos que quedaban en mi capullo (como me gusta que haga eso) e hizo algo que no esperaba, pero que me pareció tan guarro como sexy. Se quitó sus bragas, limpió toda la corrida del suelo con ellas, y se las volvió a poner.

La dependienta se abrochó los pantalones y nosotros nos vestimos en el probador. Yo me compre aquellos pantalones. Cuando estaba pagando, nuestra nueva amiga le pidió a Ana que se acercase donde estaba ella. Cuando fue allí, le subió la falda, le quitó las bragas y se las guardó de recuerdo. Adiós a las braguitas de búhos.

La tarde iba tocando a su fin y Ana seguía sin su vestido y, lo que es peor, aún no se había corrido, algo que yo ya había hecho dos veces. Soy un chico solidario, así que una vez Ana encontró un vestido que le gustaba y le quedaba bien, (en realidad le quedaba genial, estaba despampanante) intenté equilibrar la balanza haciendo que Ana se corriese. Estábamos en el probador de la cuarta o quinta tienda que visitamos aquella tarde, el vestido estaba elegido, y Ana se había vuelto a poner su ropa. Cuando se disponía a salir del probador la sujeté del brazo y la traje hacia mí. Primero la besé en la boca, nos abrazamos y le sobé el culo por debajo de la falda. Nos miramos, nos sonreímos y le dije que ya era hora de que se corriera ella. Me deje resbalar por la pared del probador hasta que quedé sentado en el suelo. Cogí las piernas de Ana y las pasé por encima de mis hombros, quedando sentada sobre mí, con mi cara en su entrepierna. La corta minifalda vaquera y la ausencia de bragas (las tenía la dependienta) hicieron las cosas mucho más fáciles. Me encanta comer coños, y si tiene el vello recortado como el de Ana, más. Después de aquella tarde estaba ya bastante mojada, y supuse que no me costaría mucho hacer que se corriese. Antes de empezar, le pedí que intentara no gritar. No quería que nos echaran de allí antes de acabar. Empecé dándole besos y suaves mordiscos por la parte interior de sus muslos, y pequeños lametazos alrededor de su coño. Ana empezaba a estar realmente alterada, y pasé suavemente la punta de la lengua de abajo arriba de su raja. Separé como pude sus labios con las manos y volví a pasar toda mi lengua por su coño. Noté un estremecimiento de Ana. Estaba delicioso. Empecé a lamerlo con más ímpetu, y me detuve largo rato en su clítoris. Le pasaba la punta de la lengua, lo movía con delicadeza, y luego lo atrapaba con mis labios y absorbía todo lo que podía. Volvía a bajar con la lengua por su coño, e intentaba introducir mi lengua lo más dentro que podía. Nuevos fluidos brotaban a mi boca, y volvía a extenderles con mi lengua por todo su coño, de nuevo hasta el clítoris, donde volvía a detenerme.

Ana estaba a punto, así que aceleré mis lametazos y noté como se tenía que tapar la boca con las manos para no gritar. Eso me ponía. De repente aprisionó mi cabeza entre sus piernas, pero yo no dejaba de chupar. Se tensó todo su cuerpo, llegó a hacerme daño. Aguantó así algunos segundos, dio alguna sacudida y de repente se relajó. Le temblaban las piernas, y consiguió sentarse en el banco del probador. Estaba exhausta pero feliz. Salimos de allí, ya no quedaba nadie en la tienda, estaban a punto de cerrar. Pagó el vestido y nos fuimos.

Ya en casa llamé al restaurante donde había pensado llevar a Ana a cenar. Realmente no es caro, pero tampoco es excesivamente elegante. Se puede ir a cenar en vaqueros, pero si vas en traje, nadie te mirará raro. Reservé una mesa para las 11 de la noche. Eran casi las 9.

-¿Quién se ducha primero?- me preguntó Ana mientras se metía en el baño. Yo entré tras ella, cerré la puerta a mis espaldas, me senté en el taburete que había y le dije:

-Tú.

Ana se rió, y empezó a desnudarse. Se metió en la bañera y empezó a ducharse sin correr la cortina. El suelo se estaba poniendo perdido de agua, y de vez en cuando apuntaba con la ducha hacia mí. Acabé empapado, así que me desnudé y me metí con ella en la bañera. A trancas y a barrancas conseguimos ducharnos los dos.

-Recuerda el trato- dije desafiante-, no puedes llevar bragas.

Yo me preparé enseguida. Ana tardó un poco más. Me puse el único traje que tenía (el de las ocasiones especiales). Vi a Ana con su vestido nuevo. Uau!! Era verde. Muy ceñido y de una tela muy fina. Anudado al cuello, con el escote de pico que llegaba hasta más abajo de los pechos. Le hacía unas tetas preciosas, perfectas. Tampoco llevaría sujetador esa noche. Mi polla dio un respingo cuando la vi. No tenía espalda, la tela llegaba justo por encima del culo. Ciertamente era una buena idea que fuera sin bragas. Mientras terminaba, recogí el baño y guardé los pantalones que me había comprado esa tarde. Al sacarlos de la bolsa, me di cuenta de que en el tique había algo escrito a boli: Sara 65723****.

Ana salió del baño radiante.

-Estoy lista.

-Mira esto- le di el tique. Ella lo leyó y se lo guardó, sin darle más importancia.

-Quizá mañana- dijo, y salimos de casa.

El restaurante no estaba lleno, a pesar de que no era muy grande. Era un negocio familiar, acogedor, pero muy discreto con los clientes. Te tomaban nota y te dejaban a tu aire, no es de esos restaurantes pijos donde te están molestando cada dos por tres para rellenarte la copa de vino.

La cena fue genial. Siempre me he sentido tremendamente cómodo con Ana. Podemos hablar de lo que sea. La cosa mejoró cuando empezamos a recordar anécdotas de aquella tarde.

-Ufff, cuando seguiste chupándomela mientras nos gritaba la dependienta de la primera tienda creí que me daba algo. Fue una de las mejores corridas de mi vida.

-Jaja, a saber qué cara pondría cuando viese el vestido lleno de semen.

-¿Y la otra dependienta? Menudo dedo se hizo.

-Por lo visto se llama Sara, que putón, se ha quedado con mis bragas.

-Seguro que esta noche se hace un dedo con ellas puestas.

-Mmmmmm

-Mira como se te están poniendo los pezones.

Era verdad. La tela tan fina del vestido de Ana y la conversación que estábamos teniendo hizo que se le notaran los pezones. Estaban enormes, durísimos. Le pedí a Ana que me enseñara uno, pero me dijo que si estaba loco, que de ningún modo haría eso allí.

-¿Ahora eres tímida?- le dije con una sonrisa. -¿De qué sirve que vayas sin ropa interior si no puedo disfrutarlo?

Ana lo pensó un momento. Tiró disimuladamente un cubierto al suelo, lo arrastró con el pie hasta debajo del mantel de la mesa y me pidió que se lo recogiera. A mí me dio la risa porque aquello parecía de coña, ni en las películas es creíble esa situación. A pesar de todo, me agaché bajo la mesa y recogí el tenedor. Ana se había recogido la falda y estaba con las piernas abiertas, mostrándome una visión perfecta de su coño. Alargué la mano y le introduje dos dedos. Estaba empapada. Pensé por un segundo en lamerle aquel delicioso coño, pero me pareció demasiado, así que salí de allí. Cuando comprobé que nadie miraba, lamí uno de mis dedos ante la atenta mirada de Ana, a quien le di a chupar mi segundo dedo. Me ponía muchísimo cuando probaba su propio coño.

El resto de la cena transcurrió con normalidad, pero las conversaciones no bajaron de temperatura. Así que sin tan siquiera tomar postre, apuramos las últimas gotas de la botella de vino que había sobre la mesa, y pagamos la cuenta.

Habíamos ido andando, ya que el restaurante no estaba lejos de mi piso, así que volvimos dando un paseo.

Lo malo de Madrid es que sea la hora que sea, siempre hay alguien por la calle. Sin embargo de vez en cuando podía meter la mano por detrás del vestido de Ana, ya que quedaba por encima del culo, y le agarraba su trasero, e incluso bajaba por la raja hasta rozarle el coño. Cuando hacía eso Ana se quejaba, pero la botella de vino que nos habíamos bebido relajaba bastante la situación. Así que en un momento en que doblamos una esquina y nos metimos por una calle menos transitada, cogí a Ana, la puse contra la pared y la besé en la boca. Sin dejarla decir nada, aparté fácilmente una de las partes de su vestido que cubría una teta y la devoré. Ana intentó quejarse, pero su durísimo pezón me indicaba que le gustaba. Además yo sabía que el alcohol le ponía tremendamente cachonda. Pronto empezó a gemir, pero una señora apareció de repente y dejamos de inmediato lo que estábamos haciendo. Ahora los dos teníamos más ganas que nunca de llegar a casa.

Ya en el ascensor Ana tenía la parte de arriba de su vestido por la cintura, y yo la camisa completamente desabrochada. Subimos besándonos, sobándonos y lamiéndonos mutuamente. Parecía que nos habíamos vuelto locos. Anduvimos los pocos metros que separan el ascensor de la puerta de mi piso así, medio desnudos, sin dejar de besarnos. Creo que no nos vio nadie, pero no puedo asegurarlo porque no dejaba de mirar a Ana. Entramos en el piso y nos quitamos toda la ropa en el pasillo. Ana lo tuvo fácil, a mi me costó un poco más. Vivía en un piso de cuatro habitaciones, con dos chicas y un chico, pero aquel fin de semana estábamos completamente solos. Y lo íbamos a aprovechar. Fuimos al salón, completamente desnudos. Ana se dejó caer en el sillón, abierta de piernas, se chupó un dedo y se le metió en el coño. Luego le volvió a llevar a su boca y le saboreó. Ana dice que le gusta hacer eso, que lo hace incluso cuando se masturba ella sola. El hecho de que le ponga chupar su propio coño me pone a mil. A veces cuando me hago una paja pienso en Ana llevando su dedo del coño a su boca y me corro en segundos.

Yo estaba de pie frente a ella, con la polla en la mano mirando cómo se tocaba y lamía su dedo.

-Mira que puta soy.- A Ana le gusta hablar y decir guarradas mientras hacemos este tipo de cosas- me encanta ser así de puta para ti.

Yo me acerqué un poco más y le metí mi polla de repente en su boca, hasta el fondo.

-Me gusta que seas mi puta- le dije mientras tenía la polla en su boca- me encanta que te pongas así de guarra conmigo.- desde luego el alcohol estaba haciendo su trabajo.

Ana no dejaba de chupármela, me la estaba devorando, mientras se seguía tocando. No me gusta agarrarla de la cabeza cuando me la está chupando, pero ella dice que no le importa, y en ese momento estaba completamente loco, así que le agarré de la cabeza con fuerza, se la metí hasta el fondo y empecé a follarme su boca. Mi polla entraba y salía de su garganta hasta que mis huevos chocaban con su barbilla. Si seguía así me correría en segundos, pero no era una postura muy cómoda para ella y tampoco quería acabar ya la fiesta, así que se la saqué. Mire su cara. Tenía la boca abierta, estaba jadeando y un hilo de baba le colgaba de la comisura de los labios. Completamente despeinada, un poco roja por la mamada y con una mirada que más que de deseo era de lujuria.

-Estoy putísima. Hazme lo que quieras.

La tumbé en el sofá, levanté sus piernas todo lo que pude y las separe. Tenía un coño delicioso. Volé casi literalmente a por un condón. Aquello tenía pinta de acabar bien. Me dejé caer encima suya y se la metí. Entró asombrosamente fácil. Empezamos a follar como locos, como auténticos animales. Cambiamos varias veces de postura, los gemidos acampaban a sus anchas por el salón (menos mal que los vecinos aún no nos conocían). El ritmo de nuestras caderas era frenético. Habíamos perdido el sentido y la cordura. Cambiábamos de posición , de sofá, de ritmo… hicimos todo lo que se puede hacer sin sacar mi polla de su coño. Nos caímos del sofá y no nos importó lo más mínimo seguir follando en el suelo. No atendíamos a razones. Me corrí como si nunca lo hubiese hecho. Fue un polvo salvaje, y aunque suelo preferir otros más tiernos, no le cambio por nada. Creo que a ella también le gustó. De hecho, creo que fue la primera vez que hice que se corriese con la penetración. Suele ser complicado eso con Ana. Nos arrastramos literalmente a la cama. Tapamos nuestros cuerpos desnudos y nos dormimos como si fuésemos uno. Creamos un abrazo que no se rompió en todo la noche.

Puede que esto que voy a decir ahora rompa un poco el clímax del relato, pero lo cuento tal y como sucedió. Tras una sesión de sexo salvaje, aquella noche, abrazado a Ana, solo soñé cosas bonitas.

SÁBADO

Tal y como nos dormimos, nos despertamos. Inmersos en el mismo abrazo. Yo me desperté primero. Soy más madrugador. Al sentirme despierto, Ana se revolvió, pero siguió durmiendo. Yo la besé en el hombro, estaba de espaldas a mí. Empecé a acariciarla todo el cuerpo. Principalmente la espalda, dándola un masaje. Pero muy suave, no quería despertarla bruscamente. A ella le gustaba, y tras un buen rato así, empecé a bajar mis manos por su cuerpo, hasta que llegué a masajearla el culo. La cosa poco a poco empezó a ir a más, y cuando rocé su coño y comprobé que estaba empapado, comprendí que ya estaba bien despierta. Pero ella seguía con los ojos cerrados y sin moverse. Estuvimos así más de media hora, entre masajes, caricias y demás, y, aún sin separar nuestros cuerpos (creo que en todo momento estuvimos en contacto con alguna parte de nuestra piel) la penetré. Fue todo muy suave, tierno. Lo hicimos muy, muy despacio, sin dejar de acariciarnos. Solo nos movíamos con el vaivén de nuestros cuerpos, y no abrimos la boca. Cuando ninguno podíamos más, aceleramos el ritmo y nos corrimos.

Nos quedamos un rato así, con mi polla dentro de Ana y aún sin hablar. Abrazados. Normalmente hablamos cuando hacemos el amor. Nos gusta, es mucho más divertido y, además, la comunicación es importantísima en ese aspecto. Pero me gusta saber que, en ocasiones, no necesitamos decirnos nada para saber exactamente lo que pensamos. Como veis, la amistad que profesamos es realmente especial. Al cabo de varios minutos ella se desperezó, se dio la vuelta y me dijo:

-Buenos días Otto.

-Buenos días.

-Me encanta despertarme así. Es un buen modo de empezar el día.

Después de la tarde y la noche del viernes, y el polvo matutino, la mañana fue más bien tranquila. Como dije al principio, Ana había ido a verme ese fin de semana, y, a pesar de todo, hacemos algo más que follar cuando estamos juntos. Pero eso es algo que no viene al caso, así que para no perder el hilo de la historia lo dejaremos en que dimos una vuelta, desayunamos, visitamos Madrid y hablamos de nuestras cosas.

Pero todo cambió a la hora de comer. Íbamos por el centro buscando algún sitio para comer. Era un poco tarde, cuando pasamos por delante de la tienda que visitamos el día anterior. La de la dependienta que se llamaba Sara. Nos miramos al instante, y nos sonreímos. No había vuelto a pensar en ella.

-¿Entramos?- me dijo Ana.

Vi en su mirada un destello que conocía muy bien. Quería jugar. Entramos en la tienda buscando a Sara, pero no la vimos. Ana pareció decepcionada.

-Podemos ir a casa y llamarla.- dije pensando en el tique  con su número de teléfono.

-¡Espera un segundo!- Ana empezó a buscar en su bolso- me parece que lo tenía guardado aquí.

Efectivamente, encontró el número de Sara. Pero de repente no sabíamos que hacer. Encontrarla en la tienda era una cosa, pero llamarla… Al final nos decidimos. Fue Ana quien llamó:

-¿Diga?

-¿Sara?

-Sí, ¿quién es?

-Mira, es que creo que tienes unas bragas mías. No es que quiera recuperarlas. Te las puedes quedar, pero a mi amigo y a mí nos gustaría ver cómo te quedan puestas.

-¡Ah! Hola, pensé que no me llamaríais.

-Pues ya ves, nos gustaste. ¿Te apetece comer con nosotros?

-Desde luego.

Quedamos en un burguer. Por lo que pudimos saber de Sara mientras comíamos, vivía sola. Tenía dos trabajos, en la tienda de ropa, y de go-go en una discoteca. Tenía 26 años. Nos dijo que le dio mucha vergüenza darnos el número de teléfono en el tique, pero que le gustó mucho lo que vio. Que ya había hecho alguna locura de ese tipo, sobre todo en el trabajo de go-gó, pero que no era algo que soliese hacer. Ana le preguntó si lo había hecho con alguna tía. Dijo que sí, por probar, pero que le gustaban más los tíos. Ana dijo que era porque no lo había probado con ella. Eso relajó mucho la tensión. Nosotros le dijimos que éramos completamente novatos en esas cosas. Todas nuestras locuras quedaban en calientes conversaciones y fantasías compartidas.

Terminamos de comer, y entre el no saber qué decir ni como comportarnos, nos invitó a su casa.

-Tengo una botella de vino que hará que se nos pasen los nervios.

-Uy, pues yo borracha no tengo vergüenza. Igual te arrepientes.- dijo Ana en un tono ya desinhibido.

Vivía en un estudio. La cocina, el salón y el dormitorio eran una sola habitación, y solo estaba aislado el baño. A pesar de eso era bastante grande.

-¿Os importa si me pongo un poco más cómoda?- dijo Sara, mientras se quitaba los pantalones- suelo ir en bragas por la casa.

Todos teníamos claro a qué habíamos ido allí, y retrasarlo por vergüenza solo era perder tiempo. Al empezar a bajarse sus vaqueros, las braguitas rojas con buhitos aparecieron enfundadas en su espectacular culo.

Ana y yo nos miramos, y sonreímos. Nos sentamos en el sofá, y copa a copa, nos fuimos bebiendo la botella de vino. Empezamos a contarle alguna de nuestras mejores fantasías (las muchas que teníamos), especialmente las que incluían a una segunda chica, obviamente, por la situación. Ellas estaban sentadas en un sofá grande, de tres plazas, yo en una butaca justo enfrente.

-Así que te ponen las tías- preguntó Sara.

-Algunas. Tú me pones.

-¿Te imaginas haciéndolo con una tía cuando te haces dedos?

-Sí. Y que le como las tetas. Me gustan mucho. Y las tuyas son preciosas.- Ana sonrió.

Sara empezó a quitarse la camiseta sin decir nada. Muy lentamente. Se acarició las tetas por encima del sujetador. Llevaba un sujetador negro de encaje. No nos hizo esperar mucho, y se quedó con las tetas al aire. Sara se acariciaba las tetas y Ana no dejaba de mirarla. Se estaba mordiendo el labio inferior. Yo sabía que cuando hacía eso se desataba la tormenta.

-Mmmmmmmmmmmmmmm- Ana había cambiado la cara. Ya no sonreía, ahora tenía una expresión de lujuria que conocía muy bien. La grandísima zorra que tiene dentro estaba a punto de salir.

Ana se lanzó hacia ella y empezó a comerle las tetas. Sara me miró. Yo estaba sentado sin hacer nada, pero tenía la polla durísima y ella clavó su mirada en el bulto de mi pantalón. Comprendí que no se quedaba atrás, y que podía llegar a ser tan puta como Ana.

-Mmmm, que ricas- dijo Ana levantando su cabeza de entre los pechos de Sara. Se levantó, se quitó su falda y sus braguitas, y se acercó a Sara para que le acariciase el coño.

-Mira que mojada estoy. Méteme un dedito en mi coño de puta.- Ana se quitó la camiseta, pero se quedó con el sujetador. Sara aún llevaba las braguitas de búhos, pero tenía una mano dentro haciéndose un dedo. Sus tetas eran preciosas, pero aún no le había visto el coño… Con la otra mano, le metía un dedo a Ana a la vez que le chupaba el clítoris. Desde mi posición, solo veía el culo de Ana y la mano de Sara dentro de las braguitas, pero fue suficiente para sacar mi polla y empezar a pajearme.

Estuvieron un rato así, hasta que Ana se corrió mientras le gritaba a la otra chica lo puta que era y lo bien que le estaba comiendo el coño. Pero ese maravilloso orgasmo no apagó a Ana ni por un segundo, y enseguida se desabrochó su sujetador, se acarició las tetas delante de la cara de Sara, y se puso de rodillas en el sofá con la cabeza entre sus piernas y empezó a chuparle el coño por encima de las bragas.

-Eres una zorra- le dijo Sara- me estas poniendo muy cachonda, me encanta ver como chupas la lefa de Otto que hay en las braguitas.

Ese comentario casi hace que Ana se corriese del gusto. Ni ella ni yo nos acordábamos de que la tarde anterior Ana había limpiado mi corrida con sus bragas. Era obvio que Sara no había olvidado ese detalle. Yo vi que era el momento de unirme al juego.

-Pues si queréis más, solo tenéis que venir y cogerla…

Las dos chicas me miraron, se miraron entre ellas, y sonrieron. Sara se levantó del sofá y vino gateando hacia mí. Se quedó a cuatro patas frente a mi butaca, entre mis piernas y sin pensárselo dos veces empezó a chuparme la polla. Ana se colocó detrás de ella.

-Siiii, vamos zorra, cómele la polla. Trágatela entera- mientras decía esto, agarraba a Sara de la cabeza obligándole a tragarse toda mi polla, provocándole incluso alguna arcada. Pero parecía que a Sara no le disgustaba en absoluto.

Ana le quitó las bragas, y empezó a acariciarle el coño con una mano, mientras se frotaba las tetas con la otra frente a mí, mirándome a los ojos, con esa mirada lujuriosa que tanto me ponía. Pronto se agachó y empezó a chuparle el coño y el culo a nuestra nueva amiga. A Sara le debía de gustar, porque tuvo que parar de chupármela para poder disfrutarlo. Sara tenía la cara completamente roja, y varios hilos de baba iban desde su boca a mi polla, fruto del tremendo esfuerzo que había estado haciendo. Ana le estaba chupando con violencia, y ella estaba apoyada con sus manos en mis rodillas, y la cabeza ligeramente erguida, lo que permitía que viese como se le movían sus enormes tetas por el vaivén que le procuraba Ana.

Yo empecé a hacerme una paja, no me quedaba nada para correrme.

-Sois un par de putas- les decía- me estáis volviendo loco guarras.

-Siiii- contestaba de vez en cuando Ana- somos tus putas, somos dos zorritas que harán lo que tú quieras. Mira, cabrón, como le hago un dedo a esta guarra, le estoy metiendo un dedito por el culo mientras con la otra mano froto mi coño.

Sara solo gemía, tenía los ojos cerrados y estaba en éxtasis. Se iba a correr de un momento a otro. Ana empezó a frotarla fuerte el clítoris parando solo para llevarse ambas manos a su boca, y saborear tanto su coño como el de su amiga. Los tres nos corrimos casi a la vez. Yo lo hice en la cara y en la boca de Sara, que la tenía delante. Ana se acercó y se metió mi polla en la boca, limpiando los restos de semen que quedaban, y tragándoselos. Luego se acercó a Sara y empezó a limpiarle su cara a lametones, pero esta vez, en vez de tragarlos, les arrastraba con la lengua hasta su boca, que les recogía y mantenía ahí. Cuando todo el semen se encontraba en la boca de Sara, esta lo escupió en la de Ana, para mantenerlo ahí un segundo y dar un morreo a Sara, en el que jugaron con mi lefa de una boca a otra, cayendo parte sobre sus tetas. Cuando se separaron, cada una tragó lo que tenía en la boca y chuparon lo que había caído en las tetas de la otra. Las dos me miraron y me sonrieron, poniendo fin así a una de las escenas más morbosas que haya visto, y que seguramente veré en toda mi vida.

Terminamos exhaustos, pero la tarde no terminó ahí. Descansamos un poco. Ana se quedó dormida, y cuando despertó, vio como Sara me cabalgaba a escasos centímetros de ella. Por fin había podido ver su coño. Le tenía completamente depilado. Aquella tarde me las tiré a las dos, sin llegar a correrme, porque empecé metiéndosela por el coño, pero terminé dándolas por el culo. Era la segunda vez que se lo hacía a Ana, pero Sara debía de tener ya experiencia, porque me costó menos metérsela. Cuando me corrí, lo hice en las braguitas de búhos. Sara las cogió, lamió parte de la corrida, y se las dio a su legítima dueña. Ana lamió el resto, y se las devolvió.

-Quédatelas, y mastúrbate alguna vez con ellas puestas, reviviendo lo que ha pasado hoy aquí- le dijo, y nos marchamos de allí.

No le dimos nuestro teléfono y rompimos el papelito con el suyo. Aquello debía de quedar así.

Llegamos a mi piso a las 10 de la noche. Estábamos cansados, pero era sábado, y aunque yo odiaba salir de fiesta, le había prometido a Ana una noche de discotecas. Así que cenamos algo, nos duchamos, y salimos.

Yo llevaba unos vaqueros y una camisa. Ana una minifalda y una camiseta de tirantes. Primero fuimos a una discoteca más pequeñita, para tomar algo e ir poco a poco. Bebimos, charlamos, y tuvimos otro de esos escasos momentos de charla de amigos sin connotaciones eróticas. Después fuimos a una discoteca mas grande, pagamos la entrada, y empezamos a bailar y a beber. La verdad es que no soy mucho de bailar, pero Ana empezó a moverse delante de mí, y casi con su mirada y sus caderas me arrastró hasta la pista de baile.

Yo la agarraba de la cintura y la pegaba bien mi paquete a su culo. La cosa se fue calentando poco a poco, y Ana cada vez estaba más cachonda sintiendo mi polla ya dura en su culo. Introduje una mano por debajo de su camiseta, y acaricié su tripa. La mantuve ahí un tiempo, y poco a poco la fui subiendo hasta rozar con mis dedos su sujetador.

-¿Por qué no vas a los baños y te quitas el sujetador?- le sugerí.

-¿Por qué no vienes tú y me quitas lo que quieras?- desde luego Ana estaba más cachonda de lo que me imaginaba.

Fuimos hasta los baños de mujeres, y nos metimos los dos en uno de los váteres y cerramos la puerta. Lo primero que hice fue comerle la boca. Allí la música se escuchaba mucho menos, y podíamos hablar con facilidad.

-Joder, que cachonda estoy. Llevas un buen rato rozándome con tu polla y ya sabes que con un par de cubatas me pongo a mil.

Volví a meter mi lengua en su boca ahogando sus palabras, mientras con las manos subía su minifalda y le agarraba el culo por encima de las bragas. Ella se apartó para quitarse la camiseta y el sujetador y yo aproveche para bajarme los pantalones y los calzoncillos hasta la altura de las rodillas.

-Que ganas de chupártela…- dijo Ana mientras se arrodillaba y se metía mi polla en la boca. Yo la dejé hacer durante un rato, pero no era a eso a lo que habíamos ido allí.

La incorporé, la di la vuelta y la bajé las bragas hasta los tobillos. Le puse la punta de mi polla en la entrada de su coño y le pregunté si quería que se la clavase.

-Siiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiii

Y antes de que terminara de decir sí se la metí de golpe hasta el fondo. Yo la follaba a buen ritmo, y ella aumentaba cada vez más sus gemidos. En esas estábamos cuando empezamos a oír gemidos en el váter de al lado. Ana y yo nos miramos y sonreímos.

Y empezamos un juego que no hacía otra cosa que ponernos más y más cachondos. Si Ana gemía, la otra chica gemía más. Si me pedía más duro, la otra chica rogaba a su acompañante que no parase. Y así, en una lucha de gemidos, Ana se corrió, y yo saqué mi polla para acabar corriéndome en su culo, cosa que le encantaba. Ya satisfechos, nos picó la curiosidad, y nos subimos a la taza del váter para asomarnos al cubículo de al lado. Lo que vimos nos sorprendió. La chica que gemía estaba sentada en el váter abierta de piernas mientras otra chica arrodillada le comía el coño. Al vernos, la chica a la que le comían el coño, una chica morena y con unas grandes tetas, nos sonrió, agarró la melena de la otra chica, de la que solo veíamos que era rubia, y empezó a correrse entre gemidos.

Ana y yo nos vestimos y salimos del váter, justo en el momento en que las otras chicas abrían la puerta de su cubículo. La morena cogió a Ana, y sin preguntar, la llevó al lavabo, la sentó encima, y la quitó las bragas. Las tiró al suelo sin cuidado, y empezó a comerse el coño de Ana.

La rubia, a la que ahora podía ver con detenimiento, era una chica más bien bajita, con una cara normalita y sin un gran cuerpo, pero con un culo redondito que pedía a gritos ser reventado. Miró como su amiga le comía el coño a Ana, y decidió no quedarse fuera del juego, así que se lanzó hacia mí y comenzó a besarme. Yo la agarré de ese magnífico culo por debajo de su falda, aparté el tanga que llevaba puesto y alcancé a meter un dedo en su coño, que estaba empapado. Supuse que a pesar de comerle el coño a su amiga, ella no le había devuelto el favor, y aún no se había corrido, así que la puse de frente al espejo, la levanté la falda y apartando un poquito el tanga se la metí mientras Ana me miraba sentada en el lavabo y con la lengua de la morena en su coño.

Entraron varias chicas al baño mientras estábamos allí. La mayoría salía corriendo, pero hubo quien nos animó, quien se quedó mirando un rato, y quien ni se percató de que estábamos allí.

Yo estaba a punto de correrme, pero no quería dejar pasar aquella oportunidad de follarme un culo como ese, así que la saqué del coño de la rubia, la puse en la entrada de su ano, y poco a poco se la fui metiendo. Sus gemidos empezaron a transformarse en gritos de dolor, pero en vez de quejarse, se agarraba de los pezones y me pedía más. Ana comprendió lo que pasaba, y se puso más cachonda aún, por lo que agarró la cabeza de la morena, la apretó más fuerte contra su coño, y alcanzó un orgasmo mientras yo no pude más y me corrí dentro del culo de aquella rubia. Se lo llené de lefa, y cuando le saqué la polla, se desplomó sobre el lavabo. Ana y yo nos vestimos, aunque ella ya no se puso las bragas que estaban en el suelo del baño, y salimos de allí mientras veíamos como la morena recogía con la lengua el semen que salía del culo de su amiga.

Ana y yo aún nos tomamos un cubata más en aquella discoteca, antes de salir de allí. Estábamos bastante borrachos, así que nos fuimos a buscar un parque donde nos diese un poco el aire. Acabamos en los jardines que hay entre el Palacio Real y Ópera. Ana se sentó en un banco, y yo en el suelo, a sus pies. Al principio no hablábamos mucho, solo disfrutábamos del aire que poco a poco se iba llevando el mareo de la borrachera. Entonces empezamos a hablar de lo que había pasado en el baño de la discoteca.

-Desde luego no me lo esperaba. Se lanzaron a por nosotros sin decir ni hola- le dije a Ana.

-Sí, pero no te molestó mucho cuando le follaste el culo a la rubia.

-Ufff, qué culo tenía…

Ana tenía las piernas abiertas, y yo los ojos a la altura de su coño, ya que estaba sentado en el suelo. Como no llevaba bragas, estaba contemplando su delicioso coño mientras recordábamos lo que acababa de pasar en la discoteca. Y como no pudo ser de otra manera, se me empezó a poner dura. Y Ana se dio cuenta, y se tumbó sobre mí en el suelo, y empezó a acariciarme el paquete por encima del pantalón.

Yo le desabroché el sujetador y se lo quité sin quitarle la camiseta.

-¿Por qué no vas así?- le dije, y lancé el sujetador por detrás de mí con la mala suerte de que cayó en la fuente que estaba llena de agua.

Ana, ni corta ni perezosa, se metió en la fuente a por él. Yo dejé el móvil y la cartera junto a su bolso, a buen recaudo, y me metí detrás suyo. Volví a coger el sujetador y lo lancé a la copa de un árbol, quedando encajado ahí arriba.

-He dicho que quiero que vayas sin él- la dije.

Cuando iba a protestar la besé en la boca, mientras agarraba sus tetas por encima de la empapada camiseta y le apretaba los pezones, que estaban duros como piedras.

Cuando salimos de allí ya había salido el sol, y dimos un paseo hasta la boca de metro más cercana. Todo el mundo que había por la calle nos miraba, especialmente los pezones de Ana que se transparentaban a través de su camiseta empapada. Montamos en el metro, que a esas horas acababa de abrir. Yo aprovechaba cada vez que subíamos o bajábamos unas escaleras para meter mano a Ana por debajo de su falda. Otra vez estábamos los dos cachondos.

Ya en el metro, íbamos en un vagón casi vacío. Solo había en una esquina una pareja que volvía a casa y en la otra nosotros. Sentados en los asientos, metí mi mano por debajo de la falda de Ana y empecé a hacerla un dedo. Al principio, intentamos que la otra pareja no se diese cuenta, pero conforme la calentura de Ana iba subiendo, la vergüenza iba bajando. Y la minifalda de Ana empezó a subirse, cosa que facilitó mi trabajo, y ella empezó a acariciarse las tetas. La otra pareja no se atrevió casi ni a mirarnos, y justo cuando el tren iba a parar en la próxima estación Ana se corrió con un gemido que retumbó en todo el vagón. El tren paró y empezó a subir gente, que llegaron a tiempo de ver como Ana bajaba su minifalda y no les ofreció más que una vista durante un segundo de su coño y unos pezones marcados en su camiseta durante todo el viaje.

La gente, especialmente los hombres, no le quitaban la vista de encima. Y al bajar en nuestra parada, la agarré del culo para que todo el mundo supiese que a mí me ponía tan cachondo como a ellos, pero que yo me la iba a follar en cuanto llegase a casa. Y así fue.

Llegamos a casa, nos desnudamos, y ambos nos metimos en la ducha para quitarnos la suciedad del agua de la fuente, y toda la mierda que hubiéramos cogido en el parque. Nos enjabonamos, nos besamos, y nos acariciamos. Salimos de la ducha y puse a Ana de frente al espejo, igual que había puesto a la rubia en los baños de la discoteca. La acaricié la espalda, la agarré de las tetas y la penetré, mientras nos mirábamos en el espejo. A Ana le encantaba ver cómo me la follaba desde atrás, ver mis brazos agarrando su cintura para follarla con más fuerza. A mí me volvía loco ver sus tetas balancearse al compás de nuestros cuerpos, y la cara de vicio que ponía cuando la follaba.

-Mira que eres puta- le dije- te has corrido viendo como le daba por el culo a otra chica.

-Mmmmmmmmmmm… si, me puso muy cachonda.

-¿Quieres sentir lo mismo que sintió ella?

-¿Vas a follarme el culo?

-Pídemelo.

-Sí por favor, párteme el culo como a una zorra. Quiero que me le revientes, que me le partas en dos, quiero que te corras como te has corrido en el culo de esa rubia, y que me llenes de lefa, y me resbale entre mis piernas…

Le metí un dedo en su culito mientras seguía follándome su coño. Sus gemidos se aceleraron. Con cuidado metí un segundo dedo. Entonces saqué mi polla de su coño embadurnada de sus flujos y la coloqué a la entrada de su ano. Saqué mis dedos e introduje el capullo en su culo. Ana gritó, pero no supe si fue de dolor o de placer.

-¿Estás bien?- le pregunté.

-Métemela hasta dentro, reviéntame el culo de zorra que tengo.

Entre lo cachonda que estaba, y los flujos de mi polla, entro con asombrosa facilidad. Ana gritó, pero ahora sí fue de placer. Creí que se corría en ese momento. Empecé a meterle y sacarle la polla de su culo. Le agarré del pelo y me follé su culo como nunca lo había hecho. Ana se volvía loca. Gemía, gritaba, se agarraba de las tetas…

-Eres una puta- le dije- eres mi puta, y me vuelves loco. Me encanta que seas así de zorra.

Ana me miró con cara de viciosa, y empezó a acariciarse el clítoris. Yo le agarré de las tetas y empecé a pellizcarle los pezones.

-Me voy a correeeeeeeeeeeeeeeeeer- gritó Ana al tiempo que todo su cuerpo convulsionaba.

Yo no pude más y me corrí con ella, la llené el culo de lefa. Ana puso los ojos en blanco mientras sentía todo su culo repleto de semen, que empezó a resbalar por sus piernas abajo. De ahí fuimos directos a la ducha de nuevo. Esta vez fue más rápido. Nos secamos y nos fuimos a dormir.

Nos despertamos el domingo a las tres de la tarde. Y todo fue ya más tranquilo. Algún beso, alguna caricia, pero no más sexo por ese fin de semana. Comimos, charlamos, y a media tarde, Ana cogió el tren de vuelta a casa. No pasó mucho tiempo hasta que volvimos a vernos, pero durante aquella semana, no dejé de pajearme ni un solo día recordando aquellos dos días. Algunas de esas pajas, fueron retransmitidas en directo a través de la web cam, donde al otro lado Ana se corría dejándome claro que era una auténtica puta. Mi puta.

Este ha sido mi primer relato erótico. Ana y yo esperamos sugerencias en escritorfrustrado@hotmail.com